EL VERTIGO
JOSE ALBERTO CONCHA GONZALEZ *
"A vosotros los audaces buscadores e indagadores, y a quienquiera 
que alguna vez se haya lanzado con astutas velas a mares terribles."
Así habló Zaratustra. Frederik Nietzsche.
 
"El vértigo ante el abismo cósmico es un aspecto nihilista." 
Ernst Jünger.
 
Y al final llegamos. Ya estamos en la última estación. Próximos al paralelo cero, se acaban las magnitudes viejas, tendremos que inventar otras nuevas con las que poder contar.  
 
    "El cruce de la línea, el paso del punto cero divide el espectáculo; indica el medio, pero no el final. La seguridad está todavía muy lejos. En cambio, será posible la esperanza." Ernst Jünger. 
     
La última estación se llama "nihilismo radical". Las montañas son altas, los senderos, angostas quebradas, la niebla espesa. ¿Habrá paso más allá?. ¿Podrá cruzarse tal desfiladero andando?. ¿Qué sufrimientos y sacrificios deparará la travesía?. 

La raíz ontológica de todo lo que es ha desaparecido. Lo que es, ha sido desustanciado, desposeído de toda esencia. "La existencia se ha desvalorizado hasta el punto en que ya no hay el mínimo derecho a suponer un EN-SI en las cosas" (Dalmacio Negro). Esto es el fin. No hay vía más allá. Sabemos el nombre de la última estación, nihilismo radical, pero ¿dónde nos subimos a este tren?, ¿cuál fue la estación de partida?.  

 
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La estación de partida fue la "ilusión racionalista". Aunque el racionalismo se hunde con sus raíces en los mismos orígenes de la civilización occidental fue a partir de Descartes y el positivismo de Compte cuando se dio a la razón un poder casi ilimitado. La ilusión racionalista es esta fe ciega que nos ha llevado a creer que la razón es el único e infalible medio de acceder a la realidad, como si esto fuera posible y como si, sobre todo, ese - el conocimiento de la Verdad del Mundo - fuera su objeto. Estas creencias sobre la capacidad de la razón, para no sólo mostrar el Mundo, sino también recrearlo, modificarlo, en fin, racionalizarlo, han sido recientemente puestas en tela de juicio. No olvidemos que todas estas ilusiones decimonónicas han concluido en un siglo XX donde la guerra, la destrucción, la desorientación y la alienación de la especie humana han estado más que nunca presentes en la pretendida nueva, próspera y feliz era de la razón. 
 
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La desilusión sobre las consecuencias del triunfo de la razón ha conducido a perspectivas irracionales, como si en base a la ley del péndulo hubiese que pasar de un extremo a otro, cosa que no es el propósito de este análisis. Valga esta advertencia preliminar para lo sucesivo. Adviértase que la "razón" de la que venimos hablando es aquélla fruto de la ecuación razón = entendimiento. Lo que se trata de revisar no es la razón precavida, consciente de sus limitaciones sino la razón que peca de arrogancia. El positivismo puso todas sus ilusiones en esta nueva razón (pretendiendo modificar la existencia y construir un nuevo mundo racional y eficiente, y extrapolando a todo el universo del conocimiento los principios de observación, comparación y generación de principios universales; racionalismo constructivo y cientismo, Hayek), sometiendo todos los órdenes bajo su tiranía, saltando de una esfera a otra, atrevido y arrogante con un planteamiento "ingenuo y acrítico" de la función racional que Hayek calificó como la fatal arrogancia. 
 
    La gran aportación de Hayek consiste, básicamente, en haber puesto de manifiesto que la idea original de Ludwig von Mises en torno a la imposibilidad del cálculo económico socialista no es sino un caso particular del principio más general de la imposibilidad lógica del "racionalismo constructivista o cartesiano", que se basa en el espejismo de considerar que el poder de la razón humana es muy superior al que realmente tiene, y que cae, por tanto, en la fatal arrogancia "cientista", que consiste en creer que no existen límites en cuanto al desarrollo futuro de las aplicaciones de técnica o ingeniería social. (Jesús Huerta de Soto).
 
 
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La fatal arrogancia a la que hacemos referencia puede entenderse con facilidad al referirnos al campo de la moral. Veamos pues, una de las más usuales consecuencias de la ilusión racionalista: la racionalización de una norma moral. 

Normas, cuya comprensión o sentido se escapa a la razón, pueden tener un sentido vital para la comunidad. La razón individual, pequeña y limitada, no entiende, del mismo modo en que un niño no comprende porqué no puede atiborrarse de helado y protesta ante la negativa de sus padres. 
  
Normalmente quienes deciden interpretar determinadas normas desconocen la razón por la que estas le son provechosas así como la función que cumplen, aún cuando de su observancia dependa la propia supervivencia del sujeto. (F. Hayek. La fatal arrogancia)  
  
Pensemos en una norma moral. Incluso en una que se transgreda con frecuencia. Una norma "inocente", si se nos permite la expresión. Una norma como "no mentir". Veámosla a la luz de la razón. Decir siempre la verdad y dar con la flecha en el blanco era la virtud para Zaratustra, según Friedrich Nietzsche el primer moralista, siendo esta opinión la que le llevó a poner en boca de esta figura legendaria su filosofía sobre "la muerte de Dios", el superhombre, la voluntad de poder y el eterno retorno. Quiere hacerse notar que decir la verdad, no mentir, es - y no sólo para el cristianismo - lo moralmente adecuado. Pero, ¿y cuando de la verdad se derivan consecuencias odiosas para el sujeto y a la vez se tiene la seguridad de que la mentira nunca será descubierta?. Entonces aparece la razón para aconsejar: ¡miente!. Ante esta disyuntiva - decir la verdad cargando con sus consecuencias o mentir - no valen los razonamientos. 

