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LUCRECIA HERRERA |
Hablar de Orfeo no es asunto fácil dadas las numerosas y diversas historias que de él se han narrado a través del tiempo por historiadores, sabios, poetas, cantores, dramaturgos y filósofos de la antigüedad2 sin mencionar a los innumerables comentaristas contemporáneos. Aunque algunos, no siempre en total concordancia con sus ideas y enseñanzas desatando controversias y polémicas pasiones. Pero nadie queda indiferente a ellas. Pronto se topa quien en esta historia penetra con la cuestión de si Orfeo verdaderamente existió o si es un personaje nacido de la imaginación popular, la leyenda o el mito. Orfeo, o la “entidad” que se oculta tras este nombre, ha desempeñado muchos papeles como actor en el gran teatro del mundo, pero lo que se oculta tras ese nombre pertenece al mito por su remoto pasado y misterio, tomando en cuenta que lo que sabemos de él nos ha llegado a través de los autores de la antigua Grecia inmersos en las corrientes religiosas de épocas muy posteriores, puntos de vista diversos, y las ideas y creencias de quienes a él se han referido. Mas,
Por un lado, Orfeo ha sido considerado como un theólogos, y uno de los más renombrados. Pues es por la palabra escrita, que da cuenta de una cosmogonía con ciertas peculiaridades a él atribuida, que su teogonía perduró a lo largo del tiempo, o mejor, las ideas que allí se plasman pues éstas, aunque hayan sido escritas muy posteriormente por otros autores, habrían sido inspiradas y transmitidas en su origen por la voz de Orfeo. Y en épocas ulteriores adaptadas y reescritas por autores clásicos, los llamados “órficos”, y poetas anónimos o no, que valiéndose de la figura mítica de Orfeo las acogieron dándoles variadas interpretaciones y distintos nombres. De hecho,
Pero ante todo, la tradición ha reverenciado a Orfeo como un poeta y cantor inspirado por el dios de la luz, la armonía y la belleza, el majestuoso y brillante Apolo y la Musa Calíope, la de la “voz más bella”, de quienes se dice eran sus padres. Conocedor del poder de la Palabra, la magia y el encantamiento que produce la música en el alma humana y en la naturaleza entera, de su voz emanaba el hechizo de un canto que versaba sobre las cosas divinas: un relato sagrado o hieros logos que se refería al Origen, “al Caos inmenso”, a la “indefinida tiniebla interminable”, a Noche, y a Tiempo “que no envejece”; al Huevo cósmico y el nacimiento de Eros, llamado Fanes, y a las distintas generaciones de los dioses en el gobierno supremo del universo, sus relaciones y luchas, de dónde la creación del cosmos y su ordenamiento. De allí, el origen del hombre y su naturaleza mixta: celeste y terrestre, la inmortalidad del alma y su dificultoso viaje post mortem hacia la liberación final. “Fundador de iniciaciones” y de “misterios”, Orfeo atribuía gran importancia a la purificación del alma y decía que sus enseñanzas estaban dirigidas a los “conocedores” aunque ocultas tras la poesía. Una teogonía arcaica anterior a la de Hesíodo, que es la más antigua que se conoce en la cultura griega, y aún, a los poemas épicos cantados por Homero que giran en torno a “la religiosidad olímpica”, y que contrastan radicalmente con las ideas y prácticas que enseñaba Orfeo. De hecho es interesante destacar, aquí, lo que señala Mircea Eliade en su libro Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas II:5
Y más adelante,
Vinculado íntimamente con Apolo, dios de la prudencia, la mesura, el orden y el autoconocimiento, Orfeo también lo está con Dioniso, –“el delirante” de embriagador canto acompañado de sus Ménades o Bacantes, enloquecidas por su sagrado y catártico rapto, “el éxtasis de la manía”–,8 como se verá, y ambos cultos incluían iniciaciones y éxtasis pero de distinto tipo y hasta antagónicas. No obstante, ambas deidades tienen su santuario en Delfos. Aunque Eliade aclara en su libro El Chamanismo9 que “el entusiasmo báquico no recuerda en absoluto el éxtasis chamánico. Por el contrario, es Apolo a quien se parecen algunos personajes legendarios griegos que se podrían comparar con los chamanes”.10 Sobre todo, cuando se supone que estos personajes –como Abaris, a quien se menciona en la cita anterior–, llegaron a Grecia procedentes del Norte, del país de los hiperbóreos, es decir, de la patria de Apolo.11 Pero no nos detengamos aquí, en este aspecto propio de las culturas arcaicas bien conocido por los Tracios, Escitas y muchos otros pueblos, pero sí nombrarlo para ir penetrando en este personaje tan misterioso y desconocido llamado Orfeo. Más adelante hablaremos de su descenso al país de los difuntos en busca de Eurídice; su muerte y desmembramiento, cuya cabeza, acompañada de su lira, cayó al río Hebro y fue llevada por las corrientes del mar hasta Lesbos. Pero por ahora dejémonos encantar por la magia y el hechizo de su canto.
