SYMBOLOS

Revista internacional de
Arte - Cultura - Gnosis

LIBRO SAGRADO DE HERMES
TRISMEGISTO DEDICADO
A ASCLEPIO

MONTSE GALLEGO



Giovanni di Stefano. Hermes Mercurio Trismegisto,
1408-1480. Nave central de la Catedral de Siena.
“El pensamiento para que te pensemos. La razón para que nos hagamos tus intérpretes. El conocimiento para que te conozcamos. Nos alegramos de haber sido iluminados por tu conocimiento. Nos alegramos porque nos has informado sobre ti. Nos alegramos porque, en este cuerpo, nos has deificado con tu conocimiento. La humana acción de gracias que llega hasta ti es lo único que nos permite conocerte. Te hemos conocido, ¡luz inteligible! ¡vida de la vida! Te hemos conocido, matriz de toda semilla. Matriz que concibes por la naturaleza del padre, te hemos conocido. ¡Oh eterna permanencia del padre genitor! De este modo hemos venerado tu bondad. Y no te elevamos ninguna súplica, sólo queremos ser salvaguardados en tu conocimiento. Y la única salvaguarda está en lo que queremos: no extraviarnos de este género de vida”.
(Fragmento de la plegaria final del Asclepio).
El diálogo es uno de los géneros que ha tenido más relevancia en la literatura hermética y la filosofía desde tiempos de Platón, e incluso antes, y se ha mantenido vigente como forma de enseñanza a lo largo de los tiempos. El diálogo es una conversación, un intercambio, una búsqueda compartida de la verdad, un orbitar en torno a un hilo invisible que nos conduce al conocimiento de las cosas. Según la Real Academia Española, la palabra “conversación” proviene del latín conversatio, que significa “acción y efecto de hablar familiarmente una o varias personas con otra u otras”. El verbo latino conversari, del que deriva conversatio, está compuesto por el prefijo con (juntos) y el verbo versare (girar), sugiriendo la idea de “estar en relación” o “intercambio mutuo”. En ese “girar en torno” se va produciendo una asimilación del discurso, como una música que se afina en el interior de uno.

Los textos herméticos, compendio de filosofía, magia y sabiduría de tiempos inmemoriales, testimonian que no existe nada fuera, todo es fruto de una aprehensión de algo velado que ya estaba contenido potencialmente en el corazón, aun sin haber caído en la cuenta de ello en un inicio. Con estos escritos se va tomando conciencia del despertar espiritual a otras instancias internas a través de la contemplación del significado del cosmos y del mundo divino. En muchos de los libros herméticos, el discurso se organiza en forma de diálogo; se brinda una transmisión inspirada del pensamiento esotérico occidental bajo los auspicios del venerado dios Hermes y se van ofreciendo respuestas sobre una realidad simbólica y sagrada que se reconoce en el alma del hombre, como un tesoro oculto que va aflorando.


Pia Desideria. Emblema de
Boëtius Adamsz, s. XVII. Bolswert.

No es de extrañar que en este arte de conversar se cosechen muchos frutos; se aprende a pensar, obteniendo respuestas que emanan, muchas veces, de las propias preguntas, tal cual las que planteaba el sabio Sócrates a sus discípulos. Éste empleaba, en ocasiones, la ironía como herramienta para ir deshilvanando discursos y evidenciar errores. En el método socrático, el conocimiento y la virtud son un bien en sí mismos y son el alimento que nutre el alma. Y el diálogo cumple, con el ímpetu de la palabra proferida, el papel fundamental de difundir ideas universales invariables, aunque en apariencia se expresen de forma cambiante, con equilibrios y desequilibrios que acaban conformando una armonía audible.

Federico González nos dice en torno al concepto de literatura:

En un sentido amplio, todo escrito es literatura. Pero hay algunos en los que, el arte en la manera de decir, la transparencia de las imágenes con que se dice, la claridad y el orden de los conceptos, aunque permanezcan velados, los hacen memorables y los ligan a nosotros con lazos emotivos y sutiles.1