Sin embargo, la mentira sistemática asienta al hombre en la ficción - una de las características propias de la sociedad nihilista - , en la no asunción de la realidad y consecuentemente en una perspectiva errónea de la propia existencia. 

Vivimos tan asentados en la ficción que pueden ocurrir milagros ante nuestros ojos y pasar desapercibidos. Para ver/entender se necesita un estado en el mirar. La Asunción de la propia realidad se convierte en el elemento imprescindible para alcanzar la visión. 

La transgresión de una norma moral tiene unos efectos impredecibles para la razón, que se mueve aquí en un universo que le es extraño y ajeno. Se tocan aquí cuerdas que accionan mecanismos desconocidos. Las consecuencias son, como cuando se manipula genéticamente un ser vivo, imprevisibles. 

Este asunto, fue tratado por el profesor D. Jesús Huerta de Soto en una conferencia, dentro del ciclo sobre liberalismo promovido por el Ateneo Jovellanos de Gijón, al que tuve la fortuna de asistir. Con la brillantez que le caracteriza nuestro insigne representante de la Escuela Austríaca puso un ejemplo ciertamente actual de racionalización de normas morales refiriéndose al turbio asunto de los GAL. El gobierno español sobrepasado por el problema del terrorismo de ETA, en unos tiempos en los que la sangre corría de una manera casi cotidiana, y ante la dificultad de luchar contra los asesinos dentro de la legalidad, fue seducido por la razón, en este caso razón de Estado, para hacer la guerra con las mismas armas que los terroristas. Racionalmente poco se podía argumentar contra la bondad de la operación. Lo que faltó fue alguien que en alguna de aquellas oscuras reuniones diera un puñetazo en la mesa para decir: ¡Está mal!. El GAL ha supuesto la muerte de inocentes, un obstáculo de no poca importancia en la solución del problema vasco y en fin una triste mancha en la credibilidad de las instituciones supuestamente democráticas del Estado español. 

 
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Todo lo que es, es de una manera dinámica, cambiante y puede ser observado desde infinitas perspectivas, incluida la dimensión "tiempo". Lo cual no significa que "no sea". La realidad tiene "n" caras. Ciertas cosas necesitan, para ser vistas, un estado en el mirar. Ningún hombre puede por sí solo tener acceso a una visión completa de la realidad.  

Pensemos ahora en nuestro concepto del individuo y en sus relaciones con la realidad. El individuo, principal motor y dueño - ciertamente no de una manera absoluta - de su propia existencia, responsable de sus propios actos y de sus consecuencias, un sujeto único e irrepetible, único e irrepetible de una manera asombrosa, mágica. Incluso hermanos, los mismos padres, el mismo ambiente, y sin embargo ¡tan distintos!, cada uno un universo, una apuesta exclusiva, una persona. 

Aunque el concepto de Dios como persona-trinidad pueda parecer una visión antropomórfica, el mismo concepto de persona es una imagen teomórfica del hombre. Lo esencial de la persona es precisamente la imposibilidad de objetivación. La persona, en el sentido teológico del término, seguramente en el único sentido en que puede hablarse en puridad de persona, es un estar-en-sí, un ser-desde y un ser-hacia, un yo, un tu y un nosotros. En toda persona cabe un universo.  

     
    El personalismo moderno, en el que no vamos a entrar ahora de nuevo, es (o fue) una tentativa de salvar a la persona humana de ser engullida por una técnica racionalista. Ha defendido con energía la imposibilidad de objetivar a la persona; y si ya la persona humana escapa a la objetivación, cuánto más el Espíritu divino. Puede que esta conclusión sea válida pero detrás de ella se esconde otra cuestión: la de si las cosas no son al revés, si el personalismo filosófico no se nutre esencialmente de una herencia teológica, más exactamente cristiano-trinitaria, y no renuncia a sí mismo en el instante en que olvida o niega su origen. Von Balthasar. 

    Ahora se puede decir abiertamente que hablar de un Dios tripersonal no es antropomórfico, puesto que sólo teomórficamente se puede hablar de la persona humana. Von Balthasar. 
     

Y ahora veamos cómo millones de estos sujetos se relacionan con el Mundo, se interrelacionan entre sí, y cada experiencia, cada conocimiento, gracias a una capacidad de comunicación sin parangón en la Naturaleza, se transmite de unos a otros, y cada experiencia es única pues como hemos visto la realidad es cambiante, y todas estas relaciones se expanden hacia el infinito en lo que constituye una función exponencial. F. Hayek advirtió que estas interacciones que se producen en las relaciones humanas y la necesidad de responder a una realidad que fluye hacen científicamente imposible cualquier intento más o menos bienintencionado de planificación, con lo que demostró la imposibilidad teórica del socialismo. Efectivamente, ninguna persona, ni ningún organismo central puede disponer de toda la información que sería necesaria para planificar con éxito las necesidades humanas en un escenario tan complejo y dinámico. 

