SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LA ANTIGUA GRECIA

LUCRECIA HERRERA


Dejémonos raptar por la Grecia de la Antigüedad, por los dioses, sus símbolos, mitos y ritos, y por su pensamiento; y viajemos de la mano de sabios y filósofos por la Atenas de antaño, por los centros sagrados y santuarios más antiguos desde donde se emitía el oráculo del dios Apolo que marcó el destino de toda Grecia y el de muchos hombres que lo consultaron, cumpliendo “aquél destino que tiene por modelo la consecución de la plenitud que corresponde a su Identidad Suprema”,1 recordando también a los héroes protagonistas de las grandes gestas “heroicas”, narradas por los poetas, tan cercanas a nosotros. Sin olvidar aquellos jardines públicos convertidos luego en “parques de enseñanza” en las afueras de Atenas, donde florecieron las escuelas filosóficas como lugares de reunión rodeados de árboles y avenidas en los que solían reuniese a “dialogar” –más bien a practicar el arte de la mayéutica– Sócrates, Platón, y otros alumnos y miembros de la Academia Platónica y de la Atenas de entonces, que años más tarde verían la apertura del Liceo por Aristóteles y, posteriormente, el Jardín de Epicurio.

Invoquemos a las sagradas Musas y a la divina Mnemósine, –la Memoria, que siempre es–, diosa que insufla la anamnesis, la “reminiscencia” en los hombres. Que sean ellas las que nos guíen a través del discurso que estamos por dar inicio, con el recuerdo siempre presente de nuestro Origen divino, de quién somos y de cómo todo ha venido a ser.


Las Nueve Musas.
Mosaico del siglo IV d. C.
Museo Nacional de Arqueología, Torre de Palma, Monforte, Portugal.



Mnemósine.
Mosaico antiguo.
Museo Nacional de Arqueología de Tarragona, España.

Valiéndonos de citas de los poetas y sabios, historiadores e iniciados de la Antigüedad y de aquellos más cercanos a nosotros en el tiempo –guías e instructores en este largo y difícil camino–, que recibieron ese soplo de las Musas, su revelación. Oigamos directamente lo que ellos dijeron y cómo lo dijeron en los textos que dejaron escritos para los que debían recibirlos, comprenderlos y retransmitirlos nuevamente a Occidente.

Si bien el antiguo Egipto, al igual que las culturas precolombinas, recibieron la influencia de la Atlántida, los pueblos griegos tienen sus orígenes en una confluencia de dos vertientes: la Apolínea o Hiperbórea venida del norte, es decir, de la Tradición Primordial y de una convergencia de pueblos indoeuropeos, algunos de ellos vinculados también a la Atlántida. En la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha,2 obra de Federico González y colaboradores, se lo sintetiza así:

En el punto de intersección entre el extremo de Europa, Asia Menor y África (Egipto) el origen de los pueblos griegos o helenos es indoeuropeo, y a través de éste y de la corriente tradicional (Apolínea) venida del Norte, la Tradición Griega expresa una de las confluencias de la Tradición Primordial y la Atlante.

Esta unión de las tradiciones será un origen, un oriente [articulado de los siglos VII al V] para un tiempo posterior, que a través del Imperio Romano, y de las sucesivas recurrencias a la Antigüedad que se darán en la historia, llevará los misterios a Occidente sobre la base de un pensamiento mítico.3

Se dice que los mitos griegos fueron transmitidos originalmente por tradición oral, poética, y que se remontan desde muy antiguo, probablemente a la época micénica, siendo recitados en celebraciones y fiestas precisas relacionadas con sus ritos, festividades señaladas por el movimiento de los astros que toman los nombres de los dioses, como ha sido en muchos pueblos antes de fijarse en la escritura. No obstante, en esta tradición sus mitos “fueron puestos por escrito en su inmensa mayoría por dos grandes transmisores: Homero y Hesíodo”.4 Homero fija la tradición en sus dos grandes epopeyas, la Ilíada y la Odisea –también en los Himnos a él atribuidos, cantados por los aedos y recitados por rapsodas en honor a los dioses en certámenes, cultos y festividades donde se nombran sus cualidades y atributos–. Gestas heroicas que giran, la primera de ellas, en torno a la guerra de Troya, comenzando con la “cólera” del divino Aquiles –el más bello de los hombres, criado e instruido, templada su alma, junto a su amigo y compañero Patroclo por el centauro Quirón e hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo–, por la deshonra recibida del rey Atrida, Agamenón, al quitarle la esclava que había recibido como botín de guerra, negándose entonces a combatir con las fuerzas griegas. La segunda epopeya se refiere al largo y dificultoso retorno –diez años, un ciclo completo–, del héroe Odiseo o Ulises, hijo de Laertes, rey de Cefalonia, después de la guerra de Troya a su tierra natal, la isla de Ítaca; demora causada, primeramente, por la diosa Atenea, a quién habían ofendido y, luego, por el encono de Posidón, dios de los mares, por la afronta a su hijo, el cíclope Polifemo, a quien Ulises cegó.

Al comienzo de la Odisea,5 Homero canta a la Musa así:

Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de inúmeras gentes. Muchos males pasó por las rutas marinas luchando por sí mismo y su vida y la vuelta al hogar de sus hombres, pero a éstos no pudo salvarlos con todo su empeño, que en las propias locuras hallaron muerte. ¡Insensatos! Devoraron las vacas del Sol Hiperión e, irritada la deidad, los privó de la luz del regreso.

Principio da a contar donde quieras, ¡oh diosa nacida de Zeus!6


Musa Calíope, con busto de Homero.
Charles Meynier, 1768-1832. Colección privada.

Y a continuación, canta la Musa por boca de Homero ese viaje prototípico y simbólico, cuajado de peripecias por las que atraviesa Ulises: peligros, luchas, naufragios, extravíos, demoras, etc., guiado siempre por Atenea, diosa de la Sabiduría y la Inteligencia, cuya presencia invisible acompaña y guía al héroe hasta el fin, cuando éste alcanza finalmente su destino, su “tierra natal”, aunque allí aún debe recuperar su morada, su palacio, invadido por usurpadores que pretenden hacerse con lo suyo y con la mano de su esposa, Penélope; viaje análogo al largo y difícil camino que emprende el iniciado de vuelta a su morada celeste, a su Origen –y destino–, en búsqueda del conocimiento de sí mismo hasta recobrar su verdadero Ser, fundiéndose con el Espíritu que nunca muere, reconquistando la inmortalidad y recuperando la conciencia de Unidad y el sentido de la Eternidad. Gestas verdaderamente heroicas propiciadas por Amor que lo abarca todo, transcriptas y cantadas por Homero y por los aedos allegados a él –pues se dice que Homero era ciego–, haciendo “aparecer, actuar y hablar” a los mismos dioses familiares a todos, en un tuteo reiterado entre deidades y humanos, “expresadas también a través de una geografía sagrada, que es la de la Antigua Grecia”.7


Homero.
Jean-Baptiste Auguste Leloir, 1841.
Museo del Louvre, París, Francia.

Señalar, sin embargo, que

las relaciones íntimas entre los dioses y los hombres tienen, en las tradiciones greco-romanas, un carácter ambivalente de reconciliación y lucha, claramente vinculado con la idea de empresa heroica, y de reconquista de la inmortalidad por parte de estos últimos; no se hace sino representar, por medio de las leyendas de los héroes, el proceso mismo de la Iniciación.8

Si bien

toda esta mitología existe en el hombre y, de hecho, todo este mundo maravilloso que cantaron los poetas, está diseñado para comunicarse al ser humano, sólo a él, como sujeto del Conocimiento.9

Y es por esto que los mitos, al igual que los símbolos, deben ser enseñados y aprendidos para poder comprender las ideas que ellos manifiestan, y vivenciar, o sea ritualizar interiormente, aquello que las “leyendas” sagradas nos están transmitiendo, verdaderamente. De hecho,

el nombre mismo de “mito” es de origen griego, y su raíz es la misma de la palabra “misterio”, derivando ambas de la palabra myein, que significa “cerrar la boca”, “callarse”, aludiendo sin duda al silencio interior en que se reciben los secretos de la iniciación.10

Por otro lado, canta Hesíodo su Teogonía y Trabajos y Días,11 donde nos describe una teogonía y cosmogonía arcaicas que le son reveladas por las Musas, según nos lo dice él mismo al comienzo de su obra, mientras “apaciguaba sus ovejas al pie del divino Helicón”, advirtiéndole éstas: “–Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”.12 Esto dijeron las Musas Olímpicas, hijas de Zeus y Mnemósine, a Hesíodo, al que dieron un cetro después de cortar “una rama de florido laurel”, insuflándole divina voz “para celebrar el futuro y el pasado” –términos temporales relacionados con la profecía y la memoria, si bien, siempre es ahora en la eternidad del presente–, encargándole “alabar con himnos la estirpe de los Sempiternos dioses y cantarles a ellas al principio y al final”.13


Hesíodo y la Musa.
Gustave Moreau, 1857.
Fogg Museum (Harvard Art Museums) Cambridge, Ma. USA.

