SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

EL JARDÍN DEL ALMA: UNA IMAGEN DEL COSMOS
Y UN SOPORTE PARA EL VIAJE INICIÁTICO

LUCRECIA HERRERA

Invoco a la soberana Mnemósine, que comparte el lecho de Zeus y engendró a las Musas sagradas, piadosas y de sonora voz; que siempre se mantiene al margen del pernicioso olvido que daña la mente y conserva todo su pensamiento en estrecha relación con las almas de los mortales, acrecienta la capacidad y el poder de raciocinio de los humanos y, muy dulce y vigilante, recuerda todo pensamiento que cada uno siempre guarda en su pecho, sin desviarse jamás y excitándole a todos su espíritu.
Venga, afortunada diosa, instígales a tus iniciados al recuerdo del piadoso ritual y manda lejos de ellos el olvido.1

Giovanni Battista Cipriani. Adán y Eva en el Paraíso.
Grabado 1727-1785. The Art Institute, Chicago.
El Paraíso
Al hablar del jardín, la memoria nos lleva al recuerdo de aquel mítico lugar denominado Paraíso conocido por varias tradiciones –“para los hebreos llamado Pardés y para los persas peridaisos”–, creado por la Inteligencia divina de donde emana el orden y la concordia de todos los seres y las cosas de la Naturaleza.

En el Génesis2 –primer libro del Pentateuco–, se dice que en el centro del Paraíso surgía un manantial de “agua viva” que regaba la superficie de esa tierra, si bien no había ningún arbusto ni hierba que hubiera germinado porque la Deidad todavía no había hecho llover sobre la tierra. Formó, entonces, al hombre del polvo de la tierra e insufló en sus narices el hálito vital para que fuera un ser viviente. Plantó, luego, el Creador un jardín llamado Edén al este del Paraíso, donde sale el sol, región distinta que las otras, y allí colocó al hombre que había formado. Hizo, entonces, brotar del suelo toda clase de árboles no sólo agradables y deleitosos para la vista sino para comer. Y en el centro plantó dos árboles: el Árbol de la Vida o de la conciencia de Unidad, y el Árbol del Conocimiento o de la Ciencia del bien y del mal, relacionado con el número 2 “que representa la dualidad de todo lo creado y de donde el ser humano comió un fruto prohibido. Cuatro ríos lo surcaban de modo ortogonal. Su perímetro era circular y se podría decir que era una isla situada en el cielo”.3

Salía, pues, un río del jardín del Edén que regaba la superficie de la tierra, y desde allí se dividía en cuatro brazos, que fluían hacia las cuatro direcciones del espacio “distribuyendo la unidad a todos los confines de la creación”.4 El primero de estos ríos se llama Pisón, que atraviesa el país de Javilá, (en hebreo, literalmente, “circular”) donde se dice hay oro fino, el ónice y el bedelio, piedras preciosas y sagradas; el segundo lleva por nombre Guijón y rodea el país de Cus; el tercero, se llama Tigris que corre al oriente de Asiria y el cuarto río es el Éufrates.

En el Edén el hombre vivía en perfecta armonía e identidad con el Principio en un estado de conciencia de unidad y su “vestidura” era de “luz”;

la imagen de Dios es aún visible en ella; el todo de la Naturaleza mira con reverencia al hombre que todavía se halla vinculado con su imagen celestial y dotado de toda sabiduría.5

Relata el Génesis que para que el hombre no estuviera solo, el Creador “formó del suelo toda especie de animales del campo y las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera”.6 Ya que el hombre, “dotado de toda sabiduría”, tenía la potestad de nombrarlo todo, de conocerlo y recrearlo. Era Uno con Dios. Todo lo que el Creador dispuso estaba contenido en este Paraíso que fue el primer habitáculo de Adán,

el hombre primigenio, aparentemente andrógino, de cuyo costado se separó, oponiéndosele así, su componente femenino, llamado Eva. Por motivos cíclicos Eva está predestinada al error de comer de aquel fruto y con eso se produce la expulsión de la pareja de ese Edén, donde se recogían los productos de los árboles y se comían las mieses de la tierra y el maná de modo indiscriminado.7

Mas, tentada Eva por la serpiente –vinculada con el principio femenino y el lado izquierdo “que no es malo en sí, sino que se convierte en malo cuando intenta ocupar, o sustituir al otro, derecho, masculino y positivo”8 del que también habla el Zohar–,9 presta oído a lo que le dice:

De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él [del árbol del bien y del mal] se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.
Como viese la mujer que el árbol era bueno para comer; apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió. Después dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a ambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos.10

A consecuencia de haber comido del fruto prohibido al hombre, lo abandona la imagen divina y pierde su condición original, su “vestidura” o cuerpo de “luz”; pierde, o mejor dicho olvida, la conciencia de unidad y el sentido de la eternidad y conoce el miedo, la desnudez, el error, la estulticia, es decir, “lo otro”; de modo que cae en el olvido de su verdadera identidad y de su condición superior y divina. Caído en lo puramente humano y terrestre, sumido en la ignorancia de quién es y de dónde viene, se convierte en un ser inferior –aunque guarda oculta en su interior su verdadera esencia constituida por su alma–, sujeto al devenir, a vagar por el mundo y a padecer todo aquello que conlleva el alejamiento del origen,

que lo coloca en una situación infrahumana con respecto a sí mismo, motivo por el que ha de restaurar su verdadero Yo, que se halla oculto en su interior, tan sólo vivo en forma potencial. Y que debe actualizar, por la memoria de sí y el recuerdo del arquetipo original, con fe y amor, gracias a la doctrina tradicional, conocida en este caso con el nombre de Hermetismo.11