Cuentan los poetas que con su dulce voz que hacía ritmar al son de su cítara era capaz de encantar y calmar a la naturaleza entera, a los hombres, y a animales salvajes que se postraban a sus pies. Un “héroe” supremo en su arte, estrechamente relacionado con el culto de Apolo del que muy probablemente Orfeo era sacerdote. Apolo, dios de la luz sobrenatural que reparte por todo el universo; el habitante del lejano país de los hiperbóreos, a donde desaparece todos los años para volver cuando todo florece. El del arco de oro y la lira, el certero flechador, “que hiere desde lejos”, Apolo es el dios de la revelación, la profecía y la adivinación, de la medicina, la música y la poesía: inspirador del canto sagrado. En su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos Federico González Frías se refiere a Orfeo como a un dios:
Desde muy antiguo son frecuentes las referencias en la literatura griega a la expedición de Jasón y los Argonautas hacia la Cólquide en busca del Vellocino de Oro. Píndaro, incidentalmente, ya menciona a Orfeo en una de sus Odas con motivo de los juegos píticos, como participante en esta “gesta heroica”. También se tiene noticia de una representación escultórica, un relieve de Orfeo en el navío Argo que data del siglo VI a. de C., un poco anterior a Píndaro, que se encuentra en Delfos.13 Y varios siglos más tarde, Apolonio de Rodas (ca. 240 a. de C.) en su poema épico Argonautiká, describe como:
El centauro Quirón, que poseía el don de la profecía, recomienda a Jasón que incluya a Orfeo entre los tripulantes de la nave Argo por el extraordinario poder mágico de su canto capaz de vencer el hechizo de las voces de las Sirenas,15 mitad pájaros y mitad doncellas.
Al son de su cítara hacía ritmar los golpes de los remos de los impetuosos guerreros, “hombres semidivinos, los mejores que entonces navegaban el altamar”, “contemplados desde el cielo por todos los dioses”.16 Quirón sabía de las aptitudes y conocimientos profundos que Orfeo poseía de las cosas, al igual que conocía a algunos de los héroes que viajaban en la Argo, pues él les había instruido, cuando jóvenes, en las artes sagradas templando su alma. Por lo que confiaba que este delicado cantor divino –exento de atributos guerreros–, renombrado mago, adivino y curandero, sacerdote del culto de Apolo, soberano de la Pieria, “que por su parentesco estrecho con los dioses, tenía ciertos poderes sobrenaturales”,17 mantendría vivo el recuerdo de quienes eran y de dónde venían, es decir sus orígenes ancestrales, oficiando en los ritos, purificaciones e invocaciones, alejando los peligros que les acechaban, alentando y apaciguando a los navegantes con su canto cuando en discordia y difíciles circunstancias se encontraban.
