El libro Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y Símbolo de Federico González (Kier, Buenos Aires 2004) nos
conduce ante el portal de una mansión ideal. Muchos
pasarán por delante de él sin ni siquiera advertirlo y seguirán su
paseo desorientado. Otros, menos, quizás repararán en su
frontispicio pero al leer la palabra "utopía" los cientos de
prejuicios incrustados en sus mentes preprogramadas les
harán alejarse con un gesto desairado. Tal vocablo les suena a
fantasía, irrealidad, cuento, "entretenimiento vanal y snob" y claro, ellos, tan racionales y prácticos, no pueden perder
un minuto en semejantes naderías. Unos pocos, atraídos por
el vocablo "Renacimiento" lo tomarán, correrán en abanico
sus páginas y se tomarán la "molestia" de leerlo y hasta
incluso diseccionarlo, valorándolo desde su óptica académica
historicista, literaria, artística o documental en la que, por
supuesto, son especialistas. Toda esta galería de personajes nos
es familiar, muy propia de la sociedad profana del mundo
moderno, pero también muy afín a las miles de máscaras
que todos portamos encima y que nos alejan de la
posibilidad de aprehender la esencia de este libro.
Mas permítasenos apuntar primero aquello que esta
obra no es; no se trata de un estudio con fines eruditos, ni de
una elucubración mental, ni de una fantasía o alucinación
individual. No es uno de esos tantos escritos consumibles e
inertes que se compran, se tragan y se abandonan por
siempre jamás en una estantería. No es una evasión o escapatoria
de la realidad. No se lo puede clasificar, ni encajar en un
molde fijo, ni lleva etiquetado reglamentario de
especialidad. Pero si vamos con una sincera intención de penetrar su
sentido escondido, el portal de la mansión se abrirá. Si
pedimos sin prepotencia comprender la esencia de cada una
de sus páginas y nos entregamos a la labor de pasearnos
por todas sus estancias, galerías y jardines, la intelección nos
será dada. Y al traspasar el umbral, de entrada, su lenguaje
evocativo nos despertará del sopor, agudizará nuestra
percepción y, como mínimo, nos pondrá a pensar. Este libro
rompe esquemas; es lúdico, creativo y recreativo, de amplio
alcance y de posibilidades de aprehensión indefinidas. Escrito
con una prosa poética que se ensambla con numerosas citas
de autores antiguos, organiza un diálogo de seres que
participan de un mismo punto de vista, de una unidad de
pensamiento siempre liberador. En definitiva, una obra de
arte para ser contemplada y para reconocerse en ella. Un
ámbito de reunión de una entidad ligada por los lazos
indestructibles del Amor al Conocimiento.
El autor, raptado por el furor poético y mistérico,
ha experimentado la presencia de otros mundos, de otras
realidades invisibles, sutiles e informales pero que coexisten
con la material y sensorial, conformando todas ellas la Utopía,
o la jerarquía de los planos o estados de conciencia del
Ser universal integrados en la Unidad que es principio y fin
de todos ellos; y al volver a descender por la escala de la
manifestación, el escritor ha burilado 335 páginas polifónicas
y multicromáticas en un gesto ritual gracias al cual el
universo se regenera y completa. Además, en ese gesto de
devolver lo recibido, su mensaje también se dirige a los
verdaderos "ciudadanos del mundo" que aún se mantienen en
pie; queremos decir a aquellos escasos hombres y mujeres
que van con los ojos abiertos, que no se han rendido al
nihilismo y reduccionismo del materialismo, del racionalismo
y del cientifismo, sino que intuyendo que todo lo que los
envuelve es significativo se han puesto a buscar las claves
para desvelar el código del Cosmos, dejándose moldear por
las energías que vehiculan los símbolos numéricos, sonoros
o gestuales, por las pinceladas de las palabras o las
vibraciones del color. Desde este punto de vista, leer dicho libro
es dejarse empapar por la experiencia de aquellos seres
humanos que antaño y ahora han recorrido ese itinerario
individual y suprahumano y lo han expresado a través del
símbolo de la Utopía, de la Ciudad Celeste, del Paraíso mental,
de la República de las letras o del Olimpo invisible, que
como nos dice Federico González son algunas de las
denominaciones de "estos 'lugares' de la conciencia" (p. 57) que se
manifiestan como un mundo ideal ordenado, jerárquico,
asombroso, por momentos indómito, por otros gélido y
abismal, turbulento o esplendoroso. Con este bagaje, el lector
puede iniciar una aventura interior por el mundo intermediario
del alma en la que el aprendiz de artista deberá vivenciar en
su conciencia todos esos estados, no de forma mimética,
teórica o racional (¡vaya aburrimiento y limitación si sólo
fuera eso!) sino apelando a la intuición intelectual para que
abra en su naturaleza humana el canal por el que aflore lo que
de divino también conforma su ser y el del cosmos entero.
Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y
Símbolo es pues un libro espejo, y una fuente y cauce para el
autoconocimiento; así lo recibimos y con él buscamos identificar el núcleo
único de las muchas imágenes que proyecta a modo de
caleidoscopio. El primer capítulo, titulado "Artes ignotas del
Renacimiento", nos ubica en ese tiempo histórico que
supuso para Occidente y el ya muy avanzado descenso de este
ciclo cósmico una oportunidad de insuflar fuerza y renovación
a la petrificada sociedad medieval, permitiendo el
despliegue de "posibilidades latentes" en cuanto al conocimiento de
la cosmogonía se refiere, es decir, un periodo en el que
tomando como modelo las artes y ciencias de la antigüedad
greco-latina se realizó una adaptación a la coyuntura
espacio-temporal de los siglos XV-XVI para continuar ofreciendo a
los seres humanos atentos y amantes de la Sabiduría el
acceso al conocimiento de la esencia del Universo. Personajes
tan destacados desde el punto de vista de la Vía Simbólica
como Gemisto Pletón, Nicolás de Cusa, el cardenal Bessarion,
Egidio de Viterbo y por supuesto Marsilio Ficino así como
Pico de la Mirándola, Giordano Bruno, Jacques Lefèvre
d'Etaples, Guillaume Postel, Juan Reuchlin, León el Hebreo y una
cadena larguísima de filósofos, poetas, pintores,
escultores, arquitectos, cabalistas, y en definitiva, hombres de
conocimiento, son citados por el escritor como los promotores
y transmisores en aquellos siglos de ese legado perenne
y siempre actual que permite al ser humano de cualquier
tiempo y lugar conectar verticalmente con el Centro y la
Verdad. Todos ellos, con sus voces, gestos, proyectos y
creaciones, que se traen a colación y trenzan con el discurso de una
manera fresca y natural, fueron recuperando y dando una
nueva pincelada a artes olvidadas, muy ocultas o casi
perdidas que coadyuvaron a revitalizar la cultura y a hacer posible
la realización espiritual de los que se dejaron contagiar y
empapar por su influjo. Se nos presenta y se nos recuerda
de una forma magistral esos soportes que
convenientemente investigados y aprehendidos son hoy igualmente
vehículos de conocimiento, ya se trate del arte de la memoria, la
Cábala cristiana, la medicina espagírica, la revalorización del
mito y su proyección en las artes; también la utilización de la
matemática y sus leyes, la imprenta como invento para la
difusión de obras de conocimiento (actualmente Internet y
los medios audiovisuales), la música refrescada, el diseño de
jardines mágicos y la aparición (ahora recreación) de la
Utopía como género que con el antecedente clásico de La República de Platón será utilizada por varios de esos personajes
insignes, así como por el autor contemporáneo, para transmitir
la existencia de mundos invisibles más allá del literal, que
no son sino estados del alma equiparados al Estado o la
Ciudad Celeste y cuyo sentido esotérico, esto es interior y por
tanto siempre actual, será desvelado a lo largo del estudio.
"Necesidad de la Utopía" es el título del segundo
capítulo. Por extraño que nos parezca, para que el ser humano
penetre y descubra el sentido de su existencia y de la
Creación entera, así como su identidad con el Principio que todo
lo origina, es indispensable que se le enseñen los secretos de
la cosmogonía, las leyes inmutables de la revelación del
Ser Universal y sus mundos simultáneos que pueden
sintetizarse en la tríada Cuerpo-Alma-Espíritu. Desde que la
conciencia de la humanidad, con la caída, dejó de habitar
permanentemente en el Paraíso, esto es, en el estado de
Unidad, ha sido necesaria la evocación y recuerdo a través del
símbolo de esa posibilidad siempre anhelada, del que la
utopía es un tipo. Esta ha estado presente en muchas culturas
y tradiciones como vehículo didáctico para revelar altos
conocimientos espirituales y para guiar a la humanidad en
su viaje de retorno a la patria original. Durante el
Renacimiento, la utopía fue un modelo que se retomó con vigor; es
más, fue entonces cuando se implantó el uso de este nombre.
