SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

EJES Y TEMAS DE LA METAFÍSICA
JEAN-LUC SPINOSI*

La obra de René Guénon ha permitido reinsertar los temas propios de la metafísica en el terreno intelectual. Esto significa que la herencia transmitida no debe ser concebida como la elaboración de una doctrina nueva sino como la recuperación de una perspectiva. Se debe precisar que aquí se contempla la metafísica en un sentido transcendente1 y según una perspectiva no-dualista.

Efectivamente, la dificultad correspondiente a toda forma de dualismo, y sobre todo la que contrapone un «mundo físico» a un «mundo metafísico», se opone de modo paralizante a toda realización cognoscitiva. La antinomia procedente de la relación metafísica (por ejemplo, el hiato entre lo relativo y lo absoluto según Masson-Oursel) no se sitúa en la misma vía que el criticismo de Kant. Ello no elimina, sin embargo, la legitimidad de la filosofía de este último pensador en el interior del contexto en que opera, pues dicha filosofía se corresponde con las consecuencias de la investigación occidental al expresar un nivel de aprehensión en el que se anticipa la resolución de las antinomias, lo cual sería inconcebible si estuviese en la onda típica de una identificación de la metafísica y la ontología.

La perspectiva metafísica implica el reconocimiento de la doctrina de la identidad suprema que se encuentra expresada en diversas tradiciones y ello tiene como consecuencia sugerir una dimensión, no del Ser o del No-Ser, sino de lo inexpresable. La gnosis o conocimiento inmediato de la visión y la realización requiere un estadio de no-conocimiento, o lo que Nicolás de Cusa denomina una «docta ignorancia».

El enfoque metafísico se inscribe en el marco de un proceso que excede, integrándolo, al de la filosofía. La especulación se orienta hacia la dimensión de la doctrina increada considerada como Sabiduría eterna (Sophia Perennis) y ésta es idéntica2 al Principio supremo, allá dónde ser y conocer son uno. Constatamos entonces que la metafísica como dimensión es inseparable de la doctrina de los estados múltiples del Ser. Se trata en ella de las variaciones de modalidad de una misma realidad. Los niveles «ontológicos»3 tienen su correspondencia inmediata con los grados de conocimiento y de conciencia, y ello se corrobora en las perspectivas llamadas «idealistas» del Yogacara donde se afirma que la conciencia realiza su objeto.

La metafísica supone una realización y ésta no se refiere al orden del discurso, si bien se puede contemplar una posibilidad de expresión mientras el discurso no intente superar el mero terreno de las indicaciones. Se llega así a plantear una articulación provisional, en el discurso definidor de la Sophia Perennis y la Religio perennis, entre la Ontosofía (el ser) y la Teosofía (el uno). Estos dos aspectos son uno en el principio, aunque es posible distinguirlos según se considere a cada cual. Como es de suponer, la dificultad reside en el reparto estricto de los campos de investigación puesto que el plano religioso también contiene una perspectiva intelectual, de igual modo que las dificultades vinculadas al aspecto personal de lo divino se resuelven en su dimensión impersonal. Afirmar una transparencia esencial en la que se borra la limitación de las cosas creadas es, en efecto, lo propio de la distinción sin separación.

Conservaremos el reparto entre el campo religioso y el espacio imaginal (mundo de la forma) en correspondencia con los niveles del Ser. El campo sapiencial pertenece al terreno de la metafísica por su búsqueda de la perennidad y ahí está su fundamento. Lo relativo se confronta con lo Absoluto y este último, a fin de que pueda ser concebido como tal, revela a la limitación. Así, la llamada hacia el Absoluto se encuentra inscrita en la propia naturaleza del espíritu y es eso lo que constituye la búsqueda. Ésta puede tomar la forma de un viaje real desde la modalidad temporal hacia el pasaje a la eternidad.

La escolástica lo ha evocado en términos de procesión y conversión, los cuales, aplicados a la búsqueda, constituyen las etapas del itinerario interior. La filosofía es ante todo una vía de unificación y hay que atenerse a ello. Se necesita cortar con las indecisiones inherentes a los sistemas elaborados por los diversos autores y se debe resituar el camino en la estela de la filosofía una y eterna, confundida injustamente con un «sistema de sistemas» pero reconocida, entre otros, por Leibniz y Jaspers. Esto confirma que la investigación de la verdad no es en modo alguno exclusiva de Oriente o de Occidente.

