SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DEL SIMBOLISMO ARBOREO (y 2)
(A propósito de Juan 1, 43-51)
GUILLERMO GARCIA FERREIRA

El motivo del jardín cercado en cuyo centro crece un árbol sagrado y de cuya base mana algún tipo de fuente o curso de agua, es por todos reconocible y la palabra griega paradeisos da perfecta cuenta del mismo. Lo cierto es que la explicación del mito apunta a que en el interior del jardín y específicamente en el árbol, debía cifrarse algún tipo de conocimiento que con el tiempo se perdió o, lo que es peor, se desvirtuó, hecho que habrá determinado, por un lado, la ruina de aquellos que lo poseían y, por otro, la necesidad de preservarlo de alguna manera por parte de un grupo escogido, ocultándolo o, lo que viene a ser lo mismo, tornándolo progresivamente inaccesible. Ese conocimiento, justamente, es lo que ‘liga’ los distintos estadios de la existencia con la espiritualidad suprema.

Pareciera existir además, repitámoslo, una estrecha conexión entre el árbol de las manzanas de oro y las regiones occidentales. Recuérdese que dicho manzano fue el regalo de bodas de Gea, la madre tierra, a Hera en sus esponsales con Zeus. Esta segunda diosa, entonces, fue a la sazón la encargada de ‘plantar’ (o, acaso, mucho más ajustado sería decir ‘transplantar’) el árbol sagrado en regiones del extremo occidente (las laderas del monte Atlas, según unas versiones, o cierta isla ubicada más allá de las Columnas de Hércules, en los confines del Océano, según otras).

La cuestión que aquí campea, no obstante, pregunta por la originaria ‘situación’ temporal y geográfica, si puede decirse, de aquello que en la figura de dicho árbol se cifra. Quizá ayude a intuir la respuesta el carácter primordial del símbolo, marcado en el hecho de que sea precisamente Gea, la tierra, pareja de Urano y engendradora de todos los dioses, la dadora del mismo.

Además, es menester no olvidar que también se halla asociada a las manzanas de oro otra divinidad sumamente ‘antigua’, Afrodita, quien por haber nacido de la sangre vertida por Urano en el mar luego de ser castrado por su hijo Crono, se sitúa, de alguna manera, una generación antes de los olímpicos.

El mito de Melanión-Hipomenes y la carrera de Atalanta, al cual puntualmente nos referimos, resulta elocuente respecto de las vinculaciones de esta diosa con el fruto del manzano. La estratagema para vencer a la virgen guerrera Atalanta es aquí ideada por Afrodita y, una vez más, los frutos procedían del Jardín de las Hespérides. Apenas hace falta remarcar, incluso, que el nombre ‘Atalanta’ presenta una evidente similitud al de Atlante; y ello, unido a su fascinación por las manzanas doradas, estaría indicando implícitamente la filiación del mito a cierta región extremo occidental, hacia donde, en cierta época que no es ahora del caso precisar, fue ‘transferido’ un conocimiento de índole tradicional e iniciático desde un Centro Espiritual anterior, emplazado, según datos concordantes, en un punto predominantemente septentrional, por no decir, sin ambages, polar.9

Pero estas cuestiones, de seguirlas, nos apartarían demasiado del tema del presente estudio. No perdamos de vista, por ahora, que la figuración del árbol se halla unida, de una parte y en tanto axis mundi, al establecimiento concreto de un centro espiritual en una época y lugar específicos y, por ende, a la ‘transmisión’ de un conocimiento (en verdad: El Conocimiento –Gnosis– por excelencia) que tal establecimiento exige y presupone. Por otra, sin embargo, el símbolo del árbol vendría a encarnar la Tradición en sí misma, siendo la raíz invisible el Origen suprahumano de la misma, el tronco su manifestación primordial y las distintas ramas cada una de las manifestaciones particulares de la ortodoxia adaptadas a un tiempo y situación determinados.

