SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
ACERCA DEL ESPACIO Y DEL TIEMPO
Paradojas de la Luz
MARC GARCIA

Entonces respondí: "Quiero ser instruido acerca de los seres,
comprender su naturaleza y conocer a Dios.
¡Oh, cómo deseo entender!"
Poimandrés, I, 3

La Manifestación nos brinda un sinnúmero de soportes (cada cosa manifestada lo es) para penetrar el Conocimiento, es decir, para conocer la realidad interior del Ser Universal uno y único –o sea, de nuestro verdadero ser– y acceder, sumergidos en ella, a la experiencia de su Principio Absoluto, del No-Ser totalmente indeterminado e incognoscible que constituye su matriz y es a la vez uno con él. Nos referimos a la posibilidad de emprender un viaje con la nave del símbolo a través de la Cosmogonía y la Ontología hacia la Metafísica, viaje que necesariamente comienza con la muerte del hombre viejo simultánea al nacimiento del iniciado en cuyo pecho, descubierto por su libre voluntad, se vierte la gracia divina invocada, la lluvia áurea que lo fecunda.1

Liquidar el hombre viejo supone derribar las paredes de la cárcel mental que el yo pequeño y miope, temeroso del Misterio, se había erigido y decorado interiormente con miles de espejos deformantes pretendiendo recluirse en ella de por vida con la sola compañía de sus reflejos egóticos. Pero para derribar esos muros tan firmemente establecidos y así poder llegar a contemplar, liberados de toda imagen ilusoria, la luz del Fuego Eterno, hay que atacar con armas adecuadas.

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La Tradición se sirve de lo paradójico como un vehículo de desestabilización de lo asumido a modo de verdad irrefutable por el yo individual, y como un medio para la enseñanza de lo Sagrado. La paradoja expresa la posibilidad de lo que se juzga contradictorio desde la visión material del mundo y la programación profana y es declarado por ello inaceptable o imposible.2 Es el caso, por ejemplo, de los mondos del Budismo Zen,3 de muchas sentencias del maestro Jesús,4 de la paradójica Oscuridad más que Luminosa de la Cábala y de todas las aparentes contradicciones de los textos herméticoalquímicos,5 amén de las propias biografías de muchos hombres y mujeres de conocimiento cuyas vidas, escandalosas para la moral del tiempo histórico en que les ha tocado vivir, constituyen paradojas vivientes.

La paradoja simboliza, como el Agua Seca, el Andrógino o el Puer Senex de la Alquimia, la afirmación y la unión efectiva, aquí y ahora, de todos los aparentes opuestos de la Manifestación, un solve et coagula en el que no toca o solve o coagula sino ambos a la vez, puesto que Todo es Uno en un eterno presente. Frente al Ser Universal, el yo individual y su carcelero, la mente racional que pretende mantenerlo secuestrado de la Realidad, tienden a actuar como alguien que pretendiera conducir todo el agua del Amazonas a una cañería con grifo para abrirla y cerrarla según sus necesidades particulares, rellenando primero un cubo, luego otro y quizás otro más al cabo del rato, pero siempre de una manera controlada y con un orden secuencial, una cosa tras otra en el tiempo y en el espacio (pues este es el único orden que la razón individual es capaz de gestionar). La mente no puede con lo que la excede; así, si ella se asoma para contemplar el Macrocosmos que envuelve e incluye al ser individual o bien el Microcosmos análogo a aquél, aunque sea con una mirada material al cien por cien, quedará desbordada (como la tubería del Amazonas) por un torrente de imágenes paradójicas de la Naturaleza que revelan que el orden de la Manifestación es completamente ajeno a la artificiosa secuencialidad espacial y temporal surgida de la fábrica mental, según la cual lo que está aquí no puede estar allí y lo que ha sido ya ha dejado de ser. Y quizás así el yo individual llegue a entrever, acaso por vez primera, que él y el Cosmos son algo completamente distinto de lo que la visión profana del mundo le había hecho creer y que, como dice el Tao te King, un viaje de mil leguas comienza en donde están sus pies.

