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LA ANTIGUA GRECIA LUCRECIA HERRERA |
Dejémonos raptar por la Grecia de la Antigüedad, por los dioses, sus símbolos, mitos y ritos, y por su pensamiento; y viajemos de la mano de sabios y filósofos por la Atenas de antaño, por los centros sagrados y santuarios más antiguos desde donde se emitía el oráculo del dios Apolo que marcó el destino de toda Grecia y el de muchos hombres que lo consultaron, cumpliendo “aquél destino que tiene por modelo la consecución de la plenitud que corresponde a su Identidad Suprema”,1 recordando también a los héroes protagonistas de las grandes gestas “heroicas”, narradas por los poetas, tan cercanas a nosotros. Sin olvidar aquellos jardines públicos convertidos luego en “parques de enseñanza” en las afueras de Atenas, donde florecieron las escuelas filosóficas como lugares de reunión rodeados de árboles y avenidas en los que solían reuniese a “dialogar” –más bien a practicar el arte de la mayéutica– Sócrates, Platón, y otros alumnos y miembros de la Academia Platónica y de la Atenas de entonces, que años más tarde verían la apertura del Liceo por Aristóteles y, posteriormente, el Jardín de Epicurio. Invoquemos a las sagradas Musas y a la divina Mnemósine, –la Memoria, que siempre es–, diosa que insufla la anamnesis, la “reminiscencia” en los hombres. Que sean ellas las que nos guíen a través del discurso que estamos por dar inicio, con el recuerdo siempre presente de nuestro Origen divino, de quién somos y de cómo todo ha venido a ser. |
![]() Las Nueve Musas. Mosaico del siglo IV d. C. Museo Nacional de Arqueología, Torre de Palma, Monforte, Portugal. ![]() Mnemósine. Mosaico antiguo. Museo Nacional de Arqueología de Tarragona, España. |
Valiéndonos de citas de los poetas y sabios, historiadores e iniciados de la Antigüedad y de aquellos más cercanos a nosotros en el tiempo –guías e instructores en este largo y difícil camino–, que recibieron ese soplo de las Musas, su revelación. Oigamos directamente lo que ellos dijeron y cómo lo dijeron en los textos que dejaron escritos para los que debían recibirlos, comprenderlos y retransmitirlos nuevamente a Occidente. Si bien el antiguo Egipto, al igual que las culturas precolombinas, recibieron la influencia de la Atlántida, los pueblos griegos tienen sus orígenes en una confluencia de dos vertientes: la Apolínea o Hiperbórea venida del norte, es decir, de la Tradición Primordial y de una convergencia de pueblos indoeuropeos, algunos de ellos vinculados también a la Atlántida. En la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha,2 obra de Federico González y colaboradores, se lo sintetiza así:
Se dice que los mitos griegos fueron transmitidos originalmente por tradición oral, poética, y que se remontan desde muy antiguo, probablemente a la época micénica, siendo recitados en celebraciones y fiestas precisas relacionadas con sus ritos, festividades señaladas por el movimiento de los astros que toman los nombres de los dioses, como ha sido en muchos pueblos antes de fijarse en la escritura. No obstante, en esta tradición sus mitos “fueron puestos por escrito en su inmensa mayoría por dos grandes transmisores: Homero y Hesíodo”.4 Homero fija la tradición en sus dos grandes epopeyas, la Ilíada y la Odisea –también en los Himnos a él atribuidos, cantados por los aedos y recitados por rapsodas en honor a los dioses en certámenes, cultos y festividades donde se nombran sus cualidades y atributos–. Gestas heroicas que giran, la primera de ellas, en torno a la guerra de Troya, comenzando con la “cólera” del divino Aquiles –el más bello de los hombres, criado e instruido, templada su alma, junto a su amigo y compañero Patroclo por el centauro Quirón e hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo–, por la deshonra recibida del rey Atrida, Agamenón, al quitarle la esclava que había recibido como botín de guerra, negándose entonces a combatir con las fuerzas griegas. La segunda epopeya se refiere al largo y dificultoso retorno –diez años, un ciclo completo–, del héroe Odiseo o Ulises, hijo de Laertes, rey de Cefalonia, después de la guerra de Troya a su tierra natal, la isla de Ítaca; demora causada, primeramente, por la diosa Atenea, a quién habían ofendido y, luego, por el encono de Posidón, dios de los mares, por la afronta a su hijo, el cíclope Polifemo, a quien Ulises cegó. Al comienzo de la Odisea,5 Homero canta a la Musa así:
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![]() Musa Calíope, con busto de Homero. Charles Meynier, 1768-1832. Colección privada. |
Y a continuación, canta la Musa por boca de Homero ese viaje prototípico y simbólico, cuajado de peripecias por las que atraviesa Ulises: peligros, luchas, naufragios, extravíos, demoras, etc., guiado siempre por Atenea, diosa de la Sabiduría y la Inteligencia, cuya presencia invisible acompaña y guía al héroe hasta el fin, cuando éste alcanza finalmente su destino, su “tierra natal”, aunque allí aún debe recuperar su morada, su palacio, invadido por usurpadores que pretenden hacerse con lo suyo y con la mano de su esposa, Penélope; viaje análogo al largo y difícil camino que emprende el iniciado de vuelta a su morada celeste, a su Origen –y destino–, en búsqueda del conocimiento de sí mismo hasta recobrar su verdadero Ser, fundiéndose con el Espíritu que nunca muere, reconquistando la inmortalidad y recuperando la conciencia de Unidad y el sentido de la Eternidad. Gestas verdaderamente heroicas propiciadas por Amor que lo abarca todo, transcriptas y cantadas por Homero y por los aedos allegados a él –pues se dice que Homero era ciego–, haciendo “aparecer, actuar y hablar” a los mismos dioses familiares a todos, en un tuteo reiterado entre deidades y humanos, “expresadas también a través de una geografía sagrada, que es la de la Antigua Grecia”.7 |
![]() Homero. Jean-Baptiste Auguste Leloir, 1841. Museo del Louvre, París, Francia. |
Señalar, sin embargo, que
Si bien
Y es por esto que los mitos, al igual que los símbolos, deben ser enseñados y aprendidos para poder comprender las ideas que ellos manifiestan, y vivenciar, o sea ritualizar interiormente, aquello que las “leyendas” sagradas nos están transmitiendo, verdaderamente. De hecho,
