SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LA ESTRELLA DE BELÉN Y LA CONJUNCIÓN
DE SATURNO CON LAS PLÉYADES*

FELICE VINCI


Sumario: El evangelio de Mateo nos dice que “nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos Magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle’”. Fue en la era moderna cuando varios estudiosos, comenzando por Johannes Kepler, empezaron a proponer la hipótesis de que lo que los magos habían visto no era una estrella, sino una conjunción astronómica entre planetas. En este artículo presentamos las razones que respaldan la hipótesis de que el fenómeno celeste al que Mateo se refiere era, en realidad, la conjunción astronómica entre el planeta Saturno y el cúmulo de las Pléyades que tuvo lugar en la primavera del año 3 a. C. Hasta ahora ha sido ignorada por los académicos, pese a que el historiador griego Plutarco se explayó sobre este tipo de conjunción (que ocurre aproximadamente cada treinta años) porque consideraba que era un evento muy importante para un antiguo pueblo atlántico. A favor de la verosimilitud de esta hipótesis se encuentran no sólo ciertas correspondencias entre los Magos y la constelación de Orión, estrechamente vinculada a las Pléyades, sino también el hecho de que esta conjunción tuvo lugar en el momento de la transición entre la Era de Aries y la Era de Piscis —coincidiendo con el final de un período muy turbulento políticamente, lo que había hecho aumentar la expectativa de un retorno a la mítica Edad de Oro, vinculada al dios Saturno—, teniendo en cuenta también la gran importancia que muchas culturas muy distantes entre sí atribuían a las Pléyades.

Palabras clave: Magos, Tres Reyes, Estrella de Belén, Pléyades, Maya, Saturno, Era de Piscis, Cinturón de Orión.

Introducción

En este artículo intentaremos demostrar que la Estrella de Belén —que avistada por los Reyes Magos, los condujo al pesebre donde nació Jesús— no fue una conjunción entre dos planetas, como creen diversos académicos en la actualidad, sino la que ocurrió entre Saturno y las Pléyades en el año 3 a. C. Para ello emplearemos una metodología que consiste en un nuevo examen crítico de fuentes no solo clásicas sino también pertenecientes a otros contextos literarios y científicos.

La Estrella de Belén es el nombre que se da a un fenómeno astronómico que, según el relato del evangelio de Mateo, ocurrió en el tiempo del nacimiento de Jesús: “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos Magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle’”.1

En los primeros iconos cristianos, el cuerpo celeste de la escena de la Natividad era una estrella. El ejemplo más antiguo es una pintura mural en las catacumbas de Priscila (siglo IV d. C.), en Roma. En las representaciones medievales más tempranas, el fenómeno celeste podía adoptar otras formas, como un círculo luminoso, un rosetón, una flor, un ángel, un querubín o el mismo Niño Jesús.2 La representación con la forma de un cometa apareció por primera vez a principios del siglo XIV, cuando el pintor Giotto di Bondone, impresionado por el paso del cometa Halley en 1301, figuró la Estrella de Belén como un cometa con una larga cola en un fresco de la capilla Scrovegni en Padua. Esta representación tuvo un extraordinario éxito artístico en los siglos siguientes, hasta el punto de convertirse, incluso hoy en día, en un icono cristiano clásico de la Natividad de Jesús.

Otra hipótesis astronómica, que data de la época moderna, sostiene que la Estrella de Belén no fue una estrella, ni un cometa, ni una supernova, sino una conjunción del planeta Júpiter con otros planetas. Johannes Kepler fue el primero en afirmar, en su obra De anno natali Christi (1614), que ocurrió una serie de tres conjunciones de los planetas Júpiter y Saturno en el año 7 a. C.3 Esta hipótesis fue posteriormente retomada y explorada en profundidad por otros eruditos, entre ellos, recientemente, el arqueólogo y asiriólogo Simo Parpola.4 Además tuvieron lugar otras varias conjunciones, muy significativas desde el punto de vista astrológico, entre los años 3 y 2 a. C. En tres de ellas, Júpiter se relacionaba con la estrella Régulo de la constelación Leo, también considerada un símbolo real, mientras que otras conjunciones, que ocurrieron igualmente cerca de Régulo, involucraban a Venus y a otros planetas, entre ellos Marte y Mercurio.5

Pero ¿por qué una conjunción planetaria habría guiado a los Reyes Magos a Belén? Evidentemente, era necesario que el fenómeno se considerase excepcional y tuviese un significado astrológico particular, según la antigua idea tradicional de que lo que sucede en la Tierra es efecto de lo que sucede en el Cielo. Ya en el siglo VIII d. C., el astrólogo persa Masha‘allah ibn Athari, utilizando datos astrológicos y teorías de origen iraní y babilónico, sostenía que todo cambio religioso o político importante, incluidos los nacimientos de Cristo y Mahoma, estaba relacionado con la conjunción de Júpiter y Saturno.6

Sin embargo, entre todas las hipótesis de conjunciones astronómicas vinculadas a un evento excepcional, no hemos visto que se haya considerado alguna vez el encuentro periódico entre Saturno y la constelación de Tauro, mencionado con énfasis por el escritor griego Plutarco (ca. 40-120 d. C.). Según una de sus obras, en una época remota, se celebraba cada treinta años una gran fiesta en una isla del Atlántico donde el dios Cronos estaba preso, concretamente cuando la “Estrella de Cronos”, es decir el planeta Saturno, regresaba a la constelación de Tauro en el firmamento nocturno.7

Pero ahora, antes de continuar, debemos preguntarnos si es razonable creer que el océano Atlántico era navegable en un pasado remoto, como afirma Plutarco en el pasaje donde relata esta noticia.8 De hecho, ya hemos intentado dar una respuesta racional a esta pregunta en un artículo anterior,9 cuyos puntos más destacados recogemos ahora aquí. En primer lugar, subrayamos que Plutarco menciona un gran continente que rodea el Atlántico al que se puede llegar siguiendo una ruta jalonada por algunas islas intermedias. La primera de ellas es Ogigia, la isla de la ninfa Calipso en la Odisea, situada “a cinco días de navegación de Bretaña, en dirección al ocaso”. Luego hay otras tres, “tan distantes entre sí como de ella”, antes de llegar al “gran continente” que rodea el “gran mar”.10

Es importante destacar que todas ellas son islas situadas a latitudes altas: allí, en verano, los viajeros “ven desaparecer el sol durante menos de una hora cada noche a lo largo de un periodo de treinta días, aunque con una breve oscuridad, mientras el crepúsculo brilla hacia el oeste”.11 Considerando que en un trabajo anterior identificamos Ogigia con una de las Islas Feroe12 (ubicadas “hacia la puesta de sol” con respecto al extremo norte de Escocia durante la temporada de navegación, es decir, en torno al solsticio de verano, cuando el sol, dada la alta latitud, se pone casi por el norte), las otras tres islas del Atlántico Norte en la ruta hacia el continente americano serían Islandia, Groenlandia y Terranova.

Esta descripción precisa que Plutarco hace de las islas ubicadas en el Atlántico Norte entre Europa y el continente americano es absolutamente extraordinaria. No sólo eso: Plutarco afirma a continuación que en la costa de ese continente de ultramar hay “un golfo no menos extenso que el Meotis (el actual mar de Azov, cerca de Crimea) cuya boca se encuentra exactamente en línea recta con la desembocadura del mar Caspio”.13 Según Minas Tsikritsis,14 la referencia es al golfo de San Lorenzo, en la costa atlántica de Canadá. En efecto, la latitud de su desembocadura en el océano, 47°N, coincide con la de la boca del mar Caspio, esto es, el delta del río Volga. Ello dice mucho sobre el conocimiento geográfico de los antiguos y su capacidad para navegar por los océanos,15 y al mismo tiempo nos brinda una confirmación adicional y decisiva de la fiabilidad de Plutarco y de su relato.