Por ello el director de SYMBOLOS escribe al principio de
este apartado: "El término 'Utopía' fue acuñado por Tomás
Moro a comienzos del siglo XVI (1516) como título de una
célebre obra suya, Utopía, que como hemos recordado quiere
decir, o deriva, del término u-topos, o sea de aquello que no
tiene lugar, algo que por lo tanto está fuera del tiempo y del
espacio para significar con seguridad un asunto imposible
de realizar en este universo y relacionado con otro mundo,
o sea con una región más allá de estas dimensiones, un
ámbito celeste y perfecto donde las cosas fueran en verdad y
no signadas por las imperfecciones humanas, una forma de
la ciudad celeste, o de la ciudad de Dios" (p. 47). A partir
de aquí, se nos presentan ciertos hechos significativos de
la vida, estudios y funciones del que fuera Lord Canciller
de Inglaterra, que dibujó "un mundo feliz y una sociedad
totalmente protegida de la maldad, la malintención, la fealdad
y la mentira constante de los hombres, que bien en algún
caso podría ser asimilada a una orden monacal, o a un
convento de la época, en donde pueden florecer las auténticas
posibilidades de amor, paz, justicia, equidad, solidaridad y
belleza, objetivos divinos para los que ha sido creado
verdaderamente el hombre en abierta oposición a su
organización política, social y económica, a la que no deja de denostar,
o sea, al mundo profano, incluso por la incapacidad en
el aprovechamiento de los bienes y circunstancias
naturales" (p. 53-54). Como podremos apreciar al leer este capítulo,
de la obra de Moro también se desprende una crítica a la
totalidad del mundo hasta entonces conocido, al mismo
tiempo que transmitió un profundo sentido ético y fue
"inspiradora de ordenamientos jurídicos, sociales y culturales y
elementos permanentes de debate en sociología y derecho, así
como en especulaciones de tipo económico y sobre todo en
consideraciones de orden ético" (p. 57). Ahora bien, si sólo
nos quedáramos en la interpretación literal o en la crítica
socio-moral que deriva del tratado, nos perderíamos la partida
de lo más interesante de este género inaugurado en el
Renacimiento por Tomás Moro, a saber, la posibilidad de intuir
y empezar a vivir, todos y cada uno de los interesados,
un recorrido iniciático, interno y secreto en el que a través de
la simbólica de la utopía, visualizada muchas veces como
una ciudad o isla, se van abriendo los círculos concéntricos de
la conciencia.
Y con este propósito, en el tercer capítulo se nos
adentra en "La Ciudad del Sol", ese mundo de mundos también
conocido y descrito con singularidad por Tomasso
Campanella, un dominico calabrés que al igual que Moro "se
sentía impulsado por la idea de una misión de tipo hermético
aplicable a la sociedad" (p. 59). La ciudad del Sol está
construida en forma de siete círculos concéntricos (regidos por cada
uno de los planetas) que se elevan en espiral sobre una colina
de tal manera que "si alguien lograre ganar el primer
recinto, necesitaría redoblar su esfuerzo para conquistar el
segundo; mayor aún, para el tercero. Y así sucesivamente tendría
que ir multiplicando sus fuerzas y empeños" (p. 67). Es pues
evidente que el viaje hacia el interior de uno mismo al que
ante todo nos invita este libro –rescatando los modelos
diseñados por sus predecesores en la Vía Simbólica– es arduo,
y requiere promover sin receso las virtudes del guerrero
–"generosidad, coraje, sabiduría y paciencia" (p. 57)–, así
como comprender cabalmente lo que esta aventura
espiritual-intelectual significa, para no confundirla nunca con una de
tipo psíquico que ciertamente jamás trasciende los límites de
la individualidad humana. Y para llevar a cabo tal
cometido, la propuesta de Campanella es que todos los habitantes
de la polis –hombres, mujeres y niños–, se entreguen al
estudio de las artes liberales y al dominio de oficios y artesanías
y que reconozcan en la jerarquía que los gobierna –cuatro
príncipes y un jefe supremo, el Metafísico, Sol o Hoh– el
ordenamiento del macrocosmos análogo al del microcosmos. El
capítulo abunda en citas del propio Campanella en las que
se sintetiza lo esencial de su pensamiento y pone al lector
en disposición de atender al sonido de esa "campanita" que
figura en uno de los grabados que ilustran sus páginas,
instrumento que no es sino el símbolo de la llamada del numen
o entidad intermediaria que guiará a cada cual por la
senda mágica de autoconocimiento universal.