Aquí es donde hay que buscar el fracaso de las revoluciones que como Saturno han acostumbrado a devorar a sus hijos, y de entre ellos no se salvaron ni los más queridos: los alegres sueños de construir un mundo mejor. Todas las revoluciones han acabado por ser dirigidas de arriba abajo, y acabaron en intentos de planificación. La única revolución posible es la del individuo, la revolución interior. 

El mismo lenguaje pasa serias dificultades para mostrar esta realidad. Si no, no habría tantos. El concepto es rígido, la realidad una espiral helicoidal, girando sobre sí, retorciéndose, expandiéndose, contrayéndose en infinitas direcciones. 

Ciertamente, aquí se debe admirar al hombre como poderoso genio constructor, que sobre fundamentos movedizos y, por así decirlo, sobre agua que fluye consigue levantar una catedral de conceptos infinitamente complicada; claro, para encontrar apoyo en tales fundamentos tiene que ser una construcción como de telarañas, tan fina que sea transportada por las olas, tan firme que no sea desgarrada por el viento. (F. Nietzsche).  

La abundancia de todas estas relaciones humanas de las que venimos hablando deviene en una consecuencia vital: todos los actos del individuo son trascendentes, pues se multiplicarán a través de este entramado de relaciones, en una progresión sin límites. 

 
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Pensemos en nuestro tiempo, en la era de la información. Un individuo en su casa conectado a una red con acceso directo a toda la herencia cultural de nuestra civilización, a un espacio libre donde fluyen conocimientos y opiniones. Porque la interrelación, lo es también con el pasado, con el inmensurable tesoro que ha llegado a nuestras manos. Un tesoro que pasa de mano en mano y lejos de aligerarse se acrecienta ya que quien toma algo de él lo devuelve al mil por uno. 
     
    El verdadero escritor, como la verdadera riqueza, se reconoce no por los tesoros que posee, sino por su capacidad para hacer que se vuelvan preciosas las cosas que toca. Por lo tanto, es como una luz que, invisible en sí misma, calienta y hace visible el mundo. Ernst Jünger. 
     
Curiosamente al volver la vista atrás sobre las predicciones de los futurólogos de la ciencia ficción relativas a los nuevos y asombrosos logros de la civilización que supuestamente verían la luz con el nuevo siglo, en ninguna se barajaba la posibilidad de la existencia masificada de potentes ordenadores personales conectados a redes de comunicaciones. Muchos coincidían en que Marte sería colonizado o, el cáncer podría ser curado pero nadie vio la revolución de la información ni las consecuencias de los primeros desarrollos de la "máquina de los sueños". Incluso el gigante de la informática IBM dudaba a principios de los 70 sobre las posibilidades de los ordenadores personales, no teniendo claro cuál sería su acogida entre el gran público y qué aplicaciones podrían encontrar a las computadoras usuarios ajenos a la comunidad científica y a las grandes finanzas. 
 
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De modo que la imposibilidad de aprehender la realidad por medio de una razón sobrevalorada tuvo como efecto la negación de un EN-SI en las cosas - ¡sólo porque no puede accederse racionalmente a él! - por lo que, el Mundo - todo lo que es - fue desustanciado, desvalorizado, desposeído de su esencia y sometido al relativismo subjetivista propio del nihilismo primigenio. La Verdad fue difuminada en un mar de verdades relativas, la Realidad perdió todo el sentido ante las realidades de una nueva y emergente teología civil y la vieja fe en el Dios cristiano fue depositada en la ciencia natural. (Dalmacio Negro). 
     
    Para mí en la naturaleza, en el cosmos, hay una dimensión divina, sacra. En este sentido el moderno "neopaganismo" es una conclusión apresurada, o, por lo menos una fase de transición. Sin embargo, para mí lo importante sigue siendo el Individuo, el gran Solitario, capaz de resistir en las situaciones difíciles para el espíritu, como la que está llegando y que será una nueva edad de hierro. Ernst Jünger. 
     
Incluso la misma Iglesia ha dado muestras de flaqueza. 

La Iglesia es la única institución del mundo que tiene el derecho a sostener dogmas, pues fuera de éstos no existe. Ahora bien, es a sus dogmas a los que renuncia después del Renacimiento, poco a poco, inclinándose ante la ciencia o ante el arte, cuando su dominio no es de este mundo. (Vintila Horia). 

El relativismo conduce a la postre a la negación de la Verdad. 

¿Qué es la verdad?. Un ejército móvil de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en una palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas poética y retóricamente y que después de un prolongado uso a un pueblo le parecen fijas, canónicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son, metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora ya no se consideran como monedas, sino como metal. (F. Nietzche). 

 
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Este relativismo en torno al mundo y a la existencia ha sido el sustrato idóneo para el crecimiento de la última - y consecuentemente la más peligrosa - forma de Estado Total: el Estado Providencia. Al sustituir un orden imperioso - necesario, irresistible, inevitable, cosmológico - por un orden imperativo - aleatorio, creado y modificado por el hombre - la propia realidad, el bien y el mal, y la verdad misma pasaron a ser una cuestión de índole circunstancial. 

El hombre ha quedado indefenso ante el Estado. Un hombre del que se han ido anulando las diferencias para hacerlo cada vez más homogéneo y finalmente reducirlo a pura masa. (Dalmacio Negro). 

Un programa informático como con el que estoy escribiendo se atreve a corregirme en cuestiones de estilo. Por ejemplo cuando quiero enfatizar una conclusión relacionándola con las motivaciones expuestas en el párrafo anterior, me gusta la expresión: "Es por esto que.". Entonces la máquina me llama la atención diciendo que la expresión es redundante. Da miedo pensar en un mundo en que todos escribamos igual. La riqueza de la lengua es precisamente la pluralidad, no digamos nada de los usos estilísticos que se basan en gran medida en la distorsión de los empleos normales en la búsqueda de una mayor expresividad, belleza, etc.  

