ACTUALIDAD DEL PENSAMIENTO DE RENE GUENON
 
PRESENTACION

René Guénon nace en Blois, Francia, el 15 de noviembre de 1886 y muere en El Cairo, Egipto, el 7 de enero de 1951. Su vida se oculta detrás de su obra por propia voluntad del autor que no pretende ser original en sus escritos sino un transmisor de la doctrina tradicional, o Filosofía Perenne, que su obra de 27 volúmenes expresa clara y magistralmente y a la que se consagró enteramente. 

Pese a su genio el hombre ha negado su personalidad y aún el resplandor exterior de una obra de la magnitud de la suya para aparecer simplemente como el intérprete fiel de este Conocimiento o Sophia. Guénon ha sido para este siglo la memoria que manifestando el patrimonio espiritual de la humanidad nos lo recuerda a los hombres del siglo XX, olvidados de nuestros orígenes lo que ha llevado poco a poco a corromper y descalificar las sociedades de tipo Occidental que han conformado el mundo moderno, el tiempo que nos ha tocado vivir, y para el cual la obra de Guénon es visualizada por muchos como la posibilidad de entroncar con nuestros orígenes y con la Suprema Identidad, por lo cual esta obra es providencial para numerosas personas. 

Podríamos tal vez nombrar las grandes líneas de la vida de René Guénon. Nacido en una familia burguesa de la provincia, recibe una educación católica. Estudia en esos medios y sobresale como un alumno brillante muy dotado sobre todo para las matemáticas. Después de haber obtenido su título de bachillerato, parte para París en octubre de 1904 para inscribirse en las clases preparatorias para optar a los concursos de las grandes escuelas. Pero una salud frágil que ha tenido desde su niñez lo obliga a retrasar sus estudios. Por otra parte él comienza a frecuentar los círculos ocultistas de la capital, muy numerosos a comienzo de siglo, donde conoce entre otras personalidades al doctor Gérard Encausse, más conocido bajo el nombre de Papus, en aquel entonces una especie de eminencia gris del ocultismo. 

Guénon es admitido en numerosas organizaciones de tipo ocultista, pero ya dentro de ellas y conociendo a sus dirigentes y miembros, así como lo absurdo de algunas de sus doctrinas que no tenían de tradicional ni iniciático sino el nombre, las denuncia y comienza a batallar contra ellas, rompiendo con Papus y sus adláteres lo que posteriormente dará lugar a dos de sus libros La Teosofía, historia de una pseudo-religión y El error espirita, basados ambos en una amplia documentación. A los 22 años lo vemos al frente de la revista La Gnose, publicando estudios de una gran importancia que demuestran un amplio conocimiento de la doctrina tradicional, lo que constituirá el eje de toda su obra que irá desarrollando posteriormente. Por entonces es ya maestro masón. Aquí debemos aclarar que en aquélla época las tradiciones orientales que eran algunas a las que se refería nuestro autor en sus escritos eran muy poco conocidas y sólo tratadas en la universidad de un modo literal y empírico. Este conocimiento se debe según parece al contacto directo que tuvo con algunos miembros de diferentes tradiciones del oriente comenzando por un misterioso maestro hindú que lo instruyó en esa tradición y que le trasmitió el Vedanta Shankarayano; en efecto, en aquellos años Guénon comenzó a ser conocido como un maestro en lo concerniente a la tradición hindú sobre la cual escribió varias obras importantes como: El hombre y su devenir según el Vedanta e Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, su primer libro publicado. En 1912 Guénon se casa con una joven católica Berthe Loury con la que no tendrá familia. En ese mismo año se inicia en el Islam al que ingresa con el nombre de Abdal Wâhid Yahya El servidor del Unico. El recibe entonces la baraka por intermedio de su representante Abdal Hâdî, nombre islámico de Ivan Aguéli, pintor sueco radicado en Francia y con largos viajes por el mundo islámico. 

También debe advertirse en su información de primera mano respecto a las doctrinas orientales la influencia de un maestro taoísta, Matgioi, profundo conocedor de la tradición china, quien vivió largos años en ese país e Indochina, autor de varios libros, cuyo nombre de nacimiento civil era Albert de Pouvourville. 

Durante todos estos años Guénon vive en París en su departamento de la Isla San Luis y sigue estudiando y escribiendo sobre diversos puntos de distintas tradiciones y de lo que hoy se llama la historia de las religiones. En su extraordinaria obra de erudito verdadero pueden encontrarse los más diversos ejemplos entresacados de ellas y comparados con otros que van entretejiendo un discurso extraordinario, analógico y mágico de una inmensa claridad y concisión donde la arquitectura de las ideas se manifiesta en una forma poética y la aritmética y la geometría tienen una plaza cabal. Aquí también queremos destacar que para esa época era conocido en muchos medios y por escritores y lectores como un hinduista -su primer libro fue nada menos que una Introducción a las doctrinas hindúes (publicado en 1921) y de hecho fue en su tiempo el primer gran expositor de esas ideas, con coherencia, conocimiento, claridad y rigor no sólo en Francia, sino en toda Europa, en particular a lo que el Vedanta se refiere. En ese entonces también da algunos cursos de filosofía para sobrevivir y colabora en numerosas revistas; todo esto se hace hasta el año 1930 e incluye un ciclo de profesorado en Sétif, en Argelia donde culmina sus estudios de árabe. También domina otras lenguas vivas y muertas. En 1928 Guénon queda viudo; en ese mismo año un conjunto de amigos que le siguen le piden realizar una transformación completa de la revista Le Voile d'Isis, antiguo medio donde comienza a colaborar junto con otros escritores conocedores de las auténticas doctrinas tradicionales. Esta misma revista en 1933 se transformará en los Etudes Traditionnelles, medio en el cual nuestro autor publicará gran parte de su obra, hasta su muerte. En 1930 Guénon parte para Egipto, país en el que se quedará definitivamente a vivir. Guénon se instala en El Cairo y en 1934 se casa con una mujer islámica, Fátima la hija de uno de sus amigos musulmanes con la cual procreará 4 hijos, uno de ellos póstumo. Durante todos estos años colaborará con los Etudes Traditionnelles y publicará nuevas obras, reeditará la ya editada y mantendrá una inmensa correspondencia con corresponsales de todo el mundo; también recibirá ciertas visitas occidentales que le buscan como un guía, o con una curiosidad profunda. Integrado al mundo islámico muere en 1951 en El Cairo y su cuerpo reposa hacia la dirección de la Meca. 

