SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 

EL COLECCIONISTA DE ARTE Y ANTIGÜEDADES
Y SU CONTRIBUCIÓN A LA MEMORIA DE LOS ORÍGENES

MIREIA VALLS

Segunda parte



Antigüedades vivas de Pompeya, Herculano, Estabia y alrededores




Oleo de la bahía de Nápoles.

Este tema es tan amplio que vamos a detenernos en un segmento de tiempo y espacio y a referirnos a las actividades de dos coleccionistas del siglo XVIII. Podríamos haber elegido muchos otros personajes, incluso más cercanos a la corriente hermética y por tanto más conscientes del objeto y fin de sus colecciones, pero por algo será que éstos nos han venido al encuentro. Nosotros acreditamos en una forma de investigar y conocer alejada de la sistematización y de los planteamientos inductivos, y nos dejamos llevar por la aparición de señales fortuitas que puestas en correspondencia con una verdadera doctrina asimilada por años, van abriendo nuevos pasadizos secretos hacia la total encarnación de la Cosmogonía, reflejada ahora en las dos colecciones que comentaremos reunidas en un tiempo muy cercano al que nos ha tocado vivir, lo que revela cómo la tradición a utilizado a veces canales insospechados para perpetuarse, aunque sus intermediarios no sean siempre conscientes de ello, asegurando así su pervivencia en cada momento del ciclo.

Situémonos a mediados del siglo XVIII en Nápoles. Algo extraordinario, casi único, sucedió en aquel entonces. Varias ciudades sepultadas por la furia del Vesubio en el año 79 de nuestra era volvían a salir a la luz. Ya se tenía constancia de ellas, se habían localizado geográficamente e incluso desenterrado algunas de sus antigüedades, pero lo que emergió en aquel momento no fue una estatua por aquí o una construcción por allá, sino unos vestigios que incluían desde los límites y trazado de varios núcleos urbanos, la disposición de sus calles, los templos, espacios públicos de recreo, baños y viviendas, así como el contenido de muchos de los edificios, o sea de las pinturas que decoraban las paredes, estucos, relieves, mosaicos de los pavimentos, ajuares, mobiliario, objetos rituales, joyas, incluso alimentos y los mismos seres humanos petrificados tras la erupción, etc., etc.; o sea, que tres ciudades enteras borradas del mapa en un día, reaparecían 1700 años más tarde prácticamente intactas. Una cosa así no había sucedido hasta ese momento, o al menos de una forma tan completa, quizás por ello Chateubriand se atrevió a decir que “Roma no es más que un vasto museo; Pompeya es una antigüedad viviente”. Para nosotros, interesados en la vía simbólica como forma de vida y de acceso al Conocimiento, estas palabras no son una alegoría porque un museo es el templo en el que se recogen las sutiles emanaciones de esas energías llamadas Musas, las que inspiran y revelan constantemente el canto de la Cosmogonía, y lo antiguo es en verdad una idea siempre actual, por tratarse más que de un tiempo pretérito y obsoleto de un estado de la conciencia muy próximo al origen alcanzable en cualquier instante.

Pero sigamos con el relato de lo acontecido en Nápoles y sus alrededores. Toda la región estaba, además, repleta de necrópolis griegas, etruscas y romanas que atesoraban los extraordinarios ajuares fúnebres que acompañaban al difunto en su viaje al más allá, tumbas que se habían mantenido intactas por siglos y que también en aquellos momentos se empezaron a desenterrar con una cierta sistematización. Dos hombres, el entonces rey de Nápoles y de las dos Sicilias (que unos años más adelante, concretamente en 1759, sería coronado como Carlos III de España y así es como lo nombraremos en adelante) y un aristócrata británico, William Hamilton (1730-1803), se interesaron cada uno por su lado en los hallazgos arqueológicos de la zona.




Jacopo Amigoni, El Infante Don Carlos es conducido por los dioses
a la conquista de las Dos Sicilias
, 1735.

Al primero debemos el inicio y la constante ampliación de gran parte de las excavaciones de Herculano, Pompeya y Estabia, y al segundo la obtención de unas extraordinarias cerámicas griegas, etruscas y romanas recuperadas de muchas necrópolis que juntamente con otros objetos valiosos de distinta procedencia acabarían formando parte con los años de uno de los fondos greco-romanos más destacados del British Museum.




David Allan, Sir William Hamilton, National Portrait Gallery.