Hoy puede encontrarse cierta corriente liberal demasiado autocomplaciente, demasiado ocupada en jactarse de su, por otro lado incontestable, triunfo sobre el socialismo como para advertir el peligro del Leviatán oculto ahora bajo otra forma. "Nunca ha habido más libertades", dicen y se miran, satisfechos las barrigas.  

     
    La explotación es el rasgo fundamental del mundo de máquinas y autómatas. Allí donde el Leviatán aparece crece insaciablemente. Sobre esto tampoco debe engañarse cuando una mayor riqueza parece dorar las escamas. Es todavía más temible en el confort. Como Nietzsche predijo, ha empezado el tiempo de los Estados monstruos. Ernst Jünger. 
     
La idea más perniciosa: vivimos en el mejor de los mundos posible. Se admite, sin crítica, que nuestras sociedades desarrolladas son democráticas, que nuestros mercados son libres y que nuestros jueces, justos. Y cuando la evidencia de los hechos muestra nuestro gran déficit de democracia, de libertad y de justicia, entonces nos justificamos pensando que nunca se estuvo mejor y que hay que tolerar ciertos fallos inherentes a cualquier sistema. 

"Aunque los ciudadanos del mundo occidental suelen equiparar al mercado con la libertad de opinión, la mano oculta del mercado puede ser un instrumento de control casi tan potente como el puño de hierro del Estado." 

     
    La corriente mayoritaria de pensamiento admite el hecho de que el mercado tiene fallos que hacen necesaria la intervención para aumentar su eficacia y evitar los males inherentes a sus desajustes, que se producen bajo la forma de crisis cíclicas. El planteamiento que siembra la duda es: ¿los fallos que se producen en nuestros mercados son propios de los mercados libres o son más bien consecuencia de todas las regulaciones e intervenciones que no siempre con honestas intenciones llevan a cabo los gobiernos?. Aunque yo siempre seguí a Galbraith, y continuo haciéndolo, pues creo que las distorsiones del libre mercado están ahí, debo estar agradecido a D. Jesús Huerta de Soto por sembrar la duda en lo referente a los orígenes de las mismas. La postura de D. Jesús puede estudiarse en Dinero, crédito bancario y ciclos económicos. La dificultad es que como vivimos en el mejor de los mundos posibles no tenemos la posibilidad de comparar qué pasaría si realmente dejásemos actuar al mercado. Para los Estados socialistas la impermeabilización de las fronteras se convirtió en una obsesión. Por muy potente que fuera la propaganda, mal podía creerse en las bondades del sistema cuando al otro lado del telón los hombres y las mujeres no sólo vivían mejor, además el sistema les permitía un desarrollo personal impensable al otro lado del muro. La imposibilidad de aislar herméticamente a estas sociedades por parte de sus gobiernos fue decisiva en la posterior caída de estos regímenes. Visitar Berlín y observar la enorme distancia que separaba una Alemania de otra es un espectáculo que lleva a la reflexión sobre el sufrimiento de todos los europeos que tras la guerra quedaron abandonados en manos de los dictadores comunistas olvidados por sus hermanos, ¡cerca de cuarenta años de sufrimiento para nada!. En nuestro caso no tenemos posibilidad de comparación. Ni siquiera EE.UU puede considerarse, en puridad, un mercado auténticamente libre. En el 1984 de Orwell, es el propio cuerpo el que se rebela. A pesar de la propaganda y de la inexistencia de un punto de comparación - hasta la Historia se reescribe día a día a conveniencia - algo en lo más hondo de Smith le grita su rechazo a su forma de vida, y que pese a todo es posible una existencia en la tierra más humana, más libre, más bella. 
 
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Todo el sistema liberal - y no sólo el mercado - tiene como piedra angular al individuo. La Libertad sólo puede predicarse en sentido estricto de un individuo. En determinadas circunstancias muy extremas podría hablarse de la libertad de un pueblo, pero siempre supondría una reducción del concepto.  

El progreso tecnológico ha hecho posible el advenimiento del Estado Providencia como última forma de Estado Total. El antiguo Estado Totalitario obtenía la obediencia mediante la utilización de la violencia física y el terror. El Estado Providencia actúa merced a la manipulación. Una mentira repetida cien veces se convierte en verdad. (Dalmacio Negro). 

Los intentos de planificación han sido y serán caminos abiertos hacia el totalitarismo. Esta tesis fue mantenida por F. Hayek en "Camino de servidumbre" causando una enorme polémica. Las planificaciones sólo son posibles en sujetos homogéneos, y por lo tanto predecibles. El imparable proceso de homogeneización de la humanidad debe ser motivo de preocupación, reflexión y análisis. La pregunta es si los consumidores son soberanos, y en qué medida lo son, si el mercado responde a sus necesidades o si más bien los productores deciden qué deben consumir. 

 
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La conclusión es que, al carecer el SER de significación, hemos llegado a un estado de neurosis masiva, un desencantamiento del mundo con la consiguiente aceptación de lo absurdo. La pérdida del sentido de la realidad lleva a aceptar perspectivas irracionales (D. Negro). ¡Y todo empezó por la ilusión racionalista!. 