Por otro lado, canta Hesíodo su Teogonía y Trabajos y Días,11 donde nos describe una teogonía y cosmogonía arcaicas que le son reveladas por las Musas, según nos lo dice él mismo al comienzo de su obra, mientras “apaciguaba sus ovejas al pie del divino Helicón”, advirtiéndole éstas: “–Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”.12 Esto dijeron las Musas Olímpicas, hijas de Zeus y Mnemósine, a Hesíodo, al que dieron un cetro después de cortar “una rama de florido laurel”, insuflándole divina voz “para celebrar el futuro y el pasado” –términos temporales relacionados con la profecía y la memoria, si bien, siempre es ahora en la eternidad del presente–, encargándole “alabar con himnos la estirpe de los Sempiternos dioses y cantarles a ellas al principio y al final”.13 |
![]() Hesíodo y la Musa. Gustave Moreau, 1857. Fogg Museum (Harvard Art Museums) Cambridge, Ma. USA. |
En los Trabajos y Días, Hesíodo conserva la “memoria” de las cuatro Edades de la Humanidad:14 Oro, Plata, Bronce y Hierro, cuyos nombres representan, simbólicamente, los cuatro metales con los cuales se les designa cualitativamente. De aquella Edad de Oro, nos dice estas palabras:
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![]() La Edad de Oro. Robert Willemsz de Baudous. Croatian Academy of Sciences and Arts, Department of Prints and Drawings. |
Mas, en cuanto a la cuarta –o “quinto linaje”–, la sombría Edad de Hierro, cuando las diosas que habitan la tierra alcen vuelo a los cielos abandonando a los hombres a su suerte, este ciclo, seguramente, tocará su fin. Sin embargo, ya en aquellos remotos tiempos, Hesíodo vaticinaba:
Duros y amargos días viven los mortales habitantes de esta última etapa de la Edad de Hierro en la que ahora nos encontramos –aunque a nuestros contemporáneos les parezca que no es así, dada la dureza de su corazón ahora de hierro, y su ignorancia–, considerada como la fase más oscura de este fin de ciclo debido al alejamiento paulatino que ha sufrido la humanidad del Principio, la Unidad Primordial, provocando “que el ser humano fuera perdiendo poco a poco conciencia de sus realidades superiores, viéndose abocado finalmente a desarrollar aquello que en él existe de más inferior y superficial”,17 olvidando completamente de dónde viene y quién es de verdad. En esta obra han quedado fijadas algunas de las tradiciones, fábulas y leyendas de la Antigüedad donde el poeta habla de la justicia y la mesura que debe prevalecer en todo lo que el hombre emprenda, y el trabajo, en el que insta a no dejar para mañana lo que se debe hacer hoy. Agrega un “calendario del labrador” para guiar al campesino en las labores del campo en cada estación del año, orientado por los movimientos de los astros en el cielo, relacionados con la aparición de las Pléyades en verano y su ocultamiento en el invierno. A estas recomendaciones añade unos consejos para la navegación, señalando las épocas más propicias para lanzarse a la mar, como también menciona ciertas prohibiciones relacionadas con los ritos y lo sagrado y el comportamiento que debe primar en el hombre respecto a ellas. Finalizando su discurso señalando las propiedades divinas de los días procedentes de Zeus Padre, y regidos por los dioses alrededor de las cuales los campesinos y la gente sencilla organizó su vida cotidiana y su forma de ser.
No es de extrañar, por tanto, que hayan quedado grabados en la memoria y el alma de las gentes los bellos e idílicos jardines, descriptos por Homero en la Odisea: el jardín de Alcínoo o el de Laertes, padre de Ulises –más pequeño–, y aquel maravilloso jardín de la ninfa Calipso, nacida de Atlante en la isla de Ogigia, regado por cuatro fuentes, o el mítico Jardín de las Hespérides, “las Occidentales, hijas de la Noche”, mencionado en la Teogonía19 de Hesíodo donde se hallaba el Árbol de las manzanas de Oro, –símbolo solar y del centro alquímico–, recuperadas por Heracles en uno de sus trabajos, “al otro lado del ilustre Océano”, obsequio que le hiciera Gea, la madre Tierra, a Hera el día de su boda con Zeus. |
![]() El Jardín de las Hespérides. Frederic Leighton, Lady Lever Art Gallery, Liverpool. |
En la antigua Grecia cada dios tenía un recinto sagrado a él adecuado, espacios señalados por los poetas en sus relatos e himnos, ya estuviesen aquéllos en las laderas de un monte, en el corazón de un bosque, en un prado, al lado de un riachuelo o de alguna laguna, en islas en medio del vasto océano, en grutas y fuentes, acompañados de animales y aves de variado color y plumaje, cercanos a sembradillos de flores, olorosas especies, el laurel, la viña, árboles frutales, olivos, cipreses, chopos, palmeras, etc., según la naturaleza de cada deidad. Para estas culturas tradicionales todo era sagrado, todo estaba sacralizado, por lo que la naturaleza entera era un habitáculo de las energías numinosas intermediarias que, por disposición armónica, se manifestaban en ciertos lugares acordes a su naturaleza intrínseca. Siguiendo el relato mítico de la Odisea, adentrémonos en seguida en los jardines allí descriptos, empezando por aquél que rodeaba la cueva de la bella ninfa, Calipso, su “espaciosa mansión” oculta tras un frondoso bosque de fragantes aromas. |
![]() Odiseo en la cueva de la ninfa Calipso. Hendrik van Balen I, 1616. Academy of Fine Arts, Viena, Austria. |
Pero, ¿quién era Calipso? “Divina entre dioses”, Calipso –del griego “la que oculta”–, retenía ya por siete años a Ulises en su jardín de “cóncavas grutas, ansiosa de hacerlo su esposo”. Atenea, “la que conoce las cosas divinas”, siempre atenta al estado y situación de Ulises, suplica a Zeus, su padre, y al Olimpo entero que intercedan por él. Tras escuchar las palabras de Atenea, deciden enviar a Hermes, el intermediario divino y “luminoso”, con un encargo: que vaya al islote de Ogigia situado en medio del océano, y en él sin demora transmita a la ninfa de hermosos cabellos “el firme decreto” de Zeus, rey del Olimpo, para que le deje partir. Y volviéndose hacia Hermes, el hijo querido, Zeus le dice:
Una vez escuchado el mandato, Hermes, el mensajero e intermediario entre Cielo y Tierra,
Hasta que llegó a la isla de Ogigia donde tocó tierra. Allí de inmediato se encaminó hacia la espaciosa cueva, la mansión de la ninfa de “trenzados cabellos”.