En los Trabajos y Días, Hesíodo conserva la “memoria” de las cuatro Edades de la Humanidad:14 Oro, Plata, Bronce y Hierro, cuyos nombres representan, simbólicamente, los cuatro metales con los cuales se les designa cualitativamente. De aquella Edad de Oro, nos dice estas palabras:

Ahora si quieres te contaré brevemente otro relato, aunque sabiendo bien –y tú grábatelo en el corazón– cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron el mismo origen.

Al principio los Inmortales que habitan mansiones olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquellos en tiempos de Cronos, cuando reinaba en el cielo; vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todo tipo de males. Morían como sumidos en un sueño; poseían toda clase de alegrías, y el campo fértil producía espontáneamente abundantes y excelentes frutos. Ellos contentos y tranquilos alternaban sus faenas con numerosos deleites. Eran ricos en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados.15


La Edad de Oro.
Robert Willemsz de Baudous.
Croatian Academy of Sciences and Arts, Department of Prints and Drawings.

Mas, en cuanto a la cuarta –o “quinto linaje”–, la sombría Edad de Hierro, cuando las diosas que habitan la tierra alcen vuelo a los cielos abandonando a los hombres a su suerte, este ciclo, seguramente, tocará su fin. Sin embargo, ya en aquellos remotos tiempos, Hesíodo vaticinaba:

Ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes o haber nacido después; pues ahora existe una estirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán alegrías con sus males.

Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada, cuando al nacer sean de blancas sienes. El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padres apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses –no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos aquellos [cuya justicia es la violencia–, y unos saquearán las ciudades de los otros]. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables.

Es entonces cuando Aidos y Némesis, cubierto su bello cuerpo con blancos mantos, irán desde la tierra de anchos caminos hasta el Olimpo para vivir entre la tribu de los Inmortales, abandonando a los hombres; a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal.16

Duros y amargos días viven los mortales habitantes de esta última etapa de la Edad de Hierro en la que ahora nos encontramos –aunque a nuestros contemporáneos les parezca que no es así, dada la dureza de su corazón ahora de hierro, y su ignorancia–, considerada como la fase más oscura de este fin de ciclo debido al alejamiento paulatino que ha sufrido la humanidad del Principio, la Unidad Primordial, provocando “que el ser humano fuera perdiendo poco a poco conciencia de sus realidades superiores, viéndose abocado finalmente a desarrollar aquello que en él existe de más inferior y superficial”,17 olvidando completamente de dónde viene y quién es de verdad.

En esta obra han quedado fijadas algunas de las tradiciones, fábulas y leyendas de la Antigüedad donde el poeta habla de la justicia y la mesura que debe prevalecer en todo lo que el hombre emprenda, y el trabajo, en el que insta a no dejar para mañana lo que se debe hacer hoy. Agrega un “calendario del labrador” para guiar al campesino en las labores del campo en cada estación del año, orientado por los movimientos de los astros en el cielo, relacionados con la aparición de las Pléyades en verano y su ocultamiento en el invierno. A estas recomendaciones añade unos consejos para la navegación, señalando las épocas más propicias para lanzarse a la mar, como también menciona ciertas prohibiciones relacionadas con los ritos y lo sagrado y el comportamiento que debe primar en el hombre respecto a ellas. Finalizando su discurso señalando las propiedades divinas de los días procedentes de Zeus Padre, y regidos por los dioses alrededor de las cuales los campesinos y la gente sencilla organizó su vida cotidiana y su forma de ser.

De estos dos autores –y de otros pocos–, prácticamente de manera exclusiva, nace el enorme caudal de los mitos griegos, adoptado casi literalmente por los romanos, y cuyos epígonos de una u otra manera, consciente, inconscientemente –y aun de forma subliminal– han subsistido hasta nuestros días.18

No es de extrañar, por tanto, que hayan quedado grabados en la memoria y el alma de las gentes los bellos e idílicos jardines, descriptos por Homero en la Odisea: el jardín de Alcínoo o el de Laertes, padre de Ulises –más pequeño–, y aquel maravilloso jardín de la ninfa Calipso, nacida de Atlante en la isla de Ogigia, regado por cuatro fuentes, o el mítico Jardín de las Hespérides, “las Occidentales, hijas de la Noche”, mencionado en la Teogonía19 de Hesíodo donde se hallaba el Árbol de las manzanas de Oro, –símbolo solar y del centro alquímico–, recuperadas por Heracles en uno de sus trabajos, “al otro lado del ilustre Océano”, obsequio que le hiciera Gea, la madre Tierra, a Hera el día de su boda con Zeus.


El Jardín de las Hespérides.
Frederic Leighton, Lady Lever Art Gallery, Liverpool.

En la antigua Grecia cada dios tenía un recinto sagrado a él adecuado, espacios señalados por los poetas en sus relatos e himnos, ya estuviesen aquéllos en las laderas de un monte, en el corazón de un bosque, en un prado, al lado de un riachuelo o de alguna laguna, en islas en medio del vasto océano, en grutas y fuentes, acompañados de animales y aves de variado color y plumaje, cercanos a sembradillos de flores, olorosas especies, el laurel, la viña, árboles frutales, olivos, cipreses, chopos, palmeras, etc., según la naturaleza de cada deidad. Para estas culturas tradicionales todo era sagrado, todo estaba sacralizado, por lo que la naturaleza entera era un habitáculo de las energías numinosas intermediarias que, por disposición armónica, se manifestaban en ciertos lugares acordes a su naturaleza intrínseca.

Siguiendo el relato mítico de la Odisea, adentrémonos en seguida en los jardines allí descriptos, empezando por aquél que rodeaba la cueva de la bella ninfa, Calipso, su “espaciosa mansión” oculta tras un frondoso bosque de fragantes aromas.


Odiseo en la cueva de la ninfa Calipso.
Hendrik van Balen I, 1616.
Academy of Fine Arts, Viena, Austria.

Pero, ¿quién era Calipso? “Divina entre dioses”, Calipso –del griego “la que oculta”–, retenía ya por siete años a Ulises en su jardín de “cóncavas grutas, ansiosa de hacerlo su esposo”. Atenea, “la que conoce las cosas divinas”, siempre atenta al estado y situación de Ulises, suplica a Zeus, su padre, y al Olimpo entero que intercedan por él. Tras escuchar las palabras de Atenea, deciden enviar a Hermes, el intermediario divino y “luminoso”, con un encargo: que vaya al islote de Ogigia situado en medio del océano, y en él sin demora transmita a la ninfa de hermosos cabellos “el firme decreto” de Zeus, rey del Olimpo, para que le deje partir. Y volviéndose hacia Hermes, el hijo querido, Zeus le dice:

–Hermes, tú que de siempre y en todo nos sirves de heraldo, ve y transmite a la ninfa crinada mi firme decreto del retorno de Ulises sufrido de entrañas: que vuelva sin compaña ni ayuda de dioses ni de hombres mortales, sobre balsa de múltiples trabas, penando en dolores, y le deje el vigésimo sol en la fértil Esqueria, el país de las gentes feacias, linaje divino. Este pueblo por sí le honrará como a un dios y la escolta le dará y el bajel en que vuelva a la patria querida tras hacerle presentes de oro, de bronce y de ropas cuantos nunca trajera de Troya si hubiese arribado sin sufrir daño alguno con toda su parte en la presa. De este modo ha de ver por su sino de nuevo a los suyos y llegar a su excelsa mansión y al país de sus padres.20

Una vez escuchado el mandato, Hermes, el mensajero e intermediario entre Cielo y Tierra,

anudóse al momento a los pies las hermosas sandalias inmortales, doradas, que suelen llevarlo por cima de las aguas y tierra sin fin con los soplos del viento; tomó luego el bastón con que suele adormirles los ojos a los hombres si quiere o despierta a los que haya dormidos. Empuñólo en su mano y voló el poderoso Agrifonte, que, estribando en Pieria, del éter saltó hasta el océano. Resbaló sobre el agua después como el ave marina que a través de los senos medrosos del mar infecundo busca peces y baña en la espuma sus alas espesas: de este modo iba Hermes cruzando las olas sin cuento.21

Hasta que llegó a la isla de Ogigia donde tocó tierra. Allí de inmediato se encaminó hacia la espaciosa cueva, la mansión de la ninfa de “trenzados cabellos”.

Allí estaba ella, un gran fuego alumbraba el hogar, el olor del alerce y del cedro de buen corte, al arder, aromada dejaban la isla a lo lejos. Cantaba ella dentro con voz melodiosa y tejía aplicada al telar con un rayo de oro. A la cueva servía de cercado un frondoso boscaje de fragantes cipreses, alisos y chopos, en donde tenían puesto su nido unas aves de rápidas alas, alcotanes y búhos, chillonas cornejas marinas de la raza que vive del mar trajinando en las olas.


Una fantástica cueva con Ulises y Calipso.
Jan Brueghel el Viejo, c. 1616.
Johnny van Haeften Gallery, Londres.