Por tanto,

Obligado al exilio y a vivir y trabajar con el sudor de su frente, desde entonces el hombre ha intentado volver a ese paraíso y lo ha conseguido comiendo del Árbol de la Vida en virtud de las iniciaciones que le han procurado los héroes civilizadores y los salvadores y la gracia del espíritu que sopla donde quiere, y sólo donde quiere. La vuelta al Paraíso es pues un arquetipo de la llegada feliz a la utopía, a lo que este término verdaderamente significa. Más profundamente es la restitución al Ser primordial, al mítico andrógino esférico de Platón, o sea al arquetipo universal.12

Arrojado fuera de ese Jardín, su morada primordial hasta entonces en aquella “isla situada en el cielo”, el Paraíso, “símbolo de la conciencia de Unidad y asimismo residencia de la Inmortalidad”,13 sumido en el caos y el tener que vivir el “exilio” de ese Edén errando sin destino, el hombre se ve, en un momento del ciclo, en la necesidad de domesticar la naturaleza para su sustento y habitáculo. Y es gracias al “espíritu que sopla donde quiere y sólo donde quiere”, que el hombre caído va recobrando la memoria de su origen y el recuerdo de ese jardín arquetípico que anida en su corazón, modelado por la mano de la Inteligencia Divina. Y es por ese recuerdo, que él tiene la posibilidad de repetir ese mismo gesto creacional del origen en sí mismo, a partir del mito y el rito. Razón por la cual, desde la más remota antigüedad, aparecen en muchas culturas tradicionales las construcciones de jardines, concebidos y recreados a imagen del Paraíso vinculados a un “estado edénico”, y ordenados a imagen del modelo del Universo con sus distintos mundos, planos y reinos de la naturaleza y todos los seres que allí habitan; lo que hace de ese espacio un ámbito sagrado y ordenado, cosmizado, podríamos decir, acorde a las leyes que rigen el cosmos constituyéndose, por tanto, la creación de ese jardín en un soporte para el viaje iniciático de Conocimiento del artesano que realiza la obra, volando su alma a ese Edén, arquetipo de su auténtica morada celeste.

A este respecto nos dicen los maestros herméticos:
“El paraíso está aún en esta tierra, pero el hombre está lejos de él hasta que no se regenere”.14

Estanque de jardín, Egipto.
Pintura mural sobre yeso, hacia 1390 a. C.
Museo Británico, Londres.
El jardín del alma
Desde la más remota antigüedad y en casi todas las culturas tradicionales han existido los jardines como lugares de meditación, de belleza y regocijo, de festividades y de encuentros sorprendentes e inesperados. Lugares donde pareciera que el tiempo se detiene para celebrar la Vida, el aire que se respira, el agua que nutre y riega la tierra haciéndola fértil para la germinación de toda semilla y el fuego solar que con su luz y calor todo alumbra, ilumina y hace posible.

En su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, Federico González Frías, nos dice del jardín:

Forma de domesticar la Naturaleza en base a la Inteligencia y la habilidad. Lugar donde las plantas y flores están dispuestas de modo ordenado por la mano del hombre.15

A través del lenguaje simbólico se está refiriendo también a la domesticación de nuestra naturaleza interna, salvaje y caótica, “signada por la ignorancia, el embrollo, la desorganización y el revoltijo”.16 O sea que se refiere a la ordenación total de nuestro ser acorde a un modelo arquetípico, nacido del Caos Primordial, a diferencia del caos –con minúsculas– en el que de ordinario vive sumergido el hombre. Y es en base a la Inteligencia que ordena nuestros pensamientos, discierne y selecciona los valores que el iniciado o artesano en el oficio puede proyectar en su jardín un orden análogo al modelo del universo que ha fijado en su pensamiento. Construcción paulatina, que le servirá de apoyo en su viaje iniciático y que de a poco lo llevará “al concierto, la armonía, la simetría, al ritmo y por fin al centro”17 de sí mismo.

Partimos de la idea de que todas las cosas manifestadas tienen dos formas de comprenderse y expresarse, dos fases o caras de una misma realidad: una esotérica, (de eso o éiso: adentro), es decir interior, invisible, secreta y oculta tras las apariencias de las formas, y otra exotérica, externa, luminosa y visible a todos, término éste que deriva de exo “afuera”. Realidades que no se excluyen sino que se complementan.

Por otra parte, el lenguaje y todo texto sagrado tiene, al menos, cuatro lecturas de la realidad en correspondencia con los 4 planos o mundos jerárquicos en los que se manifiesta la Unidad. O sea que, siendo cualquier expresión simbólica, no siempre las cosas expresan lo que se ve a simple vista, como tampoco el lenguaje tiene sólo un nivel de lectura de la realidad.

