SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 

INTRODUCCIÓN A LA COSMOGONÍA DOGON.*
1ª Parte
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ADARA Mª ARIZA DÍAZ

Sabido es que la cultura de un pueblo nace de un determinado modo de ver y entender el orden del mundo, es decir, de una cosmovisión. De ese modelo o idea del mundo surge su organización social, sus valores, su ciencia y su arte.

Hoy en día, y sobre todo para los occidentales, a la hora de estudiar el verdadero espíritu de África es menester una aproximación a su arte, su música, sus leyendas y sus mitos, sus creencias, pues todo ello conforma la base de su cultura, y supone la huella que definitivamente les representa como pueblo autóctono.

Para centrar nuestro tema diremos que, de igual modo que la cultura europea hunde sus raíces en Grecia y Roma1 –es como decir que nuestra actual organización económica, social, nuestra escala de valores y nuestro pensamiento colectivo es producto, básicamente, de esos dos modelos culturales–, también el África negra tiene su origen en lo que podríamos denominar una gran civilización que vendría a ser la Madre de todos los pueblos o grupos humanos que aún hoy no han sido totalmente penetrados por el pensamiento islámico ni cristiano. Queremos decir, más bien, que África está impregnada de su propia cultura, y aunque las influencias de sus colonizadores puedan pesar sobre ellos, el pueblo africano tiene unas raíces particulares que son su propia identidad, y por ello investigar esas raíces supone un acercamiento al continente africano, tan próximo geográficamente y tan alejado, al mismo tiempo, de nosotros. También supone un enriquecimiento, ya que conocer acerca de los diferentes pueblos es básico para sentir respeto por todos ellos, ya que lo que tiene verdadero interés es el ser humano en la diversidad de sus costumbres y rasgos.

Al margen de esa África deprimente que nos llega a través de los medios de comunicación, donde vemos la desigualdad e injusticia que existe en el mundo y que afecta a gran parte de la humanidad actual, queremos dirigir nuestra atención hacia su pensamiento autóctono o tradicional, rescatar, en la medida de nuestras posibilidades, un África tan rica como desconocida o, incluso, subestimada, dado que se tiene una imagen distorsionada de este continente, y siempre se tiende a pensar en un origen “salvaje” para estos pueblos.

Con el fin de aclarar las cosas al respecto, vamos a tomar como base de nuestro estudio, y a modo de modelo, al pueblo dogon, que habita en los abruptos roquedales de Bandiagara, al nord-este de la República de Mali. Parece ser que el paisaje lunar, de una geometría severa, deja impresionados a todos los que por primera vez lo visitan. Los dogon se refugiaron en estas tierras en el siglo XV, huyendo de la islamización.

Marcel Griaule, etnólogo y africanista, visitó ese pueblo en sucesivas ocasiones, la primera de ellas en 1931, y conoció de boca de un viejo cazador ciego, un chamán de nombre Ogotemmêli, lo más profundo de su cultura: su cosmogonía y su visión simbólica del universo, la cual impregnaba todos los aspectos de la vida cotidiana de sus gentes.

 



Ogotemmêli al fondo y, en primer término, Marcel Griaule,
junto a su traductor, en el transcurso de las conversaciones.

 

En Dios de Agua,2 libro en el que recoge gran parte de las conversaciones mantenidas con el sabio Ogotemmêli, Griaule reivindica las culturas africanas. Impresionado por la riqueza y complejidad de los conceptos que le fueron revelados, quiso darles una difusión comparable a la de las antiguas culturas, “rindiendo homenaje al anciano que fue el primero en tener la osadía de mostrar al mundo de los blancos una cosmogonía tan rica como la de Hesíodo y todavía vigente en nuestro días”.3

Es por ello que desde ahora consideramos a ambos (Ogotemmêli y Griaule) los verdaderos conductores de este trabajo y a ambos, pues, se lo dedicamos.

