LA GRAN TRÍADA, LA TRINIDAD Y LA TRĪMURTI

CARLOS VAZQUEZ IRUZUBIETA

Los ternarios suelen tener una apariencia idéntica para las mentes poco rigurosas, y para otros, semejanzas más o menos evidentes o al menos, indicaciones de temas vinculados o a lo simbólico o a lo teológico. Y ello se puede apreciar respecto de tres ternarios que se insertan en sendas civilizaciones dispares entre sí, que acogieron teologías igualmente diferentes al menos en la expresión de sus ritos y el alcance gnóstico de sus concepciones. Lo cierto es que, aun admitiendo que toda la Sabiduría siendo una procede de fuente divina, las diferencias como se ha dicho, no sólo se aprecian en orden a los rituales sino también a singulares aspectos relacionados con los dogmas.

La Gran Tríada
Estos ternarios tienen mucho que ver y de modo especial en el taoísmo, con la metafísica de los números, enlazados al significado simbólico del yin y el yang; pero no debe pensarse que estas concepciones metafísicas de los número ha de ser entendida tan sólo si la aplicamos a las enseñanzas taoistas, porque tienen una vida propia en el orden del conocimiento superior. En el taoísmo, los números impares son llamados celestes y pertenecen al yang; es decir, a lo masculino, luminoso y solar. Los números pares son llamados terrestres y pertenecen al yin, o sea, a lo femenino, oscuro y lunar. Si el primer número de la notación matemática es el “uno” e impar, no puede ser atribuido ni al yin ni al yang porque representa no sólo la Unidad sino también la Unicidad creadora que es, por lo tanto, anterior al Cielo y a la Tierra; anterior, pues, a la Creación misma.

Ello así, el primer número es el 2, que es par y representa a la Tierra; el número 3 es el primer impar y representa el Cielo. Del mismo modo que en el yin-yang está primeramente nombrado el yin (femenino y lunar), y a continuación el yang (masculino y solar), así en la notación matemática está situado en primer lugar (descartando a la Unidad), el número 2, y después el 3. Algo similar ocurre con el 5 y el 6. El 5 se atribuye a la Tierra y el 6 al Cielo. Estas extrañas interversiones numéricas son propias de los complementarismos, que no es del caso desarrollar aquí. Con lo que habremos de quedarnos es con que el yang está ceñido al Cielo y a la orientación izquierda, mientras que el yin lo está a la Tierra y a la orientación derecha. Cierto aspecto de la orientación lo tenemos tratado en un estudio dedicado a la orientación de la escritura.

Siguiendo con la metafísica china que no es otra que la taoísta habida cuenta que el confucionismo es aplicado a la enseñanza popular, no se puede negar que por lo menos el exoterismo de Confucio se eleva en grado cuando el taoísmo explica las mismas verdades con una vocación esotérica. Y en este orden de ideas se reflejan las reflexiones dedicadas al estudio del yin y el yang. Su importancia radica en la traslación intelectual de esta dualidad al entendimiento de lo que significa el Cielo y la Tierra en el taoísmo. Estos dos extremos son otros tantos componentes de la llamada Gran Tríada, que como se dijo al principio de este estudio, es uno de los ternarios que suelen equipararse a otros como la Trinidad y el Trīmurti; preferimos dejar fuera otros ternarios para no complicar este estudio aunque es de reconocer que en otras civilizaciones y doctrinas es dable encontrarnos con otros igualmente conocidos como el egipcio entre los que se destaca la trilogía de Osiris, Isis y Horus.

Volviendo a los ternarios propuestos para este estudio, para no introducir confusión es más apropiado reservar el nombre de Trinidad al cristianismo, separándola de la Trīmurti hindú y la Gran Tríada china. Enseguida veremos la diferencia que separa a estos tres ternarios, sin otro punto de contacto que la identidad del número de sus componentes.

