SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 

EL DIOS HERMES, PATRON DE ERANOS *
ANDRÉS ORTIZ-OSÉS

I

El patrón de Eranos es Hermes, probablemente el dios más interesante del Panteón griego. Considerado el heredero de Thot, el dios egipcio de la escritura, Hermes introduce en el Olimpo heleno el lenguaje de la mediación y la comunicación entre los diferentes y las diferencias a través de su figura ambivalente. Hijo de la ninfa Maya y de Zeus, esta divinidad ambigua procede del trasfondo cultural pre-griego, de modo que representa bien la síntesis entre lo pre-heleno y lo heleno, lo telúrico y lo olímpico, lo agrícola y lo pastoril, el naturalismo y el culturalismo, lo extraño o mágico y lo doméstico o popular.

En la fina escultura de Praxíteles (siglo IV antes de Cristo), sita en el Museo de Olimpia, Hermes comparece en connivencia con el niño Dioniso, el dios menos olímpico del Panteón griego, el Baco latino, con el que juega ofreciéndole un racimo de uvas en su mano derecha (mutilada). El clásico equilibrio de su cuerpo lozano se desequilibra levemente hacia la izquierda dionisiana, como para significar la asunción de la siniestra y lo siniestro, lo oscuro y lo bárbaro simbolizados por Dioniso. Por eso la belleza contenida de Hermes dista de la belleza esplendente del Apolo Citaredo esculpido por el propio Praxíteles, ya que la belleza hermesiana está como contaminada por cierto ensombrecimiento procedente del inframundo.

Hermes es el dios del lenguaje y la mediación, un dios alado y transitivo, mensajero de los dioses y mediador entre estos y los humanos. Se trata del Hermes transitivo, transeúnte y transicional, el cual se acabará reconvirtiendo entre los romanos en un dios transaccional bajo el nombre de Mercurio, el dios del comercio y del intercambio mercantil.

Mientras que Hermes es el dios del tiempo sucesivo o dinámico, Mercurio es el dios del tiempo estratificado en el espacio estático de la transacción mercantil o intercambio en el mercado, lonja o comercio, por lo que es un experto en los trucos con los trueques (de donde su fama de prestidigitador, pillo o ladronzuelo). Hermes-Mercurio representan así las dos funciones del lenguaje en cuanto transicional y transaccional, diacrónico y sincrónico, dinámico o temporal y estático o espacial, tal y como se representa respectivamente por la función verbal y la función sustantivizadora del lenguaje.

El Hermes que juega con Dioniso es el dios de la relación y la conjugación universal de lo diferencial. Por eso se sitúa simbólicamente entre el ser apolíneo y el devenir dionisiano, a modo de dios relacional de los contrarios. De aquí que sea considerado a la vez el patrono de la hermenéutica racional o luminosa, académica, y de la hermética oscura u ocultista, no académica. Su archisímbolo es el Caduceo, el cual conjuga simultáneamente la serpiente telúrica con las alas ascensionales, el elemento terráceo con el elemento aéreo.

No extrañará que Hermes sea el numen de la apertura y de las puertas, en su doble función de mostrar y ocultar, abrir y cerrar, vivir y morir. Mas la importancia decisiva de Hermes radica en ser el significante del sentido de la existencia. Este sentido comparece precisamente como una mediación o implicación entre la vida, simbolizada por el falo hermesiano, y la muerte simbolizada por los túmulos como cúmulos de piedras erigidos en su honor. En efecto, este dios humanizado habla a través de piedras o mojones simbólicos, el principal de los cuales representa la vida y el amor procreador (el falo), mientras que su correspondiente representa la tumba y la muerte (el hades o inframundo). En donde la vida es significada por una flecha transicional o temporal, cuyo término espacial es la muerte como intercambio con el otro mundo.

Como numen de la vida procreadora y de la muerte en el seno de la tierra, Hermes es el protector de nuestras almas, el “psicopompo” o ángel pagano que las conduce transversalmente por la vida y por la muerte hasta su destino final en la ultratumba (el inframundo).


II

En el pensamiento contemporáneo Hermes es el señor de la relación, cuyo ser no sustancial sino insustantivo o insustancial encarna arquetipalmente. La relación está considerada por la filosofía clásica de Aristóteles a Tomás de Aquino como el último accidente, pero se erige hoy en un predicamento crucial. Ha sido J. Derrida quien ha hecho de Hermes un dios aantisustancial, patrón del mito diseminativo en oposición al dios Padre como patrón del mito identitario. En efecto, Hermes es el numen del paso o pasaje, de la transición y la transacción, del lenguaje de ida y vuelta. El ser heideggeriano obtendría algún aspecto hermesiano, ya que es un ser atravesado por la nada, especie de liminar mojón o límite sagrado/profano

Ahora bien, mientras que en Heidegger se observa una concepción del ser/sentido lastrado por rastros cuasi sacros, Derrida y socios nihilistas pretenden borrar todo lastre ontoteológico secularizando la huella del ser/sentido en su pura inmanencia lingüística. Aquí el sentido es un espejo sin otro lado, columna trasparente de cristal o mercurio (Hermes-Mercurio). El sentido como el número no quiere decir nada (trascendente): la otra imagen de un tal sentido-juego es la mujer con himen, la mujer clausurada y especular. Derrida parece estar fijado a la madre estéril, pues tratando de liberarse del sentido acaba librándose de él estructuralmente (abstractamente).