Carlos III (1716-1788) fue un rey ilustrado, además de buen guerrero y estratega; hijo de Felipe V y de Isabel de Farnesio recibió una educación muy amplia y esmerada influenciada por los epígonos del Renacimiento italiano. Su amor y fomento constante hacia las artes y las ciencias le venía por vía materna. Isabel de Farnesio, gran cultora de la pintura de su momento, de la escultura y una entusiasta por las antigüedades había reunido extraordinarias colecciones por herencia y también tras su boda con Felipe V; Carlos III ya vivió durante su juventud la adquisición por parte de sus padres de la soberbia colección de esculturas de la reina Cristina de Suecia, que incluía entre muchas otras, piezas romanas valiosísimas y estatuas monumentales que decoraron sus palacios reales.




Colección Farnesia, Museo Arqueológico de Nápoles.

El joven monarca, también amante de la caza, se hizo construir un palacio en la bella y boscosa zona de Portici cerca de Nápoles y durante las primeras excavaciones para erigirlo se descubrió un pozo del que iban saliendo “maravillas”. Era el año 1738, y sabedor que en aquella zona habían sido sepultadas varias ciudades romanas, Carlos III hizo que se iniciaran las excavaciones para obtener más y más antigüedades que engrosaran su ya importante colección de arte. En 1750 eran tantas y tan variadas las piezas encontradas en las numerosas excavaciones por él promovidas que decidió reconvertir lo que debía ser su residencia de Portici en un museo privado, con más de 17 salas repletas de antigüedades más o menos organizadas por temáticas; con el fin de promover el estudio minucioso de los objetos fundó en 1755 la Accademia Ercolanense una de cuyas labores fue la publicación de litografías sobre las piezas, reunidas en varios gruesos tomos bajo el nombre de Le Antichità d’Ercolano esposte, que el rey gustaba obsequiar con gran orgullo. Cuando tuvo que abandonar Nápoles para ocupar el trono de España en 1759, Carlos III no se llevó consigo su apreciada colección, sino que siempre quiso que permaneciera íntegra en el reino de Nápoles que tanto amó, pero desde la distancia y hasta el día de su muerte siguió de cerca todos los hallazgos que seguían aflorando y continuó secundando la labor editorial emprendida que se convirtió en una especie de arca de símbolos de las ciudades recuperadas del olvido.




Delle Antichità di Ercolano, 1757-1779.


             

Id.                                                                                           Id.




Id.


   

Id.                                                                               Id.      




Id.

Tras diversas vicisitudes acaecidas a la suntuosa colección durante la ocupación Napoleónica (que en parte se vio menguada por el expolio de éste) y una vez restablecida la monarquía borbónica en Nápoles, Fernando IV (el heredero de Carlos III en este reino) siguió promoviendo las excavaciones y las publicaciones. Aquí entra en escena Antonio Niccolini el Anciano (1772-1850), hombre de artes con una larga trayectoria en la corte a quien se había encargado la redecoración interior del Real Teatro de San Carlos y se lo había puesto al frente de la dirección de la Academia de Bellas Artes adscrita a la Sociedad Real Borbónica, que luego sería el Real Museo Borbónico. Basándose en gran parte en el material publicado en Le Antichità d’Ercolano, Antonio inició la publicación por entregas de todos los elementos que se habían encontrando y los que todavía seguían aflorando en las excavaciones arqueológicas, y a lo largo de los siguientes 40 años, él y luego sus dos hijos y un nieto continuaron editando trimestralmente en fascículos las bellezas salidas a la luz, publicaciones que por su elevado coste sólo pudieron adquirir las grandes bibliotecas y una minoría selecta de eruditos y estudiosos del arte.




Portada de la reciente reedición en Ed. Taschen
de las publicaciones de los hermanos Niccolini
.

