SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

EROS Y LA COHESIÓN DEL MUNDO

MARC GARCÍA

Y tú, Eros, principio y simiente de la unión progenitora,
tiende tu arco y el cosmos no perderá su rumbo.

Nono de Panópolis, Dionisíacas.

El don del Uno se propaga por el universo.

Marsilio Ficino, De Amore.




Planisferio celeste (hemisferio boreal) y rueda del zodíaco
con correspondencias geográficas. Athanasius Kircher,
Ars magna lucis et umbrae. Roma, 1646

Mira uno a su alrededor y se percata de que debe haber un agente muy poderoso capaz de mantener unido al mundo pese a las múltiples agresiones disgregadoras que sus pobladores humanos, esa temible raza de hierro contra la que prevenían los antiguos, le propinamos continuamente. Los desgarros son de orden material, anímico y espiritual, y por cierto contribuyen eficazmente a la preparación de los decorados del último acto de este drama apocalíptico que ya casi no da más de sí y que necesariamente va a tener un final, como todo lo cíclico.

DIABLO.– (Afligido). Todo eso es el fin... (A bruja). ¿Y tú?, ¿Qué dice tu oráculo? ¿Ves alguna cosa diferente?

BRUJA.– (Profética). Veo un mundo envejecido y árboles canosos y un musgo que todo lo va cubriendo y una temperatura que sube, y un caldo que bulle y un rayo radiante que pone fin a toda la función.

(Federico González, Noche de Brujas, acto I).1

Eros es el nombre de ese prodigioso daimon cohesionador que ha tejido los enlaces cósmicos que van a operar hasta su desenlace. Un dios antiguo, nacido a la vez que Gea-la Tierra (pues sin su concurso el universo no se habría podido edificar), y a la vez el más joven porque se gesta a cada momento. Según hemos leído, el Señor del cerca y el junto que juega con nosotros.

Y si se piensa en los tremendos trabajos y constantes cuidados que requiere la preservación de cualquier construcción de los seres humanos -por ejemplo un lienzo renacentista, que no sólo ha habido que pintar con maestría sino también enmarcar, proteger de la luz, dotarle de la humedad adecuada, limpiar periódicamente, restaurarle los arañazos que le propinan los niños y los brutos, etc.-, no deja de resultar chocante que el delicado orden cósmico esté en manos de una entidad juguetona a la que Hesíodo describe en su Teogonía como “el más hermoso de entre los dioses inmortales, el que produce desmayos y somete en el pecho la prudente voluntad y entendimiento de todos los dioses y los humanos todos”. El personal humano y la tropa divina se desmayan, sus voluntades y entendimientos son aherrojados... y ahí va ese numen travieso con carta blanca para coser y anudar a sus anchas todo lo que ha de ser confeccionado y vinculado según el Libro de la Vida, conformando de este modo sorprendente la trama y la urdimbre cósmica. ¡Un chaval a los mandos de la cosmogonía! Quien, por cierto, nos escribía hace unos meses estas líneas bajo el epígrafe “¿Queréis jugar conmigo?” (¿o no era él y la misiva formaba parte de su juego?):

Hola, queridos todos, en, con y por Amor. Pensando en ustedes y muy alegre por el reencuentro, aquí hamacado en el límite de lo ilimitado, disfrutando del fruto aéreo del jardín de las Hespérides, bueno en realidad un melocotón pero que nadie se escandalice, mi madre no deja que me vaya a la cama sin tomar un vaso de ambrosía, por algún motivo siempre se le derrama un poquito por aquí y por allá.

