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Y EL SIMBOLISMO DEL SURF ROBERTO CASTRO |
Para abordar los orígenes sagrados del surf hay que remontarse a la sociedad tradicional de la Polinesia, en el Océano Pacífico, siendo el archipiélago de Hawaii el enclave más prolífico de esta actividad, otrora, auténticamente iniciática. Al igual que muchos pueblos de la América precolombina, la cultura y la tradición de la Polinesia se mantuvieron prácticamente inalteradas hasta la llegada de los occidentales en los siglos XVII y XVIII. Los primeros europeos que presenciaron esta práctica tradicional, llamada he'enalu en lengua hawaiana, fueron el capitán James Cook y su tripulación en 1769, durante el viaje contratado por la Royal Society para observar y documentar el tránsito de Venus sobre el Sol, pronosticado para el 3 de junio de ese mismo año. Para adentrarnos un poco en la idiosincracia de estos pueblos, diremos que comparten muchos aspectos con las principales civilizaciones precolombinas. Al igual que éstas, los polinesios concebían la rueda como un símbolo sagrado y no le dieron un desarrollo "tecnológico" para su uso cotidiano, porque sabían que su profanación los conduciría a la precipitación de su caída como sociedad tradicional. También practicaban sacrificios humanos como la mayor de las ofrendas y entrega a los dioses. No tenían lengua escrita, de manera que las fuentes de las que disponemos para recomponer sus ritos y costumbres no están exentas de ciertas incongruencias o lagunas como expondremos a continuación. El arte de la navegación era un aspecto esencial en la cultura de todos los pueblos del Pacífico, dado su hábitat consistente en un enorme océano que ocupa la tercera parte de la superficie terrestre salpicado de islas, más de veinticinco mil. Las estrellas y las constelaciones eran sus principales instrumentos de navegación, aunque también se guiaban por otras señales como los patrones de vuelo de ciertas aves migratorias. Estaban dotados de un perfecto sentido de la orientación en alta mar y en cualquier momento sabían poner la proa rumbo a casa con total precisión. Los principales dioses de la Cosmogonía de los polinesios son Kāne, el Creador, Kū, el Gran Arquitecto y dios de la guerra, Lono, el dios de la paz, de la prosperidad, del viento y de la lluvia, Kanaloa, dios del océano, y Pele, diosa de los volcanes. Al equivalente al Tártaro o Reino de los muertos lo llamaban Po, que era atravesado por Mana, energía celeste suprema que cruzaba todos los mundos y que canalizaban los nobles y los sacerdotes. El mensajero divino, equivalente a Hermes-Mercurio, era Kuahairo. Luego habían otros dioses menores como el de los vientos, el de las montañas, etc. Kāne, Kū y Lono eran una Trinidad análoga a Brahma, Shiva y Vishnu en el Hinduismo. En el Origen sólo existía esta Trinidad, llamada Hikapoloa, que creó los cielos, y después creó la tierra, el sol, la luna y las estrellas. Finalmente fue creado el hombre, que fue ubicado en el Paraíso, llamado Paliuli, concepción del estado edénico o Edad de Oro de los polinesios. El referido Mana era la energía-fuerza de carácter axial mediadora entre el Cielo y la Tierra. Otro gran elemento ordenador de la sociedad tradicional polinesia era el Taboo. El Taboo era lo prohibido, lo innombrable (es el origen etimológico de nuestra palabra "tabú") en el orden social y como factor de jerarquización de los poderes reales. Los kahunas –la casta sacerdotal– eran los únicos con potestad para adentrarse en el Taboo ya que eran los receptáculos de la energía-fuerza Mana. Los kahunas reunían la condición de sacerdotes, hechiceros, hombres medicina, magos, sabios, consejeros, etc., todos ellos aspectos del chamán, y en definitiva, de la autoridad espiritual. El Sumo Pontífice, chamán de chamanes, era llamado Kahuna Nui. En este contexto tradicional, el surf era practicado de una forma ritual y estaba asociado a determinados cultos divinos. Era practicado sólo por las castas más altas, nobles y sacerdotes, que encarnaban el poder temporal y la autoridad espiritual. Éstos poseían una gran habilidad en el arte del he'enalu y disponían de las mejores tablas hechas de la mejor madera de la isla. Se les reservaba además las mejores playas. El acceso de las castas inferiores al surf es algo que no está claro. Según algunas fuentes, lo tenían prohibido porque el surf estaba reservado a los dioses y, en tal sentido, sólo las castas superiores podían "tutearse" con ellos. Otras versiones mantienen que mientras nobles y sacerdotes surfeaban de pie, el pueblo llano (las castas bajas) surfeaba tumbado o de rodillas. En esta versión, las