La Inteligencia es aquella facultad divina que se despierta –o es despertada– en nosotros y nos enseña a pensar. Ordena nuestros pensamientos y selecciona los valores penetrando las apariencias de las formas enseñándonos a discernir lo verdadero y lo falso, lo real de lo aparente. “Es la Sabiduría despojada de sus velos”, la Virgen Reina, femenina, pasiva y receptiva, “a la que puede verse como una copa vacía que es penetrada por el Espíritu”. Es la Gran Madre o Matriz Universal generadora de todos los mundos y de la que emanan todas las criaturas. Reveladora y creativa, “su belleza y armonía se manifiestan en la Naturaleza”18 entera.

En el Árbol de la Vida Sefirótico, modelo del cosmos y expresión del Ser, Uno y Único, podemos leer como en un libro abierto el orden y la forma del despliegue de la Unidad, Kether, que al reflejarse en Hokhmah, Sabiduría o Verbo espermático, nombra todos sus atributos, cualidades y aspectos, su Ser: arquetipos, inteligencias, númenes, que “como vehículos de la creatividad divina”19 y recibidos en el seno de Binah, Inteligencia, se manifiestan en 10 numeraciones, reflejos o emanaciones de la Unidad que conforman todo cuanto existe. Estas emanaciones recorren el Árbol de la Vida por un camino descendente desde Kether, Corona, que se corresponde con el número 1, hasta su límite, Malkuth, la Tierra o Reino, morada de la Shekinah, la Inmanencia divina, Omnipresencia real en todo, donde estas emanaciones invisibles concretan en la materia y el número 10 (1+0=1). Punto en el que se dice, “el tiempo se detiene” para luego emprender su retorno contracorriente, reabsorbida su manifestación nuevamente en la Unidad, ascendiendo de vuelta a ese Principio del que la Unidad, en realidad, nunca salió más que ilusoriamente. Desde esa perspectiva ese doble movimiento es simultáneo y siempre presente. Sería ésta la respiración del Ser, su hálito Divino y rítmico, que al exhalar, se refleja, se expande, manifiesta, crea y “da a luz”, para luego inhalar, contrayéndose en Sí, reabsorbiendo su reflejo y despliegue en el Silencio y la Oscuridad del No Ser, el Infinito, Sin Fin, el Misterio Absoluto, de donde todo viene a Ser, más allá de Kether su primera determinación, el número 1.

En realidad la inteligencia es un don divino relacionado con la Sabiduría y el Conocimiento y está

ligada directamente con la Inteligencia Universal de la que es una imagen, y allí existe un don especial que algunos han llamado Intuición Intelectual, que se produce directamente y tiene como fuerza inspiradora el centro del Ser, su corazón, y no su cerebro como pretende la ciencia profana actual (incluso se ha pensado de modo gracioso que el tamaño del cerebro estaba en relación con una inteligencia mayor).20
La Inteligencia, simbolizada por la diosa Atenea, patrona de las Artes y las Ciencias Sagradas, es la que nos procura la habilidad, la destreza, el ingenio, y en última instancia la maestría en el Arte, cualquiera sea ésta su expresión. “Descrita siempre como la de los ojos brillantes, o mirada fulgurante”,21 Atenea, nacida de la cabeza de su padre Zeus comparte con Thot, escriba divino e inventor del lenguaje humano, y Hermes el “tres veces grande”, llamado por esto Trismegisto –de donde la Tradición Hermética a la que pertenecemos, y cuyos elevados atributos lo hacen paredro de la Sabiduría–, las más altas verdades como también el patronazgo de las artes y el invento de numerosas ciencias. Intermediario y mensajero divino, el dios Hermes es el transmisor de los misterios y secretos de la Tradición, los que traduce e interpreta a los iniciados que a él se entregan.

Hermes Trismegistus. Trois anciens traictez
de la philosophie naturelle
. Charles Hulpeau, Paris, 1626.
Sean ellos nuestros guías en este largo, profundo, desconocido y verdaderamente asombroso viaje de Conocimiento, tan inesperado y sorprendente como la vida misma, y el Ser, que jugando a conocerse a sí mismo se refleja (se mira) en la criatura, en la que se reconoce, una vez despojada su alma de esas capas brutas que le impiden reflejar la luz de su condición primordial. Y por eso, la necesidad de entregarse a la ardua pero asombrosa labor del conocimiento de la cosmogonía, la ontología, el Ser, porque Él es Todo, y Todo es Uno, e identificándose el ser humano plenamente con Él y ocupando conscientemente el lugar que le corresponde en el centro del mundo, punto inmóvil de unión de todos los opuestos y contradicciones que el iniciado conjuga en sí, realizando el milagro “de una sola cosa”, convertido en un colaborador activo y despierto en la creación de la que se dice está inacabada. Tan importante papel juega el hombre en todo este drama.

