Revista internacional de Arte - Cultura - Gnosis |
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TEATRO E INICIACIÓN: CONFERENCIA IMPARTIDA EN LA MIREIA VALLS |
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“Entre los nombres más destacados de Siva se encuentra el de Nataraja, Señor de los bailarines, o Rey de los actores. En esta advocación el cosmos es Su teatro, Su repertorio es amplio y Él mismo es el actor y la audiencia”. (A. K. Coomaraswamy. La danza de Siva. Ed. Siruela, Madrid, 2006). |
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Muy buenas tardes. Me gustaría comenzar agradeciendo a la Gran Logia Provincial de Madrid y en particular a la R.·. L.·. de investigación Athanor nº 47 la invitación para compartir ahora con todos vosotros unas meditaciones acerca de un tema que quizás pocas veces se ha enfocado del modo en que hoy os proponemos. Cuando se trata de conversar acerca del tema de la Iniciación y de la posibilidad real de recibirla actualmente y de hacerla efectiva, se siente ese impulso interno de transmitir a los que se acercan y desean escuchar sinceramente sobre todo esto que constituye el núcleo central de la vida y entonces nace el deseo de compartirlo sin más afán que el de dar testimonio de una realidad que da sentido a todo cuanto nos rodea y conforma y es lo mejor que a uno le puede pasar.
Por lo que de entrada me gustaría comunicaros que lo que iremos desarrollando poco a poco no son unos conocimientos que he estudiado por años desde un punto de vista erudito, teórico, universitario, o sea externo a mi misma, sino que son el fruto de una experiencia interna en el camino del conocimiento que la Iniciación simboliza y posibilita. Pienso que este texto que os voy a leer a continuación de la obra En el vientre de la ballena de Federico González, sintetiza perfectamente el contenido de lo que trataremos, que es la identidad entre la iniciación y el teatro de raíces sagradas, de ahí que el título de nuestra disertación sea justamente éste: “Teatro e Iniciación”. Leo:
Las palabras clave sobre las que meditaremos son, pues, iniciación, símbolo, rito, mito, drama-dramatización y teatro. Sus etimologías nos darán pistas del punto de vista en el que nos ubicamos y de la estrecha relación entre todas ellas. “Iniciación” viene del latín initium, significa principio o comienzo, y también del verbo inire, entrar. O sea, que se refiere a la entrada y el comienzo de un recorrido larguísimo en una vía de conocimiento intelectual-espiritual que nos ha de conducir a la plena realización de nuestro ser, no solamente de las facetas humanas, sino y sobre todo, de las suprahumanas, las divinas que también nos conforman. “Símbolo” procede del griego symbolon y significa reunir, juntar; en palabras de Federico González:
Y fijémonos en la raíz de la palabra arte, que es rt, emparentada directamente con la palabra rito que ahora veremos. El símbolo es entonces el intermediario, el vehículo, el puente en la vía del conocimiento, ya que pone en correspondencia la realidad conocida, visible y perceptible por los sentidos con la realidad desconocida y misteriosa que él mismo contiene y que se refiere a las instancias invisibles del Ser Universal. “Rito”, del latín ritus y de la raíz sánscrita rt, es hacer, actuar, o sea que implica poner el símbolo y el mito en acción, dramatizarlos. Vayamos entonces al término “mito”, procedente del griego myein emparentado con misterio; significa, “cerrar la boca”, “callarse”, “aludiendo sin duda al silencio interior en que se reciben los secretos de la iniciación transmitidos a través de los relatos míticos”,3 los que paradójicamente son verbalizados, entendiendo que éstos, es decir los mitos: “evocan el tiempo de los orígenes primordiales y sacros de los pueblos, así como las gestas y hazañas de los héroes y dioses civilizadores que los crearon”.4 Los mitos repiten el gesto majestuoso del establecimiento del cosmos según unas leyes universales invariables y al mismo tiempo nos proporcionan a los seres humanos el relato de las historias ejemplares de los héroes y los dioses que estamos llamados a dramatizar, a encarnar en nuestra vida para poder así retornar al lugar de donde todo procede, al punto increado del origen uno y único. El mito implica entonces una identificación con lo representado, con lo narrado, de lo contrario sería letra o palabra muerta. Y finalmente “teatro”, procede del griego theatron, “lugar para ver o contemplar” y de théaomai, “contemplar, considerar, ser espectador”. Y a su vez “drama” viene del verbo griego drao, igual a “yo hago”. He aquí, pues, el teatro como el lugar privilegiado donde dramatizar y contemplar el mayor símbolo de todos, que es el del Universo, su génesis, su despliegue en todos los mundos o estados invisibles y visibles que los mitos revelan, y el ser humano en el centro del escenario y simultáneamente en sus gradas para ver y representar esos mismos gestos, para hacer memoria viva, para contemplar, actuar, conocer e identificarse con esta totalidad que lo abarca todo y que llamamos Mundo o Universo ideado por un Dramaturgo que jamás aparece en el escenario. Son varios los autores tradicionales que equiparan el Mundo en su sentido más amplio, o sea identificado con la Manifestación Universal, a un inmenso escenario donde se ponen en juego las indefinidas posibilidades de ser, creando así el espejismo de la gran ilusión cósmica en permanente actualización. Una dramatización ideada por ese Dramaturgo, con mayúsculas, que de este modo se conoce a través de su auto-revelación y se redime de ella al concluir la función.
