SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LA IDENTIDAD SUPREMA

ROBERTO CASTRO

De lo irreal, condúceme a lo real. De la oscuridad, condúceme a la luz. De la muerte, condúceme a la inmortalidad.1

Corren tiempos muy oscuros y el final de este ciclo de la humanidad se intuye muy cerca. El alma de la mayoría de seres humanos está totalmente abandonada en la ignorancia. Es un no querer saber deliberado, una huida permanente. Pero aún quedan unos pocos para los que esta existencia sin la Ciencia Sagrada, sin el Conocimiento de la Metafísica, no tiene sentido. Porque esta vía es el camino de la Liberación del alma. Y dado que está todo tan avanzado en su decrepitud y lo denso empuja hacia abajo con más fuerza que nunca, las dificultades no son pocas. Dudas, flaquezas, errores, toda clase de obstáculos promovidos por el Adversario, ese que habita dentro de uno y que reclama constantemente que sigas alimentando a la bestia.

El alma del hombre moderno está gravemente enferma, transita por la penumbra, perdida en un mundo laberíntico de espejos y sombras. La ignorancia comporta sufrimiento y la liberación del alma, que sólo es posible por el Conocimiento, es la conquista del gran descanso, de la Paz eterna.

La liberación del alma es posible en este preciso instante. Sólo es cuestión de recordar. Recordar que somos ese Hombre Universal que una vez ha reconocido la unión de su alma con el Espíritu alcanza la inmortalidad. Y como el ámbito de lo inmortal y lo imperecedero sucede en simultaneidad con esos otros estados de conciencia de aparente olvido, es por ello que siempre está en nuestras manos tal posibilidad de hacer memoria. Cada día se festeja la hierogamia en el corazón del hombre aunque no sea consciente de ello.

Queremos meditar sobre esta liberación del alma, que es el camino hacia la Suprema Identidad, desde el punto de vista del hinduismo. En el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos de Federico González Frías encontramos diversas entradas relacionadas con ello y la primera en la que nos detendremos es la de “Identidad”:

Ser uno consigo mismo.
La sagrada identidad: lo que es el hombre con Dios, o sea con el verdadero Yo, la Unidad.2

¿Y cómo recupera el alma esta identidad con la Deidad?

En este camino iniciático, el alma recuerda “el No dualismo, o sea la identidad entre el No-Ser y el Ser Universal ya que la Posibilidad Indefinida no es diferente a la totalidad de lo creado, aunque la exceda”.3

Y es gracias a la intuición intelectual que podrá ir apercibiéndose de todo ello, la que está relacionada con lo que en esta tradición oriental se conoce como Buddhi,

el rayo intermediario que une al espíritu con el alma y que ésta refleja. Y puede ser visto de forma individual como la resolución de la potencia en acto, produciendo la consciencia universal en la naturaleza humana.4

Y de este modo, el alma retorna así a su origen, lo que el hinduismo llama el Agartha, ese,

Centro espiritual subterráneo análogo al corazón o a la base de la columna vertebral,5

que,

Alberga el germen de inmortalidad en su caverna iniciática, íntimamente vinculada con el Colegio Invisible.6

Como decíamos, liberar el alma es conquistar la inmortalidad, que nuestro autor define como

morir a un estado y resucitar a otro totalmente nuevo y virginal, no regulado por las coordenadas del espacio y el tiempo de los hombres. Sólo el espíritu es inmortal. Por lo tanto el alma capaz de unirse con el espíritu se hace inmortal más allá de cualquier literalidad o pretensión humana de supervivencia indefinida.7

Conquistar, en definitiva, el centro inmóvil, el Eje, saliendo así de Mâyâ, que es

El mundo de la ilusión y las apariencias que da lugar a la ignorancia según el Vêdânta, un sueño del que hemos de despertar y que, sin embargo, forma parte del juego divino. En realidad, el conjunto de las formas y aquello que se comprende exclusivamente por los sentidos.
No puede haber otra divinidad que la no-manifestada y por lo tanto todo lo demás se oculta bajo el velo de Mâyâ.8