Según el relato de Apolonio, Orfeo podría haber vivido en la “Edad Heroica”, varias generaciones antes de Homero;19 y considerado con respecto al tiempo, a la par de una figura como Heracles, uno de los argonautas.20
Sin embargo, Heródoto parece situarlo posterior a Homero y Hesíodo,
Probablemente, Heródoto pensaba que Orfeo –aunque no lo nombra, pero lo insinúa–, era posterior, justamente, porque ni Homero ni Hesíodo lo mencionan y “no se ha conservado ningún poema de la época de los héroes homéricos”.22 Ya en el siglo IV de nuestra Era da comienzo otro relato mítico, anónimo, llamado las Argonáuticas Órficas, basado en el poema de Apolonio de Rodas pero narrado en primera persona. En este poema Orfeo ocupa un papel casi protagónico en relación a Jasón, ya que toda la narración gira en torno a él presente en los momentos que peligra la embarcación como cantor, músico y sacerdote. Invocando a Apolo, sigue una detallada narración de la que citamos apenas unas líneas por su extensión, transmitiendo a su discípulo o su hijo, Museo, las enseñanzas e ideas que él dice jamás antes refirió.
Y a Museo,
Diodoro de Sicilia escribe en su Biblioteca Histórica que Orfeo tenía gran conocimiento de las cosas divinas, y nos da noticia de su viaje a Egipto:
y más adelante agrega que
Hay quienes aseguran que el verdadero origen de Orfeo era macedonio y “hablan de él como oriundo o habitante de las cercanías del Olimpo”.27 Inclusive, Walter Otto en su libro La Musas, origen divino del canto y el mito28 nos dice que “su hogar es la tierra de las Musas piérides en el Olimpo”, de donde su instrucción en el canto sagrado, por su madre, la Musa Calíope, la música y la ejecución de la lira inspirado por Apolo. Y Apolonio en su Argonautiká refiere que Orfeo nació “a los pies de la cima Pimplea”, esto es en el Monte Pieria, en Macedonia, al norte del Olimpo. Ya Estrabón en sus escritos da cuenta de ello diciendo que,
Pero muy a menudo se le hace hijo de Eagro, rey de Tracia, un dios-río tracio [Óiagros] cuya etimología hace de él “el solitario morador de los campos”, “cazador solitario” y también “poseedor de tierras y ovejas”, del cual nace el Hebro. Aún cuando del nacimiento de Orfeo no hay relatos, sí se encuentra una referencia al final de las Argonáuticas Órficas a la unión de su madre, la musa Calíope, con Eagro en una cueva de Tracia.
Dirijámonos, pues, a Tracia, a esa tierra llena de minas de oro y plata, de espléndidos corceles e intrépidos guerreros que celebraban la muerte; de magos y chamanes, y “cantores divinos” hijos de las Musas o de Apolo, como lo fueron Lino, considerado maestro en estas artes y hermano de Orfeo, que pronto encontró la muerte por rivalizar con su propio padre, Apolo; y el bello y desafortunado Támaris que ensoberbecido delante de las Musas, “lo castigaron con la ceguera, privado del canto divino por su arrogancia”.31 Cantores que provocaron la ira celeste por querer igualarse a los dioses. Sin olvidar a Museo cuyo nombre “conserva la raíz de Mousa, musa, música y canto”, a quien a menudo se nombra junto a Orfeo como su discípulo, o su hijo, consagrado y vinculado a Eleusis.32 Recordemos, también aquí, a uno de los grandes héroes no conocido por el canto pero sí por un “fulgor” y gran belleza “destinado a desparecer rápidamente, luego de un corto alumbrar”33 como lo fue el joven guerrero, Reso, rey tracio, hijo de la Musa y del dios-río Estrimón, quien acudió como aliado a luchar al lado de los troyanos y fue muerto en emboscada mientras dormía al lado de su áureo carro tirado por veloces caballos en las afueras de Troya.