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![]() Una fantástica cueva con Ulises y Calipso. Jan Brueghel el Viejo, c. 1616. Johnny van Haeften Gallery, Londres. |
De esta manera, de pie contemplándolo todo, estuvo un rato el heraldo divino y,
Habiendo penetrado en ese aromado antro, Hermes, ahora sentado en un espléndido trono, la diosa le puso una mesa por delante que colmó de ambrosía y néctar para que comiera y bebiera recuperando sus fuerzas. A la pregunta de Calipso por su visita, el Agrifonte le responde que Zeus manda deje partir sin demora al varón que tiene retenido, porque no es ese su destino sino “ver a los seres queridos y tornar a su excelsa mansión y al país de sus padres”.24 |
![]() Mensaje de Mercurio a Calipso, 1805. John Flaxman, Tate Gallery, Londres. |
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![]() Calipso se apiada de Ulises. Henry Justice Ford, Colección privada. |
Al instante Calipso se puso en marcha en busca de Ulises, anunciándole al encontrarle, que le dejará partir cuanto antes. Le instruye inmediatamente para que se arme una balsa bien preparada para surcar el “océano brumoso”, agregando que ella le dará viandas, agua, vino y ropas, enviando una ligera brisa que le lleve sin daños a su patria, “si así lo quieren las deidades que habitan el cielo”. Mas Ulises incrédulo ante lo que escucha pide a la diosa le prometa con un juramento que no tramará una nueva desgracia contra él. Tomándole con cariño la mano, ella le dice:
Pasaron cinco días hasta que todo estuvo dispuesto y Ulises partió. Y así recibió Ulises los designios de lo alto del Cielo, a través del dios intermediario, el divino Hermes. De momento, no podemos extendernos más en este Canto porque nos desviaríamos de nuestro tema principal y aún nos queda mucho por relatar. Mas para ello, tenemos los libros que nos legaron los poetas a los que siempre podemos recurrir penetrando en el extraordinario mundo del mito y la poesía. Y si bien estos relatos míticos nos raptan a otros estados por el hechizo que las andanzas y aventuras entre dioses y hombres promueven en nuestra psiqué, anotar que lo importante de estas historias “ejemplares” es comprender lo que nos quieren decir, veladamente, “bajo el lenguaje emotivo de la poesía”. Sin embargo los mitos griegos no siempre son claros, sobre todo cuando recordamos lo que las Musas dijeron a Hesíodo al principio:
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![]() La Musa Calíope con el poeta Hesíodo. Detalle del mosaico del Antakya Museum Hotel, Turquía. |
Los mitos nos hablan de varias cosas a la vez, como ya se ha dicho, pero principalmente del proceso cosmogónico, y “la creación del mundo a partir de un caos primigenio”,28 pero en el caso de la Odisea el mito habla, propiamente, de la Iniciación. Obra en la que, a través de un relato arquetípico, se narran las pruebas iniciáticas que debe franquear el iniciado en la búsqueda y conocimiento de sí mismo, hasta llegar a su centro, su corazón en el que concilia todas las oposiciones verticales y horizontales, análogo al Centro del Mundo, “donde establece la comunicación interna con los estados superiores de uno mismo”,29 es decir, con las deidades y energías superiores, que lo conducirán, finalmente, a la Patria Celeste. Recordemos aquello que nos dice Federico González Frías en su extenso y profundo Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:
No cabe duda de que aquellos jardines narrados en la Odisea, quedaron fijados en el “imaginario” de estos pueblos a través del tiempo, como veremos más adelante. Por lo que retomemos lo que decíamos más arriba acerca del mito y oigamos la descripción que hace Homero del fecundo jardín de Alcínoo, uno de los doce reyes de Esqueria, el país de los feacios, donde Ulises recaló luego de partir de la isla de Ogigia y errar veinte días entre “embates de olas y raudos ciclones” provocados por la furia de Posidón. Gracias a circunstancias tejidas en lo invisible por la diosa Atenea, Ulises es rescatado por la hija de Alcínoo, Nausícaa, quien esa noche escucha en sueños las palabras de su amiga, “la hija del nauta Dimante, famoso en los mares”, recordándole que el tiempo de su boda se acerca y que debe bajar, con la aurora, a las fuentes a lavar los magníficos vestidos que llevará en esa ocasión. Al despertar con el amanecer, la joven doncella corrió a pedirle a su padre le proporcionara un carro jalado por mulas para bajar al río a lavar sus vestidos para el futuro acontecimiento, a lo que el rey accedió. Al llegar, acompañada como iba por sus sirvientas, de inmediato lavaron la ropa y a secar la pusieron al radiante sol. Luego de comer y beber jugaban y reían en una playa cercana al río. Es entonces cuando Atenea despierta a Ulises que había caído en un profundo sueño, inducido por ella, para que reposara recuperando así sus fuerzas menguadas por los embates del mar. Al escuchar las voces y risas de las jóvenes, el astuto Ulises salió de entre las ramas y cubriendo “sus vergüenzas viriles”, dirigió la palabra a Nausícaa, que de pie y sin temor ante su presencia, parecía, por su belleza y altura, una diosa. |