El hijo mayor de Antonio, Fausto, era arquitecto y escenógrafo teatral y dirigió las excavaciones de Cumas, siendo contratado luego como secretario del conde de Siracusa y como arquitecto del Museo Borbónico para decorar las salas en las que debían exhibirse las piezas de Pompeya, Estabia y Herculano; de Felice se tienen menos referencias biográficas, pero se sabe que también estuvo estrechamente vinculado al Museo Borbónico y que participó directamente en la dirección y redacción de sus publicaciones. Destacaban como novedad editorial las litografías a color de aquel mundo redescubierto –acompañadas de textos escritos por miembros de la Sociedad–, que incluían algunas piezas hoy en día desaparecidas y otras incluso destruidas por el vandalismo y la ignorancia (de los mismos arqueólogos aunque parezca una barbaridad), lo que aumenta el valor de una publicación que ya en su tiempo fue monumental, y para nosotros, un extraordinario documento visto como una especie de tratado sobre del Arte de la Memoria, porque todas esas láminas ordenaban símbolos y los presentaban como escenarios por los que uno se podía pasear y lo puede seguir haciendo ahora, reconociéndolos como símbolos de un mundo otro (una utopía) en el que el hombre, sin abandonar su naturaleza humana, se codea con sus estados superiores, y puede vivir la extraordinaria vida de los dioses, presentes en todo aquel mundo imaginal reunido en esos fascículos. Y lo extraordinario es que esta especie de compendio simbólico y mítico abarcaba todas las facetas de la vida, transportando a quien las contemplaba a esos hogares y templos articulados en torno a un eje único del que todo emana y al cual todo retorna.




Fausto y Felice Niccolini, Houses and monuments of Pompeii.
Escena de la Via de Mercurio de Pompeya.
Vol. IV Reconstrucciones
.

Tengamos en cuenta que fue tal el impacto del descubrimiento de aquellas tres ciudades y todo lo que atesoraban que además de esta función intelectual o espiritual que sólo unos pocos pudieron y pueden vivenciar, influyó de tal manera en la sociedad que instauró “nuevos” estilos arquitectónicos (el neoclasicismo) y marcó el rumbo de muchas ramas de las artes como la pintura, la escultura y hasta algo tan frívolo como la moda en el vestir. Sólo a modo de ejemplo diremos que entre los pudientes se instauró la moda de hacerse habilitar un “gabinete pompeyano” como el “Pompejanum” de Aschaffenburg construido por el arquitecto Friedrich von Gärtner en 1840. El contenido de estas publicaciones trimestrales ha sido reunido actualmente por la editorial Taschen, de manera que está a nuestro alcance contemplarlo y gozarlo, y sobre todo adentrarnos en el universo transmutador de unos símbolos que nos acercan a su fuente, a la Inteligencia capaz de ordenar y componer un mundo mágico-teúrgico por el que pasearnos, de tal modo que identificándonos con la esencia de todo lo hecho con arte y bello podemos vivenciar la Unidad de la que todo parte y a la que todo retorna. Por eso, en la siguiente actualización de SYMBOLOS, ofreceremos como complemento de este artículo que ahora publicamos una selección de algunas de los grabados a color que pintaron aquellos artistas del Museo Borbónico.




Pietro Fabris, Concert dans la demeure de Lord Fortrose à Naples, 1771.
Scottish National Portrait Gallery, Edimburgh.
Entre los invitados Hamilton y Mozart.





Angelo de Clener, Hamilton asistiendo a la apertura de una tumba en Nola, 1790.
British Museum
.

Vayamos ahora con el otro personaje, el aristócrata británico radicado en Nápoles donde representó los intereses de la corona británica durante 37 años. Hamilton fue un hombre de gran cultura, miembro destacado de la Royal Society, muy inclinado al estudio de las antigüedades y también de diversas ramas de las nuevas ciencias como la vulcanología o la sismología sobre las cuales escribió; logró reunir selectas colecciones de pintura y dibujos de sus contemporáneos, además de medallas, gemas, esculturas y pequeños bronces antiguos. Para hacernos una idea, solamente su colección de vasos y cerámicas griegas, etruscas y romanas contaba con 730 piezas de una extraordinaria calidad, de las que además hizo publicar sus dibujos en varios volúmenes con la colaboración del rocambolesco D’Hancarville –anticuario y estudioso del arte de orígenes dudosos– con el título de Antiquités etrusques, grecques et romaines tirées du cabinet de M. Hamilton, algo análogo a lo promovido por la Casa Real Borbónica con las Antichità, con el fin de dar a conocer su colección además de servir como modelo para las tendencias del arte a partir de ese momento.




Portada del libro recientemente reeditado por Taschen.
Pierre-François D’Hancarville,
The complete collection of Antiquites from Cabinet of Sir William Hamilton
.