Es tal la fuerza de la Inteligencia, que ella nos conduce a la Sabiduría, que resplandece en la Belleza oculta de lo más alto del Árbol de la Vida donde se reconoce el Amor más puro y despojado relacionado con la Venus Urania. En el libro El Tarot de los Cabalistas, Vehículo Mágico, de Federico González,22 la lámina II de los Arcanos Mayores, La Sacerdotisa, vinculada en el Árbol de la Vida con la sefirah número 2,

… es la Sabiduría oculta detrás de los velos de las apariencias. Sentada como eje central entre las dos columnas del Templo, desentraña las profundidades de las cosas gracias a la intuición superior y al intelecto puro, que son los ojos con los lee en el Libro de la Vida. Ella nos enseña a mirar en el interior de nosotros mismos, a guardar silencio cuando se hace necesario callar, a penetrar las formas buscando siempre la esencia de los seres, y a conocer la Fe. No las creencias dogmáticas que sólo se imponen a los ciegos, sino más bien aquella certeza que conoce quien haya sido tocado por la experiencia espiritual, y que se guarda en secreto como un preciado tesoro. Es la Isis con Velo de los egipcios, que se encuentra coronada como reina misteriosa cuyo corazón sólo puede abrir la llave del Conocimiento (…).23

Además, la Memoria, íntimamente relacionada con la Inteligencia, nos lleva al recuerdo de Sí y a la reminiscencia de un origen mítico. ¿Será éste el recuerdo del Paraíso, primera morada del hombre primigenio donde se dice era “Uno con Dios”, y vivía en un jardín lleno de árboles frutales, donde una fuente ubicada en el centro bañaba la tierra de “agua viva”, cristalina como el éter, y “se recogían los productos de los árboles y se comían las mieses de la tierra y el maná de modo indiscriminado”?24

Ese recuerdo se manifiesta en el alma del artesano en el oficio –el iniciado– como un espacio paradisíaco, ideal, utópico, lleno de luz donde dar rienda suelta al pensamiento. Un lugar ubicado en el centro de un espacio delimitado por unas coordenadas verticales y horizontales que se cruzan por el medio, cual una cruz en el plano, encuadrando un extenso recinto rodeado por una magnífica y prolongada valla natural. Allí, entre enredaderas, majestuosos árboles y olorosas flores, se encuentra una puerta escondida que separa el mundo exterior y salvaje del espacio interior, significativo y sagrado al que un pequeño demiurgo, guiado por la inteligencia, va dando forma, domesticando la Naturaleza –la suya, en primera instancia (cual lo hace Mitra, dios eminentemente solar, al cabalgar el toro que finalmente doma), reflejada en su jardín–, siguiendo un plan arquetípico concebido en su pensamiento.

El sueño de Georges de Chasteaulens, s. XV.
Museo Condé. Chantilly, Francia.
Comencemos haciendo mención de la simbólica del reino vegetal:
La vegetación, en la indefinida variedad de sus especies, formas, colores y fragancias, constituye un mundo inagotable de significaciones simbólicas conocidas por todos los pueblos desde la más remota antigüedad. Recordemos en este sentido, que el Paraíso terrestre es descrito como un jardín o un vergel, al cuidado del cual estaban los primeros hombres. Asimismo, la agricultura (la ‘cultura del agro’) se considera como el primer oficio nacido de la sedentarización de la humanidad, que da lugar a la aldea y posteriormente a la ciudad en piedra y la civilización tal cual la conocemos.
No olvidemos que la palabra cultura deriva precisamente de ‘cultivo’, lo que está relacionado evidentemente con lo vegetal. A esto se debe, sin duda, el por qué el hombre arcaico y tradicional incorporó al vegetal en la descripción simbólica de su cosmogonía y su visión sagrada del mundo. En efecto, nada hay que exprese mejor el despliegue de la vida universal que una planta en su pleno desarrollo, como por ejemplo el árbol, el cual es también uno de los símbolos naturales más difundidos del Eje del Mundo, y el que más claramente alude a la estructura cósmica y sus diferentes planos o grados de manifestación. Baste recordar el Árbol de la Vida Sefirótico, semejante, en cuanto a su significación esencial, a otros muchos árboles sagrados pertenecientes a las más diversas tradiciones de todos los tiempos y lugares, como la ceiba entre los mayas, el roble (o encina) entre los celtas, el olivo entre los pueblos mediterráneos, el árbol Yggddrasil entre los escandinavos, la palmera entre los antiguos egipcios y los árabes, etc.25

En un proyecto de esta naturaleza todo se hace cada día, a cada instante, pues para el jardinero del alma siempre es ahora. Pero no hay una fórmula de cómo es ni cómo se hace –aunque sí, esencialmente, un orden arquetípico que hay que conocer–, ya que, por otra parte, todo es movilidad y cambio en la creación, sujeta a los ritmos y ciclos naturales que la ordenan. Sólo el eje vertical que atraviesa todos los planos y mundos por el centro, su corazón, receptáculo de la luz inteligible y la intuición intelectual-espiritual y alrededor del cual todo gira, es inmóvil. Desde ese centro, el iniciado es capaz de unir sus dos naturalezas en sí constituyéndose en verdadero intermediario entre el Cielo y la Tierra. Mas “comparado precisamente a una planta, tal y como indica la palabra ‘neófito’, que tanto significa ‘nuevo nacido’ como ‘nueva planta”,

es, asimismo, comparado a una semilla o germen que ha de “morir” en el interior de la tierra para renacer al mundo de arriba y de la luz, que es su verdadero origen, pues al contrario que el vegetal el hombre tiene sus “raíces” en el Cielo, tal y como nos relata Platón en el Timeo cuando dice que “el hombre es una planta celeste, lo que significa que es como un árbol invertido, cuyas raíces tienden hacia el cielo, y las ramas hacia abajo, hacia la tierra”.26