Lo mismo puede decirse del verdadero teatro, que es sagrado y simbólico por encima de todo, o sea una dramatización multidimensional de algo que lo trasciende pero que está inmanente en cada escena de la representación. Se comprenderá entonces que en el escenario no aparecen solamente los seres humanos con sus cosas, dimes y diretes así como el reino animal, vegetal o mineral en sus indefinidas y multifacéticas posibilidades, sino que igualmente se harán presentes los mundos invisibles, tanto los infrahumanos como los suprahumanos; es decir, los estados inferiores del ser y los superiores, las energías más densas y tenebrosas y su contrapartida luminosa y etérea simbolizada por los dioses y las diosas, incluyendo las gestas de los semidioses, héroes y heroínas que coparán hasta el último rincón de la caja escénica gracias a la intervención del gran mediador y cohesionador, el lenguaje —lingüístico y/o numérico—, ya se exprese éste a través de la palabra o del ritmo numérico en la música, la danza, el canto, la poesía, y todo aquello hecho con arte, o sea con arreglo a las leyes cósmicas inmutables, y claro está, el ser humano actuando todo ello. Esto hace del teatro un “espacio” donde se escenifica la cosmogonía al completo, adquiriendo por ello la dimensión de un rito operativo y revolucionario que repite el gesto de la creación del universo y su despliegue así como el regreso a ese origen mediante un proceso de transmutación conocido con el nombre de Iniciación.
Siendo esto así, no es de extrañar que en todos los pueblos y culturas del mundo los ritos iniciáticos se revistan de un ropaje teatral. Son auténticas escenificaciones de los mitos cosmogónicos y simultáneamente de las ingentes labores de los seres humanos por reconquistar su estado edénico anterior a la caída. Estos diseños arquetípicos se repiten aquí y allá, en tiempos pretéritos y ahora mismo. Recordemos la teatralidad de los ritos dionisíacos de la antigua Grecia así como los de los misterios de Eleusis y los Órficos; las iniciaciones de Mitra, las de los cabiros en Samotracia, las iniciaciones caballerescas y las de todos los oficios de la Edad Media, llegando a la Masonería, cuyos ritos han perdurado hasta nuestros días y están revestidos de este carácter teatral sagrado, siendo en ellos los vehículos de transmisión de las verdades eternas los símbolos, los relatos míticos y su puesta en escena, tanto en el rito de Iniciación al grado de Aprendiz como en los de la recepción en los dos grados simbólicos superiores, y por supuesto, en el rito de apertura y clausura de la Logia. Todos estos ejemplos constituyen auténticas dramatizaciones del orden cósmico y del proceso iniciático. Y si miramos hacia otras culturas, igualmente los encontramos en el rito del hain de los indios Onas de Tierra del Fuego, o en los ritos de los Chortís de Cuba, en los de los Sioux o los Hopi de Norteamérica, y en los de otras culturas de América, Oriente, Africa y Oceanía que no citaremos pues no las conocemos suficientemente como para referirnos a ellas. El teatro así entendido, de raíces sagradas, nada tiene que ver con el teatro profano actual, ese entretenimiento donde lo nuclear son obras en las que se destacan las tensiones psicológicas entre los distintos personajes y las anécdotas intrascendentes acerca de esto o aquello, o bien las groserías más vulgares que para nada abren el alma a estancias altas de la conciencia, sino a los más burdos y pervertidos estados infrahumanos, salvo algunas excepciones, claro, cuando por ejemplo se reponen las obras de los clásicos, o de dramaturgos posteriores que todavía estaban imbuidos del pensamiento tradicional, tal el caso de Shakespeare o Calderón de la Barca por poner dos ejemplos. Sin embargo, las adaptaciones que realizan muchos directores contemporáneos con frecuencia también rebajan el contenido de esos libretos inspirados y cortan las alas de lo que el autor pretendía transmitir, tal la ignorancia del ser humano actual, que todo lo reduce a lo concreto y material, múltiple y literal, racional, lógico, psicológico y emocional, desconociendo por completo otras lecturas más altas y profundas de la realidad. Y es que el auténtico teatro abre la mente a espacios desconocidos pero latentes en nuestro interior. Nos pone en contacto con el misterio de la vida y de la muerte y nos aproxima a lo eterno e inmortal. La deidad patrona del teatro es Dioniso. Se lo conoce con múltiples epítetos. “El que llega”, pues se dice que procede de Oriente y que a su llamado todo el mundo suelta inmediatamente sus quehaceres y se lanza tras él en alegre procesión; es también el dios de la Epifanía, el que trae la buena nueva, el que porta la máscara, el del trueno. Y sigamos la retahíla de atribuciones: el del espíritu profético, el multiforme, Taurino, Bicorne, el que sana y relaja, dicha de los mortales, lleno de gracias, el dispensador de bienes, el amante extático, el bailarín. Igualmente el sacrificador y el sacrificado, pues él mismo es descuartizado por los Titanes y resucitado por su padre Zeus al rescatar su corazón y colocarlo en una estatua de yeso animada mediante artes mágicas. Es por tanto también, el resucitado. Dioniso es el que te conduce al abismo y te introduce en el reino de los muertos y a la vez te catapulta a las más altas instancias del pensamiento. Te sume en el caos y en el éxtasis, rompe los rígidos esquemas y hace presentir la sacralidad de todo cuanto te rodea y conforma. Dios que lo abarca todo, promotor del furor mistérico al decir de Platón, alegre y cruel, dador del vino, embriagador, capaz de trastornarlo todo. Dioniso actúa como un revulsivo sobre el alma que se abre a su influjo. Nacido dos veces, es, pues, el prototipo del iniciado. Su madre es Sémele, una mortal que lo concibe al unirse con Zeus, pero cuando ésta le pide al dios que se muestre con toda su majestad, cae fulminada por el rayo, y entonces Zeus introduce al niño en su muslo hasta completar el proceso de gestación y darlo a luz por segunda vez. El niño dios da a conocer entonces su doble naturaleza humana y divina a quien se le acerca y