De este héroe se cuenta que todas las cosas en torno a él eran de oro y plata, como lo describe Homero en el canto X de la Ilíada,
Y en la tragedia Reso de Eurípides es un mensajero quien le ha visto,
De este pueblo de valientes guerreros, Heródoto dice que,
Mas, firmes en la memoria de sus verdaderos ancestros,
A falta de testimonios escritos, poco sabemos de Tracia, más cuando se dice que los sacerdotes y monjes tracios desconfiaban de la escritura.38 De hecho lo relativo a su mitología, teología y sus ritos nos ha llegado a través de autores griegos y latinos. Y es gracias a Heródoto que recogió lo que había oído de las costumbres populares, que tenemos noticias de ciertas deidades que formaban parte de su panteón. Desde antiguo Tracia fue considerada la patria de Marte, dios de la guerra, y se dice que estos pueblos eran famosos por sus “virtudes guerreras y por su indiferencia ante la muerte”, ya que les parecía magnífico morir. Por otra parte es posible que este Marte tracio, originalmente, haya sido un dios celeste que luego fue vinculado por los griegos con un dios de la tormenta y la guerra. Pues hay otro dios conocido con el nombre de Zbelsurdos, cuya etimología, por la segunda parte de este nombre, (-surdos), deriva de la raíz *suer = mugir, zumbar, relacionado con la tormenta, análogo al dios griego Zeus.39 En este caso, se dice, Diana estaría asociada a una divinidad ctónica –como la llama Heródoto, en vez de Deméter–, por la naturaleza salvaje de los bosques y montañas de Tracia, análoga a las diosas tracias Bendis y Kotyto.40 Por tanto,
Y en relación al Mercurio tracio, o Hermes, por quien dice Heródoto juraban los reyes considerándose sus descendientes, parece ser difícil de identificar, pero según varias fuentes podría interpretarse como una divinidad solar que, unos siglos más tarde, se identificaría con el dios Apolo. Del culto a Dioniso tenemos noticia por Eurípides en su tragedia Bacantes, descripción que recuerda los ritos al “Dioniso tracio”:
Eliade, renombrado autor rumano, conocedor profundo de las manifestaciones mágico-religiosas de estos pueblos explica que,
Estas similitudes entre el culto de Apolo y Dioniso que comparten algunos atributos, no debe sorprendernos si recordamos que en el Árbol de la Vida sefirótico estas dos deidades, no obstante se oponen, se ubican en el eje vertical, y específicamente en el centro o corazón del Árbol y del hombre, en la sefirah Tifereth, donde se conjugan y complementan. Espacio sagrado donde yace el fuego, el altar de sacrificio donde el iniciado se entrega a lo más sagrado, muriendo al mundo profano y naciendo a la realidad del espíritu. Habiendo llegado al centro de sí mismo, ha reconocido su Verdadera Identidad, el Sí Mismo en sí mismo, o sea, a la divinidad que en él mora. Fecundado entonces por la luz de la Inteligencia, habiendo vaciado previamente la copa de su corazón, recibe los efluvios de lo más alto, vivenciando los estados superiores del ser que se abren hacia lo universal, a lo inalterable, lo divino y eterno, desatando, por fin, “el nudo que nos mantiene atados la individualidad”, es decir, “a un estado particular del ser”,44 en un viaje vertical ascendente hacia la sumidad del Polo conducido por Apolo, dios de la “luz” espiritual y la Inteligencia que reúne en sí todos los aspectos del Ser. O, descendiendo con Dioniso, el “delirante”, a las profundidades de sí mismo y disuelto en el éxtasis y el delirio báquico, morir al estado anterior –cambiando de piel como las serpientes que llevan las bacantes en sus manos, “símbolo de muerte y resurrección”–, y superada la condición humana, pueda renacer divinizado junto al “niño Dios”, Dioniso, “el nacido tres veces”. ¡Invoquemos de todo corazón a estas deidades nos guíen hacia la “luz”, y finalmente, a la liberación total! Y volviendo a Orfeo, preguntamos: ¿Quién es Eagro? ¿Cómo llegó a ser rey de Tracia? ¿Cuál es el vínculo que une a Orfeo, su hijo, con Dioniso y los ritos a él atribuidos? Oigamos a Diodoro de Sicilia (siglo I a. de C.) que en los tomos III y IV que comprenden su Biblioteca Histórica habla en profundidad de Dioniso y sus ritos. A propósito de la llegada de esta deidad a Tracia nos dice:
Al narrar lo que dicen aquellos mitógrafos “que presentan corpóreo al dios”, llega a Orfeo de esta manera:
Así llegó Orfeo a heredar el reino de Tracia y los antiguos ritos y misterios a él transmitidos, de generación en generación, de su padre Eagro y su abuelo Cárope, que luego reformó inspirado por el luminoso dios Apolo, su padre espiritual, el purificador e instructor en el arte de “curar” el alma, patrón de la música divina y la medicina por excelencia, a quien servía en su culto.