Una vez más la Luz y el calor ha favorecido la maduración de los frutos, pronto llegará el momento de la ofrenda, y la semilla será de nuevo acogida en el interior de la tierra reiterando un orden celeste por el que mi madre, bendita sea, le gusta darse a conocerse a los mortales, y es así como vuelvo a nacer yo ... (risitas).2

Porque necesariamente el orden aparentemente anárquico y en permanente equilibrio en el filo de la navaja protagonizado por Eros concurre a la regeneración de la Unidad, pues no en vano su nombre en hebreo es אהבה, ahabah, de valor numérico 13 y simbólicamente análogo a אחד, ehad 3, el Uno. Una Unidad que, como Kether en el Árbol de la Vida, se refleja en todas las esferas que emanan de su mismidad sin una multiplicidad más que aparente, configurando una estructura perfectamente armada y cohesionada por unos senderos que son lazos de amor.

Esa arquitectura cuyo arquetipo pertenece al mundo de las ideas debe encontrarse proyectada en todos los planos y modos de existencia del cosmos, incluso el más literalmente material, pues como dice La Tabla de Esmeralda, “lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo para obrar los milagros de una sola cosa”. Un armazón físico de por sí misterioso que revela a su vez los misterios del Ser Universal y a cuya investigación el cosmógrafo Johannes Kepler (1571-1630) dedicó largos años de su vida.


El Mysterium Cosmographicum de Kepler (1596)

Es revelador el título completo de la obra en que Kepler dio a conocer el descubrimiento que en su opinión fue el más importante de su vida: Pródromo de disertaciones cosmográficas incluyendo el Misterio Cosmográfico sobre la maravillosa proporción de los orbes celestes y sobre las causas genuinas y propias del número, magnitud y movimientos periódicos de los cielos, demostrado mediante los cinco sólidos geométricos regulares. En el “primer prefacio al lector”, el autor escribe:

Es mi intención, lector, demostrar en este pequeño libro que el Creador Óptimo Máximo, al crear este mundo móvil y en la disposición de los cielos, se atuvo a los cinco cuerpos regulares que han sido tan famosos desde los días de Pitágoras y Platón hasta los nuestros y también que en función de su naturaleza ajustó su número, sus proporciones y la razón de ser de sus movimientos.4

Imbuido del pensamiento hermético, Kepler asumía como un axioma o principio revelado de la filosofía natural la descripción geométrica de la cosmogonía que Platón realiza en el Timeo, y en particular la asociación de los elementos con los poliedros regulares y la generación de éstos a partir de formas triangulares arquetípicas.5 Siendo los cinco sólidos platónicos las formas ideales de los ladrillos con los que está hecho el cosmos,6 Kepler, que “quería saber por qué eran así y no de otra manera el número, la magnitud y el movimiento de los orbes”, supo intuir que las dimensiones de las órbitas de los planetas del Sistema Solar observables a simple vista y sus relaciones mutuas estaban regidas por las métricas y proporciones de aquellos cinco volúmenes primigenios. El físico alemán expone así su hallazgo:




Los orbes de Kepler.
Lámina principal de la segunda edición del
Mysterium Cosmographicum. Frankfurt, 1621.

[El orbe de] la Tierra es el círculo (esfera) que es medida de todo. Circunscríbele un dodecaedro. El círculo que lo circunscriba será [el orbe de] Marte. Circunscribe a[l orbe de] Marte con un tetraedro, el círculo que lo comprenda a éste será [el orbe de] Júpiter. Circunscribe a[l orbe de] Júpiter con un cubo. El círculo que comprenda a éste será [el orbe de] Saturno. Ahora inscribe en [el orbe de] la Tierra un icosaedro. El círculo inscrito en éste será [el orbe de] Venus. Inscribe en [el orbe de] Venus un octaedro. El círculo inscrito en él será [el orbe de] Mercurio. Tienes la razón del número de los planetas.7

Kepler reivindicó este paradigma cosmográfico a lo largo de toda su vida sin ignorar el descubrimiento -del cual fue autor él mismo unos años más tarde- de que las órbitas de los planetas son elipses,8,9 razón por la cual en la segunda versión de su Mysterium (1621) subrayaba que los orbes de su modelo tenían un “grosor” tal que sus radios interiores correspondían a los radios menores de las trayectorias elípticas, y los exteriores, a los radios mayores así como que los datos experimentales corroboraban su modelo.