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rimeramente haremos un apunte relativo a la esencia misma de estas tres religiones o mejor si las calificamos con un nombre más genérico de doctrinas. La situada geográficamente en el Cercano Oriente es la cristiana, habida cuenta que nació en la Palestina romana, desde donde emigró a Occidente, situando su cabeza rectora en la ciudad de Roma bajo las alas del águila imperial. La situada en el llamado Oriente Medio es la hindú, y la extremo oriental es la china. En el taoísmo el simbolismo de la Gran Tríada tiene un rango de segundo grado, que no es poco, si de inmediato lo aclaramos. El primer rango o género es para la Tríada sagrada formada por dos complementarios: el Cielo (Tien) y la Tierra (Ti). Por encima de ellos está la Unidad Trascendente (Tai-Ki), de donde procede todo lo creado y que en orden a la manifestación se corresponde al Cero Metafísico o el No-Ser, que equivale a la no-manifestación de donde procede todo lo manifestado y que en el movimiento constante del Universo reabsorbe individualidades de los múltiples estados del Ser y al mismo tiempo de ese No-Ser, del que emergen los seres no-manifestados a la manifestación. Esta Tríada de primer grado está formada, pues por Tai-Ki, Tien, Ti.

Curiosamente no a ésta que es de grado primero sino a la de grado segundo a la que se le ha destinado el nombre de Gran Tríada y está compuesta por dos complementarios que son el Cielo y la Tierra, y un agente intermediador que es el Hombre. Esta Tríada está compuesta por Tien, Ti, Jen, o sea: Cielo, Tierra y Hombre. Así designada significa que del Cielo (yang, lo masculino, luminoso y de orientación izquierda) y la Tierra (yin, lo femenino, oscuro y de orientación derecha) proviene el Hombre; más concretamente de la conjunción del yin (femenino) y el yang (masculino). Esta forma de designación explica el origen del estado humano, o para decirlo más claramente el Hombre al final de la Tríada aparece como el hijo del Cielo y de la Tierra. Sin embargo, el orden de la clásica designación es la siguiente: Tien, Jen, Ti, o sea: Cielo, Hombre, Tierra, porque es el Hombre quien intermediando entre el Cielo y la Tierra une la esencia celestial con la sustancia terrenal.

La Gran Tríada es la representación del mundo como la rueda en el simbolismo tradicional medio-oriental; y en la cosmología china, el Cielo cubre y la Tierra sostiene, sustenta toda la Creación. Y tal representación puede ser figurada como la bóveda y el plano horizontal; la media esfera celestial se asimila al firmamento tachonado de estrellas, y el plano terrenal a la planicie de la tierra; entre ambos, el hombre mediador entre el Cielo y la Tierra y a la vez, hijo de ambos extremos complementarios. Aunque en la manifestación pueden hallarse varios ejemplos para demostrar palpablemente esta Tríada, nada mejor que la tortuga con su caparazón abovedado que descansa sobre un plano horizontal y entre ambos el animal.

La relación del hombre con los complementarios de la Tríada es imprevisible desde un punto de vista del ser individual, pues depende de su actitud en la vida el encontrarse más cerca de las estrellas y hundido en la densidad de la tierra. Porque cielo y tierra son para el ser humano la referencia permanente de su opción vital sin que nada obre en su conciencia como no sea su propia voluntad para acercarse a los estados superiores o hundirse en el fango de las experiencias terrenales. La Gran Tríada, pues, es una alegoría de la concepción cósmica extremo oriental, que nada tiene que ver con los dioses ni las religiones en el sentido occidental de esta palabra.

Lao Tse ha enseñado las posibilidades del hombre, situado en las entrañas de la Creación o sea, residiendo entre el Cielo y la Tierra. En Tao Te King VII, se lee: “El Cielo es eterno y la Tierra permanente. Son permanentes y eternos, porque no viven para sí mismos. Así, pueden vivir eternamente. El Sabio, por lo mismo, pospone su Yo, y su Yo progresa. Se desprende de su Yo, y su Yo no se conserva. Como no quiere nada personal, su Yo se realiza”. La enseñanza es clara: una de las posibilidades que la bóveda y el plano horizontal ofrecen al hombre es la de desapegarse de su ego y destruirlo (“Su Yo no se conserva”, dice el Tao), para dar cabida a su “Sí Mismo”, a su personalidad, que es el único camino para que se realice esa persona, ese ser individual. Por lo demás, y desde el punto de vista humano, el Cielo y la Tierra podrán vivir eternamente si no viven para sí mismos, sino en la medida en que el Cielo cubra al hombre con su bóveda y la Tierra lo sustente con su plano horizontal.

Para lograr ese estado de perfección humana es menester tener el comportamiento de un Sabio. En esto, la metafísica taoísta contiene la misma concepción elitista de la metafísica hindú; es decir, que el camino de la perfección no está al alcance de las masas sino de quienes con aptitud y conocimiento deciden voluntariamente entregarse a los designios del Uno o Absoluto, alejándose de las apetencias sensuales de la vida cotidiana. No creemos que en esta ocasión convenga a nuestro propósito extendernos más en las enseñanzas del taoísmo, por lo cual lo dejamos en este punto.