![]() Ulises y Nausícaa. Jean Alfred Marioton, Musée D’Orsey, París. |
Sin saber quién es, Ulises le cuenta sus infortunios y le implora, con sagaces palabras, le ayude. La bella doncella viendo que el extranjero no parecía “vil ni insensato” le revela que es hija del magnánimo Alcínoo, rey de las gentes feacias, amados por los dioses, que viven apartados en medio del mar al extremo del mundo sin mezcla con otros humanos. Y, acogiéndole, instruye a sus sirvientas le den ropa, la túnica y un manto, para que luego de bañarse se unja de aceites, coma y beba saliendo del prolongado ayuno. Cuando estaban ya dispuestas para volver a la ciudad, Nausícaa plegó sus vestidos recién lavados y los puso en el carro, y enganchadas las mulas subió en él instruyendo a Ulises en lo que debe hacer antes de encontrarse con Alcínoo en su excelso palacio. Y dándole con la fusta a las mulas emprende, la bella princesa, Nausícaa, camino a la ciudad seguida a pie por sus sirvientas y Ulises.31 |
![]() Ulises y Nausícaa, c. 1853. Charles Gleyre. |
Cuenta el poeta que camino al palacio del rey Alcínoo se encontraba el bosque sagrado de Atenea: chopos, una fuente y un prado donde había un cercado de viña florida. Advertido antes por Nausícaa, Ulises se detuvo allí un momento en tanto ellas llegaban a palacio. A ponerse iba el sol y “al instante imploró el héroe a la doncella hija del máximo Zeus”, Atenea, escuchara su plegaria. No lejos se encontraba la ciudad, y luego, hacia allí se encaminó Ulises. Atenea previsora, le cubrió en una densa niebla, no fuera a ser interrogado por extraños sobre quién era. Llegando estaba a esa ciudad cuando al paso le salió “la diosa ojizarca” tomando la figura de una joven gentil que se detuvo a su lado, y viendo a la joven, Ulises le pide le conduzca a la casa de Alcínoo. Caminan en silencio, ella por delante, sin hablar ni ver a nadie hasta que llegan frente a la excelsa morada del rey rodeada por un extenso jardín. Allí dejó a su protegido “la divina ojizarca Atenea”, luego de revelarle el divino linaje de Alcínoo y su esposa, Areta. Solo, entonces, avanzó Ulises y “frente al porche broncino” se detuvo, meditando mil cosas, atento a lo que veían su ojos.
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![]() Ulises en el palacio de Alcínoo, arrodillado frente a Areta. Jean Jacques Lagrenée. Musée des Beaux Arts, Narbonne. |
De allí en más sigue esta extraordinaria narración en la que podemos zambullirnos de la mano del mismo Homero fijada, como dijimos, en la escritura legada por el poeta a los hombres desde la Antigüedad. Pero, de momento dejemos a los dioses y a los hijos de dioses en sus divinas aventuras y volvamos ahora a nuestro discurso. En cuanto a los habitantes de estos pueblos griegos, inicialmente, no solían tener jardines para su recogimiento y recreo como los conocemos de Egipto y Mesopotamia. Más bien, los helenos de entonces, y los más pudientes entre ellos, se dedicaban a la horticultura cultivando plantas medicinales, hierbas aromáticas, árboles frutales y de otras especies en huertos al lado de sus viviendas o en el campo tan apreciado por ellos, donde más tarde construyeron casas de recreo rodeadas de bellos y ricos jardines y viñedos, inspirados no sólo en los narrados por los poetas, sino más bien, en aquellos jardines del antiguo Egipto y Mesopotamia, gracias a la herencia recibida de estas grandes tradiciones, recreando análogos y verdaderos paraísos. Sin embargo, recordemos que antaño muchos de los habitantes de Ática eran pastores y vivían dedicados al pastoreo pero, generalmente, la mayoría se entregaba a las actividades agrícolas en extensiones mayores, o fincas, que habían adquirido fuera de la ciudad, “verdaderos agricultores, que hacían sólo eso, amantes de lo bello y de buena naturaleza y que disponían del mejor suelo, de agua en abundancia y, de estaciones templadas de la mejor manera posible”.33 Esta región era muy basta y rica y es por esto que se dice eran capaces de alimentar a un gran ejército que, antiguamente, era una casta aparte que vivía arriba en la acrópolis de Atenas. El “divino” Platón nos lleva en su diálogo Critias o Atlántico34 al pasado mítico de Atenas. En él dice –luego de invocar a los dioses, especialmente a Mnemósine, “porque casi todo lo esencial de nuestro discurso se encuentra en el dominio de esta diosa”–,35 que Critias, quien dialoga con Sócrates, recordaba lo que una vez habían dicho los sacerdotes y que Solón, “el más sabio de los siete”, había llevado allí. Decían que en una ocasión, transcurridos ya nueve mil años desde que había estallado la guerra entre los atenienses que poblaban estas tierras y aquéllos que habitaban más allá de las columnas de Heracles, a cuya cabeza iban los reyes de la isla de Atlántida, ahora hundida por terremotos,
Y,