En el mismo recinto y en torno a la cóncava gruta extendíase una viña lozana, florida de gajos. Cuatro fuentes en fila, cercanas las cuatro en sus brotes, despedían a lados distintos la luz de sus chorros; delicado jardín de violetas y apios brotaba en su torno: hasta un dios que se hubiera acercado a aquel sitio quedaríase suspenso a su vista gozando en su pecho.22

De esta manera, de pie contemplándolo todo, estuvo un rato el heraldo divino y,

una vez que admiró cada cosa en su ánimo, el paso dirigió por el antro espacioso; ni visto de frente ignorado quedó de Calipso, divina entre diosas, porque nunca los dioses eternos se sienten extraños entre sí por muy lejos que tengan algunos sus casas. El magnánimo Ulises no estaba con ella: seguía como siempre en sus lloros, sentado en los altos cantiles, destrozando su alma en dolores, gemidos y llanto que caía de sus ojos atentos al mar infecundo.23

Habiendo penetrado en ese aromado antro, Hermes, ahora sentado en un espléndido trono, la diosa le puso una mesa por delante que colmó de ambrosía y néctar para que comiera y bebiera recuperando sus fuerzas. A la pregunta de Calipso por su visita, el Agrifonte le responde que Zeus manda deje partir sin demora al varón que tiene retenido, porque no es ese su destino sino “ver a los seres queridos y tornar a su excelsa mansión y al país de sus padres”.24


Mensaje de Mercurio a Calipso, 1805.
John Flaxman, Tate Gallery, Londres.

–Deja, pues, que se parta y evita las iras de Zeus: que no quede de hoy más enojado contigo. Así dijo y marchó el poderoso Agrifonte.25


Calipso se apiada de Ulises.
Henry Justice Ford, Colección privada.

Al instante Calipso se puso en marcha en busca de Ulises, anunciándole al encontrarle, que le dejará partir cuanto antes. Le instruye inmediatamente para que se arme una balsa bien preparada para surcar el “océano brumoso”, agregando que ella le dará viandas, agua, vino y ropas, enviando una ligera brisa que le lleve sin daños a su patria, “si así lo quieren las deidades que habitan el cielo”. Mas Ulises incrédulo ante lo que escucha pide a la diosa le prometa con un juramento que no tramará una nueva desgracia contra él. Tomándole con cariño la mano, ella le dice:

Testigos sean de ello la tierra y el cielo que arriba nos cubre y la Estigia y las aguas que vierte, el más grande y terrible juramento que pueden hacer las felices deidades, de que no he de tramar una nueva desgracia en tu daño, que, antes bien, para ti pienso y quiero lo mismo que habría de querer para mí si en tu propia aflicción me encontrara.26

Pasaron cinco días hasta que todo estuvo dispuesto y Ulises partió. Y así recibió Ulises los designios de lo alto del Cielo, a través del dios intermediario, el divino Hermes.

De momento, no podemos extendernos más en este Canto porque nos desviaríamos de nuestro tema principal y aún nos queda mucho por relatar. Mas para ello, tenemos los libros que nos legaron los poetas a los que siempre podemos recurrir penetrando en el extraordinario mundo del mito y la poesía. Y si bien estos relatos míticos nos raptan a otros estados por el hechizo que las andanzas y aventuras entre dioses y hombres promueven en nuestra psiqué, anotar que lo importante de estas historias “ejemplares” es comprender lo que nos quieren decir, veladamente, “bajo el lenguaje emotivo de la poesía”. Sin embargo los mitos griegos no siempre son claros, sobre todo cuando recordamos lo que las Musas dijeron a Hesíodo al principio:

Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad.27


La Musa Calíope con el poeta Hesíodo.
Detalle del mosaico del Antakya Museum Hotel, Turquía.

Los mitos nos hablan de varias cosas a la vez, como ya se ha dicho, pero principalmente del proceso cosmogónico, y “la creación del mundo a partir de un caos primigenio”,28 pero en el caso de la Odisea el mito habla, propiamente, de la Iniciación. Obra en la que, a través de un relato arquetípico, se narran las pruebas iniciáticas que debe franquear el iniciado en la búsqueda y conocimiento de sí mismo, hasta llegar a su centro, su corazón en el que concilia todas las oposiciones verticales y horizontales, análogo al Centro del Mundo, “donde establece la comunicación interna con los estados superiores de uno mismo”,29 es decir, con las deidades y energías superiores, que lo conducirán, finalmente, a la Patria Celeste.

Recordemos aquello que nos dice Federico González Frías en su extenso y profundo Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos:

El mito activa lo imaginal prototípico y nos despierta a la música de las esferas y al asombro. También conserva el rastro de las andanzas de los dioses y sus aventuras.30

No cabe duda de que aquellos jardines narrados en la Odisea, quedaron fijados en el “imaginario” de estos pueblos a través del tiempo, como veremos más adelante. Por lo que retomemos lo que decíamos más arriba acerca del mito y oigamos la descripción que hace Homero del fecundo jardín de Alcínoo, uno de los doce reyes de Esqueria, el país de los feacios, donde Ulises recaló luego de partir de la isla de Ogigia y errar veinte días entre “embates de olas y raudos ciclones” provocados por la furia de Posidón. Gracias a circunstancias tejidas en lo invisible por la diosa Atenea, Ulises es rescatado por la hija de Alcínoo, Nausícaa, quien esa noche escucha en sueños las palabras de su amiga, “la hija del nauta Dimante, famoso en los mares”, recordándole que el tiempo de su boda se acerca y que debe bajar, con la aurora, a las fuentes a lavar los magníficos vestidos que llevará en esa ocasión. Al despertar con el amanecer, la joven doncella corrió a pedirle a su padre le proporcionara un carro jalado por mulas para bajar al río a lavar sus vestidos para el futuro acontecimiento, a lo que el rey accedió. Al llegar, acompañada como iba por sus sirvientas, de inmediato lavaron la ropa y a secar la pusieron al radiante sol. Luego de comer y beber jugaban y reían en una playa cercana al río. Es entonces cuando Atenea despierta a Ulises que había caído en un profundo sueño, inducido por ella, para que reposara recuperando así sus fuerzas menguadas por los embates del mar. Al escuchar las voces y risas de las jóvenes, el astuto Ulises salió de entre las ramas y cubriendo “sus vergüenzas viriles”, dirigió la palabra a Nausícaa, que de pie y sin temor ante su presencia, parecía, por su belleza y altura, una diosa.


Ulises y Nausícaa.
Jean Alfred Marioton, Musée D’Orsey, París.

Sin saber quién es, Ulises le cuenta sus infortunios y le implora, con sagaces palabras, le ayude. La bella doncella viendo que el extranjero no parecía “vil ni insensato” le revela que es hija del magnánimo Alcínoo, rey de las gentes feacias, amados por los dioses, que viven apartados en medio del mar al extremo del mundo sin mezcla con otros humanos. Y, acogiéndole, instruye a sus sirvientas le den ropa, la túnica y un manto, para que luego de bañarse se unja de aceites, coma y beba saliendo del prolongado ayuno. Cuando estaban ya dispuestas para volver a la ciudad, Nausícaa plegó sus vestidos recién lavados y los puso en el carro, y enganchadas las mulas subió en él instruyendo a Ulises en lo que debe hacer antes de encontrarse con Alcínoo en su excelso palacio. Y dándole con la fusta a las mulas emprende, la bella princesa, Nausícaa, camino a la ciudad seguida a pie por sus sirvientas y Ulises.31


Ulises y Nausícaa, c. 1853.
Charles Gleyre.

Cuenta el poeta que camino al palacio del rey Alcínoo se encontraba el bosque sagrado de Atenea: chopos, una fuente y un prado donde había un cercado de viña florida.

Advertido antes por Nausícaa, Ulises se detuvo allí un momento en tanto ellas llegaban a palacio. A ponerse iba el sol y “al instante imploró el héroe a la doncella hija del máximo Zeus”, Atenea, escuchara su plegaria.

No lejos se encontraba la ciudad, y luego, hacia allí se encaminó Ulises. Atenea previsora, le cubrió en una densa niebla, no fuera a ser interrogado por extraños sobre quién era. Llegando estaba a esa ciudad cuando al paso le salió “la diosa ojizarca” tomando la figura de una joven gentil que se detuvo a su lado, y viendo a la joven, Ulises le pide le conduzca a la casa de Alcínoo. Caminan en silencio, ella por delante, sin hablar ni ver a nadie hasta que llegan frente a la excelsa morada del rey rodeada por un extenso jardín. Allí dejó a su protegido “la divina ojizarca Atenea”, luego de revelarle el divino linaje de Alcínoo y su esposa, Areta. Solo, entonces, avanzó Ulises y “frente al porche broncino” se detuvo, meditando mil cosas, atento a lo que veían su ojos.

Por de fuera del patio se extiende un gran huerto, cercadas en redor por un fuerte vallado sus cuatro fanegas; unos árboles crecen allá corpulentos, frondosos: hay perales, granados, manzanos de espléndidas pomas; hay higueras que dan higos dulces, cuajados, y olivos. En sus ramas jamás falta el fruto ni llega a extinguirse, que es perenne en verano e invierno; y al soplo continuo del poniente germinan los unos, maduran los otros: a la poma sucede la poma, la pera a la pera, el racimo se deja un racimo y el higo otro higo. Tiene Alcínoo allí mismo plantada una ubérrima viña y a su lado se ve un secadero en abierta explanada donde da recio el sol; de las uvas vendimian las unas mientras pisan las otras; no lejos se ven las agraces que la flor han perdido hace poco o que pintan apenas. Por los bordes del huerto ordenados arriates producen mil especies de plantas en vivo verdor todo el año. Hay por dentro dos fuentes: esparce sus chorros la una a través del jardín y la otra por bajo el patio lleva agua a la excelsa mansión donde el pueblo la toma. Tales son los gloriosos presentes que el cielo da a Alcínoo.32


Ulises en el palacio de Alcínoo, arrodillado frente a Areta.
Jean Jacques Lagrenée. Musée des Beaux Arts, Narbonne.