También tendremos como material para nuestro estudio Los Símbolos Precolombinos. Cosmovisión de las culturas arcaicas, de Federico González, cuyo enfoque sobre las culturas arcaicas y tradicionales en general nos ha dado la perspectiva con la que abordar el pensamiento de los dogon.4 Asimismo, el magnífico catálogo que la fundación La Caixa editó, allá por el año 1998, con ocasión de la exposición basada en el arte producido en los 2.500 años precedentes en Nigeria5 –país cercano geográfica y culturalmente al país de los dogon, Mali– donde se muestra en magníficas fotografías, acompañadas de textos explicativos, todas las piezas expuestas en tal evento. Piezas de bronce, madera y barro, la mayoría de las cuales muestran un arte que desdice en seguida a cualquiera que aún hoy en día considere que África no tuvo una cultura floreciente, y que descubrimos perfectamente comparable con el tan preciado arte de la Antigua Grecia, por ejemplo. Precisamente extraemos del mencionado catálogo el siguiente comentario [...]:

Cuando Leo Frobenius se encontró por primera vez delante de las esculturas de bronce de Ife –una región de Nigeria– atribuyó la fabricación a un grupo perdido de griegos que se habrían extraviado en las lejanas costas de África, pero no pudo creer en ningún momento que los autores fueran los antepasados de los africanos que le rodeaban.6

 



Cabeza de bronce de Ife, Nigeria.

 

Añadiremos que la exposición, que tuvimos la oportunidad de visitar en su momento, también recogía una selección del arte actual, reflejada también en el catálogo, y que nos parece importante mencionar como muestra de su permanencia. Señalaremos de pasada la importancia que el arte africano ha tenido para la pintura europea por medio de Picasso, quien, basándose en las formas del arte de ese continente, creó obras que darían pie a su conocida etapa cubista.

Contaremos, además, con otros datos extraídos del catálogo que la Asociación Cultural Africana, bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Martorell, editaron en 1998, con ocasión de un festival dogon el 25 de junio de ese mismo año, y al que tuvimos la gran suerte de asistir.

Mircea Eliade, prestigioso investigador y gran conocedor de las religiones comparadas, también formará parte de nuestro trabajo.


EL PAÍS DOGON

Los primeros datos que tenemos de este pueblo son de mediados del siglo XIX, y revelan que para la mayoría de los blancos que visitaron el África occidental los dogon son hombres peligrosos o, por lo menos, los más atrasados. Algunos literatos han narrado sus pequeños miedos en excursiones supuestamente temerarias. A causa de esas leyendas y malos entendidos se ha creado una imagen falsa de este pueblo.

En pocas palabras, los dogon representarían uno de los mejores y más bellos ejemplos de primitivismo feroz y esta opinión la comparten también algunos negros musulmanes que, intelectualmente, no están mejor capacitados que los blancos para comprender a los hermanos suyos que permanecen fieles a las tradiciones ancestrales.7

Marcel Griaule y sus colaboradores, durante sus numerosas visitas a lo largo de los años, aportaron la prueba de que los africanos que aún mantenían un estilo de vida tradicional vivían según ideas complejas, ordenadas en sistemas de instituciones y ritos donde nada se dejaba al azar o a la fantasía. A partir de los trabajos de estos investigadores, otros antropólogos y etnólogos se abrieron a una nueva perspectiva.

En 1945, –tres años antes de que se publicara Dios de Agua–, un libro dio mucho que hablar. Se titulaba La Filosofía Bantú, y fue escrito por R.P. Tempels, quien planteaba el problema de si se debía considerar al pensamiento bantú como un sistema filosófico.8

Gracias a la especial sensibilidad demostrada por Griaule, que le valió para ser el fiel depositario de las enseñanzas del sabio Ogotemmêli, esa pregunta podía ser contestada, por lo menos en cuanto a los dogon se refiere.9

Estos hombres viven según una cosmogonía, una metafísica y una religión que les sitúa a la altura de los pueblos antiguos y que la misma cristología podría estudiar con provecho.10

Esta doctrina fue confiada al autor por un hombre venerable, Ogotemmêli, como hemos dicho, de Ogol de abajo, cazador que había perdido la vista en un accidente y que debía a su condición el haber podido instruirse tan profundamente.