Acompañado por los númenes instructores y guías en su viaje interior de conocimiento, el jardinero concibe, ubica, traza, y pinta en su pensamiento, como señalamos, el ordenamiento de ese espacio interno proyectándolo en su jardín terrestre, donde nada había, para que, poco a poco, se vaya “produciendo lo que su idea o visión, le dicta, hasta que ésta se plasma definitivamente en su obra”.27

Nos dice nuestro mentor que,

De los tres reinos de la naturaleza, el vegetal es quizás el que más directamente ligado está al fluir de los ritmos y ciclos del cosmos, reflejados en la renovación periódica y anual de las plantas, en la regeneración de la potencia fértil y fecunda de su savia, propiciando de esta manera la alimentación y el sustento necesario a hombres y animales. Pero lo realmente importante es que esta relación está en la base misma de muchos mitos y ritos agrarios, cuya estructura simbólica reproduce las leyes universales de correspondencia y analogía (es decir, de armonía) entre el orden terrestre y el celeste, o entre el orden visible y el invisible, no siendo en suma el mundo vegetal, o mejor aún la naturaleza en su conjunto, sino un símbolo vivo y siempre presente de lo sobrenatural y trascendente.
Por eso mismo, la germinación, desarrollo, florecimiento y donación de los frutos de las plantas no deja de ser un hecho asombroso y verdaderamente mágico y misterioso para quien vive inmerso en lo sagrado, como era el caso de los habitantes de las sociedades tradicionales, que veían en ello la acción combinada de fuerzas telúricas y cósmicas personificadas en las deidades lunares y solares, terrestres (e infra-terrestres) unas y celestes las otras, recibiendo la planta el influjo de las energías pasivas y activas, femeninas y masculinas del cosmos a través de los nutrientes substanciales de la tierra y del agua, la vivificación del aire, y el calor y la luz procedentes del fuego solar. De aquí deriva la doble naturaleza del vegetal, ‘asúrica’ por su vertiente subterránea y ‘dévica’ por su parte aérea y vertical (axial), términos éstos pertenecientes a la tradición hindú, y que designan respectivamente a las energías telúricas y celestes conciliadas en el acto mismo de la creación de la planta.28

Proceso que vive análogamente el hombre en su interior pues albergando en sí dos naturalezas, una celeste y divina y otra terrestre y humana, es receptáculo, al igual que una planta, de todas esas fuerzas y energías telúricas y cósmicas, masculinas y femeninas, activas y pasivas, celestes y terrestres, que combinadas armónicamente entre sí va produciendo un hecho verdaderamente mágico y asombroso en el alma del neófito.

Así como debemos conocer los misterios que se ocultan en el interior de la Tierra –simbolizada por la gran madre, Gea, primera en nacer del Caos, junto con Eros-Amor–, y bajo ella –el Inframundo, habitáculo de Hefesto, el forjador de los “metales” y esposo de Venus, diosa de la Belleza y el Amor–, no debemos olvidar, por tanto, que es fundamental “conocer los principios y normas que gobiernan el cielo pues éstos también se ven reflejados en el orden natural de la tierra”, como veremos más adelante, y, “es gracias a los astros que tenemos la posibilidad de comprender las leyes que regulan el tiempo y el espacio”.29

El hombre siempre ha mirado a la bóveda celeste como punto de referencia y como una guía para sus propias inquietudes y necesidades. Astros, estrellas fijas y constelaciones describen en el firmamento una historia y una geografía sintética, andanzas de dioses y héroes e innumerables formas animales y humanas, de las que son hijas sus correspondientes en la tierra. Las estrellas fijas por sus propias características, así como la precesión de los equinoccios, han sido tomadas como los módulos más estables en la creación universal; no así las rápidas y cambiantes expresiones de los planetas muy asimiladas a la vida de la tierra y al hombre.30

Entregado a esta labor, el iniciado despierta cada mañana a un nuevo amanecer, como si éste fuera el primero y el último día de la creación, y se abre a la recepción de la luz y el calor del sol que señala inexorablemente el transcurrir del Tiempo –“imagen móvil” de la Eternidad, como lo define Platón–, en su recorrido diario al que atiende y diferencia: el sol del amanecer, el soberbio sol de mediodía y el del ocaso o anochecer, cuando tendido sobre la hierba observa detenidamente el movimiento de las constelaciones que se desplazan en el firmamento según cada estación en el año, señalando los 12 signos zodiacales manifestados algunos de ellos en formas animales, y los planetas que junto a las luminarias, Sol y Luna, surcan a ritmo acompasado el estrellado cielo expresando sus ciclos recurrentes, desapareciendo en el horizonte donde emprenden un recorrido nocturno por el inframundo para reaparecer, cada día, regenerados en un nuevo amanecer. Se percata, asimismo, del cambio de las estaciones en el año, las que vive en su interior como la niñez vinculada a la primavera, la juventud con el verano,

la madurez de las cosechas, el otoño, donde las hojas de los árboles comienzan a desprenderse señalando de modo inequívoco la edad del decaimiento que muestran éstas al caer, y finalmente el invierno, majestuoso personaje, con el cual se cierra por anquilosamiento y parálisis –solidificación y disolución–, con que termina el ciclo, que ha de morir para renacer, gracias al tiempo que se disfraza de las cuatro edades del hombre –también ligado a las cuatro edades de la humanidad– comparándolo con las estaciones, el cuaternario.31