De allí en más sigue esta extraordinaria narración en la que podemos zambullirnos de la mano del mismo Homero fijada, como dijimos, en la escritura legada por el poeta a los hombres desde la Antigüedad. Pero, de momento dejemos a los dioses y a los hijos de dioses en sus divinas aventuras y volvamos ahora a nuestro discurso.

En cuanto a los habitantes de estos pueblos griegos, inicialmente, no solían tener jardines para su recogimiento y recreo como los conocemos de Egipto y Mesopotamia. Más bien, los helenos de entonces, y los más pudientes entre ellos, se dedicaban a la horticultura cultivando plantas medicinales, hierbas aromáticas, árboles frutales y de otras especies en huertos al lado de sus viviendas o en el campo tan apreciado por ellos, donde más tarde construyeron casas de recreo rodeadas de bellos y ricos jardines y viñedos, inspirados no sólo en los narrados por los poetas, sino más bien, en aquellos jardines del antiguo Egipto y Mesopotamia, gracias a la herencia recibida de estas grandes tradiciones, recreando análogos y verdaderos paraísos. Sin embargo, recordemos que antaño muchos de los habitantes de Ática eran pastores y vivían dedicados al pastoreo pero, generalmente, la mayoría se entregaba a las actividades agrícolas en extensiones mayores, o fincas, que habían adquirido fuera de la ciudad, “verdaderos agricultores, que hacían sólo eso, amantes de lo bello y de buena naturaleza y que disponían del mejor suelo, de agua en abundancia y, de estaciones templadas de la mejor manera posible”.33 Esta región era muy basta y rica y es por esto que se dice eran capaces de alimentar a un gran ejército que, antiguamente, era una casta aparte que vivía arriba en la acrópolis de Atenas.

El “divino” Platón nos lleva en su diálogo Critias o Atlántico34 al pasado mítico de Atenas. En él dice –luego de invocar a los dioses, especialmente a Mnemósine, “porque casi todo lo esencial de nuestro discurso se encuentra en el dominio de esta diosa”–,35 que Critias, quien dialoga con Sócrates, recordaba lo que una vez habían dicho los sacerdotes y que Solón, “el más sabio de los siete”, había llevado allí. Decían que en una ocasión, transcurridos ya nueve mil años desde que había estallado la guerra entre los atenienses que poblaban estas tierras y aquéllos que habitaban más allá de las columnas de Heracles, a cuya cabeza iban los reyes de la isla de Atlántida, ahora hundida por terremotos,

los dioses distribuyeron entre sí las regiones de toda la tierra por medio de la suerte –sin disputa; pues no sería correcto afirmar que ignoraban lo que convenía a cada uno ni, tampoco, que, a pesar de saberlo, intentaban apropiarse unos y otros de lo más conveniente a los restantes por medio de rencillas. Una vez que cada uno obtuvo lo que le agradaba a través de las suertes de la justicia, poblaron las regiones (…).36

Y,

mientras los otros dioses recibieron en suerte las restantes regiones y las ordenaron, Hefesto y Atenea, por su naturaleza común –su hermana por provenir del mismo padre y porque por amor a la sabiduría y a la ciencia se dedicaban a lo mismo–, recibieron ambos esta región como única parcela, apropiada y útil a la virtud y a la inteligencia por naturaleza (…).37

A pesar de ello, pronto se levantó una disputa entre Posidón y Atenea por la posesión del Ática, clavando aquél su tridente en la acrópolis de Atenas, donde inmediatamente brotó un pozo de agua marina, que se dice, aún se puede ver. Pero luego, Atenea, fue a tomar posesión de Ática plantando el primer olivo junto al pozo. Posidón, furioso, la desafió a un combate y Atenea habría aceptado si no hubiera intervenido Zeus, quien les ordenó sometieran la disputa a un arbitraje.38


Disputa entre Minerva y Neptuno. René-Antonie Houasse.
Musée de l’Histoire de France, Francia.

Según dice el célebre escritor latino Cayo Julio Higinio en sus Fábulas,

como había discusión entre Neptuno y Minerva sobre quién fundaría la primera ciudad en tierra ática, tomaron por juez a Júpiter. Puesto que Minerva fue la primera en plantar en aquella tierra un olivo, que según algunos sigue hoy día en pie, la sentencia se decantó a su favor. Pero Neptuno, enfadado quiso inundar esta tierra con el agua del mar, hecho que Mercurio, siguiendo las órdenes de Júpiter, le prohibió hacer. Así pues, Minerva fundó la ciudad de Atenas, dándole su propio nombre, ciudad que, dicen, fue la primera organizada en la tierra.39

Implantando la diosa en aquella región “hombres buenos, aborígenes, introduciendo el orden constitucional en su raciocinio”.40

Comencemos, pues, por cantar,

a Palas Atenea, la gloriosa deidad de ojos de lechuza, la muy sagaz, dotada de corazón implacable, virgen venerable, protectora de ciudadelas, la ardida Tritogenia.


Pallas Atenea.
Atribuido a Rembrandt, hacia 1655.
Museo Calouste Gulbenkian, Lisboa.

A ella la engendró por sí sólo el prudente Zeus de su augusta cabeza, provista de belicoso armamento de radiante oro.

Un religioso temor se apoderó de todos los inmortales al verla. Y ella, delante de Zeus egidífero saltó impetuosamente de la cabeza inmortal, agitando una aguda jabalina. El gran Olimpo se estremecía terriblemente, bajo el ímpetu de la de ojos de lechuza. En torno suyo, la tierra bramó espantosamente. Se conmovió, por tanto, el ponto, henchido de agitadas olas, y quedó de súbito inmóvil la salada superficie. Detuvo el ilustre hijo de Hiperión sus corceles de raudos pies por largo rato, hasta que se hubo quitado de sus inmortales hombros las armas divinas la virgen Palas Atenea. Y se regocijó el prudente Zeus.

Así que te saludo a ti también, hija del egidífero Zeus, que yo también me acordaré de otro canto y de ti.41

La acrópolis, situada en la cima de la ciudad tocando el cielo, era lugar de culto y habitáculo de los dioses en la tierra. Allí estaba el templo de Atenea Nike que albergaba una estatua de Atenea alada personificada como Nike, la Victoria.


La Acrópolis de Atenas.
Reconstrucción de la Acrópolis y el Areópagus de Atenas
por el arqueólogo y pintor Leo von Klenze, 1846. Colección Neue Pinakothek.

Luego, el Partenón, otro templo dedicado a Atenea Pártenos (la Virgen), donde antiguamente estuvo el templo de Atenea Polias, protectora de la ciudad, seguido por el Erecteión, cuyo pórtico sur estaba sostenido por las bellas Cariátides. Este gran templo tenía varias estancias distribuidas a distintos niveles –dada la irregularidad del terreno–, para el culto de otros dioses: el de Hermes, Posidón, Zeus, etc., incluso espacios donde se señalaban las tumbas de los primeros reyes míticos de Atenas, Erecteo y Cécrope.

En la Ilíada42 se nombra a Erecteo y allí se cuenta que,

los que poseían Atenas, bien edificada fortaleza, el pueblo del magnánimo Erecteo, a quien en otro tiempo Atenea, hija de Zeus, había criado tras darle a luz la feraz tierra y había instalado en Atenas, en su opíparo templo.43

Primitivamente, Erecteo no parece haber sido distinto de Erictonio –nombres que, según el testimonio de Solón, los sacerdotes mencionaban al relatar la guerra de entonces–, del que se dice era biforme, al igual que Cécrope, ya que la parte superior de su cuerpo era humana y la inferior de serpiente, habiéndolo dado a luz Gea, la Tierra. Las genealogías de estas entidades míticas son confusas, pues unas dicen que Erecteo era padre de Cécrope y que Erictonio no sólo coincidía con Erecteo sino que era su abuelo. En todo caso, a todos se les vincula con la ciudad de Atenas, la diosa Atenea y el dios Hefesto.


Nacimiento de Erictonio. Gaia, la Tierra, sostiene al niño que Atenea recibe.
Tras Atenea está Hefesto y a la izquierda el Rey Cécrope.
Wilhelm Heinrich Roscher, Göttingen, 1845 - Dresden, 1923.
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Cuenta la leyenda que Hefesto, enamorado como estaba de Atenea, empezó a perseguirla y en el intento de atraparla, derramó en su pierna. Ella horrorizada y asqueada, ya que era casta y virgen, se limpió con una lana cayendo el semen del dios en la tierra, fecundándola. Y dicen que al nacer el niño, Atenea lo crió instalándolo luego en un espléndido templo en Atenas.