Mâyâ es, pues, ese ámbito de lo ilusorio del que hay que salir y que está muy ligado a la idea de Samsâra,

El ciclo indefinido del rodar de la vida sujeto a la ley del Karma y la impermanencia de todas las cosas. Según el hinduismo y el budismo la forma de salir de esta prisión es el Nirvâna, la culminación del proceso de Conocimiento en el No Ser.
Esta experiencia se complementa posteriormente con la doctrina del Advaita (la no dualidad) con la que se la reintegra al cosmos.9

Y ese alma que ha recuperado su estado virginal se deja fecundar por Purusha,

El principio activo de la manifestación universal a cualquier grado que ésta se produzca ya sea sucesiva o simultáneamente, a saber la Voluntad Divina, o el Ordenador Supremo, siempre relacionado con Prakriti como una polarización del Ser Principal, en la que Purusha sería la esencia y Prakriti el principio plástico asociado a la substancia, y al principio pasivo.10

Damos paso a las palabras de otro autor, Ananda K. Coomaraswamy, que nos habla de este proceso del alma:

La Puerta mesiánica y solar, por la que uno pasa de este mundo imperfecto adentro de ese estado de gloria que, como dice Santo Tomás de Aquino, “no está bajo el sol”, es una puerta estrecha, e incluso una puerta cerrada, para aquellos que no están cualificados para pasarla; es decir, la vía es impasable para aquellos en quienes queda el más pequeño rastro de egotismo, ya sea físico o psíquico. Para “pasar más allá del Sol”, uno debe haber abandonado todas las posesiones, ya sean del cuerpo o del alma; a diferencia de todo lo que queda fuera, en la multiplicidad, a aquellos que están cualificados para entrar se les describe como “unificados”. Las puertas del Paraíso están guardadas por el Ángel de la Espada Flamígera, y precisamente de la misma manera, en los textos indios, la entrada se describe como cubierta, ocultada y defendida por rayos de luz, cuyas manifestaciones externas cortan el paso a todos aquellos que son agnósticos (ignorantes) de Dios. Los rayos sólo se retiran para el transformado por la Gnosis de Dios, y entonces se ve una vía abierta, una vía que coincide con lo que se llama en el hinduismo el “Rayo Preeminente”, y en el cristianismo el “Rayo Obscuro”, porque no es visible exteriormente, sino que se funde en la Obscuridad Divina, donde no brilla ningún sol, sino sólo el Espíritu a quien, igualmente en el hinduismo y el cristianismo, se le llama la “Luz de las luces”.
La consciencia de un hombre puede estar centrada en su cuerpo, y éste es el hombre animal; o en el alma, y este es el hombre psíquico; o en el espíritu, que es el hombre espiritual o pneumático. Sólo el último puede “retornar” a Dios en igualdad de naturaleza. Este fin último del hombre no es meramente una cuestión de destino post mortem; pues “El Reino del Cielo está dentro de vosotros”, o, como lo expresa la Upanisad, “La forma inconcebible de la Deidad, más remota que el más allá y también aquí dentro de vosotros, aunque no puede verse con la facultad intrínseca del ojo, puede aprehenderse con la Verdad, y puede ser vista por el Gnóstico iluminado, donde Ella mora dentro de la cámara secreta del corazón”.11

Y, por su parte, René Guénon nos dice:

…en el fondo, un sistema no es otra cosa que una concepción cerrada, cuyos límites más o menos estrechos están naturalmente determinados por el “horizonte mental” de su autor. Ahora bien, toda sistematización es absolutamente imposible para la metafísica pura, al respecto de la cual todo lo que es del orden individual es verdaderamente inexistente, y que es enteramente libre de todas las relatividades, de todas las contingencias filosóficas u otras; y ello es necesariamente así, porque la metafísica es esencialmente el conocimiento de lo Universal, y porque un tal conocimiento no podría dejarse encerrar en ninguna fórmula, por comprehensiva que pueda ser.
…lo que traducimos aproximadamente por “Conocimiento Divino”, cuando se trata del Vedânta, es Brahma-Vidya, ya que el punto de vista de la metafísica pura implica esencialmente la consideración de Brahma o del Principio Supremo, del que Ishwara o la “Personalidad Divina” no es más que una determinación en tanto que principio de la manifestación universal y en relación a ésta. La consideración de Ishwara es pues ya un punto de vista relativo: es la más alta de las relatividades, la primera de todas las determinaciones, pero por eso no es menos verdad que es “calificado” (saguna), y “concebido distintamente” (savishêsha), mientras que Brahma es “no calificado” (nirguna), “más allá de toda distinción” (nirvishêsha), absolutamente incondicionado, y que la manifestación universal toda entera es rigurosamente nula al respecto de Su Infinitud. Metafísicamente, la manifestación no puede considerarse más que en su dependencia al respecto del Principio Supremo, y a título de simple “soporte” para elevarse al Conocimiento transcendente, o también, si se toman las cosas en sentido inverso, a título de aplicación de la Verdad principial; en todo caso, es menester no ver, en lo que se refiere a ella, nada más que una suerte de “ilustración” destinada a hacer más fácil la comprehensión de lo “no manifestado”, objeto esencial de la metafísica, y permitir así, como lo decíamos al interpretar la denominación de las Upanishads, la aproximación al Conocimiento por excelencia.
El “Sí mismo” es el principio trascendente y permanente del que el ser manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y contingente, modificación que, por lo demás, no podría afectar de ninguna manera al principio, así como lo explicaremos más ampliamente después.
En tanto que tal, el “Sí mismo” jamás se individualiza y no puede individualizarse, ya que, debiendo ser considerado siempre bajo el aspecto de la eternidad y de la inmutabilidad que son los atributos necesarios del Ser puro, evidentemente no es susceptible de ninguna particularización, que le haría ser “otro que sí mismo”. Inmutable en su naturaleza propia, solo desarrolla las posibilidades indefinidas que conlleva en sí mismo, por el paso relativo de la potencia al acto a través de una indefinidad de grados, y eso sin que su permanencia esencial sea afectada por ello, precisamente porque este paso no es más que relativo, y porque este desarrollo no es tal, a decir verdad, sino en tanto que se considera del lado de la manifestación, fuera de la cual ya no puede tratarse de ninguna sucesión cualquiera que sea, sino solamente de una perfecta simultaneidad, de suerte que eso mismo que es virtual bajo una cierta relación por eso no se encuentra menos realizado en el “eterno presente”.
El “Sí mismo” es así el principio por el cual existen, cada uno en su dominio propio, todos los estados del ser; y esto debe entenderse, no solo de los estados manifestados de los cuales acabamos de hablar, individuales como el estado humano o supraindividuales, sino también, aunque la palabra “existir” deviene entonces impropia, del estado no manifestado, que comprende todas las posibilidades que no son susceptibles de ninguna manifestación, al mismo tiempo que las posibilidades de manifestación mismas en modo principial; pero este “Sí mismo” no es más que por sí mismo, puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad total e indivisible de su naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior.
…la luz simboliza el Conocimiento; y es la fuente de toda otra luz, que no es en suma más que su reflejo, puesto que todo conocimiento relativo no puede existir más que por participación, por indirecta y por lejana que sea, en la esencia del Conocimiento supremo. En la luz de este Conocimiento, todas las cosas son en perfecta simultaneidad, ya que, principalmente, no puede haber más que un “eterno presente”, puesto que la inmutabilidad excluye toda sucesión; y no es más que en el orden de lo manifestado donde se traducen en modo sucesivo (lo que no quiere decir forzosamente temporal) las relaciones de las posibilidades que, en sí mismas, están contenidas eternamente en el Principio.
…en el caso donde la “Liberación” debe ser obtenida a partir del estado humano, hay todavía más que lo que acabamos de decir, y entonces el término verdadero ya no es el Ser Universal, sino el Supremo Brahma mismo, es decir Brahma “no cualificado” (nirguna) en Su Total Infinitud, que comprende a la vez el Ser (o las posibilidades de manifestación) y el No Ser (o las posibilidades de no manifestación), y principio de uno y del otro, y por consiguiente más allá de ambos, al mismo tiempo que los contiene igualmente.