Resumir en un par de páginas el pensamiento de Guénon es prácticamente imposible. En primer lugar nuestro autor ha evitado siempre dar una exposición sistemática de su pensamiento, es decir de las doctrinas tradicionales. A lo largo de su obra puede advertirse que toda ella deriva de un mismo principio que toma diversos aspectos según puntos de vista diferentes y el lector es así poco a poco llevado a encontrar una y otra vez ese principio, por otra parte muy difícilmente explicable, pero en todo ello está clara la posibilidad para el lector de encontrar ese principio esencial posibilitado por el conocimiento metafísico y por la intuición intelectual; creemos que ese es el fin primero y último de toda la obra guenoniana, dedicada especialmente al Occidente, revivificando su Tradición, herencia de Griegos, Romanos, Judíos, Árabes y las distintas formas tradicionales autóctonas como la Céltica y la Nórdica, etc., aún presentes de una u otra manera hoy en el panorama europeo. De igual modo da relevancia al cristianismo y su esoterismo vivo fundamentalmente hasta el Renacimiento y recalca especialmente a la Masonería y al Compañerazgo como las dos instituciones que hoy en día permanecen como emisarias simbólicas de la Doctrina Tradicional, en Occidente, para todas aquellas personas que por algún motivo aún hoy pudieran comprender el sentido último de sus enseñanzas, que manifiestan la posibilidad de reintegrarse y vivir las experiencias de un Conocimiento, de una Filosofía Perenne, de una Tradición Unánime presente en todos los tiempos y lugares, y que el hombre de nuestras grandes ciudades ha perdido casi irremisiblemente. 

La obra 
En un estudio publicado el mismo año de la muerte de Guénon, Luc Benoist, autor entre otros libros de Art du Monde y La cuisine des Anges, y director de la colección Tradition de la casa Gallimard, así como director de los museos de Francia, señala que toda la obra de Guénon parte del punto de vista central y sintético, es decir metafísico, "que comprende todo sin suprimir nada, que permite la economía de la memoria y del esfuerzo, que ayuda a la invención y al descubrimiento, que facilita la ligazón entre las disciplinas más extrañas, el punto de vista de los principios que unen las ideas y los hombres". Y más adelante: "A esta idea de centro está íntimamente unida la de germen [o sea de lo más pequeño]... lo que contiene en su misteriosa complejidad todos los desarrollos ulteriores. Esto hace que la posibilidad de acceder a la Tradición, al centro, esté más próxima de lo que en realidad pensamos, pues ella es contemporánea con la vida y el hombre mismo, o lo que es igual, con el tiempo y la historia, aunque el Conocimiento que la Tradición sustenta y revela, esencialmente vertical, escapa a los condicionamientos propios de la vida, el hombre (individual), el tiempo y la historia, que son sólo sus reflejos horizontales, a los que sin embargo incluye, ya que lo Infinito no niega lo finito. Pero la metafísica no es un punto de vista entre otros, sino aquello que, aún refiriéndose a lo que es verdaderamente inexpresable y misterioso, es no obstante lo que da realidad a todas las cosas, sean las que fueren, lo cual permite, en efecto, la eclosión de ese germen en el ser y el desarrollo completo de todas sus posibilidades. Si no fuera así, Guénon nunca hubiera escrito su obra, ni tampoco la Tradición tendría sentido alguno, pues lo que ella transmite es precisamente la Idea (el Ser) de lo Incondicionado, y a partir de ahí, y gracias a los soportes simbólicos que vehiculan dicha Idea, se comenzará a ordenar el "caos" de aquellas posibilidades, paso previo y necesario para acceder al estado verdaderamente Incondicionado y a la Identidad Suprema. 

Pensamos que con esa Idea ha sido entretejida toda la obra guenoniana, aunque en ocasiones, por otro lado necesarias en aras de la clarificación, ésta haya tenido que tratar temas que más bien pertenecen a lo contingente y relativo, como es el caso de sus estudios denunciando las desviaciones y errores del mundo moderno, del ocultismo, del teosofismo y del espiritismo, en los que sin embargo siempre introdujo conocimientos acerca de la doctrina, pues de lo contrario no hubieran traspasado la mera crítica, situando por consiguiente dichas desviaciones en el justo lugar que les corresponden dentro del conjunto del orden total y universal. 

En el estudio antes citado Benoist divide la obra de Guénon en cuatro partes principales. En la primera precisamente sitúa a El Teosofismo, historia de una pseudo-religión y El Error espirita, así como sus diversos artículos sobre el neo-espiritualismo moderno. En relación con lo que hemos apuntado anteriormente, Benoist señala que "fuera de sus valores negativos, estas obras contienen en contrapartida enseñanzas muy positivas. El Error espirita posee sobre todo capítulos y páginas sobre los estados póstumos, las diferencias existentes entre reencarnación, transmigración y metempsicosis, definiciones capitales que sería imposible encontrar en otro lugar". Dentro de sus libros "críticos" Benoist también sitúa a Principios del cálculo infinitesimal, " puesto que en suma el punto de vista es el mismo, y el pseudo-infinito matemático deriva por igual de la incapacidad de concepción con respecto al verdadero infinito y la posibilidad universal". 

La segunda división comprende aquellas obras donde expone las razones del desorden actual. Se trata de Oriente y Occidente, La Crisis del mundo moderno, Autoridad espiritual y poder temporal, y finalmente El Reino de la cantidad y los signos de los tiempos. De todas ellas Benoist se centra especialmente en la última, pues de alguna manera cierra los estudios dedicados al "dominio de las aplicaciones históricas". En efecto, El Reino de la Cantidad es un libro sumamente importante para entender la simbólica de la historia (es decir la historia sagrada) y de los ciclos cósmicos, considerados como la expresión de los principios de orden universal, los primeros de los cuales, en lo que se refiere al origen mismo de la manifestación cósmica, son Purusha y Prakriti en la Tradición Hindú, que Guénon asimila a la Esencia y a la Substancia primigenias, los dos polos, espiritual e hílico entre los que se sitúan el conjunto de todos los grados de la Existencia universal. En el origen del presente ciclo humano, esto es en el "Paraíso terrestre", la esencia y la cualidad imperaban por doquier, pues todas las cosas estaban bajo la influencia directa del polo espiritual, y el desarrollo cíclico e histórico a partir de ese origen ha supuesto un paulatino alejamiento de dicho principio, lo cual se ha visto como una progresiva "solidificación" o "caída" en dirección al polo substancial y cuantitativo, que se encuentra en el extremo opuesto a toda espiritualidad, y que es precisamente en el que nos hallamos actualmente. Sin embargo, para Guénon "la solidificación del mundo se presenta bajo un doble sentido: considerada en ella misma, en un fragmento del ciclo, tiene evidentemente una significación 'desfavorable' y también 'siniestra', opuesta a la espiritualidad. Pero, de otro lado, no es menos necesaria para preparar los resultados del ciclo futuro bajo la forma de la 'Jerusalén Celeste' [resultados que representan la 'cristalización' positiva y transmutada de lo mejor del ciclo], donde éstos devendrán los gérmenes del ciclo futuro. Ahora bien, para que esa fijación devenga una 'restauración del estado primordial', es necesaria la intervención de un principio trascendente y según Guénon agrega "Esta intervención produce el retorno final, posibilitando la reaparición del 'Paraíso terrestre' ". Razón por la cual, repetimos, la profética crítica al mundo moderno y sus secuelas es al mismo tiempo la posibilidad de salir de él. 