II

El espacio y el tiempo cartesianos son columnas sobre las que se sustenta la concepción profana y racionalista de lo manifestado (la cual, por supuesto, niega la existencia de lo que no posee una apariencia material y escapa por ello a la percepción sensible). Para el yo individual imbuido de tal visión de la realidad, todo –y él en particular– está encerrado en una cárcel de tres dimensiones espaciales y una temporal en la cual cada cosa está 'fichada' por sus coordenadas x, y, z, t y de donde nada puede escapar. La razón que se nutre sólo de lo que entra por las puertas de los sentidos concibe un espacio-tiempo cuantitativo parecido a una caja de bombones con divisiones interiores en la que cada chocolate ocupa una posición perfectamente determinable (x, y, z) en un instante dado (t), intercambiable con la de otro bombón (x', y', z') pero sin que pueda haber dos chocolates en la misma celda al mismo tiempo. Una cosa puede estar aquí y allí, razona la mente, pero nunca simultáneamente; en un instante dado, una cosa sólo puede ocupar una posición; y si hay algo aquí y allí a la vez, seguro que son cosas distintas. Y por descontado, cualquier "aquí" o "allí" es un punto inequívocamente determinable para cualquier sistema de referencia espacial y temporal elegido arbitrariamente.

Una estrategia eficaz para demoler los muros de la visión profana de la Realidad (que es de lo que se trata en los primeros estadios del camino hacia el Conocimiento) es dinamitar concepciones tan básicas y arraigadas –así como aberrantes– como éstas, proyectando el razonamiento sobre hechos paradójicos brindados por la pródiga madre Naturaleza a fin de que éste haya de concluir lo contrario de lo que venía sosteniendo.6 Ante una razón que queda desautorizada de este modo como guía de conocimiento, cabe que su dueño, advirtiendo al fin que ella es más una cancerbera engañosa que una aliada, se decida a confinarla en una de las mazmorras de la fortaleza y a abrir de par en par las puertas del castillo para que penetre en él, ya sin guardián alguno que lo impida, la Luz del Conocimiento a lomos del caballo de la Inteligencia que patea y derriba todo lo falso.

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Consideremos, por ejemplo, el ámbito de lo minúsculo, el de las partículas atómicas y subatómicas. Nuestros esquemas racionales dictan que si observamos con un microscopio una de estas partículas, como por ejemplo un electrón, seremos capaces de determinar su posición y su velocidad en un momento cualquiera sin ningún problema. Ahora bien, para "ver" un electrón es necesario iluminarlo con un haz de luz a fin de que éste se refleje en aquél y se pueda formar así una imagen de la partícula; y sucede, al chocar la luz con el electrón, como cuando una bola golpea a otra sobre un tablero de billar: la bola incidente (la luz) transmite una parte de su cantidad de movimiento a la bola en la que impacta (el electrón) modificando la trayectoria y la celeridad de esta última. En consecuencia, la información acerca de la posición y la velocidad del electrón sobre el que incidió el haz de luz proyectado, que nos llega implícita en el haz reflejado, es necesariamente errónea, y lo que es peor para la razón, no es susceptible de corrección puesto que la alteración del movimiento de la partícula por el choque de la luz incidente no puede ser determinada (habría que volver a observar el electrón con ayuda de una nueva emisión de luz que a su vez volvería a modificar su posición y su velocidad, y así indefinidamente).7

Preguntemos ahora a la razón, con sarcasmo, en qué punto del espacio nos encontramos. ¿Se atreverá a contestar? ¿Responderá que aquí? ¿Quizás que allí? ¿O que un poco más allá? Desbaratado el concepto cartesiano de la posición, la idea profana del espacio queda tocada de muerte; y no sólo ella, sino también la de la materia sensible, la cual, pese a su robusta apariencia ilusoria, resulta ser lo más parecido a un inmenso conjunto de pelotas oscilantes que no se sabe dónde están en cada momento. En la caja de bombones del espacio-tiempo que custodia la mentalidad profana sucede que, al abrir la tapa, los chocolates empiezan a moverse e intercambiar sus posiciones de una manera tal que a la guardiana se le hace imposible saber dónde se encuentra cada uno de ellos en un instante dado.

