SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
LA TIERRA BLANCA
GUILLERMO GARCIA FERREIRA

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Lo destacable de todo esto es que la primitiva Albania escita se perfilaría como una especie de enclave donde, en alguna época ya alejada de los orígenes, se constituyó un importante centro espiritual cuya fama se extendió, a través de las colonias griegas del Mar Negro, hasta los Balcanes y el mediodía de Europa. Además, resulta al menos curioso que diversos mitos y tradiciones sugieran que el citado enclave recibió influencias tanto occidentales (y ahí tenemos para probarlo los mitos que ligan la región con los viajes de Hércules y de los argonautas) como septentrionales. La cuestión, evidentemente, es de aquellas imposibles de dirimir satisfactoriamente al presente. Todo parecería indicar, empero y respetando el orden lógico de la historia, que las influencias hayan llegado efectivamente del Norte, pero no de manera directa sino a través de la ruta occidental que luego se 'reencontró'.6

El hecho de que la zona caucásica haya sido identificada desde épocas bastante antiguas con la acción de un Centro Espiritual donde se custodiaran formas de la Tradición Primordial en sus manifestaciones post-atlánticas y nórdicas, justifica el que dichos territorios hayan estado asociados a un complejo simbolismo inseparable del establecimiento de tales Centros. Así se explicarían, por ejemplo, las reiteradas referencias al color blanco. En consecuencia, resulta comprensible y hasta justificable que, siendo conciente de la etimología de Albania pero totalmente ignorante de su verdadero sentido, el Caballero de Mandevilla esgrima una explicación un tanto literal a fin de justificar el nombre del lugar: "porque las gentes ý son más blancos mucho que en las otras marquas d'entor".

Dicha explicación, de todos modos, probablemente encierre ecos de una noticia muy antigua transmitida por Herodoto –quien, por cierto, también solía ser completamente ciego a los sentidos metafísicos y sagrados de muchas de los referencias que manejaba– en relación a un pueblo vecino de los escitas, los budinos, quienes habitaban al noreste del Mar de Azov, en una región profusamente boscosa cercana a las desembocaduras del Volga en el Mar Caspio [IV 21 y 109, 2]. De ellos dice Heródoto que "constituyen un pueblo potente y numeroso", que poseen "ojos intensamente azules" y "tez rubicunda" (o "pelo rojizo", según una traducción alternativa) [IV 108]. Como sea, se ha argüido que estos budinos eran de origen germánico [Cf. SCHRADER, 2000: n. 398, donde se justifica esta afirmación a partir de Tácito, Germania 4]. La diferencia del color de piel entre budinos y telonios (otro pueblo vecino), la subraya el mismo Heródoto un poco más adelante [IV 109].

No es improbable que el nombre Albania se haya relacionado con el tiempo al tipo físico de algún pueblo que, procedente de latitudes septentrionales, se afincara en la región norcaucasiana en épocas relativamente recientes. Pero esta explicación (que es la que parece satisfacer a Juan de Mandevilla) se perfila como insuficiente a la luz de todo lo arriba expuesto.

A propósito del color blanco y su ligazón con ciertos territorios predeterminados, un tipo semejante de explicación 'naturalista' la ensaya Heródoto cuando, después de anotar en IV, 7, 3 que

La zona septentrional de Escitia, al norte de sus habitantes más remotos, ya no es posible [–según ellos–] contemplarla ni recorrerla en toda su extensión debido a las plumas que hay esparcidas, pues tanto la tierra como el aire están llenos de plumas y son ellas las que impiden la vista. [2000: 281],

racionaliza algo más abajo [IV 31] esas supuestas plumas identificándolas con copos de nieve. No obstante, la tradición de la que se hace eco debe, por fuerza, encerrar una significación simbólica mucho más profunda que al griego le fue imposible desentrañar.

