SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis

LA MUJER Y LAS UTOPIAS DEL RENACIMIENTO (y 2)
FEDERICO GONZALEZ

Pasemos ahora revista a otras utopías publicadas posteriormente a la de Moro. Comencemos con La Ciudad del Sol (1602), como sabemos debida a la pluma de Tomasso Campanella, escrita en forma de diálogos, seguramente la más importante de todo el género. En ella se trata también el tema de la mujer25:

"Son comunes las casas, los dormitorios, los lechos y todas las demás cosas necesarias. Pero al fin de cada semestre los Maestros eligen las personas que deben dormir en uno u otro lugar, quiénes en la primera habitación y quiénes en la segunda. Esta distribución se indica por medio de alfabetos, colocados en la parte superior de las puertas. Las artes mecánicas y especulativas son comunes a hombres y mujeres. Hay, sin embargo, la diferencia de que los ejercicios más pesados y que exigen caminar (como arar, sembrar, recoger los frutos, trabajar en la era y en la vendimia, etc.) son ejecutados por los varones. Las mujeres suelen dedicarse también a ordeñar las ovejas y hacer queso. Asimismo, van a cultivar y recoger hierbas en los huertos situados cerca de los muros de la ciudad. Los trabajos que pueden realizarse estando de pie o sentado (como tejer, hilar, coser, cortar el pelo, afeitar, preparar drogas y confeccionar toda clase de vestidos) conciernen a las mujeres, pero les está prohibido trabajar la madera y fabricar armas. Si alguna de ellas muestra aptitud para la pintura, se le concede ejercitarse en ella. En cambio, la música en todas sus formas, excepto la producida mediante trompetas y tambores, solamente está permitida a las mujeres y a veces a los niños, porque unas y otros pueden causar mayor deleite. Ellas hacen también la comida y preparan la mesa, pero el servir la comida es obligación peculiar de los niños y de las niñas hasta que cumplen la edad de veinte años."

E igualmente se trata el de la procreación:

"Ninguna mujer puede entregarse a la procreación antes de cumplir diez y nueve años de edad. Los varones deben haber cumplido veintiuno, o más si son de temperamento frío. Para que no incurran en actos contra la naturaleza, se permite a algunos la unión carnal antes de llegar a dicha edad, pero con la mujer estéril o grávida. Las Maestras matronas y los Maestros de edad más avanzada cuidan de permitir los placeres amorosos a quienes secretamente lo piden o manifiestan en las palestras públicas verse urgidos por mayores estímulos. Sin embargo, el permiso ha de estar autorizado por el Gran Magistrado de la procreación, que es el supremo Maestro de la Medicina y cuya autoridad no reconoce más limitación que la del triunviro Amor. A los sorprendidos en flagrante acto de sodomía, se los reprende y castiga a llevar durante dos días los zapatos atados al cuello, en señal de haber invertido el orden natural de las cosas. Si reinciden, el castigo va aumentando y puede llegar hasta la pena de muerte. Por el contrario, a todos aquellos que hasta los veintiún años se abstienen de la unión carnal (y con mayor razón, si la abstención dura hasta los veintisiete), se les tributan honores y cánticos en una reunión pública. Y, como durante los ejercicios gimnásticos hombres y mujeres aparecen desnudos (al modo de los antiguos espartanos), los Maestros que dirigen los ejercicios conocen quiénes son aptos, y quiénes no, para la procreación; y saben además cuál es el varón sexualmente más adecuado a cada mujer. La unión carnal se realiza cada dos noches, después de haberse lavado bien ambos progenitores. Para satisfacer racional y provechosamente el instinto, las mujeres robustas y bellas se unen a los hombres fuertes y apasionados; las gruesas, a los delgados; y las delgadas a los gruesos. Al ponerse el sol, los niños suben a sus habitaciones y preparan el tálamo. Después los progenitores se entregan al sueño, siguiendo las prescripciones de los Maestros y de las Maestras. La unión sexual no puede realizarse nunca antes de haber hecho la digestión de la comida y elevado preces al Señor. En las habitaciones hay estatuas de hombres muy preclaros, colocadas allí para ser contempladas por las mujeres, quienes asomándose luego a una ventana ruegan a Dios, con los ojos fijos en el cielo, que les conceda una perfecta prole. Después duermen en celdas separadas, hasta que llega la hora propicia para la unión carnal. Entonces la Matrona se levanta y abre por fuera la puerta de las habitaciones ocupadas por los hombres y las mujeres."