La Trinidad
Cuando en líneas anteriores hemos situado en el Oriente próximo al cristianismo, no hemos tenido la intención de calificarlo como la doctrina representativa de esa región del planeta en orden a las doctrinas sagradas porque no tiene ese carácter. Por interés de nuestro estudio lo hemos situado allí no sólo por haber tenido su origen en la Palestina romana, sino porque por ello mismo sus particularidades se acentúan si se establece una comparación con las doctrinas del medio y el extremo Oriente. Dicho esto, en realidad para nosotros el cristianismo es actualmente y desde su imposición como religión oficial del Imperio por el César Teodosio, una doctrina occidental, hechas las anteriores reservas. La circunstancia que nos obliga a descartar como doctrinas representativas del cercano Oriente al judaísmo y al islamismo es porque toda posible referencia a una trilogía divina es una blasfemia contra el Innombrable o Allâh. En esto se evidencia una ruptura de la concepción llamada judeo-cristiana ya que el cristianismo admite la Trinidad mientras que el primer mandamiento hebreo es la prohibición de tener otro Dios por encima del Innombrable, y para el islamismo no hay otro Dios más que Allâh.

Una de las cuestiones más arduas para los teólogos cristianos ha sido siempre la justificación teológica e intelectual de la llamada Santísima Trinidad, que no es otra cosa que la admisión de tres personas constituyendo un solo Dios verdadero. Una trilogía que es a la vez una Unidad. Obviamente, no entraremos a considerar los argumentos dados a favor y en contra de esta concepción sagrada, porque no es el propósito que nos anima en este estudio. Por lo demás, ya se ha escrito y dicho demasiado acerca de esta cuestión. Lo que ahora nos interesa es dar una explicación de este dogma para distinguirlo de los otros dos ternarios.

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ejando de lado las justificaciones de los teólogos, que al fin de cuentas no son más que eso, creemos que en esta ocasión y sin querer denigrar en absoluto el trabajo de los teólogos, lo que nos conviene es descubrir hasta qué punto fue Jesús quien se asimila o en términos brahamánicos se funde o unifica con el Dios-Padre, creador del Universo. Hablando de Sí mismo y de Dios Padre, afirma Jesús: “Yo sí que le conozco, porque de Él tengo el Ser, y Él es quien me ha enviado” (Juan 7, 29). O esta otra cita en el mismo sentido: “Yo tengo a mi favor un testimonio superior al testimonio de Juan; porque las obras que el Padre me puso en las manos para que las ejecutase, estas mismas obras maravillosas que Yo hago, dan testimonio en mi favor de que me ha enviado el Padre” (Juan 5, 36).

Como se puede advertir, en estas dos citas que no son las únicas puesto que en el mismo capítulo 7 del Evangelio de Juan repite Jesús la misma afirmación de ser el enviado del Padre, que es la misión terrenal que se atribuye, resulta ser muy similar a los avataras del hinduísmo, que tampoco es una exclusividad de esta doctrina. En la tradición brahmánica los avataras son diez y conforme el significado de esa palabra, se trata de un “descenso” de los enviados de Brahama la divinidad creadora, para que tales enviados proporcionen consuelo y auxilio a la humanidad en momentos críticos de su historia terrenal. La octava avatara fue la de Khishna y la novena la de Buddha. La última y esperada hasta hoy, será la de Kalki.

Este descenso de los enviados o del propio Dios, como se dijo, está presente en varias doctrinas sagradas y en este sentido, Jesús, al menos a causa de las dos citas que hemos trascrito, aparece más como un enviado de Dios-Padre que como un Dios-Hijo. No obstante, es menester estar atento a todas las palabras del texto sagrado para no cometer equivocaciones. En efecto, en Juan, 8, 19, se lee: “Decíanle, ¿Dónde está tu Padre? A lo que respondió Jesús: Ni me conocéis a Mi, ni a mi Padre; si me conocierais a Mí, no dejaríais de conocer a mi Padre”. Con esta cita evangélica se disipa toda duda acerca de la naturaleza divina de Jesús. Lo que les dijo al pueblo que le preguntaban acerca de su misión fue que había sido enviado por el Padre por ello, y conforme la ley mosaica, es necesario el testimonio de dos personas para acreditar un hecho, y en este caso Jesús pone como primer testigo al Padre y como segundo testigo a Sí Mismo, terminando en el versículo 19, asimilándose a Dios-Padre. Por ello, les dice: si me conocierais a Mí, conoceríais a mi Padre; pues que Jesús y el Padre son la misma persona y entidad o divinidad, según se quiera.