El vértigo es el sentimiento indescriptible del hombre ante el vacío. Imposibles ya para la sacralización el espacio y el tiempo, el hombre sucumbe en el torbellino. Ante la ausencia de palabras adecuadas las imágenes se vuelven luminosos puntos de luz, estratégicos faros de las costas abruptas y brumosas. Si queda alguna imagen esta es la del movimiento.  

Aquí, en la última estación, se han profanado los lugares y tiempos sagrados. Así, la Tierra es amorfa, el Tiempo una sucesión de instantes. En los días y en los lugares sagrados, el hombre retoma su más valioso tesoro, ser una imagen divina, renace en ella, libre de pasados fracasos, otra vez puro y sin culpa, para reiniciar un nuevo ciclo, un nuevo girar, una nueva promesa de vida. El tiempo sagrado marca los ciclos cósmicos de muerte y resurrección. Lo sagrado da forma a las magnitudes físicas, sitúa al hombre en el Mundo, lo asienta en su devenir engarzándolo con el pasado, mostrándole un rumbo para el futuro y evitando que sea arrastrado por el torbellino. En relación con este asunto: "Lo sagrado y lo profano". Mircea Eliade. 

 
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Pero vayamos a la segunda cuestión: ¿es el objeto de la razón el conocimiento de la Verdad del Mundo?. Pensemos en el ser humano desde una perspectiva biológica, concretamente en la supervivencia de la especie en un medio hostil. Pocas son las criaturas más débiles, menos capacitadas, al menos aparentemente, para la lucha por la vida. Su fuerza, su resistencia, su velocidad, todos los atributos físicos que se quieran, son patéticos si se los compara con otras especies. 

Por otro lado, paradójicamente, los seres vivos que han resultado ser más peligrosos para nosotros, hasta el punto de ganar batallas en la guerra de la especies, han sido de los de menor tamaño. Y pienso ahora en mortíferos virus como la viruela, o recientemente el VIH.  

A pesar de todo el hombre ha domeñado la tierra. El intelecto lo ha hecho posible. El intelecto es al hombre lo que las garras al águila o la capacidad de reproducción a la rata, o la mutabilidad genética a los virus. Su objeto no es desde luego la verdad sino simple y llanamente la supervivencia. 

"El hombre sólo quiere la verdad en análogo sentido limitado. Desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida; es indiferente al conocimiento puro y carente de consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas". (F. Nietzsche).  

El intelecto como medio de conservación del individuo es responsable también de la autodefensa. Aquí desarrolla principalmente sus fines mediante la ficción y el olvido, recreando la realidad bajo la perspectiva de la supervivencia del sujeto. Así sucede con los mecanismos de la memoria, en su trabajo selectivo, y en como a la manera de un auténtico Ministerio de la Verdad, no busca conservar el pasado sino recrearlo. 

El intelecto está tan íntimamente ligado a la supervivencia de la especie que malamente nada que esté basado en él puede ser un medio de aprehender la Verdad del Mundo.  

Ante la culpa, la razón actúa sin pudor, tergiversando hechos, inventando silogismos, elaborando con ellos sofisticados laberintos de reproches, acusaciones y disculpas, buscando incesantemente ahogar el sentimiento moral del sujeto, al que consigue a menudo embaucar. 

No puedo aquí estar con Hayek y su teoría evolutiva de las normas morales. 

Pienso que realmente la persona tiene un sentimiento moral innato, natural, que forma parte de ella, y ello a pesar de los ejemplos que la antropología pueda ofrecer, ya que el intelecto tiene, como hemos visto, un fuerte componente de instinto de supervivencia, y siempre puede racionalizarse una norma moral. 

 
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En verdad que es increíble que el hecho capital, el acontecimiento más importante en el devenir de nuestra civilización, merezca tan poca atención. La "muerte de Dios" es determinante para la humanidad hasta el punto de ser la cuestión capital del nuevo siglo. Nada hay de tal magnitud que pueda siquiera comparársele. 

En este asunto destaca como gran visionario Nietzsche, pues en el siglo XIX ya fue plenamente consciente del advenimiento de lo que él llamó cien años de oscuridad. No sólo advirtió que la humanidad se alejaba de Dios, sino que vio las consecuencias mejor que nadie.  

      
    A decir verdad, lo repito, para mí Nietzsche es un gigante que vive ya en el siglo XXI, en la era que será de los titanes. Ernst Jünger. 
     
El gran olvido sobre la "muerte de Dios" es consecuencia de la incapacidad del hombre moderno de pensar a Dios - para el hombre moderno el único modo de conocimiento es la razón, tal y como hemos venido desarrollando en la "ilusión racionalista"; es claro que un hombre así difícilmente podrá creer en nada - y también de la repulsa que nos producen "las verdades que puedan ser perjudiciales y destructivas". Aunque un hombre piense que es verdad que Dios no existe - sólo porque no puede aprehenderlo desde la razón - ¿cómo iba a vivir con semejante pensamiento?. El pensamiento de la "muerte de Dios" es el más pernicioso para la vida, es el pensamiento que mata. Sólo mediante el olvido es posible dormir con él. ¿Cómo vivir con tan horrible visión?. El tic-tac de un reloj en un cadáver... 
     
    (...) y entonces no tiene sentido que continúe el latido del corazón, la circulación de la sangre y la secreción de los riñones, como tampoco el tic-tac de un reloj en un cadáver (.). Ernst Jünger. 
     