Por otra parte, la posibilidad de que existieran antiguos asentamientos europeos en la costa americana del Atlántico Norte —quizás vinculados a la extracción de cobre de las antiguas minas de Isle Royale,16 la isla más grande del lago Superior— surge de diversas pistas (que hemos analizado en el artículo mencionado anteriormente), como por ejemplo la persistencia de mitos y leyendas comparables a los del Viejo Mundo y los rasgos caucásicos de algunos nativos americanos, que parecen confirmar la idea de antiguos contactos entre las dos costas del Atlántico. Por otro lado, hay estudiosos que han vinculado el mito de la Atlántida con el megalitismo17 —del que se encuentran vestigios prácticamente en todo el mundo— y con mitos y leyendas que a menudo son similares entre sí, incluso en civilizaciones muy distantes. Esto concuerda con los resultados de un estudio de referencia sobre el megalitismo europeo publicado recientemente: “Defendemos la transferencia del concepto megalítico a través de rutas marítimas que partían del noroeste de Francia, y la existencia de tecnología marítima avanzada y de navegación oceánica en la Edad Megalítica”.18

Esta supuesta globalización prehistórica mediante la navegación, que precedió en milenios a la alcanzada por las flotas europeas a partir del siglo XVI, fue posible gracias al Óptimo Climático Holoceno (HCO), con temperaturas medias significativamente más altas que las actuales. En efecto, hasta el tercer milenio a. C., el HCO hizo que el actual desierto del Sáhara fuera verde y húmedo,19 y al mismo tiempo, que el océano Ártico fuera navegable durante el verano.20 Esto favoreció las comunicaciones directas entre los océanos Atlántico y Pacífico a través de una ruta polar, haciendo una navegación costera sencilla a lo largo del litoral norte de Canadá y evitando tener que cruzar el lejano y peligroso estrecho de Magallanes, situado en el extremo sur del continente americano.

Una vez demostrada la plausibilidad de las afirmaciones de Plutarco sobre una antigua civilización atlántica, ha llegado el momento de retomar la cuestión de la estrella de los Reyes Magos y verificar si es posible identificarla con la conjunción astronómica indicada por el autor griego.

La conjunción entre Saturno y las Pléyades

Volvamos a la noticia que nos da Plutarco: en la remota antigüedad se le daba gran importancia al encuentro celeste periódico entre Saturno y la constelación de Tauro. ¿Por qué? Saturno es el planeta que, entre los visibles a simple vista desde la Tierra (los otros son Mercurio, Venus, Marte y Júpiter), tiene el movimiento cíclico aparente más lento con respecto a las constelaciones. De hecho, regresa a la misma posición en el firmamento nocturno aproximadamente cada treinta años, después de haber recorrido, en ese intervalo de tiempo, todos los signos del zodíaco.

El hecho de que el dios egipcio “Ptah, desde el principio, ostentaba el título de ‘Señor del Ciclo de Treinta Años’, es decir del período de Saturno”, y que “Saturno era en China la Estrella Imperial” da idea de la importancia que muchas culturas antiguas atribuían al ciclo de Saturno.21 Esto se corresponde con el hecho de que, según Plinio el Viejo, los druidas del mundo celta tenían “siglos (en latín, saecula) que duran treinta años”,22 donde saecula significa aquí “ciclos temporales” (de hecho, la palabra latina saeculum es glotológicamente comparable al griego kyklos, “ciclo”).

En cuanto a la constelación de Tauro, que es el otro protagonista de la cita celeste periódica relatada por Plutarco, su importancia radica en que engloba a las Pléyades. Éstas son un cúmulo estelar a unos 440 años luz de distancia de la Tierra que contiene más de 1.000 estrellas, aunque a simple vista solo es posible ver entre seis y una docena, dependiendo de las condiciones de visibilidad y de la agudeza visual del observador. Se las menciona en las leyendas de muchos pueblos y generalmente se las considera siete, las Siete Hermanas de la mitología griega y romana entre las cuales, según Cicerón, la más importante era la “Santísima Maia”.23

Estas estrellas han desempeñado un rol muy importante en los calendarios de muchas culturas tradicionales, y en particular en la antigua Mesopotamia, donde “las Pléyades juegan un papel importante en el cómputo calendárico (…). La aparición de las Pléyades está fijada en el segundo mes del calendario babilónico, Ayāru (abril/mayo). Cabe señalar que el nombre sumerio del mes recuerda al de la constelación de Tauro (…). Las Pléyades pueden considerarse una pars pro toto de la constelación de Tauro y por lo tanto figurar en el Zodíaco en sustitución de Tauro (…). La aparición de las Pléyades al comienzo del segundo mes también se menciona en el MUL.APIN: ‘El 1 de Ayāru las Pléyades se hacen visibles’”.24

En síntesis, la aparición de las Pléyades en el calendario mesopotámico corresponde al primer día del segundo mes del año, Ayāru o abril/mayo, que toma su nombre de la constelación de Tauro en lengua sumeria.

Volviendo a la centralidad de las Pléyades en muchas culturas, también se encuentran en calendarios como, por ejemplo, el de los basotho (África austral),25 los zulúes,26 los filipinos precoloniales,27 los aztecas,28 los incas,29 los hopi (nativos americanos),30 las tribus de Guyana31 y los hawaianos.32 Todo esto confirma la importancia de las Pléyades —que analizaremos con más detalle posteriormente— en los calendarios de muchas partes del mundo.

Pero antes de relacionar directamente a las Pléyades —y su consiguiente encuentro celestial con Saturno— con la Estrella de Belén, debemos examinar si existen indicios de su presencia también en el contexto bíblico y, de ser así, si se puede encontrar una relación entre ellas y lo que Mateo explica sobre los Reyes Magos y el nacimiento de Jesús.

La Biblia menciona a las Pléyades en tres ocasiones (Job 9, 9; Job 38, 31 y Amós 5, 8) y siempre junto a Orión, constelación que las flanquea. Otro punto de contacto entre el mundo judío y las Pléyades es el hecho de que Jerusalén está ubicada sobre siete colinas,33 lo que la relaciona con Roma y con muchas otras ciudades antiguas igualmente situadas sobre siete colinas y que pertenecen a culturas tan distantes y diferentes como Teherán, Bizancio, Armagh, La Meca, Besançon, Bamberg y muchas otras (incluso Macao en la China). En efecto, Roma, como veremos más adelante, es una ciudad estrechamente vinculada a las Pléyades tanto por sus siete colinas —que representan su proyección sobre la Tierra según el lema “como es arriba, es abajo”, tradicionalmente atribuido a Hermes Trismegisto— como por su fecha de fundación, el 21 de abril, que según el calendario zodiacal es el primer día de Tauro, es decir, el primer día del mes de Ayāru, el Toro, en el antiguo calendario mesopotámico, fecha que coincidía con la salida de las Pléyades.

Pero ahora, antes de extraer conclusiones, es necesario añadir un elemento más a nuestro razonamiento. Nos referimos a la constelación de Orión, que en el cielo nocturno se asemeja a un gran reloj de arena situado al lado de Tauro y las Pléyades (figura 1), con tres estrellas casi alineadas en el centro llamadas Cinturón de Orión. Observamos que en muchas mitologías, incluida la griega, Orión es un cazador gigantesco cuyas historias se relacionan a menudo con las Pléyades.


Figura 1. La constelación de Orión (a la izquierda) con las tres estrellas de su
Cinturón en el centro apuntando hacia las Pléyades (arriba a la derecha).

En este punto, debemos verificar si existe una relación entre las Pléyades, Maya, Orión y la historia del evangelio de Mateo sobre los Reyes Magos y la aparición de la estrella.

Destaquemos en primer lugar que, en la mitología finlandesa, el nombre del Cinturón de Orión es Väinämöinen vyö, “el Cinturón de Väinämöinen”. Väinämöinen es un hombre sabio que, en la última runa del Kalevala, aparece involucrado directamente en la historia de la virgen Marjatta y de su hijo; ella se encontró embarazada milagrosamente, dio a luz en un establo y colocó al recién nacido, destinado a convertirse en rey de los carelios, en un pesebre.34 Aquí encontramos similitudes sorprendentes con la historia del nacimiento de Jesús relatada en el evangelio de Lucas, incluida la profecía de que “el Señor Dios le dará el trono de David”.35

También observamos que en el Kalevala, una colección de poemas épicos del siglo XIX recopilada por Elias Lönnrot a partir del folklore oral y la mitología de Carelia y Finlandia, Väinämöinen es el mayor de una tríada de personajes míticos (los otros dos son el herrero Ilmarinen y el joven Lemminkäinen) que comparten las mismas características de edad que la tradición atribuye a los tres Reyes Magos: uno es anciano, otro de mediana edad y otro más joven.

No sólo eso: en muchas tradiciones populares, las tres estrellas del Cinturón de Orión reciben el nombre de “Tres Reyes” o “Magos”, por ejemplo en Inglaterra,36 en Holanda, entre los afrikáans de Sudáfrica,37 en el centro-norte de Italia,38 y en algunas antiguas colonias españolas como México39 y Puerto Rico.40

Pero ¿qué significa todo esto? Si trazamos la línea imaginaria que une las tres estrellas casi alineadas del Cinturón de Orión, vemos que ésta apunta en dirección a las Pléyades. En resumidas cuentas: estas tres estrellas, llamadas “los Magos” en diversas tradiciones, indican las Pléyades —la “Santísima Maia” mencionada por Cicerón— con su alineación. Todo lo cual relaciona a las Pléyades directamente con la estrella de los Magos. A propósito de esto, parece curioso que la estrella Maya, situada en el centro de las Pléyades, sea al mismo tiempo la diosa Maya que, según la mitología griega, dio a luz a Hermes, hijo de Zeus, en una cueva durante la noche.41

De todo lo que hemos dicho se desprende que el fenómeno astronómico observado por los Magos, al que se refiere el evangelio de Mateo, podría corresponder a la conjunción entre Saturno y las Pléyades ocurrida en la primavera del año 3 a. C. (figura 2).

