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EL LUJO EN LAS SOCIEDADES TRADICIONALES |
Acudimos raudos, como cada vez que se exhiben vestigios arqueológicos de sociedades tradicionales, a la nueva exposición del CaixaForum llamada “Lujo”. En ella podemos ver distintas piezas que van de los asirios a Alejandro Magno. Lo primero que nos llama la atención es el propio título que han dado a la exposición y el concepto de lujo asociado a las piezas arqueológicas que se exponen; todo ello nos invita a reflexionar sobre qué entendían en las sociedades tradicionales por lujo. Lujo aplicado tanto al arte como a la arquitectura, etc. Encontramos por ejemplo un umbral de puerta tallado, que es un trozo de pavimento de piedra calcárea perteneciente al Palacio Norte de Nínive, en Irak (654-640 a. C.) que destaca por sus grabados de geometría sagrada. También hay un huevo de avestruz tallado con geometrías y motivos vegetales y animales, un huevo de una belleza singular (hallado en la tumba de Isis, en Vulci, Italia, del año 600 a. C.). De igual modo se expone una jarra de oro macizo con una cabeza de león en su asa (hallado en Tayikistán y datado del año 500 a. C.); es una pieza de una delicadeza y de una belleza extraordinarias. O un vaso de plata para servir vino con cabeza de grifo alado (del 500 a. C., hallado en Turquía). En general todas las piezas son de una finísima y exquisita factura artesanal y artística. Y nos preguntamos sobre el sentido del lujo de estas piezas en su contexto, es decir, donde todo era del mismo tenor, fueran palacios o templos de culto. ¿Qué significado o qué función tenía todo esto? De todas las diversas definiciones o acepciones de la palabra “lujo” quizá la más universal sea la de aquello a lo que le damos más valor o mucho valor. En tal sentido para una sociedad tradicional el símbolo, el rito y el mito es el tesoro más valioso y todas estas materializaciones son sólo soportes para darles cabida y lugar. Como también sabemos, por cuestiones cíclicas estamos en la edad más oscura del hombre y nos hallamos al final de un ciclo y esto implica un estado invertido respecto a la edad más luminosa del hombre, la Edad de Oro. Por constituir la actual las antípodas de esta edad dorada, la idea de lujo no es una excepción de esta inversión y para el hombre moderno el lujo es justamente una visión chata, material y literal de los objetos preciosos, incluidos los de la propia exposición, pero sin tener ningún tipo de visión sintética sobre lo que el símbolo intenta transmitir y, por lo tanto, quedándose apartado totalmente de la esencia y de la idea de aquello que el propio símbolo trata de transmitir. El lujo, pues, para las sociedades tradicionales no era opulencia gratuita y vanidosa o extravagancias superfluas. Materiales preciosos como el oro, la plata, el marfil o el mármol eran apreciados por su valor simbólico. El oro simboliza la pureza y la incorruptibilidad del Espíritu; también la iniciación solar. Si el Paraíso es un estado de la conciencia, el verdadero lujo es la Sabiduría. “Mi Reino no es de este mundo”, dijo el profeta. De modo que todo lujo verdadero es inmaterial y remite a lo metafísico. Pertenece al Orden divino. A lo iniciático y espiritual. Y toda representación artística de grado superior está llamada a conducir al alma por estos ámbitos del Ser pues de otro modo es un lujo material tramposo y que atrapa por sí mismo, que apega y sólo es lo bello por lo bello o lo ostentoso por lo ostentoso. Pero al final, es el pensamiento el que determina como concebir ese arte material, si encadena al alma o justamente la libera –auténtico propósito y vocación del arte tradicional y de todo proceso iniciático–. El mayor de los lujos, el mayor de los tesoros, es la capacidad de ver a través de los objetos, a través de las cosas. A través del símbolo en definitiva. Y vislumbrar precisamente por su intermedio ese Reino que no es de este mundo. El verdadero lujo es, pues, el Símbolo y la capacidad del alma de conocer a través de él. Roberto Castro |
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