La tercera división Benoist la integra sobre todo con los numerosos artículos dedicados por Guénon a las tradiciones occidentales, especialmente las que derivaron del esoterismo cristiano (como las órdenes de caballería, el Temple, las leyendas en torno al Santo Grial, la Fede Santa o los Fieles de Amor, etc.). Asimismo El Esoterismo de Dante y El Rey del Mundo, pertenecen a esta última categoría. También comprende, naturalmente, los artículos sobre el Compañerazgo, y sobre todo la Masonería, que posteriormente conformaron dos gruesos volúmenes: Estudios sobre la Franc-Masonería y el Compañerazgo. 

La cuarta y última división, toca según Benoist "la parte más positiva y más rica, en donde expone con una inesperada claridad la verdadera metafísica oriental". Se tratan de Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, El hombre y su devenir según el Vedanta, El simbolismo de la Cruz, Los estados múltiples del Ser y La Gran Tríada, esta última centrada especialmente en la metafísica y la cosmogonía taoísta, si bien también hace numerosas referencias al simbolismo alquímico, hermético y masónico. Después de repasar brevemente el contenido de todos estos libros, se considera a Los estados múltiples del Ser como el más "original" de toda la obra de Guénon. Los estados múltiples "constituyen la pieza maestra, la clave de bóveda de la obra guenoniana, aquella que no tiene equivalente en ninguna otra, y que por el contrario es necesaria para la perfecta comprensión de todas las demás. Se trata de la elucidación más completa que jamás se haya dado de la geografía de lo invisible, del Infinito, del No-Ser y de lo Posible, de toda la complejidad de las jerarquías espirituales". 

Por último, se habla de la importancia del simbolismo en la obra guenoniana, "el que constituye la base misma del edificio". El no lo dice, pues se publicaron posteriormente a la muerte de Guénon, pero aquí podrían considerarse los numerosos artículos que Guénon escribió sobre los símbolos universales, casi todos ellos recogidos posteriormente en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, libro que se ha convertido en imprescindible para comprender no sólo a Guénon sino la propia naturaleza y el mensaje de la Tradición, y que fuera publicada hace años, con sucesivas reediciones por EUDEBA, la editorial de la Universidad de Buenos Aires en una excelente traducción y precedida de un extraordinario prólogo de Michel Valsan y un estudio del profesor Asti Vera quien ha sido el introductor de Guénon en los medios universitarios argentinos. 

Quisiéramos añadir que en todas estas divisiones realizadas por Benoist, echamos en falta los estudios dedicados a la iniciación, que creemos son capitales en el pensamiento guenoniano, y además están ligados directamente con la idea de la realización, a la que necesariamente conduce el estudio de su obra. Recordemos, por ejemplo, las Apreciaciones sobre la Iniciación (Aperçus sur l'initiation), y los artículos escritos a lo largo de varios años y que han sido agrupados bajo el título general de Iniciación y realización espiritual. 

Como vemos el tema del símbolo es fundamental en el pensamiento y la obra guenoniana, por lo que desearíamos aquí reiterar algunos conceptos sobre el símbolo y la simbólica que ya hemos enunciado anteriormente. 

En efecto, el símbolo es el vehículo que liga dos realidades, o mejor dos planos de una misma realidad. Participa pues de ambas. Para la antigüedad, el símbolo era el representante de una energía-fuerza que permitía la ruptura de nivel, el acceso a otros mundos, o el acceso al conocimiento de diferentes planos de este mismo mundo, caracterizados por distintos grados de conciencia. El símbolo era y es, en consecuencia, el medio de comunicación entre los dioses y los hombres, objeto sagrado por excelencia, ya que él cuenta la historia verdadera, la eficaz, y no la siempre cambiante, de múltiples falsas apariencias. Describe entonces a la realidad tal cual es y no permite así el engaño de los sentidos, las desviaciones y enredos a que es tan proclive nuestra personalidad. Se cree por lo tanto en él y se le reconocen los valores de que es portador, sin caer en la equivocación grosera de tomar al símbolo por lo simbolizado, al vehículo por la meta del viaje. 

El término griego symbolon se refería a dos mitades de algo que se juntaban, que coincidían, y conformaban un signo de reconocimiento; puede apreciarse inmediatamente que estas dos mitades son análogas, lo que caracteriza a la simbólica, pues nada ni nadie puede expresar o transmitir algo si no lo hace mediante una correspondencia entre lo que quiere manifestar y la forma en que lo manifiesta. Como estamos viendo el símbolo está íntimamente relacionado con las leyes de analogía y correspondencia presentes en el Modelo del Universo, en la Cosmogonía Perenne. 

En rigor cualquier cosa puede ser un símbolo pues ella expresa a su manera su origen y la mano de su creador, el misterio que ella oculta dentro de sí. Toda expresión es simbólica pues conlleva implícita un gesto original. Sin embargo hay que distinguir entre los símbolos revelados específicamente para el conocimiento de una realidad, y los símbolos espontáneos de la psiqué individual que por esa razón no es capaz de traspasar ese nivel de consciencia. Mientras los primeros se suponen no humanos, los segundos no pueden exceder el nivel psicológico ligado en simbología con lo lunar y sublunar. Los primeros expresan una realidad trascendente, los otros no logran manifestar sino el poder de lo inmanente. 

También debe distinguirse el símbolo del emblema, y sobre todo, de la alegoría, que pone un espacio entre el símbolo y lo simbolizado, y se presenta también como una versión a nivel psicológico, como inexistente o soñada, diferente de la realidad y exactitud de aquello que los símbolos expresan. 