Todo ello nos transmite la idea de un cosmos bien trabado, cohesionado fuertemente por una atracción recíproca entre los cuerpos celestes que traduce, en el plano de lo grosero y corporal, aquel furor divino de cuatro especies al cual Platón se refiere en El Banquete y que Marsilio Ficino glosa así en el De Amore:

El primer furor, entonces, modera lo desacorde y disonante. El segundo convierte las cosas moderadas desde sus partes en un todo. El tercero, en un todo por encima de las partes. El cuarto, conduce al Uno, que está por encima de la esencia y de todo.10


Los Principia de Newton (1687), la gravedad y la tercera ley del movimiento

Dice Federico González Frías en la entrada “Gravedad” de su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:

La gravedad fue explicada por Newton de acuerdo a las matemáticas que había estudiado y conocido. Es decir, con las de Descartes. Por lo que su exposición tiene un carácter mecánico fundamentado en una geometría de ese tipo. También este sabio concibió la idea del cálculo infinitesimal al mismo tiempo que Leibnitz, aunque algunos aseguran que este último bebió de las fuentes newtonianas. Sin embargo, el sabio inglés no se interesó mucho por estas teorías posteriormente, al punto que algunos han manifestado que poco más o menos las despreciaba, o no les daba el valor que luego han tenido, ocupándose durante años del estudio de la Biblia, la Alquimia y otras artes análogas. En todo caso, el enunciado de Newton acerca de la gravedad, está íntimamente relacionado con el Amor, es decir, con la atracción de la tierra por el cielo y el himeneo a que da lugar.

Esto está en perfecta concordancia con lo dicho por Hesíodo que comenta que el Amor es anterior a la Creación y un elemento imprescindible de ésta. Efectivamente el amor es unión y la fuerza de gravedad es capaz de cohesionar el universo por lo que está relacionada con dos términos que se conjugan armónicamente. La atracción de Gea es tal que su hijo Urano no tiene más remedio que fecundarla en un acto que se repite incesantemente; como la pasividad, es el elemento que constantemente recibe, tal un receptáculo, la energía positiva emanada de lo alto, que la hace concebir dando lugar a innumerables partos cotidianos que abarcan la suma de las especies posibles debido a lo cual, como dijimos más atrás, la fuerza de la gravedad es una constante esencial en el matrimonio de todo lo creado, que viene a ser el fruto de esta cópula generadora.11

Isaac Newton (1642-1727) condensó en los Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (= Principios Matemáticos de la Filosofía Natural) sus descubrimientos en cálculo matemático y mecánica de los cuerpos, incluyendo las conocidas tres leyes del movimiento y la ley de la gravitación universal, derivada de las anteriores, que establece que todos los cuerpos están dotados de un “principio de gravitación” y que su gravedad es proporcional a su cantidad de materia e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que media entre los cuerpos que se atraen. Una atracción que es mutua y que por ser una fuerza debe responder al postulado de la “tercera ley”, que Newton formuló literalmente así:

A cada acción, se le opone siempre una reacción igual; o bien, las acciones mutuas de dos cuerpos, uno sobre otro, son siempre iguales y dirigidas hacia las partes contrarias.

Siempre que tiramos o presionamos algo, somos tirados o presionados por aquello. Si presionamos una piedra con nuestro dedo, el dedo también es presionado por la piedra. Si un caballo tira de una piedra atada con una soga, el caballo (si puede hablarse así) será igualmente tirado hacia la piedra; pues la cuerda distendida, por el mismo intento de relajarse, arrastrará tanto al caballo hacia la piedra como a la piedra hacia el caballo, e impedirá tanto el avance de uno como favorecerá el de la otra.12