Mucho más interesante es otra mención de Heródoto en relación a un pueblo semilegendario vecino a los escitas. Se trata de los Argipeos, situados según el historiador al norte del Mar Caspio, al pie de los Urales meridionales. Son estos

unos individuos que, según cuentan, son todos calvos desde el instante de su nacimiento, tanto los hombres como las mujeres, sin distinción de sexo; además, tienen la nariz chata y el mentón prominente, hablan una lengua peculiar, usan la vestimenta escita y viven del fruto de ciertos árboles. […] Cada cual tiene establecida su residencia bajo un árbol, que en invierno cubren con un toldo impermeable de fieltro blanco, y que mantienen sin el toldo de fieltro durante el verano. Ningún ser humano les causa daño, pues, según dicen, son sagrados y, además, no poseen ningún tipo de arma de guerra. Es más, son ellos quienes dirimen las diferencias existentes entre sus vecinos; y, asimismo, si algún fugitivo recurre a ellos, nadie le causa ningún daño. El nombre de esta gente es el de argipeos. [IV 23, 2-5, Cf. 2000: 297-299].

Parece más que probable que no se trate acá de un pueblo cualquiera sino de una casta sacerdotal extendida al norte de los mares Negro y Caspio. No obstante, ya nos hemos referido en otra oportunidad a estos misteriosos argipeos [GARCÍA FERREIRA: 2004, nota 10], donde consignábamos la curiosa referencia que ahora reproducimos:

En una tumba del valle de Pazyryk (a unos 600 Km. Al sudeste de Novosibirsk) se encontró en 1949 una tienda de fieltro adornada con motivos decorativos que representaban a un jinete ante un personaje sentado, con la cabeza rapada, y que sostiene en la mano derecha un 'árbol de la vida'. Se trata de la investidura de un jefe tribal por parte de la divinidad. [SCHRADER: 2000, 298, n. 96].

Respecto de esa representación, arriesgábamos en aquel estudio que "quizá más acertado" fuera interpretarla como indicación de "la investidura del jefe tribal", vale decir, la principal autoridad de la casta guerrera, por "el máximo representante de la casta sacerdotal, según el orden jerárquico normal imperante en toda sociedad tradicional".

En lo concerniente a la denominación de 'argipeos', decíamos allí que "parece imponerse la relación con argia, 'reposo, inercia', o sea, el estado propio de quien se halla 'en el centro', simbólicamente hablando". Aunque tampoco podía desdeñarse una vinculación argi-pous, 'de pies blancos'. De todos modos –concluíamos– "ambas raíces no son sino una; para ello, comparar argos, 'brillante, resplandeciente, blanco', con argos, 'que no trabaja'".6bis

Lo cierto es que la inmensa área comprendida entre el Mar Negro al Occidente, el Caspio al Oriente, la cordillera del Cáucaso al sur y las estepas siberianas al norte, encierra numerosos indicios de haber albergado un Centro Espiritual de imposible datación cronológica, pero que, a todas luces, se remonta a épocas muy anteriores al período clásico, si bien que alejadas, a su vez, del origen de la presente humanidad. Del área en cuestión, está atestiguado con probada certeza que en épocas bastante recientes obró de nexo en lo relativo a expandir contenidos tradicionales de comprobado origen septentrional hacia los Balcanes e, incluso, el Mediterráneo Occidental.7

Las referencias que ligan a las regiones escitas como ruta de acceso a la tierra blanca primordial, esto es, a Hiperbórea, y, contrariamente, como paso obligado de los emisarios hiperbóreos toda vez que visitaran las regiones meridionales, no se originan por cierto en Heródoto, sino que deben remontarse a fuentes mucho más antiguas e inverificables materialmente, por ser de tradición oral, de las que textos hoy perdidos como las Arimaspeas, de Aristeas de Proconeso7bis, o personajes singularísimos envueltos en brumas legendarias, como Abaris o Zalmoxis, vendrían a ser sus intangibles testimonios.