lo sigue en alegre algarabía, pues él, “el delirante”, arrastra tras de sí un séquito imantado por el magnetismo de su energía que reúne todas las fuerzas del universo y las armoniza. Ménades, faunos, silenos, músicos y danzantes se dejan llevar hasta la frontera de lo ilimitado por el frenesí. Lo sagrado no es lo solemne, ceremonioso, rígido y pacato. Lo sagrado se reviste tanto de la máscara de la belleza más sublime como del horror más desgarrador. Todas las dualidades, que son un reflejo de las dos corrientes cósmicas que conforman a todos los seres y cosas del cosmos, se conjugan en este dios. Él nos las da a conocer para que nosotros las actualicemos en nuestro interior. Se trata de realizar las nupcias o cópulas de los aparentes opuestos, en los distintos mundos o planos del ser, desde el concreto y material pasando por el de la psiqué inferior y también por el del alma superior o universal, penetrando entonces en el mundo de los arquetipos y los principios universales sintetizados en los tres primeros números. Leemos de Carlos Alcolea en su libro Teatro Sagrado publicado en la colección Aleteo de Mercurio de la Ed. Libros del Innombrable, acerca de los ritos que acompañaban al dios:
Dioniso llega para que devengamos auténticas personas. Recordemos que “persona” significa “máscara”, y a su vez máscara viene del griego prósopon, pros: delante; opos: vista, o sea que vendría a significar “delante de la cara”. Y nos preguntamos, ¿cuál de las indefinidas máscaras elegimos y nos ponemos? En verdad se nos está invitando a actuarlas todas, a conocerlas todas, a ser cada uno de nosotros el actor principal de este drama cósmico que tiene una faz cómica y otra trágica, de ahí las dos modalidades del antiguo teatro griego que se conjugaban sobre el escenario y no podían ser la una sin la otra. Por un lado tenemos a la musa Thalía presidiendo la comedia, palabra que viene de Komos, desfile, procesión victoriosa, canto de triunfo y de odé, canción; y por el otro, Melpómene es la inspiradora de la tragedia, que procede de tragos, esto es “chivo”, en alusión al animal sacrificado en honor a Dioniso en sus festividades, o sea que la tragedia nos remite siempre al sacrificio, al que tendremos oportunidad de referirnos un poco más adelante. Pues sí, somos los actores y cantores del desfile indefinido de seres y entidades que pueblan los mundos visibles e invisibles de este Cosmos o Universo en permanente lucha que es el símbolo más grande y majestuoso de un Misterio innombrable, origen y destino de todo cuanto puede ser dicho o actuado, tanto en su faceta graciosa como rigurosa. Y todo ello está en nuestro teatro interior, es lo que nos conforma, extraordinario, ¿verdad? Desde luego no pensamos que deban reponerse estos Misterios de la Antigüedad en honor a Dioniso que se practicaron por milenios a lo largo de toda la geografía de Grecia, en bosques y lugares apartados de las miradas de los profanos, y también posteriormente se trasladaron a Roma y su imperio bajo el nombre de Bacanales, sino que lo que de ellos sabemos a través del testimonio de autores tradicionales fidedignos, de los cientos de cerámicas que fijaron escenas de esos ritos con sus símbolos fundamentales (la representación del dios y todo su séquito, así como la cista mystika con la serpiente enrollada y el liknon con el falo), de otras tantas obras pictóricas maravillosas posteriores del Renacimiento o del Barroco que nos presentan aquellos desfiles, orgías y danzas rituales tan vívidas y desenfrenadas en medio de la fronda y finalmente de los estudios de investigadores actuales que han ahondado en esta simbólica que rodea al dios, todo ello, nos ilumina sobre el sentido trascendental, impactante y profundo de la Iniciación, tanto la que fue entonces como la que se transmite actualmente. Pues, ¿no es porque sentimos un poderoso llamado interno que nos decidimos a pedir la Iniciación? ¿No estuvimos dispuestos a dejar lo que creíamos ser —un simple ser humano— para entregarnos a la muerte ritual en la cámara de reflexión que en verdad es nuestro corazón? ¿No nos adentramos solos en esa matriz oscura para olvidar la ilusoriedad de nuestra vida anterior, redactar nuestras últimas voluntades y disolvernos en el negro más negro de la ignorancia y el caos? ¿Acaso todo esto son solamente alegorías o es la oportunidad real de nacer por segunda vez, como Dioniso, arrastrándonos y penetrando por un canal estrecho entre las piernas de la madre parturienta, a un mundo nuevo, la Logia, imagen perfecta del cosmos? Pues todo en su interior es un gran escenario, donde está representado el universo entero, el cielo, con el zodíaco, el sol y la luna; los tres pilares que todo lo soportan, la tierra, los 4 puntos cardinales, las dos corrientes cósmicas simbolizadas por el pavimento mosaico, el invisible eje del mundo que cae sobre el ara iluminando las Tres Grandes Luces, más todos los símbolos específicos de cada grado dispuestos para impactar en la conciencia y sacarla del olvido, activando el pensamiento analógico; y los actores actuando, los oficiales representando su función, repitiendo palabras de poder para abrir y cerrar los trabajos, repitiendo el ritual que vehicula la influencia espiritual, repitiendo palabras para instruir, dar, aceptar y devolver finalmente todo lo que en ese ámbito sacro acontece al seno del Gran Arquitecto del Universo. Y de ahí en adelante, tras recibir la influencia espiritual capaz de abrir nuestra conciencia a estratos más elevados y universales y de despertar el intelecto divino que anida en nuestra interioridad, ¿no comenzamos a vivir una existencia significativa, no solamente en el espacio ritual donde se desarrollan los trabajos, sino en todos los ámbitos de nuestro día a día? Pues de eso se trata, de vivir ese gran drama cósmico en cada momento de nuestra existencia, en todos los escenarios que la conforman, que son además simultáneos con escenarios invisibles de la conciencia. Efectivamente, la vida entera reconocida como símbolo, con sus claroscuros, sus tragedias y comedias, es la oportunidad que nos ha sido dada para