Quiere decir que Jesús se proclama enviado de Dios a la tierra y al mismo tiempo se identifica como ser individual con el Ser Supremo. Si nos preguntáramos cómo es eso posible desde un punto de vista teológico o aceptable intelectualmente sin incurrir en una afirmación ilógica, habría que desarrollar la explicación teológica que no cabe en este estudio y que por nuestra parte lo hemos hecho ya en los capítulos IV y V de la obra contenida en la web ATRIVM - Hacia la esencia del cristianismo. Aquí, lo que tenemos que aseverar es que la Trinidad cristiana es un dogma sagrado que por ello mismo es incuestionable y que tiene un alto grado de penetración teológica, sin rechazar cualquier aproximación metafísica o siquiera simbólica, para una explicación esotérica que se aísle del exoterismo de la literalidad de los cánones.

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ientras que para el Islam es Jesús un profeta muy respetado como todos los profetas, para el cristianismo es Dios más, un Dios que asume la condición de hijo de un Dios-Padre y a la vez la de unidad indisoluble con el Padre. No obstante, no existe una diferencia de grados entre ambos pues tienen identidad de esencia de un Unico Dios mediante dos personas, de las que una de ellas se manifiesta y la otra permanece inmanifestada. Luego se añade el Espíritu Santo que tiene a su vez varias concepciones teológicas y entre ellas, la de inspirador de los evangelistas, la de Paráclito, y la de apoyo permanente en la conservación de la fe de los apóstoles para que cumplan su misión proselitista en todos los confines de la tierra. En fin, cuestiones que siembran un crecido número de polémicas en las que ahora no vamos a entrar.

La Trīmurti
Nos resta por tratar la Trīmurti brahamánica pero antes, si nos atenemos a la gran cantidad de religiones y creencias de los hindúes, se puede llegar a la conclusión, errónea, de que se trata de un politeísmo. Aun ciñéndonos al ternario Brahama-Vishnú-Shiva, no llegaríamos a sostener tal afirmación porque en esto sí que podemos aceptar una cierta semejanza con la Trinidad cristiana en cuanto que no son realmente tres Devas (dioses), sino tres aspectos de un mismo y Unico Dios que es Brahaman, que los contiene a los tres. Los componentes de esta Trīmurti son las divinidades más veneradas que conforman las religiones por ende, más conocidas no sólo en la India sino en Occidente. La diferencia con la Trinidad es que cada divinidad, aunque proviene de Brahaman, tiene su propia religión, rituales y feligreses. Es un ternario de carácter divino que proviene del Dios Unico pero que desmembrado en tres religiones, conserva cada cual su propia individualidad y su propia misión. La de Brahma es la creadora; la de Vishnú la conservadora; y la de Shiva la destructora y regeneradora a la vez.

Con el fin de aliviar este estudio de las no pocas dificultades que este tema genera, nos limitaremos en esta ocasión a centrarnos en lo referente a la naturaleza y cualidades de los componentes de este ternario para establecer comparación con los dos anteriormente tratados y definir hasta donde nos sea posible con sencillez, las diferencias más ostensibles entre ellos.

Hay intérpretes del hinduismo que pretenden hallar similitud entre la religión medio-oriental y la cristiana, como estableciendo un símil entre la Trinidad y el Supremo Brahman que pese a carecer de atributos y cualidades se le atribuyen el Ser (Sat), que equivaldría al Dios-Padre del cristianismo; la Existencia (Chit), equivalente al Dios-Hijo; y la Beatitud (Ananda), símil del Espíritu Santo. Lo cierto es que toda sinonimia conceptual nos parece laudable pero errónea. Piénsese que si de esa trilogía atribuible a las cualidades esenciales de Brahman deriva la otra trilogía religiosa (Brahma-Vishnú-Shiva), estaríamos en presencia de un Dios Unico cargado de atributos y cualidades, que en el mejor de los casos se podría admitir en una teología hinduista mas nunca en una metafísica ejemplar como se la admira en las Upanishad.