En forma gráfica y en las artes plásticas y monumentos se conservan los símbolos visuales de las culturas antiguas; de forma oral se han transmitido sus mitos y sus canciones rítmicas rituales, repetitivas y cíclicas y muchos de ellos se encuentran consignados por escrito; antropólogos, arqueólogos, historiadores, y otros especialistas, nos comunican nuevos hallazgos que confirman la completa importancia que atribuían a sus símbolos los pueblos tradicionales, ya que conocedores de la Cosmogonía Arquetípica, reiteraban sus gestos simbólicos, los que eran enseñados y aprendidos, pues el conocimiento del significado del símbolo no se puede obtener de otra manera. Hoy en día es ajena a la mentalidad oficial la idea de un Modelo del Universo, un plan arquetípico e invariable que supone la presencia de un Arquitecto y que es válido para todo tiempo y lugar, en la escala humana, y que, de hecho, también está transcurriendo ahora. Igualmente se ignora la existencia de la Filosofía Perenne, o sea de una misma filosofía, idéntica en los principios, en todas las tradiciones del mundo. Esta Cosmogonía y Filosofía perenne se ocultan dentro de los símbolos tradicionales, de origen revelado, que pueden ser encarnados por aquéllos que consigan lograrlo, pues los conocimientos, energías y experiencias que los símbolos contienen, de carácter arquetípico y cosmogónico, pueden vivenciarse en el constante ahora, siempre que los interesados sean pacientes en efectivizar una nueva forma de aprendizaje. 

Arte, Símbolo y Mito en las Culturas Tradicionales 
Para un hombre tradicional o arcaico todo es sagrado y el mundo un juego perenne de relaciones misteriosas y simbólicas, poseedoras en sí mismas de significados evidentes. Vive en un asombro perpetuo y a la vez está perfectamente integrado a su ambiente y participa constantemente de los efluvios del cielo y la tierra. Es entonces un mediador y como tal encuentra su ubicación en el mundo, lo que se corresponde con su verticalidad. Debe por lo tanto reproducir estos misterios a imitación del gran gesto creador de un constructor original, fecundando la posibilidad de una cultura. 

La analogía establece leyes de correspondencia entre el macro y microcosmos, entre el universo y el hombre, lo visible y lo invisible, lo aparente y lo real, lo pasajero y lo eterno, lo natural y sobrenatural, dos caras de una misma medalla, que los pueblos primitivos y/o arcaicos no distinguen de modo limitado, o excesivamente diferenciado. El símbolo es el revelador de estas correspondencias e igualmente el vehículo capaz de religarlas; el símbolo, por lo tanto, está fundamentado en las leyes de la analogía, y en las correspondencias naturales entre la totalidad de los seres, fenómenos, y cosas; simpatías y rechazos que todos los pueblos tradicionales o arcaicos han conocido; energías que se agrupan en conjuntos que a su vez se relacionan con otros y estos con terceros en forma indefinida formando cadenas y generando códigos simbólicos que obedecen a este mismo tipo de estructuras (tal la mitología de todos los pueblos), y que conforman su propia cosmogonía derivada de una Cosmogonía Perenne, de un modelo universal, válido para cualquier tiempo y lugar, aunque con formas adecuadas a diversas circunstancias y sitios, según puede constatarlo cualquier investigador, ya que esta posibilidad de generar códigos simbólicos (los que abarcan la totalidad del ser de una sociedad tradicional) son inherentes al hombre mismo, puesto que éste es un universo en pequeño y como tal tiene la posibilidad de recrear las leyes cósmicas gestando de ese modo las culturas particulares de los innumerables pueblos. 

Pero un auténtico símbolo no es sólo un mero signo capaz de ser el intermediario entre una imagen y un concepto a nivel psicológico, sociológico u horizontal, sino la realidad manifestada de un proceso vertical que es revelador a escala humana de los secretos de una Superestructura, siempre presente, imagen de la Mente Divina, la que ordena permanentemente relaciones y analogías que dan lugar al mundo de lo sensible, y a las leyes y mecanismos mentales de los humanos, signados éstos por una dualidad que se debe trascender. Esta necesidad de neutralizar opuestos para conocer el orden cósmico, o modelo universal, e insertarse conscientemente en él, se obtiene pues a partir del símbolo, el cual al conjugar en su cuerpo de manera unitaria la expresión conocida con el origen desconocido, lo manifestado por él y al mismo tiempo la inmanifestación que le ha dado su propia forma, su identidad, concretiza toda la posibilidad de Conocimiento, o sea de ser, y se constituye así en el elemento imprescindible para sintetizar cualquier realidad o verdad, comenzando con la necesidad de su mediación, permanentemente capaz de revelar lo supranatural por el despliegue de todas las potencialidades de la naturaleza. Por otro lado, no se debe olvidar que los símbolos, como los mitos, no han de considerarse en forma individual, sino en relación con otros símbolos y mitos con los que se vinculan formando conjuntos, o estructuras, que por un lado son arquetípicas, a saber: inamovibles, y simultáneamente móviles, como sus proyecciones en lo espacio-temporal, y su adecuación a distintas geografías y circunstancias históricas. 

La cultura es un juego de símbolos, una simbólica de la que participa no sólo el cuerpo social, o individual, sino que constituye además el origen del pensamiento, las estructuras e imágenes de los procesos mentales de la tribu, o la persona. Por lo tanto toda cultura histórica es "mítica" necesariamente en sus orígenes. 

También debemos tener en cuenta el carácter iniciático del símbolo y el mito como transmisores del Conocimiento, sus poderes transformadores y generativos, su realidad metafísica y mágica, es decir actuante, y por lo tanto la veneración popular que siempre los acompaña, o al menos los ha acompañado. 

El rito es el mito en acción y los elementos que utiliza, ya sean sonoros, visuales o gestuales son simbólicos. El rito dramatiza el mito a través de los símbolos. Hay pues una unidad entre símbolo, mito y rito, como ya hemos manifestado en otras oportunidades. El gesto, la palabra y la forma actualizan los mitos permitiendo su encarnación. Para los pueblos tradicionales, estas tres expresiones del hombre efectivizaban permanentemente el mundo, regenerándolo, permitiendo su normal desenvolvimiento, gracias a su reiteración. Una de las diferencias entre una sociedad sagrada y otra profana es que tanto los símbolos como los ritos y los mitos han desaparecido prácticamente de estas últimas o se les ignora, o lo que es aún peor, se ha tergiversado su significado, adulterándolo, confundiéndolo con la alegoría, el emblema y también con la mera convención; en el caso particular de los mitos habría que agregar que el colectivo oficialista los califica como ficciones, cuando no de mentiras, lo que es paradojal en cuanto se piensa que los mitos expresan para las culturas tradicionales toda la verdad y constituye la auténtica realidad, como es y ha sido el caso en las distintas formas en que se ha expresado la cultura, comenzando por la griega de la que somos herederos directos. 