A pesar de ello, pronto se levantó una disputa entre Posidón y Atenea por la posesión del Ática, clavando aquél su tridente en la acrópolis de Atenas, donde inmediatamente brotó un pozo de agua marina, que se dice, aún se puede ver. Pero luego, Atenea, fue a tomar posesión de Ática plantando el primer olivo junto al pozo. Posidón, furioso, la desafió a un combate y Atenea habría aceptado si no hubiera intervenido Zeus, quien les ordenó sometieran la disputa a un arbitraje.38 |
![]() Disputa entre Minerva y Neptuno. René-Antonie Houasse. Musée de l’Histoire de France, Francia. |
Según dice el célebre escritor latino Cayo Julio Higinio en sus Fábulas,
Implantando la diosa en aquella región “hombres buenos, aborígenes, introduciendo el orden constitucional en su raciocinio”.40 Comencemos, pues, por cantar,
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![]() Pallas Atenea. Atribuido a Rembrandt, hacia 1655. Museo Calouste Gulbenkian, Lisboa. |
La acrópolis, situada en la cima de la ciudad tocando el cielo, era lugar de culto y habitáculo de los dioses en la tierra. Allí estaba el templo de Atenea Nike que albergaba una estatua de Atenea alada personificada como Nike, la Victoria. |
![]() La Acrópolis de Atenas. Reconstrucción de la Acrópolis y el Areópagus de Atenas por el arqueólogo y pintor Leo von Klenze, 1846. Colección Neue Pinakothek. |
Luego, el Partenón, otro templo dedicado a Atenea Pártenos (la Virgen), donde antiguamente estuvo el templo de Atenea Polias, protectora de la ciudad, seguido por el Erecteión, cuyo pórtico sur estaba sostenido por las bellas Cariátides. Este gran templo tenía varias estancias distribuidas a distintos niveles –dada la irregularidad del terreno–, para el culto de otros dioses: el de Hermes, Posidón, Zeus, etc., incluso espacios donde se señalaban las tumbas de los primeros reyes míticos de Atenas, Erecteo y Cécrope. En la Ilíada42 se nombra a Erecteo y allí se cuenta que,
Primitivamente, Erecteo no parece haber sido distinto de Erictonio –nombres que, según el testimonio de Solón, los sacerdotes mencionaban al relatar la guerra de entonces–, del que se dice era biforme, al igual que Cécrope, ya que la parte superior de su cuerpo era humana y la inferior de serpiente, habiéndolo dado a luz Gea, la Tierra. Las genealogías de estas entidades míticas son confusas, pues unas dicen que Erecteo era padre de Cécrope y que Erictonio no sólo coincidía con Erecteo sino que era su abuelo. En todo caso, a todos se les vincula con la ciudad de Atenas, la diosa Atenea y el dios Hefesto. |
![]() Nacimiento de Erictonio. Gaia, la Tierra, sostiene al niño que Atenea recibe. Tras Atenea está Hefesto y a la izquierda el Rey Cécrope. Wilhelm Heinrich Roscher, Göttingen, 1845 - Dresden, 1923. www.maicar.com |
Cuenta la leyenda que Hefesto, enamorado como estaba de Atenea, empezó a perseguirla y en el intento de atraparla, derramó en su pierna. Ella horrorizada y asqueada, ya que era casta y virgen, se limpió con una lana cayendo el semen del dios en la tierra, fecundándola. Y dicen que al nacer el niño, Atenea lo crió instalándolo luego en un espléndido templo en Atenas. De Cécrope, se dice que era uno de los reyes míticos de Ática, si no el primero. Divinidad protectora del antiguo palacio real en la acrópolis ateniense, la leyenda lo convirtió en el fundador y primer rey de Atenas. Fue un rey pacífico y civilizador al que se le atribuye “haber realizado el primer censo, dado las primeras leyes, introducir la monogamia, el primer alfabeto y la sepultura de los muertos, en vez de la cremación”,44 entre otras enseñanzas. Y cuentan que fue durante su reinado que se resolvió la disputa entre Posidón y Atenea por la posesión de Ática a favor de ésta gracias a que Cécrope atestiguó que ella había sido la primera en plantar un olivo en Atenas.45 Se contaba que en las laderas de la acrópolis, antes de que fueran devastadas por la lluvia torrencial pues “hubo terremotos unidos a un gran diluvio, el tercero antes de la destrucción en época de Deucalión”,46 se hallaban jardines con bosquecillos de pinos y cipreses cubriendo la roca, dando frescura al árido suelo para proteger a sus habitantes de los intensos rayos solares que caían sobre los resplandecientes templos –pintados en su tiempo–, donde se llevaban a cabo los ritos y fiestas en honor a los dioses; más abajo, rodeado de una arboleda, estaba el teatro dedicado al dios del vino y la “locura divina”, Dioniso, el nacido dos y tres veces, donde los grandes dramaturgos y una corte de actores dramatizaban las andanzas de dioses y hombres en la tragedia y la comedia, auspiciadas por las Musas, Melpómene y Talía, respectivamente. Había también fosos de agua donde crecían arbustos rodeando el Hefaisteion, el gran templo dedicado al dios del fuego, Hefesto, en cuya fragua se fundían las armas de dioses y héroes y cuyos retumbos, a lo lejos, aún se dejaban oír. |
![]() Hefesto le da a Tetis las nuevas armas de Aquiles. (Ilíada, XVIII, 424-617). Kylix con figura Ática, 490-480 a. C. |
Sobre la casta guerrera, y siguiendo la narración de Platón en el Critias, contaban los sacerdotes y Solón que antiguamente los guerreros,
También usaban la parte sur que habían apartado para las instalaciones de verano y para los jardines, gimnasios y “lugares de comida común con esa finalidad”.