A toda esta labor erudita añadiremos una cuestión un tanto teatral de la vida de este caballero. El lujoso Palazzo Sessa en el que residía se había convertido por aquel entonces en un foco cultural de la cosmopolita Nápoles y en un punto de referencia de las nuevas tendencias del arte. Frecuentado por músicos de la talla de Wolfgang Amadeus Mozart, el poeta y literato Goethe y pintores como J. H. Wilhelm Tischbein, Pietro Fabris, así como miembros de toda la aristocracia de su tiempo, el centro de atracción del refinado palacio lo protagonizó, sin embargo, su seductora segunda esposa Emma Hart, antigua amante del sobrino del aristócrata que acabaría casándose con el ya entrado en años Hamilton. Pongámosle un poco de gracia al asunto e imaginemos una mujer tremendamente magnética, de una belleza fresca y “naturial”, amenizando las principescas veladas con todo tipo de atuendos como recién salidos de la colección de vasos de su esposo y representando unas “performances” (se las ha denominado “attitudes”) en las que encarnó desde las bacantes del séquito de Dioniso hasta Ariadna pasando por las magas Circe y Medea, la profetisa Casandra, la sibila Pérsica, las musas, las vestales y un desfile inacabable de diosas y hembras míticas (se dice que su repertorio contaba hasta 200 de esas “attitudes”); al parecer eran espectáculos completos en los que combinaba con gran encanto poses, mímica, música, canto y baile acabando a veces semidesnudita bajo los drapeados y las transparencias de las indumentarias al estilo griego y romano, de manera que aquello devenía una especie de juego en el que los invitados debían adivinar qué personaje interpretaba la dama, lo que hizo las delicias no sólo de las galantes fiestas de Nápoles sino que su fama se extendió por todas las cortes de Europa. Artistas como George Roomney la pintaron hasta la saciedad, al igual que Elisabeth Vigée Lebrun o Tischbein, elevándola al podio de una vida de lujo a la que no faltó el escándalo del adulterio con el almirante Nelson, lo que al parecer terminó en un menage a trois. Y a pesar de toda la frivolidad y apasionamiento propio de un momento en el que lo espiritual estaba siendo suplantado por lo psíquico, aquella mujer emergida directamente de una antigüedad revitalizó al nivel que fuere el recuerdo de los mitos de nuestra cultura, conservando de modo velado su poder evocador, capaz de conducir al alma a regiones despersonalizadas y universales.




Elisabeth Vigée Lebrun, Lady Hamiltom es Ariadna.


             

                       George Romney,                                               Elisabeth Vigée Lebrun,                     
Lady Hamilton es Circe
.                                      Lady Hamilton es una Bacante.


       

    George Romney,                                 George Romney,                                 George Romney,
     Lady Hamilton es Medea               Lady Hamilton es Casandra.           Lady Hamilton es una vestal.




George Romney, Lady Hamilton es Titania.

Esta breve introducción al coleccionismo nos ha permitido advertir que en momentos tan alejados del pensamiento tradicional como los que estamos viviendo desde finales del Renacimiento, aparecen sin embargo ciertas formas o actividades –como ésta de coleccionar antigüedades u objetos hechos con arte– que han hecho posible la pervivencia y conservación del acervo cultural de aquellos pueblos inmersos en la degradación y ya muy cercanos a su conclusión, como es el caso de nuestra civilización. Y lo que es más importante, dichas colecciones, muchas de ellas ahora públicas al estar integradas en museos o entidades culturales de todo el mundo, permiten a aquel ser humano que se acerca a ellas contemplándolas como lo que en realidad son y si es que posee las claves para descifrar las simbólicas que atesoran, el despertar de la conciencia al mundo mágico-analógico del símbolo y el mito. Así, el coleccionista, sabiéndolo conscientemente o no, se convierte en el depositario y conservador de una Memoria que remonta a su Origen no humano, y lo coleccionado no es entonces una simple antigualla u objeto decorativo, sino el recuerdo de lo que en verdad es lo antiguo.

En estas líneas sólo hemos dado unas breves pinceladas, pero no quisiéramos terminar sin mencionar que el coleccionismo es una actividad íntimamente ligada a la labor de anticuarios, bibliófilos y amantes de las ciencias y las artes. En el trasfondo de todas estas ocupaciones siempre está presente la curiosidad inherente a la naturaleza humana, su constante asombro ante la naturaleza y la necesidad de apoyarse en los símbolos y mitos –y en la belleza que de ellos dimana–, para conocer las verdades eternas que éstos atesoran. Si bien no todos los amantes de lo antiguo son hombres y mujeres de conocimiento en el sentido más extenso de este término, sí diremos que todos los iniciados han encontrado (y lo siguen haciendo) en el legado artístico y simbólico de su cultura, y de todas en general, una vía que les devuelve la Memoria del Origen.

Dejaremos para un próximo trabajo la confección de los dos cuadernos de imágenes correspondientes a los dos libros que han inspirado estas reflexiones.

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