Nos parece que un enunciado así sólo puede haber sido ideado por un conocedor de Eros a algún nivel, de sus flechas, de sus lazos y de los vínculos recíprocos que establecen en el ámbito de lo sutil, arquetipos de todas las atracciones que se producen en el mundo material; pero lo cierto es que Newton veló públicamente su fuente de inspiración. A este respecto, resulta significativo lo que escribe Fontenelle en su Elogio de Sir Isaac Newton de 1727:

Declara [Newton] con toda franqueza que reintroduce esta atracción sólo como una causa que desconoce y cuyos efectos únicamente estudia, compara y calcula, mientras que para evitar el reproche de revivir las “cualidades ocultas” de los escolásticos dice que él sólo establece cualidades manifiestas y bien visibles por sus fenómenos, pero que las causas de estas cualidades están sin duda “ocultas” y deja para otros filósofos la tarea de investigarlas.13

Es en su correspondencia privada acerca de los Principia donde Newton abandona su calculada prudencia y se abre a revelar su convencimiento íntimo de que la Deidad anda detrás de la gravedad y de la arquitectura del universo. En una carta a Richard Bentley de diciembre de 1692 expone:

Cuando escribí mi Tratado acerca de nuestro sistema [del Mundo] tuve la vista puesta sobre principios tales que pudieran ayudar a los hombres reflexivos en su creencia en una deidad, y nada puede hacerme más feliz que encontrarlo útil para ese propósito. Pero si le he hecho al público algún servicio en ese sentido, ello no se debe sino a la diligencia y al paciente pensar. (…)

El mismo poder, natural o sobrenatural, que puso al Sol en el centro de los planetas primarios fijos, puso a Saturno en el centro de las órbitas de sus cinco planetas secundarios14, y a Júpiter en el centro de sus cuatro planetas secundarios, y a la Tierra en el centro de la órbita de la Luna; y por lo tanto si esta causa hubiera sido ciega, sin artificio ni diseño, el Sol habría sido un cuerpo de la misma clase que Saturno, Júpiter y la Tierra, esto es, sin luz ni calor. No conozco otra razón de por qué hay un [solo] cuerpo en nuestro sistema [solar] capaz de dar luz y calor al resto, sino porque el autor del sistema lo creyó conveniente; y desconozco la razón de por qué no hay más que un cuerpo de esta clase, sino porque uno era suficiente para calentar e iluminar a todo el resto.15

Y en una carta anterior al mismo destinatario, de febrero de 1692, dice:

La última cláusula de su segunda posición me gusta mucho. Es inconcebible que la materia bruta inanimada pudiera, sin la mediación de algo más, que no fuera material, operar sobre y afectar a otra materia sin contacto mutuo, como debiera ser si la gravitación en el sentido de Epicuro es esencial e inherente a ella. Y esta es una razón de por qué desearía que Ud. no me atribuyera a mí la gravedad innata. Que la gravedad debiera ser innata, inherente y esencial a la materia, de modo que un cuerpo pudiera actuar sobre otro a la distancia a través de un vacío, sin la mediación de ninguna otra cosa, por y a través del cual sus acciones y fuerzas pudieran ser transmitidas de uno a otro, es para mí un absurdo tan grande que creo que ningún hombre que tenga en materias filosóficas una facultad competente de pensamiento puede caer jamás en él. La gravedad debe ser causada por un agente que actúa constantemente de acuerdo con ciertas leyes; pero determinar si este agente es material o inmaterial lo he dejado a la consideración de mis lectores.16

Pues le tomamos la palabra a sir Isaac y afirmamos rotundamente sobre este agente, invocando al unísono con Orfeo:

Invoco al grande, puro, amado y dulce Eros, poderoso por su arco, alado, veloz como el fuego, de ágil carrera en su impulso; que juega con los dioses y con los humanos mortales, habilidoso, de dual naturaleza, poseedor de los resortes de todas las cosas, esto es, de la bóveda celeste, del mar, de la tierra y de cuantas respiraciones de toda índole proporciona para los mortales la diosa que produce frutos verdes, y de cuanto alberga el ancho Tártaro y el mar de estruendosas olas. Porque tú solo dominas el timón de todo ello.17