trascenderla, para conocer que más allá de lo que nace y muere hay una realidad imperecedera, eterna, que a veces sólo se intuye a base de grandes sacudidas, de experimentar los límites, de romper las cadenas de los prejuicios y de todo aquello que nos ata a un módico confort físico-anímico. El contacto con lo sagrado, con el Misterio, va asociado a procesos catárticos, es decir a ese “furor producido por un conjunto de palabras, sonidos, o de imágenes que son capaces de sacarnos de nivel y llevarnos a la comprensión de cosas que aún no se nos habían dado a conocer” al decir de Federico González en su Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos.8 El pensamiento lógico-racional y la imaginación meramente humanos son limitados; abrirse a lo ilimitado implica hacerse uno con el dios que cruza todos los umbrales y fronteras y nos lleva hasta la puerta estrecha que se abre al abismal mundo desconocido del Deus Absconditus, más allá del escenario que llamamos Universo. * Vemos aparecer ahora sobre el escenario oscuro, pues es de noche, una larga procesión silenciosa portando antorchas que viene de Atenas y se dirige hacia Eleusis, el santuario donde durante más de dos mil años se celebraron los ritos iniciáticos instaurados por la diosa Deméter. Se dice rápido lo de dos mil años. Algo poderoso y profundo acontecía allí. Séneca nos dejó este testimonio:
Y no es que pensemos que los ritos iniciáticos guarden conocimientos secretos que se irán dispensando por entregas si el iniciado los va conquistando por sus méritos, grandes empeños, estudios o deseos. En verdad, todo se le da al iniciado desde el primer momento. Recordemos que en los tres primeros números naturales están sintetizados los conocimientos más altos, universales y verdaderos, y éste, el 3, es paradójicamente el número del aprendiz masón. Ingresa y se le ofrece desde el primer día el soporte simbólico con el que poder penetrar e identificarse con el Principio supremo y sus dos primeras emanaciones, la Sabiduría y la Inteligencia divinas. Lo que sucede es que la enseñanza simbólica, o sea la labor con el símbolo, tiene capas o niveles de profundidad que con frecuencia no se descifran de una vez y por todas. Por eso el camino es largo y por etapas, por eso hay grados simbólicos y comprensiones que se van operando en tanto en cuanto uno se entregue al rito reiterado y regenerador de conocerse a sí mismo, y claro está, siempre que la Gracia sea derramada en su corazón, o sea, que el espíritu sople, y ya se nos ha dicho que sopla donde Él quiere. Por eso los iniciados volvían una y otra vez a Eleusis, el “lugar de feliz llegada”, según reza su etimología. Pero, ¿qué sabemos de Eleusis? Nada quedó escrito de sus rituales, y muy poco de lo que acontecía en el interior del Telesterion y aún menos en su recinto más interno, el Anáktoron. Pero sí hay cantidad de piezas cerámicas o en piedra, relieves, pinturas e inscripciones con escenas de los ritos allí vividos que nos dan idea de las grandes escenificaciones teatrales acontecidas en ese enclave importantísimo desde el punto de vista de la geografía sagrada. También nos han llegado algunas frases sueltas de autores tradicionales, y sobre todo el Himno Homérico a Deméter y los himnos órficos dedicados a ella y su hija Perséfone, conocida también como Core, “la muchacha o la doncella”.
Y para terminar el recorrido por el testimonio de los antiguos, esta otra cita de Elio Arístides anotada por el contemporáneo Burkert en su estudio Cultos mistéricos antiguos:
Aquí se escenificó desde el 1500 a. C. y hasta el s. V d. C. un mito que no sólo hace referencia a la agricultura y su regeneración anual; en todo caso, la agricultura era entendida desde un punto de vista simbólico, como de hecho lo es todo, y por tanto susceptible de ser transpuesta al orden iniciático, de ahí que por poner un ejemplo cercano, en la masonería, al nuevo iniciado se le llame neófito (nueva planta), o que la espiga sea una palabra clave para acceder al grado de compañero y además esté muy presente en el mito bíblico de Ruth y Noemí estudiado en este mismo grado. Eleusis, cerca de Atenas, fue un centro sagrado en el que juntamente con Delfos —donde se profería el oráculo de Apolo— y también Delos —la isla donde nacieron Apolo y su hermana Artemisa—, se hacía “visible” la unión del cielo con la tierra, la cópula de lo de arriba con lo de abajo, y la irrupción de lo sagrado era tan poderosa en estos tres enclaves que gracias a todo lo que allí se transmitía, se representaba y acontecía se mantuvo la unidad de los pueblos de la Hélade por siglos, articulados en torno a los mandatos divinos y sus formas de vida olímpicas encarnadas por los seres humanos. Podríamos decir que el contacto con lo divino, con lo sobrenatural, adquiría un grado superlativo en estos tres centros sagrados impregnados de la esencia del mito. Y es que
Por tanto, repitámoslo una vez más, el verdadero sentido de Eleusis era que allí el mito cobraba vida. Los postulantes y los ya iniciados acudían para tener una experiencia operativa sobre su alma, capaz de despertar sus potencialidades divinas dormidas o latentes y hacerlas efectivas. Se dice que la primera en llegar a Eleusis e instituir los misterios fue la diosa Deméter. Ésta no era solamente la otorgadora del trigo y de los cereales en general, o sea de las riquezas materiales, sino, y sobre todo, de las mieses intelectuales. Suponemos que muchos de vosotros conoceréis el himno tan bellamente cantado por Homero sobre Deméter, diosa muy antigua, venida de Creta según algunas versiones, que se une en las tierras de Grecia con un cazador dando a luz a Plutos, la riqueza, señor del inframundo. Otras versiones dicen que la bella diosa de rubia cabellera yació con Zeus y de esa cópula nació Perséfone. Un día que la joven virgen corría por la pradera de Nisa en compañía de otras diosas y ninfas recogiendo flores, se abrió la tierra ante sus ojos e irrumpiendo Hades —dios del inframundo— con su carro tirado por caballos, la rapta violentamente y se la lleva consigo a sus dominios haciéndola su esposa. Ante la desaparición de