Estaciones que, como vemos, gobiernan las leyes de la agricultura, los ciclos de la siembra, germinación, maduración y recolección de las plantas y que de continuo transforman la naturaleza y al hombre mismo. Igualmente sucede con las distintas estaciones de los ciclos de la luna: nueva, creciente, plena y menguante, que rigen los flujos y reflujos de los mares y los líquidos, el crecimiento y la sabia de las plantas, como también sucede con las aguas de las lluvias –o el rocío– las que resultan benéficas o maléficas, “según el mes del año, el día en el mes y la hora en el día en que se producen”,32 como también acontece con la energía del viento ya se manifieste furioso, arremolinado, o como suave brisa. O sea que la Naturaleza está viva y el iniciado debe conocer estos fenómenos que reinciden a perpetuidad pues forman parte de los ciclos en los que ella se expresa.33

Para Plutarco la Naturaleza es Isis –Deméter entre los griegos–, la gran diosa egipcia venerada por todos, hermana y esposa de Osiris, dios civilizador que sacó a los egipcios de su existencia salvaje y les dio a conocer los frutos de la tierra; por esto los griegos creen que este dios es el mismo que Dioniso, al igual que Orfeo entre los antiguos helenos, y que con su hijo Horus, da nacimiento al gran mito de la creación según los egipcios.

Manuscrito alquímico, s. XVI. Manchester.
Dice Plutarco que Isis es,
la naturaleza considerada como mujer y apta para recibir toda generación. Este es el sentido en que Platón la llama “Nodriza” y “Aquella que todo lo contiene”. La mayor parte la llaman “Diosa de infinitos nombres”, porque la divina Razón la conduce a recibir toda especie de formas y apariencias. Siente amor innato por el primer principio, por el principio que ejerce sobre todo supremo poder, y que es idéntico al principio del bien; lo desea, lo persigue, huyendo y rechazando toda participación con el principio del mal. Aunque sea tanto para el uno como para el otro materia y habitáculo, se inclina siempre voluntariamente hacia el mejor principio; a él se ofrece para que la fecunde, para que siembre en su seno lo que de él emana y lo semejante a él. Se regocija al recibir estos gérmenes y tiembla de alegría cuando se siente encinta y llena de gérmenes productores. En efecto, toda generación es imagen en la materia de la substancia fecundante, y la criatura se produce a imitación del ser que le dio la vida.34

Pero volvamos al cuaternario, ciclo vinculado con el número 4 que signa toda la creación, y que se reduce finalmente a la unidad: 4 = 1+2+3+4 = 10 = 1+0 = 1. El número cuatro, arquetipo de la energía creadora, fija el tiempo y el espacio, conceptos que “no están separados ni tienen una categoría individual sino que se interpenetran constantemente al punto de constituir dos términos o modalidades de un mismo hecho, o energía”.35 Y es por el movimiento del Sol (el tiempo) en el año que señala los 4 rumbos espaciales del universo en los solsticios de invierno y verano –donde el sol parece detenerse–, y “en forma equidistante”, los equinoccios de primavera y otoño, que se determinan las cuatro direcciones del espacio en el plano –norte, sur, este y oeste–, haciendo posible la orientación de nuestro ser en el mundo y de todo cuanto en él habita.

Por otra parte, ya mencionamos más arriba que son 4 los planos o mundos que constituyen el Árbol de la Vida en los que se manifiesta la Unidad, como también son 4 los elementos, principios o estados de la materia que componen la naturaleza y signan toda la creación. Estos son: fuego, aire, agua y tierra que emanan de un quinto elemento central, invisible y superior, el éter, llamado “quintaesencia” en el que ellos se sintetizan. Así pues, los 4 elementos son, igualmente y en realidad, una sola y misma energía creadora que al emanar de ese quinto elemento metafísico en el que ellos tienen su origen y principio se transforman de continuo uno en otro en rotación, dado que ellos “se combinan en distintos grados y proporciones en diferentes aspectos de la creación”,36 manifestándose como principios radiante, gaseoso, fluídico y sólido, que combinados a su vez con los tres principios alquímicos: el azufre (positivo), el mercurio (negativo) y la sal (neutro, o principio que los une), “producen todo el artificio de la manifestación”.37

Recordemos que la alquimia es,

la ciencia de las transmutaciones, minerales o vegetales, de la naturaleza. Estas operaciones tienen una réplica en el hombre, que puede verse en ellas como en un espejo que reflejara su propio proceso de desarrollo, y simbolizan la posibilidad de la regeneración.38
Estos son los principios con los que trabaja el alquimista en la transmutación de su psiqué, su alma, que combinados entre sí en ciertas proporciones y sometidos al “fuego de la pasión por la verdad y el amor a ella”39 en el atanor u horno interno –imagen del alma–, se va cociendo, lentamente, la materia “bruta” o grosera del adepto, purificándose, “blanqueándose”, de lo más oscuro, denso y pesado a lo más luminoso, sutil y liviano, mediante un proceso de disolución y coagulación interna40 a través de “diversas operaciones que van de la putrefacción a la sublimación”.41 Y “mediante la contracción de lo informe”, es decir la coagulación,
   