Lo cierto es que este cúmulo de tradiciones alcanzó la antigüedad tardía e, incluso, la Edad Media. Son elocuentes, al respecto, las noticias multiplicadas a través de las diversas versiones de los viajes de Alejandro por regiones bastante imprecisas de Asia central y septentrional. En ellas, por ejemplo, se perciben aún, si bien que deformadas por los diversos aditamentos supersticiosos de raíz folklórica, las marcas de la antigua Tradición Hiperbórea junto con el abanico de símbolos que le es propio, aunque desdibujados por el paso del tiempo y la ignorancia de quienes sólo los transmitían sin comprenderlos.

Parece lógico postular, pues, que las tierras que median entre los mares Negro y Caspio hayan venido a constituir una de las rutas de contacto obligadas con los restos de la Tradición Primordial; hecho verificable, sobre todo, a través del culto de la divinidad nórdica que los griegos conocieron como Apolo Hiperbóreo. E. R. Dodds [1999: 138] así lo señala cuando escribe que:

"(…) en Escitia, y probablemente también en Tracia, los griegos habían entrado en contacto con pueblos que (…) estaban influidos por esta cultura chamanística. (…) Los frutos de este contacto pueden verse en la aparición, a fines de la Época Arcaica, de una serie de iatrománteis, videntes curanderos mágicos, y maestros religiosos, algunos de ellos relacionados en la tradición griega con el Norte, y todos ellos con manifiestos rasgos chamanísticos".8

Antes de finalizar, no queremos dejar de mencionar que, asociada con la de Albania caucásica, Mandevilla nombra otra región que, situada en esas latitudes, no puede sino provocar perplejidades similares a las del caso anterior. Se trata, por supuesto, de la Iberia asiática. La explicación para esa denominación topográfica se ajusta en casi todo a lo dicho en relación a Albania. Y, a propósito, viene aquí a cuento una precisa referencia de René Guénon acerca de la confusión producida entre unos mismos nombres aplicados, ora a emplazamientos situados en regiones septentrionales, ora a otros ubicados en parajes occidentales a lo largo de las distintas etapas del presente ciclo de humanidad. Así, señala el metafísico francés que resulta "notable que las mismas designaciones de estas dos regiones", esto es, Hiperbórea al Norte y Atlántida al Occidente,

no obstante claramente distintas, puedan también prestarse a confusión, al haberse aplicado nombres de igual raíz a ambas. En efecto, a esta raíz, en formas tan diversas como Hiber, iber o eber, y también ereb por transposición de las letras, se la encuentra designando a la vez la región del invierno, es decir, el Norte y la región de la tarde, o del sol poniente, es decir, Occidente, y a los pueblos que habitan una y otra región (…) [1984: 40].9

Se comprende, pues, la posibilidad de una Iberia occidental y otra caucásica, ligándose la primera a una corriente tradicional de origen atlantídeo, vale decir, secundaria con respecto a la Tradición Primordial, y, parejamente, reflejando la otra un cúmulo de influencias de directa procedencia hiperbórea. Ambas corrientes se encontraron en épocas difíciles de precisar de la última fase del ciclo y, justamente, el área caucásica no es para nada ajena a dicha confluencia10.

Algo más tarde, esas corrientes tradicionales volvieron a separarse. Y no sería errado ver en esa separación una de las señales que marcan el comienzo del Kali Yuga. De todas maneras, el Cáucaso siguió siendo (sea a través de Anatolia, sea a través del Mar Negro), la 'puerta' por intermedio de la cual las influencias procedentes de los conservadores de la Tradición Hiperbórea siguieron llegando al área mediterránea (habitada por culturas, en su mayoría, de tradición atlántica) hasta épocas bastante recientes, fechables en torno a los siglos VII y VI a. C.

Respecto a la suma de consideraciones anteriores, concluyamos provisionalmente que, cuando se trata de abordar cuestiones como las arriba desarrolladas, de poco o nada valen las pretendidas 'pruebas arqueológicas', tan caras a las mentalidades modernas. Nuestro 'material', si es que se nos permite atribuirle esa grosera denominación, se basa pura y exclusivamente en datos emanados de la Tradición, los cuales, aunque incompletos, fragmentarios e incomprendidos al presente, proceden en esencia de una fuente Universal, Única y Perenne y, como tales, perviven acá y allá en espera de ser 'vivificados'.

