Revista internacional de Arte - Cultura - Gnosis |
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LIBRO SAGRADO DE HERMES MONTSE GALLEGO |
![]() 1408-1480. Nave central de la Catedral de Siena. |
“El pensamiento para que te pensemos. La razón para que nos hagamos tus intérpretes. El conocimiento para que te conozcamos. Nos alegramos de haber sido iluminados por tu conocimiento. Nos alegramos porque nos has informado sobre ti. Nos alegramos porque, en este cuerpo, nos has deificado con tu conocimiento. La humana acción de gracias que llega hasta ti es lo único que nos permite conocerte. Te hemos conocido, ¡luz inteligible! ¡vida de la vida! Te hemos conocido, matriz de toda semilla. Matriz que concibes por la naturaleza del padre, te hemos conocido. ¡Oh eterna permanencia del padre genitor! De este modo hemos venerado tu bondad. Y no te elevamos ninguna súplica, sólo queremos ser salvaguardados en tu conocimiento. Y la única salvaguarda está en lo que queremos: no extraviarnos de este género de vida”. (Fragmento de la plegaria final del Asclepio). |
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El diálogo es uno de los géneros que ha tenido más relevancia en la literatura hermética y la filosofía desde tiempos de Platón, e incluso antes, y se ha mantenido vigente como forma de enseñanza a lo largo de los tiempos. El diálogo es una conversación, un intercambio, una búsqueda compartida de la verdad, un orbitar en torno a un hilo invisible que nos conduce al conocimiento de las cosas. Según la Real Academia Española, la palabra “conversación” proviene del latín conversatio, que significa “acción y efecto de hablar familiarmente una o varias personas con otra u otras”. El verbo latino conversari, del que deriva conversatio, está compuesto por el prefijo con (juntos) y el verbo versare (girar), sugiriendo la idea de “estar en relación” o “intercambio mutuo”. En ese “girar en torno” se va produciendo una asimilación del discurso, como una música que se afina en el interior de uno.
Los textos herméticos, compendio de filosofía, magia y sabiduría de tiempos inmemoriales, testimonian que no existe nada fuera, todo es fruto de una aprehensión de algo velado que ya estaba contenido potencialmente en el corazón, aun sin haber caído en la cuenta de ello en un inicio. Con estos escritos se va tomando conciencia del despertar espiritual a otras instancias internas a través de la contemplación del significado del cosmos y del mundo divino. En muchos de los libros herméticos, el discurso se organiza en forma de diálogo; se brinda una transmisión inspirada del pensamiento esotérico occidental bajo los auspicios del venerado dios Hermes y se van ofreciendo respuestas sobre una realidad simbólica y sagrada que se reconoce en el alma del hombre, como un tesoro oculto que va aflorando. |
![]() Pia Desideria. Emblema de Boëtius Adamsz, s. XVII. Bolswert. |
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No es de extrañar que en este arte de conversar se cosechen muchos frutos; se aprende a pensar, obteniendo respuestas que emanan, muchas veces, de las propias preguntas, tal cual las que planteaba el sabio Sócrates a sus discípulos. Éste empleaba, en ocasiones, la ironía como herramienta para ir deshilvanando discursos y evidenciar errores. En el método socrático, el conocimiento y la virtud son un bien en sí mismos y son el alimento que nutre el alma. Y el diálogo cumple, con el ímpetu de la palabra proferida, el papel fundamental de difundir ideas universales invariables, aunque en apariencia se expresen de forma cambiante, con equilibrios y desequilibrios que acaban conformando una armonía audible. Federico González nos dice en torno al concepto de literatura:
De entre los muchos textos sapienciales, éste al que hoy dedicamos nuestro estudio —atribuido a Hermes Trismegisto, personificación del dios egipcio Thot, y consagrado a Asclepio— hace referencia al tratado XIV del Corpus Hermeticum. Se trata del opúsculo titulado Asclepio, el cual encierra el pensamiento hermético heredado de nuestros antepasados que tuvo una gran influencia en la búsqueda de certezas sobre el orden universal y en la revelación de las verdades eternas y que, aún hoy, permanecen inmutables y siguen perdurando y perpetuándose en el tiempo. Sus enseñanzas y postulados tuvieron un gran resurgimiento y vigencia, y resonaron especialmente entre los autores cristianos y neopaganos del Renacimiento, pues en ese momento se localizan manuscritos en griego casi perdidos hasta entonces del Corpus Hermeticum en Bizancio, que Cosme de Medici hace traducir a Marsilio Ficino al latín. Este encargo fue fundamental para que estos tratados tuvieran una gran difusión entre los pensadores y sabios de la época. El Renacimiento supone un punto de inflexión en la difusión y profundización de estos textos herméticos que tuvieron una enorme trascendencia, dado que todo ese compendio de conocimiento ancestral y secreto de la mano de Hermes Trismegisto ofrece una nueva perspectiva del universo; en ellos se revela una profunda interconexión del ser humano con el cosmos y con lo divino, como un Todo. Frances Yates, en un capítulo dedicado a Hermes Trismegisto, dice acerca de lo contenido en este corpus doctrinal:
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![]() Ilustración mostrando dos manos sosteniendo el caduceo. Johann Frobens, c. 1460-1527. British Museum. |
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El texto sagrado conocido como Asclepio es la traducción del original escrito en griego cuyo título es Logos téleios, o sea El discurso o la palabra perfectos, y recoge enseñanzas cosmológicas y esotéricas sobre lo divino, el cosmos y el hombre como intermediario entre ambos. Hermes Trismegisto fue reconocido por sabios del Renacimiento como un sacerdote antiquísimo creador de todos estos textos sapienciales, que luego quedaron fijados por escrito en los primeros siglos de nuestra era. Durante la Edad Media, algunos fragmentos muy reducidos de estas obras en latín y en árabe circularon por Europa y unos pocos autores cristianos como Lactancio (250-325 d. C.) o San Agustín (354-430 d. C.) avalaron estos textos inspirados y llenos de profundidad, que penetraron en muchas materias y artes y reconocieron la sabiduría oculta contenida en sus páginas; pero a pesar de que acreditaron en ellos, también se mostraron críticos, puesto que discrepaban en relación con su origen pagano y de sus enseñanzas a veces un tanto ambiguas, que no poseían un total alineamiento con el cristianismo ortodoxo. Se desconoce la cuantía y el orden que estos escritos herméticos tenían inicialmente pues han llegado incompletos a nuestros días. Aun así, sigue siendo una fuente de antigua sabiduría, reveladora del orden del universo y sus leyes divinas y mágicas de las que han bebido muchos integrantes de la cadena áurea. La atmósfera de ese tiempo intemporal que incluso llega a nuestro presente queda recogida en este fragmento de la mano de F. Yates, donde refiere la antigüedad remota de dichos saberes puestos por escrito, como hemos dicho, en los primeros siglos de nuestra era:
Ya en el prólogo del Asclepio se nos muestra la grandeza y profundidad de esta obra fundamental de la Sabiduría Perenne.
Este texto sapiencial guarda el misterio entre sus palabras, el de la unión indisoluble entre los dos mundos, el cielo y la tierra. El discurso iniciático que contiene el Asclepio posee una forma de transmisión que transporta directamente a un tiempo otro, en el que todo es simultáneo y en un siempre presente. Hermes Trismegisto, venerado depositario de la sabiduría antigua protege y transmite la enseñanza secreta mediante una conversación que sostiene con su discípulo, de la que se van destilando poco a poco respuestas, que encierran el sentido oculto de cada una de las palabras, salvaguardadas en lo invisible y cuyo sentido sólo se percibe en lo más interno de uno. Recordemos que Jesús también dijo: “Es a quienes son dignos de mis misterios que yo digo mis misterios. Lo que haga tu mano derecha que lo ignore tu mano izquierda”.5 |
![]() Ilustración del tratado Filius Noster de Baro Urbigerus, 1705. Se representa el “agua mercurial divina” o “mercurio filosófico”. |
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En palabras de Federico González:
De este modo se va conformando una arquitectura del pensamiento a través del símbolo que, de una manera asombrosa y desde el aquietamiento del alma, nos guía hacia un camino desconocido, pero a la vez conocido de algún modo, donde se van desvelando regiones ocultas y descorriendo velos para alcanzar la recompensa del Conocimiento. En síntesis, los diálogos del Asclepio atestiguan una forma de transmisión de la Tradición Unánime, “diseñando y construyendo un corpus de ideas que han sido el germen del pensamiento metafísico de Occidente conocido con el nombre de Tradición Hermética, rama occidental de la Tradición Primordial. Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, da nombre a esta tradición”.7 Meditar en ellos genera un espacio de la conciencia donde se da una conexión profunda y jerarquizada entre lo divino y el mundo físico, revelando una mutua relación. En la parte está el todo. Dios es todo. * En el Asclepio se dice que la ley de los hombres procede de la ley divina. El poder que éstos encarnan es propio del género de los dioses. Además, el hombre trascendente está hecho a imagen de las potestades divinas, y por ello se le concede la facultad y el gran milagro de conocer los principios inmutables y eternos:
“Y, lo que es más admirable, no necesita abandonar la tierra para acceder a lo alto, tal es el alcance de su poder”,9 pues se le distingue por una inteligencia superior que en su proyección lo une con lo celeste. Solo a él se le concede la facultad del pensamiento para vivenciar un conocimiento directo del mito y “volver a recuperar la ‘memoria’ de nuestro origen no-humano (la anamnesis o reminiscencia platónica) donde todo es nuevo y virginal”.10 El hombre reúne todos estos aspectos; ubicado en el centro del mundo y de sí mismo está en consonancia con su parte divina y esencial a través del alma, y con lo corpóreo se une a su faceta meramente humana, material. Lo cual nos recuerda el mito de Hércules que “no sólo ha vencido a innumerables enemigos externos, sino que ha podido salir