Esta fecha se relaciona con el hecho de que, para algunos estudiosos como Andrew Steinmann42 y W. E. Filmer,43 el nacimiento de Jesús habría ocurrido entre el 3 y el 2 a. C. Además, Jack Finegan, quien sitúa la muerte de Herodes en el año 1 a. C., opina que si Jesús nació uno o dos años antes, su nacimiento habría ocurrido en el 3 o el 2 a. C.44

El fin de una época y el comienzo de la era de Piscis

Ahora hemos de preguntarnos si la conjunción de Saturno y las Pléyades del año 3 a. C. tuvo, para los astrónomos y la gente de aquella época, una significación lo suficientemente mayor con respecto a las ocurridas anteriormente como para justificar las expectativas expresadas por los Reyes Magos en el relato de Mateo. Recordando que los astrónomos eran también astrólogos en la antigüedad y que para abordar correctamente problemas como el que nos ocupa “el enfoque racionalista es estéril sin hacer el esfuerzo de sumergirse en la mentalidad de la época y de la gente con la que tratamos”,45 debemos tener en cuenta que en la época del nacimiento de Cristo se estaba produciendo el tránsito de la Era de Aries a la de Piscis (igual que ahora, después de unos 2.000 años, se está produciendo una transición gradual de la Era Piscis a la de Acuario). Esto se debe al fenómeno de la precesión de los equinoccios, un movimiento del eje terrestre similar al de una peonza que tiende a desplazar lentamente las constelaciones en la bóveda celeste de tal manera que tardan casi 26.000 años en completar un ciclo entero y regresar a sus posiciones iniciales.


Figura 2. Reconstrucción con el software Perseus del cielo nocturno del 1 de
abril del año 3 a. C. A la izquierda aparece Orión con las tres estrellas
del Cinturón en el centro, casi alineadas, apuntando hacia Saturno
y el cúmulo de las Pléyades (abajo a la derecha).

Entre las consecuencias de la precesión, además de que la Estrella Polar no es siempre la misma sino que cambia cíclicamente con el tiempo, está también el hecho de que la constelación zodiacal sobre la que sale el sol en el equinoccio de primavera (hoy en día Piscis, que sustituyó a Aries en tiempos de Cristo y que pronto, unos dos mil años más tarde, va a ser reemplazada por Acuario) no es fija porque el punto vernal tiende a moverse en la bóveda celeste —aunque muy lentamente—, de manera que después de un par de milenios aproximadamente termina dando paso a la constelación que la precede en la secuencia del cinto zodiacal. Según la tradición astrológica, esta alternancia periódica de las constelaciones tiene un fuerte impacto en los acontecimientos y destinos de los hombres y los pueblos.

Observemos en este punto que las Pléyades, medidoras del ciclo anual así como del ciclo de treinta años determinado por su encuentro periódico con Saturno, también fueron consideradas responsables de la precesión de los equinoccios. Según un pasaje del Libro de Enoch (un texto apócrifo no integrado en el canon bíblico): “Y allí vi a siete estrellas del cielo atadas, como grandes montañas y ardiendo en llamas. Entonces pregunté: ‘¿Por qué pecado están atadas y por qué han sido arrojadas aquí?’. Y Uriel, uno de los santos ángeles que estaba conmigo y era su jefe, dijo: ‘Enoch, ¿por qué preguntas y por qué estás ansioso por la verdad? Estas son estrellas del cielo que han transgredido el mandamiento del Señor y están atadas aquí hasta que se consuman diez mil años, el tiempo que implican sus pecados’”.46

En esta poderosa imagen de las “siete estrellas del cielo atadas, como grandes montañas y ardiendo en llamas” reconocemos inmediatamente a las siete Pléyades —a las que también menciona la Biblia: “¿Puedes tú anudar los lazos de las Pléyades?”—,47 pero a primera vista parece que se nos escapa su significado (la idea de la comparación de las siete Pléyades con montañas también aparece en su conexión con las siete colinas de Roma y de Jerusalén, que analizaremos en breve, así como en la mitología griega, donde había siete ninfas-montañas).48 En este punto, por cierto, también da que pensar que en el mundo finlandés —donde encontramos a la tríada mítica Väinämöinen, Ilmarinen, Lemminkäinen, análogos a los tres Reyes Magos y con el propio Väinämöinen vinculado a la historia de Marjatta, la que da a luz al futuro rey de los carelios en un establo—, la palabra mäki signifique “colina”.

Recordando que en el mundo mesopotámico las Pléyades están estrechamente relacionadas con la medición del tiempo, es razonable suponer que su “transgresión” se refiera precisamente al fenómeno de la precesión equinoccial, la cual, al desplazar gradualmente el polo celeste a lo largo del tiempo y por lo tanto la posición de las constelaciones en el firmamento, debía considerarse una gravísima violación del orden cósmico inmutable establecido por Dios. Esto explica la exorbitante duración de la pena (diez mil años), proporcional, como si fuera una especie de represalia cósmica, a la larguísima duración del ciclo de la precesión. De hecho, el ciclo completo, como ya hemos dicho, dura casi 26.000 años, lo que dividido entre las doce constelaciones del Zodíaco indica que el Sol del equinoccio de primavera sale y permanece en la misma constelación zodiacal por un período de unos 2.150 años. Esto refuerza la idea de la importancia que los antiguos astrónomos atribuían a las Pléyades como medidoras del tiempo, lo que se extiende incluso a una escala —la de la precesión— mucho mayor que la anual (ciclo debido a la revolución de la Tierra alrededor del Sol) y la de treinta años (periodo vinculado, como hemos visto hace un momento, al movimiento aparente de Saturno con respecto a las constelaciones del Zodíaco, pero que en realidad se debe a su movimiento de revolución alrededor del Sol).

En realidad, no es posible establecer astronómicamente una fecha exacta para el traspaso del equinoccio de primavera de una constelación zodiacal a otra dada la dificultad para establecer los límites precisos de cada asterismo zodiacal con respecto a los adyacentes. Pese a ello, es del todo razonable suponer que para fijar esta fecha en los períodos de transición, los astrónomos se valían precisamente de la conjunción entre Saturno y las Pléyades, que es unívocamente definible y permite marcar el tiempo con precisión en un ciclo de treinta años —el cual resulta muy adecuado porque es mucho más largo que el anual—. En este sentido, acabamos de ver que la conjunción más cercana al nacimiento de Jesús tuvo lugar en la primavera del año 3 a. C.,49 momento más que propicio para considerar que la Era de Aries se hallaba próxima a su conclusión y que la expectativa de la llegada de la Era de Piscis estaba creciendo más y más.

A este respecto, se puede encontrar un testimonio preciso y muy indicativo de las expectativas relacionadas con esta transición de era de Aries a Piscis en la literatura de la antigua Roma. Nos referimos a la IV Égloga de las Bucólicas de Virgilio, datada alrededor del año 40 a. C., en la que el poeta canta el inminente regreso del mítico reino de Saturno, que traerá de vuelta la edad de oro a la Tierra y finalmente dará paz, justicia y prosperidad a toda la humanidad: “Ya viene la última era de los Cumanos versos: / ya nace de lo profundo de los siglos un magno orden. / Ya vuelve la Virgen, vuelve el reinado de Saturno; / ya desciende del alto cielo una nueva progenie”50 (en cuanto a “la última era”, ésta es, por supuesto, la Era de Piscis, el último de los signos del zodíaco). Por cierto, quizás sea a esta Égloga —que en el pasado también se consideraba una profecía del nacimiento de Cristo— a la que se deba la fama de mago sabio que siempre ha acompañado a Virgilio sin perderse del todo, ni siquiera en la Edad Media, al punto de que ha inspirado recientemente el cuento de hadas Virgilio el Hechicero, del escritor y antropólogo escocés Andrew Lang; y pensemos en la importancia de este personaje en la Divina Comedia, que guía a Dante en su viaje por el Infierno y el Purgatorio (incluso hoy en día en Nápoles, donde se encuentra su tumba, Virgilio es considerado casi un santo patrón de la ciudad).

