SYMBOLOS
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"LA RUEDA: UNA IMAGEN SIMBOLICA DEL COSMOS" EN CORRESPONDENCIA CON EL ARBOL DE LA VIDA SEFIROTICO

Si alguien propusiera destacar un hecho importante y trascendente en su vida, yo señalaría la lectura del libro La Rueda de Federico González e Introducción a la Ciencia Sagrada, del mismo autor, porque sus contenidos son de gran valor.

Su lectura y comprensión, en la medida que a cada uno le sea posible, siempre es clarificadora; permite la posibilidad de despertar la llama en nuestro interior para abrir la puerta que nos conducirá inexorablemente a caminar por la vía del Conocimiento y al amor por él.

Así como adentrarse en su lectura puede parecer un recorrido de meandros fluviales, la perseverancia hace erguir su andadura hasta convertirse en camino recto, mejor dicho, ascendente; ¡cómo no!, vertical, como siempre fue, como siempre es.

La rueda nos enseña que, al igual que el reloj cuyas manecillas van indicando las horas, los minutos y los segundos, así pues, permanecer en la periferia diversifica y dispersa.

Es sólo gracias al lugar desde donde se sujetan (el centro), que es posible esa manifestación cíclica y el movimiento.

Cada movimiento de la saeta, que a la vez une su centro con lo más externo, señala un punto más de la circunferencia. Es el núcleo central sin movimiento, el motor que permite la manifestación del tiempo y los ciclos.

En la circunferencia pueden pasar (y pasan), horas, meses y años; en el centro es siempre ahora. Creer que lo real son los minutos que transcurren, es quimérico. Permanecer en el centro es lo que permite la posibilidad de que, lo que parece real, ocurra, siendo lo más real aquello sin lo cual nada sería posible.

La Unidad es aquella que todo lo comprende (en ambos sentidos de la palabra), y es porque todo lo incluye, por lo que puede comprenderlo.

Aquello que codifica, especifica y acota puede parecer que ayuda a nuestra mente lineal a entender (que no comprender), pareciendo real lo que en realidad es un engaño. Empeñarse en entender lo minúsculo que queda determinado por los segmentos que contienen el minuto, es el ensueño.

El simbolismo de la rueda nos facilita la comprensión de los ciclos y los ritmos, y análogamente al Arbol de la Vida es una expresión gráfica de todas las posibilidades de manifestación y sus cadencias, siendo éstas susceptibles de ser trascendidas, penetrando en una dirección interior y a la vez ascendente.

Cada uno de nosotros somos una miniatura del Cosmos, un resumen de la cosmogonía y de su funcionamiento, un microcosmos que es la síntesis de un macrocosmos.

El punto central de la circunferencia, es análogo a nuestro centro, el corazón, mientras que el del templo es el altar; así también, en el exterior del planeta es donde se concreta la manifestación y materializa el movimiento, los ciclos y por tanto, el tiempo; es en ese lugar donde todo adquiere forma y movimiento, pero cómo podría sustentarse o existir todo aquello que se halla en la superficie terrestre si no fuera porque hay un centro inmóvil que lo sustenta y que por lo tanto lo hace posible.

Así es que el hombre representa en sí mismo un Arbol de la Vida que a la vez contiene en cada uno de sus cuatro planos (cuerpo, alma inferior, alma superior y espíritu), un árbol completo, que nos da la idea de un diagrama cuádruple tridimensional, o de cuatro diagramas superpuestos saliendo del plano y formando un conjunto volumétrico perfectamente organizado en su totalidad.

La idea-fuerza que transporta el simbolismo de la rueda sintetiza un interior, un exterior, un punto central y la posibilidad de su conexión (el radio). Todo ello nos indica cómo el camino de retorno a ese centro y la ubicación en ese punto, posibilita la ascensión, o dicho de otra manera, la reabsorción en el origen y la posibilidad de transmutar el ser humano en Hombre Universal alcanzando otra realidad más elevada.

