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Camafeo griego. Afrodita naciendo de la espuma de la ola. |
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Para mejor comprender el pensamiento que produjo las pinturas que trataremos en este breve estudio y describir un proceso genésico donde los aspectos del alma llamados Venus y su hijo Amor-Eros son los protagonistas, nos remontaremos en el tiempo cíclico al Renacimiento del siglo XV para ubicarnos en el eterno presente. Florencia 1462, época en que Cosme de Médicis funda la Academia Florentina con el propósito de
y pone su villa Careggi a disposición de Marsilio Ficino, hijo de su médico personal Diotifece –filósofo y lingüista–, para que traduzca allí con toda comodidad las obras de Platón. Hacia 1474, Lorenzo, hijo de Cosme, e íntimo amigo y discípulo de Ficino, convierte la villa en lugar de reunión de pensadores, filósofos y verdaderos artistas de donde fluirá, primero a toda Italia, el renacimiento del pensamiento de la antigüedad, es decir, la tradición conservada y transmitida por el dios Hermes1 y los misterios órficos de donde se nutren Pitágoras y Platón.
Además, acontece una simbiosis entre éstas y la tradición hebrea transmitida por la Cábala, el cristianismo y el neoplatonismo llevado a Florencia desde Bizancio
dándose un panorama filosófico amplio y de gran riqueza intelectual. En este ámbito se funda la nueva Academia Platónica4 bajo la guía y dirección de Marsilio Ficino, que para entonces había traducido los textos de Platón y Plotino, Porfirio y todo el Corpus Hermeticum, convirtiéndose en eje y centro (el Mago o Teúrgo por excelencia) de donde emanará la luz intelectual que iluminará esta época hacia su apogeo para luego emprender su decadencia hasta el oscurecimiento de los tiempos modernos. Por razones misteriosas, como en muchas épocas en los ciclos de la humanidad, se crea en Florencia un ambiente mágico, propicio, donde casi por ósmosis se impregna en todos los órdenes de la cultura, en las artes y ciencias, una forma de ver y ser simbólica, arquetípica y sagrada acorde a los principios platónicos y herméticos que se enseñaban en la Academia. Muchos príncipes y nobles, banqueros y comerciantes e inclusive cardenales y religiosos –todos pensadores– de distintas cortes como Ferrara, Mantua, Roma y Venecia fundan a su vez academias análogas a la de Florencia, con la cual mantienen estrecha relación. Dada la importancia que cobran todas las formas de expresión, muchos de estos hermetistas, principalmente nobles y eclesiásticos, encargan obras a artistas de distintos gremios –muchos de ellos verdaderos iniciados y otros cercanos al círculo de Ficino y la Academia– para iluminar sus palacios, iglesias y capillas, jardines, habitaciones y recámaras con imágenes de la Belleza del Gran Artífice recreando así el mundo y concretando plásticamente las ideas y virtudes que encarnan o aspiran encarnar. Aunque el Renacimiento puede ser considerado como una verdadera utopía,5 precisamente por esta conciencia de una realidad "otra", en el mundo profano se entretejen, a la vez, todo tipo de traiciones, intrigas, asesinatos y luchas de poder que conducen a la eventual pérdida de valores y olvido del pensamiento que lo generó, acabando con aquella visión de la Belleza manifestada en todos los órdenes de la cultura y volviendo a la oscuridad de una visión exclusivamente religiosa que desembocaría en la Inquisición en toda Europa. Es en este espacio y tiempo que nacen entre muchas maravillosas obras de arte las pinturas "El Nacimiento de Venus" y "La Primavera" que pintara Sandro Botticelli por encargo de quien fuera su mecenas, Lorenzo di Pierfrancesco de Médicis, primo segundo de Lorenzo el Magnífico y perteneciente a una rama de esa familia. Al morir el padre de Pierfrancesco, Lorenzo lo toma bajo su tutelaje y le pone, como uno de sus tutores, a Giorgio Antonio Vespucci (familia del famoso comerciante y descubridor, Amerigo Vespucci, que años más tarde le diera el nombre al continente Americano), quien