La “Identidad Suprema” es pues la finalidad del ser “liberado”, es decir, libre de las condiciones de la existencia individual humana, así como de todas las demás condiciones particulares y limitativas (upâdis), que se consideran como otros tantos lazos. Cuando el hombre (o más bien el ser que estaba precedentemente en el estado humano) se “libera” así, el “Sí mismo” (Âtmâ) está plenamente realizado en su propia naturaleza “no dividida”, y entonces, según Audulomi, es una consciencia omnipresente (que tiene por atributo chaitanva): es lo que enseña también Jaimini, pero especificando además que esta consciencia manifiesta los atributos divinos (aishwarya), como facultades transcendentes, por eso mismo de que está unida a la Esencia Suprema. Es ese el resultado de la liberación completa, obtenida en la plenitud del Conocimiento Divino; en cuanto a aquellos cuya contemplación (dhvâna) no ha sido más que parcial, aunque activa (realización metafísica que ha quedado incompleta), o que ha sido puramente pasiva (como lo es la de los místicos occidentales), gozan de algunos estados superiores, pero sin poder llegar desde entonces a la Unión perfecta (Yoga), que no forma más que uno con la “Liberación”.
La “Liberación” (Moksha o Mukti) difiere absolutamente de todos los estados por los que ese ser ha podido pasar para llegar a ella, ya que es la obtención del estado supremo e incondicionado, mientras que todos los demás estados, por elevados que sean, son todavía condicionados, es decir, sometidos a algunas limitaciones que los definen, que les hacen ser lo que son, y que los constituyen propiamente en tanto que estados determinados. Eso se aplica tanto a los estados supraindividuales como a los estados individuales, aunque sus condiciones sean diferentes; y el grado mismo del Ser puro, que está más allá de toda existencia en el sentido propio de la palabra, es decir, de toda manifestación tanto informal como formal, no obstante implica todavía una determinación, que, aunque es primordial y principial, por eso no es menos una limitación. Es por el Ser por quien subsisten todas las cosas en todos los modos de la Existencia universal, y el Ser subsiste por sí mismo; determina todos los estados de los que Él es el principio, y Él no es determinado más que por sí mismo; pero determinarse a sí mismo, es todavía ser determinado, y por consiguiente limitado en cierta manera, de suerte que la Infinitud no puede ser atribuida al Ser, que no debe considerarse de ninguna manera como el Principio Supremo. Se puede ver por esto toda la insuficiencia metafísica de las doctrinas occidentales, queremos decir de aquellas mismas en las que hay sin embargo una parte de metafísica verdadera: al detenerse en el Ser, son incompletas, incluso teóricamente (sin hablar aquí de la realización que no consideran de ninguna manera), y, como ocurre de ordinario en parecido caso, tienen una fastidiosa tendencia a negar todo lo que las rebasa, que es precisamente lo que más importa desde el punto de vista de la metafísica pura.
Así pues, la adquisición o, por decir mejor, la toma de posesión de estados superiores, cualesquiera que sean, no es más que un resultado parcial, secundario y contingente; y, aunque este resultado pueda parecer inmenso cuando se le considera en relación al estado individual humano (y sobre todo en relación al estado corporal, el único del que los hombres ordinarios tienen una posesión efectiva durante su existencia terrestre), por eso no es menos verdad que, en sí mismo, es rigurosamente nulo al respecto del estado supremo, ya que lo finito, aunque devenga indefinido por las extensiones de las que es susceptible, es decir, por el desarrollo de sus propias posibilidades, permanece siempre nulo frente al Infinito. Por consiguiente, en la realidad absoluta, un tal resultado no vale más que a título de preparación a la “Unión”, es decir, que no es todavía más que un medio y no un fin; tomarle por un fin, es permanecer en la ilusión, puesto que los estados de los que se trata, hasta el Ser inclusive, son todos ellos ilusorios en el sentido que hemos definido desde el comienzo.
El Ser es uno, o más bien es la Unidad metafísica misma; pero la Unidad encierra en sí misma la multiplicidad, puesto que la produce solo por el despliegue de sus posibilidades.
Así, la Liberación y el Conocimiento total y absoluto no son verdaderamente más que una sola y misma cosa; si se dice que el Conocimiento es el medio de la Liberación, es menester agregar que, aquí, el medio y el fin son inseparables, puesto que el Conocimiento lleva su fruto en sí mismo, contrariamente a lo que tiene lugar para la acción; y por lo demás, en este dominio, una distinción como la de medio y de fin ya no puede ser más que una simple manera de hablar, sin duda inevitable cuando se quieren expresar estas cosas en el lenguaje humano, en la medida en la que son expresables. Por consiguiente, si se considera la Liberación como una consecuencia del Conocimiento, es menester precisar que es una consecuencia rigurosamente inmediata; es lo que indica muy claramente Shankarâchârya: “No hay ningún otro medio de obtener la Liberación completa y final que el Conocimiento; únicamente éste desata los lazos de las pasiones (y de todas las demás contingencias a las que está sometido el ser individual); sin el Conocimiento, no puede obtenerse la Beatitud (Ânanda)”.
Puesto que la acción (karma, ya sea que esta palabra se entienda en su sentido general, o ya sea que se aplique especialmente al cumplimiento de los ritos) no es opuesta a la ignorancia, no puede alejarla; pero el Conocimiento disipa la ignorancia, como la luz disipa las tinieblas. Desde que la ignorancia que nace de las afecciones terrestres (y de otros lazos análogos) es alejada (y con ella toda ilusión ha desaparecido), el “Sí mismo”, por su propio esplendor, brilla a lo lejos (a través de todos los grados de existencia) en un estado indiviso (que lo penetra todo y que ilumina la totalidad del ser), como el sol difunde su claridad cuando la nube se dispersa.12