Reducir la metafísica a la filosofía de Occidente como ha hecho Heidegger o a la perspectiva oriental según la tendencia de René Guénon no puede conducir más que a malentendidos. El Oriente no se puede percibir de otro modo que simbólicamente y se trata, basándose en la obra de Henry Corbin, de considerar la luz interior del sol levante del espíritu.

Louis Lallement decía que la oposición entre el Occidente y el Oriente sería un dato reciente. La vía metafísica, en modo alguno restringida a la ontología, opone la tradición a la modernidad. No es estrictamente tradicional más que lo que se transmite a partir de una herencia reconocida como principio. Así es como se establecen, en primer lugar, las nociones de identidad, Ser y permanencia. En cuanto a la modernidad, ésta se sustenta en el devenir y por lo tanto en los conceptos de cambio y progreso. No se trata de una oposición absoluta sino del producto de una elección determinada que hace bascular a lo uno en beneficio de lo otro. El conflicto se produce desde el momento en que se consideran los temas de manera exclusiva y que la relación del Ser con el devenir deja de estar en conformidad con la primacía del Espíritu. Esta última fundamenta la posición llamada tradicional, para la cual preferimos la denominación de transcendental o metafísica ya que ciertos términos se desvían demasiado a menudo de su sentido real.

Julius Evola comprendió esta diferencia contemplándola bajo el prisma de la relación de las civilizaciones del Tiempo con las del Espacio, pero se extravió demasiado rápidamente en articulaciones excesivamente dualistas. Sin embargo, su distinción entre el mundo de las cosas que son y el mundo de las cosas que se fugan tiene el mérito de atestiguar un mayor discernimiento. Habría que completar su análisis precisando que esta óptica es, sin embargo, provisional, pues como tal no es más que un espejo que se superpone a otros. En última instancia, las diferencias de nivel de realidad son diferencias de conciencia, de perspectiva, a las cuales las doctrinas hindo-búdicas designan como dharsanas (puntos de vista).

En estas condiciones no es posible oponer una realidad profana a una realidad sacra, pero un punto de vista profano tiene otro que lo supera. Así, la realidad es una y única e integra la riqueza de todas las posibilidades, lo que en términos metafísicos se designa como concerniente al Absoluto y al Infinito. Se insistirá todavía sobre su «carácter» esencial, que es el de ser insondable.

Nada de todo esto puede ser comprendido con los solos datos de la razón, y aún a riesgo de provocar las reacciones más vivas de incomprensión, no podemos más que aceptar a este nivel la filosofía de Kant en su fase crítica, no sin precisar que su desenlace comporta la constatación de un fracaso en lo que se refiere a su ruptura antimetafísica.

De todo lo que se acaba de decir surge la dificultad de la vía evocada en tanto que se querría asir a partir del simple discurso la realidad última, ya que ésta no dejará de escaparse, mientras que la ausencia de discurso no es más susceptible de hacernos avanzar. Lo finito no puede aprehender lo infinito. Como tampoco lo relativo podría aprehender al Absoluto. Sin embargo, como indica Masson-Oursel, el hecho de ponerse en situación con respecto a estos datos nos inscribe en el camino de la ascensión metafísica.

Es así como en Grecia se ha planteado la cuestión del Ser, noción que iba a engendrar tantas conquistas intelectuales como rupturas. El Ser como Ser, o la ciencia del Ser en tanto que Ser: es ahí donde la metafísica se ha disociado del conocimiento implicado por nuestra propia condición. El Ser que es Ser en tanto que tal, y solamente eso, se ha amalgamado con la noción de Théos y es así como se ha llegado a una Ontoteología, uno de los principales elementos de la filosofía de Aristóteles.

Es un hecho que el Ser en tanto que Ser, o mejor aún la esencia que se identifica con el Ser, supone la no-alteridad. Sin embargo, la noción del Ser puede perfeccionarse en la inefabilidad del Uno, lo que no implica ninguna determinación o limitación, o bien plantearse en su relación con el estar. Esto último establece entonces una dependencia, o si se quiere, una dualidad difícilmente resoluble ya que el Ser considerado como supremo estando se presta a confusiones.

El lenguaje conlleva ciertas modalidades significativas y esa fue la constatación de la escuela positivista y el círculo de Viena. No obstante, ello no confiere una autoridad a estas perspectivas ya que las formas del discurso se quedan atrás con respecto al plano de lo referido... Así, el criticismo de Kant no podría haber impulsado la perspectiva metafísica al haberse extraviado en un simple enfoque moral como fundamento. Según nosotros, no ha formulado errores en lo relativo a las limitaciones descubiertas por su crítica de una razón razonante, para la que Hamann recurre por su parte al término de «razón impura».