Debemos aclarar que entendemos aquí por Tradición, del latín "tradere", la transmisión de un legado de origen "no humano", de carácter trascendente, que los hombres han recibido desde el origen, a través de una cadena ininterrumpida que viene del principio de los tiempos. 

Este legado es un conjunto de doctrina, ciencia y sabiduría, que contempladas en un solo concepto no son otra cosa que la Revelación. 

Esta Revelación que se transmite y que también podemos llamar Conocimiento, o Metafísica, es de carácter inexpresable e indemostrable por los medios humanos ordinarios, pues al estar su objeto más allá de la física, no es a través de la razón que se puede llegar a su conocimiento, sino más bien a través de la intuición intelectual, que es supra-racional. 

La Tradición, o este conjunto de doctrina hemos dicho que es ciencia y sabiduría, y desde el punto de vista tradicional, ciencia y arte son una misma cosa y no se distinguen entre sí. 

Artes y ciencias no son sino el conocimiento tradicional propiamente dicho, ligado a los principios trascendentes y el Arte es un modo de conocer; igualmente Conocer es "nacer con", o "nacer a la verdad"; es lo opuesto a ignorar, y por lo tanto lo opuesto a la ignorancia. 

Guénon como escritor 
Como se verá algo hemos ido adelantando sobre el pensamiento y la obra de Guénon, nos toca ahora referirnos a su lenguaje, particularmente a la terminología que utiliza a través de su discurso, donde determinados términos tienen un valor y un sentido distinto al habitual. 

Efectivamente Guénon elabora una terminología propia para expresar con toda claridad los conceptos vertidos, las más de las veces restituyendo a las palabras sus significados etimológicos. vgr: la metafísica, o el de expresar conceptos con otro sentido del habitual como ya dijimos, como es el caso del término Tradición (actualmente entendida como "tradicionalismo") o el de reinstaurar el significado original de una idea, tal cual sucede con la de Símbolo. 

Por otro lado su frase larga, lo que a veces dificulta su lectura cuando aún no se está familiarizado con su estilo, nos traslada a un ámbito muy amplio, a un espacio en el que el lector que liga con él puede encontrar su propio pensamiento y desarrollarlo con múltiples relaciones y correspondencias simbólicas. Incluso nuestro autor crea un ambiente de suspenso, de misterio, a lo largo de su discurso y las relaciones que éste implica, capaz de cautivar a sus lectores y mantener su atención de modo concentrado y en una atmósfera de tipo mágico, apta para captar su mensaje. 

El contenido de su obra es de orden metafísico, y su finalidad el conocimiento metafísico efectivo como ya se ha dicho, por tanto se sitúa más allá del mundo de lo racional y de lo intelectual. Pero el lenguaje es discursivo y analítico, situándose en el terreno de la lógica, como la razón humana, y plantea por ello siempre límites al entendimiento ¿Cómo entonces decir algo que en la expresión escrita no tiene instrumento? 

A pesar de la barrera que puede suponer la escritura, en la obra de Guénon se produce un entendimiento sutil. Al ser un discurso dirigido desde la Unidad, ésta se transparenta en todos los conceptos y así se hace presente su radiante belleza y la pureza perfecta de su origen. 

Guénon plantea el lenguaje desde su aspecto más elevado como medio de expresión, ligando la palabra y el símbolo en la necesidad de hacer un lenguaje simbólico y toda su obra no es sino un inmenso canto a la Unidad, una invocación permanente. 

Así Guénon va introduciendo al lector en un espacio especial y característico. No se podría hablar ya de frases separadas, ni de párrafos, ni de capítulos, ni siquiera de libros. Se produce un continuo, cíclico, en cuanto que tiene un ritmo determinado. La asimilación del contenido se produce en gran medida en cuanto que se nos conduce a un espacio otro, sagrado, en cuanto que nos distancia de las coordenadas lineales del tiempo y del espacio profano. Y en este sentido se produce una verdadera obra alquímica para aquellos que tienen la fortuna de comprenderlo. 

Lo exotérico y lo esotérico 
Al tratar de comprender los símbolos, se hace indispensable tener una idea clara de dos aspectos opuestos y complementarios que todo símbolo posee: lo exotérico y lo esotérico. Lo exotérico es lo externo, la forma visible que una energía determinada toma para manifestarse al mundo de los sentidos, y que varía según el tiempo, el espacio y el nivel de la realidad en que se expresa. Lo esotérico significa lo interno, lo oculto e inmanifestado, la parte secreta, que no es otra cosa que una energía, idea o fuerza, que todo signo sagrado contiene, y que es lo que verdaderamente interesa aprehender, conocer y experimentar. Las ciencias ordinarias estudian al símbolo únicamente desde el punto de vista exterior, y por lo tanto sólo pueden percibir las diferencias aparentes entre las distintas tradiciones y las diversas ciencias, no pudiendo establecer verdaderas relaciones entre ellas, como las que la Ciencia Esotérica puede dar, pues ella conoce la identidad profunda de las energías a las que se refiere, que trascienden su apariencia formal y nos conectan con esa realidad metafísica que sólo a través de lo esotérico podremos percibir. 

Lo esotérico es por lo tanto unificador y esclarecedor y sólo lograremos comprenderlo cuando estemos dispuestos a traspasar y penetrar las simples apariencias de las cosas y los símbolos, permitiendo que éstos nos revelen esas energías ocultas que ellos poseen, y que son capaces de despertar las fuerzas invisibles que todos tenemos en nuestra propia interioridad. De este modo podemos penetrar a otros espacios de nuestro ser; otras aulas y ámbitos unidos extrañamente a la memoria, que serán los pasos previos al ingreso a lo que es simultáneo; y por lo tanto completamente atemporal. 

En varias oportunidades a lo largo de su obra Guénon se refiere a esta distinción entre lo esotérico y lo exotérico, o entre la metafísica y la religión, así en la Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes nos dice específicamente sobre este último caso: 

"Para volver a la cuestión que nos ocupa, recordaremos que indicamos ya lo que distingue, de la manera más esencial, una doctrina metafísica de un dogma religioso: mientras que el punto de vista metafísico es puramente intelectual, el punto de vista religioso implica, como característica fundamental, la presencia de un elemento sentimental que influye sobre la misma doctrina y que no le permite conservar la actitud de una especulación puramente desinteresada; esto es, en efecto, lo que acontece con la teología, aunque de manera más o menos marcada según se considere una y otra de las diferentes ramas en que se la puede dividir. Este carácter sentimental en ninguna parte se acentúa tanto como en la forma propiamente "mística" del pensamiento religioso; y decimos a este propósito que, en contra de una opinión muy difundida, el misticismo, por el hecho de que no podría ser concebido fuera del punto de vista religioso, es totalmente desconocido en Oriente. No entraremos aquí en detalles más amplios sobre el particular, lo que nos conduciría a desarrollos muy extensos; en la confusión tan común que acabamos de señalar, y que consiste en atribuir una interpretación mística a ideas que de ningún modo lo son, se puede ver un ejemplo de la tendencia habitual de los occidentales, en virtud de la cual quieren encontrar por doquier el equivalente puro y simple de los modos de pensamiento que les son propios." 