Como compendio de un modelo universal, el Arbol de la Vida se relaciona con los números, la Astrología, la Alquimia (o Arte de las transmutaciones), las cartas del Tarot, la simbólica de la música y de la geometría, manifestaciones todas ellas de la construcción de la mansión interna. También tiene relación con los planetas, los metales, con las letras hebreas, con el simbolismo del cuerpo, los días de la semana y los colores, entre otros.

Este modelo es pues, un mandala, un juego de símbolos, un intermediario sintético entre nosotros y lo desconocido, que muestra un camino evolutivo, que forma parte de la cultura de todos los pueblos del mundo, guardado como un preciado secreto que vela y revela los Misterios de la Iniciación.

Este es un modelo que permite indefinidas relaciones, que en cierto sentido es inagotable y lo será siempre, no sólo por las indefinidas correspondencias, analogías y relaciones a las que da lugar, en relación a la Totalidad Universal, sino también porque el Conocimiento al que se refiere, el que vehicula en tanto que modelo sagrado, no es el de una suma de datos, sino que promueve la encarnación, es decir, la actualización, en el espacio mental, en el interior de la conciencia del que medita y labora con él, de aquellas energías o ideas-fuerza que lo han conformado y que son las que permanentemente crean, conservan y transforman la totalidad del Universo y los seres que en él habitan. Es entonces un vehículo intermediario, capaz de conducirnos de lo conocido a lo desconocido, de la lectura superficial de las cosas a su realidad profunda y meta-física a través del viaje por las distintas lecturas de la realidad, que constituyen los diferentes planos o mundos que el ser ha de recorrer para acceder al conocimiento de su verdadero Origen, de su Identidad.

Las energías de las sefiroth, todas ellas invisibles, menos Malkhuth, síntesis y recipiente de todo el Arbol, realizan un camino descendente sucesivo desde la Unidad, Kether (sefirah nº 1), hasta la década o el Mundo, Malkhuth (sefirah nº 10), que es un reflejo invertido de Kether (10 = 1 + 0 = 1). Las demás sefiroth, o numeraciones, son tomadas como intermediarias entre la inmanifestación y la manifestación. Y se las considera como aspectos, o atributos, de una sola y misma energía.

Existen, con el propósito de ir ascendiendo a otros planos de identificación con el Ser, vehículos herméticos que nos proporciona la doctrina tradicional, la cual nos ofrece correspondencias astrológicas y alquímicas a través de las analogías con las sefiroth. Se incluye en el diagrama a En Sof (Sin Fin), que se halla por encima de Kether, simbolizando el No-Ser, lo auténticamente metafísico y supracósmico, incluso lo no manifestado ni siquiera como Principio; se asimila a la Vacuidad y se encuentra más allá del firmamento. A él se llega atravesando a Kether; la primera sefirah es la realidad única, el misterio absoluto, la esencia pura de la que emanan las restantes sefiroth, a la que puede atribuirse el simbolismo de la estrella polar, como Puerta de los Dioses, verdadera piedra filosofal de la que pende la plomada del Arquitecto del Universo; en ella converge el eje central, siendo las estrellas fijas e incorruptibles asimiladas a Hokhmah, la número dos, la emanación primera, que es la Sabiduría divina por la cual la Deidad se conoce a Sí Misma y permite a todo ser reconocer la Unidad en su interior.

Binah, tercera sefirah, la Inteligencia, es la Gran Madre o Matriz Universal, generadora de todos los mundos y seres, a los que ordena y forma sólo para devolverlos nuevamente al Uno; se la relaciona con Saturno o Cronos, el Tiempo Vivo y siempre presente que regenera la Creación Entera, cuyo gobierno y legislación corre a cargo de Hesed, cuarta sefirah, que es la Gracia, el Amor o la Misericordia que se irradia a toda la creación.

Gueburah, la quinta, es asimilada a Marte, dios guerrero, riguroso y destructor; es el Rigor o el Juicio Divino que niega todo lo que no es el Uno.

Tifereth, Belleza divina, Centro de Centros, se relaciona claramente con el Sol, a través del cual accedemos a mundos superiores. Es la sexta, y es la Belleza que entrelaza a todas las sefiroth entre sí.