De entre los muchos textos sapienciales, éste al que hoy dedicamos nuestro estudio —atribuido a Hermes Trismegisto, personificación del dios egipcio Thot, y consagrado a Asclepio— hace referencia al tratado XIV del Corpus Hermeticum. Se trata del opúsculo titulado Asclepio, el cual encierra el pensamiento hermético heredado de nuestros antepasados que tuvo una gran influencia en la búsqueda de certezas sobre el orden universal y en la revelación de las verdades eternas y que, aún hoy, permanecen inmutables y siguen perdurando y perpetuándose en el tiempo. Sus enseñanzas y postulados tuvieron un gran resurgimiento y vigencia, y resonaron especialmente entre los autores cristianos y neopaganos del Renacimiento, pues en ese momento se localizan manuscritos en griego casi perdidos hasta entonces del Corpus Hermeticum en Bizancio, que Cosme de Medici hace traducir a Marsilio Ficino al latín. Este encargo fue fundamental para que estos tratados tuvieran una gran difusión entre los pensadores y sabios de la época. El Renacimiento supone un punto de inflexión en la difusión y profundización de estos textos herméticos que tuvieron una enorme trascendencia, dado que todo ese compendio de conocimiento ancestral y secreto de la mano de Hermes Trismegisto ofrece una nueva perspectiva del universo; en ellos se revela una profunda interconexión del ser humano con el cosmos y con lo divino, como un Todo.

Frances Yates, en un capítulo dedicado a Hermes Trismegisto, dice acerca de lo contenido en este corpus doctrinal:

La filosofía debía ser usada no como un ejercicio dialéctico, sino como un camino para conseguir de una forma intuitiva el conocimiento de lo divino y del significado del mundo; en pocas palabras, como una gnosis para la cual era necesario prepararse a través de una disciplina ascética y de un comportamiento religioso. Los tratados herméticos, que a menudo se hallan estructurados en forma de diálogos sostenidos entre maestro y discípulo, culminan frecuentemente en una especie de éxtasis en el curso del cual el adepto se convence de haber recibido una iluminación y prorrumpe en himnos de alabanza. Se tiene la impresión de que tal iluminación se obtiene a través de la contemplación del mundo o del cosmos o, mejor dicho, a través de la contemplación del cosmos tal como viene reflejado en el Noûs o mens del adepto, de tal forma que se le evidencia el significado divino y adquiere la seguridad de un dominio espiritual sobre su entorno. Este proceso es evidente, por ejemplo, en la revelación o experiencia gnóstica de la ascensión del alma a través de las esferas de los planetas hasta llegar a sumergirse en el seno de la divinidad.2


Ilustración mostrando dos manos sosteniendo
el caduceo. Johann Frobens, c. 1460-1527.
British Museum.

El texto sagrado conocido como Asclepio es la traducción del original escrito en griego cuyo título es Logos téleios, o sea El discurso o la palabra perfectos, y recoge enseñanzas cosmológicas y esotéricas sobre lo divino, el cosmos y el hombre como intermediario entre ambos. Hermes Trismegisto fue reconocido por sabios del Renacimiento como un sacerdote antiquísimo creador de todos estos textos sapienciales, que luego quedaron fijados por escrito en los primeros siglos de nuestra era. Durante la Edad Media, algunos fragmentos muy reducidos de estas obras en latín y en árabe circularon por Europa y unos pocos autores cristianos como Lactancio (250-325 d. C.) o San Agustín (354-430 d. C.) avalaron estos textos inspirados y llenos de profundidad, que penetraron en muchas materias y artes y reconocieron la sabiduría oculta contenida en sus páginas; pero a pesar de que acreditaron en ellos, también se mostraron críticos, puesto que discrepaban en relación con su origen pagano y de sus enseñanzas a veces un tanto ambiguas, que no poseían un total alineamiento con el cristianismo ortodoxo.

Se desconoce la cuantía y el orden que estos escritos herméticos tenían inicialmente pues han llegado incompletos a nuestros días. Aun así, sigue siendo una fuente de antigua sabiduría, reveladora del orden del universo y sus leyes divinas y mágicas de las que han bebido muchos integrantes de la cadena áurea. La atmósfera de ese tiempo intemporal que incluso llega a nuestro presente queda recogida en este fragmento de la mano de F. Yates, donde refiere la antigüedad remota de dichos saberes puestos por escrito, como hemos dicho, en los primeros siglos de nuestra era:

No obstante, el mundo del siglo II buscaba ansiosa e intensamente un conocimiento acerca de la realidad, una respuesta a sus propios problemas, que era incapaz de proporcionarle la educación normal al uso.
Por este motivo volvía su mirada hacia otros caminos distintos, como la intuición, el misticismo y la magia para intentar encontrar tal respuesta, y dado que la razón parecía haber agotado sus recursos para llegar a alcanzarla, se pasó a cultivar el Noûs, es decir las facultades intuitivas del hombre. La filosofía debía ser usada no como un ejercicio dialéctico, sino como un camino para conseguir de una forma intuitiva el conocimiento de lo divino y del significado del mundo. (…) Los hombres del siglo II tenían la firme convicción (que fue traspasada a sus herederos renacentistas) de que la antigüedad era sinónimo de santidad y pureza, y de que los primeros filósofos poseían un conocimiento de los dioses infinitamente superior al que gozaban sus sucesores racionalistas. (…) Por encima de todos, en esta época prevalecían los cultos egipcios y sus templos eran muy frecuentados por los devotos del mundo grecorromano, anhelantes de alcanzar la verdad y la revelación y capaces de llevar a cabo peregrinaciones a los más remotos templos egipcios y de dormir en sus alrededores con la esperanza de recibir durante el sueño alguna visión de los misterios divinos.3

Ya en el prólogo del Asclepio se nos muestra la grandeza y profundidad de esta obra fundamental de la Sabiduría Perenne.

De Hermes Trismegisto: Libro sagrado dedicado a Asclepio.

Es Dios, sí Dios, oh, Asclepio, quien te ha guiado hacia nosotros para que tomes parte en un diálogo divino tal que, ciertamente, de todos los que hemos sostenido hasta ahora o que nos ha inspirado el poder de lo alto, parecerá por su escrupulosa piedad el más divino. Si eres capaz de Comprenderlo, toda tu mente será colmada de todos los bienes, si es que hay numerosos bienes y no uno sólo que los contenga todos. Pues entre uno y otro término puede discernirse una relación recíproca: todo depende de uno solo y este Uno es todo; están tan estrechamente unidos que no podrían separarse uno del otro. Aunque eso, mi propio discurso te lo mostrará si le prestas un oído atento. Pero ve a llamar a Tat, Asclepio, para que sea de los nuestros, el camino no es muy largo.4

Este texto sapiencial guarda el misterio entre sus palabras, el de la unión indisoluble entre los dos mundos, el cielo y la tierra. El discurso iniciático que contiene el Asclepio posee una forma de transmisión que transporta directamente a un tiempo otro, en el que todo es simultáneo y en un siempre presente. Hermes Trismegisto, venerado depositario de la sabiduría antigua protege y transmite la enseñanza secreta mediante una conversación que sostiene con su discípulo, de la que se van destilando poco a poco respuestas, que encierran el sentido oculto de cada una de las palabras, salvaguardadas en lo invisible y cuyo sentido sólo se percibe en lo más interno de uno. Recordemos que Jesús también dijo: “Es a quienes son dignos de mis misterios que yo digo mis misterios. Lo que haga tu mano derecha que lo ignore tu mano izquierda”.5


Ilustración del tratado Filius Noster
de Baro Urbigerus, 1705. Se representa el
“agua mercurial divina” o “mercurio filosófico”.

En palabras de Federico González:

El misterio no es un tope en las posibilidades de nuestra mente. Tampoco algo que alguna vez nos será revelado, que por fin comprenderemos. Por el contrario, la cualidad del misterio radica en su indescifrabilidad, en que es algo en sí, inherente a la naturaleza misma del hombre y las cosas. Tiene vida propia, es per se y se manifiesta como una categoría del alma delimitada por su propia existencia. Comprender esto es entender todo misterio y saber también que su característica esencial es su permanencia incognoscible por siempre jamás.6

De este modo se va conformando una arquitectura del pensamiento a través del símbolo que, de una manera asombrosa y desde el aquietamiento del alma, nos guía hacia un camino desconocido, pero a la vez conocido de algún modo, donde se van desvelando regiones ocultas y descorriendo velos para alcanzar la recompensa del Conocimiento.

En síntesis, los diálogos del Asclepio atestiguan una forma de transmisión de la Tradición Unánime, “diseñando y construyendo un corpus de ideas que han sido el germen del pensamiento metafísico de Occidente conocido con el nombre de Tradición Hermética, rama occidental de la Tradición Primordial. Hermes Trismegisto, el Tres Veces Grande, da nombre a esta tradición”.7 Meditar en ellos genera un espacio de la conciencia donde se da una conexión profunda y jerarquizada entre lo divino y el mundo físico, revelando una mutua relación. En la parte está el todo. Dios es todo.

