SYMBOLOS
Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
'LA PATERNIDAD ESPIRITUAL'
Y
'EL COMPLEJO DE MARIONETA' (y 2)
ANANDA K. COOMARASWAMY
Ahora podemos estar en situación de comprender el transparente mito de la Ciudad de los Autómatas de Madera, en el Kathā Sarit Sāgara.54 Aquí el héroe, Naravāhanadatta («Teodoro») llega a una ciudad maravillosa (āścaryam puram) en la que toda la ciudadanía (paurajanam) consiste en ingenios o autómatas de madera (kāṣṭhamaya-yantram) que se comportan como si estuvieran vivos (ceṇṭamānaṁ sajīvavat),55 aunque se les reconoce como sin vida por su falta de habla; y esto provoca la maravilla (vismayan)56 del héroe. Entra al palacio, y ve allí a un hombre muy bello (bhavyam57 puruṇam) entronizado y rodeado por jenízaros y guardianas; este hombre es la única consciencia (ekakaṁ cetanam)58 allí, y es la causa de la moción en el pueblo insensible, «de la misma manera que el Espíritu presencia los poderes de percepción y de acción» (indriyāṇām ivātmānam adhiṇṭhātṛtayā sthitam).59 En respuesta a las preguntas, el Rey explica que él, Rājyadhara (el poder real) es uno de los dos hijos del Rey Bāhubala («Brazo fuerte»), y que, habiendo robado su hermano Prānadhara (el poder pneumático) el tesoro de su padre, y dilapidado su fortuna, ambos habían huido. «Ambos», dice, «somos carpinteros,51 expertos en la hechura de artificios de madera y otros autómatas, —o ingenios, como los producidos por Maya»60 (takṇaṇau…māyā-praṇīteva darvādi-maya-yantra-vicakṇaṇau). Rājyadhara continúa diciendo. «Finalmente, yo llegué a esta ciudad vacía (śènyam puram) y entré en el palacio». Allí, en el corazón del palacio, Rājyadhara es alimentado por manos invisibles: y «todos estos autómatas (yantra) no son meros productos de mi imaginación, pues soy yo quien los ha hecho. Es por la voluntad del Dispositor como yo, que soy un carpintero, he venido aquí, y aquí estoy saboreando el juego de un rey, como un Dios todo solo por mí mismo» (ihāgatya takṇāpi devaikāki karomy ahaṁ rājño līlāyitam).61 

Nadie que esté familiarizado con la psicología tradicional india o griega, dudará que la Ciudad de los Autómatas de Madera es macrocósmicamente el mundo y microcósmicamente el hombre —el hombre, cuya «persona» (puru-ṇa) se llama así, debido a que él es el ciudadano en cada cuerpo pol-ítico.62 El «palacio de oro» es el «corazón» de la «Ciudad de Oro», el centro desde el que se dirigen todas sus operaciones. A Rājyadhara, sus súbditos, a saber, los poderes psíquicos de percepción y de acción, lo mismo que los súbditos de los reyes terrenales, le traen todo tipo de alimento con el que se alimenta el Espíritu cuando viene así comiendo y bebiendo.63 El hecho de que su alimento de todo tipo sea servido así por manos invisibles, y de que él repueble una Tierra Yerma (śènyam puram), es un recordatorio de que él es efectivamente el «Rey Rico» de un «Castillo del Grial». Como la «única consciencia» en la Ciudad de los Autómatas de Madera, Rājyadhara corresponde al «Único Pensador, vuestro Sí mismo, el Controlador Interno, el Inmortal» de las Upanisads.64 El «robo» original al que se hace mención, es el de las fuentes de la vida, el Rapto del Soma indio y el prometéico robo del fuego griego; sólo con un «robo» tal puede vivificarse el mundo, pero ello implica, necesariamente, la separación o el exilio de los principios inmanentes de su fuente transcendente. Rājyadhara habla acertadamente de sí mismo como de un Dios. 