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Para la mente materialista que no admite otro alimento que la experiencia sensible, el tiempo no es más que otra coordenada, una especie de vara de medir ajena y rígida que, superpuesta a la corriente del devenir, sólo sirve para cuantificar el momento en que algo sucede. Desde la visión racionalista de las cosas, lo que la temperatura es al calor –una medida cuantitativa conforme a una escala arbitraria (Celsius, Fahrenheit, etc.) para dilucidar si un cuerpo está más caliente o más frío que otro– lo es el tiempo al devenir: un baremo cuantificado y fijo, basado en una unidad de medida convencional,8 que permite saber si algo pasa antes o después que otro suceso, o cuál es la duración de un acontecimiento.

Resulta sorprendente, a poco que se reflexione sobre la idea profana de este tiempo coordenado parejo a las tres dimensiones del espacio, cuán arraigada está su concepción, ya que si bien la percepción sensible del paisaje que nos envuelve da pie a la ilusión de una tridimensionalidad que se extiende indefinidamente –pues dicho paisaje contiene un horizonte que se antoja inalcanzable–, su observación prolongada nos transmite más la idea de un tiempo cíclico que la de una sucesión lineal. Los sentidos transmiten a la mente imágenes de la ciclicidad temporal tan palmarias como los colores de un campo de trigo o las posiciones del sol de mediodía a lo largo de un año; y no obstante, la razón sostiene con tozudez que el tiempo es una dimensión lineal y escalable análoga a las coordenadas espaciales.

La visión profana del mundo manifestado, pues, considera que todo puede ser remitido a un marco de referencia temporal material invariable, y que por ello cabe determinar sin ninguna ambigüedad qué es lo primero, qué es lo segundo y así sucesivamente; que si algo es simultáneo a otra cosa, ello puede ser deducido sabiendo el momento en que una y otra ocurren; y recíprocamente, que dos eventos que no suceden en el mismo instante del tiempo coordenado no pueden ser simultáneos. Todo está sometido a un devenir linealmente ordenado en un tiempo unidimensional y mensurable, afirma la mente que ha tenido que aceptar que los bombones de la caja del espacio-tiempo están dando brincos sin que ella pueda controlar en qué posición se hallan, pero que considera indiscutible que un chocolate ocupa primeramente un lugar, después otro y más tarde en otro, y que podrá determinar esos instantes con ayuda de su reloj de pulsera, báculo del registro profano de las cosas.

Pero, ¿y si el reloj y los pulsos del átomo de cesio no fuesen de fiar? Qué terrible sería para la razón, ya herida de gravedad –o más bien, autolesionada– al afrontar su absurda concepción del determinismo espacial…

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La luz, al propagarse en el vacío, posee una velocidad de aproximadamente 300.000 kilómetros por segundo que es independiente de su dirección y sentido de avance así como de la velocidad absoluta a la que se mueve el sistema de referencia  desde el que se observa su movimiento.9 Este hecho, ampliamente contrastado en los aceleradores de partículas elementales y hoy en día tan asumido como la gravitación universal, tiene unas implicaciones drásticas para los conceptos profanos del tiempo y el espacio, como podemos ver con un simple ejemplo.

Supongamos que un "tren de Einstein"10 pasa por una estación a una velocidad de 240.000 km/s, y que un "pasajero" del convoy provisto de una linterna envía, desde el suelo del coche que ocupa, un rayo luminoso en dirección vertical hacia un espejo plano situado en el techo. Supongamos también que un "espectador" consigue ver desde el andén de la estación la propagación del rayo de luz ascendente –y de su reflejo descendente– en el interior del tren, y que en su reloj transcurren 10 segundos desde que se emite el pulso de luz hasta que éste retorna, reflejado, al suelo del coche. Para el viajero del tren, los trayectos ascendente y descendente de la luz son según la vertical, pero el observador exterior ve los caminos de los rayos luminosos emitido y reflejado como rectas inclinadas (AC y CD, respectivamente; ver figura) por hallarse el tren en movimiento. Eso es así porque en el tiempo que tarda el rayo de luz en recorrer el camino desde la linterna (situada inicialmente en A) hasta el espejo (situado inicialmente en B), este último, a causa del movimiento del tren, se desplaza (en la figura, hasta la posición C), y mientras el haz de luz retorna desde el espejo a su fuente –la linterna situada en el suelo–, ésta se desplaza otro tanto. (En la figura, hasta la posición D).

paradoja de la luz

En los 10 segundos mencionados, la luz recorre una distancia de

300.000 x 10 = 3.000.000 km,

de lo cual se deduce que la longitud de cada uno de los lados AC y CD del triángulo isósceles ACD es de 1.500.000 km. Por otra parte, la longitud del lado AD es igual a la distancia recorrida por el tren (que viaja a 240.000 km/s) en esos 10 segundos, es decir,

240.000 x 10 = 2.400.000 km.11

Así:

AE = ED = 1.200.000 km.