De Cécrope, se dice que era uno de los reyes míticos de Ática, si no el primero. Divinidad protectora del antiguo palacio real en la acrópolis ateniense, la leyenda lo convirtió en el fundador y primer rey de Atenas. Fue un rey pacífico y civilizador al que se le atribuye “haber realizado el primer censo, dado las primeras leyes, introducir la monogamia, el primer alfabeto y la sepultura de los muertos, en vez de la cremación”,44 entre otras enseñanzas. Y cuentan que fue durante su reinado que se resolvió la disputa entre Posidón y Atenea por la posesión de Ática a favor de ésta gracias a que Cécrope atestiguó que ella había sido la primera en plantar un olivo en Atenas.45

Se contaba que en las laderas de la acrópolis, antes de que fueran devastadas por la lluvia torrencial pues “hubo terremotos unidos a un gran diluvio, el tercero antes de la destrucción en época de Deucalión”,46 se hallaban jardines con bosquecillos de pinos y cipreses cubriendo la roca, dando frescura al árido suelo para proteger a sus habitantes de los intensos rayos solares que caían sobre los resplandecientes templos –pintados en su tiempo–, donde se llevaban a cabo los ritos y fiestas en honor a los dioses; más abajo, rodeado de una arboleda, estaba el teatro dedicado al dios del vino y la “locura divina”, Dioniso, el nacido dos y tres veces, donde los grandes dramaturgos y una corte de actores dramatizaban las andanzas de dioses y hombres en la tragedia y la comedia, auspiciadas por las Musas, Melpómene y Talía, respectivamente.

Había también fosos de agua donde crecían arbustos rodeando el Hefaisteion, el gran templo dedicado al dios del fuego, Hefesto, en cuya fragua se fundían las armas de dioses y héroes y cuyos retumbos, a lo lejos, aún se dejaban oír.


Hefesto le da a Tetis las nuevas armas de Aquiles. (Ilíada, XVIII, 424-617).
Kylix con figura Ática, 490-480 a. C.

Canta, Musa de voz clara, a Hefesto, célebre por su talento, el que, con Atenea la de ojos de lechuza, enseñó espléndidos oficios a los hombre sobre la tierra, hombres que antes habitaban en grutas en los montes como fieras.

Ahora, instruidos en los oficios por Hefesto, célebre por su destreza, pasan cómodamente la vida, hasta el día que cumple el año, en sus propias moradas.

¡Séme, pues, propicio, Hefesto, y concédeme virtud y prosperidad!47

Sobre la casta guerrera, y siguiendo la narración de Platón en el Critias, contaban los sacerdotes y Solón que antiguamente los guerreros,

ocupaban independiente y aislado el sitio superior alrededor del templo de Atenea y Hefesto, circundado por una valla como el jardín de una casa. Habitaban la parte norte de la acrópolis, donde habían construido habitaciones comunes y comedores para el invierno y todas las construcciones de ellos y los templos de los dioses que convenía que tuviera la república común, sin oro ni plata –pues no los usaban nunca para nada, sino que buscaban el término medio entre la prepotencia y la pusilanimidad y habitaban en casas ordenadas, en las que ellos y los hijos de sus hijos envejecían y traspasaban siempre en el mismo estado a otros semejantes.48

También usaban la parte sur que habían apartado para las instalaciones de verano y para los jardines, gimnasios y “lugares de comida común con esa finalidad”.

En el lugar que ocupa en el presente la acrópolis, había una fuente de la que quedaron pequeños manantiales actuales en círculo cuando los terremotos la cerraron. A todos los de entonces les proporcionaba una corriente abundante, templada en invierno y en verano.49

Este era el recuerdo que guardaba Critias de la acrópolis –narrada por los antiguos y escuchada por él cuando aún era niño–, edificada en la parte más alta de la ciudad, la “ciudad de los vivos”, como la llamaban, donde habitaban los dioses junto a las hombres.

Volviendo a lo que decíamos más arriba acerca del origen de estos pueblos, advirtamos cómo se fueron conformando a través del tiempo en una poderosa unidad bajo el sostén de ciertos centros sagrados, puntos señalados depositarios y transmisores de la revelación de sus dioses, de su doctrina y pensamiento, haciendo posible a los hombres que habitaban aquella geografía sagrada la obtención del conocimiento y de su verdadera identidad.

En la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, obra ya citada más arriba, se señala que,

al orden o cosmos tradicional establecido por aquéllas, [la teogonía y cosmogonía arcaicas] se une más tarde Apolo, dios de la luz, de la unidad polar y por lo tanto de la armonía, siendo Delfos el centro de toda Grecia, el ómphalos (ombligo), sostén de la unidad de los pueblos que la conformaban.50


Reconstrucción del santuario del dios Apolo en Delfos.
Albert Tournaire, 1894. École Nationale Supérieure des Beaux-Arts.

Delfos, nombre que deriva de delphis, o sea útero en griego, era considerado el centro u omphalos (ombligo) de todos los pueblos griegos y del mundo, y es allí donde Apolo, dios de la Luz inteligible, la Belleza y la Armonía, la Música y la Aritmética, la Poesía y la Danza, la Medicina y la Curación, la Profecía y la Adivinación, mató a la serpiente Pitón, convirtiéndose este lugar –ubicado en la cueva de la montaña–, especialmente señalado para recibir las energías divinas desde donde se emitía el oráculo del dios Apolo, por mediación de los augurios de los sacerdotes y de la Pitia.


Apolo, triunfo sobre la serpiente Pitón.
Pietro Benvenuti, c. 1813. Colección privada.

El Apolo délfico no llama a los que entran en su santuario con la fórmula usual de saludo, sino que les dice: ¡Conócete a ti mismo!51

En la inscripción del adyton –el centro del oráculo de Delfos y asiento de la Pitia– en el templo de Apolo, aparecía esta advertencia:

Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses.52

Pero, ¿a qué se refiere el dios cuando enuncia aquella enigmática sentencia?


“Conócete a ti mismo”.
Inscripción de la sentencia que aparecía
en el frontispicio del Templo del dios Apolo
en Delfos. Museo Nacional de Antropología, Madrid.

En el Cármides,53 Platón escenifica un extraordinario diálogo entre Sócrates y Critias en el que, a partir de debatir alrededor de ciertas ideas en torno a si la sensatez es el “ocuparse de lo suyo”, dice Critias:

–Casi iba yo a sostener eso mismo de que ser sensato es conocerse a sí mismo, y coincido con aquel que en Delfos puso aquella inscripción que, según creo, está dedicada a esto, a una bienvenida del dios a los que entran, en lugar de decir “salud”, ya que esta fórmula de “salud” no es correcta, ni deseable como exhortación de unos a otros, sino la de “sé sensato”. El dios da la bienvenida, pues, a los que entran al templo de diferente manera que los hombres. Esto es lo que tuvo en su cabeza el que puso la inscripción, cuando la puso. Al menos, así me parece. Y el dios no dice otra cosa, en realidad, a los que entran, sino “sé sensato”. Bien es verdad que habla más enigmáticamente, como un adivino. Porque “el conócete a ti mismo” y el “sé sensato” son la misma cosa, según dice la inscripción, y yo con ella; pero fácilmente podría pensar alguno que son distintas.54

Sin embargo, más adelante, Sócrates pregunta nuevamente a Critias:

–Dime, una vez más, insinué yo, cuál es tu juicio sobre la sensatez.
–Digo, pues, añadió él, que, de entre todos los otros saberes, ella es el único que lo es de sí misma y de todos los demás.
–¿Y no es verdad, dije yo, que tal vez sea saber del no-saber si es que lo es del saber?
–Claro que sí, dijo.
–En efecto, sólo el sensato se conocerá a sí mismo y será capaz de discernir realmente lo que sabe y lo que no sabe, y de la misma manera podrá investigar qué es lo que cada uno de los otros sabe y cree saber cuando sabe algo, y además qué es lo que cree saber y no lo sabe. Porque no habrá otro que pueda saberlo.
–Esto es, pues, el ser sensato y la sensatez y el conocimiento de sí mismo: el saber qué es lo que se sabe y lo que no se sabe. ¿Es esto lo que quieres decir?
–Eso es, dijo.55

En el Himno Homérico56 “A Apolo”, el poeta se pregunta:

¿Cómo te cantaré, celebrado como eres por toda clase de himnos? Que por todas partes, Febo, hay pasto para el canto en tu honor, tanto en el continente nutridor de novillas, como en las islas. (...)

¿Cantaré tal vez cómo al principio Leto te parió, gozo para los mortales, apoyada sobre el monte Cinto, [muy cerca de la palmera] en la isla rocosa, en Delos, ceñida por las corrientes? De uno y otro lado, el sombrío oleaje se abatía sobre la costa, a impulsos de los vientos de silbante soplo. Surgido de allí, te enseñoreas sobre los mortales todos.57

En este mismo Himno al dios Apolo narra el poeta que, luego de un largo periplo buscando Leto donde dar a luz al Certero Flechador, Delos, la isla rocosa, gustosa acoge a Leto para el nacimiento del Certero Soberano. Fue entonces cuando llegó Ilitía, “provocadora de las angustias del parto” –que estaba retenida por la celosa Hera que impedía el nacimiento de los hijos de Zeus y Leto–, cuando a Leto le sobrevino el parto y sintió el deseo de dar a luz. Abrazada a la palmera y apoyadas sus rodillas sobre la tierra que sonreía bajo ella,

saltó él fuera a la luz y las diosas [Dione, Rea, Temis, Icnea y Anfítrite, que acompañaban a Leto en este trance] gritaron todas a una.