Si pudiera haber alguna duda de que éstos son los significados reales de la historia de la Ciudad de Oro (hemapura), o de que éstos habrían sido evidentes para todo oyente indio, esta duda puede disiparse no sólo por una consideración de las expresiones paralelas de los pasajes escriturarios ya citados, sino también por una comparación con el Tripurā Rahasya,65 donde se trata nuevamente de una «ciudad» y de sus ciudadanos, y donde se dice que el Migrante o Procedente (pracāra),66 aunque es sólo uno, «se multiplica a sí mismo, se manifiesta como la ciudad y sus ciudadanos, y penetra a todos ellos, los protege y los sostiene», y que «sin él todos ellos se dispersarían y se perderían como perlas sin la cuerda del collar»;67 y está perfectamente claro que, como el texto mismo lo explica después, el Migrante es el Soplo o la Vida (prāna) y la ciudad el cuerpo, cuyas partes están encordadas en Él. 

Todas estas formulaciones esclarecen además los significados del término sūtra-dhāra como escenificador y carpintero o arquitecto; pues éstos son uno y el mismo in divinis; y en lo que concierne al juego de marionetas, el marionetista puede ser uno y el mismo en la práctica humana. Uno no tiene que suponer, con Pischel,68 que el drama indio se originó en un juego de marionetas de antigüedad desconocida; o que, por otra parte, el sūtra-dhāra es un «carpintero» meramente a causa de que lleva una regla de medir. Los orígenes del drama y de la arquitectura son míticos, y ambos son igualmente «imitaciones» de prototipos divinos.69 Es porque el Omnihacedor (Viśvakarmā) es el «Detentador de Todos los Hilos» (viśva-sūtra-dhṛk),70 ya sea como el Artista que hace o como el Controlador que maneja sus «juguetes», como los llama Platón, por lo que el artista y el escenificador humanos son, a semejanza e imagen de Dios, igualmente «Detentadores de un Hilo».71 

Se ha dicho suficiente para mostrar que la doctrina de la «paternidad espiritual» no es nada peculiar a las islas del Pacífico o a Australia, y que el supuesto «complejo de marioneta» no es nada peculiarmente balinés; se ha dicho suficiente también para mostrar que la «doctrina oficial» australiana es una formulación intelectual más bien que una prueba de nesciencia,72 y que la expresión «complejo», al implicar una psicosis, es completamente irrelevante para describir lo que es de hecho una «teoría» metafísica. Tales formulaciones no pueden verse o evaluarse adecuadamente, en una perspectiva verdadera, mientras se traten como fenómenos puramente locales, que han de explicarse de una manera evolucionista o psicológica en base a la única premisa del entorno en el que ha acontecido que se han observado; sino únicamente si se ponen en relación con la totalidad del horizonte espiritual y cultural dentro de cuyo modelo se integran naturalmente, y del que sólo pueden ser las «supersticiones» periféricas, en el sentido estrictamente etimológico de este excelente pero maltratado término.73 El estudioso de las «creencias primitivas» y del «folklore», si no quiere traicionar su vocación, debe ser no tanto un psicólogo, en el sentido corriente del término, sino más bien un teólogo y un metafísico cumplido. 

Estas consideraciones generales son también de la mayor importancia si la antropología ha de significar algo más que otra satisfacción de nuestra curiosidad; es decir, si ha de servir al bien de la humanidad, permitiendo a los hombres comprenderse unos a otros, e incluso pensar unos con otros, más bien que pensar unos de otros como extraños. Por ejemplo, Marsilio Ficino, el Maestro Eckhart, William Law, y Hāfīz están pensando unos con otros cuando emplean la figura del «anzuelo» con el que el Rey Pescador pesca su presa humana;74 o el celta está pensando con el budista cuando están de acuerdo en que «El que quiera ser el mayor, que sea vuestro puente».75 Así mismo, el australiano está pensando con Cristo cuando, una vez iniciado, exclama «ningún hombre (es) padre sobre la tierra». E igualmente, como se ha indicado previamente, hay una conexión real, aunque pueda ser prehistórica, entre la observación de Margaret Mead «ligeras y tenues», la de Jacob Boehme «débil, desfalleciente y dispuesta a morir», y el hecho de que «toda la escritura clama por la liberación del sí mismo». Se debe a su aceptación de este punto de vista, tan repugnante para la mentalidad moderna, por lo que los miembros de las sociedades tradicionales y «unánimes» parecen no haberse distinguido de su entorno; y la ironía de la situación es ésta, que los proletarios modernos, para quienes las nociones de la individualidad y de la autoexpresión son tan importantes, son, de entre todos los pueblos, los menos individualizados y los más semejantes a un rebaño.76 