victorioso de los combates internos contra sus indefinidas tendencias hacia la densidad, reflejo de sus innumerables egos, antes de acceder al conocimiento y la paz, emblemas de la inmortalidad del alma y la vida eterna que finalmente logra por su espíritu combativo, sublimizado por la búsqueda constante del Espíritu y la Verdad, a través de un recorrido jalonado de errores, rectificaciones y logros”,11 para retomar siempre el camino ascendente, conciliando lo de arriba y lo de abajo. Gracias a la iniciación en los Misterios se va vivenciando como una unidad indisoluble a medida que se deifica y se reconoce con lo sagrado. El hombre tradicional está constantemente ritmado con lo que le rodea y con todas las posibilidades de ser, puesto que él es una expresión del cosmos. Cuenta con la posibilidad de verse como un reflejo de la divinidad pues toda su naturaleza es de origen divino. |
![]() Asclepio sosteniendo la vara con una sola serpiente. Giovanni Battista Cipriani, 1727–1785. |
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Aunque no todos los hombres logran alcanzar el verdadero conocimiento; así se desprende de este párrafo del Asclepio:
Recapitulando, el ser humano posee una naturaleza dual, mortal respecto a su cuerpo y a la vez eterno e inmortal en cuanto a su esencia divina. Por ello, tiene el doble cometido de gobernar y cuidar de lo terrestre y amar a la divinidad en tanto que procede de ella:
Cuando Dios hubo creado al hombre, lo distinguió como “el único entre los seres vivos, con el don exclusivo de la razón y la ciencia, para que, por medio de ellas, pudiese rechazar y expulsar los vicios corporales y tender hacia la esperanza y la voluntad de inmortalidad”.14 En su papel de intermediario entre la tierra y el cielo está investido con las cualidades del mensajero celeste, Hermes, “transmisor de enseñanzas y secretos”, y al ser la personificación de esta deidad aquí abajo está también en disposición de difundir las intelecciones reconocidas en su alma. Así,
La grandeza y el gran milagro del iniciado está en vivenciar el estado utópico, ese no lugar, carente de espacio y tiempo que reside en un plano de la conciencia en el que todo es nuevo y siempre presente. Una región caracterizada por la simultaneidad, donde todo es Uno y uno es Todo. Allí, todas las energías de dioses y númenes están manifestando atributos del Uno, en correspondencia con estados del alma universal y de la humana, tal cual lo expresado en este fragmento de otro programa hermético de nuestros días:
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![]() Felicitas Temporum, emblema de Salomón Neugebauer, s. XVII. |
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Este tratado hermético del Asclepio bien puede entenderse como un compendio de la cosmogonía completa, donde la arquitectura del universo se plasma en tres partes de un mismo todo. Tres facetas (Dios, el cosmos, el hombre) en correspondencia analógica con la vía que recorre el iniciado en el cumplimiento de su destino, que es regresar a su origen. El hombre es una imagen del cosmos, un microcosmos. Conociéndose a sí mismo puede acceder a la comprensión del Todo, o sea del cosmos que es uno con su principio.
A veces, leyendo este tratado hermético dedicado a Asclepio, podríamos pensar que nos habla aparentemente de múltiples temas: del cosmos y el lugar que ocupa el hombre dentro de él, como un ser intermediario entre lo de arriba y lo de abajo; también de la deidad más alta, el Uno, y de los principios que organizan el cosmos, así como de la materia, el intelecto y el pneuma; igualmente instruye acerca de los dioses como aspectos de la Unidad, su naturaleza y los géneros celestes y terrestres. Tiene asimismo una parte dedicada al Apocalipsis y aborda cuestiones relacionadas con el tiempo, la eternidad, el espacio, el movimiento, el destino, la necesidad y la providencia. Pero siempre desde un punto de vista de la Unidad, pues Todo es Uno y Uno es Todo. Así lo testimonia este texto posterior de Dioniso Areopagita:
* Por otra parte, Hermes Trismegisto nos hace partícipes —en un pasaje muy enigmático del Asclepio— de cómo a través de los poderes contenidos en ceremonias religiosas y prácticas mágicas se infundía el espíritu a estatuas de los dioses, convirtiéndose de este modo en seres animados por el hálito vital. Esta influencia espiritual es también la que se insufla al alma de los hombres, se revela como un hecho significativo y con una gran carga simbólica y promueve su camino de “ascenso” y la posibilidad de regeneración y transmutación interna. Estos ritos conllevaban una comunicación e identificación de los seres humanos con el espíritu de esas estatuas vivas transformadas en divinidades, provistas de un alma que les posibilitaba llevar a cabo acciones extraordinarias, como conocer el porvenir, predecir la suerte de los hombres y emitir profecías. Contaban, dichas estatuas, con toda suerte de poderes asombrosos que curaban a los seres humanos o los enfermaban. Pero la función primordial de esas entidades era ser el vehículo para la autogeneración de la deidad en nosotros mismos, la posibilidad de autoparirnos en el seno del ser universal.