Frente a esa madre estéril del sentido, una hermenéutica eranosiana reivindica la imago de la Magna Mater mítica como albergadora de sentido y progenitora de Hermes, situado simbólicamente entre el reino de las madres y el del padre. Derrida se ha liberado del sentido-sustancia para recaer en el sentido-estructura. Pero ha sido el antropólogo V. Turner el que ha criticado no sólo el sentido-sustancial (tradicional), sino también el sentido-estructural (moderno), ya que la auténtica religación del sentido liga desligando y abriendo al otro lado del espejo, so pena de recaer en un espejismo/especular o especulativo (ficcionalismo).

La auténtica imago del sentido no es la mujer clausurada sino la mujer-puerta (que así la conciben chinos, hebreos y griegos según van Gennep). El problema es que dicha apertura matriarcal-femenina de carácter conceptivo está devaluada en nuestra mentalidad indoeuropea (patriarcal), la cual revalúa el cierre categorial y la definición o delimitación conceptual (patriarcal). Por eso en la lengua preindoeuropea vasca la apertura asociada a la mujer (edegi) resulta bella, frente al carácter cerrado (itxi) de lo masculino feo (itxusi).

No extraña en este contexto que G. Vattimo, a pesar de su historicismo, remita con Nietzsche al carácter matriarcal, cíclico y contralineal de la música como lugar o matriz de toda interpretación que asume las diferencias. Y es que el sentido acontece en el cruce hermesiano, o sea, en el símbolo como ámbito del sentido herido o diferido, crucificado o rajado, abierto, el sentido en cuanto relación o sutura de la escisión. Ya el gran J.J. Bachofen pudo simbolizar el sentido en el montón de piedras hermesiano a modo de complexión y encuentro en la encrucijada. 


III

Hermes es un originario demonio de la fertilidad de la diosa madre cretense que asciende hasta el Olimpo, sin empero reprimir sus orígenes, antes bien asumiéndolos integradoramente. En su mito, el órgano masculino erecto que lo simboliza marca la compresencia de la diosa madre, por ello su falo simbólico se yergue sobre una columna cuadrada de carácter telúrico (matrial). Se trata de un dios masculino que ha integrado androgínicamente la sombra de lo femenino, denegada por el patriarcalismo olímpico. Titán y olímpico, bueno y malo, Hermes coimplica los opuestos de la existencia. Por ello precisamente muestra dos rostros o caras, la izquierda sinuosa o torcida y la derecha recta según derecho. Hermes es un dios mítico y místico, hermético y hermenéutico, dionisiano y apolíneo. Pero además Hermes conduce a los muertos al Hades, así como los devuelve a la vida (en ciertos contextos mitológicos).

Hermes es un dios hipersimbólico, el símbolo del símbolo, y como ha dicho J. Prat hablando de E. Jones, los símbolos son los recursos que el hombre tiene para expresar lo inconsciente y reprimido de manera socialmente aceptable. Por eso el numen Hermes no es heroico o superador sino antiheroico o asuntivo, ya que en el contexto hermesiano el dragón no es como en la cultura oficial occidental el diablo disolutor, sino que es la mater-materia a articular y recrear simbólicamente. Que no en vano en Oriente el Dragón es un ser originario de carácter femenino y urdimbroso.

La importancia crucial de Hermes en nuestro imaginario simbólico está en que su figura coaliga tanto el carácter ctónico o dracontiano (como demon-sierpe) y el carácter alado o aéreo (como águila), tal y como se enarra en el archisímbolo de su caduceo. Por todo ello, Nietzsche proyectó en su Zaratustra rasgos de Hermes, a la vez regresivo y progresivo, retroprogresivo.


NOTA
*

Andrés Ortiz-Osés es Doctor en Filosofía por Innsbruck y Catedrático de Hermenéutica en Deusto (ver su página en Wikipedia), así como director de la colección Hermeneusis de la Editorial Anthropos. Ha colaborado con el Círculo Eranos y ha editado dos revistas monográficas y tres volúmenes eranosianos. También ha dirigido un Diccionario de hermenéutica y un Diccionario de la existencia, entre sus demás obras.

Este texto constituye un apartado del cap. I de su libro Las Estructuras Simbólicas del Mundo. Hermenéutica de Eranos, el cual será publicado en 2012.


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