Una cultura tal como la balinesa, está tan completamente moldeada y penetrada por su «doctrina oficial» heredada, que un comportamiento «correcto» u «ortodoxo», en cualquier situación dada, ha devenido una segunda naturaleza: ya no es necesario recordar las reglas del juego, debido a que el hábito del arte de vivir está ahora completamente implantado.77 «Al abandonar su voluntad propia, a saber, eso que tú llamas "yo" o "tú mismo"», la danzarina balinesa, en su rapto extático, no es el producto de un «complejo» peculiarmente balinés, sino de la Philosophia Perennis. 

Platón dice que es en lo que concierne a lo mejor en los seres humanos, como ellos son realmente los juguetes de Dios. Y esta noción, de que lo que se llama «su» vida es, en realidad, un juego divino, en el que su participación es libre y activa sólo en la medida en que sus voluntades están inmersas en la Voluntad de quien juega el juego, es uno de los conocimientos más profundos del hombre. Como dice Jalālu'd Dīn Rūmī, «Quien no ha abandonado así su voluntad, no tiene ninguna voluntad». E igualmente Angelus Silesius: 
 

Dieses Alles ist ein Spiel, das ihz der Gottheit macht; 
Sie hat die kreatur um ihretwillen gedacht.77A 
 
Quienquiera que acepta este punto de vista, sentirá que «debe» actuar en consecuencia; y como implica la expresión «caminando con Dios» (el  de Platón, sánscrito brahmacarya), ésta es para la marioneta su verdadera Vía. La única alternativa es una sumisión pasiva a los «impulsos y desgarros» de las «pasiones dominantes», llamadas así acertadamente cuando devienen los determinantes de la conducta.78 El «deber» se expresa en griego por , de , «atar», la raíz en , es decir, el «lazo» por el que, como dice Plutarco, Apolo ata () todas las cosas a sí mismo y las ordena.79 Ese lazo es precisamente la «cuerda de oro» de Platón, cuerda por la que la marioneta debe guiarse, si ha de jugar su papel exacto, evitando los movimientos desordenados que son provocados por sus propios deseos; y es también la «rienda» por la que deben controlarse los corceles sensoriales, si se busca que no pierdan el camino. Esta es la «cuerda» a la que uno debe agarrarse, si ha de jugar el juego inteligentemente, y espontáneamente, o «automáticamente». 

En el Tripurā Rahasya80 se da la pintura de una ciudad-estado ideal, que es la de una Utopía característicamente india, y, al mismo tiempo, muy semejante a la República de Platón. El Príncipe, instruido por su esposa, ha devenido un hombre libre (jivan-mukta), liberado en esta vida, aquí y ahora, de todos los «nudos del corazón», y, sobre todo, del más poderoso de éstos, a saber, el de la «identificación de la carne con el Sí mismo, identificación que, a su vez, da nacimiento al flujo incesante de la felicidad y de la miseria»; y, estando liberado, cumple sus deberes reales eficientemente, pero libre de toda volición y «como un actor sobre el escenario» (naṭavad raṅgamaṇḍale). Siguiendo su ejemplo e instrucción, todos los ciudadanos alcanzan la misma libertad, y ya no están motivados por sus pasiones, aunque todavía las poseen. Las consecuencias no son en modo alguno «antisociales»; antes al contrario, los asuntos mundanales siguen su curso en este estado libre ideal, en el que sus ciudadanos continúan jugando sus papeles, por fuerza de la anterior preocupación, aunque ahora «sin pensar en la buena o la mala fortuna pasada, y sin contar con felicidades o penas futuras;81 en su vida de cada día ríen, se regocijan, se cansan, o se enfadan, como hombres embriagados e indiferentes a sus propios asuntos.82 Por consiguiente, Sanaka y otros sabios que la visitaron, la llamaron la "Ciudad de la Sabiduría Resplandeciente"». 