Veamos ahora otro ejemplo que indubitablemente refuerza lo dicho en cuanto al vínculo simbólico establecido entre los centros espirituales y sus representantes visibles, esto es, los integrantes de la casta sacerdotal de la que se trate, y la figuración del árbol. Heródoto, a quien un poco más arriba ya hemos tenido ocasión de citar, al referirse a los pueblos vecinos de los escitas, habla en IV, 23, 2 de los misteriosos argipeos, establecidos en las inciertas regiones septentrionales cercanas a Hiperbórea, presumiblemente al norte de la zona que media entre los actuales Mar Negro y Caspio. El informe que de ellos hace los describe como

(...) unos individuos que, según cuentan, son todos calvos desde el instante de su nacimiento, tanto los hombres como las mujeres, sin distinción de sexo; además tienen la nariz chata y el mentón prominente, hablan una lengua peculiar, usan la vestimenta escita y viven del fruto de ciertos árboles. El árbol del que viven tiene por nombre póntico: su tamaño es, poco más o menos, similar al de una higuera y produce un fruto semejante a un haba, aunque con hueso.

Parece sumamente probable que los argipeos hayan conformado, antes que un pueblo, una casta sacerdotal. Si los datos relativos a su aspecto y su alimentación no resultaran convincentes al respecto, el historiador añade otros que no dejan lugar a duda:

Ningún ser humano les causa daño, pues, según dicen, son sagrados y, además, no poseen ningún arma de guerra. Es más, son ellos quienes dirimen las diferencias existentes entre sus vecinos; y, asimismo, si algún fugitivo recurre a ellos, nadie le causa ningún daño.

Aunque la peculiaridad de este pueblo que, a nuestros fines, más llama la atención, es la siguiente:

Cada cual tiene establecida su residencia bajo un árbol, que en invierno cubren con un toldo impermeable de fieltro blanco, y que mantienen sin el toldo de fieltro durante el verano.10

A estas alturas de nuestro recorrido, queda claro que la ubicación ‘debajo’ o ‘a los pies’ de un árbol, distintiva, en este caso, de los argipeos, pero también idéntica a la aludida en el pasaje citado del cuarto Evangelio, debe encerrar un valor simbólico profundísimo e intrínseco a los iniciados en la Ciencia Sagrada. Y la explicación, lo reiteramos una vez más, no puede ser de ninguna manera ajena a la significación de ‘centro’ y, a ella estrechamente conectada, de ‘lugar de pasaje’ entre los distintos estadios existenciales, sobre todo hacia los superiores y, a través de ellos, de unión con el Principio Supremo, origen y sostén de toda manifestación.

Ahora bien, ha señalado René Guénon en más de una oportunidad la función de ‘conservación’ desempeñada por los celtas respecto del ‘punto de unión’ de las tradiciones hiperbórea y atlántica, ejerciendo, de alguna manera, de ‘transmisores’ de dicha convergencia en la última fase del ciclo presente, tanto en lo que toca a los territorios del Levante como a los del Poniente. En este proceso, por lo demás harto misterioso, no serían para nada ajenas las afinidades existentes entre la significación de los vocablos ‘celta’ y ‘caldea’, en su origen, probablemente una y la misma casta sacerdotal; conforme para ‘galos’ y ‘gálatas’, uno y el mismo pueblo ya sea se lo sitúe a occidente o a oriente; ‘Galia’ y ‘Galacia’; ‘Caledonia’, ‘Calcedonia’; ‘Celidón’, ‘Calidón’, etc.

Si por haber sido de índole enteramente oral la tradición de ese pueblo se encuentra hoy prácticamente perdida, no obstante puede constituir una vía válida pretender depurar de ‘recientes’ elementos cristianos la denominada ‘Materia de Bretaña’ a fin de rastrear sus componentes ‘previos’. Tal es el caso, por ejemplo, de ciertos datos vinculados a la historia de Merlín. Así, apuntemos por lo menos que las noticias más remotas que acerca de este personaje se poseen, con insistencia lo vinculan al retiro en las florestas occidentales y, en especial, a la fascinación por determinados árboles, principalmente el manzano. E incluso aquellos estudiosos modernos que, como es obvio, adoptan un punto de vista no tradicional, han dejado constancia de este hecho, común en los primitivos poemas galeses, escoceses e irlandeses a él relativos.