Sin embargo, la propia fundación de estos movimientos pone en evidencia el desequilibrio inicial que generan los términos lingüísticos empleados. Quedaría por reconstituir la génesis de la crisis nominalista y la de la disputa de los universales, que han conferido una dirección determinante a las diferentes rupturas epistemológicas del pensamiento occidental.

Por un lado la filosofía, y más tarde la teología, descansan ambas sobre el pensamiento griego. Esta dependencia sería portadora de consecuencias desastrosas, y aun sin analizar en detalle los inconvenientes de tal o cual lengua y la orientación que ésta suscita, hay que admitir que limita necesariamente el conjunto de los significados que propone.

Si bien la lengua alemana ha seguido siendo flexional por las declinaciones, el inglés se muestra mucho menos diversificado en sus propias designaciones ya que insiste, por sus estructuras, sobre la acción en curso. De ello se sigue que no podemos tener las mismas aproximaciones con las lenguas sanscritizantes, en las que los términos son polisémicos. Así, en este contexto, una palabra podrá dar cuenta de una pluralidad de ideas, lo que presenta la ventaja de ser menos limitativa aunque sin evitar las posibles dudas inherentes precisamente a su aspecto polisémico. Todo esto es para decir que debemos contar con nuestra propia formulación de las ideas y que éstas no resuelven las cuestiones esenciales más que en el momento en que se consigue franquear los límites discursivos de las respuestas. Es ahí donde reside el problema inherente a toda vía filosófica. ¿Se trata de encontrar una respuesta al interrogante mayor como sería el caso de una investigación puramente científica? Si se ofrece una respuesta, ella no podrá ser más que un resultado secundario siendo la cuestión siempre primera, lo que lógicamente no garantiza la resolución de la aporía.

Se desea mostrar con ello que la metafísica, afirmándose como la doctrina de los principios universales y transcendentales, no podría contentarse con una respuesta como fase segunda ni tampoco podría acomodarse a un «primer lugar» dentro de la escala ontológica dado que lo que es primero siempre depende de lo que le sucede. ¿No es a partir del género de la deducción como se diferencia una vía propiamente metafísica de la filosofía, en el bien entendido de que uno se sitúa aquí en la perspectiva de la relación de la primera con la segunda y no de su realización, que está mucho más allá de cualquier formulación? Esta distinción se relaciona con la que hace Masson-Oursel entre la «metafísica de hecho» y el «hecho metafísico», una distinción que se encuentra igualmente en una exposición de Ashok Kumar Chatterjee sobre el idealismo Yogacara.

Esto podría corresponderse con lo que René Guénon dice de la filosofía en tanto que reflexión apoyada en las formas de lo definido. Habría que precisar ahora cómo se articulan las diferentes fases del asombro filosófico y por qué la metafísica no se puede considerar cómo «filosofía primera», sin que por ello haya que considerar ilegítimo el hecho de preguntarse «¿por qué hay el ser además de la nada?».

Hablar de la filosofía como «encuadre de lectura exotérica» tal como se hace desde un cierto enfoque altivo y sentencioso (y por tanto dogmático por excelencia) no puede más que falsear lo esencial del debate provocando un corte suplementario, a lo cual está acostumbrada la mentalidad moderna. Uno no se contentará contemplando a la metafísica como «marco esotérico de comprensión» frente a otro que sería solamente exotérico. El autor deja a la consideración de cada cual las reflexiones que preceden, no sin precisar que da por sentada la imposibilidad de que las certezas espirituales provengan de fórmulas petrificadas, por más que éstas hayan sido adoptadas por nuestros profesores más eminentes.




NOTAS

* De Jean-Luc Spinosi SYMBOLOS ha publicado "René Guénon y la restitución metafísica", "El Crepúsculo de los ídolos. Vías y extravíos en la perspectiva guenoniana", y "La desfiguración de la mujer como síntoma de decadencia en la sociedad occidental". Su presente trabajo abrió el primer nº de una nueva revista francesa, ANAPHORE (Cuaderno nº 1: «Perspectives Métaphysiques», 2012); y en el mismo nº este otro también de su mano: "Del alba del Espíritu al crepúsculo de la razón".

1 Se entiende por ello lo que está más allá de lo sensible.

2 Ya no hay oposición en este grado puesto que ya no hay interior ni exterior.

3 El «nivel» sobreontológico se da por supuesto.



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