El nacimiento de Apolo y Artemisa en Delos.
Giulio Roman, 1530-1540. Royal Collection Trust. Windsor Castle.

Entonces, Febo, el del ie, las diosas te lavaron en agua clara, de forma pura y sin tacha, te fajaron con lino blanco, fino, completamente nuevo, y te envolvieron con una cinta de oro.

No amamantó su madre a Apolo, el del arma de oro, sino que Temis le ofreció el néctar y la deliciosa ambrosía con sus manos inmortales. Se regocijaba Leto, porque había parido un hijo poderoso y capaz de llevar el arco.58

Y una vez que Febo se sació del alimento inmortal,

no pudieron ya contenerte las áureas cintas, de tanto como te debatías y no había trabas que te constriñeran, sino que se soltaban todas las ataduras. Y en seguida Febo Apolo le dijo a las inmortales:

–¡Sean para mí, mi cítara y el curvado arco! ¡Y revelaré a los hombres la inefable determinación de Zeus!


Apolo con su lira.
Onorio Marinari, (1627-1715). Florencia.

Dicho esto se puso en marcha sobre la tierra de anchos caminos Febo, el de intensa cabellera, el Certero Flechador. Todas las inmortales quedaban estupefactas, y toda Delos se cargó de oro, mientras contemplaba al vástago de Zeus y Leto, por la alegría de que el dios la hubiera escogido como casa en lugar de las islas o el continente, y la amara con preferencia en su corazón. [Y floreció como la cima de un monte por el verdegueo de la vegetación].59

Sobre esta mágica transformación que sufre la isla rocosa de Delos, luego del nacimiento del dios de la luz, Apolo, en su seno, Mireia Valls desvela el significado simbólico de este hecho extraordinario, en su profundo y cuidado artículo Cuando los Dioses Hablan. Centros oraculares de la Tradición Hermética60 de la siguiente manera:

Delos es un estado del alma que se alcanza tras un largo proceso de transmutación. De rocosa y áspera pasa a ser “la Brillante”, por el relucir del oro fruto de la perfección alcanzada al acoger en su seno al dios de la luz, del esplendor y la claridad, atributos relacionados con ideas universales emanadas directamente de la Inteligencia.61

Todo esto sucede, como vemos, en el interior de nosotros mismos, en nuestra alma; se trata por tanto de comprender, de intuir en lo más secreto del corazón, a través del símbolo y la analogía, lo que el mito nos está revelando. Por otra parte, debemos recordar que la vida misma, al igual que los relatos míticos cantados por los poetas y los Himnos relacionados con los dioses, sus atributos y estados se prestan a varias lecturas de la realidad, como cuatro son los planos o mundos jerarquizados que conforman la Creación sintetizada en el Árbol de la Vida sefirótico, según la Cábala hebrea. Vivimos en un mundo multidimensional y cada dimensión se refiere a un estado o cualidad del Ser. Si bien Todo es Uno y Uno es Todo.

A Febo Apolo, Walter Otto le llama “puro y sacro” en su libro Los Dioses de Grecia,62 y señala que, “el mito délfico indica que su paradero era el legendario país de los hiperbóreos, mencionado muchas veces en Delos [centro de culto hiperbóreo] desde tiempos muy antiguos”. Por lo que la idea de este bienaventurado país es claramente primordial, pues se dice que “allí está el antiguo jardín de Apolo”, y hacia allí desaparecía todos los años para luego volver “cuando todo florecía”.63

Cuando Apolo nació, Zeus le dio un carro tirado por cisnes. Sin embargo no se dirigió a Delfos, sino a los hiperbóreos. Los délficos lo llamaron con cantos, pero él permaneció un año entero entre los hiperbóreos. Ahora bien, cuando llegó la hora hizo tomar a sus cisnes el camino de Delfos. Era verano, le cantaron los ruiseñores, las golondrinas y las chicharras. La argentina fuente de Castalia borbotaba y el Cefico subía con oscuras olas relucientes.64


Apolo en su carro tirado por cisnes.
Reverso de moneda. Artista: Sperandio, Mantua, c. 1425-1428.
Samuel H. Kress Collection.

De este legendario y utópico país dice Píndaro que:

ninguna nave ni caminante puede llegar allí. (Píndaro, Pít. 10, 31) Allí vive el pueblo sagrado que no conoce enfermedad ni edad, y del que están ausentes penas y luchas. Apolo se deleita con sus sacrificios solemnes. Por todas partes suenan coros de doncellas, sonidos de lira y flauta, y el laurel reluciente corona el cabello de los alegres comensales. (Píndaro, Pít. 10, 31) Atenea condujo allá una vez a Perseo, cuando tuvo que matar a la Górgona (Píndaro, Pít. 10, 45). En general, sólo elegidos por Apolo han visto el país legendario.65

Región que

simboliza el más destacado nombre pues comienza con el término hiper que es un superlativo de lo “mejor”, o sea que no sólo se destaca el mero nombre geográfico o físico de una región sino la referencia indirecta a lo que está más allá del orden que se conoce exclusivamente por los sentidos, es decir, otro estado de la realidad que el polo norte está simbolizando, como Eje del Mundo.66

Esto es precisamente lo que vemos en la etimología del nombre de Apolo: A = “hacia”, y del griego pólos = “eje” o “corona”; es pues el dios de la Luz inteligible, la Belleza y el Esplendor de la Verdad, el Certero Flechador “que hiere de lejos”, raptándonos verticalmente a través del Eje del Mundo, que atraviesa, comunica y une todos los planos y mundos por el centro, desde Tifereth –esfera ubicada justamente en el centro o corazón del Árbol de la Vida sefirótico y del hombre– hacia Kether, Corona, la Cúspide de la Montaña Sagrada relacionada simbólicamente con el Polo norte; estado del alma vinculado a la Edad de Oro, donde “vive el pueblo sagrado que no conoce enfermedad ni edad, y del que están ausentes penas y luchas,” como dice Píndaro más arriba.

Se destaca aquí el origen primordial de Apolo, dios de la luz y la claridad que desaparecía misteriosamente en el invierno –relacionado con el norte y el país de la Hiperbórea–, para volver en la primavera, vinculada con el este, donde nace el Sol, “cuando todo florecía” trayendo “la Luz y el Esplendor” al mundo, ideas que lo ponen en relación directa con la Tradición Primordial.


Apolo.
Giovanni Antonio Pellegrini, c. 1718.
Colección Mauritshuis, La Haya, Países Bajos.

Diodoro de Sicilia, antiguo historiador griego, en su Biblioteca Histórica67 narra que:

De los que expusieron por escrito las antiguas tradiciones míticas, Hecateo (de Abdera), y algunos otros, dice que en las zonas allende la Céltica se encuentra en el Océano una isla no menor que Sicilia. Ésta se encuentra en el norte, y es habitada por los llamados hiperbóreos debido a encontrarse más allá del punto desde el cual sopla el viento del norte. Es una isla fértil y feraz, y además disfruta de un clima excepcionalmente suave, por lo que producen dos cosechas al año. En ella, según la tradición mítica, nació Leto; por ello también Apolo recibe más honores que los restantes dioses entre sus habitantes; éstos se podría decir que vienen a ser sacerdotes de Apolo, porque cada día este dios recibe de ellos himnos ininterrumpidos y honores excepcionales. En la isla hay también un magnífico recinto sagrado a Apolo, y un notable templo adornado con múltiples ofrendas votivas, de forma redonda. Hay también consagrada a este dios una ciudad, la mayor parte de cuyos habitantes tocan cítara y, tañéndola ininterrumpidamente en el templo, cantan himnos en honor del dios glorificando sus hechos.68

Y más adelante menciona que,

los hiperbóreos poseen también una lengua peculiar, y mantienen relaciones de la máxima familiaridad con los griegos, especialmente con los atenienses y los delios, que desde los tiempos más antiguos han sido objeto de esta buena disposición. Y la tradición mítica refiere que algunos griegos fueron a visitar a los hiperbóreos, y dejaron tras de sí ofrendas votivas muy valiosas inscritas con letras griegas.69

¿Se estará refiriendo este historiador al “lenguaje de los pájaros”, aquél lenguaje del que habla la Tradición, o sea, el leguaje de los dioses y de los símbolos?

Diodoro señala la estrecha relación y el parentesco que tenían los habitantes de Delos con los hiperbóreos, y menciona el período de tiempo en el que las constelaciones de los astros cumplen “una revolución completa”, el cual tiene relación con la visita del dios a la isla.


Abaris.
Grabado antiguo de William Hoare
y grabador Barnard Baron, 1765.
Bath, Inglaterra.