Perséfone, su madre Deméter se lanza angustiada en su búsqueda, y es tanto su dolor, que allí por donde pasa la tierra queda yerma y el cereal no crece más. Finalmente llega a Eleusis, donde gobierna el rey Céleo y su esposa Metanira con sus 4 hijas y el recién nacido, un varón de nombre Demofonte. Deméter, bajo la apariencia de una anciana, entra a trabajar en la corte como nodriza del príncipe, de manera que por las noches, cuando nadie la veía, ungía al pequeño con ambrosía, soplaba sobre él y lo ponía al fuego con el fin de conferirle el don de la inmortalidad. Descubiertos ambos por la reina y no comprendiendo ésta lo que la diosa realizaba con el pequeño, la echa del palacio. Pero entonces Deméter se revela como lo que es, una diosa a la búsqueda de su hija desaparecida, y los reyes deciden acogerla y otorgarle lo que les pida. Deméter solicita le sea levantado un templo en el que ella misma instruirá en los Misterios a través de los cuales los seres humanos podrán conquistar la inmortalidad del alma; el himno sigue relatando que les transmitió “las normas del ritual sagrado y les dio a conocer los solemnes misterios, venerables, que no se pueden en modo alguno profanar, indagar ni divulgar, pues el gran respeto por los dioses enmudece la voz”.15 Así se hizo, pero la aflicción de Deméter hacía que la tierra siguiera sin producir alimento, hasta que enterada por Apolo del rapto de su hija, le pide a Zeus que interceda para su liberación. Zeus envía a Hermes al reino de Hades, el cual consiente en liberar a Perséfone, no sin antes hacerle comer un grano de granada, motivo por el cual la joven quedaría obligada a regresar bajo tierra un tercio del año mientras que los otros dos tercios podría correr por la superficie terrestre haciéndola florecer y fructificar a su paso. Madre e hija se reencuentran y todo resucita de nuevo, aunque Deméter descubre que Perséfone deberá volver una parte del año con Hades, cumpliendo así el ciclo de vida-muerte-resurrección. Y son precisamente estos misterios los que se celebran en Eleusis: los de la vida, la muerte y el renacimiento, tanto del cereal y la vegetación entera, como de los seres humanos que se entregan al largo proceso de deificación interior, o de perfeccionamiento también podríamos decir, en el que es imprescindible pasar por una muerte ritual, por un descenso al interior de la tierra (recordemos el acróstico VITRIOL escrito en la Cámara de Reflexión masónica) que además se repetirá cíclicamente, condición indispensable para dar nacimiento a estados de la conciencia cada vez más universales, suprahumanos o divinos. Y todo esto no son maneras metafóricas o alegóricas de decir, sino realidades muy reales que se pueden experimentar al ir transitando una vía iniciática, lo que implica actualizar en uno mismo el relato mítico, actuarlo, vivirlo realmente. Este era el drama actuado año tras año por los iniciados en Eleusis. Participar en estos ritos daba sentido a sus existencias. Por ello, se preparaban primero en el mes de febrero con las celebraciones de los Pequeños Misterios en la ciudad de Agra. Ayunos, purificaciones e inmersiones en el agua del río Iliso. Más adelante, llegado el mes de septiembre —boedromión— comenzaban las celebraciones de los Grandes Misterios, unos actos festivos y a la vez muy misteriosos que se prolongaban varias jornadas. El día 16 se oía el grito “¡Iniciados al mar!” y tenía lugar el baño ritual de los postulantes. Al día siguiente los campesinos ofrecían una cerda a Deméter y Perséfone, y los mystos, o sea los postulantes a la iniciación, sacrificaban el animal sobre cuya piel deberían sentarse en silencio en los ritos iniciáticos, generalmente un carnero. El día 18 permanecían en casa, recordando el duelo y silencio de la diosa por la pérdida de su hija, y haciendo consciente su propio duelo y sufrimiento por todo lo que estaban dispuestos a dejar atrás y el temor que les producía abrir su alma a mundos desconocidos; mientras, en las calles se celebraba una procesión en honor a Asclepio, el dios de la medicina, y también a Yaco, un alter ego de Dioniso, deidad muy presente en estos festivales a la que se ofrecían libaciones de vino, de las que los postulantes se abstenían. El día 19 era propiamente el primer día de los Festivales Eleusinos. Los mystos salían en procesión desde Atenas, vestidos con ropas oscuras y humildes y portando antorchas, acompañados por las sacerdotisas que transportaban objetos rituales en unos cestos cubiertos con velos puestos sobre sus cabezas. Un halo de misterio impregnaba este desfile de almas silenciosas y concentradas. Antes de llegar a Eleusis pasaban por el puente del río Cefiso, y aquí una mujer los sorprendía y abordaba con chanzas, bromas y juegos extraños, imitando las picardías y hasta obscenidades que se ingenió la criada Yambe cuando Deméter estaba en el palacio tristísima y no salía de su ensimismamiento, consiguiendo finalmente hacerla reír. El sentido del humor es a veces necesario para provocar escisiones en la conciencia, fisuras que se abren a nuevos estados y alivian el duelo de los mystos dispuestos a entregarse como ofrenda a las dos diosas. Al llegar a las puertas del santuario era el momento de ingerir el kykeon, esa bebida preparada por Deméter compuesta de cebada, agua y menta. Comulgaban con este gesto con la esencia de la diosa y luego penetraban en el interior del recinto sacro entre cantos e himnos.
Ésta es una de las pocas anotaciones de lo que acontecía dentro del santuario; sí se sabe que en el exterior del templo, el Telesterion, alrededor del pozo llamado de las “Danzas Hermosas” que es donde Deméter se sentó por primera vez al llegar a Eleusis, los postulantes ejecutaban unos bailes rituales. Música, canto, danzas, bebidas sagradas, invocaciones, símbolos ocultos en las cestas que portaban las sacerdotisas, todo creaba una atmósfera sutil, arrobadora, rozando lo sobrenatural, propicia para la experiencia final extraordinaria que debía acontecer en el interior del recinto más sagrado, el Anáktoron. Los adeptos ya estaban en condiciones de entregarse a la muerte ritual.