pertenecía al círculo de Ficino. Por otra parte, Vespucci era vecino y admirador de Botticelli, quien a su vez también tenía relación con Ficino y Angelo Poliziano. Pero lo que aquí interesa resaltar es que Pierfrancesco era también discípulo de Ficino y Poliziano, lo que nos hace comprender mejor por qué este joven Médicis encargó a Botticelli estas pinturas y que éste a su vez plasmara pictóricamente las ideas de la manera que lo hizo. Es interesante subrayar que todos estos filósofos y otros como Pico de la Mirandola no sólo se conocían sino que, en realidad, lo que les unía era el Amor al Conocimiento, a Sofía, la Sabiduría Divina. Existen documentos donde consta que Pierfrancesco mantenía una correspondencia con Ficino y por otra parte, Pico y Poliziano eran amigos. Prueba de ello es el Proemio de Del Ente y El Uno que Pico le dedica a Poliziano;6 y ni que hablar de la relación que mantienen Ficino y Pico, y así igualmente muchos otros personajes de distintos principados y ámbitos culturales. Sandro Botticelli, como se le llamaba reducidamente, ya que su verdadero nombre era Alessandro di Mariano di Vanni Felipepi, había tomado el apelativo de "botticelli" (tonelete), nombre que, por la obesidad de un hermano, se había extendido a toda la familia. Nació en Florencia alrededor del 1444-5 hijo de un curtidor. Su formación artística la inició en la orfebrería donde fue aprendiz por varios años, como era la costumbre, hasta cumplir dieciocho cuando empieza su aprendizaje en el taller del pintor carmelita Fra Filippo Lippi, quien era uno de los pintores más famosos de Florencia. Allí como todo aprendiz, estudió la composición, fabricación y preparación de pinturas;
todo un arte, pero sobre todo
Hacia 1467 se lo encuentra en Florencia donde abre su propio taller y toma contacto con Andrea Verrocchio, maestro de Leonardo da Vinci. Sus pinturas exaltan cada vez más el ideal de belleza de la Antigüedad; unos años más tarde recibe un encargo de un rico comerciante: La Epifanía, en la cual algunos de los personajes del cortejo son los Médicis, el contratante y hasta el mismo Botticelli que plasma allí su autorretrato. Esta pintura lo lanza a la fama en Florencia y más allá de su ciudad natal, ya que para 1481 el papa Sixto IV le llama a Roma en compañía de sus colegas florentinos Ghirlandaio y Rosselli para que decore las paredes de la Capilla Sixtina. Varios años más tarde, bajo Julio II, Miguel Ángel pinta los frescos del techo y la pared del altar. No debe sorprendernos que Botticelli y Miguel Ángel se conocieran ya que ambos seguían manteniendo relación con Pierfrancesco, luego de la expulsión de la familia Médicis de Florencia. También se sabe que Botticelli participó en la comisión que decidió dónde se colocó la estatua de David que esculpiera Miguel Ángel. En varias épocas de su vida, Botticelli pintó ilustraciones de la Divina Comedia de Dante. Aún se conservan algunos dibujos que se piensa son del ciclo de Dante que realizara por encargo de su mecenas Pierfrancesco. Pareciera que están inacabados ya que de las noventa y tres ilustraciones que quedan sólo cuatro están coloreadas.8 Agobiado por la enfermedad, muere en 1510 a los 65 años. * Ficino y Poliziano habían familiarizado a Botticelli con los Himnos Homéricos, las Odas de Horacio y los Fastos de Ovidio, de donde éste toma las imágenes para representar plásticamente procesos cósmicos en los que él, muy probablemente, había sido iniciado. Las pinturas y sus temas, concretamente en lo que toca al "Nacimiento de Venus" y "La Primavera" a las que nos referimos aquí, se enmarcan en el contexto del neoplatonismo florentino y sus ideas de las que nos servimos para explicar estos cuadros en cuestión. Allí, el principio emanatio-raptio-remeatio nos describe un proceso o ciclo (análogo a la iniciación) en el cual las emanaciones divinas descienden a fecundar o vivificar a los hombres, raptándolos por medio del éxtasis amoroso y reconduciéndolos a su Origen o fuente de donde ilusoriamente salieron. Este proceso está representado por