Y ya que hemos mencionado los grabados, queremos
destacar que, como nos tiene acostumbrados en todos sus
libros, el autor nutre este nuevo volumen con una gran
profusión de imágenes representativas que complementan
el escrito, imprimiendo vida y movimiento a la obra, y
sobre todo, promoviendo en el lector la posibilidad de empezar
a construir un nuevo "archivo de imágenes" simbólicas y
poderosas con capacidad de abrir la conciencia a esos
estados celestes o angélicos. Platón decía que lo semejante atrae
lo semejante y así, al contemplar la belleza de las formas y
los modelos podemos intuir la Belleza increada que los
origina. Creemos no errar al afirmar que el "imaginario" del ser
humano contemporáneo, incluso el de los más tiernos
niños, está copado de visiones groseras y espantosas
correspondientes a los estados más inferiores del ser. Por doquier
se nos taladra con fotogramas o películas repulsivas de
asesinatos, torturas, violaciones, extorsiones, sadismos,
genocidios, masacres, robos, violencias y actos de terror de
todo género, así como con continuos "flashes" sobre
destrucciones y extinciones de todos los reinos de la naturaleza. Si
se es lo que se conoce y lo único que se conoce es el
infierno, pues uno vive instalado en ese estado de degeneración
y disolución. Pero la utopía reivindica que dicho estado
inferior sólo tiene razón de ser para ser transmutado, y tras
la cocción alquímica, se amanece en mundos celestes, que
no por invisibles son menos reales que los materializados.
¿Qué nos estará revelando, si no justamente esas
posibilidades superiores, el grabado del edificio móvil del Colegio
Invisible de los Rosacruz?
De este modo nos acercamos al capítulo cuarto, en el
que se nos pone en contacto con "La Utopía de los
Manifiestos Rosacruz". Leámoslo con concentración y
comprobaremos cómo las formas de la utopía se amplían y adquieren
revestimientos más etéreos que ya no toman únicamente
como soporte la polis o la isla, sino que esas arquitecturas del
pensamiento se vehiculan a través de una construcción
escrita o de la cristalización de la palabra. Esos dos Manifiestos,
la Fama y la Confessio, atribuídos a Juan Valentín Andrae
aunque él nunca lo confirmara, tuvieron desde la
invisibilidad de su formulación una gran proyección y repercusión
entre los sabios y hombres de conocimiento de los ya muy
oscuros y difíciles tiempos de la Contrarreforma. La
Hermandad Rosacruz, heredera de la esencia de la Tradición
Hermética, promulgó en sendos documentos las ideas
perennes de la filosofía secreta con una escritura y un lenguaje
mágicos, haciendo hincapié en la importancia del libro como
revelador de los misterios, a la par que se denunciaba el
error y la ignorancia que campaba por doquier y se apuntaba
la posibilidad de conocer ese vergel interno del alma
iluminado por el Espíritu. Si ahora, como aprendices de este
arte, nos dejamos envolver y moldear por la atmósfera
extraordinaria de dichos Manifiestos, nos reconoceremos
moradores de ese Colegio Invisible cuyo dibujo figura en la
página 74 del libro de Federico, nos identificaremos
simultáneamente con ese personaje que está cayendo por un
precipicio y con aquél que es rescatado del interior de un pozo, y
estaremos defendiendo con escudos y plumas el fuero
interno del corazón –análogo al Centro del Mundo– así como
conservando en el arca de la alianza el legado universal;
laborando sin prisa pero sin pausa en las investigaciones
simbólicas, emitiendo ecos de la doctrina y amparados
siempre por ese carro móvil que es un símbolo del universo, el
cual pende de una plomada sujeta de la mano que surge
del Tetragrammaton. "Por lo que puede advertirse –nos dice
el artífice de este volumen– que la comunidad de los
rosacruces no está, al igual que la ciudad celeste, en
ninguna parte sino que es el lugar de reunión de todos aquellos
que han alcanzado un nivel espiritual determinado que los
hace conocerla, y por lo tanto ser uno con ella, al punto de ser
los habitantes de esa Utopía, lo que indica sin duda una
genealogía espiritual; una vinculación con una cadena que
incluye también a los antepasados míticos" (p. 76).