Asimismo se considera la belleza de las hembras:

"Por dedicarse las mujeres a diferentes trabajos, adquieren saludable aspecto físico y miembros robustos, grandes y ágiles. Para ellos, la belleza reside únicamente en la elevación y vigor de las personas. Por esto, sería castigada con pena de muerte la mujer que emplease cosméticos para ser bella, usase tacones altos para aparecer más alta o vestidos largos para ocultar piernas mal formadas. Por otra parte, aunque alguna intentase hacerlo, no lo conseguiría. Pues ¿quién iba a concederle permiso para ello? Afirman también que semejantes engaños, habituales entre nosotros, provienen de la ociosidad y holgazanería de las mujeres, quienes por ser descoloridas, delgadas y bajas, necesitan colores artificiales, zapatos altos y vestidos largos. Deseando aparecer bellas, acuden a cobardes artificios y no se preocupan por procurarse una vigorosa salud, con lo cual degradan a la par su propia naturaleza y la de su prole."

"Cuando un individuo se siente atraído por violenta pasión hacia una mujer, está permitido que hablen entre sí, bromeen y se regalen mutuamente poesías y coronas frondosas. Más, si hubiese peligro de procreación, nunca se autoriza la unión sexual entre ellos, a no ser que la mujer estuviese embarazada (cosa en la que el varón debe reparar) o hubiese sido declarada estéril. Por lo demás, no conocen apenas el amor de la concupiscencia propiamente dicha, sino sólo el de la amistad. Conceden poca importancia a las cosas domésticas y comestibles, porque cada uno recibe cuanto necesita, excepto en el caso de querer honrar a alguien. Entonces, y particularmente en los días festivos, los héroes y las heroínas suelen recibir durante la comida y a título de honor diferentes regalos, por ejemplo, hermosas guirnaldas, comidas selectas o elegantes vestidos."

Igualmente hay un debate entre el Gran Maestre y el Almirante, sobre el colectivo de las mujeres.

Gran Maestre. – "Considero bella y santa la comunidad de bienes, pero me parece demasiado ardua la de las mujeres. San Clemente Romano dice que, por institución apostólica, las mujeres deben ser comunes y ensalza a Sócrates y Platón por enseñar tal doctrina. Pero la glosa entiende dicha comunidad en lo tocante al mutuo obsequio, no en lo referente al lecho. Y Tertuliano, adhiriéndose al contenido de la glosa, sostiene que los primeros cristianos tuvieron todo en común, a excepción de las mujeres, las cuales, sin embargo, fueron comunes en cuanto al mutuo obsequio."

Almirante. – "Yo apenas entiendo de estas cosas. Pero he visto que en la Ciudad del Sol las mujeres son comunes tanto en lo referente al mutuo obsequio como en cuanto al lecho, pero no siempre ni al modo de las fieras, las cuales se unen sexualmente a cualquier hembra que se les presenta, sino sólo en orden a la procreación, como ya dejé dicho. No obstante, creo que pueden equivocarse en esto. Pero ellos se fundan en la opinión de Sócrates, de Catón, de Platón, de San Clemente, mas, según tú dices, porque los han entendido mal. Afirman que San Agustín aprueba la comunidad de bienes, pero no la de las mujeres en cuanto al lecho (que es la herejía de los Nicolaítas) y que nuestra Santa Iglesia ha permitido la propiedad de bienes para evitar males mayores, mas no para conseguir más ventajas. Es posible que con el tiempo abandonen esta costumbre, pues en las ciudades sometidas son comunes los bienes, pero no las mujeres, a no ser con respecto al obsequio y las artes."

Por otra parte se hacen en la Ciudad del Sol animadísimas fiestas y bailes donde las hembras llevan el pelo largo formando un rodete y trenzas; los varones eligen en sus bailes y flirteos a las que más les gustan.

Finalmente refiriéndose a la lectura de los cielos el Almirante afirma:

"Los habitantes de la Ciudad del Sol creen que los signos celestes de carácter femenino llevan fecundidad a las regiones presididas por ellos y también un gobierno menos fuerte en las cosas inferiores, causando, ocasionando y concediendo comodidades o incomodidades a unos y quitándoselas a otros. Así, sabemos que en este siglo ha prevalecido el gobierno de las mujeres: tal las nuevas aparecidas entre la Nubia y la Monopotapa. En cuanto a Europa, Rosa ha reinado en Turquía; Buena, en Polonia; María, en Hungría; Isabel, en Inglaterra; Catalina, en Francia; Blanca, en Toscana; Margarita, en Bélgica; María en Escocia e Isabel en España, la descubridora de un nuevo mundo."26

Destacando de este modo la importancia y el poder del género femenino y sus representantes más destacadas en el ámbito político.