Este era el recuerdo que guardaba Critias de la acrópolis –narrada por los antiguos y escuchada por él cuando aún era niño–, edificada en la parte más alta de la ciudad, la “ciudad de los vivos”, como la llamaban, donde habitaban los dioses junto a las hombres. Volviendo a lo que decíamos más arriba acerca del origen de estos pueblos, advirtamos cómo se fueron conformando a través del tiempo en una poderosa unidad bajo el sostén de ciertos centros sagrados, puntos señalados depositarios y transmisores de la revelación de sus dioses, de su doctrina y pensamiento, haciendo posible a los hombres que habitaban aquella geografía sagrada la obtención del conocimiento y de su verdadera identidad. En la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, obra ya citada más arriba, se señala que,
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![]() Reconstrucción del santuario del dios Apolo en Delfos. Albert Tournaire, 1894. École Nationale Supérieure des Beaux-Arts. |
Delfos, nombre que deriva de delphis, o sea útero en griego, era considerado el centro u omphalos (ombligo) de todos los pueblos griegos y del mundo, y es allí donde Apolo, dios de la Luz inteligible, la Belleza y la Armonía, la Música y la Aritmética, la Poesía y la Danza, la Medicina y la Curación, la Profecía y la Adivinación, mató a la serpiente Pitón, convirtiéndose este lugar –ubicado en la cueva de la montaña–, especialmente señalado para recibir las energías divinas desde donde se emitía el oráculo del dios Apolo, por mediación de los augurios de los sacerdotes y de la Pitia. |
![]() Apolo, triunfo sobre la serpiente Pitón. Pietro Benvenuti, c. 1813. Colección privada. |
En la inscripción del adyton –el centro del oráculo de Delfos y asiento de la Pitia– en el templo de Apolo, aparecía esta advertencia:
Pero, ¿a qué se refiere el dios cuando enuncia aquella enigmática sentencia? |
![]() “Conócete a ti mismo”. Inscripción de la sentencia que aparecía en el frontispicio del Templo del dios Apolo en Delfos. Museo Nacional de Antropología, Madrid. |
En el Cármides,53 Platón escenifica un extraordinario diálogo entre Sócrates y Critias en el que, a partir de debatir alrededor de ciertas ideas en torno a si la sensatez es el “ocuparse de lo suyo”, dice Critias:
Sin embargo, más adelante, Sócrates pregunta nuevamente a Critias:
En el Himno Homérico56 “A Apolo”, el poeta se pregunta:
En este mismo Himno al dios Apolo narra el poeta que, luego de un largo periplo buscando Leto donde dar a luz al Certero Flechador, Delos, la isla rocosa, gustosa acoge a Leto para el nacimiento del Certero Soberano. Fue entonces cuando llegó Ilitía, “provocadora de las angustias del parto” –que estaba retenida por la celosa Hera que impedía el nacimiento de los hijos de Zeus y Leto–, cuando a Leto le sobrevino el parto y sintió el deseo de dar a luz. Abrazada a la palmera y apoyadas sus rodillas sobre la tierra que sonreía bajo ella,
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![]() El nacimiento de Apolo y Artemisa en Delos. Giulio Roman, 1530-1540. Royal Collection Trust. Windsor Castle. |
Y una vez que Febo se sació del alimento inmortal,
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![]() Apolo con su lira. Onorio Marinari, (1627-1715). Florencia. |
Sobre esta mágica transformación que sufre la isla rocosa de Delos, luego del nacimiento del dios de la luz, Apolo, en su seno, Mireia Valls desvela el significado simbólico de este hecho extraordinario, en su profundo y cuidado artículo Cuando los Dioses Hablan. Centros oraculares de la Tradición Hermética60 de la siguiente manera:
Todo esto sucede, como vemos, en el interior de nosotros mismos, en nuestra alma; se trata por tanto de comprender, de intuir en lo más secreto del corazón, a través del símbolo y la analogía, lo que el mito nos está revelando. Por otra parte, debemos recordar que la vida misma, al igual que los relatos míticos cantados por los poetas y los Himnos relacionados con los dioses, sus atributos y estados se prestan a varias lecturas de la realidad, como cuatro son los planos o mundos jerarquizados que conforman la Creación sintetizada en el Árbol de la Vida sefirótico, según la Cábala hebrea. Vivimos en un mundo multidimensional y cada dimensión se refiere a un estado o cualidad del Ser. Si bien Todo es Uno y Uno es Todo. A Febo Apolo, Walter Otto le llama “puro y sacro” en su libro Los Dioses de Grecia,62 y señala que, “el mito délfico indica que su paradero era el legendario país de los hiperbóreos, mencionado muchas veces en Delos [centro de culto hiperbóreo] desde tiempos muy antiguos”. Por lo que la idea de este bienaventurado país es claramente primordial, pues se dice que “allí está el antiguo jardín de Apolo”, y hacia allí desaparecía todos los años para luego volver “cuando todo florecía”.63
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![]() Apolo en su carro tirado por cisnes. Reverso de moneda. Artista: Sperandio, Mantua, c. 1425-1428. Samuel H. Kress Collection. |
De este legendario y utópico país dice Píndaro que:
Región que
Esto es precisamente lo que vemos en la etimología del nombre de Apolo: A = “hacia”, y del griego pólos = “eje” o “corona”; es pues el dios de la Luz inteligible, la Belleza y el Esplendor de la Verdad, el Certero Flechador “que hiere de lejos”, raptándonos verticalmente a través del Eje del Mundo, que atraviesa, comunica y une todos los planos y mundos por el centro, desde Tifereth –esfera ubicada justamente en el centro o corazón del Árbol de la Vida sefirótico y del hombre– hacia Kether, Corona, la Cúspide de la Montaña Sagrada relacionada simbólicamente con el Polo norte; estado del alma vinculado a la Edad de Oro, donde “vive el pueblo sagrado que no conoce enfermedad ni edad, y del que están ausentes penas y luchas,” como dice Píndaro más arriba. Se destaca aquí el origen primordial de Apolo, dios de la luz y la claridad que desaparecía misteriosamente en el invierno –relacionado con el norte y el país de la Hiperbórea–, para volver en la primavera, vinculada con el este, donde nace el Sol, “cuando todo florecía” trayendo “la Luz y el Esplendor” al mundo, ideas que lo ponen en relación directa con la Tradición Primordial. |
