SYMBOLOS

Revista internacional de
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BREVE EN TORNO A LA INICIACIÓN

MONTSE GALLEGO

Es Dios, sí Dios, oh Asclepio, quien te ha guiado hacia nosotros para que tomes parte en un diálogo divino tal que, ciertamente, de todos los que hemos sostenido hasta ahora o que nos ha inspirado el poder de lo alto, parecerá por su escrupulosa piedad el más divino. Si eres capaz de comprenderlo, toda tu mente será colmada de todos los bienes, si es que hay numerosos bienes y no uno sólo que los contenga todos. Pues entre uno y otro término puede discernirse una relación recíproca: todo depende de uno solo y este Uno es todo; están tan estrechamente unidos que no podrían separarse uno del otro.1

William Blake. Newton, 1805.
Los seres humanos, en su naturaleza imperfecta, viven presos en un mar de vicisitudes: obstáculos, deseos, dudas, miedos y fatigas, condicionados por el medio en el que se desenvuelven; o sea, identificados con sus individualidades, revestidas de apegos que subyacen en uno y que es necesario reconocerlos y admitirlos para que no supongan una cárcel de la mente. Muchos acreditan en ese mundo que aparentemente se presenta de forma ilusoria ante sus ojos, a veces placentera y otras de manera monstruosa y descarnada; una farsa que mueve sus hilos y donde prevalece la oscuridad y la ignorancia, lo invertido y lo grosero que perpetúa el devenir incesante de la rueda del Samsâra. Para otros, una minoría de buscadores de la Verdad y la Belleza, existe una salida oculta al perpetuo devenir, asidos a las ideas y a la Ciencia Sagrada como hilo conductor, que se atesora como un diamante en bruto y destella luz y calor en la caverna del corazón. Éstos reconocen que la naturaleza humana reúne en sí su fragmento mortal y divino en un mismo ser, para alcanzar la inmortalidad del alma, entregados a vivir explorando las posibilidades que van más allá, para que les sean reveladas las leyes del Cosmos.
Es de ese Principio de donde, en efecto, el hombre recibe el hálito vital, al mismo tiempo que la luz de la Inteligencia, o auténtica intuición intelectual que le permite conocer de manera directa, simultánea y sin reflejos (es decir no dual, racional o cerebral) a la Unidad en todas las cosas.2

Franz Von Stuck. Munich, 1898.
Adherirse a este reconocimiento de la realidad no es cualquier cosa; se parte de una muerte regeneradora que se produce en la interioridad, seguida de un orden que se va instaurando gradualmente a través de un viaje en espiral ascendente –siempre con el auxilio de los símbolos–, para efectivizar en uno mismo el conocimiento recibido y comprender en profundidad las leyes que rigen el Universo, encarnándolas y comprendiéndolas de una forma que antes no se nos enseñó. Todo este movimiento simultáneo se vive a través de la manifestación, en un juego de relaciones y energías vivas que son actuantes y se van renovando a cada instante.
Una renovación de todas las cosas buenas, una restauración santa y solemnísima de la naturaleza misma, impuesta por la fuerza al curso del tiempo –pero por voluntad divina–, que es y que ha sido, sin comienzo ni fin. Pues la voluntad de Dios no ha tenido comienzo, es siempre la misma, y lo que es hoy, lo continúa siendo eternamente. Pues la determinación de la voluntad de Dios no es otra cosa que su esencia.3

Respiro. Concentrada en un punto inmóvil, los más altos pensamientos emergen de la oscuridad del silencio. Observando la impermanencia de la existencia humana, brota la palabra fruto del pensamiento y se apodera una visión clara y liberadora. Permanezco despierta y callada, atenta a mi silencio interno despertado por la magia del símbolo.

El individuo porta en sí la capacidad de trascender el plano psicofísico y recuperar ese cuerpo de luz inteligible pudiendo reconocer en sí mismo qué es esta existencia humana. El trabajo interno de realización espiritual promueve el conocimiento de esa divinización del hombre y su origen sagrado y la comprensión de que nada existe fuera de él.