Y sigue relatando Plutarco:
Impresionantes palabras, como impresionante es lo que se pretendía con el soporte de los cantos, los sonidos, las voces de lo que se decía en el ritual entreverado con músicas, juegos de luces y sombras, más los significativos gestos del hierofante y de los otros sacerdotes asistentes, así como el desvelamiento de los símbolos ocultos en los cestos, y lo que no sabemos. Todo iba encaminado a la epopteia —que significa “estado de haber visto”— o sea, a imprimir a través de la conjugación de estos soportes rituales una marca indeleble en el alma del iniciado, la de la presencia del Misterio inefable. En Eleusis se psicodramatizaba la apertura y el traspaso de umbrales: se abrían las puertas del inframundo y las de los cielos, y se transitaba por este eje que conecta lo inferior con lo superior, eje que es el mismo que atraviesa la conciencia por el que circula el intelecto divino, capaz de hacer conocer directa y certeramente los estados infrahumanos, los humanos y los divinos.
Y entonces, comenzaba un nuevo ciclo, nacía una nueva posibilidad a otro nivel del alma del iniciado. Nos ha quedado como recuerdo esta frase:
Hemos constatado, pues, que el camino a recorrer es arquetípico en todas las iniciaciones; el mito lo ejemplifica, y al actuarlo, se promueven auténticas transmutaciones interiores. Los epoptai, “los que han visto”, se reconocen en todos los personajes que han pasado por el escenario, Deméter, Perséfone, Hades, Zeus, Hermes, los reyes de Eleusis, la criada Yambe, y sobre todo en el niño Demofonte, otro prototipo del iniciado, al igual que Dioniso; y también se han reconocido en lo que la espiga simboliza y la granada, el kykeon y los símbolos ocultos en los cestos que sólo ellos han contemplado. Han sido pues imantados, transportados a estados desconocidos a los que se llega tras cruzar el umbral de la muerte y la resurrección. Una huella indeleble los ha marcado por siempre y los guía hacia el Palacio de la Sabiduría, y más allá de él, al mundo ilimitado del Dios Desconocido. Sin embargo, su experiencia es única e intransferible, como la de todo iniciado, se guarda en secreto, no por una cuestión de secretismo sino porque no hay palabras que describan ese contacto y hasta identificación con lo que es el Secreto en sí, con lo que jamás podrá ser nombrado, porque nombrarlo sería limitarlo, tal su majestad e inconmensurabilidad.
Y nada como la siguiente frase de Sóprato para terminar con algunas de las escenas de los Festivales de Eleusis que acabamos de evocar:
* Y ahora, asistimos al acto central de la dramatización del Misterio —el sacrificio— que significa “hacer sagrado”, presente en los ritos iniciáticos del mundo entero.
nos dice el Rig-Vêda, uno de los textos sapienciales de la tradición hindú. Esto nos hace pensar que todo lo relacionado con la iniciación parte y se desarrolla desde la libertad. Nadie te obliga a solicitarla, llamas a la puerta del templo por tu propia voluntad. Puede ser que se abra y puede ser que no. En última instancia también depende sólo de ti; pues si uno no reúne las cualificaciones o bien si son otras las cosas que va buscando de las que se ofrecen en el seno de una entidad iniciática, sucederá que o bien no se te aceptará, o bien acabarás por marcharte al cabo de un tiempo al no hallar lo que pretendías. Porque si una cosa caracteriza a la iniciación es que promueve una adecuación total, una identidad, entre lo que se busca y lo que se encuentra. Y si aquello por lo que uno lucha son cuestiones del mundo profano relacionadas con lo social, lo político, lo económico, lo psicológico y el pequeño poder en el campo que fuere, pues finalmente te das cuenta que lo iniciático pertenece a otro orden, y si no te percatas, la propia enseñanza iniciática te hará de espejo. Lo que se atesora en ella, o sea en los símbolos, los mitos y su puesta en escena que es el rito, tiene el poder de arrancarte de la visión chata y pequeña en la que hemos ido cayendo los seres humanos actuales y de hacerte despertar a una nueva visión, sagrada, trascendente, llena de luz y de conocimiento. Un camino para nada anticuado, decimonómico u obsoleto sino radiante de Sabiduría, Fuerza y Belleza. La potencia del símbolo es tan efectiva y actuante hoy como lo fue en su origen. La fuerza del mito es tan poderosa hoy como cuando fue proferido por primera vez; y la movilización de todas las ideas-fuerza contenidas en los símbolos y los mitos a través del rito son totalmente operativas ahora, justo en el instante en que se se actúan. Si dejamos que esto sea así y no vamos poniendo cortapisas o manipulando y tergiversando unos saberes de alcances intelectuales y espirituales muy altos, entonces, se irá imponiendo esa nueva perspectiva en nuestra existencia, todo se tornará significativo y revelador de una realidad otra, la del ser universal del que nosotros somos un modelo a escala en pequeño, o sea un microcosmos que reúne en su seno todas las potencias intelectuales del universo animadas por el espíritu uno y único. El espíritu no tiene fecha de caducidad porque nunca ha nacido ni perecerá. Su hálito vital impulsa el gran organismo cósmico, todo es generado y permanentemente regenerado por él, todo lo atraviesa e ilumina. Es la esencia de todo lo creado, nuestra esencia inmortal, y a su conquista nos entregamos ayudados por los soportes que nos ofrece la vía iniciática. Sí, nos entregamos en cuerpo y alma, y este es el sacrificio del actor-iniciado: hacer de su vida una ofrenda permanente al Misterio, al Dios Desconocido, que ha sacrificado su infinitud generando un Universo limitado en el que contemplar sus posibilidades de ser, pues las posibilidades de su no ser siempre permanecerán inmanifestadas y ocultas en su seno.