En cualquier caso, el mundo entero de aquella época anhelaba una estabilización que pusiera fin a las continuas convulsiones causadas por las interminables guerras civiles que habían desgarrado el mundo romano durante mucho tiempo y que involucraron a muchos otros pueblos. En particular, la última de estas guerras, la que libraron Octavio y Marco Antonio, contó con la participación directa de Egipto, que pagó un precio muy alto: este venerable, antiguo y altamente civilizado reino, con una gloriosa historia que abarca varios miles de años, se derrumbó miserablemente tras la derrota de Cleopatra alrededor del año 30 a. C. y se vio reducido a una provincia de Roma. Era la señal de que una época había terminado para siempre, lo que sin duda debió aumentar aún más la expectativa acerca de la llegada de la nueva Era de Piscis.

Además, en el año 27 a. C., sólo tres años después del final de Egipto, Octavio, el vencedor, fue nombrado Emperador Augusto, y posteriormente, en el año 12 a. C., Pontífice Máximo. De esta manera reunió en su persona los dos cargos más altos del estado romano, el civil y el religioso, inaugurando la nueva fase de estabilidad política que Virgilio había predicho en la IV Égloga y posteriormente también en una importante profecía de la Eneida: “(...) Augusto César; casta de un dios, al Lacio el siglo de oro hará volver, el siglo de Saturno”.51

Llegados aquí, por fin podemos contestar la pregunta que nos planteamos anteriormente: si la conjunción de treinta años entre Saturno y las Pléyades ocurrida en el año 3 a. C. pudo haber tenido mayor importancia para los astrónomos/astrólogos de aquella época que las que la precedieron. La respuesta es completamente positiva, ya que esta conjunción —que se produjo en plena transición entre la Era de Aries y la de Piscis, en la cual se esperaba de una manera convulsa el regreso a la mítica edad de oro tras las interminables revueltas políticas que hemos mencionado— fue precisamente la primera de este tipo que tuvo lugar tras los momentos cruciales marcados por el fin de la última guerra civil, el colapso de Egipto, la asunción del poder imperial y pontificio por parte de Octavio Augusto y la inauguración del Ara Pacis dedicado a la Paz de Augusto, sobre la que volveremos en breve.

Cabe destacar que tanto Saturno como su homólogo griego, Cronos, tienen un doble aspecto: el de dios señor de la Edad de Oro y el de planeta con un ciclo de treinta años. En el pasaje de Plutarco del que parte este estudio, el planeta protagonista de la conjunción que nos ocupa es llamado “la estrella de Cronos”, el dios que también ha sido considerado un dios del tiempo desde la antigüedad debido a la notable similitud de su nombre, “Kronos”, con la palabra griega khronos, “tiempo”. La dimensión temporal vinculada al ciclo de treinta años de Cronos-Saturno —que es el dios de la Edad de Oro tanto en la mitología griega (Cronos) como en la romana (Saturno)— es perfectamente coherente con esta visión, y por lo tanto el encuentro con las Pléyades y Maya (cuya dimensión como diosa de la Tierra, o Madre Tierra, en varias culturas veremos en breve) contiene valores simbólicos que los astrónomos-astrólogos del mundo antiguo tendrían, sin duda, muy presentes.

Por lo tanto, no es nada descabellado suponer que no sólo los Magos sino también los sacerdotes romanos —quizás también urgidos por Augusto, que había sido nombrado Pontífice Máximo unos años antes y a buen seguro estaba interesado en los temas astronómicos y astrológicos, los cuales solían ser una competencia específica de la clase sacerdotal en la antigüedad— dieron importancia a esta conjunción celestial y la consideraron el inicio de la Era de Piscis (en cambio, los astrólogos actuales fechan este inicio por lo general en el año 1,52 al cual, sin embargo, no se le ha atribuido ningún fenómeno astronómico digno de mención). Ahora bien, nada se filtró fuera del círculo sacerdotal debido al tabú relacionado con la muy estrecha relación de Roma con las Pléyades, vínculo que, como veremos en breve, debía mantenerse en absoluto secreto. De hecho, el poeta Ovidio tuvo que pagar unos años después a causa de ello: por violar este secreto, fue condenado por Augusto al exilio perpetuo en el año 8 d. C. con la obligación de guardar silencio sobre el verdadero motivo de su condena.53

La importancia de las Pléyades en el mundo antiguo

En la antigua Mesopotamia, “las Pléyades se encuentran entre los pocos cuerpos celestes que reciben culto y se les dedican oraciones específicas. De las fuentes disponibles se desprende que las Pléyades son relacionadas principalmente con el movimiento de la Luna, y es de destacar que la lista de constelaciones situadas sobre la eclíptica comience precisamente con las Pléyades”.54 Esto atestigua su importancia en el mundo antiguo.

Sus relaciones con Roma también parecen fundamentales, como lo atestiguan tanto la fecha tradicional de fundación de la ciudad, el 21 de abril55 —que corresponde a la fecha de su salida anual según el calendario mesopotámico, el primer día de la constelación de Ayāru (el Toro, traducción del latín “Tauro”)— como el hecho de que, según el concepto tradicional “como es arriba, es abajo”,56 las siete colinas de Roma eran consideradas la contraparte terrestre de las siete Pléyades (ver figura 3).57


Figura 3. Las siete colinas de Roma, rodeadas
por las Murallas Servianas, y las siete Pléyades.

En particular, el Palatino, la colina central sobre la que Rómulo fundó la ciudad, es la análoga terrestre de la estrella central del cúmulo, Maya —no por casualidad llamada “Santísima Maia” por Cicerón—, la secreta diosa protectora de la ciudad. Su nombre se escondía tras el apelativo genérico Bona Dea (“la diosa benévola”).

Esto explica inmediatamente la razón auténtica —que se mantuvo en secreto— de la condena del poeta Ovidio al exilio perpetuo; su delito fue mencionar en una de sus obras (los Fasti, “Fastos”, escrita inmediatamente antes de la condena) la estrecha relación entre Maya, las Pléyades y la fundación de Roma,58 algo cuya divulgación estaba absolutamente prohibida por razones de seguridad del estado romano expuestas por Plinio el Viejo59 (quien antes había hablado de la historia de Valerio Sorano, condenado a muerte y ejecutado en el año 82 a. C. por haber revelado públicamente el nombre secreto de la ciudad).60

Un testigo de que tras el título de “diosa benévola” se encontraba nada menos que Maya (“madre” en griego) era Macrobio, escritor romano del siglo V d. C., época en que el tiempo del mundo pagano y sus obligaciones de secreto habían quedado atrás: “Cornelio Labeón es el garante de que a esta Maya, esto es a la Tierra, le fue dedicado un templo en las calendas de mayo bajo la advocación de Bona Dea (...)”.61 En definitiva, Maya, la estrella central de las Pléyades, era la Madre Tierra, que se reflejaba desde el cielo en el Monte Palatino y era la diosa protectora secreta de la ciudad (y quizás no sea casualidad que uno de los dos picos del Palatino fuera llamado por los romanos Cermalus, un nombre comparable al de Hermes, quien según la mitología griega era hijo de Maya y Zeus).

La identificación de Maya con la diosa tutelar de Roma (además, con toda probabilidad, Maia era también el nombre secreto de la ciudad) es el hecho que nos ha permitido aclarar el significado, hasta ahora desconocido, del relieve con la representación de la Saturnia Tellus62 (ver figura 4) en el Ara Pacis Augustae de Roma (este último es un altar dedicado a la diosa Paz inaugurado por el emperador Augusto en el año 9 a. C.).

La figura central es Maya, augustamente velada, sosteniendo en brazos a los gemelos Rómulo y Remo, mientras que las dos figuras femeninas de los lados, en posición subordinada, son dos diosas griegas: Leda (la madre de los gemelos Dioscuros, reconocible por el hecho de que junto a ella hay un cisne —es Zeus, que la amó adoptando la forma de un cisne—) y Leto (la madre de los gemelos Apolo y Artemisa, representada con el dragón que la persiguió para impedirle dar a luz). Además, en la parte inferior del panel se encuentra la imagen de un toro con la cabeza levantada frente a un cordero con la cabeza baja; es una clara alusión al 21 de abril, fecha de la fundación de Roma, en la que la constelación de Tauro, cuyas estrellas más representativas son las Pléyades, sustituye a Aries, que tiene la cabeza baja (no es casual que el nombre árabe de Aries sea Hamal, “cordero”).


Figura 4. La Saturnia Tellus.