Aplicando el teorema de Pitágoras podemos determinar la altura del coche (CE):

CE2 + EA2 = AC2   Þ   CE  = 900.000 km.

Desde el punto de vista del viajero del tren, la longitud total recorrida por la luz desde el suelo del coche hasta el techo y desde el techo hasta el suelo es, pues:

2 x AB = 2 x CE = 1.800.000 km.

Y para recorrer este camino, la luz, que viaja a 300.000 km/s, invierte

1.800.000 : 300.000 = 6 segundos.

Por consiguiente, desde que se emite el rayo de luz hasta que se recibe su reflejo pasan 10 segundos para el observador, pero solamente transcurren 6 segundos para el viajero del tren…12

A la vista del resultado paradójico y a la vez incontestable –pues se obtendría igualmente con cualquier otro ejemplo análogo– de que el tiempo tiene una duración distinta para dos observadores diferentes, ¿qué sentido tiene un tiempo coordenado concebido como una medida fija para cronometrar todo lo que sucede en el universo?

Pero aún hay más: el espectador que mira al tren de Einstein desde la estación ve que éste cubre la distancia AD (2.400.000 km) en el lapso de tiempo que media entre la emisión del rayo de luz y la recepción de su reflejo, el cual, según su reloj, es de 10 segundos. Mas para el viajero del tren, que se desplaza a 240.000 km/s, el tiempo transcurrido entre ambos sucesos es de sólo 6 segundos, por lo que, desde su punto de vista, el tren habrá avanzado en dicho intervalo

240.000 x 6 = 1.440.000 km,

esto es, una longitud menor que la calculada por el observador situado en el andén. En conclusión, del mismo modo que el tiempo discurre más aceleradamente para el viajero del tren relativista, el espacio se contrae.

Y la visión cartesiana del espacio-tiempo se desmorona irremediablemente con todo ello.

III

De repente, el yo individual que se creía autosuficiente, que pretendía conocer su ser y el Cosmos con sus solos sentidos y su razón, descubre que éstos, como quien dice, no sirven ni para saber a qué distancia está el bar de la esquina y cuánto falta para llegar a él. Irónicamente, la misma visión racionalista que le había llevado a acreditar en un espacio-tiempo material y cuantitativo y en la fiabilidad y la suficiencia de la percepción sensible lo aboca irremediablemente a la incertidumbre.

¡Qué ocasión tan propicia para abolir la programación profana, fiar en la inteligencia del corazón como verdadera facultad de conocimiento y reaprenderlo todo de la mano de la Ciencia Sagrada!

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La materia tal cual se refiere a ella la física oficial en verdad no existe. La máquina del mundo permanece en constante actividad y ora se enfría o se calienta conjugándose permanentemente en la ronda de los cuatro elementos que la componen que alternativamente predominan uno sobre el otro. El motor es ígneo: efectivamente es la intensidad del fuego lo que derrite lo sólido, licuándolo, y posteriormente transforma a estos líquidos en gases, los cuales mediante enfriamiento comienzan nuevamente a condensarse y estabilizarse en sólidos.

Desde la antigüedad greco-romana esta rueda de fuego, aire, agua, tierra, ha preocupado a filósofos y sabios, los que jamás consideraron a la materia como algo fijo e inamovible, sino como un conjunto. de elementos en permanente cambio y reestructuración. La unificación materia-energía, vale decir, la unicidad de la materia, ha sido un axioma alquímico tradicional. Lo mismo ha sucedido con la unidad indisoluble espacio-tiempo, presente además en las concepciones de los pueblos arcaicos.

Es sólo recientemente que la ciencia ha vuelto a reconsiderar su concepción dualista y dicotómica, para colmo mecánica, con la que se pretendía juzgar a los seres y los fenómenos de una manera esquizofrénica propia de los puntos de vista de las grandes ciudades modernas. Así la física subatómica observa que las partículas existen y no existen simultáneamente y que en verdad la diferencia entre dentro y fuera no es sino una manera de encarar las cosas, en perfecta coincidencia con las sociedades tradicionales que ven al universo como a un hombre, animal u organismo gigantesco que no se encuentra ni lleno ni vacío. Cosas que parecen opuestas e incompatibles son consideradas hoy como distintos aspectos de una misma realidad.