Giacomo Pacchiarotto. Mujer escribiendo, s. XV-XVI.
Todo acercamiento al Misterio se produce en el interior de uno mismo, no está expuesto a la luz. Se oculta de las formas exteriores y no existe fuera del Uno, se concibe en el más absoluto anonimato y todas las posibilidades latentes están contenidas en él. El Misterio siempre permanece velado en el seno del No Ser, pero es a través del Ser que se revela y podemos acercarnos a él, y reconocerlo en lo más interno de nosotros mismos. Federico González se refiere al Misterio en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos con estos términos
La cualidad del misterio radica en su indescifrabilidad, en que es algo en sí, inherente a la naturaleza misma del hombre y las cosas. Tiene vida propia, es per se y se manifiesta como una categoría del alma delimitada por su propia existencia. Comprender esto es entender todo misterio y saber también que su característica esencial es su permanencia incognoscible por siempre jamás.4

Y en relación a la oscuridad de la ignorancia, presente en el inicio del viaje de Conocimiento nos dice:

Podría decirse que en el viaje iniciático se comienza con la oscuridad de la ignorancia, o el caos que es rasgado por el Fiat Lux, dando lugar a un proceso complejo, difícil, e iluminado, cuyo final, sin embargo, es también una negra espesura asimilada a la ignorancia en su aspecto más alto y al No-Ser y lo Inefable. En efecto, la oscuridad inicial llega finalmente a la oscuridad final de las tinieblas, iluminadas por el palpitar de lo desconocido. Allí, en la oscuridad, se encuentran el comienzo y el fin, por lo que este símbolo polivalente, a la par de otros muchos semejantes, posee dos sentidos (o mejor una indefinida cantidad de ellos que se sintetizan en la díada), el de la selva oscura de Dante y el de la Posibilidad Universal en el ámbito de la Nada o la majestad de lo increado, que puede ser descrita como una oscuridad más luminosa que la luz del mediodía.5

Y desde ese estado de indiferenciación inicial, el hombre pasa de un primer estadio de desorden interno a otro donde a través de un proceso gradual de purificación del alma, se va reconociendo en todos los planos de la existencia a la Unidad.

En sentido humano, el ser ordinario vive sumido en un caos, signado por la ignorancia, el embrollo, la desorganización y el revoltijo. La iniciación lo lleva paulatinamente al concierto, la armonía, la simetría, el ritmo y por fin al centro. Allí, sin embargo, todo es indiferenciado pues en la unidad no hay acepción de personas, o cosas ningunas ya que la dualidad ha sido conciliada. Es decir, nos encontramos nuevamente en un caos, por lo que el iniciado partiendo del caos inferior llega por el proceso de Conocimiento, al Caos superior, a la bien llamada docta ignorancia, donde cualquier afirmación es imposible. En las Tinieblas –más que luminosas– del No Ser.6

Gregorio Dati. La esfera, Florencia, s. XV.

René Guénon, en su obra Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, recoge la expresión de “centro” en estos términos:

El centro es, ante todo, el origen, el punto de partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto, indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la Unidad primordial. De él, por irradiación, son producidas todas las cosas, así como la Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna.7

El hombre, en esencia, lleva consigo la correspondencia de todo lo que existe y es un reflejo del macrocosmos. Cuando su ser alcanza a vislumbrar y comprender en su plenitud lo que le excede y le trasciende en su búsqueda de la Verdad, deviene un transmisor de la realidad arquetípica. Va atravesando en su viaje diferentes planos y espacios de la conciencia, entregando su alma humana a otras facetas de orden superior para alcanzar la conquista de su identidad; su individualidad ya no es ningún obstáculo para penetrar en otros estados suprahumanos donde le serán revelados los Misterios de lo sagrado, de lo celeste y lo terrestre, como expresión de la Unidad del Todo, en el que está contenida toda la manifestación.

Todo se da en la “rueda de la vida”, espejo y receptáculo de las energías del cosmos, las que el peregrino, en efecto, ha de reconocer en sí mismo para llegar al centro o corazón inmóvil de la rueda, allí donde se produce la identificación con lo Universal y el retorno a su verdadero origen.8

Visto de ese modo, el origen del mundo es análogo al nacimiento del Hombre Primordial. Nace del silencio sosegado, de la oscuridad y las tinieblas, para brillar en todo su esplendor cuando éste ha reconocido en su interior la Belleza de la creación y el Misterio inmanente que le excede y no puede nombrar.