Al contrario de todo esto Joseph Hall, en su "utopía", Un mundo distinto pero igual (1605),27 parece tener una idea despectiva, o bastante machista acerca de las féminas. En efecto, las coloca como habitantes de un país llamado Viraginia o tierra de los loros por parlanchinas y chismosas como las cotorras.

También hay una provincia Afrodisia cuya capital es Desvergonia donde las mujeres seducen a los hombres, o los obligan a prostituirse. Luego está Amazonia en la que las doñas someten a sus maridos a la esclavitud. Ginecópolis es la ciudad de su Parlamento donde todas hablan a la vez y nunca pueden ponerse de acuerdo, salvo en el odio a los machos.

"El estado me pareció que era democrático, pues todas querían mandar, ninguna obedecer."

"Van siempre mirándose (en los espejos o vidrieras), incluso cuando caminan por las calles, y se componen el pelo, la cara, y hasta los andares, de acuerdo con la imagen reflejada en ellos…"

"No soportan siquiera la coerción de las leyes, sino que todo lo tramitan mediante sufragio popular, cuyo desarrollo me pareció algo sorprendente. Hablan todas a voces, ninguna se calla ni escucha a las otras. … a causa de la inestabilidad de las leyes que pueden revocar al día siguiente, si les parece, ya que en el mismo día no se puede para no dar la impresión de inconstantes…"

"Ví allí mujeres esbeltas (en Afrodisia) ataviadas con elegancia, realmente hermosas si no fuera que los afeites borraban la gracia de sus rasgos. Andaban todas con la cara y las tetas desnudas, cubriendo el resto con un vestido de tela ligerísima y de colores vivísimos."

"En la plaza o en el teatro, que es donde pasan todo su tiempo, las verás siempre riendo o cantando o bailando."

"Se cortan el pelo y se dejan crecer las uñas. Hay algunas que practican y profesan las artes marciales, enseñando a utilizar con la máxima eficacia ofensiva los dientes, las uñas y los talones. Asimismo enseñan de palabra y de obra cómo se puede hábilmente rajar la cara a uno, sacarle un ojo, morderle los brazos, perforarle la oreja y arrancarle la barba."

Como se ve el autor demuestra tener una idea harto elemental sobre las damas. Pero no nos aflijáis señoras, el pastor protestante Hall la tiene sobre todos los seres y cosas, lo que se comprueba leyendo su "utopía".

Retomando el hilo de Moro y Campanella, J. V. Andrae, autor de los Manifiestos Rosacruces, en su libro Cristianópolis (1619), vuelve a considerar a la mujer como apta para el conocimiento y básicamente igual al varón; es más, tal vez es el que expresa más clara y rotundamente estos criterios vinculados con el hermetismo. En la página 174 de la traducción castellana de esta obra asevera28:

"Los muchachos estudian durante las horas de la mañana, las muchachas, a las que dan clase unas matronas tan capaces como los varones, durante las de la tarde. No entiendo por qué fuera de aquí a este sexo se le excluye del estudio cuando por naturaleza no es en absoluto menos capaz de aprender. El tiempo sobrante se deja a las artes mecánicas y a la destreza femenina, según la tarea asignada a cada uno de acuerdo con su inclinación."

En el acápite 88 dedicado al matrimonio dice:

"Acogen el matrimonio con gran devoción, lo contraen con gran circunspección, lo llevan con gran dulzura y lo tienen en gran consideración; sin embargo, en ningún otro sitio es tan firme. No se conoce la insolencia de la dote ni las zozobras del sustento, así que sólo queda hacer cuenta de las virtudes y, en ocasiones, de la belleza. Un joven de veinticuatro años puede desposar a una virgen de dieciocho, pero sólo con el consentimiento de los padres, el consejo de los parientes, la aprobación de la ley y la bendición de Dios."