J. Daniel Mylius. Philosophia Reformata, Frankfurt 1622.
se produce entonces una nueva esencia, o mejor, una regeneración de lo que ya estaba muerto y caduco y se efectúa el misterio y la comprensión de lo que siempre es gracias a este proceso permanente de Solve et Coagula (disolución y coagulación) que el arte alquímico de los filósofos reproduce de modo efectivo y real en el viaje iniciático; en este recorrido el mago alquimista termina muriendo y naciendo a perpetuidad [análogo al proceso que vive una planta] gracias a este doble proceso que conforma y que ha inspirado a estos hombres creadores de seres nuevos por medio de los cuales se manifiesta el desarrollo cabalístico, hermético y alquímico de conocimiento del misterio de un cosmos (macrocosmos y microcosmos) que alcanzan a reproducir de manera permanente, tal cual lo hace la naturaleza. Es decir, el misterio que finalmente la Cábala simboliza mediante dos interrogaciones que se refieren a dos aspectos de la epopeya (hermético-alquímico-cabalística). ¿Quién? (Mi) ¿Quién es el que ha creado o crea a perpetuidad esta asombrosa, maravillosa, máquina del mundo? Y posteriormente, ¿qué? (ma) o sea, ¿qué hacemos aquí?, ¿qué soy? o ¿qué tengo que ver yo con todo esto?42

Preguntas que nos llevan a otras de índole filosófica: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? Sobre todo, esta última, pues en ciertos momentos del viaje iniciático el adepto se siente totalmente perdido, le parece que ha olvidado todo, que no sabe nada, que no comprende nada. Estado que vive el alma como de una muerte, o una disolución de todo lo que estaba fijado en ella, por medio de la cual es devuelto a un estado de indiferenciación, en el cual el adepto vuelve al caos precósmico, anterior a la luz, a la vida, al orden; y es gracias a la luz de la Inteligencia que penetra en lo más profundo y oscuro de la caverna del corazón, fecundándola, que el adepto renace “de arriba” y se eleva simbólicamente como la Estrella del amanecer que antecede al nacimiento del Sol, renaciendo a un mundo nuevo, regenerado por la muerte a lo caduco, es decir, al “hombre viejo” y sus condicionamientos. Proceso que no acaba aquí pues, el iniciado, una vez llegado al centro del Árbol de la Vida, Tifereth, debe emprender otro viaje, ahora vertical vivenciando los estados superiores del Ser, relacionados con los dioses y estados más sutiles de la conciencia, de conocimiento e identificación con el Ser. Pero antes, precisa haber realizado el pleno desarrollo de las posibilidades individuales u horizontales de sí mismo, y allí, en el centro del Árbol de la Vida –simbolizado por la restitución al jardín del Paraíso terrestre, que el adepto vive internamente como un estado de armonía y unión–, se sacrifica –de “hacer sagrado”– y entrega su individualidad, y cual copa vacía, se abre a la recepción de la luz de la Inteligencia, guiado por Apolo en ese viaje vertical, del que hablábamos más arriba, hacia el Polo celeste.

Y llegado a este punto puede preguntarse el lector: ¿qué tiene que ver todo esto con el jardín? Pues mucho, si el jardín es entendido simbólicamente como una imagen del alma y del viaje que efectúa el iniciado en dos y tres etapas. Primero debe atravesar las aguas inferiores, el laberinto de las formas y llegar al centro de sí mismo; para luego desde allí emprender un viaje vertical por las aguas superiores análogas a los estados superiores del Ser en su ascenso hacia la cúspide de la Montaña Sagrada y, más allá de ella, en una tercera etapa.

El iniciado asciende pues grado a grado por cada una de las zonas del cosmos y la vive y la conoce porque al fin y al cabo son estados de su alma; y asciende en un circuito espiral alrededor de planos que se conectan entre sí hasta su cúspide donde se obtiene el Conocimiento.43

Animado por el viento –por el soplo divino–, purificado permanentemente por las aguas en las que se sumerge ritualmente con el refulgir de la aurora y el fuego interno que mantiene viva su obra, el iniciado, erguido sobre la tierra, se abre a la recepción de la música, inaudible para los oídos de la multitud, pero manifiesta en su alma; advierte los sonidos, los acordes, los tonos, semitonos y los silencios; las consonancias y disonancias que armoniza en su corazón, integrándose a los ritmos de la naturaleza “que le permiten conocer sus leyes y experimentarlas, mostrándole también el camino hacia lo sobrenatural”.44 ¿Serán estos acordes los cantos de las sagradas hijas de Mnemosine, las nueve Musas engendradas con Zeus en nueve noches, que danzan y cantan reunidas en torno al luminoso Apolo?

Con determinación y amor, el adepto se abandona “confiadamente a la Voluntad suprema, empezando a desplegar y desarrollar sus potencialidades y talentos, como una buena semilla, que habiendo sido sembrada en buena tierra, empieza a germinar, anunciando los frutos que se producirán con la perseverancia”.45

La siembra, por tanto, traduce todo el proceso de iniciación que sufre el adepto: preparación, descenso a la interioridad de la tierra, muerte y resurrección, seguida del crecimiento y fructificación,46 análogo a la preparación y la siembra de un jardín, “donde las plantas y flores están dispuestas de modo ordenado por la mano del hombre”. Que por otra parte no es sino la instauración de un orden en el caos, o lo que es lo mismo, la domesticación de la Naturaleza.