Por lo tanto, a todos aquellos dados a esgrimir argumentaciones basadas en la imposibilidad de establecer relaciones entre culturas, mitos y geografías tan distantes en el tiempo como en el espacio, les respondemos de muy buena gana que de la comunidad de símbolos entre pueblos prehistóricos, antiguos y, aún, pertenecientes a épocas mucho más recientes, como ser la Edad Media, es más lo que hoy se ignora que lo que efectivamente se sabe.

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BIBLIOGRAFIA

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SCHRADER, Carlos [Traducción y notas], (2000): Heródoto. Historia. Madrid, Gredos.


NOTAS
6 Y sostenemos esto con relativa seguridad, puesto que para la época de las fuentes de las que disponemos, el mundo hiperbóreo, que es el de la Edad de Oro de la tradición griega, había desaparecido hacía milenios.
6bis Por lo demás, no se puede descartar que Heródoto, en su afán racionalizador, no le haya atribuido a los argipeos, de alguna manera, características propias de los hiperbóreos [Cf. ALBALADEJO VIVERO: 1998, 14, n. 37]. Es el caso de la calvicie: se sabe que los sacerdotes de Apolo, en Delfos, se rapaban completamente la cabeza; hecho este, por lo demás, para nada extraño a la casta sacerdotal en cualquier época y lugar. Otro tanto podría afirmarse del 'vegetarianismo' y la prohibición a portar armas.
7 ¿No radicará aquí la explicación simbólica relativa a la importancia de los 'pasos' a través del Cáucaso? En efecto, ¿qué relación hay entre las Puertas Albanianas, también denominadas Sarmáticas, las Puertas Caucasianas, las Puertas Caspias y las Puertas Iberianas? ¿No fue en esos parajes, acaso, donde según una leyenda de la Antigüedad tardía no desprovista de reminiscencias bíblicas, Alejandro Magno mandó erigir unas gigantescas compuertas de bronce a fin de detener el avance de los Pueblos Impuros del Norte, pueblos que, en el final de los tiempos, lograrán finalmente salir e invadir nuestro mundo? Esta, a no dudarlo, es una cuestión oscura y hoy totalmente incomprendida, pero que encierra claves elocuentísimas en lo que hace a comprender la simbología ligada al fin del actual ciclo humano. No pudiendo desarrollar acá este complejísimo tema, digamos solamente que el mismo tiene que ver con la inversión de los símbolos y el avance progresivo de la acción contra-iniciática consecuentes con la marcha descendente del ciclo. En efecto, si hasta una fecha más o menos cercana de la época antigua –los siglos VII o VI a. C– esas puertas, puede afirmarse, permanecían 'abiertas' a las 'influjos boreales' nacidos de la Tradición Primordial, luego comenzaron a 'clausurarse' de manera progresiva a partir de los inicios de la fase final del Kali Yuga. Consecuentemente, si las influencias provenientes del Norte fueron hasta esos días 'benéficas', luego se tornaron francamente 'maléficas', y este cambio no puede ser ajeno al hecho de que todo Centro Espiritual, esto es, toda Tierra Blanca, de los Vivos, la Luz o los Bienaventurados, deviene tierra de los muertos, de las sombras o los condenados cuando el verdadero sentido de la tradición que en él se atesoraba es definitivamente olvidado, primero, y tergiversado, después. No resulta así extraño que justamente de Hiperbórea, esto es, de la sede de la Tradición Unánime, provengan, en las postrimerías, las fuerzas disolventes que arrasarán el mundo, simbólicamente figuradas en las hordas de Gog y Magog.
7bis Quien, probablemente, "viajó durante el último cuarto del siglo VI a. C. o bien en el primero del V a. C. por las regiones situadas al norte del Mar Negro en busca de los hiperbóreos, puesto que (…) se decía que este pueblo mantenía una estrecha relación con el dios Apolo y Aristeas era, precisamente, un 'iluminado' seguidor de esa divinidad" [ALBALADEJO VIVERO: 1998, 8].