La unidad, puesto que es principio y raíz de todo, está en todas las cosas como raíz y principio. Como principio de todas las cosas, pues no hay nada sin ella, no se origina de la nada sino desde sí misma. Y como tal principio, la unidad contiene todos los números y no está contenida en ninguno, a la vez que genera todos los números sin ser ella generada por ninguno.9

Rememorando esa primera determinación, la de la Unidad inmutable y eterna, el Ser reconoce su origen divino. Para conocerse, la Unidad o Kether en el Árbol de la Vida cabalístico, se polariza en dos corrientes, una negativa y otra positiva, que al conjugarse van desplegando todas las posibilidades contenidas en la Unidad en los diferentes planos, siendo ella misma, la Unidad, la esencia imperturbable de cada cosa manifestada. El conocimiento de la Unidad en uno mismo es de orden suprahumano y es una realidad secreta e inexpresable. El Uno es la potencia que no se opone a nada. Su propia naturaleza contiene asimismo el Todo revelando en el alma humana la vivencia de los estados superiores del Ser. Así, la manifestación y lo no manifestado son el símbolo del Plan divino, con el que el iniciado se va identificando, abriéndose a posibilidades ilimitadas para conocerse que rebasan su condición humana y le permiten despertar paulatinamente en su athanor a otros estados supraindividuales. Y esto es así porque en su interior es portador de una influencia espiritual que lo trasciende y lo conduce al origen. Ese es el viaje central de realización del hombre; la unión con ese punto inamovible del Principio que simboliza el centro del mundo, del Ser. Este germen trasciende lo individual puesto que, aunque se da en el corazón de uno mismo, lo excede en su propia naturaleza humana y parte del recuerdo del Principio del cual emana toda manifestación y a él debe reintegrarse. Nada podría existir fuera de él.

El camino de conocimiento se entiende entonces como una ascensión en espiral en torno a un eje axial; ascenso en el que se van atravesando distintos estados del Ser, que se van acercando cada vez más a ese centro, que es la cúspide o salida definitiva, donde ya no existe ninguna determinación.

El Ser, la Unidad, es el No-Ser afirmado, y por tanto representa ya una primera determinación, que, aunque sea la más primordial de todas sin embargo está condicionada con respecto a aquellas otras posibilidades, verdaderamente infinitas, que no se manifestarán jamás por su naturaleza inefable e incondicionada, y que pertenecen enteramente al No-Ser, el cual, en consecuencia, contiene tanto lo que será manifestado a través del Ser como lo que nunca se manifestará.10

René Guénon, en Consideraciones sobre la iniciación, nos habla de que el objetivo final es alcanzar la realización en sí mismo del Hombre Universal:

Aquel que se conoce a sí mismo en la verdad de la Esencia eterna e infinita, es el que conoce y posee todas las cosas en sí mismo y por sí mismo, ya que ha llegado al estado incondicionado que no deja fuera de sí ninguna posibilidad, y este estado, en relación al cual todos los demás, por elevados que sean, no son realmente todavía más que estadios preliminares sin ninguna medida común con él, este estado que es el objetivo último de toda iniciación, es propiamente lo que se debe entender por Identidad Suprema.11

Mapa antiguo del progreso del peregrino, 1850.

Asimismo, este viaje arquetípico y universal se traduce de manera distinta para cada individuo, en consonancia con sus circunstancias y condiciones relativas, que son múltiples y cambiantes en su apariencia. Aun así, y a pesar de que los códigos simbólicos puedan parecer bien distintos en los diferentes lugares y tiempos, las ideas que se expresan a su través son las mismas y se actualizan a cada instante por quien las encarna, pues su esencia es eterna y universal, proveniente de una única Tradición Unánime.

Al aspirante, a pesar de sus múltiples méritos, todo le ha sido o le será enseñado. Que ningún hombre puede ni podrá conocer estos secretos, ni descubrirlos por sí mismo, si no es por revelación y por su participación en una cadena iniciática, con la que se enlaza.12

La iniciación es, pues, una realidad concreta que promueve un proceso interno de transmutación gradual del alma y conlleva grandes sacrificios a lo largo de todo el viaje de conocimiento. Ella provoca ya desde un inicio una percepción nueva de la realidad y la conciencia de la sacralidad de la existencia humana. Esta regeneración interna va iluminando poco a poco otras estancias que permanecían en la oscuridad del pensamiento, en el camino de retorno al origen. Ese rayo de luz y palabra que guía al iniciado es el Fiat Lux, que disipa la ignorancia y separa la luz de las tinieblas. “Es la certeza con la que se conoce una cosa generada en lo más hondo del corazón”,13 tal y como se dice en el Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.

René Guénon hace alusión a un tema ligado directamente con el proceso iniciático, el del Secreto iniciático, y lo define como “incomunicable e inexpresable”, e igualmente inviolable ante lo externo.