El hecho de que en esta Ciudad de Dios ideal es el actor el que representa la norma de conducta, es especialmente pertinente en el presente contexto. Aquí «todo el mundo es un escenario», sin distinción entre la acción como conducta y la acción como drama, y cada uno juega el papel que «debe» jugar, si la ciudad ha de prosperar.83 Así pues, el verdadero actor, ya sea en la vida, o en su propia profesión, «actúa sin actuar», en el sentido de la Bhagavad Gītā y de la doctrina taoísta del wei wu wei. No se identifica con el papel, y no resulta infectado (na lipyate) por lo que hace en el escenario: su papel, como los hombres lo ven, puede ser el de un santo o el de un pecador, pero, como Dios, permanece él mismo e imperturbado por el pensamiento, «Así hice bien», o «Así hice mal»;84 su ser está por encima de la batalla.85 

La danzarina balinesa, que no está «expresándose a sí misma», sino jugando su papel impersonalmente, no es en modo alguno la víctima de un «complejo», sino meramente una actriz perfecta: y los miembros de cualquier otra sociedad, todos los cuales tienen su papel que jugar, pero quienes, en su mayor parte, desean ser «estrellas», podrían aprender de ella, si quisieran, cual es la distinción entre el actuar y el mero comportarse, distinción que es la que hay entre la espontaneidad y la licencia. No es suficiente con haber «observado», por muy exactamente que se haya hecho: sólo cuando el antropólogo ha comprendido profundamente lo que ve, sólo cuando ha asimilado realmente las ideas de las que el espectáculo es una demostración, el espectáculo puede devenir para él una experiencia seria.86 Traducción: Pedro Rodea

 
NOTAS
54 Kathā Sarit Sāgara VII.9.1-59 (tar. 43, ver N. M. Penzer, Ocean of the Streams of Story, 1925, 3: comienzo p. 280, y además 3.56 y 9.149; Penzer estudia los «autómatas», pero no tiene la menor concepción de su teoría).
55 Ceṇṭamānam corresponde a ceṇṭate en el Mahābhārata, cf. nota 40.
56 Un tal «maravillamiento» como es el comienzo de la filosofía, Platón, Teeteto 155 D, y Aristóteles, Metafísica 982 B.
57 Bhavya, participio futuro de bhè, «devenir», toma el sentido de «bello».
58 Aquí las fórmulas se relacionan muy estrechamente con las de Maitri Upaniṣad II.6 y Bhagavad Gītā XIII.61. En la Upaniṣad, Prajāpati, «desde dentro del corazón», anima y motiva a sus hijos, de otro modo sin vida, levantándolos en posesión de consciencia (cetanavat). En la Gītā Śrī Krishna, hablando de sí mismo, dice: «El Señor, sedente en el corazón de todos los seres, por su arte, hace que todos vaguen errantes, montado en sus ingenios» (īśvaraḥ sarvabhūtānāṁ hṛddeśe…tiṇṭhati, bhrāmayan sarvabhūtāni yantrārèḍhāni māyayā).
59 Nuevamente, esta es una afirmación de la psicología tradicional que subyace por todas partes en el «complejo de marioneta» y en el simbolismo del carro; cf. nota 49.
60 El Titán Maya, que puede comparase a Hefaistos, Dédalo, Wieland y Regino, es el gran Artista cuya hija, en el Kathā Sarit Sāgara VI.3, Penzer 3.42, Somaprabhā, exhibe una variedad de ingenios o autómatas, y explica que estos arteros y auto-apoderados muñecos de madera, que estas obras de arte mecánicas y taimadas (kāṣṭhanayīh sva-māyā-yantra-putrikāḥ… māyā-yantrādi-śilpāni) fueron originalmente «emanados» (sṛṇṭāni), desde antiguo, por mi padre»; y que éstos son de cinco tipos que corresponden, lo mismo que «ese gran ingenio, el mundo» (cf. Marsilio Ficino, Symposium IV.5, machino del mondo), a los cinco elementos, «pero la Rueda que guarda el Agua de la Vida, esa solo él, y ningún otro, la comprende».
61 Sobre este «juego» real ver nota 29, y cf. también Clemente de Alejandría, Instructor I, cap. 5: «Oh juego sabio, risa asistida por la constancia, y el rey como espectador… y éste es el juego divino. "Jove juega este juego, suyo propio", dice Heráclito. Entonces el Rey, que es Cristo, contempla nuestra risa desde arriba, y mirando a través de la ventana, presencia la gracia y la bendición». El «espectador» de Clemente corresponde al prekṇaka de Maitri Upaniṣad II.7. 