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*    *

En el Asclepio se dice que la ley de los hombres procede de la ley divina. El poder que éstos encarnan es propio del género de los dioses. Además, el hombre trascendente está hecho a imagen de las potestades divinas, y por ello se le concede la facultad y el gran milagro de conocer los principios inmutables y eternos:

—Por ello, Asclepio, es tan grande maravilla el hombre, animal digno de reverencia y honor. Pues pasa a la naturaleza de un dios como si él mismo fuera dios; tiene trato con el género de los demonios, sabiendo que ha surgido del mismo origen, desprecia la parte de su naturaleza solamente humana, pues ha depositado su esperanza en la divinidad de la otra parte. ¡Oh, de qué mezcla privilegiada está hecha la naturaleza del hombre! Está unido a los dioses por lo que tiene de divino que le emparenta con ellos; la parte de su ser que lo hace terrestre, la desprecia en sí mismo; todos los otros vivientes a los cuáles se sabe unido en virtud del plan celeste, se los atrae por el nudo del amor; el hombre eleva su mirada al cielo. Tal es su posición, su privilegiado papel intermedio que ama a los seres que le son inferiores, y es amado por aquéllos que le dominan. Cuida la tierra, se mezcla con los elementos por la celeridad del pensamiento, por la agudeza del espíritu se hunde en los abismos del mar. Todo le es permitido; el cielo no le parece demasiado alto, pues gracias a su ingenio lo considera muy cercano. La mirada de su espíritu dirige, niebla ninguna del aire lo ofusca; la tierra jamás es tan compacta que impida su trabajo; la inmensidad de las profundidades marinas no perturba su vista que se sumerge. Es todas las cosas a la vez, a la vez está por todas partes.8

“Y, lo que es más admirable, no necesita abandonar la tierra para acceder a lo alto, tal es el alcance de su poder”,9 pues se le distingue por una inteligencia superior que en su proyección lo une con lo celeste. Solo a él se le concede la facultad del pensamiento para vivenciar un conocimiento directo del mito y “volver a recuperar la ‘memoria’ de nuestro origen no-humano (la anamnesis o reminiscencia platónica) donde todo es nuevo y virginal”.10

El hombre reúne todos estos aspectos; ubicado en el centro del mundo y de sí mismo está en consonancia con su parte divina y esencial a través del alma, y con lo corpóreo se une a su faceta meramente humana, material. Lo cual nos recuerda el mito de Hércules que “no sólo ha vencido a innumerables enemigos externos, sino que ha podido salir victorioso de los combates internos contra sus indefinidas tendencias hacia la densidad, reflejo de sus innumerables egos, antes de acceder al conocimiento y la paz, emblemas de la inmortalidad del alma y la vida eterna que finalmente logra por su espíritu combativo, sublimizado por la búsqueda constante del Espíritu y la Verdad, a través de un recorrido jalonado de errores, rectificaciones y logros”,11 para retomar siempre el camino ascendente, conciliando lo de arriba y lo de abajo. Gracias a la iniciación en los Misterios se va vivenciando como una unidad indisoluble a medida que se deifica y se reconoce con lo sagrado. El hombre tradicional está constantemente ritmado con lo que le rodea y con todas las posibilidades de ser, puesto que él es una expresión del cosmos. Cuenta con la posibilidad de verse como un reflejo de la divinidad pues toda su naturaleza es de origen divino.


Asclepio sosteniendo la vara con una sola
serpiente. Giovanni Battista
Cipriani, 1727–1785.

Aunque no todos los hombres logran alcanzar el verdadero conocimiento; así se desprende de este párrafo del Asclepio:

—Hablaba yo, muy al comienzo, de esa unión con los dioses de la que los hombres solamente gozan por favor de ellos, digo aquéllos de entre los hombres que han obtenido la felicidad suprema de adquirir esta facultad divina de la intelección, ese intelecto divino que no existe sino en Dios y en el entendimiento humano.

—¿Cómo, Trismegisto, el intelecto no es de la misma calidad en todos los hombres?