El significado de la Saturnia Tellus encaja perfectamente en el contexto político-ideológico vinculado a la creación del Ara Pacis. Roma, la contraparte terrestre de Maya, a quien la diosa-estrella concedió su protección y probablemente su nombre (aunque todo esto debía mantenerse en absoluto secreto fuera del estrecho círculo sacerdotal), representa la cumbre y la culminación de la historia del mundo, superando incluso la importancia y grandeza de la civilización griega evocada por las historias paralelas de Leda y Leto, ambas madres de gemelos divinos hijos de Zeus. Por lo tanto, la composición en su conjunto representa un homenaje a Maya, la diosa protectora de Roma, así como al emperador Augusto, artífice de la paz, el poder y la prosperidad de Roma y su imperio. Esto concuerda con la idea de que el año 3 a. C., aniversario de la conjunción que ocurre cada treinta años entre Saturno, antiguo señor de la Edad de Oro, y las siete Pléyades, modelo celestial de Roma, podría considerarse el comienzo de la nueva Era de Piscis.

En nuestra opinión, otra pista —aunque indirecta— de la importancia de esta efeméride podría encontrarse en la fecha tradicional de la fundación de Roma: 753 a. C. Ésta fue establecida por Marco Terencio Varrón, un gran erudito sobre la Roma antigua que en la última parte de su vida se ganó el favor de Octavio, el cual se había convertido entretanto en el regente de Roma. Resulta difícil entender qué criterios utilizó Varrón para establecer la fecha, siendo que los primeros siglos de la historia de Roma están envueltos por la leyenda. Sin embargo, considerando los estrechos vínculos de Roma con las Pléyades, no es descabellado suponer que el erudito autor, que conocía sin duda la importancia de la conjunción de las Pléyades con Saturno, creía que no sólo el día de su fundación —el 21 de abril— debía estar vinculado con las Pléyades, sino también el año. Por lo tanto, es probable que pensara en una fecha anterior a las conjunciones de su época por un múltiplo de 30 años, llegando así al año 753 a. C. Pero desde luego, nunca pudo dar en público una explicación astronómica verdadera de este cálculo, ya que se basaba en la cuestión tabú de la innombrable relación entre Roma y las Pléyades. Basta pensar que, cuando Varrón era joven (tenía 34 años), Valerio Sorano fue condenado a muerte por haber transgredido la regla de silencio sobre este tema. Sin embargo, en realidad, en el año 753 a. C. no hubo conjunción de Saturno con las Pléyades, ya que su revolución alrededor del Sol no dura exactamente 30 años, sino unos 29,5, lo que en un lapso de siete siglos implica un desplazamiento de varios años. En cualquier caso, esta cuestión merece ser investigada más.

Entre las antiguas ciudades erigidas sobre siete colinas, aparte de Roma, Armagh y La Meca también ofrecen material para la reflexión. Con respecto a Armagh, capital religiosa de Irlanda en la época precristiana, fue un importante sitio real en la Irlanda gaélica desde tiempos muy remotos. Hay en ella un gran monumento ceremonial llamado Emain Mhacha63 que toma su nombre de Macha, la gran diosa de los ulaidh, el pueblo que dio nombre a la provincia del Ulster. De hecho, Ard Mhacha significa “colina de Macha” (nombre posteriormente anglizado como Ardmagh y que más tarde se convirtió en el topónimo actual) y corresponde a una de las siete colinas de Armagh. Por cierto, cabe preguntarse si no tiene que ver con Armagedón, nombre de un lugar desconocido, mencionado en el Apocalipsis de Juan64 donde tuvo lugar una batalla mítica. De hecho, el significado de dūn (dún en irlandés, “fortaleza”) era algo así como “fuerte” o “ciudad amurallada” en una colina.65

En cuanto a La Meca, la ciudad santa del Islam, también caracterizada por las “Siete Montañas Históricas Islámicas”,66 la ortografía oficial saudita en idioma inglés es Makkah;67 y el término Al-Mukarramah se traduce como “la Honrada” o “la Noble” destacando su estatus venerado,68 algo que parece recordar a la “Santísima Maia” mencionada por Cicerón.

También es sorprendente que en el mundo eslavo se llame Mokosh o Makosh a la diosa de la Tierra,69 que en griego micénico Ma-ka (transliterado como Ma-ga) sea “Madre Tierra”70 y que Maka sea la diosa de la Tierra entre los sioux lakota de las llanuras americanas.71 Pero ¿por qué sorprenderse? Las Pléyades son llamadas Makali’i en Hawái72 y Maya-Mayi entre los aborígenes australianos de Nueva Gales del Sur. Éstas últimas son siete hermanas, dos de las cuales son secuestradas por un guerrero, Warrumma o Warunna (este nombre parece ser similar al de Orión). Finalmente escapan trepando a un pino que crece continuamente hasta el cielo, donde se unen a sus otras hermanas.73

Volviendo a los sioux lakota (algunos de los cuales tienen rasgos faciales más caucásicos que asiáticos), además de llamar a la diosa de la Tierra “Maka”, dan al cielo el nombre de “Skan”, voz casi idéntica a la raíz de “cielo” en inglés (sky).74 Pero también es sorprendente que Skan y Maka fueran creados por Wakan Tanka,75 el Gran Espíritu (que da vida al Universo y a todas las criaturas), cuyo nombre tiene a su vez una asombrosa semejanza, tanto en sonido como en significado, con el de Waaqa,76 palabra que significa “Dios” en la lengua del pueblo oromo de Etiopía, casi en el extremo oriental de África.

Es plausible que incluso la asonancia entre el nombre de los Magos,77 astrónomos y astrólogos, y los de Maka-Makkah-Macha-Makali’i-Maia-Maya-Mayi —que hemos visto asociados con las Pléyades en muchas culturas diferentes, distantes entre sí tanto en el espacio como en el tiempo pero unidas por la gran importancia que atribuyen a estas siete estrellas— no se deba al azar. De hecho, se podría suponer que una de las principales tareas de los astrónomos más antiguos fue observarlas y estudiarlas, hasta el punto de que ellos mismos podrían haber adoptado el nombre de la estrella principal del cúmulo. Esto, obviamente, hace aún más creíble la hipótesis propuesta en este artículo. En definitiva, la asociación de los Reyes Magos con las tres estrellas del Cinturón de Orión podría pertenecer a una antigua herencia mítica, común a muchos pueblos, que tendría como objetivo preservar la memoria de la posición de la estrella Maya (de cuya gran importancia para nuestros antepasados lejanos tenemos numerosos testimonios) a partir de las tres estrellas del Cinturón de Orión, fácilmente identificables en el cielo nocturno invernal (que no por casualidad se denominan “Los Tres Reyes” o “Los Tres Sabios” en diferentes culturas).78

También se puede interpretar en esta misma perspectiva el hecho de que, para los chukchi de Siberia, Orión (que también es cazador en sus mitos) dispare una flecha que está representada por la estrella Aldebarán (Alfa Tauri).79 Esta última, que es un astro muy brillante, se encuentra casi exactamente a medio camino de la “visual” que une Bellatrix, la estrella del “reloj de arena” de Orión que aparece más cercana a las Pléyades en el cielo nocturno, con estas últimas (ver figura 1). En resumen, se puede considerar a Aldebarán como una verdadera “flecha indicadora” que, partiendo de Orión, nos permite identificar inmediatamente a las Pléyades en el cielo de noche.


Figura 5. El caballero principal de la Sartiglia
de Oristano (Cerdeña) bendice a la multitud.

Una historia no muy diferente la encontramos entre los polinesios de Manuae (Islas Cook). Según ésta, las Pléyades eran originalmente una sola estrella, la más brillante del cielo, pero un dios, para castigarla, pidió la ayuda de Sirio, que lanzó a Aldebarán contra ella rompiéndola en seis pedazos y generando las actuales Pléyades.80 En nuestra opinión, un eco de este tipo de leyendas, presumiblemente muy antiguas, quizás pueda encontrarse en otra parte muy distinta del mundo; nos estamos refiriendo a la Sartiglia, una fiesta tradicional de la ciudad de Oristano, en Cerdeña, que se celebra cada año durante el Carnaval. Durante la Sartiglia, que es uno de los carruseles ecuestres más antiguos que aún se celebran en la zona mediterránea, hombres a caballo con el rostro cubierto por una máscara blanca deben atravesar con una espada una estrella que cuelga en lo alto sobre la línea de meta de la carrera ecuestre que discurre por las calles del centro de la ciudad.81 Además, hay buenas razones para pensar que su líder, su componidori, el jinete que encabeza la carrera, representa la imagen de una divinidad (o quizás, pensamos, de una estrella en el cielo); a este respecto, no puede tocar el suelo en ningún momento durante la ceremonia, en la que también desempeña un papel sagrado: bendecir a la multitud con un ramo de flores (ver figura 5) llamado sa Pippia ‘e Maju, “la niña de Mayo” (un nombre que podría recordar a Maya, mientras que la imagen del ramo de flores quizás podría evocar el cúmulo estelar de las Pléyades).