En 1925 Guénon escribía en El hombre y su devenir según el Vedanta: "El exoterismo y el esoterismo, considerados no como dos doctrinas distintas y más o menos opuestas (lo cual sería una concepción totalmente errónea) sino como dos aspectos de una misma doctrina, han existido en ciertas escuelas de la antigüedad griega y se los vuelve a encontrar muy claramente en el Islam, pero no ocurre lo mismo en las doctrinas orientales. Respecto de ellas no se podría hablar sino de una especie de "esoterismo natural" que existe inevitablemente en toda doctrina, y sobre todo en el orden metafísico, donde siempre se debe hacer referencia a lo inexpresable, que es asimismo lo que hay de más esencial, puesto que las palabras y los símbolos no tienen en suma otra razón de ser que la de ayudar a concebirlo en tanto que proveen de "soportes" para un trabajo que no puede ser sino estrictamente personal. Desde este punto de vista, la distinción entre exoterismo y esoterismo no sería diferente de la que existe entre la "letra" y el "espíritu", y podría también aplicarse a la pluralidad de sentidos más o menos profundos que presentan los textos tradicionales o, si se prefiere, las escrituras sagradas de todos los pueblos." 

En ese mismo año en "El esoterismo de Dante" afirmaba: "... el verdadero esoterismo es algo muy diferente a cualquier característica de una religión externa y, si presenta algún tipo de relación con ésta, no puede ser sino mediante una consideración que supone a las formas religiosas como un modo de expresión simbólico. Poco importa, por lo demás, que esas formas correspondan a tal o cual religión, puesto que se trata de una unidad doctrinaria esencial que se oculta detrás de una diversidad aparente. 

Por ello, los antiguos iniciados participaban de modo indistinto en todos los cultos exteriores, adhiriéndose así a las costumbres establecidas en los países en donde circunstancialmente se encontraban." 

Las citas de este tipo pueden multiplicarse en la obra guenoniana y se pueden encontrar en distintos libros, entre ellos Aperçus sur l'initiation (1947): "la religión considera únicamente al ser en el estado humano individual y de ningún modo apunta a hacerlo salir de él, sino que por el contrario intenta asegurarle las condiciones más favorables en ese mismo estado, mientras que la iniciación tiene esencialmente como objetivo superar las posibilidades de este estado y lograr que sea efectivamente posible el pasaje a los estados superiores hasta finalmente conducir al ser más allá de todo estado condicionado, sea cual fuere" y en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada, en los dos tomos de sus Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo, etc. en particular en el estudio denominado "Cristianismo e Iniciación" de Aperçus sur l'ésoterisme Chrétien, del que citamos: "Finalmente, para concluir podemos decir esto: a pesar de los orígenes iniciáticos del Cristianismo, éste, en su estado actual, no es ciertamente nada más que una religión, es decir una tradición de orden exclusivamente exotérico, y no tiene en sí mismo otras posibilidades que las de todo exoterismo; no lo pretende además de ninguna forma puesto que no se ha propuesto nunca otra cosa que obtener la «salvación»." 

A continuación trataremos brevemente un símbolo fundamental que es mencionado por Guénon a lo largo de distintos estudios; nos referimos al simbolismo de la rueda, o al del círculo, como ejemplo evidente de los símbolos de centro y eje, tales como el del corazón, la caverna y la montaña, el árbol, el obelisco, expresiones entre otras de lo vertical. 

El Símbolo de la Rueda 
Tal vez, de entre los símbolos sacros de todos los pueblos sea el de la Rueda el más universal. Ello se debe, por un lado, a que este símbolo aparece unánimemente, directa e indirectamente tratado en todas las tradiciones, y parecería ser consubstancial al hombre, y por otro, a que la misma universalidad de los significados de la rueda, y su conexión directa o indirecta con los demás símbolos sagrados, en especial, números y figuras geométricas, hacen de ella una especie de modelo simbólico, una imagen del cosmos. Pues la rueda en el plano es un círculo, y la circularidad es una manifestación espontánea de todo el cosmos; por lo tanto esa energía ha de provenir de un símbolo del movimiento, que puede girar y reiterar sus ciclos, posibilitando la marcha, merced a un eje inmóvil. En el plano esto se representa como un centro del que la circunferencia extrae su forma por irradiación, tal cual la energía potencial del eje se transmite a la llanta por mediación de los rayos de las ruedas, análogas al radio de la circunferencia; cualquiera que traza una circunferencia con cordel o compás sabe que ésta depende del punto central y no a la inversa. Entre el punto central y la circunferencia se configura el círculo; el valor aritmético asignado al primero es la unidad, que es una representación natural del punto geométrico, y a la segunda el nueve, que es el número del ciclo por ser de la circularidad, como más adelante veremos. La suma de ambos nos da la decena (1+9=10) que es el modelo numérico de la tetraktys pitagórica, el cual puede ser puesto en relación con cualquier otra numerología, ya que los números -y las figuras geométricas- son módulos armónicos arquetípicos, válidos en todo lo manifestado y por lo tanto para cualquier tiempo y lugar. 

Así pues, no debe extrañarnos que se traten conjuntamente los símbolos de la rueda y el círculo, el de la espiral, y el de la esfera, pues ésta no es sino el círculo en la tridimensionalidad. Igualmente que se mencionen símbolos estrechamente asociados al de la rueda como el de la cruz, el cuadrado, y otros, así como que se recurra a las distintas tradiciones donde se encuentre atestiguado. Sin embargo este símbolo está presente en nuestra propia Tradición y se halla a nuestro alcance trabajar con él. En la misma cotidianeidad podemos observarlo constantemente; de hecho es evidente en la vida misma, pues como hemos señalado todas las cosas se producen con un movimiento circular y por lo tanto son cíclicas, lo cual es un pensamiento emitido por todas las doctrinas metafísicas, aunque a veces en ellas se lo de por supuesto y en otras se lo destaque especialmente. La figura esquemática de la rueda en el plano ha sido asociada al sol por numerosos pueblos y de hecho aún hoy es el símbolo astrológico de ese astro; en alquimia representa al oro, su equivalente terrestre. De allí a asociar el recorrido del sol con un carro dorado, o de fuego, hay sólo un paso. De hecho su alcance es significativamente más amplio y se corresponde con la idea arquetípica de Centro: aquello que es capaz de generar un orden en la masa amorfa del caos; el punto inmóvil imprescindible a toda creación, el motor merced al cual el devenir tiene un sentido. 