«Pero la Nitya y la Līlā son los dos aspectos de la misma realidad… Lo Absoluto juega de muchas maneras: como çśvara, como los dioses, como hombre, y como el universo. La Encarnación es el juego de lo Absoluto como hombre… El Dios sin forma es real, e igualmente real es Dios con forma» (The Gospel of Srī Rāmakrishna, New York, Rāmakrishna-Vivekananda Center, 1942, pp. 358-359).

62 Esto asume la etimología de puruṇa según se da en Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad II.5.18, y la conexión de śī con . He tratado más completamente el concepto indio y el correspondiente concepto griego del hombre como una Ciudad de Dios (brahmapura, Hieropolis, Civitas Dei) en mi «Civilization» en el Albert Schweitzer Jubilee Volume, (ed. A. Roback, Cambridge, 1946).
63 «Esa Persona de Oro en el Sol, que desde su sede de oro contempla esta tierra, es El que mora en el loto del corazón, y come ahí el alimento», Maitri Upaniṣad V.1, cf. ôgveda X.90.2, «Cuando Él se levanta por el alimento». «Ciertamente Él es el gran Sí mismo Espiritual innacido, que es el Discriminante entre los poderes del alma. En el éter del corazón está sedente el Dispositor de Todo, El Señor de Todo, el Rey de Todo», Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad IV.4.22; cf. Chāndogya Upaniṣad VIII.1.1-6. «A esta misma Vida (prāṇa) como Brahma, todas estas divinidades le traen un tributo no pedido», Kauṇītaki Upaniṣad II.1, cf. Atharva Veda X.7.39 y 8.15. En todos estos contextos, como para Platón, el «alimento» es todo lo que nutre a los poderes físicos o psíquicos, al cuerpo o a la mente.
64 Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad III.8.23; «El que levanta este cuerpo en posesión de consciencia, y lo mueve», Maitri Upaniṣad II.6.
65 Jñāna Khanda V.119-124; el texto figura en Sarasvati Bhavana Texts, Nº 15 (1925-1933).
66 En teología, la «procesión» es la salida o la manifestación de la deidad como una Persona o en una Persona. Esta aparición sobre el escenario del mundo es un «descenso» (avataraṇa) estrictamente comparable al del actor que emerge de detrás del escenario para aparecer en algún disfraz. La referencia del texto es a la procesión del Espíritu, prajñātman o prāṇa.
67 Como en la Bhagavad Gītā VII.7. Cf. nota 30.
68 Richard Pischel, Die Heimat des Puppenspiels, Halle, Hallesche Rektorreden II, 1900; para la versión Inglesa remitirse a Mildred Tawney C., The Home of the Puppet Play, Londres, Luzac, 1902 (32 pp.).
69 «Las obras de arte humanas son imitaciones de prototipos divinos», Aitareya Brāhmaṇa VI.27.
70 Este término aparece con referencia a Vishnu como el Creador.
71 El fallecido profesor Arthur Berriedale Keith dijo bien que «imaginar que sea posible rastrear los comienzos del drama en un frívolo amor de la diversión, es, ciertamente, ignorar cuan esencialmente penetra la religión en la vida del hindú» (The Sanskrit Drama, Oxford, Clarendon Press, 1924, (405 pp.), p. 52). Cuando tratamos con una civilización tradicional, siempre debe tenerse presente que en las civilizaciones tradicionales no puede trazarse ninguna distinción real entre la cultura y la religión o entre lo profano y lo sagrado. Tales distinciones, como la que hay entre la utilidad y el significado o entre el valor y la belleza, son los productos de la esquizofrenia moderna.