Y se hace interesante traer a colación este fragmento donde Guénon aborda la idea de la Guerra Santa, que está haciendo alusión, precisamente, a esta conquista de la Suprema Identidad:

“La gran guerra santa”, es la lucha del hombre contra los enemigos que porta en él mismo, es decir contra todos los elementos que, en él, son contrarios al orden y la unidad. No se trata, por lo demás, de aniquilar esos elementos, que, como todo lo que existe, tienen también su razón de ser y su lugar en el conjunto; se trata más bien de “transformarlos” devolviéndolos a la unidad, reabsorbiéndolos en ella en cierta manera. El hombre debe tender ante todo y constantemente a realizar la unidad en él mismo, en todo lo que le constituye, según todas las modalidades de su manifestación humana: unidad del pensamiento, unidad de la acción, y también, lo que quizás es lo más difícil, unidad entre el pensamiento y la acción. Importa por lo demás subrayar que, en lo que concierne a la acción, lo que vale esencialmente, es la intención (nivah), pues es sólo eso lo que depende enteramente del hombre mismo, sin que sea afectado o modificado por las contingencias exteriores como lo son siempre los resultados de la acción. La unidad en la intención y la tendencia constante hacia el centro invariable e inmutable están representadas simbólicamente por la orientación ritual (giblah), al ser los centros espirituales terrestres como imágenes visibles del verdadero y único centro de toda manifestación, el cual tiene, por lo demás, su directo reflejo en todos los mundos, en el punto central de cada uno de ellos, y también en todos los seres, en los que este punto central es designado figurativamente como el corazón, en razón de su correspondencia efectiva con éste en el organismo corporal.
Para aquél que ha llegado a realizar perfectamente la unidad en él mismo, al haber cesado toda oposición, el estado de guerra cesa también por eso mismo, pues no hay ya más que el orden absoluto, según el punto de vista total que está más allá de todos los puntos de vista particulares. A tal ser, nada puede dañarle en adelante, pues ya no hay enemigos para él, ni en él ni fuera de él; efectuada la unidad en el interior, lo está también y al mismo tiempo en el exterior, o más bien no hay ya ni interior ni exterior, al ser ésta una de esas oposiciones borradas para siempre ante su mirada (la mirada del tercer ojo de Shiva según la tradición hindú). Establecido definitivamente en el centro de todas las cosas, es para sí mismo su propia ley, puesto que su voluntad es una con el Querer universal; ha obtenido la “gran paz”, que es verdaderamente la “presencia divina” (Es Sakinah, término idéntico al nombre de la Shekinah de la Kábala hebrea); identificándose, por su propia unificación, con la unidad principial misma, ve la unidad en todas las cosas y todas las cosas en la unidad, en la absoluta simultaneidad del “eterno presente”.13

Queremos terminar con unos pasajes de los Brahma-Sûtras y de la Upanishad.