De una inteligencia excepcional, de una habilidad física aún visible, pese a su estado, de una sabiduría cuyo prestigio se extendía por todo el país, había comprendido el interés de los trabajos etnológicos de los blancos y había esperado quince años a revelar su saber. Sin duda quería que los blancos conocieran las instituciones, las costumbres y los ritos más importantes.11

Gracias a él sabemos que los dogon constituyen un conjunto humano homogéneo, geográficamente estable, unidos social y culturalmente, y con una de las más ricas cosmogonías.
Exactamente, el país Dogon, que desde 1989 figura en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, está en medio de la curvatura del río Níger, entre la ciudad de Mopti y la frontera de Burkina Faso, donde se levanta una plataforma árida que domina el llano y sus riscos vertiginosos. Estos riscos escarpados, de más de quinientos metros de altura en algunos puntos, están llenos de barrancos y de precipicios profundos. Reforzados por estas paredes rocosas, a modo de verdaderas murallas protectoras naturales, los dogon han construido pueblos de arquitectura sorprendente, un “santuario natural”, a decir de los informadores, y cultural, donde subsiste aún una civilización profundamente original, verdadera supervivencia de un África casi desaparecida, por lo que el país Dogon representa hoy para la humanidad entera el testimonio de un modelo cultural capaz de organizar un sistema social.


La Danza, una muestra ritual.

Las danzas dogon son un eje fundamental de los diversos rituales que practica este pueblo. La realizan para levantar el duelo, con ocasión de los funerales y en otras ceremonias, como la recolección de la cosecha de mijo, cereal que constituye una base importante de su alimentación, como para nosotros lo es el trigo, para los chinos el arroz y para los amerindios el maíz. En ellas lucen su indumentaria tradicional: faldas de paja, cauris como adorno en sus vestimentas y, como complemento a su atuendo una gran máscara con la que representan a algún personaje mítico, algunas de las cuales superan los dos metros de altura.

 



Máscara dogon. Colección particular.

 

Danzar con una de esas máscaras puesta requiere de una gran técnica para lograr mantener el equilibrio al mismo tiempo que el ritmo. Por tanto, estos rituales no son practicados por todos, sino solo por aquellos que han sido iniciados en la danza. La música surge del ritmo de los propios danzantes, que llevan, tanto en los tobillos como en las muñecas y cuello, amplios collares hechos de campanillas, que suenan al compás de sus movimientos. Pero quien verdaderamente dirige la danza es un anciano que marca el ritmo mediante un canto y su vara de mando, símbolo axial, con la que golpea el suelo. Esto es un signo del gran respeto que este pueblo siente por sus ancianos, y que diverge claramente de la actitud predominante hoy día en Occidente de dejar de lado a los de más edad –por decir lo mínimo–, cosa que se atribuye a la degeneración del mundo moderno, pues en el origen de nuestra cultura occidental esa veneración hacia los ancianos también era norma de conducta para todos. Y por “norma” nos referimos a un modo natural de proceder, no a una normativa tipo imposición.
Los dogon, y como ellos la gran mayoría de pueblos africanos, no han adulterado ese natural respeto a los mayores, así como a los antepasados. Esa actitud de las culturas africanas hacia la sabiduría física o biológica, y ese reconocimiento de los que son dueños de una experiencia, se recoge en algunas de sus canciones:

Siempre decimos que el viejo lo ve todo,
aunque sea ciego. Permanece sentado,
la niebla inunda sus ojos.
Y, aún y así, lo ve todo, lo escruta todo.
Mientras que el joven permanece erguido,
el rostro con la mirada al frente.
Y, sin embargo, nada ve.
Un viejo es la mirada. 12

Dicen los dogon que cuando bailan “baila todo el sistema del mundo” y, efectivamente, como en los ancianos reside el poder del África tradicional, cualquier tipo de poder (el de distribuir el trabajo, el de sellar alianzas mediante el matrimonio, el de dirigir los negocios), también esas danzas, donde toda su cosmovisión se despliega, son dirigidas por uno de sus mayores.

Son los ancianos los que conservan el saber, dictan las órdenes y organizan las asociaciones humanas en que prevalece la solidaridad, el respeto, el honor y las normas de convivencia, que son dictadas por ellos.


Ogotemmêli.