Hay muchos ejemplos arquetípicos en todas la tradiciones del mundo de este “hacer sagrado” que incluso puede adoptar un aspecto cruento, siendo la propia vida lo que se entrega, tal cual el sacrificio de Jesús o el de Orfeo, el de Osiris o el del maestro Hiram, que se dejan la piel para conquistar la inmortalidad, o sea que llegan a verter su sangre. Y eso es así porque el dolor y el sufrimiento no están exentos de la creación y de sus procesos regenerativos. Pero lo importante es el gesto de “dar todo” lo que uno creía ser para que renazca lo que uno es en verdad. Entregar lo mortal para que resucite lo inmortal. “Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo” (Juan 17, 16) dijo Jesús. Y también Platón destaca esta idea cuando nos recuerda que el alma en su origen contempló el Bien, la Verdad y la Belleza, mas luego cayó y se incorporó en un cuerpo, valga la redundancia, y olvidó ese origen divino. De ahí que nos sintamos unos exiliados en este mundo, de ahí que al vivir realmente el rito iniciático reconozcamos nuestra extranjería y nazca inmediatamente en nuestro interior ese impulso por volver a habitar la Tierra de los Bienaventurados o el Paraíso celeste donde el alma se reintegra al espíritu inmortal. De ahí también estas otras palabras del maestro Jesús: ”Mi reino no es de este mundo”. (Juan 18, 36). Nuestra genealogía es, pues, suprahumana, somos hijos de la luz y del espíritu, y desde la libertad, decidimos volver a nuestro hogar, a la fuente que nos da la vida eterna. Por otra parte, es tan generoso el proceso iniciático, que dicha conquista es posible realizarla en el estado humano, aquél en el que ahora vivimos, o sea, que entendiendo la muerte como un cambio de estado, como el salto de nivel hacia estratos internos de la conciencia universales y arquetípicos, éstos pueden hacerse realidad aquí y ahora sin necesidad de pasar por la muerte física. Sabemos que un día u otro nos llegará la hora de dejar el cuerpo, caduco por su propia naturaleza, pero nosotros estamos hablando de desprendernos de todo lo que nos impide ser en plenitud ahora, y los impedimentos suelen ser fundamentalmente de orden psicológico y mental. Los impedimentos son todo aquello que nos apega a lo concreto, material, sensible, sentimental, emocional, racional… o sea los múltiples juegos de la mente para no salir de su cárcel que nos ata al yo pequeño e individual sin dejarnos ver más adentro o más arriba. Esto es lo que hay que sacrificar y quemar en la hoguera interna de nuestro corazón para que resplandezca el Yo con mayúsculas, el Sí mismo, el maestro interno, Hiram, Jesús, Osiris, o sea, no un simple humano sino el ser humano deificado, identificado plenamente con el espíritu. Nada mejor que estas palabras del Poimandrés proferidas en el centro del escenario, en el centro del mundo, en nuestro corazón:
O sea,
Y eso eres tú. * Ya llegamos al acto final de la función. Hemos puesto como ejemplos, hemos evocado, el carácter teatral de las iniciaciones dionisíacas, de las eleusinas o las masónicas, pues no disponemos de más tiempo para referirnos a las de otros pueblos y geografías; sin embargo, reconocemos que la cosmogonía que todas ellas describen es la misma, como uno solo es el proceso iniciático. La deidad es la misma aquí o allá y el Misterio también. Los ropajes con los que se reviste el Principio supremo para manifestarse son múltiples, los escenarios tan variados como los tiempos y los lugares; los actores se presentan con múltiples fisionomías, mas la esencia que anima todo este repertorio y que construye esta caja escénica equiparada al universo es una y única. Solamente hay un espíritu. También nos hemos estado refiriendo todo el tiempo a un teatro sagrado para actores, para los que se toman la vida como la oportunidad de actuarla a cada instante y encontrarle el sentido último a todo, lo cual significa fundamentalmente recordar lo que el alma ya conocía pero olvidó al nacer al estado humano. Conocer es recordar, nos dijo Platón. Recordar que todo este gran teatro es un juego inventado por la deidad, un libreto realmente espectacular que solamente una Inteligencia y Sabiduría suprahumana ha podido concebir y “escribir”, y lo sigue haciendo ahora. Podemos permanecer como meros espectadores o coadyuvar a la obra del gran Dramaturgo y ser, como decíamos, protagonistas de este drama cósmico, o ambas cosas a la vez. Pero no nos conformamos con actuar solamente las historietas simplemente humanas, sino que apostamos por las olímpicas, por las gestas de los dioses y las diosas, o como se les quiera llamar a los atributos de los que se reviste la deidad para revelarse, sus hipóstasis en planos que van de lo más sutil a lo más concreto. Claro que sin un libreto estaríamos perdidos, no sabríamos por donde empezar, de ahí la generosidad de la Iniciación y de toda la enseñanza simbólica capaz de despertar las potencialidades dormidas al ponerlas en movimiento a través del rito de la Memoria, que es una diosa, Mnemosine, madre de las nueve Musas, traída siempre al presente y capaz también de guiarnos a lo largo de esta larguísima senda en la que todo lo realizaremos con arte, según nos enseñan las Musas, o sea a través del poder de la palabra, de la música, del canto, de la poesía, de los gestos significativos, ritmándonos así a los ciclos del cielo y de la tierra y escribiendo la auténtica historia, que como nos dice Federico González es “una proyección del Sí Mismo y existe en el corazón del iniciado”.27 Todas las artes escénicas concurren a este fin. Como decía Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca:
Sí, actuar la cosmogonía al completo y no mis simples anécdotas particulares; para ello es preciso ir más allá del yo pequeño. Y ya que hemos mencionado a este gran dramaturgo del Siglo de Oro, también traemos a colación otra de las ideas destacadas en su obra:
Así es que nos entregamos de lleno a esta dramaturgia sagrada, lo que implica el sacrificio continuo, un “hacer sagrado” en todos los gestos de nuestra vida que incluyen el estudio constante, la meditación, la oración del corazón, también la celebración de la fiesta, el banquete ritual, compartir la alegría que producen los brillos del intelecto, cantar, bailar, escribir, y leer, leer aquellos libretos escritos por iniciados que nos han precedido y que nos ayudan al arte mayéutica, a esa extracción de lo que ya portamos dentro y tiene que salir a la luz. Mencionar por ejemplo esos tres diálogos de Giordano Bruno, La expulsión de la bestia triunfante, La Cábala del Caballo Pegaso y Los Heroicos Furores. También ciertos textos de Marsilio Ficino, como De Amore y toda su correspondencia que enviaba a su círculo de amigos, filósofos, poetas e iniciados con los que compartía veladas en Villa Careggi recitando los himnos órficos mientras él tocaba su lira da braccio, otro escenario teúrgico. Y como no, las extraordinarias obras de Shakespeare, ese excepcional dramaturgo imbuido del pensamiento hermético creador de mundos, personajes, situaciones, escenarios, tragedias y comedias que abarcaban el espectro de toda la existencia, vista finalmente también como una ilusión, o un sueño, tal lo aseverado por el mago Próspero en La Tempestad:
Pero mientras dure este sueño del Gran Soñador, lo queremos soñar, como el rey tolteca Nezahuacoyótl, que además de gobernante, guerrero y filósofo escribió mucha poesía y en uno de sus poemas dice algo análogo a lo de Calderón:
Y podríamos seguir con el Primero Sueño de sor Juana Inés de la Cruz, o el Sueño de una noche de verano de nuevo de Shakespeare, o El camino del largo estudio de Cristina de Pizán donde en sueños es conducida por la pitonisa de Cumas por las esferas celestes, y la Divina Comedia de Dante con su viaje por todos los mundos guiado por Virgilio y Beatriz; El sueño de Polifilo de Colonna, extraordinaria construcción del Renacimiento que es una lucha en sueños por Amor, donde Eros es justamente el que va señalando el camino. Y más, muchas más obras inspiradas de hombres y mujeres de conocimiento que con sus escritos hicieron el gesto de devolver lo recibido, creando una nueva obra en consonancia con la Gran Obra del Gran Arquitecto del Universo. Hasta llegar a nuestros días, donde de teatro sagrado apenas queda nada, solamente unas pocas obras de un soñador que hemos tenido la fortuna de estudiar y actuar, y quizás algo más que desconozcamos que se esté actuando en diferentes rincones del mundo. Nos referimos a los libretos de Federico González, Noche de Brujas, En el útero del cosmos, En el tren, El tesoro de Valls, Lunas Indefinidas y Rapsodia. Y desde que Federico pasó al Oriente Eterno, en SYMBOLOS y en el Ateneo del Agartha seguimos practicando un teatro de voces que sale a las ondas a través de una serie de podcasts, como son “Taberna Hermética”, “Phoenix 33”, “Entre el No ser y el Ser”, “El juego mágico de la Memoria”, “Poetas, chamanas, profetas. El poder de la palabra”, “Las cartas de Marsilio Ficino”, “Danzas circulares” y alguno más. Por supuesto que ahora no es el momento de seguir hablando de todo ello. Para los interesados nos pueden escuchar entrando en symbolos.com y buscando en el anillo telemático la sección de los IVOOX. Antes de bajar el telón, leeremos un fragmento de Rapsodia:
Muchas gracias a todos. Vídeo |
| NOTAS | |
| 1 | Federico González. En el vientre de la ballena. Textos alquímicos. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2024. Ver online: Libro. |
| 2 | Federico González. Simbolismo y Arte. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2004. Ver online: Libro. |
| 3 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS 25-26, Barcelona, 2003. Ver online: Libro. |
| 4 | Ibid. |
| 5 | René Guénon. Apercepciones sobre la iniciación. Sanz y Torres, Madrid, 2006. |
| 6 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Teatro”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013. Ver online: Libro. |
| 7 | Carlos Alcolea. Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021. |
| 8 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Furor”, op. cit. |
| 9 | Séneca. Quaestiones naturales, VII, 30, 6, citado por Karl Kerényi. Eleusis. Ed. Siruela, Madrid, 2003. |
| 10 | Elio Arístides, citado por Burkert. Cultos mistéricos antiguos. Ed Trotta, Madrid, 2005. |
| 11 | Himnos Homéricos. Edición de Antonia García Velázquez. Akal, Madrid, 2000. |
| 12 | Karl Kerényi. Eleusis. Ed. Siruela, Madrid, 2003. |
| 13 | Elio Arístides, citado por Burkert. Cultos mistéricos antiguos, op. cit. |
| 14 | Alan Watts. Mito y Ritual en el Cristianismo. Ed. Kairós, Barcelona, 1998. |
| 15 | Himnos Homéricos, op. cit. |
| 16 | Karl Kerényi. Eleusis, op. cit. |
| 17 | Plutarco, citado por Burkert. Cultos mistéricos antiguos, ibid. |
| 18 | Ibid. |
| 19 | Karl Kerényi. Eleusis, ibid. |
| 20 | Hipólito, citado por K. Kerényi. Eleusis, ibid. |
| 21 | Inst. Epit. 18,23, citado por Burkert. Cultos mistéricos antiguos, ibid. |
| 22 | Sóprato. Rhet. Gr. VIII, 114, citado por Burkert. Cultos mistéricos antiguos, ibid. |
| 23 | Rig-Vêda X, 90, 16. |
| 24 | Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Sacrificio”, ibid. |
| 25 | Poimandrés XI, 20, citado por Federico González. Hermetismo y Masonería. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016. |
| 26 | Poimandrés XI, 21, op. cit. |
| 27 | Federico González Frías. Rapsodia. Ed. SYMBOLOS, Barcelona, 2015. Ver online: Libreto. |
| 28 | Calderón de la Barca. La vida es sueño. Ed. Espasa Calpe, Colección Austral. Madrid, 1998. |
| 29 | Ibid. |
| 30 | William Shakespeare. La Tempestad. Ed. Planeta DeAgostini, Barcelona, 2000. |
| 31 | Lucrecia Herrera. “Nezahualcóyotl, rey-filósofo, poeta, constructor y guerrero”. Revista telemática SYMBOLOS nº 53. Ver online: Artículo. |
| 32 | Federico González Frías. Rapsodia, op. cit. |
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