Incluso se podría agregar que intrínsecamente relacionada a los manzanos, a la figura de Merlín y a la materia artúrica en general, se halla también la mítica isla de Avalón, poseedora, como toda entidad de sesgo simbólico, de variados y aún contradictorios sentidos, representando unas veces la Tierra de Inmortalidad o bien, otras, la morada de los muertos. Sin embargo, lo cierto es que las figuraciones que los autores medievales nos han transmitido de esta isla occidental (o quizá nor-occidental), manifestación indiscutible del ‘Otro Mundo’ celta, resultan sugestivamente semejantes a aquellas que los antiguos poseían acerca de Hesperia.11

Como quiera que sea y adoptando una vez más la perspectiva de una vertiente tradicional completamente distinta, comprobaremos asimismo que tampoco resultarán extrañas a la doctrina de la Cábala las significaciones asociadas al símbolo del árbol que hemos venido registrando. Al respecto, ciertos pasajes del que, a consideración de una autoridad en la materia como Gershom Scholem, constituiría

“el primer escrito de los cabalistas”

y

“uno de los más asombrosos, por no decir increíbles, textos de la literatura hebraica de la Edad Media”,

el libro Bahir, aparecido hacia 1180 en el sur de Francia, resultan transparentes a la luz de las consideraciones que hemos venido desarrollando:

“Yo soy aquél que ha plantado este ‘árbol’, para que todo el mundo se deleite en él, y con él he curvado el universo y he denominado su nombre ‘universo’; porque en él se halla suspendido el universo y de él deriva el universo, todo está necesitado de él, y a él dirigen sus miradas y por él temen ellos, y de ahí proceden las almas. Yo me encontraba solo cuando lo hice, y ningún ángel puede levantarse sobre él y decir: yo estaba ahí antes que tú; pues también cuando yo arqueé mi Tierra, cuando planté este árbol y lo enraicé y dispuse que ambos se deparasen alegría mutua y [yo mismo] me alegré por su causa, ¿quién hubiera estado junto a mí al que yo le hubiera comunicado este secreto?”.12

Asimismo en El Zohar [III. 107a]:

“Dios, cuando hizo al hombre y lo vistió con grandes honores, le indicó que se uniera a él para ser único y de un sólo corazón, unido al Uno por el lazo de la fe de un sólo propósito que ata todo. Pero más tarde los hombres abandonaron el camino de la fe y dejaron atrás el árbol singular que sobresale en lo alto sobre todos los árboles, y se adhirió al lugar que constantemente cambia de un tono a otro, del bien al mal y del mal al bien, y descendieron desde arriba y se adhirieron abajo a lo incierto y abandonaron al ser supremo que no cambia. Así fue que sus corazones, cambiando del bien al mal, provocaron el merecimiento de misericordia a veces y castigo otras, dependiendo de a qué se habían unido.”13

Es de notar que este último fragmento se complementa perfectamente con el anterior en lo que respecta al estado de la humanidad antes y después de la ‘caída’. A partir de la comparación entre ambos surge con claridad el significado profundo de la expresión diáspora, siendo como fue que el hombre primordial, al alejarse del Principio, pasó del seno de la Unidad a la multiplicidad y la dispersión. En otros términos, pasó de ser ‘elegido’ a ser ‘extraviado’. Cabe destacar además que esa vía de unión con el centro supremo, aquí representada a través de la imagen del árbol, concuerda puntualmente con la significación de la palabra ‘Tao’, fundamental en la tradición extremo oriental.

Finalmente, no resultará a estas alturas demasiado sorprendente un testimonio como el que a continuación transcribimos:

“La cuarta y última etapa del génesis corresponde a la creación de la primera tierra, la del hombre y la mujer, la de los reinos animales y vegetal. En el centro de la futura tierra surge una palmera (pindá) azul –color simbólico de lo sagrado–, sostenida por otras palmeras situadas en cada una de las cuatro direcciones de la rosa de los vientos y del tiempo (...). Cinco palmeras azules sujetan como los dedos de una mano el lecho de la tierra. A continuación se crea el firmamento que descansa sobre cuatro columnas, la última agregada porque el cielo continuaba moviéndose a causa de los vientos.”14

Pondremos aquí un punto final provisorio a estas consideraciones apenas preliminares, aunque susceptibles de posteriores y sin duda extensos desarrollos. Permítasenos agregar solamente que, desde esta perspectiva puramente metafísica un título como el de ‘Hijo de Dios’, de común aplicado a la figura de Jesús, debiera ser interpretado, a través del simbolismo arbóreo arriba analizado, como ‘descenso’ del Principio ‘situado’ en la raíz (es decir en lo oculto, en el dominio de lo no manifestado) hacia un grado de existencia determinado (‘instalado’ en la copa, o sea, en lo visible, dominio de la manifestación). Otro no es el sentido del vocablo sánscrito avatar.