De las conversaciones que Marcel Griaule mantuvo con Ogotemmêli, o mejor diríamos, en las respuestas que el anciano da al etnólogo, queda patente un conocimiento y unos conceptos comparables a los que podemos observar en nuestros clásicos, pensadores y filósofos. Creemos, sin ningún género de dudas, que Sócrates, Platón o Aristóteles (o los saberes que ellos representan) se hubieran entendido perfectamente con el sabio dogon, pues sus discursos como hombres de conocimiento corren en un mismo plano. Así lo testifican diversos autores, entre los que destaca Mircea Eliade.

Ogotemmêli explica a Griaule que las enseñanzas que le estaba transmitiendo las había recibido de su abuelo en lecciones durante más de veinte años, y que su padre también había sido instruido en ellas. Hasta su ceguera había sido cazador prodigioso, volvía con las alforjas llenas cuando otros aún buscaban por los desfiladeros.

Su técnica se basaba en el conocimiento profundo de la naturaleza, los animales, los hombres y los dioses. Después de su accidente aprendió todavía más. Se encerró en sí mismo, en sus altares y en cada palabra oída, convirtiéndose en uno de los espíritus más poderosos de los barrancos. De hecho, su nombre y su divisa eran conocidos en la meseta y en los roquedales. Hasta el niño más pequeño las conoce, se decía; y los que querían consultarle afluían a su puerta día y noche.13

Ogotemmêli fue un hombre que conservó las costumbres y creencias ancestrales de su tierra. A lo largo de treinta y tres jornadas describe Griaule el sistema del mundo, análogo al sistema de su organización social. El diseño de sus ciudades y la práctica de sus oficios. Un sistema plagado de simbolismo y mitología que el viejo cazador conocía bien y que, por suerte, no tuvo inconveniente en transmitir a un blanco. Cuando Ogotemmêli murió, en 1947, Marcel Griaule recibió una carta, cuyos principales párrafos citamos aquí:

Esto le sorprenderá y le sumirá en una gran tristeza… Aquel que fue para usted el más adepto, el más franco y sincero y uno de los más sabios sobre nuestras costumbres dogon, ha caído en el sueño eterno. El viejo Ogotemmêli murió el martes 29 de julio de 1947 hacia las dos de la tarde. Era día de mercado en Sanga. Antes de su muerte una pequeña sequía empezaba a marchitar nuestro mijo; el mismo día, antes de su entierro, hubo lluvia mediana que salvó nuestro sembrado. Ya sabe por qué. Él poseía una ‘piedra de lluvia’ que usted conoce bien.
En fin, no cuente con volver a verle en lo sucesivo. ¡Que su nombre permanezca inmortal en las obras de usted!
14

Esta muerte, diría Griaule,

es una grave pérdida para las ciencias humanas. No porque el anciano ciego fuera el único en conocer la doctrina de su pueblo. Otros notables detentan los grandes principios, otros iniciados continúan instruyéndose, pero era uno de los que mejor comprendieron las investigaciones de algunos blancos.
Quizá haya dejado tras de sí las palabras vivas que permitieran a otros el hilo de las revelaciones. Tenía tanto ascendiente entre la gente que a lo mejor otros seguirán su ejemplo.
Pero ocurra lo que ocurra nadie tendrá el porte noble, la voz profunda, la cara triste y luminosa de Ogotemmêli, gran cazador de Ogol de abajo.
15

Para un gran número de africanistas Ogotemmêli se ha convertido en símbolo de la sabiduría africana.


Marcel Griaule

Muchos especialistas en las culturas africanas atribuyen a la lectura de Dios de Agua la primera emoción determinante en su carrera de investigadores.

Mircea Eliade16 dice que conoció bien a Marcel Griaule, y que sus descubrimientos e interpretaciones sobre África confirmaron sus propias orientaciones.