Netsah, la número siete, corresponde a Venus, diosa del Amor. Ella, como las Musas y las Gracias, es inspiradora de los artistas, y da la victoria a los que la comprenden, siendo entonces emisaria de la belleza y la unión. Hod, sefirah nº 8, está relacionada con Hermes-Mercurio, mensajero alado de los dioses, que distribuye en la tierra sus enseñanzas y señales. Su caduceo con las dos serpientes simboliza el ascenso por el eje vertical; curandero divino, es el promotor de los ritos y la muerte iniciática, gracias a la cual recuperamos la salud. Llamada la Gloria, se encarga de reabsorber estos mundos aparentes nuevamente en la Unidad.

A Yesod, la novena, Fundamento que equilibra a las dos anteriores, se le asigna la Luna, reina de la noche, madre celeste, la ilusión de las formas, las aguas inferiores y los mares, y sobre todo la fertilidad y la fecundación que se concreta en Malkhuth y por lo tanto en la Tierra. Es la número diez, el Reino, constituye el descenso de Kether al mundo material y representa la Omnipresencia e Inmanencia divina en todas las cosas.

El modelo cósmico del Arbol de la Vida, tiene sus raíces en el cielo (Kether) y sus frutos son la concreción de la vida en la tierra (Malkhuth), lo que nos informa que, como seres manifestados estamos invertidos con respecto a las emanaciones de la deidad.

Por eso, llegado el momento de atravesar el abismo, situado en el plano como ascenso de Beriyah a Atsiluth, y por ese mismo reflejo al que aludíamos, ya que todo el resto del Arbol es en realidad un reflejo invertido de la Triunidad metafísica no manifestada, no se trata de un salto al vacío que conlleve una caída. Este es un acto que con la disposición de la entrega, nos asciende; la caída no es hacia abajo, sino hacia arriba. El acto humano es lanzarse al vacío, el acto Divino es aspirarnos. Mientras se "cae", se asciende, porque la situación en el plano de Beriyah, Yetsirah y Asiyah, es horizontal e invertida como reflejo del plano de Atsiluth, aunque en realidad todo el árbol está invertido, teniendo sus raíces en el cielo (Kether) y siendo sus frutos la concreción de la vida en la Tierra (Malkhuth).

Es importante hacer notar que en toda sefirah puede verse un Arbol sefirótico completo, y en cada sefirah de este Arbol otro más, y así hasta lo infinitamente pequeño. Y viceversa, cualquier Arbol es sólo una sefirah de otro Arbol mayor, que a su vez es sólo otra sefirah de uno aún mayor, como análogamente es la estructura del tiempo y el espacio que contiene mundos dentro de mundos y ciclos dentro de ciclos. Dicho de otra manera, es una esfera arquetípica dividida en diez numeraciones o esferas que se reproducen indefinidamente.

Estos dos soportes de gran representación sintética de las energías que simbolizan (el Arbol sefirótico y la circunferencia con su punto central), se relacionan tomando el Centro, o punto virtual del círculo, como lo Inmanifestado (Kether), y a la circunferencia, o periferia, como su manifestación (Malkhuth).

El simbolismo de la rueda, como el Arbol sefirótico, conforman la cosmología y la ontología como soportes de la metafísica, constituyendo una sola ciencia o arte, vinculada con un solo conocimiento, cuya experiencia, o encarnación, es obtenida simultáneamente con la transmutación.

En el movimiento de la rueda se conjugan la unidad central y la totalidad periférica. Lo inmóvil, con lo que circula y pasa. El fuego que no quema, con la rueda de sol. Y ambos, que en realidad conforman uno solo polarizado, se encuentran en el corazón humano y generan sus imágenes para que éste, trabajando con la alternancia de sus ritmos, presintiéndola, adaptándose a ella, realice la obra alquímica en el jardín de su alma. La rueda es, en verdad, el conocimiento de este principio dual que igualmente se vive como sintético o múltiple; como cierto o ilusorio. Es el mismo ser el que reúne estas posibilidades. Anna Calaf


Sección Estudios Generales
Notas
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