Puede dar la impresión de que se trata de un discurrir contradictorio. No hay tal. Adviértanse por un lado las dificultades de un hombre de nuestro tiempo para creer en Dios, no puede acariciarlo con su razón "cientista". Nótese, por otro, que el pensamiento "Dios no existe" es contrario a la vida. ¿Qué hacer?. ¿Y si se pudiera olvidar todo esto, no preocuparse por ello, encerrarlo en el más oscuro rincón y correr más y más deprisa, y no parar nunca para estar siempre ocupado y así no pensar nunca en ello?.  
     
    Ya ha destacado Léon Bloy la estrecha correspondencia entre el aumento del movimiento con esa clase de miedo (a la Nada). Retrotrae la invención de máquinas cada vez más rápidas a la voluntad de huida, a una especie de instinto con el que el hombre presiente amenazas de las cuales quizá pueda salvarse yendo a gran velocidad de una parte a otra de la tierra. Ernst Jünger. 
     
Que un hombre viva y muera para desaparecer sin más imposibilita la aceptación de los sacrificios voluntarios que la propia existencia conlleva. 

En "Esperando la lluvia de verano" me serví de la primera aparición de Zaratustra ante los hombres, ante el mercado, y puse en boca del sacerdote que oficia el funeral de Adolfo Summerain, muerto por la casualidad más absurda, sus palabras ante el saltimbanqui agonizante. 

     
    En este momento se hace un silencio espeso en el aire saturado de olores - también el olor de la muerte - esperando que mi palabra llene el fluido caliente. Ha llegado mi momento. Sólo el gimoteo constante de la viuda resuena en las bóvedas ante mis manos alzadas, ante mis brazos abiertos. Ha cesado todo rumor. Es mi momento. En esta ocasión no les hablaré de consuelo sino de desesperación. 

    "Una vez más nos reúne aquí en la casa de Dios el dolor. Un dolor intenso por la pérdida de un ser querido. Y en este momento ante la fatalidad, ante la casualidad, ante lo absurdo de esta muerte, como lo de tantas otras, nos encontramos perdidos sin respuestas, y nos cuesta más que nunca creer en Dios, Padre, Todopoderoso. Por eso hoy no voy a hablaros de resurrección, de otra vida más allá de la muerte, sino precisamente de todo lo contrario. De lo que sería sin Dios. 

    De la muerte absurda. 
    De la vida vacía. 
    De la desesperación. 
    Del nihilismo. 
    De vuestro nihilismo. 

    Veréis.., hace muchos años un hombre llamado Zaratustra a la edad de treinta años abandonó su patria y marchó a las montañas. Diez años permaneció meditando hasta que decidió volver para enseñar sus creencias a los hombres. Así lo hizo en una gran ciudad ante la multitud. Había en la misma plaza un número de equilibristas de circo y como muchos de los que allí había no veían con buenos ojos a Zaratustra se burlaban de él. ¡Ya hemos visto hablar al volatinero, que actúe también!. Entonces se produce un fatal accidente. Uno de los equilibristas se estrella en el suelo, justo al lado de Zaratustra. Todos se apartan horrorizados menos éste, que se arrodilla junto al moribundo que murmura: ¿Qué haces aquí?. Hace tiempo que me persigue el diablo para llevarme al infierno, ¿quieres tu impedírselo?. Y Zaratustra responde: todo eso de que hablas no existe. No hay infierno. ¡Tu alma estará muerta más pronto aún que tu cuerpo!. ¿Y qué creéis que responde el moribundo?. Veréis, el saltimbanqui herido de muerte en el suelo contesta: si tu dices la verdad, nada pierdo perdiendo la vida. No he sido más que un animal que con palos y golpes, con poca comida, enseñaron a bailar. ¿Podéis sentir la desesperación?, ¿el vacío?, ¿no veis que sin Dios nada vale la pena, ni siquiera la vida, que sin Dios sólo somos animales a los que con palos y golpes enseñaron a bailar". 
     

Es precisamente Nietzsche, el gran visionario de la "muerte de Dios" y sus consecuencias. Los gritos desgarradores del "loco" al darse cuenta de que sin Dios el hombre es arrastrado por el torbellino. Es significativo el uso generalizado de imágenes de movimiento. 
     
    El loco. No habéis oído hablar de aquel loco que a plena luz de la mañana encendía una linterna y sin cesar gritaba: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!. - Puesto que por allí formaban corro precisamente muchos de los que no creían en Dios, provocaba grandes risas. Uno decía: ¿es que se ha perdido?. Otro decía: ¿se ha extraviado como un niño? ¿o permanece escondido? ¿tiene miedo de nosotros? ¿ha embarcado? ¿o emigrado? - así gritaban y reían sin orden ni concierto. El loco, de un salto se puso en medio de ellos y les atravesó con su mirada. ¿Adónde se ha ido Dios? - gritó - . ¡Yo os lo diré!. Nosotros le hemos matado. - ¡Vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!. Pero ¿cómo lo hemos hecho?. ¿Cómo pudimos bebernos todo el mar?. ¿Quién nos dio la esponja para borrar por completo el horizonte?. ¿Qué hicimos cuando a esta tierra la desencadenamos de su sol?. ¿Hacia dónde se mueve ahora?. ¿Hacia dónde nos movemos nosotros?. ¿Lejos de todos los soles?. ¿No nos precipitamos constantemente?. ¿Hacia atrás, hacia los lados, hacia delante, en todas las direcciones?. ¿Hay todavía un arriba y un abajo?. ¿No vamos errando como a través de una nada infinita?. ¿No recibimos el soplo del espacio vacío?. ¿No hace más frío?. ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche?.(.) Nietzsche. 
     