—No, Asclepio, no todos han alcanzado el verdadero conocimiento, sino que, en su ciego impulso, sin haber visto nada de la verdadera naturaleza de las cosas, se dejan engañar y arrastrar por una ilusión que engendra la malicia en las almas y precipita al mejor de los vivientes a la naturaleza de la bestia y a la condición de los brutos. (…) Entre los vivientes sólo el hombre es doble. Una de las partes que lo componen es simple, la que los griegos denominan “esencial” y nosotros “formada a semejanza de Dios”. La otra parte es cuádruple, la que los griegos denominan “material” y nosotros “terrenal”. De ella está hecho el cuerpo, el cual sirve de envoltura a esa parte del hombre que acabamos de llamar divina, para que en este abrigo la divinidad del puro espíritu, sólo con lo que le está emparentado, es decir, los sentidos del espíritu puro, se repose sola consigo misma, como atrincherada tras el muro del cuerpo.12

Recapitulando, el ser humano posee una naturaleza dual, mortal respecto a su cuerpo y a la vez eterno e inmortal en cuanto a su esencia divina. Por ello, tiene el doble cometido de gobernar y cuidar de lo terrestre y amar a la divinidad en tanto que procede de ella:

Dios, amo de la eternidad, es el primero, el mundo es el segundo, el hombre es el tercero. Dios es el creador del mundo y de cuantos seres se hallan en él, gobernando a la vez todas las cosas, en conjunción con el hombre que gobierna también él, el mundo formado por Dios. Si el hombre asume este trabajo y todo lo que implica, entiende el gobierno que constituye su tarea propia, obra de tal manera que él para el mundo y el mundo para él son un ornamento (en razón de la divina estructura del hombre, se le llama mundo), aunque el griego lo denomina con mayor justicia un orden. El hombre se conoce, y conoce también el mundo, teniendo dicho conocimiento por resultado que recuerde lo que conviene a su papel y reconozca qué cosas son para su uso, al servicio de qué y de quién se debe poner, y que ofrezca a Dios sus más encendidas alabanzas y acciones de gracias reverenciando la imagen de Dios sin olvidarse que también él constituye la segunda imagen: pues Dios tiene dos imágenes, el mundo y el hombre.13

Cuando Dios hubo creado al hombre, lo distinguió como “el único entre los seres vivos, con el don exclusivo de la razón y la ciencia, para que, por medio de ellas, pudiese rechazar y expulsar los vicios corporales y tender hacia la esperanza y la voluntad de inmortalidad”.14 En su papel de intermediario entre la tierra y el cielo está investido con las cualidades del mensajero celeste, Hermes, “transmisor de enseñanzas y secretos”, y al ser la personificación de esta deidad aquí abajo está también en disposición de difundir las intelecciones reconocidas en su alma. Así,

[la] revelación por el bautismo de la inteligencia se produce en aquellos que han encarado sin prejuicios ni muletas el Conocimiento y se han afiliado intelectualmente a su patronazgo; su invocación, concentración y aplicación de los distintos métodos de su ciencia establece una comunicación directa con esta altísima entidad, que se manifiesta internamente a cualquier grado en las individualidades dispuestas a ello.15

La grandeza y el gran milagro del iniciado está en vivenciar el estado utópico, ese no lugar, carente de espacio y tiempo que reside en un plano de la conciencia en el que todo es nuevo y siempre presente. Una región caracterizada por la simultaneidad, donde todo es Uno y uno es Todo. Allí, todas las energías de dioses y númenes están manifestando atributos del Uno, en correspondencia con estados del alma universal y de la humana, tal cual lo expresado en este fragmento de otro programa hermético de nuestros días:

De la unión o conjugación de las energías de Venus, diosa del amor y la feminidad trascendente, y de Marte, dios de la guerra y la virilidad espiritual, nace una hija que es llamada Armonía, pues al decir de los filósofos antiguos cuando los opuestos se unen con la exacta y debida proporción surge de ellos una maravillosa consonancia que mantiene en un tenso equilibrio el orden de los seres y las cosas. O como dice Platón, la Armonía trata de atar y tejer juntos a los que por naturaleza son opuestos y contrarios. Del matrimonio de Zeus-Júpiter, dios del rayo iluminador y omnipotente padre de los dioses, con Maya, que personifica la substancia plástica y generadora del cosmos, nace Hermes-Mercurio, que como sabemos representa el numen que comunica lo celeste a lo terrestre, lo divino a lo humano, y viceversa. A su vez Hermes-Mercurio, al “copular” con Venus, procrea y genera al Hermafrodita o Rebis alquímico, que como su propio nombre indica reúne la Sabiduría y el Conocimiento teúrgico de Hermes con la Belleza y el Amor de la hija del cielo, Afrodita, la Venus Urania. Es esta una unión que promueve ese amor al Conocimiento tan necesario para la realización espiritual.16


Felicitas Temporum, emblema de
Salomón Neugebauer, s. XVII.