72 Una fe ciega en el «progreso» hace muy fácil acusar a las «razas atrasadas» de ignorancia o de una «mentalidad prelógica». Cuando nosotros no comprendemos un fenómeno iconográfico, siempre nos sentimos tentados de decir que lo comprendemos muy bien —y que es el indígena el que es torpe o no ha comprendido, Carl Hentze, Objets rituels, croyances et dieux de la Chine antique et de l'Amérique, Anvers, 1936. El mundo de lo maravilloso no debe considerarse desde un punto de vista estrechamente científico, K. Th., Preuss, en Thurnwald, R., Lehrbuch der Vṇlkerkunde, 1939, p. 127.
73 «Las comunidades atrasadas son las bibliotecas orales de las antiguas culturas del mundo» (N. K. Chadwick, Poetry and Prophecy, Cambridge University Press, 1942, XV). «Estas creencias suyas se han conservado hasta ahora como la reliquia de un conocimiento antiquísimo» (Aristóteles, Metafísica XII.8.10). «La memoria colectiva conserva a veces algunos detalles precisos de una "teoría" que desde hace mucho tiempo se ha hecho ininteligible… símbolos arcaicos de esencia puramente metafísica» (Mircea Eliade, Les livres populaires dans la littérature roumaine, Zalmoxis, 1939, II.78). Si las fuentes fundamentales de la costumbre y de la creencia son las de una tradición metafísica, el antropólogo que busca explicación y comprensión debe familiarizarse con esta tradición.
74 Marsilio Ficino, «…el alma inflamada por el esplendor divino… es secretamente alzada por él, como si fuera por un anzuelo, para devenir Dios». (Opera Omnia, p. 306). «Pues el amor es como el anzuelo del pescador» (Maestro Eckhart, Ed. Pfeiffer, p. 29). «El amor es mi cebo… él pondrá su anzuelo en tu corazón», (William Law). «Como un pez en el mar me veo nadando, hasta que, con su anzuelo, él lleva a cabo mi rescate» (Hāfīz). Todo esto está implícito en Marcos 1.17, «Yo os haré pescadores de hombres». Hay pocas doctrinas o símbolos que puedan estudiarse adecuadamente, sobre la base de fuentes únicas a las que pueden parecer peculiares, si se pasa por alto su universalidad.
75 Ver Doña Luisa Coomaraswamy, «The Perilous Bridge of Welfare» HJAS, 1944, 8.l96-213. Cf. el Imperator Romano, que era también el Pontifex Maximus.
76 Por supuesto, nada es más extraño ni más indeseable para la mentalidad moderna que la idea de la «anonadación de sí mismo». La libertad de escoger y revolver ha devenido una obsesión; la libertad de la espontaneidad superior ya no se comprende. Para aquellos que tienen sus miedos cito estas palabras: «No puedo dudar más… lo que para mí es un hecho, una verdad percibida; a saber, que una persona sería infinitamente más feliz si pudiera aceptar la pérdida de su "sí mismo individual" y dejar que la naturaleza siga su curso» (Ernest E. Hadley, Psychiatry, 1942, 5.131-134, p. 134; cf. Harry Stack Sullivan, Psychiatry 1938, 1.121-134). «Aquí (en esta individualidad de cada uno de nosotros, "yo mismo") tenemos a la verdadera madre de las ilusiones, la fuente siempre preñada de preconcepciones, que invalida todos nuestros esfuerzos para comprender a otra gente. En sus momentos más objetivos, el psiquiatra puede tener la visión correcta de la personalidad, es decir, de la entidad hipotética que uno postula para dar cuenta de los hechos de la gente… en sus momentos menos especializados, el mismo psiquiatra se une a la gente en la explotación de sus ilusiones de una individualidad única. Se concibe a sí mismo como una unidad autolimitada que alterna entre un estado de desapego insular y grados variables de contacto con otras gentes y con entidades culturales. Y se arroga el papel principal en aquellas de sus acciones que le "acontece" notar». Creer en la propia «personalidad» o en la «individualidad» de uno mismo o de otro es animismo. En