Pero ¿podría ser que incluso la corrida de toros española (que parece más un rito sacrificial que una lucha real) tuviera su origen en el mismo tipo de mito? De hecho, las Pléyades eran consideradas el hombro del Toro,82 es decir el blanco que el matador debía alcanzar con su espada, como el Toro Celestial asesinado por Gilgamesh en un poema sumerio83 o el toro sacrificado a Poseidón Heliconio en la Ilíada,84 por no mencionar al toro sacrificado por los reyes de la isla de la Atlántida durante una ceremonia solemne que Platón describe detalladamente85 (después de todo, el nombre de Atlántida proviene de Atlas, el mítico primer rey de la isla, que, según la mitología griega, fue padre de siete hijas que posteriormente “ascendieron al cielo con el nombre de Pléyades”).86 Y quizás estaríamos tentados a añadir a esta casuística el séptimo trabajo de Heracles —aquel en que lucha contra el toro cretense—, teniendo en cuenta que en un pasaje de la Odisea hay una imagen singular de Heracles “como la noche oscura”, con un cinturón extraordinario que sostiene una espada87 en la que Homero se detiene durante largo rato. Sin embargo, este extraño personaje homérico parece en realidad más semejante a Orión que a Heracles, teniendo en cuenta que bajo el cinturón hay un grupo de estrellas que forman una línea vertical llamado “la Espada de Orión”.

En definitiva, el mito de las siete Pléyades se encuentra por todas partes, desde los sioux lakota hasta los aborígenes australianos y desde Nueva Zelanda hasta las islas de la Polinesia, y resulta muy curioso que parezca presentar características similares en todos los lugares; siempre son siete, incluso en una leyenda del pueblo wurundjeri del sureste de Australia, según la cual son el fuego de siete hermanas que llevaban brasas encendidas en la punta de sus palos de cavar, pero que luego se convirtieron en las brillantes estrellas del cúmulo de las Pléyades88 —aunque en realidad se pueden contar hasta doce a simple vista—. Esta singular globalización tanto de su nombre como de los mitos relacionados con ellas parece aludir a una civilización prehistórica global basada en la navegación —de la que Platón nos dejó su recuerdo en el mito de la Atlántida— cuya historicidad hemos intentado demostrar en un trabajo anterior.89 Encaja bien en esta imagen que Plutarco sitúe su historia de la conjunción entre Saturno y las Pléyades en el contexto de un antiguo mundo atlántico, el mismo en el que Platón sitúa el mito de la Atlántida.

Otro aspecto de las historias protagonizadas por las Pléyades quizás aún más sorprendente es que a veces se habla de contactos directos entre ellas (o de una “tierra en el cielo” conectada a ellas) y los seres humanos. Encontramos este tema, por ejemplo, entre los indios Mono de Sierra Nevada, quienes hablan de seis esposas que amaban a las cebollas más que a sus maridos y que ahora viven felices en la “tierra en el cielo”,90 o en una tradición de Borneo que habla de un árbol que permite al hombre ascender al cielo y traer semillas útiles de la “tierra de las Pléyades”.91

No menos singular es la idea, presente en algunos pueblos americanos como los de las culturas guatemaltecas de Monte Alto, Ujuxte y Takalik Abaj,92 de que sus ancestros míticos descendían de las Pléyades. De manera similar, en un cuento de los wyandot, nativos americanos de la región de los Grandes Lagos, siete “doncellas cantantes”, hijas del Sol y la Luna que vivían en la Tierra del Cielo, descendieron a la Tierra y bailaron con niños humanos.93 Además, un mito de los ojibwa (grupo de nativos americanos que hablan la lengua algonquina) cuenta que vinieron de las Pléyades a través de un pasaje entre la Tierra y el “mundo de las estrellas” llamado Bagone-giizhig.94 Pero pensemos también en los dogones de Mali, en África Occidental, para quienes sus antepasados llegaron a la Tierra en una especie de arca voladora dentro de la cual estaban pintadas las Pléyades en el área que se había reservado para ellos.95 ¿Y qué decir de los banrawat, un grupo étnico seminómada del Himalaya cuyos miembros llaman a las Pléyades “las siete cuñadas” y que, al verlas aparecer sobre sus montañas cada año, se alegran de volver a ver a sus antiguas parientes?96 Estas curiosas historias nos recuerdan las afirmaciones de quienes sostienen que diversas especies de seres extraterrestres de aspecto humanoide habrían visitado la Tierra y que entre ellas habría una, de rasgos físicos similares a los humanos, que provendría de las Pléyades.97

Quizás haya un rastro de esta nostalgia por un paraíso perdido situado en el cielo —es decir de una mítica Madre Tierra celestial que, según diversas mitologías, se encontraba en las siete Pléyades— en una frase contenida en una conocida oración cristiana de un monje alemán que vivió en el siglo XI, Hermann de Reichenau, que también fue astrónomo e historiador: “A ti clamamos, pobres hijos desterrados de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”.98 Este sentimiento podría surgir de la percepción que en ocasiones tenemos los seres humanos de no sentirnos bien adaptados a la vida en la Tierra; lo parece apuntar el tercer capítulo del Génesis cuando explica que la traumática expulsión de nuestros antepasados del paraíso terrenal primigenio conllevó el dolor en los partos, el esfuerzo por obtener alimento y la necesidad de vestirse y cubrirse con pieles.

Digamos también que esta singular idea de que podría existir una hermosa Tierra primigenia entre las estrellas —esto es, un paraíso perdido donde se habría originado la raza humana y del cual este planeta, en el que nuestros antepasados habrían sido relegados en un pasado remoto y se lleva una vida miserable y difícil, sería solo un pálido reflejo— quizás podría ser el origen de un extraordinario pasaje en el que Platón insinúa la existencia de una tierra maravillosa en el cielo, habitada por hombres y animales, que es incomparablemente más hermosa que nuestro mundo actual: “(...) se cuenta que esa tierra en su aspecto visible, si uno la contempla desde lo alto, es como las pelotas de doce franjas de cuero, variopinta, decorada por los colores, de los que los colores que hay aquí, esos que usan los pintores, son como muestras. Allí toda la tierra está formada con ellos, que además son mucho más brillantes y más puros que los de aquí. Una parte es purpúrea y de una belleza admirable; otra, de aspecto dorado, y otra, toda blanca, y más blanca que el yeso o la nieve; y del mismo modo está adornada también con otros colores, más numerosos y bellos que todos los que nosotros hemos visto. (...) En ella hay muchos seres vivos, y entre ellos, seres humanos (...). Por cierto que también tienen ellos bosques consagrados a los dioses y templos, en los que los dioses están de verdad, y tienen profecías, oráculos, apariciones de los dioses, y tratos personales y recíprocos”.99

Creemos que en el futuro será conveniente profundizar en estos temas para comprender el verdadero origen de estas historias, tan singulares y tan extendidas en los mitos de pueblos muy distantes entre sí. Mientras tanto, todas estas hipótesis quedan a la consideración del lector.

Conclusión

En este artículo hemos comprobado que no faltan razones para suponer que la estrella de los Magos mencionada en el evangelio de Mateo era la conjunción entre Saturno y las Pléyades ocurrida en la primavera del año 3 a. C. Debemos considerar, por un lado, la importancia que, según Plutarco, un antiguo pueblo atlántico atribuía a esta conjunción, y por otro, el hecho de que las tres estrellas del Cinturón de Orión, que apunta a las Pléyades, eran o son llamadas aún en diversas partes del mundo “Los Tres Reyes” o “Los Tres Sabios”.

Si a esto le añadimos la expectativa que existía en aquel momento por la llegada de la Era de Piscis, asociada a la esperanza del regreso de la mítica Edad de Oro —en una fase crítica de la historia en la que, entre otras cosas, se había presenciado hacía poco tiempo el colapso del reino de Egipto, la institución más longeva, antigua y venerable jamás vista en la historia de la humanidad—, podemos comprender lo que esa fecha pudo haber significado para quienes se ocupaban de estos temas.