Mientras que todo secreto de orden exterior siempre puede ser traicionado, el secreto iniciático es el único que jamás podrá serlo en modo alguno, ya que, en sí mismo y de alguna manera por definición, es inaccesible e inaprensible a los profanos y no podría ser penetrado por ellos, ya que su conocimiento no es sino la consecuencia de la iniciación misma. En efecto, este secreto es de tal naturaleza que las palabras no pueden expresarlo.14

Por otra parte, Ananda K. Coomaraswamy lo formula así:

El secreto de la iniciación permanece inviolable por su naturaleza misma; no puede ser traicionado debido a que no puede ser expresado –es inexplicable (aniruktam), pero lo inexplicable es todo, al mismo tiempo todo lo que puede y todo lo que no puede ser expresado.15

Este Secreto inefable que no tiene nombre, no puede ser transmitido, pero sí evocado a través del símbolo, el mito y la participación en el rito. Se trata de una realidad invisible, incomunicable, que conlleva una regeneración paulatina del alma humana. El secreto se vincula con el recuerdo de Sí, con la esencia de lo divino, lo innombrable, lo eterno, lo íntimo, y con lo más sutil que no se puede asir. Hace falta adentrarse en las profundidades del pensamiento para descifrar las claves de lo que éste esconde. Así que, “guardad esos divinos misterios en el secreto de vuestros corazones, cubridlos de silencio y mantenedlos escondidos”.16

Ubicados en el punto invisible, donde no hay apariencia alguna y apuntando a lo ilimitado, nuestra naturaleza suprahumana alcanza su libertad. Anhelamos la virginidad del origen, en este viaje de retorno a la fuente; la evocación de la memoria primigenia que nos permite renacer a una posibilidad nueva, que no se puede poseer y no nos pertenece; penetrar y experimentar con el pensamiento que esa unidad y armonía es el reflejo de ese centro.

Este recorrido por la geografía del alma es un viaje arquetípico que hace ritmarse a la vivencia del verdadero Misterio y transitar esas estancias sutiles del pensamiento que son reales. Promueve vivir en plenitud la realización espiritual reconociendo que todo está en uno. Todas las energías visibles e invisibles recrean el drama cósmico a través de uno, para ser reabsorbidas nuevamente en la Unidad.

Desde la quietud de la mente, escucho ese silencio que proviene del corazón del mundo y anhelo explorar esos otros territorios invisibles, luminosos y nutritivos para el alma. Espacios del pensamiento inhabitados que siempre estuvieron ahí y antes no reconocía míos y de los que nunca me separé. Un viaje arquetípico de regreso al Origen, donde todo es despojado y libre de las ataduras de esta existencia humana. ¡Todo es tan misterioso! Me fundo en el silencio donde no hay preguntas, ni respuestas, donde se percibe el sonido de lo inaudible.

Jean Thenaud. Angelología celestial, 1536.
Y si el alma ha de “conocerse a sí misma”, ciertamente debe mirar al alma, y a esa región del alma en particular en la que subsiste la virtud del alma… la sede del conocimiento y del pensamiento, la parte más divina, es decir, la parte que se parece más a Dios; y quienquiera que mira a esto, y que llega a conocer todo lo que es divino, “se conocerá mejor a sí mismo”. (Platón, Alcibíades I.132F).17
NOTAS
1 Textos Herméticos. “De Hermes Trismegisto: Libro sagrado dedicado a Asclepio”. Ed. Gredos, Madrid, 2008.
2 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Corazón”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
3 Textos Herméticos. “De Hermes Trismegisto: Libro sagrado dedicado a Asclepio”, op. cit.
4 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Misterio”, op. cit.
5 Entrada: “Oscuridad”, ibíd.
6 Entrada: “Caos”, ibíd.
7 René Guénon. Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988.
8 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003.
9 Textos Herméticos. “Tratado IV corpus hermeticum”, ibíd.
10 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit.
11 René Guénon. Consideraciones sobre la iniciación. “El Hilo de Ariadna”. Ed. A. C. Pardes. 2014.
12 Federico González. El Simbolismo de la Rueda. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
13 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Intuición intelectual”, ibíd.
14 René Guénon. Consideraciones sobre la iniciación, op. cit.
15 Ananda Coomaraswamy. La doctrina védica del silencio. Ver en la web: artículo.
16 Textos Herméticos. “De Hermes Trismegisto: Libro sagrado dedicado a Asclepio”, ibíd.
17 Citado por Ananda Coomaraswamy. Las ventanas del alma. Ver en la web: artículo.
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