Cada apartado o estancia de este palacio literario
proyecta a través de diversas simbólicas las distintas formas
con que el ser humano ha concebido y experimentado los
estados múltiples del ser. De ahí ese hecho mágico por el
que cada utopía resulta única, original, e inédita y al
mismo tiempo idéntica en lo nuclear a todas las demás. Así lo
corrobora el capítulo quinto titulado "Cristianópolis" en el
que asoma otra vez Juan Valentín Andrae perfilando un
ámbito ideal que en esta ocasión ubica en la isla de Cafarsalama,
y que a modo de castillo, convento o colegio acoge a una
comunidad de 400 personas, entre hembras, varones,
jóvenes y niños, gobernados de forma aristocrática y en cuyo
colegio, que es el centro de enseñanza de todos sus
habitantes, hay un sacerdote que "consume todo su tiempo en
meditaciones y prácticas sagradas" (p. 91), el cual está casado
con una mujer llamada "la conciencia". Y se nos relata que "en
la ciudad vivían seres que tenían el control de sí mismos,
que luchaban contra el mundo, que aceptaban la muerte y
que vivían en la contemplación del cielo y de la tierra, en el
escrutinio de la naturaleza, en la armonía de todas las
cosas, en la patria del Cielo y con la familia de Dios. Por el
contrario no acogían a meros curiosos, fanáticos, 'sopladores'
que deshonran a la alquimia e impostores que simulasen ser
hermanos de la Rosacruz" (p. 89-90). Valgan estos
someros apuntes para despertar en el lector el interés por penetrar
y habitar realmente en esta nueva versión utópica, que se
vincula con las otras obras esotéricas de Andrae, a la par que
se destaca la aparición, durante este mismo período, de las
utopías negativas, inversas o literarias, tema de estudio del
siguiente apartado.
Como ya hemos podido percibir, el libro que estamos
siguiendo paso a paso cumple una misión pedagógica, en
el sentido que no sólo revela la simbólica, razón de ser y
actualidad de la utopía, sino que igualmente denuncia el
advenimiento de sus versiones inversas y/o negativas,
así como de los estudios simplemente literarios que la han
tomado como soporte, unas y otros ejemplificadores de
la mentalidad cada vez más restringida del ser humano
moderno, que creyéndose el más desarrollado de cuantos
han poblado la tierra, es sin embargo aquél cuya conciencia
está más limitada y circunscrita a un plano sensorial y
material, y por contra, permanece casi completamente cerrada a
la aprehensión de otros estados supraindividuales y
universales. Gargantua y Pantagruel corresponde a ese género
literario antes mencionado, aunque también es cierto que el
propio Rabelais enuncia al principio que su libro tiene
un sentido oculto; la investigación de Federico González
pone de relieve la influencia de ciertas ideas tradicionales en
la configuración, vida y principios de los habitantes de la
ciudad de Telema en la que se ambienta la novela, la cual,
por otra parte, es amena, rica en imágenes y respira un
"sabio naturalismo" (p. 101). Del otro tipo es el opúsculo de J.
Hall titulado Un mundo distinto pero igual, especie de sátira
literaria compuesta por un personaje egótico que firma con
el pseudónimo de Mercurio Británico pero que en nada
está penetrado por la doctrina de la Tradición Hermética;
más bien da muestras de una total ignorancia de la
sabiduría, fuerza y belleza vehiculadas por el dios Hermes, por lo
que su escrito constituye una muestra rasante, obtusa, ridícula
y macarrónica de un mundo pequeño, encerrado sobre sí
mismo, y sin posibilidad de abrir puertas y ventanas hacia
lo desconocido y liberador. Agradecemos al autor el
tiempo dedicado a estudiar este opúsculo que hasta hace muy
poco no había sido traducido al castellano, sobre todo porque
a través de la síntesis que realiza de esta anti-utopía (y
que consciente o inconscientemente será imitada en lo
sucesivo por muchas otras cada vez más literales y solidificadas)
nos advierte de la degradación intelectual que está
padeciendo la presente humanidad, al mismo tiempo que manifiesta
los muchos engaños, farsas y parodias que van apareciendo
a lo largo del camino de Conocimiento, a nivel
histórico-temporal y también en lo que atañe al viaje interno de cada
ser, trampas que pretenden desviarnos de la recta vía y
encerrarnos en visiones cada vez más disminuidas y
asfixiantes de la realidad.