NOTAS
9

La siguiente referencia astronómica constituye uno de esos ‘datos’ de los cuales los textos antiguos, correctamente leídos, suelen resultar sumamente pródigos:

“Este [dragón], muy grande, se encuentra colocado entre las estrellas de la Osa Mayor y la Osa Menor. Se piensa que había sido el guardián del jardín de las Hespérides, muerto por Hércules y elevado a los astros por Juno, que le había puesto como guardián del jardín. Eratóstenes dice que, según Ferécides, cuando Juno se casó con Júpiter, todos los dioses le habían traido regalos a ella y que la Tierra se presentó trayendo de regalo manzanas de oro con sus ramitas, cosa que Juno mandó plantar en su jardín. Como las hijas de Atlas a menudo las arrancasen, dicen que había puesto de guardián un dragón que fue matado por Hércules. Dicen que Júpiter colocó el dragón entre los astros en recuerdo del valor de Hércules”. Escolios a GERMÁNICO, Robert p. 60. En GRUPO TEMPE, Los dioses del Olimpo. Ed. Cit., p. 232, # 333.

La ubicación eminentemente polar de la constelación no deja lugar a duda acerca de la procedencia del jardín y los frutos que en él se guardaban. En lo que atañe al origen nórdico de numerosos mitos griegos, resultan sumamente estimulantes las indicaciones aportadas por Felice Vinci en Homero en el Báltico. Ensayo sobre la geografía homérica, del cual puede encontrarse una excelente síntesis en el portal electrónico de la revista SYMBOLOS. El mismo autor amplía el enfoque del texto anterior al campo de otras tradiciones en “El optimum climático, el paraíso indoeuropeo y el jardín del Edén”. Si bien la tesis general de Vinci y numerosísimas de sus observaciones particulares resultan enteramente incontestables, no podemos dejar de tomar ciertos recaudos, empero, en lo que respecta a sus intentos de datación histórica de los acontecimientos narrados en los mitos que trata. En efecto (y ello constituye un rasgo común en los estudiosos modernos), se percibe una tendencia a ubicar en fechas engañosamente ‘recientes’ hechos que, por su evidente sesgo ‘primordial’, debieron haber tenido lugar en los albores o bien en las fases iniciales del presente ciclo.

10

Para la edición utilizada cf. HERÓDOTO: Historia. Traducción y notas de Carlos Schrader. Madrid, Gredos, 2000. En nota, el traductor agrega un dato valioso:

“En una tumba del valle de Pazyryk (a unos 600 Km. Al sudeste de Novosibirsk) se encontró en 1949 una tienda de fieltro adornada con motivos decorativos que representaban a un jinete ante un personaje sentado, con la cabeza rapada, y que sostiene en la mano derecha un ‘árbol de la vida’. Se trata de la investidura de un jefe tribal por parte de la divinidad”.

Aunque quizá más acertado sería interpretar el dibujo como encarnando la investidura del jefe tribal, esto es, el miembro principal de la casta guerrera, por el máximo representante de la casta sacerdotal, según el orden jerárquico normal imperante en toda sociedad tradicional. En lo que toca a la denominación de ‘argipeos’, parece imponerse la relación con argia, ‘reposo, inercia’, o sea, el estado propio de quien se halla ‘en el centro’, simbólicamente hablando. También puede referírsela a argi-pous, es decir, ‘de pies blancos’. De todos modos, ambas raíces no son sino una; para ello, comparar argos, ‘brillante, resplandeciente, blanco’, con argos, ‘que no trabaja’. Para la significación del término argos y la valencia simbólica del color blanco en general, cf. GUÉNON, René: El Rey del Mundo, X, in fine, y las notas 12 y 13 a dicho capítulo. En cuanto al simbolismo sólo en apariencia inverso del color negro y su relación con la blancura, cf. el estudio de Génon titulado “Los ‘Cabezas Negras’”, incluido en Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. Edic. Cit., p. 100 y ss.

11

Cf. GUTIÉRREZ, Santiago: Merlín y su historia. Madrid, Alianza, 1999. Consigna este autor que de las fuentes galesas,

“las noticias más antiguas que enriquecen la leyenda parecen proceder del Affallenau (Los manzanos), poema en tres estrofas”

que,

“aunque datado hacia 1200, los elementos que recoge remontarían a otra composición escrita entre los años 850 y 1050” (p. 23).