En el 89 que lleva por título "Las Mujeres" afirma:

"Las mujeres ya convertidas en esposas practican la habilidad que completaron en el colegio. Materia y objeto del arte femenino es todo lo que la industria humana obtiene de la seda, la lana o el lino. Aprenden, pues, a hilar, coser, bordar a aguja, tejer y adornar de varias maneras lo que es de su competencia. Los tapices son su arte, los vestidos su oficio, las coladas su obligación. El resto estriba en cuidar la casa y la cocina y mantenerlas limpias. En la medida de su capacidad desarrollan diligentemente la erudición que adquirieron, no sólo para saber, sino para enseñar. En la iglesia y en el senado tienen que estar calladas, pero no por eso contribuyen menos a conformar la piedad y las costumbres, no por eso brillan menos con los dones del cielo. Dios no ha negado nada a este sexo, si es piadoso, de lo que es el ejemplo la gloriosísima María bendita por toda eternidad. Si escuchamos las historias, ninguna virtud ha sido inaccesible a las mujeres, en ninguna dejaron de descollar."

Le sigue el acápite 90 en el que el autor anota que:

"La fecundidad es la corona de las mujeres, en lo que superan a todos los atletas de la tierra, a no ser que matar a un hombre sea cosa mayor que parirlo."

Y que:

"No permiten nodrizas, a no ser que las circunstancias lo exijan, pues quieren que los hijos mamen la leche materna. Para cuidar de las puérperas y de los niños se suman otras mujeres, por la mayor parte viudas, que tienen esto como ocupación principal, pero también jovencillas para que atiendan a los niños."

Finalmente en el siguiente capítulo donde se trata de la viudez:

"Si muere el marido, la esposa abandona la vivienda y se va a la sede de las viudas, donde sirve a la república con algún trabajo y, si les place, se casan de nuevo, pero no antes del año, por respeto al amor anterior."

Como se aprecia las discusiones acerca de las mujeres en común han sido suplantadas por la institución de la familia. Esto es así tanto en Cristianópolis como en La Nueva Atlántida (1627),29 donde Francisco Bacon pretende una sociedad cientificista en base a la familia y donde no se hacen distinciones entre lo femenino y lo masculino puesto que el tema no se trata específicamente.

Como se ve las utopías y la Tradición Hermética han sido primeras y fundamentales en cuanto a la equiparación entre hombres y mujeres, y sobre todo en cuanto a considerar a la mujer apta para el conocimiento y la metafísica, lo que equivale a decir para el más alto destino posible tocante al ser humano.

Empero, por qué no referirse a lo que está más allá de todo condicionamiento cultural y acercarnos a la diferenciación sexual binaria y a cómo era experimentada por nuestros hermanos arcaicos en las sociedades tradicionales.

Para ello debemos vivenciar el desgarramiento más profundo, el modelo de toda separación y exilio: la partición de la esencia unitaria y su polarización en dos aspectos diferentes y contrapuestos de un abrazo en donde se complementaban la totalidad de los opuestos. Y ello aunque estas polaridades tiendan constantemente a la unión, como si se encontrasen cargadas de una energía superior a ellas mismas que las impulsa con la fuerza impetuosa de la piedra imán a reunirse en un constante equilibrio, para volver a separarse y ser las víctimas propiciatorias de un plan universal, de un modelo cósmico que todo lo abarca y que protagonizan los númenes de todos los panteones, ejemplificando en el Olimpo lo que los varones y mujeres ritualizamos en los escenarios donde jugamos nuestros roles. Y esto en un tiempo primigenio donde aún no se han soñado las utopías (o ucronías) y donde, por decirlo de algún modo, sólo es, o estaba, el mar oscuro, profundo, en calma, antes de que se dividieran las aguas.

Y es de allí, de la noche, de donde comienza a emanar la tenue vibración, el movimiento de las ondas que prohijará la posterior eyaculación uránica de la ola y su espuma que traerá a la playa una concha de cuya valva nacerá la diosa primigenia, la que ilustra a su nivel Afrodita, la encarnación del amor que todo lo une y que posibilita nuevamente el retorno a la indiferenciación, realizando así la idea de ritmo presente en cualquier creación signada conjuntamente por la distinción y complementariedad de los contrarios. Y esa irrupción del sonido en el seno del silencio, del soplo del verbo en el caos, fundamentará la generación en la que lo femenino adquiere un papel preponderante por ser lo que gesta esta posibilidad. De allí su íntima relación con las aguas, es decir, con los fluidos y la humedad de la caverna, la gruta iniciática, donde se anuncian los nacimientos humanos y suprahumanos y donde su presencia es imprescindible.
Ninfa fontanal.
Ninfa fontanal.
Juan Richepin (dir.), Nueva Mitología Ilustrada I. Barcelona 1927
Afrodita con atributos marinos.
Afrodita con atributos marinos.