Este sentimiento lleva a la desesperación. Es el vértigo. El fenómeno de la droga en nuestra sociedad es consecuencia de este mismo sentimiento, en cuanto camino de destrucción y de muerte. No es una causa, como muchas veces se quiere ver, sino una consecuencia. Que los jóvenes busquen el suicidio, aunque sea de una manera lenta y en principio aparentemente placentera es una señal clara de que algo no funciona. 
     
    No sé adonde voy 
    Pero voy a tratar de llegar al reino, 
    Si puedo, porque hace que me sienta un hombre 
    Cuando meto la aguja en mi vena 
    Y entonces os digo que las cosas ya no son iguales, 
    Cuando voy lanzado en mi carrera 
    Y me siento hijo de Jesús, 
    Y supongo que no sé 
    Y supongo que no sé. 
    He tomado una gran decisión, 
    Voy a tratar de anular mi vida, 
    Porque cuando la sangre empieza a fluir 
    Cuando salta del cuello del cuentagotas, 
    Cuando estoy cercando a la muerte 
    Y nadie puede hacer nada, ni vosotros tíos 
    Ni todas vosotras niñas tontas con vuestra dulce conversación, 
    Os podéis ir todos a paseo. 
    Y supongo que no sé 
    Y supongo que no sé. 
    Me habría gustado nacer hace mil años, 
    haber navegado los mares oscuros 
    en un gran clíper. 
    Ir de una tierra a otra, 
    Con gorra y traje de marinero, 
    Lejos de la gran ciudad 
    Donde un hombre no puede librarse 
    De todos los males de la ciudad, 
    Ni de sí mismo ni de aquellos que le rodean, 
    Oh y supongo que no sé 
    Oh y supongo que no sé. 
    Heroína, se mi muerte, 
    Heroína, es mi mujer y mi vida, 
    Porque una gran 
    Vía en mi vena 
    Conduce al centro de mi cabeza, 
    Y entonces estoy mejor arriba y muerto 
    Cuando el caballo empieza a fluir 
    Y realmente ya no me importa 
    Ninguno de los payasos de esta ciudad, 
    Ni medio mundo acabando con el otro medio, 
    Ni todos los políticos haciendo ruidos infernales, 
    Ni todas las pilas de cadáveres amontonados. 
    Porque cuando el caballo empieza a fluir 
    Entonces realmente ya no me preocupa nada, 
    Oh, cuando la heroína está en mi sangre 
    Y esa sangre en mi cabeza, 
    Doy gracias a Dios por sentirme tan bien como muerto, 
    Doy gracias a vuestro Dios por no estar despierto, 
    Doy gracias a Dios porque ya no me importa nada, 
    Oh y supongo que no sé. Heroin. Lou Reed. 
     
Han sido los escritores los que han tenido una mayor percepción del vértigo. El abismo siempre ha atraído a los creadores. No ha sido infrecuente que su caos pariera estrellas danzarinas. Hay en Conrad algo especial que le hace distinto. Para mi se trata de la reverencia que tiene hacia el sentimiento moral de cumplir con el deber, más allá de la razón, más allá de la propia muerte. 
     
    El gran tema es desde hace cien años el nihilismo, tanto si expone como pasivo o como activo. En eso no tiene nada que ver con el valor, si debilidades o fuerzas dan luces a la obra: son variantes en uno y el mismo juego. Sin embargo, hay mucho en común en autores tan diferentes como Verlain, Proust, Trakl, Rilke, e igualmente en Lautreamont, Nietzsche, Rimbaud, Barrès. Por eso la obra de Joseph Conrad es extraña, porque se equilibran en ella resignación y acción y están estrechamente unidas. Ernst Jünger. 
     
Otras veces el nihilismo se vuelve cínico. Así lo hace cuando la desilusión es mayor. Es el nihilismo de los que en otro tiempo ambicionaron ser héroes. Ahora se arrastran en el fango, se burlan de cualquier intención elevada y no hacen planes más allá de un día. Esto es el vértigo. 
 
    Si no me viera tan astringido, forzado, suprimiría todo.sobre todo el "Viaje".De todos mis libros el único verdaderamente dañino es el "Viaje".Yo me entiendo. El fondo sensible.¡Todo va empezar de nuevo!. ¡El aquelarre!.. Oirás gritar desde arriba, de lejos, de lugares sin nombre: palabras, órdenes. 

    ¡Verás que tiovivo!.Ya me dirás. 
    ¡Ah, no vayas a creer que es un juego!. Ya no juego.ni siquiera soy amable. 
    Si no estuviese ahí totalmente obligado, la espalda contra algo.lo suprimiría todo. Celine. 

 
 
*   *   *   *

El gran error de Nietzsche fue el superhombre. Ahora podemos decirlo, ya ha pasado el tiempo suficiente. Ya son varias las generaciones "sin Dios" y el superhombre, lejos de aparecer, se antoja más utópico que nunca. Nietzche pensó que cuando el hombre dejara definitivamente de buscar paraísos más allá de las estrellas se decidiría finalmente a ser el sentido de la tierra. Nietzche era muy consciente de las dificultades de tamaña empresa.  

     
    Más aún, también cuando se manda a sí mismo tiene que expiar su mandar. Tiene que ser juez y vengador y víctima de su propia ley. Nietzsche. 
     