Este tratado hermético del Asclepio bien puede entenderse como un compendio de la cosmogonía completa, donde la arquitectura del universo se plasma en tres partes de un mismo todo. Tres facetas (Dios, el cosmos, el hombre) en correspondencia analógica con la vía que recorre el iniciado en el cumplimiento de su destino, que es regresar a su origen. El hombre es una imagen del cosmos, un microcosmos. Conociéndose a sí mismo puede acceder a la comprensión del Todo, o sea del cosmos que es uno con su principio.

Por lo tanto, Asclepio y ustedes que están presentes, habiendo adquirido de este modo estas cosas, conozcan que el mundo inteligible, es decir el que es discernido por la sola mirada de la mente, es incorpóreo y su naturaleza no puede ser mezclada con algo corporal, esto es lo que puede discernirse en cualidad, cantidad y número: pues nada tal consiste en esto. Entonces, este mundo que es llamado sensible es receptáculo de todas las especies sensibles, de las cualidades o los cuerpos, todo lo cual sin el dios no puede vivificarse. El dios, pues, es todo y por él es todo y todo es desde su voluntad. Porque la totalidad es buena, bella y prudente, inimitable, sensible y también inteligible solo por sí, y sin ella nada fue, es ni será. Pues todo es a partir de él y en él y por él, y tanto las varias como las multiformes cualidades y las grandes cantidades y todas las medidas que exceden las magnitudes y las especies omniformes. Las cuales, si las entendieras, Asclepio, darías gracias al dios. Si diriges tu atención a la totalidad, comprenderás en profundidad con la verdadera razón este mundo sensible y que todo lo que está en él está cubierto por aquel mundo superior como por una vestimenta.17

A veces, leyendo este tratado hermético dedicado a Asclepio, podríamos pensar que nos habla aparentemente de múltiples temas: del cosmos y el lugar que ocupa el hombre dentro de él, como un ser intermediario entre lo de arriba y lo de abajo; también de la deidad más alta, el Uno, y de los principios que organizan el cosmos, así como de la materia, el intelecto y el pneuma; igualmente instruye acerca de los dioses como aspectos de la Unidad, su naturaleza y los géneros celestes y terrestres. Tiene asimismo una parte dedicada al Apocalipsis y aborda cuestiones relacionadas con el tiempo, la eternidad, el espacio, el movimiento, el destino, la necesidad y la providencia. Pero siempre desde un punto de vista de la Unidad, pues Todo es Uno y Uno es Todo. Así lo testimonia este texto posterior de Dioniso Areopagita:

Llámase, pues, Uno, porque lo es todo únicamente, según la excelencia de una sola unidad, y causa de todas las cosas sin perder su unidad; porque nada hay que carezca de aquel Uno, sino que, así como todo número participa de la unidad y a algunos los llamamos una mitad, un tercio, un doble, una tercera, o una décima parte; así también las cosas, y cualquier partícula, participan del Uno; y por lo mismo que son una especie de Uno, por esto todas las cosas son lo que son.18

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Por otra parte, Hermes Trismegisto nos hace partícipes —en un pasaje muy enigmático del Asclepio— de cómo a través de los poderes contenidos en ceremonias religiosas y prácticas mágicas se infundía el espíritu a estatuas de los dioses, convirtiéndose de este modo en seres animados por el hálito vital. Esta influencia espiritual es también la que se insufla al alma de los hombres, se revela como un hecho significativo y con una gran carga simbólica y promueve su camino de “ascenso” y la posibilidad de regeneración y transmutación interna.

Estos ritos conllevaban una comunicación e identificación de los seres humanos con el espíritu de esas estatuas vivas transformadas en divinidades, provistas de un alma que les posibilitaba llevar a cabo acciones extraordinarias, como conocer el porvenir, predecir la suerte de los hombres y emitir profecías. Contaban, dichas estatuas, con toda suerte de poderes asombrosos que curaban a los seres humanos o los enfermaban. Pero la función primordial de esas entidades era ser el vehículo para la autogeneración de la deidad en nosotros mismos, la posibilidad de autoparirnos en el seno del ser universal.