Este punto central de la Rueda del Mundo se comunica con la periferia, como ya se dijo, a través de rayos, que son por lo tanto intermediarios entre ambos; y mientras la rueda gira sobre sí misma simbolizando el movimiento y el tiempo, el eje permanece fijo expresando la inmovilidad y lo eterno. 

El círculo y la esfera han sido tomados por numerosos pueblos y distintos autores antiguos como figuras perfectas y expresiones de la totalidad. La rueda en particular está asociada a los ciclos que ella reitera una y otra vez y por lo tanto a lo relativo, a lo pasajero, a lo contingente, pero sobre todo a la renuencia, a la reiteración. Como podrá observarse, y así lo seguiremos viendo, este símbolo se presta a innumerables transposiciones al plano metafísico, ontológico y cósmico y es objeto de conocimiento y especulación. 

Lo que es un punto central al círculo, es el eje con respecto a la esfera, por lo que centro y eje se corresponden exactamente, siendo el primero un símbolo plano y el otro tridimensional del mismo concepto. 

Si el punto es virtual, inmanifestado y geométricamente no existe, la periferia de la rueda será visible y representará, en el orden cósmico, nada menos que a la manifestación universal, y en el mundo del hombre, a cualquier expresión, por lo que también pueden equipararse el punto y el círculo, a potencia y acto, por ende, a contemplación y acción. 

La primera división a que puede dar lugar el símbolo de la rueda es la bipartición de la figura que la representa en dos mitades análogas y exactas. Estas representan los dos movimientos, de ascenso y descenso, que realiza la rueda en el recorrido de un ciclo, así éste sea el del sol en el año, o el del día, o el de la luna en un mes, o el de la vida de un ser humano; el de principio y fin con el que está signada cualquier creación. 

Como podrá observarse, principio y fin tienen un origen y destino común, lo que da lugar, además, a las ideas de reincidencia o repetición, creencias y conceptos de todos los pueblos arcaicos y tradicionales que han vivido siempre un tiempo cíclico y no uno lineal e indefinido, tal como lo solemos concebir los contemporáneos. Cualquier punto de la periferia -los que son de número indefinido y pueden simbolizar, cada uno, la vida de un hombre en la multitud de lo creado- es un reflejo del centro y se encuentra conectado a él por el rayo, pero mientras que en la llanta todo es sucesivo, desde el punto de vista central las cosas son simultáneas. Esta figura también puede adaptarse obviamente a los conceptos de interior y exterior, de luz y reflejo, y también de realidad e ilusión, puesto que la permanencia del punto no se altera ante las formas cambiantes y siempre perecederas del transcurrir periférico. 

Nos dice René Guénon que: "El centro es, ante todo, el origen, el punto de partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la Unidad primordial. De él, por irradiación, son producidas todas las cosas, así como la Unidad produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna". 

Todos los puntos de la circunferencia están a igual distancia del centro, le son equidistantes, por lo que las innumerables energías del cosmos se neutralizan en su seno. Geométricamente este es el eje vertical que atraviesa distintos planos circulares horizontales, que él mismo genera, los que giran como ruedas a su alrededor conformando la cadena de mundos, los distintos estados de un Ser Universal. 

La energía de la irradiación llegada a sus propios límites retorna a su fuente por mediación del mismo rayo que las conecta, para ser reabsorbida en el Principio, que nuevamente vuelve a emanarla hacia la periferia, conformando esta interrelación, ad extra y ad intra, una especie de respiración universal sellada por las leyes cósmicas de la dialéctica. Por lo que el Centro, o el Eje, es el Origen y el Principio, e irradiando todo de Él, a Él todo retorna. 

El centro es pues una región mítica, una idea arquetípica que, sin embargo, se manifiesta en determinados puntos de la circunferencia que, de esta manera, pasan a su vez a ser centros para el sistema que ellos generan, siempre y cuando sean auténticos reflejos del punto original, o lo que es lo mismo, que ese Centro fuese una teofanía, o una hierofanía, un lugar, persona u objeto que exprese la unidad de un modo particular, y que igualmente la irradiara. En ese caso los distintos centros o puntos significativos en la periferia serían focos 'cosmizados', que estarían estableciendo contacto con el punto medio, rompiendo así con el movimiento homogéneo y reiterativo de la Rueda. Por este camino el sabio perfecto, según el taoísmo, podría acceder al "punto central de la Rueda", en comunicación con el principio, en absoluto reposo, imitando "su acción no actuante". 

El simbolismo del 'centro del mundo' pudiera transponerse al del 'eje del mundo' y relacionarse entonces nuestro símbolo con todos aquellos que significan este eje. En particular con los símbolos del árbol (Arbol de la Vida) y la montaña, y todos los indicadores de puntos de coyuntura en la geografía y la historia sagrada, los que se han manifestado a lo largo del tiempo y en distintos lugares. Estos sitios o seres especiales, que son símbolos por sus mismas características mágico-teúrgicas, promueven una ruptura de nivel que permite comunicarse con otros mundos, o estados de consciencia diferentes, con zonas vedadas del universo y de nosotros mismos. En el ser humano ese Centro del que hablamos está alojado en el corazón, como lo atestiguan la totalidad de las tradiciones. 

La montaña y el árbol son además dos símbolos de ascenso, al igual que la escalera, y supone la idea de salida de un plano o mundo, y el ingreso a otro superior, es decir una ruptura de nivel, o plano de conciencia. Geométricamente esta posibilidad está marcada por la figura de la espiral, que es capaz de salir del plano y de la reincidencia rutinaria, y proyectar un nuevo movimiento circular, esta vez en un plano distinto. A la espiral suele también representársela en forma doble, conformando en lo volumétrico una especie de trompo, o mejor de doble trompo donde una de las espirales es 'evolutiva' y la otra 'involutiva', complementándose perennemente. 

La rueda, como símbolo del ciclo, está sujeta a un invariable retorno que, sin embargo, tiene determinados puntos que la limitan. Estos puntos están ejemplificados por el camino del sol en el año, la rueda solar, la que se caracteriza por tener dos momentos máximos en su recorrido en los cuales el sol parece detener su rodar; nos referimos a los solsticios de invierno y verano. Ellos bien pueden situarse en los extremos de la rueda, o del círculo, y marcar esos momentos. Hay también otros momentos importantes en el recorrido del carro solar, los equinoccios, y ellos se encuentran perfectamente equidistantes de los solsticios marcando así un círculo dividido en cuatro partes exactamente iguales. 