En efecto, si nos ponemos en la piel de un antiguo astrónomo-astrólogo, la conjunción entre Saturno y las Pléyades significa el encuentro de dos entidades míticas de importancia primaria: de una parte, el planeta que lleva el nombre de Saturno, el Señor de la Edad de Oro perdida, cuyo regreso se esperaba ansiosamente con el advenimiento de la Era de Piscis (es un sentimiento expresado con gran fuerza, y a la vez con profunda humanidad y delicadeza, por Virgilio en su Cuarta Égloga); y de otra, las Pléyades, o la “Santísima Maia”, la Madre Tierra, la diosa protectora por excelencia (no es casual que nos hayamos extendido sobre su figura en la última parte de este estudio). O sea que fue un “encuentro cumbre” en el cielo entre dos entidades divinas, una masculina y otra femenina, que, dadas las circunstancias, adquirió un valor simbólico excepcional en aquel momento. De él se podía esperar, como proyección en la Tierra —“como es arriba, es abajo”—, el nacimiento de un Niño Especial, el futuro Rey que los Magos buscaban “para adorarlo”.

Esta es, en nuestra opinión, la esencia del discurso que ha permanecido oculto durante tanto tiempo tras las palabras del evangelio de Mateo y que aún tiene raíces profundas en el inconsciente de muchos seres humanos (lo que explica porqué, después de dos mil años, el motivo de la Navidad y la Estrella de Belén sigue ejerciendo una gran fascinación).

En cualquier caso, la gran distancia que separa a las culturas mencionadas en este estudio es un testimonio de la antigüedad de estas concepciones, lo que apoya la idea de que existió una civilización prehistórica global extendida por todo el planeta de la cual Platón nos dejó un último recuerdo al transmitirnos el mito de la Atlántida —lo que aquí se ha desarrollado representa una confirmación adicional de ello—. Esto implica que en la prehistoria existió una civilización con un conocimiento considerable del arte de la navegación (lo que a su vez presupone un profundo conocimiento de las estrellas y de sus movimientos cíclicos en la bóveda celeste, saber esencial para poder determinar la posición del barco y calcular su ruta), como confirman estudios recientes sobre el megalitismo.

Finalmente, creemos que es útil y necesario profundizar en los temas abordados en este estudio, lo cual sin duda requiere de más investigación por parte de especialistas para respaldar las hipótesis aquí planteadas. También considero muy conveniente trabajar en todo lo tocante a la importancia que muchas culturas del pasado atribuyeron a las Pléyades y, en particular, a Maya, la Madre Tierra. Futuros estudios e investigaciones sobre estos temas y otros que puedan surgir al abordarlos podrían arrojar nueva luz sobre la prehistoria de la humanidad y, quizás, ofrecer nuevas e inesperadas perspectivas para el futuro.