NOTAS
1 Himnos Órficos. LXXVII, “A Mnemósine”. Introducciones, traducciones y notas de Miguel Periago Lorente. Ed. Gredos, Madrid, 1987.
2 Todas las citas del Génesis han sido extraídas de la Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée De Brouwer, Bilbao, 1998.
3 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Paraíso”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
4 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS nº. 25-26, Barcelona, 2003.
5 Moisés de León. El Zohar. Versión castellana e introducción de León Dujovne. Editorial Sigal, Buenos Aires, 1977.
6 Génesis 2. Biblia de Jerusalén, op. cit.
7 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Paraíso”, op. cit.
8 Entrada: “Izquierda”, ibíd.
9 Al respecto del lado izquierdo, León Dujovne comenta en la Introducción de la versión castellana de El Zohar:
“El principio del mal ha de ser en último término ubicado en el lado izquierdo, que es el principio de negación. Por sí mismo el lado izquierdo no representa el mal; su función es ofrecer un suplemento al absoluto positivo del lado Derecho, presentándole una antítesis; luego, un principio medio reconcilia a los dos. El principio izquierdo, negativo, no se vuelve malo hasta que se coloca en el lugar del positivo lado derecho. Sólo entonces la izquierda se vuelve “el otro lado”, una designación bajo la cual el Zohar abarca todo lo que es enemigo de la existencia. Hay, así, una oposición armoniosa y hostil a la vez entre los lados. Esta oposición armoniosa es comparada en el Zohar a la separación de las aguas en el segundo día de la Creación; la posibilidad del mal es allí insinuada en la omisión de la fórmula “Y Dios vio que era bueno”, mientras que la oposición hostil es ilustrada por la revuelta de Koreh”. El Zohar, op. cit.
10 Génesis 3. Biblia de Jerusalén, ibíd.
11 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, Entrada: “Iniciación”, ibíd.
12 Entrada: “Paraíso”, ibíd.
13 Ibíd.
14 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit.
15 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Jardín”, ibíd.
16 Entrada: “Caos”, ibíd.
17 Ibíd.
18 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico. MTM editores, Barcelona, 2008.
19 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibíd.
20 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Inteligencia”, ibíd.
21 Entrada: “Marte”, ibíd.
22 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico, op. cit.
23 Ibíd.
24 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Paraíso”, ibíd.
25 Entrada: “Símbolo”, ibíd.
26 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibíd.
27 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico, ibíd.
28 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Símbolo”, ibíd.
29 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibíd.
30 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico, ibíd.
31 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Tiempo (pasado, presente, futuro)”, ibíd.
32 Federico González. El Simbolismo Precolombino.. Ed. Libros del Innombrables, Zaragoza, 2016.
33 Ibíd.
34 Plutarco. Los Misterios de Isis y Osiris. Traducción de Mario Meunier. Ed. Glosa, Barcelona, 1976.
35 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Eje”, ibíd.
36 Entrada: “Tierra”, ibíd.
37 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico, ibíd.
38 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibíd.
39 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico, ibíd.
40 Al respecto, nos dice René Guénon lo siguiente en su libro La Gran Tríada:
“De ahí resulta que lo que con respecto a la substancia es “condensación”, con respecto a la esencia, por el contrario, es “disipación”, e inversamente, lo que es “disipación” con respecto a la substancia es “condensación” con respecto a la esencia; como consecuencia, toda “transmutación”, en el sentido hermético de este término, consistirá propiamente en “disolver” lo que estaba “coagulado” y, simultáneamente, en “coagular” lo que estaba “disuelto”, no siendo, en realidad, estas dos operaciones aparentemente inversas sino dos aspectos complementarios de una y misma operación.
Por eso los alquimistas dicen frecuentemente que la “disolución del cuerpo es la fijación del espíritu” e inversamente, no siendo, en suma, espíritu y cuerpo otra cosa que el aspecto “esencial” y el aspecto “sustancial” del ser; esto puede entenderse de la alternación de las “vidas” y las “muertes”, en el sentido más general de estas palabras, puesto que es eso lo que corresponde propiamente a las “condensaciones” y las “disipaciones” de la tradición taoísta, de modo que, se podría decir, el estado que es la vida para el cuerpo es muerte para el espíritu e inversamente; y por eso al “volatilizar” (o disolver) lo fijo y fijar (o coagular ) lo “volátil” o espiritualizar el cuerpo y corporizar el espíritu, se llama también “sacar lo vivo de lo muerto y lo muerto de lo vivo” (...)”. René Guénon. La Gran Tríada. Ediciones Obelisco, Barcelona, 1986.
41 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Dragón”, ibíd.
42 Entrada: “Coagulación”, ibíd.
43 Entrada: “Eje”, ibíd.
44 Federico González. Tarot. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo mágico, ibíd.
45 Arcano “El Colgado”, Ibíd.
46 Federico González. El Simbolismo Precolombino, ibíd.
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