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LA PROSTITUCIÓN SAGRADA I MIREIA VALLS |
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Alexandre Cabanel, El nacimiento de Venus, 1863. Museo de Orsay, París. La prostitución sagrada no puede entenderse sin referirnos, en primer lugar, a Afrodita. Esta diosa griega con reminiscencias orientales es la Ishtar babilónica, la Astarté cananea, la Inanna sumeria o la Venus romana que aparece en el escenario cósmico como hija del semen celeste y emergiendo del mar, siendo su energía altamente propicia para unir y cohesionar. Es la diosa del amor en todas sus vertientes, lo que no excluye su íntima relación con la guerra y también con la pasión y el deseo, que según la dirección tomada exaltan hacia las altas cumbres del intelecto o por contra sumergen en los bajos fondos de los infiernos mentales. Sus armas son la Belleza, la Persuasión y el Placer. Promotora del arte en todas sus facetas, deposita en la mujer su influjo inspirador y necesita del concurso de las hembras para expandir todos sus atributos por el cosmos, de ahí que en muchas culturas las mujeres le han rendido culto, algunas de ellas consagrándose en exclusiva a esta divinidad, como las sacerdotisas de sus templos y las innumerables “esclavas sagradas”que se entregaban a ritos sexuales para potenciar y vivificar la energía de la diosa, siendo también ésta la patrona de las heteras o “compañeras” de los banquetes griegos, así como de las cortesanas y las prostitutas en todas sus modalidades a lo largo del tiempo –aun y la degradación sufrida actualmente, donde la prostitución es un oficio con fines lucrativos y de satisfacciones carnales que da cabida a las más aberrantes explotaciones, vicios y abusos de todo tipo–, además de inspiradora de todas aquellas hembras que de una forma u otra se han dedicado al arte del embellecimiento, tales las ayudantes de cámara de las reinas o las preparadoras de ungüentos, perfumes, esencias y también las peluqueras, las masajistas, maquilladoras, etc., etc. Así, pues, las ideas-fuerza que esta diosa sintetiza se encarnan en mujeres que le dan vida, que actualizan todas sus atribuciones, sus aspectos positivos y negativos, contribuyendo con ello a que la Belleza y la Armonía del Principio esté presente por el mundo entero. En estas páginas queremos referirnos principalmente a las prostitutas sagradas, de las que Federico González Frías nos dice en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
Inanna. Remontémonos a la antiquísima tradición Sumeria donde un himno dedicado a Inanna nos presenta a la diosa recibiendo de su padre Enki las potencias y funciones –los me– con los que podrá instaurar el orden y la armonía y dirigir la ciudad de Uruk –a ella dedicada–, desde las más elevadas relacionadas con la Inteligencia y el Conocimiento, el sacerdocio, el gobierno del mundo o realeza y el oficio de la guerra y la autoridad militar, pasando por la entrega de la Verdad, el descenso a los infiernos y el regreso de los infiernos (o sea todo lo vinculado con la iniciación y su efectivización) y el arte en todas sus vertientes, incluyendo la música, el canto y la danza, las habilidades manuales, el arte de trabajar la madera y los metales, el del metalista, del curtidor, del tejedor de ropas, de la escritura y la arquitectura, etc., etc. Se dice que Inanna recibió estos valiosos poderes espirituales y cargándolos en su barca celeste se los llevó hasta su ciudad, que prosperó por siglos al estar regida por todas estas potencias universales. Además de los ya enumerados, queremos destacar estos otros me asociados directamente al tema de la prostitución que estamos abordando, como son el erotismo, las relaciones sexuales, la prostitución y la ley, la hierodulía celeste, el travestismo, la purificación sagrada y la belleza de la mujer.2 Se dice que el templo de Inanna en Uruk estaba regentado tanto por sacerdotes como por sacerdotisas (llamadas naditu) que vivían enteramente consagrados a los ritos y culto de la diosa, además de contar con innumerables “esclavas sagradas” que se entregaban a actos sexuales rituales para vivificar su energía. Se trataba, pues, como ya se ha dicho más arriba, de una dedicación emparentada con el Conocimiento, con el hacer sagrado, y no con el comercio o el lucro individual. Y esto es lo que nos interesa poner de relieve en estas páginas, la idea de que la prostitución en tiempos antiguos cumplía ante todo una función cosmogónica. Las fuerzas supranaturales se encarnaban en mujeres intermediarias y ejecutoras del mandato divino; investidas de las potencias de la diosa, radiantes de belleza y poder de atracción, promovían las uniones a todos los niveles a través de la activación de la sexualidad –que no es sólo genital como se cree hoy en día–, sino que, como nos recuerda Federico González:
Sexo ritual, figuras en plomo. Templo asirio de Ishtar en Assur. Dibujo de Tessa Rickards. Por lo que bien haríamos en soltarnos un poco la melena (seguramente a eso se refiere uno de los me que recibe Inanna, el que se enuncia justamente como “la Cabellera echada sobre la nuca”) para sumergirnos en este tema tan mal estudiado, condicionado por miles de prejuicios, y sobre todo, marcado por el desconocimiento de una concepción tradicional en la que todo, absolutamente todo es sagrado, y la complementación constante de los opuestos un rito que se opera a varios niveles, tantos como son los indefinidos estados del Ser Universal, el cual emana de un punto indivisible que se polariza aparentemente en un macho y una hembra prototípicos, abocados sin descanso a las cópulas para generar todos los seres de la creación, y a la inversa, llamados a unirse en cuerpo y alma, para devolver todo lo disperso a ese punto original. Esto que muy sintéticamente se recoge, por ejemplo, en el símbolo del caduceo de Mercurio es un proceso de bajada y subida que lo abarca todo y que está regido por la atracción y repulsión de los opuestos en cada uno de los mundos o planos que conforman el Ser Universal, del que el ser humano es una miniatura. O sea que nada más natural que haya habido miles o millones de mujeres libradas por entero a la realización de su verdadero ser apoyándose en las artes amatorias de Afrodita. Ishtar, relieve. British Museum, Londres. Cómo se desarrollaban estos ritos en los templos sumerios o babilonios sigue siendo un misterio, aunque por referencias de escritores griegos sabemos que con motivo de la celebración del Año Nuevo, el rey que encarnaba a Dumuzi –el esposo de Inanna– se unía con una sacerdotisa que simbolizaba a la diosa en la parte más secreta del templo, y esta cópula sagrada traía la regeneración a todo el reino. Por el testimonio de Herodoto, en su Los nueve libros de la Historia I, 181-1834 descubrimos este otro rito realizado en el templo de Marduk en Babilonia:
Los protagonistas de estos ritos sexuales son siempre una pareja, donde la mujer es una sacerdotisa o bien esclavas de los templos, o como veremos a continuación, todas las hembras de un territorio; en el caso de la contraparte masculina se trata del monarca, otras veces de varones en general, e incluso es el dios invisible el que mantiene el trato íntimo con la mujer que encarna a la diosa. Sello sumerio con escena erótica. Veamos lo acontecido en Babilonia, donde siguiendo con el testimonio de Herodoto, todas las mujeres debían prostituirse una vez en la vida, sellando así un compromiso interno con la energía de la diosa del amor. Un tanto estupefacto y hasta escandalizado, el historiador relata:5
¿Entendemos cabalmente el alcance de esta “prostitución” masiva? ¿Y el de las “esclavas sagradas”, que paradójicamente eran mujeres liberadas de las cargas del matrimonio y de la familia que decidían vivir por siempre entregadas al culto de la diosa del amor, donando todas las ganancias que obtenían para el mantenimiento de su templo? ¿Cómo comprender estos gestos desde nuestra mentalidad tremendamente mercantilista y materialista? Hoy en día los etiquetaríamos de explotaciones sexuales o de actos de lo más promiscuo, porque ya nadie concibe que el ser humano de la antigüedad era uno con la deidad y que el trato con los dioses era consubstancial a su vida; que entregarse en cuerpo y alma era un vehículo de autoconocimiento, y que dar vida a la diosa, infundiéndose de todos sus atributos, era atraer su poderosa energía unitiva, que culminaba en la relación sexual –física o intelectual, o ambas cosas a la vez–, siendo esa hierogamia un acto sagrado a través del cual el ser humano podía hacer consciente otros estados de sí mismo, bestiales o angélicos, y hasta ir más allá, vivenciando su androginia y el estado de unidad del que aquél emana. Templo de Afrodita en Afrodisias, Turquía. Por eso Grecia, tierra tan abierta a las influencias del medio Oriente, adoptó muchos de estos ritos para dar culto a la diosa Afrodita, donde sus templos repletos de esclavas sagradas proliferaron por todo el territorio, tal como refiere este texto:
Y este otro:
Nacimiento de Afrodita, Nacimiento de Afrodita, Museo del Palacio de Altemps o Ludovisi, Roma. Detalle de una música. Por lo que se ve, la función de las prostitutas era reconocida e incluso respetada, puesto que en una sociedad jerarquizada como la griega, la mujer debía cumplir distintas funciones, desde la de asegurar la descendencia y el cuidado del hogar encomendada a las esposas, pasando por el equilibrio de las pulsiones y acoplamientos al que contribuían las prostitutas de los diversos rangos, más la dedicación a los ritos de culto y vivificación de las deidades que desempeñaban las sacerdotisas y las llamadas “esclavas sagradas” de los templos, que no eran como hoy en día espacios vacíos que sólo se llenan, o no, en las horas de las celebraciones, sino recintos rebosantes de vida y con muchos habitantes, desde los oficiantes y ayudantes pasando por un nutrido personal fijo, más todos los visitantes, peregrinos, etc.; o sea, que los templos eran un pequeño cosmos completo. Había en Grecia distintos tipos de prostitutas. Las de más baja raigambre eran las pornai, o sea trabajadoras sexuales dependientes de un proxeneta –“pastor” se lo llamaba– que prestaban sus servicios en prostíbulos; luego, las prostitutas independientes que trabajaban en la calle, las cuales utilizaban diversos tipos de reclamos publicitarios, se maquillaban y debían registrarse en la ciudad y pagar impuestos. Pierre-François Hugues d’Hancarville, The complete collection of antiquities from the Cabinet of Sir William Hamilton, Ed. Taschen. Las primeras, parece ser que fueron introducidas en Atenas por uno de los siete sabios:
En tercer lugar estaban las heteras, mujeres libres que además de trato sexual ofrecían compañía a los varones, podían participar en los banquetes y eran cultas e instruidas, algunas de ellas riquísimas y muy influyentes en política y en otros ámbitos culturales. Tenían casa propia y un séquito de jóvenes a las que enseñaban el oficio. Se las llamaba las “Compañeras de Afrodita” y esto hacía que todo lo que atañía a la diosa les fuera propio; procuraban placer, alegría y goce, no solamente físico sino también anímico e intelectual. Eran bellas, persuasivas, amantes de las artes a las que solían inspirar y proteger. Sabían de danza, de música, de poesía y de canto. Eran musas para pintores o escultores, tertulianas de filósofos, consejeras de políticos, o sea mujeres a la sombra del gobierno, promotoras culturales y por encima de todo, inspiradoras y despertadoras de las ideas que conducían a la vivencia de la Belleza, de lo que hablaremos más ampliamente cuando nos refiramos a las sacerdotisas y “esclavas” de los templos. Ibíd. Los mejores testimonios de lo dicho los encontramos reflejados en las pinturas de las cerámicas áticas, por lo que detendremos un momento el discurso y nos dejaremos embriagar, raptar, por estas escenas llenas de encanto, donde uno casi percibe los aromas y sabores mientras se deleita entre cantos y músicas de arpa y flauta, dejándose transportar a un espacio en el que brilla la belleza y la armonía por doquier. Nótese la presencia de símbolos recurrentes, como las flores, los espejos, lazos y cintas (¿para las ligaduras?), círculos y anillos (¿simbolizando alianzas y vínculos?), una especie de hojas que bien pueden ser penes aéreos, cajas que guardan secretos, velos y desvelos, coronas, huevos y palomas, aves consagradas a Afrodita. O sea que la meretriz realizaba una serie de ritos mágicos con repercusiones no solamente microcósmicas, sino también macrocósmicas, al activar a través de encantamientos, ensalmos, conjuros, filtros, aromas, etc., ciertas vibraciones que se relacionaban con otras conformando una red de analogías que son las de la propia trama y urdimbre del universo. Y todo ello, además, para que en este preciso instante, al contemplar dichos símbolos, podamos acceder a un plano de la realidad invisible que está aquí, en nuestra conciencia, esperando ser evocado. Un ámbito en el que la mente se libera de cadenas y el alma vuela libre arrebatada por la poderosa atracción que ejercen los cuerpos y almas bellas, y también las ciencias y artes que se fundamentan en la armonía y buscan siempre restaurar un equilibrio en permanente desequilibrio. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd. Ibíd.
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