Ningún hombre podría estar a la altura de tales exigencias, pero en un futuro la superación del hombre, llevaría al alumbramiento de una nueva figura: el superhombre. Es una burda simplificación, no siempre desinteresada, ver en la teoría del superhombre intenciones racistas. El superhombre no es una raza, sino un nuevo tipo, un titán capaz de robar el fuego a los dioses. El gran error de Nietzche fue el superhombre. Ahora podemos decir, tras los años de oscuridad que profetizó este gran visionario, que el hombre ha fracasado en su intento de ser el sentido de la tierra. Cansado de correr, siempre detrás, persiguiendo al fantasma inalcanzable de su "deber ser". Una imagen espectral cada vez más difuminada. Una imagen girando en el torbellino. 

El vértigo es el sentimiento indescriptible del hombre ante el vacío. Imposibles ya para la sacralización el espacio y el tiempo, el hombre sucumbe en el torbellino. Ante la ausencia de palabras adecuadas las imágenes se vuelven luminosos puntos de luz, estratégicos faros de las costas abruptas y brumosas. Si queda alguna imagen esta es la del movimiento.  
  

 
*   *   *   *

   Bueno, pues ya está. Esto era todo. A fin de cuentas todas estas letras no son más que razones, opiniones, intentos de acercamiento. En cuanto a tales también giran en el torbellino. Están inmersas en él y sujetas a sus leyes. Lo realmente importante es la Pregunta: porqué es el eje alrededor del cual vuela el torbellino de las respuestas. Donde se desatan grandes fuerzas hay un punto céntrico en torno al cual se desata la violencia, mientras él permanece al margen. El ojo del huracán. En él todo está en calma. Por esto es importante la Pregunta.  

     
    En este sentido me escribe Ricardo Viejo: 

    ¿Dónde está el grial?. ¿Habrá que preguntarse antes qué es el Grial?. Pero vayamos al mito: "se trata de un detalle de la leyenda de Parsifal y del Rey Pescador. Conocida es la misteriosa enfermedad que paralizaba al viejo Rey poseedor del secreto del Grial. Por lo demás no era él solo quien sufría; todo en torno a él se derrumbaba, se esterilizaba: el palacio, las torres, los jardines; los animales ya no se multiplicaban, los árboles no daban fruto, se secaban las fuentes. Muchos médicos habían intentado salvar al rey Pescador; ningún resultado obtuvieron. Día y noche llegaban caballeros y todos empezaban por preguntar nuevas relativas a la salud del rey. Un solo caballero - pobre, desconocido, hasta un poco ridículo - se permite ignorar la etiqueta y la cortesía. Su nombre es Parsifal. Sin tener en cuenta el ceremonial cortesano, se dirige directamente al rey y sin ningún preámbulo le pregunta al acercársele: "Dónde está el Grial". En el mismo instante todo se transforma: el rey se alza del lecho de dolores, los ríos y las fuentes vuelven a correr, renace la vegetación, el castillo se restaura milagrosamente. Las palabras de Parsifal habrían bastado para regenerar la Naturaleza entera. Pero es que estas pocas palabras eran el problema central, el único problema que podía interesar no sólo al rey Pescador, sino al Cosmos entero: ¿Dónde se halla lo real por excelencia, lo sagrado, el Centro de la vida y la fuente de la inmortalidad?. ¿Dónde estaba el Santo Grial?. A nadie se le había ocurrido hacer la pregunta central antes que la hiciera Parsifal, y el mundo perecía por esa indiferencia metafísica y religiosa, por tamaña falta de imaginación, y por tal ausencia de deseo de lo real." 

    Ante esto apostilla Mircea Eliade: "Este pequeño detalle de un grandioso mito europeo nos revela por lo menos un lado desconocido del simbolismo del Centro: no sólo existe una íntima solidaridad entre la vida universal y la salud del hombre, sino que basta con plantear el problema de la salud, basta con plantear el problema central, es decir, el problema para que la vida cósmica se regenere perpetuamente. Porque muchas veces - como parece mostrar este fragmento mítico - la muerte no es más que el resultado de nuestro problema frente a la inmortalidad." 
     

Podría decirse que es como una apuesta. Una apuesta cuya conclusión está mas allá de la muerte. El truco podría estar en que se gana con sólo tener la valentía de aceptarla. 

Cuando escuché estas palabras pensé en ellas para cerrar el Vértigo. Faulkner es adecuado porque puede presumir de haberse asomado al abismo. 

     
    Yo no creo en el fin del hombre. Es harto simple decir que el hombre es inmortal sencillamente porque perseverará, porque cuando el eco de la última campanada del juicio se haya apagado en la última y más miserable roca, vacilante, aunque ya no la sacuda la marea, en el último crepúsculo rojizo y agonizante, aún entonces habrá un sonido más: el de la mezquina pero inextinguible voz humana que seguirá hablando y hablando. Lo que yo creo es algo más. Creo que el hombre no sólo perdurará, sino que prevalecerá. Es inmortal, no porque sea de todas las criaturas la única que posee una voz inextinguible, sino porque tiene un alma, un espíritu, capaz de compasión y de sacrificio y de sufrimiento. William Faulkner. 
     
En Llanes. Finalizando el milenio.
 
 
NOTA
* Nacido en México, estudió Derecho y Economía en Madrid. Actualmente reside en la ciudad asturiana de Llanes, España.
   
 
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