¿A DÓNDE SE FUERON LOS DIOSES?
CARLOS X. BLANCO *

¿A dónde se fueron los dioses? Es evidente que la técnica los escondió. El Dios se ha muerto, como dijo Nietzsche. Pero los dioses siguen ahí, escondidos. La técnica esconde el ser, lo cubre con ropajes que se llaman cálculo, control, gestión, dominio, producción… Pero la técnica no es creadora. Es la gran ocultadora. Con la técnica el hombre deviene también un mero artefacto de la técnica: objeto medido, pesado, predicho, comprado y vendido. La técnica sustituye al hombre y hace de este muñeco de carne decir: ya no existimos como hombres. Somos muñecos de carne, sin raíces, sin suelo ni cielo, sin alma y sin dioses.

Los dioses se dejan escuchar cuando se guarda silencio. La técnica precisa del ruido de muchas voces, que es el ruido de los engranajes y dispositivos. El hombre ha devenido “animal con voz”, instrumento con capacidad vocálica. Pero para recuperar el mundo de los dioses hace falta callar y escuchar, no tanto decir. La planta crece recibiendo el sol. Sus raíces van a lo hondo, pero van a ello para recibir la sustancia mineral que les está reservada. No devoran. El hombre, si devora, pierde su ser y sus dioses. La Ecología no es “buena gestión”. Con ello persevera el hombre de la Ciudad en su necio control de los recursos. La naturaleza no es ni puede ser un depósito de recursos. La naturaleza es el Palacio de esos dioses. Hemos de volver a ella no para dominarla: somos plantas que adornan su jardín y habitantes cercanos a sus dueños, los dioses. Somos hermanos de dioses que han caído, ni siquiera hijos obedientes. Pero nuestra técnica nos ha hecho muñecos de carne, objetos para el mercado, envoltorios consumibles. La técnica tapa el mundo y tapa al hombre. Adán y Eva vivían desnudos en el Paraíso. Esa pareja era hermana de los dioses y vivía en su Palacio. Solamente la progresiva caída ha demandado la fabricación de los ropajes. El obrero explotado lleva en su traje manchas negras que se extienden por la cara y las manos. También los océanos se visten de negro. La prostituta se maquilla y adorna con fealdades su cuerpo mancillado. También la Tierra es maquillada por jardines y parques, pero los verdes pulmones van desapareciendo y dejando de respirar. El muñeco de carne ya no sabe quién es, tan solo conoce para qué está aquí, bajo el padre Sol y sobre la Madre Tierra: para algo. Terrible pecado éste de pensar que aquí el hombre está “para algo”.

Ya hace tiempo que el hombre no es ser pensante, sapiens. En realidad hace siglos que no sabemos nada. Hay tanta prisa. Hay tanta urgencia. El reloj piensa por él y los papeles ya lo reglamentan todo. Se vive de lo que alguien muy necio ha pensado y otros –más estúpidos aún– han puesto por escrito. Y la densa red de papeles y reglamentos se une a la técnica para encadenar a los que se arrastran detrás del para qué.

Mas el pensamiento es el qué, y se debe olvidar de los fines. El pensamiento, como el Arte, no domina ni devora. La Ecología no es más que recuperar a los dioses, ir en su búsqueda, volver a sentir cómo ellos se deslizan en el río, en la cumbre, en las olas, en los bosques y en las briznas de la hierba. Más que conservar, la Ecología es pensar, esto es, dejar que las cosas sean. El pensamiento es actitud de respeto y escucha, no “penetración”. La Filosofía quiso sustituir a los dioses cuando quiso penetrar en lugar de pensar: método, cálculo, adecuación… Todo eso dejó de ser Filosofía. La Filosofía se engolfa deviniendo Metodología y con este cambio el hombre, al menos el hombre de Europa, dejó de pensar.

Para conservar hay que pensar. Pero es preciso incluso que el hombre trascienda el conservar. Tanto en política como en ecología hay que trascender el conservadurismo. Lo que el hombre ha de hacer es gozar de la Tradición, no encerrarla en un museo. No ha de “gestionar” su patrimonio, ha de fundirse con él, volver a él para seguir siendo. Se trata, simplemente, de hacer que las cosas sean.

   
NOTA
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Carlos Xavier Blanco Martín es doctor en Filosofía y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Ver aquí igualmente su estudio "La Caballería Espiritual. Un ensayo de psicología profunda".

   

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