la filosofía tradicional se recalca que las «personalidades» son inconstantes, siempre cambiantes, y que jamás se detienen a «ser»; «nosotros» no somos entidades, sino procesos. Las palabras del Dr. Sullivan —sean intencionadas o no— son un admirable resumen de la doctrina budista del anattā. La atribución de un valor permanente a la personalidad, sería imposible para alguien que ha visto las cosas «como devienen» —(yathā-bhūtam), es decir, objetivamente, como procesos determinados causalmente. El primer paso en la vía hacia una liberación de «la madre de las ilusiones», y así hacia una «felicidad infinita», es comprender, por una demostración, que «esto (el cuerpo y la mente) no es mi Sí mismo», y que no hay ninguna cosa tal como una «personalidad» en ninguna parte del mundo. La vida en un mundo de tiempo y espacio es una condición de cambio incesante; y, como pregunta Platón, «¿Cómo puede ser algo eso que nunca está en el mismo estado?» (Crátilo 439 E). El primer paso en un pensamiento claro es distinguir entre el devenir y el ser. La cosa verdaderamente importante es saber que «nosotros» somos realmente; pero este conocimiento sólo puede adquirirse en la medida en que «nosotros» eliminamos de nuestra consciencia de ser, todo lo que «nosotros» no somos. Esto es la  platónica, sánscrito śuddha karaṇa.
77 La danza occidental contemporánea es apenas algo más que un tipo de gimnasia, y un espectáculo; en el arte tradicional, que sobrevive en otras partes, «todos los gestos de la danzarina son signos de cosas, y la danza se llama racional, porque significa y muestra adecuadamente algo que está por encima del placer de los sentidos» (San Agustín, De ordine 34; cf. A. K. Coomaraswamy y G. K. Duggirala, Mirror of Gesture, 1936). «El ejercicio físico, el tipo del primero, aunque puede inducir un cierto goce sensorial, en su efecto neto, no va más allá de los músculos, de los pulmones, del sistema circulatorio, y demás. Por otra parte, la actividad del juego tiene como resultado una restauración de lo que podemos llamar, generalmente, un equilibrio racional [nótese: "el equilibrio polar de lo físico y lo metafísico" de Andrae]. Es cierto que, en la medida en que el juego es recreación, es un escape. Es un escape del caos relativo de la experiencia ordinaria a un mundo donde hay un orden racional y moral, llanamente visible, y no simplemente el objeto de una fe. Así pues, como el arte, el juego es una clarificación de la experiencia… casi idéntico con un sentido de la libertad. El obstáculo real a la libertad no son las reglas sino la suerte; las reglas del juego hacen posible la libertad dentro de su marco». (George Seward, Journal of Philosophy, 1944, 41.184). Es justamente esta «clarificación» lo que el antropólogo no ve, cuando meramente «observa» con «objetividad» y «desapego» científicos, que apenas se distinguen de la condescendencia. «De hecho, esta es la manera occidental de ocultar el propio corazón de uno bajo el manto de la supuesta comprensión científica. Nosotros lo ocultamos, en parte debido a la miserable vanidad de los eruditos, vanidad que teme y rechaza con horror todo signo de simpatía viva, y en parte debido a que una comprensión que toca a los sentimientos podría provocar que el contacto con el espíritu extranjero deviniera una experiencia seria». (C. G. Jung, and Richard Wilhelm, Secret of the Golden Flower, London, Kegan, Paul, 1932); en particular la página 77. Yo digo que la antropología es inútil, o casi inútil, si no conduce a una tal experiencia. 