“¿Te refieres a las estatuas, Trismegisto?” “A las estatuas, Asclepio. ¿Ves hasta qué punto tú mismo desconfías? Me refiero a las estatuas animadas por el hálito y plenas de espíritu, hacedoras de tantas y tales cosas: a las estatuas que saben de antemano lo que ocurrirá y lo predicen por medio del oráculo, de la profecía, de los sueños y de muchas otras cosas; a las que provocan enfermedades a los hombres y a aquellas que las curan, a las que otorgan tristeza y alegría según los méritos”.19

Al hombre, por intermediación de la divinidad, se le dispensa la tarea de realizar las esculturas de los dioses en los templos:

“El señor y padre, o el dios, es supremo en tanto es hacedor de los dioses celestiales; el hombre es escultor de los dioses que están en los templos satisfechos por la proximidad humana y no sólo es iluminado, sino que también ilumina, y no sólo tiende al dios, sino que también conforma dioses. Te admiras, Asclepio; ¿o acaso también tú desconfías como muchos?” “Estoy confundido, Trismegisto, pero complacido por tus palabras juzgo felicísimo al hombre que ha conseguido tanta felicidad. Y no inmerecidamente es digno de milagro quien es el máximo de todo”. “Es manifiesto por acuerdo de todos que el género de los dioses ha nacido de la parte más bella de la naturaleza y que sus signos son, por así decir, sus solas cabezas por todo el resto. Ahora, las figuras de los dioses conformadas por la humanidad están conformadas a partir de ambas naturalezas: de la divina, que es más pura y mucho más divinal, y de aquella que está por debajo de los hombres, es decir: de la materia con la cual han sido fabricadas”.20


Pie alado del dios Hermes.

Más adelante, ante la pregunta de Asclepio sobre el fin de esas obras prodigiosas, Hermes le revela que se trata de actividades demiúrgicas con las cuales el ser humano, al descubrir la naturaleza de la deidad y de todas sus emanaciones en el interior de su conciencia, es capaz de imitar su gesto creador, contribuyendo así a regenerar al mundo a la par que él se va deificando.

Por tanto, la humanidad, en el recuerdo de su naturaleza y origen, persevera en su ser imitando a la divinidad, pues del mismo modo que el padre y señor creó a los dioses eternos para que fuesen similares a él, así el hombre modela a sus dioses a semejanza de sus propios rasgos faciales.21

Todas estas estatuas, animadas mediante ritos secretos de magia simpática, tienen además como propósito atraer las energías celestes a lo terrestre, haciendo que lo de abajo sea un reflejo de lo de arriba, valiéndose para ello de hierbas, piedras, aromas, cantos, y muchos otros sacrificios encaminados al logro del Conocimiento.

“Y de estos dioses, Trismegisto, que son considerados terrenos, ¿de qué modo es la cualidad?” “Consta, Asclepio, de hierbas, de piedras y de especias aromáticas que tienen en sí la fuerza natural de la divinidad. Y por esta causa, son deleitados con frecuentes sacrificios, tanto con himnos y alabanzas, como con dulcísimos sonidos que unen sus voces a la música de la armonía celestial, para que aquello que es celeste, arrastrado a los ídolos por la práctica y la frecuentación celestial, pueda permanecer feliz soportando a la humanidad por un largo tiempo. Es así como el hombre es hacedor de dioses. Y no pienses, Asclepio, que las acciones de los dioses terrenos son fortuitas: los dioses celestiales habitan en los más altos cielos, cada uno completando y custodiando el orden que ha recibido. En cuanto a estos, nuestros dioses, nos auxilian como por un amigable parentesco, algunos cuidándonos uno por uno, otros haciendo predicciones mediante las suertes y la adivinación, otros siendo providentes, y de esa manera viniendo en ayuda de estos asuntos humanos”.22

Pero, aunque todo en el Asclepio tiende a despertar el conocimiento de la esencia de la deidad y de la naturaleza del cosmos y del ser humano, hacia el final del tratado se recoge esta idea que siempre deberíamos tener presente:

Dios es imperceptible a los sentidos, es indeterminado, inaprehensible e incomparable; de modo que no podemos ni descubrirlo, ni alcanzarlo, ni retenerlo; dónde, adónde, de dónde, de qué modo o quién sea, todo en él nos resulta incierto.23