Pero el cuaternario como división normal del ciclo no sólo es reconocido en el recorrido anual del sol, sino en el diario (aparente), el cual es dividido también cuatripartitamente en medianoche (0 hs.), amanecer (6 hs), mediodía (12 hs.) y atardecer (18 hs.). 

Igualmente se lo puede encontrar en cualquier ciclo o manifestación, pues el cuaternario es el signo de lo creado: también en la división espacial fija los cuatro puntos cardinales en relación a la línea del horizonte. 

Se pueden también nombrar otros ejemplos de esta ley del cuaternario; las distintas edades de un hombre: niñez, juventud, madurez, vejez. Igualmente las edades del mundo caracterizadas de manera descendente por el oro, la plata, el bronce, y esta última que estamos viviendo, por el hierro. Lo mismo las estaciones del año: invierno, primavera, verano y otoño; las fases de la luna, e igualmente los elementos, o principios constitutivos de la materia: Fuego, Aire, Agua y Tierra, a los que además las distintas tradiciones les han asociado colores, como signos cualitativos. 

Ligamos así estrechamente la figura del círculo y el cuadrado a través del cuaternario. El ciclo, o sea el símbolo de la rueda en movimiento, funde indisolublemente estas figuras entre sí, en estrecha vinculación con la simbólica atribuida a espacio y tiempo, relacionándose al círculo con este último y al cuadrado (o cuaternario) con el primero. 

La rueda de seis rayos tiene una particularidad mágica: el tamaño del radio divide siempre a la llanta en seis partes iguales. 

La rueda zodiacal divide el año en doce períodos, llamados signos, los que también en ciclos mayores están equiparados a eras; subdivisiones todas de la figura partida por el binario y cuaternario como ya vimos. Agregaremos que el término 'zodiaco', de origen griego, se traduce por 'rueda de la vida'. 

Los distintos números de rayos de las ruedas no son arbitrarios y se refieren a la partición del círculo en tales o cuales segmentos, signados por disímiles números, de acuerdo a cómo se encara la figura, en qué contexto, y para qué fines; todo ello ligado con los atributos propios de cada número y sus correspondencias geométricas. En la Tradición Hermética, donde se produce una amalgama entre los nombres rosa y rota (= rueda), la flor es la imagen de lo circular, como bien puede advertirse en los mandalas que son ciertas 'rosetas' de las catedrales europeas. Todo esto hace particularmente significativas las diferentes modalidades del símbolo en general, relacionándolo con aspectos disímiles de la realidad, o mejor, con referencias varias acerca de cómo encararla, todas ellas complementarias. 

Así como el punto se corresponde con la unidad aritmética y el cuadrángulo con el cuatro, el ciclo se expresa por el número nueve. Este número es irreducible y como se sabe todos sus múltiplos (y submúltiplos) regresan indefectiblemente a él, por ejemplo: 9 x 2 = 18 = 1 + 8 = 9; 9 x 3 = 27 = 2 + 7 = 9; 9 x 4 = 36 = 3 + 6 = 9, etc. Por otro lado divide la circunferencia en cuatro partes iguales de 90º, y sobre todo introduce la circularidad en las cifras con que se lo conecta, cosa que efectúan también sus múltiplos, relacionando así cualquier número con la figura del círculo; debemos recordar que esta última se forma con el valor 9 de la circunferencia, más el valor 1 del punto central. Lo mismo sucede con el cuadrángulo que igualmente se construye desde un punto central cruzado por dos ortogonales, lo que representa una cruz, cuyo medio exacto es otro número, el número cinco, que en la alquimia corresponde al éter, en filosofía a la quintaesencia, y que ha sido importante en distintas tradiciones entre ellas la china y las precolombinas. Con el número siete sucede lo mismo, ya que es considerado el central de una rueda de seis rayos. En realidad, y por otra de las transposiciones entre el símbolo del círculo y el cuadrado y de lo plano a lo espacial, el siete es el punto central del cubo, de seis caras y doce aristas, otro de los símbolos-modelo del universo. 

El simbolismo de los números, como ya lo destacamos, y hemos estado viendo está estrechamente relacionado con nuestro tema. El sistema pitagórico decimal, con el que nos manejamos, está formado por nueve dígitos llamados naturales y el agregado del cero que tiene un valor posicional en los distintos niveles en que se expresa: decenas, centenas, etc.; volviéndose a reiterar a cualquier nivel los mismos nueve números en su viaje circular. Para el hermetismo la serie numérica tiene una característica especial: la unidad genera todos los números y por adición está presente en todos ellos; por lo que el número uno sería el mayor, y los demás, divisiones o fragmentaciones de la unidad primordial. Como se ve, aquí los números no están expresando simples cantidades, sino cualidades, siendo tomados como módulos armónicos arquetípicos. La antigüedad tenía primordialmente en cuanta la Idea que el número significaba; es decir que utilizaba esta escala de modo vertical, para ello había sido diseñada; lo cual no obstaba para que se la usase además en forma cuantitativa y horizontal para otras funciones que consideraba secundarias o reflejas. Los conceptos que los números manifiestan y sus representaciones geométricas están íntimamente asociados a lo metafísico y cosmogónico y corresponden a realidades esenciales del universo y el hombre. Las combinaciones entre los distintos números de la escala hace posible la cohesión universal, ya que de hecho, los números no son ni más ni menos que conceptos de relación. El denario es una clave mágica: con los diez primeros números se puede nombrar cualquier cosa. En la tradición hebrea los mismos números son representados por letras, pues todo el alfabeto tiene un valor numérico; en el islamismo igual. La relación entre letra y letra o lo que es lo mismo entre número y número, produce el discurso del cosmos, el lenguaje del universo, ya que números y letras conforman códigos reveladores del conocimiento del Ser Universal. 

Estas son algunas de las ideas presentes directa o indirectamente en la obra Guenoniana, verdadera síntesis de las enseñanzas de la Ciencia Sagrada, las que encuentran su coronamiento en la concepción majestuosa de los Estados Múltiples del Ser y la Teoría de los ciclos cósmicos, que tienen hoy tanta actualidad y vigencia como el mismo pensamiento de Guénon, el guía intelectual más calificado de este tiempo histórico, entre los jirones y fragmentos que aún quedan de la civilización occidental.

 
 
René Guénon
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