Lo mismo en su relación evidente con el mar y su fauna, sintetizada en la concha –equiparada al monte de Venus de las mujeres – y su valva, o puerta análoga a la vulva de las hembras de los mamíferos, por donde se sale a la vida.30

Algo también obvio son las fragancias marinas, los perfumes de lo femenino, capaces de despertar al navegante de las procelosas aguas y llevarlo al puerto donde podrá reposar entregado a aquel abrazo primigenio.

A este mar ancestral, imagen de la generación en estado latente había de sumarse la actividad fecundadora del viento, símbolo del Verbo en el proceso germinal de cualquier gestación. Pues en el abrazo cósmico el polo negativo no es sin su contraparte masculina, y viceversa.

Debe resaltarse entonces la dualidad cósmica expresamente marcada por el sexo de los dioses, o sea de la totalidad de los significados, en un mundo en perpetua guerra y desintegración, al que hay que rendir sacrificios, a saber acciones sacras, comenzando por conocerles e identificarse con ellos, lo que conlleva a un asirse mutuo, un fundirse en el caos de lo indeterminado, signado por la unión de los contrarios y la unidad simultánea de este hermafroditismo cósmico siempre presente.

El ser humano, el hombre o la mujer como tales, está inmerso en todo esto, o sea en la manifestación universal de la que es parte y por ello le corresponden las generales de la ley. Pero sin duda ningún ser, ya fuese el ejemplo que fuere, puede llegar verdaderamente al Sí mismo si no es a través de su propia experiencia individual sexuada, alentada desde luego por las enseñanzas de la Filosofía Perenne y por todos aquellos adeptos vivos o muertos (especialmente estos últimos), que la protegen.

De hecho la mujer representa a escala humana, el Arquetipo de lo Femenino, perteneciente por igual a la especie entera. Es también, como el varón, una excrecencia del Andrógino primordial, y por lo tanto un ser dual como se ha dicho, y por su carácter paradigmático, como manifiestan algunos, víctima de una permanente hesitación entre el sí y el no; una disyuntiva constante entre dos caminos, propia de todo aquel ser que vacila.

En todos los tiempos ha habido mujeres excepcionales, pero lo que es único en esta época, es el reconocimiento social a las capacidades femeninas, que se produce desde el fin del siglo XIX hasta nuestros días, en constante aumento, las que signan también la responsabilidad para con ellas mismas al fin del ciclo en que vivimos.

Muchas veces el obstáculo fatal consiste no sólo en el pavor frente a la libertad sino en autocensura interna, debida a la creencia en una superestructura moral e imaginaria que produce fanáticos y de la que se espera que a semejanza del dogma les indique en qué o quién creer, por un prejuicio no sólo religioso sino que igualmente se puede trasladar a una ideología y a todas las otras posibilidades de peligros innumerables, ya pasados o futuros; al punto de que está claro que toda realización intelectual-espiritual parece prácticamente imposible para quien pretenda encarnar el Conocimiento; vivificar la letra.

En cuanto a cualquier inquietud social, económica o política, o la alternativa de dedicarse al bien de modo profano, sólo es necesario recordar por un lado que nos encontramos en un fin de ciclo donde es tanta la gravedad de la situación que cualquier acción es en el mejor de los casos como una aspirina para un enfermo terminal y por otro observar la impasibilidad de los dioses ya que el arquitecto es responsable de haber creado el plan de la obra que incluye un fin y un recomienzo bajo un cielo nuevo.

De hecho ejemplos y modelos son muchos y no sólo representados por mujeres severas y graves, secas y rígidas, aunque no siempre inteligentes, según lo han imaginado por mucho tiempo los ignorantes fanáticos y sus seguidores integristas y fundamentalistas religiosos, y cuando no unas simples rameras como lo cree el machismo duro, o blando. Sino que esta procesión es tan extraordinaria y numerosa que incluye las féminas más diversas de distinta extracción social, de diferentes estados civiles, edades, capacidades, y las más distintas actividades encaminadas finalmente al secreto y la teúrgia, a la teosofía y al trabajo intelectual, es decir a la metafísica.