De modo similar Abaris vino antaño de la tierra de los hiperbóreos a Grecia para renovar las relaciones de buena voluntad y parentesco con los delios. También dicen que, vista desde esta isla, la luna se aparece a una distancia muy pequeña de la tierra, y presenta a la vista prominencias como las de la tierra. También se dice que el dios [Apolo] visita la isla cada diecinueve años, período de tiempo en el que las constelaciones de los astros hacen una revolución completa; por eso el período de diecinueve años es llamado por los griegos “el año de Metón”.70 Con motivo de esta aparición el dios toca la cítara y danza sin interrupción durante la noche desde el equinoccio primaveral hasta la salida de las Pléyades, congratulándose de sus propios éxitos.71

Por su parte, Heródoto, a quien se le atribuye ser el primero en referirse a la Hiperbórea, dice en su obra Los Nueve Libros de la Historia,72 que no sólo Hesíodo habla de la Hiperbórea sino también Homero en los Epígonos, obra desaparecida, aunque mencionada por muchos. De esta sagrada región nos dice que,

los que hablan más largamente de ellos son los delios, quienes dicen que ciertas ofrendas de trigo venidas de los hiperbóreos atadas en hacecillos, o bien unos manojos de espigas, como primicias de la cosecha llegaron a los escitas, y tomadas sucesivamente por los pueblos vecinos, y pasando de mano en mano, corrieron hacia Poniente hasta Adria, y de allí destinadas al Mediodía los primeros griegos que las recibieron fueron los dodoneos, desde cuyas manos fueron bajando al golfo de Melea y pasaron a Eubea, donde de ciudad en ciudad las enviaron hasta la de Caristo, dejando de enviarlas a Andro, porque los de Caristo las llevaron a Teno, y los de Teno a Delos: con este círculo inmenso vinieron a parar a Delos las ofrendas sagradas. Añaden los delios que, antes de esto, los hiperbóreos enviaron una vez con aquellas sacras ofrendas a dos doncellas llamadas, según dicen, Hipéroque la una y Laódice la otra, y juntamente con ellas a cinco de sus más principales ciudadanos para que les sirviesen de escolta a quienes dan ahora el nombre de Perférees, conductores, y son tenidos en Delos en gran estima y veneración.73

Pero viendo los hiperbóreos que sus enviados no volvían a casa y que les parecía cosa dura perderles cada vez, decidieron mejor llevar sus ofrendas hasta sus fronteras pidiendo a sus vecinos llevasen aquellas ofrendas y “pasándolas de pueblo en pueblo”, llegasen finalmente a Delos, su destino.74

Cuentan los delios asimismo que por aquella misma época en que vinieron dichos conductores, y un poco antes que las dos doncellas Hipéroque y Laódice, llegaron también a Delos otras dos vírgenes hiperbóreas, que fueron Agra y Opis, aunque con diferente destino, pues dicen que Hipéroque y Laódice vinieron encargadas de traer a Ilitía, o Diana Lucina el tributo que allá se habían impuesto por el feliz alumbramiento de las mujeres; pero que Agra y Opis vinieron en compañía de sus mismos dioses, Apolo y Diana, y a éstas se les tributan en Delos otros honores, pues en su obsequio las mujeres forman asambleas y celebran su nombre cantándoles un himno, composición que deben al Liceo Olen, el cual aprendieron de ellas los demás isleños, y también los jonios, que reunidos en sus fiestas celebran asimismo el nombre y memoria de Opis y de Agra. Añaden que Olen, habiendo venido de la Licia, compuso otros himnos antiguos, que son los que en Delos suelen cantarse. Cuentan igualmente que las cenizas de los muslos de las víctimas quemados encima del ara se echan y se consumen sobre el sepulcro de Agra y Opis que está detrás del Artemisio, vuelto hacia Oriente e inmediato a la hospedería que allí tienen los naturales de Ceo.75

Oigamos lo que nos dice Mireia Valls en su artículo, citado más arriba, Cuando los Dioses Hablan. Centros oraculares de la Tradición Hermética:

Sobre las ofrendas nada sabemos (sólo que estaban envueltas en gavillas de trigo), permanecerán por siempre jamás en el secreto, como secreta es la entrega total a la deidad en el corazón del ser que decide recorrer una senda iniciática. Y esa entrega, que tiene que ver con la realización de la unidad del ser, impele al alma a entonar cantos a todos los seres intermediarios, especialmente a los dioses, para atraer su presencia y operar así la nupcia interna, el ritmado del alma individual con el alma del mundo y el enlace de ésta con el Espíritu.76


Apolo y las nueve Musas en el Monte Helicón.
Jan van Balen, mediados del siglo XVII.

Canto, himno, poesía, danza… todo ello es lo que aquellas muchachas transmitieron, o sea, la música del cosmos, su orden y despliegue, que los delios y los jonios acogieron y recrearon, actualizando la cosmogonía.77

*
*     *
Plutarco afirma en su Vidas Paralelas78 que la Academia fue transformada por Cimón, (515-490 a. C.) un gran general que pertenecía a la aristocracia de Atenas y que tuvo muchas victorias en sus campañas militares. Con los botines que había ganado contra los persas, este generoso general y estadista:

Fue el primero en hermosear la ciudad con aquellos lugares de recreo y entretenimiento, por los que hubo tanta pasión después, porque plantó de plátanos la plaza, y a la Academia, que antes carecía de agua y era un lugar enteramente seco, le dio riego, convirtiéndola en un bosque, y la adornó con corredores espaciosos y desembarazados, y con paseos en que se gozaba de sombra.79

academia
Academia de Platón.
Mosaico siglo I, Museo Arqueológico de Nápoles, Italia.

Sabido es que la Academia, como le decían, se encontraba en las afueras de Atenas en los Jardines de Academo, así llamados porque justamente allí se hallaba la tumba del héroe ático, Academo. Platón había adquirido un terreno en ese lugar para fundar su academia que constaba de un gimnasio rodeado de una frondosa arboleda que se dice era un bosque sagrado. En la Antigüedad, recordemos, los bosques eran lugares de celebración de ritos en honor a las divinidades. Muchos árboles estaban asociados a ciertos dioses, pues para estas culturas todo estaba sacralizado: los animales salvajes, las aves, las flores, los árboles, los ríos, las fuentes, el viento, las piedras, etc., todo era una manifestación de lo sagrado, de los númenes que por mediación de la Belleza se expresaban en la naturaleza como entidades vivas de esas energías celestes e invisibles.

Por lo que,

intuir la belleza y ser uno con ella es una forma de Conocer, una síntesis perfecta de la unicidad que se expresa por su intermedio. El éxtasis arrebatador del amor, la manifestación como música de las esferas y la serenidad que nos llega por estos motivos no son sólo maneras de expresar este hecho que conjuga al sujeto que conoce y al objeto que despierta, la Intuición Intelectual, hermanados en la misma Inteligencia y llevados por ella en presencia de la Sabiduría.80

Dado el amor que estos pueblos manifestaron por la naturaleza, no es de extrañar que escogieran lugares tocados por la divinidad en las afueras de la ciudad para el diálogo, el aprendizaje, el conocimiento y la vivencia de las Verdades Eternas. Ejemplo de esto que decimos lo tenemos en el Fedro81 de Platón, en el que Sócrates pregunta a Fedro:

–Mi querido Fedro, ¿adónde andas ahora y de dónde vienes?82

Fedro se dirigía a dar un paseo por las afueras de la ciudad cuando se encontró con Sócrates a quien invita a que le acompañe. Era un día de calor y desviándose por un sendero caminaban con los pies descalzos por la orilla del río Iliso buscando dónde sentarse a conversar. Mientras parloteaban, a lo lejos ven un plátano que les procurará buena sombra, acompañada de un “vientecillo suave” y bajo él se tumban. Dice Sócrates:

–¡Por Hera! Hermoso rincón, con este plátano tan frondoso y elevado. Y no puede ser más agradable la altura y la sombra de este sauzgatillo, que, como además, está en plena flor, seguro que es de él este perfume que inunda el ambiente. Bajo el plátano mana también una fuente deliciosa, de fresquísima agua, como me lo están atestiguando los pies. Por las estatuas y figuras, parece ser un santuario de ninfas, o de Aqueloo. Y si es esto lo que buscas, no puede ser más suave y amable la brisa de este lugar. Sabe a verano, además, este sonoro coro de la cigarras. Con todo, lo más delicioso es este césped que, en suave pendiente, parece destinado a ofrecer una almohada a la cabeza placenteramente reclinada. ¡En qué buen guía de forasteros te has convertido, querido Fedro!83

Y luego de conversar y descansar, arrobados por el sutil canto de las cigarras, Sócrates le narra a Fedro cómo se originó la raza de estas divinas cantoras.

Sócrates: –Me parece además, como si, este calor sofocante, las cigarras que cantan sobre nuestras cabezas, dialogasen ellas mismas y nos estuvieran mirando. Porque es que si nos vieran a nosotros dos que, como la mayoría de la gente, no dialoga a mediodía, sino que damos cabezadas y que somos seducidos por ellas debido a la pereza de nuestro pensamiento, se reirían a nuestra costa, tomándonos por esclavos que, como ovejas, habían llegado a este rincón, cabe la fuente, a echarse una siesta.

Pero si acaso nos ven dialogando y sorteándolas como a sirenas, sin prestar oídos a sus encantos, el don que han recibido de los dioses para dárselo a los hombres, tal vez nos lo otorgasen complacidas.