Apenas es necesario decir que no estoy acusando a ninguno de los dos autores citados de «vanidad» o de falta de «simpatía viva». El profesor Ashley Montagu, por ejemplo, ha dicho que «a pesar de nuestros enormes avances tecnológicos nosotros, espiritualmente, y como seres humanos, no somos los iguales del promedio aborigen australiano o del promedio del esquimal —somos definitivamente sus inferiores». (M. F. Ashley Montagu, «Socio-Biology of Man», Sci. Monthly, 1940, 50.483-490). Es a escritores tales como Sir J. G. Frazer y Lévy-Bruhl a quienes se aplica realmente la crítica de Jung.

77A «Todo eso es un juego que la Deidad juega consigo misma: 
  Ella ha imaginado a la criatura para Su placer» 
(El Peregrino Querubínico II.198).
78 Sobre esta sujeción pasiva cf. Chāndogya Upaniṣad VIII.1.5 y Filón, Quis rerum divinarum heres, 186. La distinción implícita es la que hay entre la voluntad y el deseo: «el espíritu está queriendo, pero la carne es débil». Hacer lo que a uno le «agrada» es la antítesis del libre albedrío; al hombre libre le agrada mucho más lo que hace que hacer lo que le agrada.
79 Plutarco, Moralia, 393 sig., y cf. nota 30.
80 Jñāna Khaṇḍa X.43-62; cf. nota 65.
81 En otras palabras, «dejad que los muertos entierren a sus muertos», y «no os preocupéis por el mañana»; viviendo tan cerca como sea posible en el ahora eterno.
82 Pues, en su dementación, el método es que viven naturalmente, sin poner frenos violentos a sus sentimientos y así, como otro traductor agrega, «disipan sus tendencias latentes». Uno podría recordar aquí el dicho de Blake, «Los deseos suprimidos engendran pestilencia».
83 Las personas mencionadas incluyen a los príncipes, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, actores, cantores, locos, profesores, ministros, artesanos y hetairas.
84 Bṛhadāraṇyaka Upaniṣad IV.4.22
85 Se dice expresamente que el Príncipe consideraba la ganancia y la pérdida, al amigo y al enemigo imparcialmente: como en la Bhagavad Gītā se enuncia el principio, «Tu incumbencia es la acción sólo, no el resultado». Uno recuerda, con Walt Whitman, que las «batallas se pierden en el mismo espíritu en el que se ganan»; y que la vocación del soldado no le pide odiar, sino sólo luchar bien. Esto último lo ilustra admirablemente la bien conocida historia de 'Ali que, comprometido en un combate singular, estaba a punto de la victoria, pero cuando su adversario le escupió en el rostro, se retiró, debido a que no quería luchar encolerizado.
86 Sobre la distinción entre la comprensión y el análisis psicológico, ver Wilbur Marshall Urban, The Intelligible World, 1929, pp. 184, 185. La comprensión requiere un reconocimiento de valores comunes. Pues, mientras los hombres no pueden pensar con otros pueblos, no los han comprendido, sino sólo conocido; y en esta situación, es en gran medida una ignorancia de su propia herencia espiritual, lo que se interpone en la vía de la comprensión y lo que hace que un modo de pensamiento que no es familiar parezca «raro». Incumbe peculiarmente al campo de la antropología facilitar que los hombres se comprendan unos a otros.

 
A. K. Coomaraswamy
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