NOTAS.
1 Federico González, Noche de Brujas. Auto sacramental en dos actos. Libreto teatral. Ed. Symbolos, Barcelona, 2007.
2 http://www.ateneodelgartha.com
3 1+8+4=13.
4 Johannes Kepler, El Secreto del Universo. Alianza Editorial, Madrid, 1992.
5 Ver una síntesis de dicha descripción en el artículo El dodecaedro. Revista Letra Viva nº 4. http://letraviva.es
6 En su discurso, Timeo asigna a la tierra la forma cúbica “puesto que es la menos móvil de los cuatro tipos y la más maleable de entre los cuerpos y es de toda necesidad que tales cualidades las posea el elemento que tenga las caras más estables”; y “al agua, la que con más dificultad se mueve [el icosaedro]; la más móvil [el tetraedro], al fuego y la intermedia [el octaedro], al aire; y, otra vez, la más pequeña, al fuego, la más grande, al agua, y la mediana, al aire; y, finalmente, la más aguda, al fuego, la segunda más aguda, al aire y la tercera, al agua ”. Del quinto poliedro regular, el dodecaedro, sólo dice: “Puesto que todavía había una quinta composición, el dios la utilizó para el universo cuando lo pintó”. Platón, Timeo, 55c. Incluido en el vol. VI de Diálogos. Ed. Gredos, Madrid, 1992.
7 Johannes Kepler, op.cit.
8 Kepler publica en la Astronomia Nova de 1609 las tres leyes por las que ha merecido un lugar destacado en el relato oficial de la historia de la Física (a su Mysterium Cosmographicum, la Academia la considera una especie de rareza platónica del autor), la primera de las cuales reza precisamente: “Los cuerpos celestes tienen movimientos elípticos alrededor del Sol, estando éste situado en uno de los dos focos que contiene la elipse”.
9 Cuentan (o fabulan) algunas biografías de Kepler que la constatación de que las órbitas planetarias no eran circulares sino elípticas le produjo una gran tristeza por ser su forma supuestamente “imperfecta”. Justo cuando estamos escribiendo estas páginas, y haciendo bueno el lema hermético de que la casualidad es la causalidad, la página de Facebook Guénon en el corazón, perteneciente al anillo telemático de SYMBOLOS, acaba de publicar este fragmento de El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos del metafísico francés:

"(...) el movimiento de los cuerpos celestes que, en rigor, no es circular, sino elíptico; la elipse constituye una especie de primera 'especificación' del círculo por desdoblamiento del centro en dos polos o 'focos' y según cierto diámetro que desde entonces desempeña una función axial particular, al mismo tiempo que los restantes diámetros se diferencian entre sí por sus respectivas longitudes. Añadamos de pasada que al describir los planetas elipses, uno de cuyos focos es el sol, sería legítimo preguntarse a qué corresponde el otro foco; como efectivamente nada corporal hay en él, debe haber algo que no puede referirse sino al ámbito sutil, (...)"
10 Marsilio Ficino, De Amore. Comentario a El Banquete de Platón. Ed. Tecnos, Madrid, 2001.
11 Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
12 Gerald Holton y H.D. Roller, Fundamentos de la Física Moderna. Ed. Reverté, Barcelona, 1972.
13 Texto incluido en: Isaac Newton, El sistema del mundo. Alianza Editorial, Madrid, 2018.
14 Se refiere a sus satélites.
15 H.H. Benítez, Cuatro cartas de sir Isaac Newton al doctor Bentley que contienen algunos argumentos en favor de la existencia de una deidad (1692-1693). Revista de Filosofía Dianoia nº 44, págs. 113-136. UNAM, México, 1998.
16 H.H. Benítez, op. cit.
17 Del himno órfico a Eros. Himnos órficos. Ed. Gredos, Madrid, 1987.

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