Muchas cosas se narran de Orfeo, tan misterioso por su antigüedad y su influjo en la mentalidad popular, cuyas enseñanzas revolucionaron el pensamiento y la vida de todo un pueblo. Se dice que fue fundador de religiones mistéricas siendo el primero en revelar a los hombres el profundo sentido de los ritos de iniciación.47 Transmitió una cosmogonía a él revelada por los dioses transformando e instaurando nuevos ritos mistéricos, enseñando a los hombres el arte de la agricultura, erradicando la omofagia y las prácticas antropofágicas de los primitivos y salvajes ritos y fiestas dionisíacas en las cuales se vivificaba la muerte de Dioniso e ingestión de su cuerpo por los Titanes, y su posterior tercer nacimiento, en total correspondencia con las ideas transmitidas en el mito de los Titanes y su teogonía. Recordemos nuevamente que Orfeo también estaba vinculado al culto del dios Apolo,
Predicó las ideas dionisíacas pero al mismo tiempo las transformó. Cuestión fundamental en sus enseñanzas y su función como reformador de los nuevos ritos iniciáticos y sus prácticas, adaptándolas a un nuevo ciclo e inculcando ciertas normas de conducta y purificación relacionadas con el viaje del alma al “Más Allá” que tanto influenciaron el pensamiento de pitagóricos, platónicos y gnósticos extendiéndose hasta los primeros cristianos. Mas,
Esto nos lleva al mito de “Orfeo y Eurídice” que narra su descenso al mundo de los muertos para rescatar a su esposa, la ninfa Eurídice, muerta por la mordida de una serpiente, “encantando” y persuadiendo con su canto al mismo Hades y a Perséfone para que le devolviera la vida; cosa que conseguirá con la condición de que no vuelva su rostro a mirarla hasta salir de las profundidades del Hades y culmine su ascenso al mundo superior; pero al desobedecer pierde a Eurídice por segunda vez. Igualmente hay relatos en los que se asegura salió victorioso del inframundo. Sin embargo, en la antigua leyenda no parece haber testimonios concluyentes sobre este supuesto final feliz. Inclusive, Platón en el Banquete, señala que Orfeo no estuvo dispuesto a morir por amor, como Alcestis por su marido, acto altamente valorado por los dioses, razón por la cual éstos no le permiten llevarse a Eurídice al mundo de los vivos. Dice Platón por boca de Fedro que,
Según la tradición ciertos héroes e hijos de dioses, como Asclepio, han incurrido en transgresiones por las que han recibido “un castigo” o han sido muertos por el mismo dios. Orfeo poseía un gran poder que sobrepasaba los límites humanos, y se vale de ello al tratar de atravesar los límites entre la vida y la muerte, por lo que es “castigado” como veremos más adelante, con una muerte ejemplar en manos de las mujeres de Tracia o por las ménades que lo despedazan. A. Bernabé, en un extenso libro sobre Orfeo apunta que,
Orfeo persuade con el hechizo de su canto a Hades y Perséfone quienes le conceden lo que pide pero con una condición, la de no volver la vista hacia atrás hasta salir a la luz. Sin embargo,
En esa condición está implícita la imposibilidad de romper el orden natural de las cosas. Orfeo, un mortal, aunque con facultades suprahumanas incumple el mandato de las deidades del inframundo al volver la vista antes de tiempo para cerciorarse si su esposa viene tras él, y pierde a Eurídice. Las deidades del inframundo le conceden salir al mundo de los vivos pero sin Eurídice. Concluyendo este autor que estamos citando que,