Dice un Brahma-Sûtra que el alma que ha llegado al Sí Mismo

ha llegado a la perfección del Conocimiento Divino y en consecuencia ha obtenido la Liberación y sube a la Suprema Luz (espiritual) que es Brahma, y se identifica con Él, de una manera conforme e indivisa, como el agua pura, al mezclarse en el lago límpido, deviene en todo conforme con él.14

Y he aquí estos bellísimos pasajes de la Upanishad:

Más sutil que lo más sutil, más grande que lo más grande, el Ser está escondido en el corazón de cada criatura. El ser humano que está libre de deseos y sufrimientos, puede ver la gloria del Ser a través de la serenidad de los sentidos y la mente.
Entre los que buscan la Verdad, sólo la ha comprendido el que ha hecho el trabajo por sí mismo, el que ha penetrado en su interior, donde habita la Inteligencia, en la morada dedicada al Ser absoluto. Los sabios ven una diferencia como la que hay entre la luz y las sombras entre aquél y esos otros que practican actos religiosos en general, como el de los cinco fuegos o incluso el de los tres fuegos de Naciketa.
Por encima de la Vida está lo Inmanifestado. Por encima de lo Inmanifestado está el Espíritu. No hay nada más elevado que el Espíritu. Ésta es la culminación de todo, el fin supremo.
Quien conoce de cerca aquel Ser que sostiene la vida, el que experimenta el fruto de las acciones y dirige el pasado y el futuro, una vez que lo ha conocido no buscará salvarse él mismo.
Aquello es Esto (que buscas).
Cualquiera trataría de salvar su propio ser si lo considera impermanente. Pero al saber que es eterno, no-dual, ¿quién querría salvarlo y de qué?
Aquella primera manifestación, nacida de la Conciencia, antes de las aguas, es la Vida que desde la interna caverna del corazón se mantiene en la existencia, unida a los elementos. Quien la ve, sabe que es así.
Quién ve esa Conciencia ve al Absoluto mismo, que incluye todas las divinidades, y que se manifiesta como la Vida junto con los elementos, aquel que entra en lo hondo del corazón y allí habita.
Ve también ese Fuego situado entre dos piezas de madera y protegido como un niño en el vientre materno, como la luz en el corazón del ser humano. Ese Fuego, que es reverenciado día a día por los que vigilan, es únicamente Esto.15
NOTAS
1 Madhu-KĀnda I, III, 28. “Gran Upanishad del bosque”. Ed. Trotta, Madrid, 2002.
2 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Identidad”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
3 Entrada: “Advaita (hindú)”, op. cit.
4 Entrada: “Buddhi (hindú)”, ibíd.
5 Entrada: “Agartha (hindú)”, ibíd.
6 Ibíd.
7 Entrada: “Inmortalidad”, ibíd.
8 Ver entrada: “Mâyâ (hindú)”, ibíd.
9 Entrada: “Samsâra (hindú)”, ibíd.
10 Entrada: “Purusha (hindú)”, ibíd.
11 A. K. Coomaraswamy. La doctrina india del fin último del hombre. Ed. Sanz y Torres, Madrid, 2007.
12 René Guénon. El hombre y su devenir según el Vedanta. Ed. Sanz y Torres, Madrid, 2006.
13 René Guénon. Sobre la metafísica hindú. Ed. Sanz y Torres, Madrid, 2009.
14 Brahma-Sutras. Ed. Trotta, Madrid, 2000.
15 Upanishad. Ed. Trotta, Madrid, 2001.
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