Con él, y sobre todo con su obra Dios de Agua, se acabó la imagen estúpida que nos habíamos hecho de los ‘salvajes’. También acabó el tema de la ‘mentalidad prelógica’. A la vista de que Griaule no llegó a conocer la extraordinaria y rigurosa teología de los dogon sino al cabo de varias y prolongadas estancias entre ellos, quedó claro que los viajeros anteriores carecían de ese conocimiento. A partir de lo que ahora sabemos acerca de los dogon, podemos suponer justificadamente que en otros pueblos y en todo ‘pensamiento arcaico’ se da una teología a la vez perfectamente trabada y sutil. De ahí la importancia suma que posee la obra de Griaule, no solo para los etnólogos, sino también para los historiadores de las religiones que, hasta entonces, se inclinaban en exceso a repetir los consabidos tópicos.17

Efectivamente, Marcel Griaule marca una línea divisoria entre los estudios sobre África, ya que siempre que se lee algo serio sobre ese continente se encuentra en ello una referencia a él y a sus investigaciones. Al tener noticia de su muerte, el pueblo dogon quiso rendir un último homenaje a aquel que tan profundamente había comprendido su cultura, celebrando, según sus ritos, sus funerales y su levantamiento de duelo; el maniquí funerario que le representó reposa en una cueva cerca de la presa que él hizo construir y que ha significado la prosperidad de la región de Sanga. Al final de las ceremonias, en el emotivo momento en que se parte la azada del cultivador muerto para mostrar el fin de sus trabajos en la tierra, los celebrantes, traspasando a este gesto simple todo el sentido espontáneo del símbolo, rompieron el útil que habían visto siempre en la mano de Griaule, aquel que escuchaba a sus ancianos: un lápiz.18

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NOTAS
* Este capítulo forma parte de un estudio más amplio titulado “África Autóctona y Viva”. La autora es historiadora del arte por la Universidad de Barcelona.
1

Por ejemplo, la Filosofía, que nace con Pitágoras, Sócrates y Platón. Asimismo, muchas de las leyes actuales se fundamentan en el Derecho Romano, y el Juramento Hipocrático de origen griego sigue vigente hoy día.

2

Griaule, Marcel.  Dios de Agua. Editorial Alta Fulla. Barcelona, 1987.

3

Ibídem, pág. 218.

4

De Federico González, fundador de SYMBOLOS, destacaríamos toda su obra cosmogónica y metafísica, entre ellas, y en relación directa con el tema que estamos tratando, El Simbolismo de la Rueda, Simbolismo y Arte y el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, tres obras que junto a El Simbolismo Precolombino, son de consulta obligada para todos aquellos que se interesan en el símbolo, el mito y las tradiciones comparadas.

5

África, Magia y Poder. 2.500 años de Arte en Nigeria. Fundación La Caixa. Barcelona, 1998.

6 Ibídem, pág. 16. Leo Frobenius (1873-1938) fue un antropólogo y arqueólogo alemán, en cierto modo pionero de los estudios de la cultura africana. Es autor, entre otros libros, de África Habló, El destino de las Civilizaciones e Historia de la Cultura Africana.
7 Griaule, Marcel, Op. cit., pág. 9.
8 El término “bantú” hace referencia a diversas etnias africanas que comparten el origen de sus lenguas, y que se extienden por gran parte del África subsahariana, más o menos en el espacio existente entre Camerún y Somalia.
9 Aunque los dogon no se insertan dentro del término “bantú”, debemos recordar que estamos tomando a este pueblo como ejemplo de comunidad del África subsahariana que atesora la Tradición Unánime, que de hecho es común a todos los pueblos de la Tierra.
10 Ibídem, pág. 10.
11 Ibídem, pág. 20.
12 Palabras de África, Ediciones B, 1999, pág. 46.
13 Griaule, Marcel. Dios de Agua, pág. 20.
14 Idem, pág. 209.
15 Idem, pág. 209.
16 Mircea Eliade (Bucarest, Rumanía, 9 de marzo 1907 - Chicago, Estados Unidos, 22 de abril 1986) es un prestigioso filósofo e historiador de las religiones, que ha publicado numerosos libros y estudios, algunos de ellos editados en diversos tomos, y que es referencia obligada para todos aquellos que tienen un interés por investigar las culturas arcaicas de las distintas partes del mundo. En la actualidad, sus libros son reeditados y recopilados en artículos y conferencias.
17 Eliade, Mircea. La prueba del laberinto. Editorial Cristiandad. Madrid, 1980, pp. 138-139.
18 Esto lo cuenta Geneviève Cálame-Griaule en la edición de 1975 de Dios de Agua, que es la que estamos manejando.
 
2ª parte