Aunque debemos aclarar un aspecto importantísimo que sobrepasa el punto de vista moral y religioso. Si bien la transgresión es sancionada por los dioses, igualmente, es por la ruptura de los límites que atan al hombre a su humanidad que él puede acceder al conocimiento de otras realidades, desconocidas por esa misma limitación o estado del Ser, y que no podría conocer si no violentara, de alguna manera, esos límites. Conociendo la vida y la muerte es que se accede más allá, a la verdadera inmortalidad del alma. Ya nos recuerda Federico, en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos que,
Así, por su descenso al inframundo es que Orfeo adquiere el conocimiento del destino de la almas en el otro mundo. Al poseer los secretos del Hades puede comunicarlos y guiar a sus seguidores, convirtiéndose en mediador entre la vida y la muerte, entre los dioses y los hombres por su experiencia, es decir por lo que allí vivió y comprendió, instruyéndoles, a través de la iniciación en estos misterios, el camino a seguir para alcanzar ese país privilegiado del que habla Platón en el Fedón.55 Ya se hace alusión en las Argonáuticas Órficas a las visitas de Orfeo al Ténaro para hacer sacrificios a los soberanos del inframundo. También se hace referencia a lo que Orfeo le refiere a Museo, su discípulo, acerca de lo que contempló y comprendió cuando se encaminó, “por la tenebrosa vía del Ténaro, al interior del Hades, confiando en su cítara, por amor a su esposa”. De aquí que posteriormente los “órficos” en sus enseñanzas y doctrinas pusieran tanto énfasis en la iniciación en los nuevos misterios, la purificación del alma y su comportamiento, preparándola para este viaje al “Más Allá”, con Orfeo como intercesor y consejero.56 De su trágica muerte se cuentan varias versiones. La más antigua conocida es la que narra Esquilo de su desmembramiento por las ménades en una tragedia perdida, Las Basárides (470-460 a. de C.).57 Dice que al descender al Hades en busca de su esposa,
Éstas lo desgarraron en pedazos en un acto de frenesí báquico, como lo narra Virgilio:
Cuentan los poetas que fue su madre, Calíope, en compañía de sus hermanas las Musas quienes reunieron los restos dispersos y los enterraron “en los llamados libertos” en las cercanías del Monte Olimpo. Pero, en un epitafio de la tumba de Orfeo que se mostraba en la ciudad de Dión en Macedonia, se decía que Orfeo había sido víctima de un rayo de Zeus. En su libro Orfeo y la religión griega, Guthrie señala que Pausanias cita este relato, y dice que se debió a un castigo: “Orfeo causó trastorno de modo muy semejante a Prometeo, porque en sus misterios enseñó a los hombres cosas antes desconocidas para ellos”. Pero oigamos lo que dice el mismo Pausanias (IX 30):
Y otros más cuentan que la causa fue el desdén con que Orfeo trató a las mujeres después de la muerte de Eurídice. Conón dice que se negaba a “iniciarlas en sus misterios” y Pausanias, “que seducía a sus maridos apartándolos de ellas ya que encantaba a los guerreros tracios con su lira y su canto”.61
Según Conón, destacado general Ateniense que vivió entre el 444 y 390 a. de C.:
Pero,
Aún muerto, se decía que la cabeza de Orfeo siguió cantando tan lozana y fresca, hasta llegar a Lesbos, curiosamente, el lugar considerado como cuna de la lírica. ¿Acaso será ésta una coincidencia? |
NOTAS. | |
* | Extraído del libro de: W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. |
1 | En esta oda, Pítica IV, Píndaro hace alusión a la expedición de los Argonautas al Mar Negro donde narra que entre los héroes se encontraba Orfeo, siendo ésta una de las dos versiones parciales, fuera de la de Apolonio de Rodas que ofrece la versión épica completa de esta saga en la antigüedad. La otra es Medea, de Eurípides. Píndaro, Odas y fragmentos. Píticas IV, 176-177. Ed. Gredos, Madrid, 1984. |