castas más bajas podían surfear, pero lo hacían en playas distintas a la realeza y el sacerdocio, con tablas de inferior calidad y siempre tumbados, sin el privilegio de poder hacerlo erguidos. Con el fin de que el mar ofreciera unas condiciones propicias para surfear, los kahunas invocaban a los dioses por las buenas olas. Dedicaban cantos y danzas rituales con la intención de complacer a los númenes regentes de las aguas y que éstos ofreciesen olas poderosas a los participantes de este rito sagrado. Uno de los gestos rituales consistía en agitar las aguas en la orilla con unas ramas e invocar olas majestuosas. Era un llamado a las aguas bravas para poder surfearlas, para poder fluir en lo alto sobre ellas sin perder la verticalidad. Decir sociedad tradicional es decir que su eje vertebrador es el Símbolo, y en tal sentido tenía toda la potencia simbólica e iniciática invocar las aguas agitadas para remontarlas y surfearlas, para navegarlas, que es someterlas porque implica estar por encima de ellas y aprovechar toda su fuerza sin estar a merced de su frenético vaivén. El surf es iniciático porque se contrapone al pensamiento dual; la destreza que requiere es tan extrema que conlleva forzosamente una integración entre el practicante y el océano en movimiento, a hacerse uno con él. No se puede conservar el equilibrio encima de la tabla en aguas muy agitadas si el surfista no se mantiene centrado –esto es, en el Centro– y perfectamente integrado en el medio acuático, trascendiendo así su individualidad. Debe acompasarse con el fluir de las olas y sólo lo logrará con un total desapego con respecto a aquello que hace, desapareciendo como individuo. Estar en la cresta de la ola requiere mucha soltura y ningún apego o rigidez. Es un error querer dominarla desconociendo el arte, hay que mecerse, columpiarse en ella. En apariencia es ella la que gobierna y el surfista se adapta serpenteando, consciente siempre del delicado y frágil equilibrio. Para el surfista tradicional, ola y surfeador son una sola entidad, y alejarse de esta visión abundando en un pensamiento dual lo haría caer y acabar en el fondo del mar. Todo rito iniciático es sinónimo de un "segundo nacimiento" tras la muerte a la concepción individual y profana, y esto era necesario para surfear, como acabamos de indicar. Pero, el surf, además, implicaba afrontar la propia muerte física, pues sus practicantes se jugaban la vida enfrentándose a las fuerzas salvajes del poderoso Océano. En aquellos lugares del Pacífico se llegan a registrar olas de hasta 30 metros de altura. Si yerras, una de éstas te sacudirá con una virulencia sobrecogedora que, sin duda, te llegará a arrebatar la vida corpórea. En el camino iniciático hay un viaje de ascenso a través de las aguas inferiores hasta alcanzar su superficie, la divisoria entre éstas y las aguas superiores por las que navega simbólicamente el surfista. Federico González Frías, en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, nos dice acerca de la simbólica de las aguas:
Las aguas inferiores son el símbolo de la agitación continua y el surfista las pone a sus pies, sin perder de vista que su constante vaivén lo somete en todo momento a un delicado equilibrio; está siempre en "la cuerda floja", y en cuestión de un instante sabe que puede ser devorado por el mar. De ahí que practique el rito de mantener el equilibrio adherido al Eje del mundo, que es su propio Centro. Las aguas no engullirán al surfista si permanece en ese Eje, como Ulises cuando se aferra al mástil con los ojos cerrados durante la travesía de su nave por el mar, evitando sucumbir a los cantos de sirena (del griego seirá: cadena, atadura). Desde esa ubicación axial se puede vivir inafectado por el ir y venir de las aguas y su constante agitación. En nuestro día a día esta simbólica es aplicable cuando nos sabemos llamados a surfear por encima de lo psíquico permaneciendo en lo solar. Hay una clara correspondencia entre el arte sagrado de surfear la ola y la referencia bíblica de Jesús, modelo del héroe solar, que caminó sobre las aguas. Así, Jesús ha conquistado su Centro Solar (en la Cábala: Tifereth) y desde ahí contempla todo lo creado sin que nada le perturbe y es uno con todo y por eso puede atravesar las aguas.
También se aprecia la importancia de esta gesta iniciática de atravesar las aguas en el Antiguo Testamento, cuando Moisés, nada menos, separa las aguas del Mar Rojo para que el pueblo de Israel pueda cruzarlo, (Éxodo 13-15). De hecho, la propia etimología de Moisés significa “salvado de las aguas”. Como sintetiza Federico González:
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