8 Dodds insiste un poco más de la cuenta, quizá, con los términos 'chamán' y 'chamanismo', de moda en los ámbitos académicos al momento de publicarse su trabajo y que, por cierto, parecen desviar la cuestión a contextos ajenos al mundo hiperbóreo. Quizá sería mejor hablar de una casta sacerdotal extendida por el área inmensa de Asia Central y Occidental, y cuyas semejanzas podrían buscarse por el lado del druidismo. En efecto, estos 'Hombres de Dios' de procedencia nórdica no son para nada ajenos a la casta sacerdotal de los pueblos célticos, sean cuales hayan sido estos y sea cual haya sido la verdadera extensión geográfica a través de la que se proyectó su influencia, cuestiones estas sobre de las que, hoy en día y como quedó dicho más arriba, no se posee ni el menor atisbo de certeza. Lo anterior no quita, por cierto, que los genuinos chamanes del área siberiana no pudieran haber sido, a su vez, poseedores (y conservadores) de elementos provenientes de la Tradición Hiperbórea. A propósito del Apolo Hiperbóreo, es ocasión aquí de consignar un posible nexo del nombre originario de esta divinidad con una de las toponimias arriba aludidas y vinculadas con Albania. Así, según Dodds, los griegos identificaron a esa divinidad nórdica con su propio Apolo a partir de una "semejanza en el nombre, si Krappe tiene razón al suponerle el dios de Abalus, la 'isla de las manzanas', la Avalón medieval" [Cf. n. 36, p. 157]. ¡Con lo que se reforzarían de esta manera los nexos con el celtismo antes que con el chamanismo!
9 En sánscrito, Varahi es la 'Tierra del Jabalí', esto es, la morada de los siete Rishis –o sabios primordiales– situada en el Norte absoluto. De esta palabra deriva la raíz bor-, de donde 'boreal'. La palabra 'invierno' es una evidente derivación, lo mismo que el inglés bear, oso, ya que en cierta época del ciclo la tierra del jabalí devino 'Tierra del Oso'. La designación de la constelación de la Osa no es ajena a estos sentidos, lo mismo que el mito de Kallisto, de eminente significación hiperbórea. Ahora bien, asociado al noroeste tenemos la designación de Hibernia, uno de los primitivos nombres de Irlanda, cuya identidad fonética con Iberia (o Hiberia) es, prácticamente, total. Y no sólo fonética: recordemos que una de las invasiones míticas a Irlanda, la de los milesios, se dice que provino de España.
10 Esto ha llevado a muchos a ilusionarse con el Cáucaso y a considerarlo a manera de una pretendida 'cuna de la humanidad'. Ya demostramos como el Cáucaso actual no puede sino estar nada más que 'representando' a la Montaña Primordial, de situación Polar, constituyendo, esta sí, el inicio y la sede del presente ciclo humano. La región caucásica, en todo caso, cobra importancia en un período posterior al cataclismo que le puso fin a la Atlántida, es decir, en una época alejadísima ya de los orígenes. Habría que ver, por lo demás, si la tierra de Sinnear bíblica, que algunos equiparan a Sumeria, no estaría situada algo más al noroeste de esta última región, precisamente donde los propios sumerios parecerían haber demarcado una zona sagrada –la tierra de los Cedros, que toscamente otros han querido identificar con el actual Líbano–. De ser caucásica la situación de la tierra bíblica de Sinnear, tendría algo más de sentido que allí se hubiera erigido la torre de Babel, un evidente símbolo del eje del mundo, y mucho más sentido que de ese lugar hubiera arrancado la dispersión de pueblos que, debida a la 'desviación nemródica', marca el comienzo del Kali Yuga. De esta manera, la Tierra Sagrada Caucásica adquiriría una importancia en relación a la última fase del Ciclo análoga a la de Hiperbórea en cuanto a la totalidad del mismo.
   
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