Claro que, como es habitual en los eruditos modernos, unido a la ‘imprecisión’ de esos 200 años, no se tiene en cuenta el período de tiempo forzosamente imposible de determinar en que la transmisión oral precedió a la escrita. No obstante, Gutiérrez señala que en esos, para él, estadios germinales del mito, Merlín

“ya aquí está caracterizado como un loco que habita en los bosques de Caledonia” (Id.).

Más abajo agrega:

“Constantes son las referencias a los manzanos, que dan nombre a una de las composiciones, y a la atracción que por ellos siente el pobre loco (...)” (23-24).

Por último, al referirse a las fuentes de origen escocés e irlandés, remarca:

“vuelve a mostrársenos una de las constantes de los estadios iniciales de la leyenda: la asociación con un árbol, un manzano en Affallenau, un tejo en el texto irlandés, al amparo del cual el protagonista encuentra refugio” (27, subrayado nuestro).

En cuanto a la denominación de ‘Avalón’, se ha derivado dicho nombre de palabras celtas alusivas, precisamente, a los manzanos y a sus frutos (tal el caso del irlandés ablach, ‘abundante en manzanos’). Sin extendernos demasiado en este punto, del cual procederá, por ejemplo, la problemática identificación de Avalón con Glastonbury, idéntica a la galesa Ynis Gutrin, Isla de Cristal, cuestión de la que oportunamente nos ocuparemos pero que ahora nos desviaría sobremanera de nuestro itinerario, consignemos solamente que en esta isla habitaba Morgana, la hermana o medio hermana del rey Arturo, y que allí mismo fue transportado el mítico rey a curarse de las heridas recibidas luego de su última batalla. Además, se dice también que su famosa espada había sido forjada en Avalón. Y el nombre de ésta, excalibur, o caliburno, resulta por aquí sugestivamente cercano a Calidón o Caledonia. Transcribimos a continuación parte de la noticia que acerca de Avalón Geoffrey de Monmouth, responsable de haber iniciado la ‘fase escrita’ del ciclo artúrico, anotó en las páginas de su Vita Merlini:

“La isla de los Frutos, que llaman Afortunada,/Con razón tiene este nombre, pues produce por sí sola./No necesita de campesinos que aren sus campos:/No hay nada cultivado, excepto lo que proporciona la naturaleza./Además de abundantes cereales, produce uvas /Y en sus bosques nacen las frutas en su desplegado brote./El suelo, en lugar de hierba, produce de todo, y además de forma abundante./Allí se vive cien años e incluso más”. Cf. Santiago Gutiérrez, Op. Cit., p. 56.

12

Bahir, #14. Cit. en SCHOLEM, Gershom: La Cábala y su simbolismo. México, Siglo XXI, 1991, cap. III, p. 100. Más abajo también se cita:

“Y ¿qué es [este} ‘árbol’ del que has hablado? Él le dijo: Todas las fuerzas de Dios se hallan [superpuestas] unas a otras, y se asemejan a un árbol: así como el árbol produce sus frutos a causa del agua, igualmente Dios acrece por medio del agua las fuerzas del ‘árbol’. Y ¿qué es el agua de Dios? Es [la] Hojmá [sabiduría], y eso [se refiere a la fruta del árbol] es el alma de los justos, que vuelan desde la ‘fuente’ al ‘gran canal’ y ella asciende y queda prendida en el árbol. Y ¿por qué medio florece éste? Por medio de Israel: Cuando ellos son buenos y justos, entonces habita la sejiná entre ellos, y debido a sus obras permanecen en el seno de Dios, y él hace que sean fecundos y se multipliquen.” Bahir, #85.

La equiparación de las almas a los frutos del árbol alimentados por el ‘agua’ [la esencia divina] que procede desde la ‘fuente’ [la raíz, el Principio, Dios], resulta casi idéntica a la figura esbozada por Jesús en Juan 1, 48.

13

El Zohar. El libro del esplendor. Selección y edición de Gershom Scholem. Trad. de Pura López Colomé. México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1988, p. 112. En otra parte del pasaje transcripto se cita Isaías 65:22:

“los días de mi pueblo serán como los días del árbol”.

14 BARREIRO SAGUIER, Rubén: “El génesis guaraní”. En: Correo de la Unesco. En los orígenes del mundo. De los primeros mitos a la ciencia actual. Mayo, 1990.
Solo Revista digital
No impresa
SYMBOLOS: Arte - Cultura -Gnosis
Home Page