las Tres Gracias que expresan una proyección triádica de Venus en un "triple ritmo" de la gracia: dar, aceptar y devolver, que –siguiendo a Platón– se manifiesta en el alma o plano intermediario en dos aspectos, como Venus Urania, celeste o desnuda, y Venus Pandemos, humana o vestida. Venus, imagen de la Diosa, principio celeste creativo y contraparte femenina en toda la creación, tiene varios aspectos (como es propio de todos los dioses) según el plano o nivel desde el cual se la considere. Por eso también toma cualidades y funciones atribuidas a otros dioses. En realidad todas las deidades femeninas emanan de un mismo principio que es Sofía o la Sabiduría, Isis, la diosa que todo lo contiene y cuyos atributos se manifiestan de múltiples formas. Es por esto que a Venus se la relaciona con la Sabiduría y la inteligencia en su aspecto más elevado (Urania); también con el rapto amoroso por su hijo Eros en el triple ritmo que simbolizan Las Gracias; con la Belleza y la armonía; con la templanza y la concordia, con Amor que todo forma y une; y con la fecundación y la generación. No olvidemos que es en el Renacimiento del siglo XV que revive con vigor, como lo mencionamos más arriba, el pensamiento de la antigua Grecia, la vuelta a los misterios órficos y el mito griego como visión pagana de la cosmogonía, es decir, del génesis creacional en el cual los atributos divinos del Ser son concebidos como dioses y diosas descendentes y ascendentes los cuales describen un proceso generativo propiciado por Amor, el más antiguo de ellos, en el eterno presente (pues todo se está haciendo en el siempre y ahora) y en el tiempo cíclico del Pensamiento de su Creador. Desde el Caos Primordial, que no significa un desorden, sino más bien el Vacío
el Silencio y la Oscuridad, el No Ser, pero que en Potencia contiene a la Unidad y todas las posibilidades de ésta. Nos relata Hesíodo en su Teogonía que
En su comentario al Banquete de Platón, Sobre el Amor, nos dice Ficino que
Dios, principio y fin de todo –utilizando el término que emplea Ficino para expresar Aquello que es
al manifestarse se fragmenta en múltiples formas (dando nacimiento a todas las expresiones del Ser), sacrificándose o desmembrándose en tres niveles o mundos, aspectos y atributos jerarquizados, positivos y negativos, masculinos y femeninos, activos y receptivos, siempre a partir de un caos, que es fecundado por el plano superior a él, transmitiendo, de uno a otro por mediación de Eros o Amor, Su rayo luminoso o Verbo Divino cuyo esplendor enciende, como dice Ficino, un "apetito innato" hacia su Origen, Dios, Principio y Fin de todos los mundos, cohesionando toda la creación entre sí y hacia Sí. Su Rostro o Imagen se refleja como la diosa de la belleza o Venus que es el ornamento que adorna o viste el cosmos.
Podría decirse que estamos inmersos en un gran círculo de Amor, pues por su intermedio se hace posible que las ideas tomen sus divinas formas en el despliegue de la manifestación. Por mediación de Amor se revela la Unidad en el Universo y en nuestro interior; recibimos el flechazo y por ese atisbo de conciencia, por esa revelación, nace el Amor en nosotros por Aquello que nos ha fecundado y que percibimos como la Belleza. En la medida que crece en nuestro interior el amor por el Conocimiento, más real y poderosa es la atracción e identificación con él, pues enamorado de aquella belleza y perfección el ser humano no anhela otra cosa que ser uno con ella. Amor: principio, medio y fin. De él todo parte; por él todo se propaga; en él todo se concilia y siendo el gran cohesionador del mundo lo une todo, transforma, y lo hace afín reconduciéndolo a la Unidad que atrae su propio reflejo hacia Sí. ¿No es acaso, la Sabiduría, Amor? ¿La Inteligencia que brilla en nuestro interior, por medio de la cual somos, no es Amor? ¿No es la creación y el verdadero Arte, un proceso de Amor? No en vano dice Orfeo que Eros
Y no en vano se dice que nace en el seno del Caos; y no en vano, también se dice que es el más joven, pues siempre está naciendo.