Encabezan el desfile las mujeres de la mitología y sus nombres se atropellan sin orden con el de diversas hembras: Isis, la negra reina de Saba, las queridas amazonas las más de las veces ignorantes de su propia androginia, las harpías que contaminan todo lo que tocan, las lamias y su función, Lilith –siguiendo con las mujeres "malas"–, aspecto grotesco de la oscura diosa lunar capaz de cerrar, por su celo y sentido de posesión, la puerta a la Shekhinah, la auténtica esposa; las Erinias, llamadas Euménides, o sea "bondadosas" para poder cortejarlas pues en verdad son las Furias; también la tremenda Medusa, Circe, las Parcas, Helena, mujer por la que se desatan las guerras, Hybris personificación del exceso y madre de Coros, la saciedad, y la sutil y humana Cleopatra, Hécate, Hera, las Moiras, Canidia, Casandra profetisa trágica en la línea de las Pitias y Sybilas, las germánicas Cata, Vélada, Ganna, Siveta, hechicera erótica de la que da cuenta Teócrito, Sira y Filina y sus conjuros citados en los papiros mágicos griegos y Méroe, destacada en Las Metamorfosis de Apuleyo, Mícale, mencionada por Séneca como la docta, al igual que siglos después Catalina de Siena, doctora de la Iglesia católica, las Peleádes, sacerdotisas y profetisas de Apolo, así como Nodia, profetisa bíblica y Marta, la siria de la que da cuenta Plutarco, o la matrona romana Pácula y la célebre Annia, sacerdotisa del dios Baco, la sabia Diótima maestra de Sócrates protagonista fundamental del Symposio de Platón, sin nombrar las innumerables ninfas y a la memoria, Mnemosine, y las Gracias y las Musas, todas reflejos de la gran diosa madre que se expresa también por los númenes de la fecundidad –y también por Coré, la virgen por antonomasia y la frígida Diana– de la tierra: Perséfone, Deméter, Cibeles, Ceres, cohesionadas por el amor de Afrodita y ordenadas por la sabiduría de Santa Sofía, etc.

Asimismo, el tropel de las virtuosas y todas aquellas que han podido cumplir sus funciones dondequiera que fuere y en cualquier época y momento, es decir la caravana de hembras vivas y muertas (tanto Teresita de Lisieux, como la espigada top model, o la pequeña compacta de goma) que darán cuenta siempre de lo que es, ha sido y será, la función de la mujer bajo todas sus formas y adecuada a las distintas circunstancias temporales y cíclicas, representantes del auténtico e imperecedero eterno femenino.

En todo caso y recordando los prejuicios que se tienen acerca de ellas, pensamos que finalmente quién o qué va a impedir a la hembra el Conocer, el encarnar el proceso iniciático y hacerlo efectivo por lo más alto.

Para acceder finalmente a aquello que no tiene sexo, ni ninguna otra determinación, de lo cual emanan todos los colores, fenómenos y cosas del plano creacional, y aún sus posibilidades supracósmicas y supraindividuales presentes en el Ser (macrocosmos y microcosmos) que, no olvidemos, es el camino para el Conocimiento del No Ser, la Posibilidad Universal.


Leda y el Cisne.
Leda y el Cisne. Bajorrelieve en mármol.

NOTAS
25 Utopías del Renacimiento. Moro - Campanella - Bacon. F.C.E., México 1982.
26 Se pueden agregar, relacionadas directamente con el poder: Margarita de Angulema reina de Navarra, Luisa de Saboya tutora de Francisco I y hermana de la anterior, Renata de Francia heredera de Luis XII y luego esposa del Duque de Ferrara, Margarita Beaufort condesa de Richmond y madre de Enrique VII primer rey Tudor, Catalina de Aragón reina de Inglaterra, y en las cortes italianas: Caterina Sforza, Isabella d'Este hija de los gobernantes de Ferrara y esposa del de Mantua, su hermana Beatriz en la de Milán, la noble veneciana Caterina Cornaro casada luego con el rey de Chipre (reina viuda se instaló en Asolo donde presidía una corte arcadiana descrita por Pietro Bembo en el diálogo Gli Asolani con más de veinte ediciones en diez años y traducido al español y al francés, obra que se considera influyó al de B. Castiglione referido a la corte de Urbino; a esta pertenecieron la duquesa Elisabetta Gonzaga y su compañera Emilia Pia, inspiradoras del principal manual del Renacimiento sobre los valores aristocráticos, El Cortesano, que tuvo cientos de ediciones traducido a muchos idiomas). (Ver M. L. King, obra citada).
27 Ed. Akal, Madrid 1994.
28 Cristianópolis. Juan Valentín Andreae. Akal, Madrid 1996.
29 Utopías del Renacimiento. Moro - Campanella - Bacon. Obra citada.
30 En algunos países el nombre de concha es habitual para el sexo de la mujer. En otros la fiesta de la Virgen de la Concepción (8 de diciembre) es llamada el día de "las conchitas".

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