Trad. Marc García

NOTAS.
* La versión original en inglés de este trabajo, remitido por su autor a SYMBOLOS, ha sido publicada en el vol. 10(5) de la Journal of Anthropological and Archeological Sciences, Nueva York, 2025.
1 Mt 2, 1-2. Biblia de Jerusalén. Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1990.
2 Cf. D. C. Allison Jr. (1993). What Was the Star that Guided the Magi? Bible Review, 1993,
https://library.biblicalarchaeology.org/article/what-was-the-star-that-guided-the-magi/.
3 J. Mosley. Common Errors in “Star of Bethlehem” Planetarium Shows. Planetarian 10(3), 4, Chicago, 1981.
4 S. Parpola. The Magi and the Star. Bible Review, 2001,
https://library.biblicalarchaeology.org/article/the-magi-and-the-star/.
5 R. Newman. The Star of Bethlehem: A Natural-Supernatural Hybrid? Interdisciplinary Biblical Research Institute, Gloucester, 2001.
6 E.S. Kennedy y D. Pingree. The Astrological History of Masha’allah. Harvard University Press, Cambridge, 1971.
7 Plutarco. De Facie quae in Orbe Lunae Apparet, 941c.
8 Plutarco, op. cit., 941a-942b.
9 F. Vinci. A Hypothesis on the Pillars of Heracles and their True Location. Journal of Anthropological and Archeological Sciences 9(3), pp. 1254-1260, Nueva York, 2024.
10 Plutarco, ibid., 941a.
11 Plutarco, ibid., 941b.
12 F. Vinci. The Baltic Origins of Homer’s Epic Tales. Inner Traditions, Rochester, 2006.
13 Plutarco, ibid., 941c. El Meotis se corresponde con el actual mar de Azov (que, como Plutarco dice, es más pequeño que el golfo de San Lorenzo).
14 M. Tsikritsis. Travelling from Canada to Carthage in 86 AD. Ponencia presentada en la Ancient Greece and the Modern World Conference, Antigua Olympia, 2016.
15 El excelente conocimiento geográfico de la época de Plutarco (siglo I d. C.) queda también atestiguado por su afirmación de que la distancia entre la Luna y la Tierra es “cincuenta y seis veces mayor que el radio de la Tierra” (Plutarco, ibid., 925d). De hecho, al multiplicar el radio medio de la Tierra (6.371 km) por 56, obtenemos una distancia Tierra-Luna de 356.776 km, mientras que su distancia real en el perigeo es de 356.500 km.
16 Cf. J.B. Griffin. Lake Superior copper and the Indians: miscellaneous studies of Great Lakes prehistory. University of Michigan, Ann Arbor, 1961.
17 Cf. V. Castellani. Quando il mare sommerse l’Europa. Ananke, Turín, 2005.
18 B. Schulz Paulsson. Radiocarbon dates and Bayesian modeling support maritime diffusion model for megaliths in Europe. Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 116 (9), pp. 3460-3465, Washington, 2019, https://doi.org/10.1073/pnas.1813268116.
19 Cf. P. Gwin. This incredibly rare burial ground reveals new secrets about the Sahara’s lush, green past. National Geographic Magazine 9/2024, p. 84, Washington D. C., 2024.
20 Cf. M. Pinna. Climatologia. UTET, Turín, 1977.
21 G. de Santillana y H. von Dechend. Il Mulino di Amleto. Adelphi, Milán, 2003.
22 Plinio el Viejo. Naturalis Historiae 16, 45.
23 “Alcíone y Mérope, Celeno y Taigete, Electra y Estérope, junto con la Santísima Maia”. Cicerón. Aratea, 270-271. “Santísima” es la traducción del adjetivo latino Sanctissima.
24 L. Verderame. Pleiades in ancient Mesopotamia. Mediterranean Archaeology and Archaeometry 16(4), pp. 109-117, Mitilene, 2016. En cuanto al MUL.APIN, éste es el título convencional que recibe un compendio babilónico que trata muchos aspectos distintos de la astronomía y la astrología babilónicas.
25 E. Ashton. The Basuto: a social study of traditional and modern Lesotho. Oxford University Press, Londres, 1967.
26 A. Bryant. The Zulu People as they were Before the White Man Came. Praeger Publisher, Nueva York, 1970.
27 Cf. M.W. Mintz. The Philippines at the turn of the Sixteenth Century. Intersections: Gender and Sexuality in Asia and the Pacific, Canberra, 2011.
28 Cf. A. Aveni. Skywatchers of ancient Mexico. University of Texas, Austin, 2001.
29 Respecto al calendario inca, “el primer enfoque (...) sugiere que se trata de un calendario lunar sideral basado en las Pléyades. El segundo enfoque propone que se trata de un calendario lunisolar probablemente sincronizado mediante observaciones siderales, en particular haciendo uso de las Pléyades”. A. J. Quijano Vodniza. Las Pléyades en el calendario agrario y ritual inca. Revista Colombiana de Antropología 59(2), p. 118, Bogotá, 2023.
30 E. Malotki. Hopi time: a linguistic analysis of the temporal concepts in the Hopi language. De Gruyter, Berlín, 1983.
31 C. H. de Goeje. Philosophy, initiation and myths of the Indians of Guiana and adjacent countries. Brill, Leiden, 1943.
32 Cf. R. Mātāmua. Matariki: the Star of the Year. Huia, Wellington, 2017.
33 E. Nissan, A. Maiuri y F. Vinci. Reflejado en el Cielo: Evidencia Bíblica y Romana de un Motivo Compartido en la Antigüedad sobre los Rasgos Materiales de la Metrópolis del Pueblo Elegido Reflejada en una Constelación Celeste: Segunda Parte. MHNH Revista Internacional de Investigación sobre Magia y Astrología Antiguas 19, pp. 87-166, Málaga, 2019.
34 https://bifrost.it/FINNI/Fonti/Kalevala50.html
35 Lc 1, 32.
36 A. R. Hinckley. Star-names and their meanings. Kessinger Publishing, Whitefish, 2010.
37 https://web.archive.org/web/20100129083441/
http://www.psychohistorian.org/astronomy/ethnoastronomy/three_kings_cape_clouds.php
38 A. Miglietta. I segni del tempo. Le stelle nel mondo rurale e nell’immaginazione popolare. Anthropos & Iatria 17(1), pp. 70-82, Génova, 2013.
39 https://web.archive.org/web/20050215131931/http://sepiensa.org.mx/contenidos/s_reyes/reyes.htm
40 https://web.archive.org/web/20131024111539/
http://www.elnuevodia.com/tresreyesmagosenelcieloestanoche-1421862.html
41 Homero. Himno a Hermes, 23.
42 Cf. A. Steinmann. From Abraham to Paul: A Biblical Chronology. Concordia Publishing, St. Louis, 2011.
43 W. Filmer. The Chronology of the Reign of Herod the Great. Journal of Theological Studies 17(2), pp. 283-298, Londres, 1966.
44 J. Finegan. Handbook of Biblical Chronology: Principles of Time Reckoning in the Ancient World and Problems of Chronology in the Bible. Hendrickson Publishers, Peabody, 1998.
45 G. Ferri. Tutela Urbis. Franz Steiner Verlag, Stuttgart, 2010.
46 1 Enoc 21, 3-6. En: https://www.ccel.org/c/charles/otpseudepig/enoch/ENOCH_1.HTM
47 Job 38, 31.
48 Cf. https://www.theoi.com/Nymphe/NymphaiPleiades.html
49 Para este cálculo, Domenico Ienna ha utilizado Perseus, un software de simulación astronómica para Windows diseñado y creado por L. Fontana y F. Riccio. Nivel y versión empleados: III, 1.13.4. Perseus usa el calendario gregoriano para las fechas a partir del 15 de octubre de 1582 y el calendario juliano para las fechas anteriores. El año 3 a. C. hallado con Perseus corresponde al 2 a. C. en el software Stellarium (utilizado por Paolo Colona) ya que este último incluye un “año 0” que en realidad no existe, por lo que a todas las fechas a. C. hay que restarles uno. Agradecemos al doctor Domenico Ienna y al profesor Paolo Colona por su contribución.
50 Virgilio. Bucólicas, Égloga IV, 4-7. https://wpd.ugr.es/~agamizv/wp-content/uploads/bucolica4.pdf
51 Virgilio. Eneida, Libro VI, 1142-1144. Edición en castellano de José Carlos Fernández Corte. Cátedra, Madrid, 2003.
52 https://en.wikipedia.org/wiki/Pisces_(astrology)
53 A este respecto, Ovidio declara: “Estoy obligado a guardar silencio sobre mi culpa”. Ovidio. Tristia 2, 208.
54 L. Verderame, op. cit.
55 F. Vinci y A. Maiuri. Le Pleiadi e la fondazione di Roma. Appunti Romani di Filologia 21, pp. 17-23, Roma, 2019.
56 Cf. R. Steele y D.W. Singer. The Emerald Tablet. Journal of the Royal Society of Medicine 21(3), pp. 485-501, Londres, 1928.
57 F. Vinci, A. Maiuri. Mai dire Maia. Un’ipotesi sulla causa dell’esilio di Ovidio e sul nome segreto di Roma. Appunti Romani di Filologia 19(1), pp. 19-30, Roma, 2017 (hay una extensa síntesis de este artículo en inglés en el sitio web https://www.editorpress.it/en/ovid-the-pleiades-the-secretname-of-rome-and-other-cities-with-seven-hills).
58 Cf. Ovidio. Fasti V, 81-106.
59 Plinio el Viejo. Naturalis Historiae XXVIII, 18.
60 Plinio el Viejo. op. cit. III, 65.
61 Macrobio. Saturnales I, 12, 21. Edición de Juan Francisco Mesa Sanz. Akal, Tres Cantos, 2009.
62 F. Vinci y A. Maiuri. La Saturnia Tellus e la dea Maia. Folkloricum - Archive of Ancient Folklore, Roma, 2023.
63 C. Newman. Reflections on the making of a ‘royal site’ in early Ireland. World Archaeology 30(1), pp. 127-141, Londres, 1998.
64 Ap 16, 16.
65 Cf. M. Gelling. Place Names in the Landscape. Phoenix Press, Londres, 1984.
66 https://theislamicinformation.com/travel/mountains-in-makkahmust-visit/
67 D. E. Long. Culture and Customs of Saudi Arabia. Greenwood, Westport, 2005.
68 https://thepilgrim.co/makkah-al-mukarramah/
69 Gaydukov, Viktor. Идеология и практика славянского неоязычества (Ideology and practice of Slavic neopaganism). Herzen University, San Petersburgo, 2000.
70 R. Beekes. Etymological Dictionary of Greek. Brill, Leiden, 2009.
71 Cf. https://www.maggiereid.com/lakota/mytwho.htm, entrada “Maka”.
72 Cf. M. Beckwith. Hawaiian Mythology. University of Hawaii Press, Honolulu, 1970.
73 Cf. P. D’Arcy. The Emu in the Sky: Stories about the Aboriginals and the day and night skies. National Science and Technology Centre, Canberra, 1994.
74 La palabra inglesa sky procede del nórdico antiguo sky, “nube”, éste del protogermánico *skeujam, “nube”, “cobertura nubosa”, y éste de la raíz protoindoeuropea *(s)keu- “cubrir”, “ocultar” (cf. https://www.etymonline.com/word/sky).
75 https://en.wikipedia.org/wiki/Wakan_Tanka
76 H. M. Adam y R. Ford. Mending Rips in the Sky. Red Sea Press, Trenton, 1997.
77 Cf. G. Vermes. The Nativity: History and Legend. Bantam Dell, Londres, 2007.
78 Cf. https://irishastrosoc.ie/orions-belt-the-three-kings/
79 J. Staal. New Patterns in the Sky. McDonald & Woodward, Newark, 1988
80 F. Schaaf. The brightest stars: discovering the universe through the sky’s most brilliant stars. John Wiley & Sons, Hoboken, 2008.
81 https://sardiniarevealed.com/sartiglia-carnival-oristano/
82 https://cielososcuros.com.mx/the-pleiades/
83 J. Tigay. The Evolution of the Gilgamesh Epic. Bolchazy-Carducci, Wauconda, 2002.
84 Homero. Ilíada 20, 403-405.
85 Platón, Critias, 120c. El sacrificio del toro descrito en el Critias presenta notables analogías con el sacrificio del reno en el mundo lapón: también en este caso se encuentra una cierta cantidad de animales en un recinto cerrado, uno de ellos es capturado con trampas y, tras el sacrificio, el chamán que dirige el rito bebe una parte de su sangre vertida en una copa. El hocico del reno se cubre con un paño antes de matarlo. Quizás de este gesto (destinado a evitar que el animal reconozca a su matador y que su espíritu intente vengarse) se originó la costumbre del matador de balancear la muleta frente al hocico del toro antes de golpearlo.
86 Diodoro Sículo. Biblioteca Histórica 1, 60.
87 “Y rodeando su pecho estaba el terrible tahalí, el cinturón de oro en el que había cincelados admirables trabajos —osos, salvajes jabalíes, leones de mirada torcida, combates, luchas, matanzas, homicidios—. Ni siquiera el artista que puso en este cinturón todo su arte podría realizar otra cosa parecida”. Homero. Odisea 11, 609-614. Edición de José Luis Calvo. Cátedra, Madrid, 1988.
88 Mudrooroo. Aboriginal mythology. ETT Imprint, Londres, 2020.
89 Cf. F. Vinci. Striking Correspondences Between Plato’s Atlantis and Greenland. J Anthro & Archeo Sci 10(3): 2025. Journal of Anthropological and Archeological Sciences 10(3), pp. 1391-1406, Nueva York, 2025.
90 Cf. J. G. Monroe. They dance in the sky. Native American star myths. Houghton Mifflin Harcourt, Boston, 1987.
91 G. de Santillana y H. von Dechend, op. cit.
92 Cf. https://en.wikipedia.org/wiki/Pleiades_in_folklore_and_literature
93 W. E. Connelley. Wyandot Folk-lore. Crane & Company, Topeka, 1899.
94 Cf . L. Moose y M. Moose. Bagone Giizhig: The Hole in the Sky. Indigenous Education Press, Brantford, 2021.
95 M. Griaule. Dio d’acqua. Bompiani, Milán, 1968.
96 Cf. J. Fortier. Kings of the Forest: The cultural resilience of Himalayan hunter-gatherers. University of Hawaii Press, Honolulu, 2009.
97 C. D. B. Bryan. Close Encounters of the Fourth Kind: Alien Abduction, UFOs, and the Conference at M.I.T. Knopf, Nueva York, 1995.
98 https://www.gregorianum.org/wiki/Salve_Regina_%28tono_simplex%29
99 Platón. Fedón, 110b-111b. Traducción de Carlos García Gual. En: Platón I: Diálogos. Ed. Gredos - RBA, Madrid, 2010.

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