En el centro del mundo colocó el "supremo Artesano" al hombre y le dijo:
Por un acto de Amor del Artífice
le concibe a Su Imagen y Semejanza otorgándole plena libertad de escoger. Y tiene así la posibilidad, por la virtud de la inteligencia, o sea, por su aspecto divino, de ascender a su verdadero Origen y en la Unidad del Espíritu reconocerse en la Suprema Identidad y ser Hijo de Dios, o de descender y degenerar, convirtiéndose en máquina descerebrada a falta del uso de la razón y el juicio, en la estupidez y lo inferior entre los brutos. Es por Amor al Conocimiento que el hombre se vuelve hacia su Origen y se reconoce en Él como una unidad. Pues Amor es el gozo de conocer, de ser uno, de fundirse en la Belleza y el Orden arquetípicos. El hombre es verdaderamente un alma
por lo que tiene adentro engendradas las razones de todas las cosas. Bien dice Ficino
pero que
y
Pero, agrega Ficino, que
y explica que
O sea que, el hombre se mueve en el plano intermediario entre la sabiduría y la ignorancia. Tiene en sí un aspecto celeste o divino y un aspecto humano o terrestre, y, por la luz de la inteligencia que anima su alma, le es dado discernir, comprender y conocer lo que verdaderamente es y así poder
operación gradual por medio de la cual encarna y une en su interior el matrimonio del cielo y la tierra. Y de ese modo, podrá situarse en el centro del mundo, lugar que le corresponde, pues es el que le fue dado en "el principio" por su Padre para que
El ser humano vive en ese plano en compañía de démones intermediarios que se dice están bajo el gobierno de los grandes dioses, arquetipos que emanan de un Único y solo Dios. Los démones, entre los cuales se encuentra Eros, interceden por nosotros, nos acompañan, nos dan señales, susurran en nuestros oídos, nos despiertan e instruyen y por su intermedio somos conducidos, según nuestra inclinación, hacia su conocimiento y vivificación, siendo estos estados propios del Hombre Verdadero y Universal que son las ideas de lo que es Saturno, Júpiter, Venus y los otros dioses. En otras palabras, el hombre participa de un gran misterio que por ser misterio apenas se desvela pues del Silencio y la Vacuidad jamás sabremos nada porque No Es. Siendo es que conocemos la estructura y el orden en el cual se manifiesta el Ser, sus atributos, los dioses y diosas, númenes, y démones bajo su gobierno, quienes bajan al mundo por mediación de Eros, y estos tomando formas nos traducen los mensajes de aquellos arquetipos con los que nos identificamos; y, por Amor, nos volvemos ellos encarnando esas ideas, los mitos e historias "originales", que entendidas en su esencia nos desvelan las pautas a seguir en sus "idas y venidas" y relaciones mutuas –matrimonios, luchas y raptos– haciendo posible por esa "simpatía", la encarnación de nuestro verdadero ser, el verdadero Apolo, y
"La Primavera" () es una pintura maravillosa, no sólo por la belleza de sus formas, sino por que si la observamos con una visión esotérica veremos aún cuan más maravillosa es. Si vemos la pintura de frente tenemos por un lado a la derecha, a una trilogía de personajes que empieza con un alado Céfiro o Amor, de color azulado y con las mejillas hinchadas de viento, descendiendo con tal pasión sobre Cloris que dobla las ramas de los árboles por su ímpetu. Esta "inocente ninfa", se ve sorprendida por él que trata de atraparla, y huye fundiéndose en Flora, que en realidad es Cloris transformada en la belleza por el contacto de Céfiro, y que anuncia la llegada de la primavera, vestida con un ropaje cubierto de flores que esparce sobre la tierra. En el centro, situada un poco más alta y más atrás que las demás figuras, la Diosa, la Venus terrestre, imagen de la Venus celeste, que deja pasar a Flora. En actitud de templanza y equilibrio extiende su mano derecha auspiciando otra trilogía, a la que pareciera que Flora se dirige, y que en realidad es una manifestación triádica de Venus, la cual nos muestra otro proceso, que acontece en su jardín lleno de frutos de oro, a otro nivel. Nos encontramos con las Tres Gracias, unidas en una danza circular entrelazadas por los brazos y manos. Las dos de los lados, forman un triángulo o "nudo" por encima de la cabeza de la del medio, "el justo medio" donde se concilian y unifican los opuestos. Por encima de Venus está Eros con los ojos vendados por una cinta (símbolo del amor ciego: la forma suprema del amor, el verdadero No-Saber, la "docta ignorancia" de Nicolás de Cusa), pero a pesar de ello este pequeño sabe exactamente a quién y en qué lugar dispara su flecha flamígera. Mas allí está Venus, que