También se debe tener presente que la primera de las trilogías mencionadas está en un plano metafísico y de orden cosmogónico, mientras que la segunda trilogía, que nace incuestionablemente de la primera, tiene un rango exclusivamente religioso y si se quiere, teológico, pero nunca metafísico. ¿A qué debemos atenernos en este caso? Si la trilogía que nos interesa es la segunda por su carácter religioso, nada tiene que hacer la de rasgo teológico. Se trataría de un falso complementarismo pues en realidad lo que aparenta ser es una mezcla de planos gnoseológicos que no pueden ser compartidos en un mismo estudio. No se puede pasar de lo cosmogónico a lo religioso como a través de un puente que une dos concepciones diversas; ello es imposible porque lo menos que se puede decir de semejante intento es que carece de coherencia intelectual.

Hay que reconocer que pocas son las referencias que de esta tríada hindú contienen los textos sagrados, y ello probablemente se deba a que se trata de una trilogía cuyos componentes ostentan una auténtica autonomía entre sí, sin otra vinculación que la de provenir de Brahman. De los miles de dioses del hinduísmo, se suele decir que todos están de alguna manera contenidos en uno de estos tres: Sri Brahma, Sri Vishnú y Shiva. Este último carece del tratamiento Sri que significa “Su Reverencia Auspiciosa”, porque precisamente Shiva significa “Auspicioso”.

Si se trata de tres religiones, no puede tener parangón con la Trinidad cristiana, aunque las tres provengan (como toda la Creación), de un Único Dios, en este caso: Brahman. Así, pues, si tomamos como ejemplo la cosmogonía desarrollada en la Gran Upanishad del Bosque (Brihadāranyaka Upanishad), se nos relata la misión reconstructora de Shiva, salvando a la Creación de la divinidad perversa de los asuras, asumiendo la condición de la diosa Dūr o Dūrga, que venció a la Muerte (la no-manifestación) para que de ella surgiera toda la manifestación, y en ella el hombre.

Tres religiones que provienen del Uno. ¿Significa entonces que el Unico puede ser dividido en tres partes?  Si es Unico, es algo inadmisible. La realidad teológica enseña que se trata de tres aspectos de Brahman, el Uno: Tri=tres; murti=aspecto. El significado de la palabra Trīmurti alienta a quienes quieren ver en esta trilogía un símil de la Trinidad cristiana en tanto que ésta lo que significa en términos teológicos es precisamente eso: tres aspectos de un Unico Dios. Insistimos, sin embargo, que mientras en el hinduísmo cada uno de estos tres aspectos se convierte en una religión autónoma respecto de las otras dos, en el cristianismo sólo se puede hablar de una sola y única religión con un solo Dios con tres aspectos teológicos mediante los cuales los feligreses pueden acceder a su conocimiento.

Bien es cierto que el culto a las imágenes en el catolicismo ha llevado a esta religión cristiana a parecerse en lo formal a las religiones hinduístas, en tanto que cada imagen policromada tiene sus propios fieles, su propia religión casi, y por supuesto sus propios ritos tomados en lo esencial del cristianismo, y qué decir de sus propios milagros. Este fenómeno politeísta se puede comprobar durante la Semana Santa de modo especial en España, durante la cual las Cofradías veneran con carácter exclusivo a su propio “Trono” que representa algún episodio evangélico. Los demás, no cuentan y menos aun, a la vista de la rivalidad creciente entre ellos. Cada cual adora a su propia Virgen y a su propio Jesús. No llega la veneración al punto de crear una religión heterodoxa porque terminado el espectáculo, cada “Trono” regresa a la iglesia de la que salió y al día siguiente los ritos se unifican y la fe católica amansa las individualidades sagradas.

Conclusión
La Gran Tríada extremo oriental es un simbolismo cosmogónico; la Trinidad cristiana es una alegoría de la Unidad de Dios a la que es posible acceder mediante tres concepciones aparentemente autónomas, porque en realidad se trata de una Unidad de tres rostros, alentada por el exoterismo de los textos sagrados para comprensión de los feligreses; la Trīmurti es un ternario teológico, cuyos componentes constituyen tres religiones autónomas entre sí, con ritos propios y sin otro enlace gnóstico que el provenir de Brahman, del que todo proviene, dicho sea de paso, por lo que tal proveniencia nada tiene que singular o extraño.

 
 
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