El espacio llamado vacío contiene todas las posibilidades virtuales de cualquier desarrollo y posee un número ilimitado de partículas que nacen y desaparecen espontáneamente. Aun el movimiento y el reposo, la existencia y la no existencia, la fuerza y la energía, son considerados como antagonismos fenoménicos que únicamente pueden comprenderse bajo la noción de complementariedad. Tampoco hay diferencia entre el ser y el acto. Todas las manifestaciones del mundo proceden de la expresión de una misma realidad que llega a ser y luego se desintegra, transformándose en otra cosa, que a su vez cambia en otra, y así indefinidamente. La transitoriedad de los objetos, la incesante mutación de las cosas y el fluir del río de la existencia son una realidad viva y tangible más allá de cualquier metáfora que, además, nos explica la ilusión permanente del hombre histórico y su cuidadoso engaño.

Federico González y colaboradores, Introducción a la Ciencia Sagrada. SYMBOLOS Nº 25-26, pp. 391-392.

El universo se encuentra en permanente movimiento y constantemente se contraen y expanden sistemas enteros de estrellas que configuran galaxias y planetas, que al igual que las partículas subatómicas conforman diferentes sistemas alternativos a velocidades supersónicas. Esto en perfecta coordinación cíclica y rítmica con todos los elementos que componen este universo vivo y en perpetua expansión.

Así, en nuestra ignorancia, los hombres vamos como aquellos burros a los que se les sostiene por encima y delante de sus cabezas una pértiga de la que cuelga una zanahoria, lo que hace que la bestia camine y corra con el afán de procurar su alimento sin que pueda conseguirlo.

La Vía Láctea es un inmenso aro de gases y estrellas que gira perpetuamente sobre nuestras cabezas como una rueda. La materia física tampoco es inerte y pasiva sino que constantemente vibra en una ondulante danza cuyos patrones de movimiento están dados por las estructuras moleculares, atómicas y nucleares.

Todo esto entraña un secreto cuya revelación es el origen del conjunto. Cualquier obra habla de su creador si no hay diferencia entre el autor y la obra. La manifestación es la firma de Dios y de allí la suma importancia de la Ciencia, cuyo punto de partida es la experiencia, la que igualmente constituye el fin último del Conocimiento. De lo visible a lo invisible por mediación de la auténtica ciencia. 

(Federico González y colaboradores, op. cit., p. 388).

ASCLEPIOS: – Esta conclusión es irrefutable, Trismegisto. ¿Pero qué diremos del lugar en que se mueve el universo?

HERMES: – Que es un incorporal, Asclepios.

ASCLEPIOS: – ¿Y qué es lo incorporal?

HERMES: – Un intelecto que en su totalidad se contiene por completo a sí mismo, libre de todo cuerpo, inerrante, impasible, intangible, inmutable en su propia estabilidad, contenedor de todos los seres, a los cuales conserva en el ser, cuyos rayos son el bien, la verdad, el arquetipo del espíritu, el arquetipo del alma.

ASCLEPIOS: – ¿Qué es Dios, entonces?

HERMES: – Aquél que no es ninguna de las cosas, pero que es, para todas las cosas, causa de su existencia, tanto para las cosas en general como para cada ser en particular. 

(Poimandrés, II, 12).

Auméntate hasta la magnitud ilimitada con un salto que te libere de todo cuerpo; elévate por encima de todo tiempo, tórnate Eón: entonces comprenderás a Dios. Propón a tu pensamiento que para ti no hay nada imposible, considérate inmortal y capacitado para entender todo arte, toda ciencia, el carácter de todo ser viviente. Sube más alto que toda altura, desciende más bajo que toda profundidad. Reúne en ti las sensaciones de todo lo creado, del fuego y del agua, de lo seco y de lo húmedo, imaginando que estás al mismo tiempo en todas partes, sobre la tierra, dentro del mar, en el cielo, que no has nacido aún, que estás en el vientre materno, que eres un adolescente, un viejo, que estás muerto, que estás más allá de la muerte. Si por medio del pensamiento abarcas todas estas cosas a la vez, tiempos, lugares, sustancias, cualidades, cantidades, entonces podrás comprender a Dios.