mostrando ser la imagen de una Venus superior. Al extremo izquierdo está Hermes-Mercurio, completamente raptado y ausente de lo que pasa a su lado. Armado con casco de guerra y grebas en sus piernas, con sandalias aladas, una espada atada a la cintura y en la mano derecha el caduceo (atributo propio de este dios) con el que aparta, penetra y desvela esas pequeñas nubes casi imperceptibles que se encuentran en lo alto, le vemos como
con una túnica roja con pequeñas llamas descendentes, en actitud totalmente concentrada y contemplativa. Volvamos sobre la escena y penetremos más profundamente en esta simbólica: Céfiro, el viento-espíritu
irrumpe en el Jardín de Venus y fecunda o anima a Cloris, la naturaleza virgen, la ninfa que va prácticamente desnuda y que es sorprendida por Céfiro del cual huye; aunque el solo contacto con él hace brotar flores de su boca que dan lugar a su transformación en Flora que anuncia la llegada de la Primavera, bajo cuyo poder están sometidos los impulsos e instintos del mundo y la naturaleza, preñada por el viento. Esta estación del sol en su aparente recorrido anual, encarna el comienzo de un proceso cuaternario donde todo renace nuevamente con vigor después de la muerte, el invierno y la oscuridad durante el cual toda potencia de vida es conservada en la semilla debajo de la tierra, y que por el calor de la luz del Sol vuelve a nacer al verdor de toda posibilidad, un proceso cósmico análogo al del viaje iniciático. Esta Venus, hija de Zeus y Dione, es a su vez, la fuente del amor y esplendor terrenal;
Pero continuemos: En medio, entre las Gracias y Flora, está Venus20 velada por sus vestiduras, representando sus manifestaciones espirituales y sensuales; Eros volando sobre su cabeza; y con el vientre muy marcado en forma del bulbo de una planta, como diosa de la fertilidad, nos hace pensar que está encinta. Extiende su mano hacia las Tres Gracias que como naciendo de ella, se unen en concordia y armonía en una danza de amor. Una de ellas, la de la izquierda, Voluptas, se encamina hacia la del medio, Castitas, en actitud de dar, fecundar o transmitir, (emanatio); la del medio, Castitas, que también da un paso hacia Voluptas, en pose de recibir y aceptar (raptio); y la de la derecha, Pulchritudo, muy cerca de Castitas, casi fundiéndose con ella, dirige su mirada en la misma dirección que Hermes, en actitud de devolver y reconducir (remeatio). Lo interesante es que la Gracia del medio, Castitas, está viendo a Hermes, conductor a la Sabiduría que él desvela, y por otro lado, Eros apunta con su flecha en llamas a esta misma Gracia. ¡El rapto amoroso! Todo el círculo se centra en esta Gracia, que sintetiza el proceso que acontece: recibe, acepta, y devuelve con la mirada puesta en Hermes, transmisor, revelador, y conductor, de y/a la Sabiduría Divina, de la que la Belleza de Venus es una imagen. Si observamos bien este cuadro, nos daremos cuenta de que hay en él un movimiento circular. Por medio del soplo de Céfiro desciende el espíritu fecundador y creador; por mediación de Hermes, conductor, asciende al origen; y, nuevamente por Céfiro, volvemos a descender al mundo para "conmoverlo" con la fuerza de la pasión por el conocimiento encarnando lo celeste en la tierra como una unidad. De hecho Hermes también está relacionado con este viento pues
* Ya que "El Nacimiento de Venus" () describe un mito cosmogónico escuchemos lo que nos dice el propio Hesíodo del nacimiento de Venus:
Con la pintura frente a nosotros vemos a la izquierda a una pareja de "amantes" alados que soplan y empujan a Venus, la Belleza, que se desliza sobre una concha encima del mar, hacia la orilla, donde le espera la Hora de la Primavera con un manto de flores para cubrirla. Esta Venus, Púdica, cubre con la mano derecha su pecho, señalando el corazón y la parte superior de su cuerpo, y con la izquierda la parte inferior, que oculta con su cabellera, indicando así sus dos aspectos. Para apreciar lo que sucede debemos ver esta escena inmóvil y a la vez como un proceso que transcurre; es decir, como una emanación del Pensamiento del Uno, cuando, al proferir el Verbo, la Palabra, se hace la Luz, o sea, Es. Su Ser es el Orden y estructura en el cual se manifiesta la Idea. Venus, hija de Urano (el Cielo), nace sin madre del esperma o semilla divina que surge del miembro inmortal que cayendo en el "tempestuoso ponto" al ser cercenado por su hijo Cronos, es "llevado por el piélago durante mucho tiempo"; surgía del miembro inmortal una espuma de la cual nace, Venus-Afrodita, la creación; como una columna es transportada sobre una concha por el soplo de una pareja de céfiros de los que emanan rosas; la fuerza de la pasión de éstos (Eros) la animan y la hacen llegar hasta la orilla, donde le aguarda la naturaleza como Hora de la Primavera con el "manto cósmico" para cubrir su desnudez. Vemos claramente aquí un proceso genésico y primordial. Dice Edgar Wind que Pico de la Mirandola señala que las palabras bíblicas
aluden al espíritu de Eros en movimiento por lo que se atreve a aplicar esta frase a los Céfiros23 que "animan" a la recién nacida Venus creando el mundo o cosmos a partir de las semillas que han caído en la mar informe. Entendemos por semillas las ideas arquetípicas de las cuales nacen las formas que a su vez imprimen en la materia el orden en ellas contenido, dividiendo la creación en planos o mundos jerarquizados, aspectos y atributos de un sólo y Único Dios. Por eso se dice que la Unidad se desmembra, se divide, se esparce por todo el Universo, aunque es sólo aparentemente pues el Uno nunca sale de sí mismo ya que es Todo; sin embargo por la propia dialéctica de la creación, la Unidad, al desplegar todas las posibilidades en ella contenidas, inmediatamente se repliega o reabsorbe en sí misma, reintegrándose nuevamente en su Unidad, haciendo la salvedad que este acto es siempre y ahora, por lo que estas pinturas de Botticelli y su mundo son tan contemporáneas hoy como cuando fueron realizadas. |
Tiziano, Amor sagrado y amor profano. Roma, Galería Borghese. |
NOTAS | |
1 | Ver Federico González, Hermetismo y Masonería. Editorial Kier S.A., Buenos Aires, Argentina 2001. Introducción y Capítulo I, "Los Libros Herméticos". |
2 | Pico de la Mirandola, De la dignidad del hombre, Editora Nacional, Madrid, España 1984. |
3 | Federico González, Hermetismo y Masonería, ob. cit. Cap. I. |
4 | Ibid. Ver Apéndice 2, "La Escuela Pitagórica y la Academia de Platón: Genealogía". |
5 | Ver Federico González, Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y Símbolo. Ed. Kier, Buenos Aires, Argentina 2004. |
6 | Pico de la Mirandola, De la dignidad del hombre. Apéndice II: Del Ente y El Uno. |
7 | Barbara Deimling, Sandro Botticelli. Taschen, Köln 2001. |
8 | Ibid. |
9 | Hesíodo, Obras Completas. Editorial Gredos, Madrid l990. |
10 | Marsilio Ficino, Sobre El Amor, Comentarios al Banquete de Platón. Universidad Autónoma de México, México 1994. Cap. II. |
11 | Ibid. |
12 | Ibid. |
13 | Ibid. |
14 | Pico de la Mirandola, De la Dignidad del Hombre. |
15 | Ibid. |
16 | Marsilio Ficino, Sobre el Amor, Comentarios al Banquete de Platón. Discurso VI, cap. XII. |
17 | Pico de la Mirándola, De la Dignidad del Hombre. |
18 | Ver cuaderno iconográfico SYMBOLOS 15-16, lámina II. |
19 | Edgar Wind, Misterios Paganos del Renacimiento, Alianza Editorial S.A., Madrid 1998, pág. 139. |
20 | Nos parece interesante mencionar que Wind observa que, muy probablemente Botticelli quisiera dar en "La Primavera" una sugerencia musical, en el sentido de que hay ocho figuras análogas a una octava musical, con Venus en el medio. En un grabado procedente de Gafurius, en su Práctica musice, este esquema de ocho figuras se repite, con la diferencia de que en el medio se sitúa a Apolo, dándose a entender, dice Wind, que esta octava está en otra clave. |
21 | Edgar Wind, Misterios Paganos del Renacimiento. |
22 | Hesíodo, Obras Completas, Editorial Gredos, Madrid l990. |
23 | Edgar Wind, Misterios Paganos del Renacimiento, pág. 131. |
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