![]() Apolo. Giovanni Antonio Pellegrini, c. 1718. Colección Mauritshuis, La Haya, Países Bajos. |
Diodoro de Sicilia, antiguo historiador griego, en su Biblioteca Histórica67 narra que:
Y más adelante menciona que,
¿Se estará refiriendo este historiador al “lenguaje de los pájaros”, aquél lenguaje del que habla la Tradición, o sea, el leguaje de los dioses y de los símbolos? Diodoro señala la estrecha relación y el parentesco que tenían los habitantes de Delos con los hiperbóreos, y menciona el período de tiempo en el que las constelaciones de los astros cumplen “una revolución completa”, el cual tiene relación con la visita del dios a la isla. |
![]() Abaris. Grabado antiguo de William Hoare y grabador Barnard Baron, 1765. Bath, Inglaterra. |
Por su parte, Heródoto, a quien se le atribuye ser el primero en referirse a la Hiperbórea, dice en su obra Los Nueve Libros de la Historia,72 que no sólo Hesíodo habla de la Hiperbórea sino también Homero en los Epígonos, obra desaparecida, aunque mencionada por muchos. De esta sagrada región nos dice que,
Pero viendo los hiperbóreos que sus enviados no volvían a casa y que les parecía cosa dura perderles cada vez, decidieron mejor llevar sus ofrendas hasta sus fronteras pidiendo a sus vecinos llevasen aquellas ofrendas y “pasándolas de pueblo en pueblo”, llegasen finalmente a Delos, su destino.74
Oigamos lo que nos dice Mireia Valls en su artículo, citado más arriba, Cuando los Dioses Hablan. Centros oraculares de la Tradición Hermética:
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![]() Apolo y las nueve Musas en el Monte Helicón. Jan van Balen, mediados del siglo XVII. |
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![]() Academia de Platón. Mosaico siglo I, Museo Arqueológico de Nápoles, Italia. |
Sabido es que la Academia, como le decían, se encontraba en las afueras de Atenas en los Jardines de Academo, así llamados porque justamente allí se hallaba la tumba del héroe ático, Academo. Platón había adquirido un terreno en ese lugar para fundar su academia que constaba de un gimnasio rodeado de una frondosa arboleda que se dice era un bosque sagrado. En la Antigüedad, recordemos, los bosques eran lugares de celebración de ritos en honor a las divinidades. Muchos árboles estaban asociados a ciertos dioses, pues para estas culturas todo estaba sacralizado: los animales salvajes, las aves, las flores, los árboles, los ríos, las fuentes, el viento, las piedras, etc., todo era una manifestación de lo sagrado, de los númenes que por mediación de la Belleza se expresaban en la naturaleza como entidades vivas de esas energías celestes e invisibles. Por lo que,
Dado el amor que estos pueblos manifestaron por la naturaleza, no es de extrañar que escogieran lugares tocados por la divinidad en las afueras de la ciudad para el diálogo, el aprendizaje, el conocimiento y la vivencia de las Verdades Eternas. Ejemplo de esto que decimos lo tenemos en el Fedro81 de Platón, en el que Sócrates pregunta a Fedro:
Fedro se dirigía a dar un paseo por las afueras de la ciudad cuando se encontró con Sócrates a quien invita a que le acompañe. Era un día de calor y desviándose por un sendero caminaban con los pies descalzos por la orilla del río Iliso buscando dónde sentarse a conversar. Mientras parloteaban, a lo lejos ven un plátano que les procurará buena sombra, acompañada de un “vientecillo suave” y bajo él se tumban. Dice Sócrates:
Y luego de conversar y descansar, arrobados por el sutil canto de las cigarras, Sócrates le narra a Fedro cómo se originó la raza de estas divinas cantoras.
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![]() Las Musas Urania y Calíope, “la de la voz más bella”, con el libro de la Odisea en la mano. Simon Vouet, hacia 1634, National Art Gallery, Washington, D. C., USA |
Bien despiertos y con el alma a tono con lo que acabamos de escuchar del “divino” Platón, autor que nunca aparece en su obra, y conducidos por las Musas hemos llegado a puerto, abriéndonos a una nueva posibilidad de Conocer viajando por las culturas de la Antigüedad, por su pensamiento, sus dioses y sus jardines. |
NOTAS. | |
1 | Federico Gonzalez y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS 25-26, Barcelona, 2003. Integramente en versión online: Programa Agartha. |
2 | Ibid. |
3 | Ibid. |
4 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Mito”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. |
5 | Homero. Odisea. Introducción de Manuel Fernández-Galiano; traducción de José Manuel Pabón. Ed. Gredos, Madrid, 1982. |
6 | Canto I, 1-10, ibid. |
7 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
8 | Ibid. |
9 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Himnos Órficos”, op. cit. |
10 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
11 | Hesíodo. Obras y Fragmentos. Introducción, Traducción y Notas de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez. Ed. Gredos, Madrid, 1990. |
12 | Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Teogonía”, 27-29, ibid. |
13 | Ibid. |