(Poimandrés, XI, 20).


Para la Tradición no hay diferencia entre el Ser y el Cosmos, o dicho de otra manera, el Ser Universal es el Cosmos en su sentido más amplio, pues sus principios ontológicos (la primera Tríada, el Delta luminoso) son los que generan toda la Creación pero están implícitos en ella, no como una Deidad que está 'fuera' del Cosmos, como 'otro' Ser. Naturalmente que esta es la forma que interesa aquí, puesto que hay otras tríadas como la china (Cielo, Hombre, Tierra) –que se podría en realidad enunciar como Macrocosmos, Microcosmos y Tierra, es decir, el conjunto cósmico en su totalidad– pero desde luego no hay ninguna deidad 'de afuera' o Ser, que esté generando todo esto, sino el Océano, La Noche, lo que 'No Es', 'y que a falta de otro término llamaremos Tao'.

Igualmente, en el Corpus Hermeticum se emplea la misma terminología, expresada como Dios, Cosmos, Hombre, tomada esta simbólica en el mismo sentido que la precedente. Todas estas Tríadas son de hecho creadas y, por lo tanto, finitas, en contraposición con lo verdaderamente Increado e Infinito –aunque los tres principios desde luego también participan de ello. Esto último es el No Ser. Un Increado 'Increado'; o sea Innombrable, imposible de nominar aún negativamente pues está más allá de cualquier cosa que se pueda decir de él, ya que 'allí' no hay atributos ni numeraciones.

La conjunción de lo que No Es, de lo Infinito, con el Ser Universal o Cosmos (o microcosmos), lo Manifestado aún virtualmente, es lo que los hindúes llaman la Suprema Identidad o No Dualidad.

Federico González, fragmento inédito.

Juzga tú mismo: ordena a tu alma que vaya a la India y, con más premura que con la que has formulado tu orden, allí estará. Ordénale que cruce el océano y de nuevo, prontamente, estará allí, y no por haber viajado de un lugar a otro, sino como si ya se encontrara allí. Encárgale que se eleve hacia el cielo y no tendrá necesidad de alas: nada puede ser un obstáculo para ella, ni el fuego del Sol, ni el éter, ni la revolución del cielo, ni los cuerpos de los otros astros sino que, cortando de través todos los espacios, ascenderá en su vuelo hasta el último cuerpo e incluso, si quisieras quebrar la bóveda del universo mismo y contemplar lo que hay más allá (si es que hay alguna cosa más allá), podrías.

(Poimandrés, XI, 19).

¿Dónde desapareció el universo? ¿Quién se lo llevó? ¿En qué se diluyó? Hace un rato que se lo veía. ¿Dejó de existir? ¡Qué maravilla! 

(Shankaracharya, La Joya Suprema del Discernimiento, 483).




NOTAS
1 "El vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan." Mt. 9, 17.
2 Se trata de un rayo demoledor como el del arcano XVI del Tarot, que ilumina al ser individual deshaciendo sus enredos mentales a fin de que éste pueda transitar a estados superiores de conciencia (tránsito que, como la caída de los personajes de la Torre de Destrucción simboliza, estará precedido de una visita al inframundo).
3 "Joshu estaba barriendo su jardín cuando entró un monje y le preguntó: – Oh, maestro, eres un gran iluminado, ¿cómo es que hay aquí polvo por barrer? – Entra del exterior – replicó Joshu. – ¿Cómo es que hay tanto polvo por barrer en un recinto de templo tan sagrado como éste? – preguntó en otra ocasión un monje. – ¡He aquí otra mota de polvo! – replicó Joshu. – ¿Qué dirías si todo estuviera totalmente limpio y sin una mota de polvo? – preguntó otro monje. – Aquí no se permiten vagabundos – sentenció Joshu." Citado por D. T. Suzuki, Vivir el Zen. Ed. Kairós, 2º ed., Barcelona, 2000, p. 158.
4 "Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella no encontró nada más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces dijo a la higuera: – ¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!" Mc. 11, 13-14
5 "Has de saber que el sujeto o cosa que conviene tomar para hacer nuestra Medicina universal, es una materia preciosa que no se encuentra sobre la tierra de los vivos. Digo que es un espíritu corporal o un cuerpo espiritual que, ciertamente, es el Nitro de los Sabios y a decir verdad, una tierra grasa, pesada y suculenta, útil y preciosa, común para los inteligentes pero muy escondida a los ignorantes. Esta materia excelente se encuentra por todas partes, en valles, llanos, campos, antros de la tierra, en montañas e incluso en tu propia casa. Es el rocío del cielo, la grasa de la tierra y el muy preciado Nitro natural de los Sabios. Es la materia viscosa con la que fue hecho Adán y, en resumen, nuestra materia es una Tierra virgen sobre la que jamás han brillado los rayos del Sol, aunque él sea su padre y la Luna su madre." Anónimo, Instrucción de un padre a su hijo acerca del árbol solar. Ed. Indigo, Barcelona, 1997, pp. 40-41.
6 Por esta vía se conduce a la mente y al ciego al que sirve como lazarillo –el yo egótico– a un callejón sin salida. Tales callejones se figuran en las películas policíacas con decorados en los que una pared alta bloquea un pasaje, imagen que transmite la idea de que, efectivamente, no hay salida por la horizontal. Pero sí la hay por la vertical, la misma vertical hacia la que mira el Loco del Tarot, liberado del discurso racional.
7