2 | Mitos y ritos, ideas y enseñanzas simbólicas transmitidas por Orfeo que fueron narradas y difundidas posteriormente por los grandes poetas. Píndaro, originario de Beocia, los latinos Virgilio y Ovidio que relatan detalladamente su descenso a los infiernos, y los grandes dramaturgos de la tragedia y la comedia: Eurípides, Esquilo, Sófocles, Aristófanes, etc., etc., etc., además de los historiadores, sabios y filósofos, como veremos, que componen una larga lista a través de la historia –de los que algunos citaremos–, anteriores y posteriores a Pitágoras, Plutarco, Platón, Aristóteles, Proclo, etc., etc., etc., por mencionar sólo a algunos de ellos. |
3 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Editorial Universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1970. |
4 | Alberto Bernabé, Hieros Logos. Poesía órfica sobre los dioses, el alma y el más allá. Introducción. Ed. Akal, Madrid, 2003. |
5 | Mircea Eliade, Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas II. Cap. X. Ed. Paidos, Barcelona, 1999. |
6 | Ibíd. |
7 | Ibíd. |
8 | Colección Aleteo de Mercurio 2, Las Diosas se Revelan, Mireia Valls, con la colaboración de Lucrecia Herrera. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017. |
9 | Mircea Eliade, El Chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Cap. XI, La Grecia Antigua. Fondo de Cultura Económica, México, 1960. |
10 | Ibíd. |
11 | Ibíd. |
12 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Orfeo. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. |
13 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Op. cit. |
14 | Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas. Introducción y notas de Carlos García Gual. Alianza Ed., Madrid, 1987. |
15 | “... hijas de Aqueloo, asaltan con el hechizo de sus dulces cantos a cualquiera que allí se aproxime. Las dio a luz, de su amoroso encuentro con Aqueloo, la bella Terpsícore, una de las Musas, y en otros tiempos, cantando en coro, festejaban a la gloriosa hija de Demeter, cuando aún era virgen. Pero ahora eran en su aspecto semejantes en una mitad a los pájaros y en parte a muchachas, y siempre estaban en acecho desde su atalaya de buen puerto. ¡Cuan a menudo arrebataron a muchos el dulce regreso al hogar, haciéndolos perecer devorados! Sin reparos, también para los Argonautas dejaron fluir de sus bocas el canto armonioso. A punto estuvieron allí de lanzar las amarras de su nave sobre aquellas riberas, de no ser por el hijo de Eagro, Orfeo el Tracio. Tomó él en sus manos su lira Bistonia, e hizo sonar la rápida melodía de un canto de marcha ligera, para que los oídos que escuchaban zumbaran bajo el son de sus cuerdas. Y la lira dominó la voz de las doncellas. A un tiempo el Céfiro y una ola resonante que se precipitó sobre la popa los apartaron, y las sirenas lanzaron lejos su voz ya indiscernible”. Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas. 900 y siguientes. Ibíd. |
16 | Ibíd. |
17 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Ibíd. |
18 | Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas. Ibíd. |
19 | “Una serie de testimonios –todos ellos bastante tardíos– lo suponen once generaciones anterior a Homero y Hesíodo, de los que sería, además, antepasado”. Alberto Bernabé, Orfeo y la tradición órfica. Un reencuentro I. Cap. II. Ed. Akal, Madrid, 2008. |
20 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Ibíd. |
21 | Heródoto, Los Nueve Libros de la Historia. Libro segundo. Cap. LIII. Ed. Porrúa, México, 2011. |
22 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Ibíd. |