14 | Nos recuerda el gran metafísico francés del siglo XX, René Guénon que: “La doctrina hindú enseña que la duración de un ciclo humano, al cual da el nombre de Manvantara, se divide en cuatro edades, que marcan otras tantas fases de un oscurecimiento gradual de la espiritualidad primordial; son esos mismos períodos que las tradiciones de la antigüedad occidental, por su lado, designaban como las edades de oro, de plata, de bronce y de hierro. Actualmente estamos en la cuarta edad, el Kali-Yuga o ‘edad sombría’, y estamos en él, se dice, desde hace ya más de seis mil años, es decir, desde una época muy anterior a todas las que son conocidas por la historia ‘clásica’. Desde entonces, las verdades que antaño eran accesibles a todos los hombres han devenido cada vez más ocultas y difíciles de alcanzar; aquellos que las poseen son cada vez menos numerosos, y, si el tesoro de la sabiduría ‘no humana’, anterior a todas las edades, no puede perderse nunca, sin embargo se rodea de velos cada vez más impenetrables, que lo disimulan a las miradas y bajo los cuales es extremadamente difícil descubrirlo.” René Guénon. La Crisis del Mundo Moderno. Ediciones Paidós, Barcelona, 2001. |
15 | Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Trabajos y Días”, 105-120, ibid. |
16 | 173-202, ibid. |
17 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
18 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Mito”, ibid. |
19 | Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Teogonía”, 214-216, ibid. |
20 | Homero. Odisea. Canto V, 29-42, ibid. |
21 | 43-55, ibid. |
22 | 55-74, ibid. |
23 | 75-84, ibid. |
24 | 85-115, ibid. |
25 | 145-148, ibid. |
26 | 183-191, ibid. |
27 | Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Teogonía”, 27-29, ibid. |
28 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
29 | Ibid. |
30 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Mito”, ibid. |
31 | Homero. Odisea. Canto VI, ibid. |
32 | VII, 112, ibid. |
33 | Platón. Critias, 111e. Traducciones, Introducciones y Notas, Ma. Ángeles Durán y Francisco Lisi. Ed. Gredos, Madrid, 19 |
34 | Ibid. |
35 | 108d, ibid. |
36 | 109b, ibid. |
37 | 109c-d, ibid. |
38 | Robert Graves. Los Mitos Griegos, 1. “Naturaleza y Hechos de Posidón”. Alianza Editorial, Madrid, 1988. |
39 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Atenas”, ibid. |
40 | Platón. Critias, 109d, ibid. |
41 | Himnos Homéricos. “A Atenea”. Traducción, Introducciones y Notas de Alberto Bernabé Pajares. Ed. Gredos, Madrid, 1978. |
42 | Homero. Ilíada. Traducción, Prólogo y Notas de Emilio Crespo Güemes. Ed. Gredos, Madrid, 1991. |
43 | Canto II, 545-550, ibid. |
44 | Platón. Critias, ibid. |
45 | Apolodoro. Biblioteca Mitológica. Libro III. Introducción, Traducción y Notas de Julia García Moreno. Alianza Editorial, Madrid, 1993. |
46 | Platón. Critias, ibid. |
47 | Himnos Homéricos. “A Hefesto”, op. cit. |
48 | Platón. Critias, 112a-c, ibid. |
49 | 112d, ibid. |
50 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
51 | Walter F. Otto. Los dioses de Grecia. Traducción de Rodolfo Berge y Adolfo Murguía Zuriarrain. Ed. Siruela, Madrid, 2003. |
52 | Mireia Valls. Cuando los Dioses Hablan: Centros Oraculares de la Tradición Hermética, 1ª. Parte. Revista SYMBOLOS, Nº 59 - Solsticio Invierno 2020. “Afluentes de la Tradición Hermética”. Ver en la web: Artículo. |
53 | Platón. Cármides. Introducción general Emilio Lledó Íñigo; Traducción y Notas de J. Calonge Ruiz, E. Lledó Íñigo, C. García Gual. Ed. Gredos, Madrid, 1990. |
54 | 164-165a, ibid. |
55 | 167a y ss, ibid. Ver también: Platón. Apología 21 y ss. Ed. Gredos, Madrid, 1990. |
56 | Himnos Homéricos. “A Apolo”, ibid. |
57 | 20-29, ibid. |
58 | 115-125, ibid. |
59 | 128-140, ibid. |
60 | Mireia Valls. Cuando los Dioses Hablan: Centros Oraculares de la Tradición Hermética, op. cit. |
61 | Ibid. |
62 | Walter F. Otto. Los dioses de Grecia, op. cit. |
63 | Ibid. |
64 | Ibid. |
65 | Ibid. |
66 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Hiperbórea”, ibid. |
67 | Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Libros I-II. Traducción de Jesús Lens Tuero, Jesús M. García González, Javier Campos Daroca. Ediciones Clásicas, Madrid, 1995. |
68 | Ibid. |
69 | Ibid. |
70 | “Este ciclo busca las coincidencias entre el año solar y el año lunar. El año solar tenía, desde tiempos antiguos, una duración calculada en 365 días y ¼. El año lunar tenía 354, dado que el mes lunar tenía 29 días y medio. Metón, astrónomo griego (siglo V a. C.), descubrió que 19 años solares del calendario griego equivalían a 235 lunaciones. Esto quiere decir que cada 19 años solares la luna volvía a pasar por las mismas fases en los mismos días y en las mismas horas, con lo cual se ajustaba el comienzo del curso de la luna con el del sol. Este ciclo recibió el nombre de ciclo decemnovenal, posteriormente denominado ciclo de Metón o ciclo metónico. Fue dado a conocer el año 433 a. C. con motivo de los Juegos Olímpicos”. Fuente: Internet: Universitat de Barcelona. Ver en la web: Explicación completa. |
71 | Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Libros I-II, ibid. |
72 | Heródoto. Los Nueve Libros de la Historia. Introducción de Edmundo O´Gorman. Ed. Porrúa, México, 2011. |
73 | Libro Cuarto. “Melpómene”, XXXIII, ibid. |
74 | XXXIII, ibid. |
75 | XXXV, ibid. |
76 | Mireia Valls. Cuando los Dioses Hablan: Centros Oraculares de la Tradición Hermética, ibid. |
77 | Ibid. |
78 | Plutarco. Vidas Paralelas, Vol. III. “Cimón”. Ed. Iberia, Barcelona, 1959 |
79 | XIII, ibid. |
80 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Belleza”, ibid. |
81 | Platón. Fedro. Traducción y Notas C. García Gual, M. Martínez Hernández, E. Lledó Íñigo. Ed. Gredos, Madrid, 1992. |
82 | 227a, ibid. |
83 | 230b-c, ibid. |
84 | 259a-d, ibid. |
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