Hay una realidad de la deidad que es y será en todo momento incognoscible por su propia naturaleza infinita. Sin embargo, gracias al intelecto y su jerarquía se puede inteligir lo que de la deidad es inteligible. En este sentido, el Asclepio describe una jerarquía del Noûs cuya secuencia descendente es la que sigue:

Todo el intelecto de la divinidad, en sí inmóvil, se mueve no obstante en su estabilidad; él es santo, incorruptible, eterno, y cualquiera que sea el buen atributo con el que se quiera designarlo, pues la eternidad del Dios supremo subsiste en la absoluta verdad, infinitamente repleto de todas las formas sensibles y del orden universal, halla su subsistencia en Dios.

En cuanto al intelecto del mundo, es el receptáculo de todas las formas sensibles y de todos los órdenes particulares. Finalmente, el intelecto humano, depende del poder de recordar propio de la memoria, gracias al cual conserva el recuerdo de todas sus experiencias pasadas.

La divinidad del intelecto sigue descendiendo y se detiene en el ser humano (…) El conocimiento que puede alcanzar el intelecto humano, su carácter y su poder, depende por completo del recuerdo de los acontecimientos pasados, pues gracias a esa tenacidad de la memoria el hombre ha sido capaz de gobernar la tierra. La inteligencia de la naturaleza y el carácter del intelecto del mundo pueden ser conocidos a fondo por la observancia de todas las formas sensibles que hay en el mundo.

El intelecto de la eternidad, que ocupa el segundo lugar, así como el discernimiento de su carácter, se da a conocer por la observación del mundo sensible. Pero el conocimiento que podemos alcanzar del carácter del intelecto del Dios supremo es la verdad en estado puro, y es imposible distinguir ni siquiera una sombra de él en el mundo. Pues allí donde todo se da a conocer por la medida del tiempo no hay sino mentira, allí donde comienza el tiempo, aparece el error.24

Para concluir, Federico González pone palabras en este fragmento del Programa Agartha al papel que juega el ser humano que ha sido dotado de un pensamiento velado de las cosas celestes, pero que gracias al don de la memoria puede recordar su verdadero origen, texto que está en total consonancia con el Asclepio:

El hombre tradicional ve también en el universo, y en todo lo que le rodea, una exteriorización de sí mismo, una imagen del mundo que habita en su interior. Esto se debe a que ambos, cosmos y hombre, están hechos de igual substancia vivificada por el mismo Espíritu. Esta certeza conduce a una identificación con las fuerzas invisibles y las energías numinosas que animan la materia, a la que imprimen una forma o estructura inteligible, que devendrá el símbolo o el signo de esas potencias creadoras. De ahí el error moderno de considerar el mundo como algo chato y homogéneo, cuando en verdad encierra dentro de sí una variedad inagotable de posibilidades de ser que constantemente manifiestan la realidad de los atributos divinos. De manera velada o evidente, todo conserva la huella de lo sagrado, pues como dice el Zohar: “el mundo subsiste por el misterio”.25
NOTAS
1 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. Revista SYMBOLOS 25-26, Barcelona, 2003. Ver online: Programa Agartha.
2 Frances A. Yates. Giordano Bruno y la tradición hermética. Ed. Ariel filosofía, Barcelona, 1983.
3 Ibid.
4 Textos Herméticos. “Asclepio”. Ed. Gredos, Madrid, 1999.
5 Evangelio San Mateo 6:3-4
6 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, op. cit.
7 Ibid.
8 Textos Herméticos. “Asclepio”, op. cit.
9 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
10 Ibid.
11 Ibid.
12 Textos Herméticos. “Asclepio”, ibid.
13 Ibid.
14 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
15 Ibid.
16 Ibid.
17 Textos Herméticos. “Asclepio”, ibid.
18 Dionisio Areopagita. De los Nombres Divinos. Cap. XIII: “Del Perfecto y Uno”. Antonio Bosch edit. Barcelona, 1980.
19 Textos Herméticos. “Asclepio”, ibid.
20 Ibid.
21 Ibid.
22 Ibid.
23 Ibid.
24 Hermes Trismegisto. Obras completas. “Corpus Hermeticum”. Ed. Indigo, Barcelona, 1998.
25 Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, ibid.
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