Esta imposibilidad de describir cartesianamente el movimiento de un electrón es lo que expresa, en la física cuántica, el Principio de Indeterminación de Heisenberg (1927). Según éste, el producto de la incertidumbre en la posición por la incertidumbre en la cantidad de movimiento –siendo la cantidad de movimiento el producto de la masa por la velocidad de la partícula– es una constante. Por consiguiente, a menor incertidumbre (mayor exactitud) en la velocidad, mayor incertidumbre (menor exactitud) en la posición, y viceversa.

A la mente racionalista condenada a la indeterminación cuántica no le queda ni el consuelo de saber qué es lo que produce el desplazamiento imprecisable de las partículas al ser observadas. Alcanza a comprender que quien asesta el golpe es la luz, pero no puede saber si ésta es una onda o un conjunto de partículas, pues se manifiesta físicamente en unos casos conforme a una naturaleza ondulatoria, y en otros, como si estuviese compuesta por corpúsculos.

8 En la Enciclopedia Salvat leemos que la "definición oficial en vigor" del segundo de tiempo "es la adoptada por el Congreso de Pesas y Medidas de 1967, donde quedó definido como el múltiplo 9.192.631.770 del período de la radiación emitida por el cesio 133 cuando se produce en éste una transición electrónica entre los dos niveles hiperfinos de su estado fundamental."
9 Se trata de un principio de la Teoría de la Relatividad de Einstein, enunciado por éste a raíz de los resultados del experimento de Michelson de 1881. Este experimento tuvo por objeto medir la velocidad de propagación de la luz con extrema precisión para diferentes direcciones de la 'velocidad ambiente' local asociada a los movimientos de la Tierra (principalmente, a la traslación de ésta alrededor del Sol). El resultado fue que la luz se propagaba en todos los casos a una velocidad idéntica.
10 Es habitual en los textos de introducción a la Teoría de la Relatividad emplear la imagen de un "tren" para referirse de una manera didáctica a sistemas espaciales de referencia en movimiento a velocidades próximas a la de la luz. Ver, e.g., L. Landau e Y. Rumer, Qué es la Teoría de la Relatividad. Ed. Ricardo Aguilera, Madrid, 7ª edición, 1974, de donde hemos extraído el ejemplo que citamos.
11 Esta magnitud enorme y las que la siguen son consecuencias del supuesto de que transcurren 10 segundos entre la emisión y la recepción del haz de luz, intervalo de tiempo habitual en nuestra vida cotidiana. Si hubiésemos considerado un lapso, por ejemplo, de 10 millonésimas de segundo, habríamos obtenido longitudes y alturas mucho más acordes con las dimensiones típicas de un ferrocarril.
12 Si el "espectador" hubiese registrado un intervalo de 10 millonésimas de segundo entre la emisión del rayo de luz y la llegada de su reflejo, para el "pasajero" habrían transcurrido 6 millonésimas de segundo y la conclusión acerca de la relatividad del tiempo físico sería idéntica.
   

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