Al hombre, por intermediación de la divinidad, se le dispensa la tarea de realizar las esculturas de los dioses en los templos:
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![]() Pie alado del dios Hermes. |
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Más adelante, ante la pregunta de Asclepio sobre el fin de esas obras prodigiosas, Hermes le revela que se trata de actividades demiúrgicas con las cuales el ser humano, al descubrir la naturaleza de la deidad y de todas sus emanaciones en el interior de su conciencia, es capaz de imitar su gesto creador, contribuyendo así a regenerar al mundo a la par que él se va deificando.
Todas estas estatuas, animadas mediante ritos secretos de magia simpática, tienen además como propósito atraer las energías celestes a lo terrestre, haciendo que lo de abajo sea un reflejo de lo de arriba, valiéndose para ello de hierbas, piedras, aromas, cantos, y muchos otros sacrificios encaminados al logro del Conocimiento.
Pero, aunque todo en el Asclepio tiende a despertar el conocimiento de la esencia de la deidad y de la naturaleza del cosmos y del ser humano, hacia el final del tratado se recoge esta idea que siempre deberíamos tener presente:
Hay una realidad de la deidad que es y será en todo momento incognoscible por su propia naturaleza infinita. Sin embargo, gracias al intelecto y su jerarquía se puede inteligir lo que de la deidad es inteligible. En este sentido, el Asclepio describe una jerarquía del Noûs cuya secuencia descendente es la que sigue:
Para concluir, Federico González pone palabras en este fragmento del Programa Agartha al papel que juega el ser humano que ha sido dotado de un pensamiento velado de las cosas celestes, pero que gracias al don de la memoria puede recordar su verdadero origen, texto que está en total consonancia con el Asclepio: El hombre tradicional ve también en el universo, y en todo lo que le rodea, una exteriorización de sí mismo, una imagen del mundo que habita en su interior. Esto se debe a que ambos, cosmos y hombre, están hechos de igual substancia vivificada por el mismo Espíritu. Esta certeza conduce a una identificación con las fuerzas invisibles y las energías numinosas que animan la materia, a la que imprimen una forma o estructura inteligible, que devendrá el símbolo o el signo de esas potencias creadoras. De ahí el error moderno de considerar el mundo como algo chato y homogéneo, cuando en verdad encierra dentro de sí una variedad inagotable de posibilidades de ser que constantemente manifiestan la realidad de los atributos divinos. De manera velada o evidente, todo conserva la huella de lo sagrado, pues como dice el Zohar: “el mundo subsiste por el misterio”.25 |
| NOTAS | |
| 1 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS 25-26, Barcelona, 2003. Ver online: Programa Agartha. |
| 2 | Frances A. Yates. Giordano Bruno y la tradición hermética. Ed. Ariel filosofía, Barcelona, 1983. |
| 3 | Ibid. |
| 4 | Textos Herméticos. “Asclepio”. Ed. Gredos, Madrid, 1999. |
| 5 | Evangelio San Mateo 6:3-4 |
| 6 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit. |
| 7 | Ibid. |
| 8 | Textos Herméticos. “Asclepio”, op. cit. |
| 9 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
| 10 | Ibid. |
| 11 | Ibid. |
| 12 | Textos Herméticos. “Asclepio”, ibid. |
| 13 | Ibid. |
| 14 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
| 15 | Ibid. |
| 16 | Ibid. |
| 17 | Textos Herméticos. “Asclepio”, ibid. |
| 18 | Dionisio Areopagita. De los Nombres Divinos. Cap. XIII: “Del Perfecto y Uno”. Antonio Bosch edit. Barcelona, 1980. |
| 19 | Textos Herméticos. “Asclepio”, ibid. |
| 20 | Ibid. |
| 21 | Ibid. |
| 22 | Ibid. |
| 23 | Ibid. |
| 24 | Hermes Trismegisto. Obras completas. “Corpus Hermeticum”. Ed. Indigo, Barcelona, 1998. |
| 25 | Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid. |
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