23 | Argonáuticas Órficas, 1-7. Ed. Gredos, Madrid, 1987. |
24 | 10-45. Ibíd. |
25 | Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica. Libro I. Primera parte, 23. Ediciones Clásicas, Madrid, 1995. |
26 | Libro I. Segunda parte, 96. Ibíd. |
27 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Ibíd. |
28 | Walter F. Otto, Las Musas. El origen divino del canto y del mito. EUDEBA, Argentina, 1981. |
29 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. III. Ibíd. |
30 | Argonáuticas Órficas, 1370 y ss. Ibíd. |
31 | Walter F. Otto, Las Musas. El origen divino del canto y del mito. Op. cit. |
32 | Aunque a veces se señala a Museo como hijo de Orfeo, se dice que: “Su madre era Selene, la diosa luna; su padre, Antífenos, hijo de Eumolpo, pertenecía a los héroes sacerdotales de Eleusis; de ese modo su recuerdo está firmemente relacionado con Eleusis y con Atenas. Se dice que él, al igual que Heracles, se había dejado consagrar y que había llegado a ser jefe en la congregación eleusina (Diodoro. IV 25, I). En Atenas debe haber cantado sobre la colina que yace junto a la Acrópolis, la que se llamaba Museo (ahora Philopappos), e inclusive allí debe haber sido enterrado (Pausan. I 25, 8). Walter F. Otto, Las Musas. El origen divino del canto y del mito. Ibíd. |
33 | Ibíd. |
34 | Homero, Ilíada. Canto X. 430-441. Ed. Gredos, Madrid, 1991. |
35 | Walter F. Otto, Las Musas. El origen divino del canto y del mito. Ibíd. |
36 | Heródoto, Los Nueve Libros de la Historia. Libro Quinto, Terpsícore. Cap. VI. Op. cit. |
37 | Ibíd. |
38 | Mircea Eliade, Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas II. Cap. X. Op. cit. |
39 | Ibíd. |
40 | Ibíd. |
41 | Ibíd. |
42 | Ibíd. |
43 | Ibíd. |
44 | Federico González y col., Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Módulo II, “La Puerta”. Revista SYMBOLOS nº 25-26, Barcelona, 2003. |
45 | Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica, Libro III. El mito de Dioniso según los griegos. Introducción, traducción y notas de Francisco Parreu Alasà, Editorial Gredos, Madrid, 2001. |
46 | Ibíd. |
47 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. II. Ibíd. |
48 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Apolo. Op. cit. |
49 | Mircea Eliade, Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas II. Cap. X. Ibíd. |
50 | Platón, Banquete, 179d. Ed. Gredos, Madrid, 1992. |
51 | Alberto Bernabé, Orfeo y la tradición órfica. Un reencuentro I. Op. cit. |
52 | Ibíd. |
53 | Ibíd. |
54 | Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: Mitología. Ibíd. |
55 | Platón, Fedón, 106e-107a, c, d; 108a-e, y 110b y siguientes. Ed. Gredos, Madrid, 1992. |
56 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Ibíd. |
57 | Comenta Guthrie que la “información sobre el contenido de las Bassarídes es prueba bastante clara de que Esquilo se interesaba vivamente en las leyendas de Orfeo, y eso se debía en parte a que él mismo sentía algo del hechizo de aquella mágica figura”, y compartía las ideas transmitidas por los teólogos órficos. “Sin duda Esquilo conocía los textos órficos, lo mismo que Sófocles”. W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. VIII. Ibíd. |
58 | Eratóstenes. Cat., 24, 6-11, Del Canto Nieto, J. R., Catasterismos. Ediciones Clásicas, Madrid, 1992. Extraído de: https://fradive.webs.ull.es/sem/LamuertedeOrfeo14.4-3.5final.htm |
59 | Virgilio, Bucólicas-Geórgicas, 519-523. Ed. Alianza, Madrid, 1986. |
60 | W. K. C. Guthrie, Orfeo y la religión griega. Estudio sobre el “Movimiento Órfico”. Cap. III. Ibíd. |
61 | Ibíd. |
62 | Ibíd. |
63 | Ibíd. |
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