Fedro: –¿Y cuál es ese don que han recibido? Porque me parece que no he oído mencionarlo nunca.

Sócrates: –Pues en verdad que no es propio de un varón amigo de las Musas, el no haber oído hablar de ello. Se cuenta que, en otros tiempos, las cigarras eran hombres de esos que existieron antes de las Musas, pero que, al nacer éstas y aparecer el canto, algunos de ellos quedaron embelesados de gozo hasta tal punto que se pusieron a cantar sin acordarse de comer ni beber, y en ese olvido se murieron. De ellos se originó, después, la raza de las cigarras, que recibieron de las Musas ese don de no necesitar alimento alguno desde que nacen y, sin comer ni beber, no dejar de cantar hasta que mueren, y, después de esto, el de ir a las Musas a anunciarles quién de los de aquí abajo honra a cada una de ellas. En efecto, a Terpsícore le cuentan quiénes de ellos la honran en las danzas, y hacen así que los mire con mejores ojos; a Erato le dicen quiénes la honran en el amor, y de semejante manera a todas las otras, según la especie de honor propio a cada una. Pero es a la mayor, Calíope, y a la que va detrás de ella, Urania, a quienes anuncian los que pasan la vida en la filosofía y honran la música. Precisamente éstas, por ser de entre las Musas las que tienen que ver con el cielo y con los discursos divinos y humanos, son también las que dejan oír la voz más bella. De mucho hay, pues, que hablar, en lugar de sestear, al mediodía.84


Las Musas Urania y Calíope,
“la de la voz más bella”, con el libro de la Odisea en la mano.
Simon Vouet, hacia 1634, National Art Gallery, Washington, D. C., USA

Bien despiertos y con el alma a tono con lo que acabamos de escuchar del “divino” Platón, autor que nunca aparece en su obra, y conducidos por las Musas hemos llegado a puerto, abriéndonos a una nueva posibilidad de Conocer viajando por las culturas de la Antigüedad, por su pensamiento, sus dioses y sus jardines.


NOTAS.
1 Federico Gonzalez y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS 25-26, Barcelona, 2003. Integramente en versión online: Programa Agartha.
2 Ibid.
3 Ibid.
4 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Mito”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Integramente en versión online: Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.
5 Homero. Odisea. Introducción de Manuel Fernández-Galiano; traducción de José Manuel Pabón. Ed. Gredos, Madrid, 1982.
6 Canto I, 1-10, ibid.
7 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
8 Ibid.
9 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Himnos Órficos”, op. cit.
10 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
11 Hesíodo. Obras y Fragmentos. Introducción, Traducción y Notas de Aurelio Pérez Jiménez y Alfonso Martínez Díez. Ed. Gredos, Madrid, 1990.
12 Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Teogonía”, 27-29, ibid.
13 Ibid.
14 Nos recuerda el gran metafísico francés del siglo XX, René Guénon que:
“La doctrina hindú enseña que la duración de un ciclo humano, al cual da el nombre de Manvantara, se divide en cuatro edades, que marcan otras tantas fases de un oscurecimiento gradual de la espiritualidad primordial; son esos mismos períodos que las tradiciones de la antigüedad occidental, por su lado, designaban como las edades de oro, de plata, de bronce y de hierro. Actualmente estamos en la cuarta edad, el Kali-Yuga o ‘edad sombría’, y estamos en él, se dice, desde hace ya más de seis mil años, es decir, desde una época muy anterior a todas las que son conocidas por la historia ‘clásica’. Desde entonces, las verdades que antaño eran accesibles a todos los hombres han devenido cada vez más ocultas y difíciles de alcanzar; aquellos que las poseen son cada vez menos numerosos, y, si el tesoro de la sabiduría ‘no humana’, anterior a todas las edades, no puede perderse nunca, sin embargo se rodea de velos cada vez más impenetrables, que lo disimulan a las miradas y bajo los cuales es extremadamente difícil descubrirlo.” René Guénon. La Crisis del Mundo Moderno. Ediciones Paidós, Barcelona, 2001.
15 Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Trabajos y Días”, 105-120, ibid.
16 173-202, ibid.
17 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
18 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Mito”, ibid.
19 Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Teogonía”, 214-216, ibid.
20 Homero. Odisea. Canto V, 29-42, ibid.
21 43-55, ibid.
22 55-74, ibid.
23 75-84, ibid.
24 85-115, ibid.
25 145-148, ibid.
26 183-191, ibid.
27 Hesíodo. Obras y Fragmentos. “Teogonía”, 27-29, ibid.
28 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
29 Ibid.
30 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Mito”, ibid.
31 Homero. Odisea. Canto VI, ibid.
32 VII, 112, ibid.
33 Platón. Critias, 111e. Traducciones, Introducciones y Notas, Ma. Ángeles Durán y Francisco Lisi. Ed. Gredos, Madrid, 19
34 Ibid.
35 108d, ibid.
36 109b, ibid.
37 109c-d, ibid.
38 Robert Graves. Los Mitos Griegos, 1. “Naturaleza y Hechos de Posidón”. Alianza Editorial, Madrid, 1988.
39 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Atenas”, ibid.
40 Platón. Critias, 109d, ibid.
41 Himnos Homéricos. “A Atenea”. Traducción, Introducciones y Notas de Alberto Bernabé Pajares. Ed. Gredos, Madrid, 1978.
42 Homero. Ilíada. Traducción, Prólogo y Notas de Emilio Crespo Güemes. Ed. Gredos, Madrid, 1991.
43 Canto II, 545-550, ibid.
44 Platón. Critias, ibid.
45 Apolodoro. Biblioteca Mitológica. Libro III. Introducción, Traducción y Notas de Julia García Moreno. Alianza Editorial, Madrid, 1993.
46 Platón. Critias, ibid.
47 Himnos Homéricos. “A Hefesto”, op. cit.
48 Platón. Critias, 112a-c, ibid.
49 112d, ibid.
50 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
51 Walter F. Otto. Los dioses de Grecia. Traducción de Rodolfo Berge y Adolfo Murguía Zuriarrain. Ed. Siruela, Madrid, 2003.
52 Mireia Valls. Cuando los Dioses Hablan: Centros Oraculares de la Tradición Hermética, 1ª. Parte. Revista SYMBOLOS, Nº 59 - Solsticio Invierno 2020. “Afluentes de la Tradición Hermética”. Ver en la web: Artículo.
53 Platón. Cármides. Introducción general Emilio Lledó Íñigo; Traducción y Notas de J. Calonge Ruiz, E. Lledó Íñigo, C. García Gual. Ed. Gredos, Madrid, 1990.
54 164-165a, ibid.
55 167a y ss, ibid. Ver también: Platón. Apología 21 y ss. Ed. Gredos, Madrid, 1990.
56 Himnos Homéricos. “A Apolo”, ibid.
57 20-29, ibid.
58 115-125, ibid.
59 128-140, ibid.
60 Mireia Valls. Cuando los Dioses Hablan: Centros Oraculares de la Tradición Hermética, op. cit.
61 Ibid.
62 Walter F. Otto. Los dioses de Grecia, op. cit.
63 Ibid.
64 Ibid.
65 Ibid.
66 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Hiperbórea”, ibid.
67 Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Libros I-II. Traducción de Jesús Lens Tuero, Jesús M. García González, Javier Campos Daroca. Ediciones Clásicas, Madrid, 1995.
68 Ibid.
69 Ibid.
70 “Este ciclo busca las coincidencias entre el año solar y el año lunar.
El año solar tenía, desde tiempos antiguos, una duración calculada en 365 días y ¼.
El año lunar tenía 354, dado que el mes lunar tenía 29 días y medio.
Metón, astrónomo griego (siglo V a. C.), descubrió que 19 años solares del calendario griego equivalían a 235 lunaciones. Esto quiere decir que cada 19 años solares la luna volvía a pasar por las mismas fases en los mismos días y en las mismas horas, con lo cual se ajustaba el comienzo del curso de la luna con el del sol.
Este ciclo recibió el nombre de ciclo decemnovenal, posteriormente denominado ciclo de Metón o  ciclo metónico. Fue dado a conocer el año 433 a. C. con motivo de los Juegos Olímpicos”. Fuente: Internet: Universitat de Barcelona. Ver en la web: Explicación completa.
71 Diodoro de Sicilia. Biblioteca Histórica. Libros I-II, ibid.
72 Heródoto. Los Nueve Libros de la Historia. Introducción de Edmundo O´Gorman. Ed. Porrúa, México, 2011.
73 Libro Cuarto. “Melpómene”, XXXIII, ibid.
74 XXXIII, ibid.
75 XXXV, ibid.
76 Mireia Valls. Cuando los Dioses Hablan: Centros Oraculares de la Tradición Hermética, ibid.
77 Ibid.
78 Plutarco. Vidas Paralelas, Vol. III. “Cimón”. Ed. Iberia, Barcelona, 1959
79 XIII, ibid.
80 Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Belleza”, ibid.
81 Platón. Fedro. Traducción y Notas C. García Gual, M. Martínez Hernández, E. Lledó Íñigo. Ed. Gredos, Madrid, 1992.
82 227a, ibid.
83 230b-c, ibid.
84 259a-d, ibid.


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