En la "Nueva Atlántida", utopía de sir Francis Bacon
y título del capítulo siete, se halla el germen de lo que
desarrollado de forma literal constituirá en los siglos posteriores
la organización y la expresión de la sociedad moderna –en
concreto, la liderada por EEUU– con todos sus pros y
contras. En esta utopía se nos hace descubrir la prefiguración de
un mundo que, no reconociendo ya los antecedentes
clásicos greco-romanos ni el modelo del cosmos como inspirador
del orden socio-político, da primacía a la experimentación,
la investigación de nuevas posibilidades materiales, la
búsqueda científica con aplicaciones prácticas y la producción
de un sin fin de inventos, pero todo ello para "una mayor
gloria de Dios y provecho real del género humano" (p. 109), es
decir, dentro de una concepción en la que aún prevalecen
ciertas ideas tradicionales, como por ejemplo la ubicación de
tal sociedad en una isla, Bensalem, como recuerdo del
Centro espiritual primordial, así como la mención y
revivificación de la mítica Atlántida y la referencia constante a la Biblia y
a la tradición judeo-cristiana como fuente de sapiencia,
además de la pervivencia de un sentido mágico de la
existencia, que al derivar en una visión totalmente profana
"desemboca en nuestra época donde una novedad científico-técnica
es sucedida casi inmediatamente por otra haciéndola vieja
en apenas un lustro en una carrera desenfrenada donde lo
nuevo es prácticamente lo único que interesa, porque esa
novedad es una fuga hacia adelante, un ahora, siempre
inexistente, ya que se han destruido las raíces que lo vinculaban
con lo eterno, que lo sustenta todo y que constituye la
Tradición" (p. 119). Tal ruptura con el hilo áureo ha sumido al
mundo moderno en el caos y la confusión, siendo el egoísmo y
los intereses particulares que derivan en excesos de todo tipo
el motor de la presente humanidad. Este destino es
inexorable, pero ello no impide que quien gire la mirada hacia su
interioridad tenga en cualquier instante la posibilidad de
liberarse de toda atadura y contingencia al asirse al eje
vertical que atraviesa todos los mundos y adentra al ser humano
en los parajes magníficos del anima
mundi; comarcas que tras ser identificadas y experimentadas desembocan en ese
Océano o Noche sin principio ni fin, lo que también podría
ser denominado ámbito de la metafísica.
En el octavo, "Las Utopías del sueño: Hypnerotomachia Poliphili", el creador de este nuevo capítulo recorre a tenor
de sus palabras, a las que nos sumamos, "una de las
utopías más bellas, y de profundo contenido esotérico con que
nos ha regalado el Renacimiento" (p. 121), dándonos a
probar los manjares más exquisitos de este banquete intelectual
al que nos está invitando desde el inicio de su escrito. Aquí
es menester soltarse totalmente y dejarse fecundar por el
fluído espermático que mana de cada una de las páginas de
ese libro extraordinario sintetizado por el autor y que se
atribuye a Francesco Colonna, el cual actuó como compilador
de un círculo de sabios que tocaron todas las ramas del
Conocimiento: arquitectura, mitología, aritmosofía, astrología,
artes de la palabra, música, alquimia, danza y teatro, así
como ciencias naturales (botánica, mineralogía), geografía e
historia sagrada, y también gastronomía, jardinería,
orfebrería, costura, etc., saberes que configuran un corpus a través del cual se revela la cosmogonía y por tanto la esencia de la
utopía. Se nos ofrece aquí una selección de textos y
grabados de ese tratado excepcional en el que a través de la
búsqueda en sueños de Polífilo a su amada Polia se está
expresando de manera reiterada la hierogamia o matrimonio
sagrado del Cielo y la Tierra. Amor sellado, consumado y
realizado a diversos niveles de profundidad y que es el símbolo de
la fusión del Alma y el Espíritu así como de la conquista de
la verdadera Identidad. Enlace amoroso que se vive en
cada página y que hace concluir así el acápite: "Te invito
entonces a compartir la lectura completa de este vasto
monumento –con 171/172 grabados– que fue leído como una
enciclopedia renacentista, un tratado de arquitectura, una
suma pagana y sobre todo como lo que es, como una gran
construcción hermética, donde las energías de los dioses
nos guían por el esplendoroso camino del Conocimiento"
(p. 150). Conviene acceder a este convite visitando primero
el capítulo octavo del libro, dado que nos proporciona las
claves para comprender la verdadera razón de ser de ese
sueño renacentista que igualmente puede ser soñado aquí
y ahora, ya que recrea el siempre posible tránsito por el
mundo intermediario del Alma que culmina con el despertar
en el único mundo real, el del Espíritu.
Embriagados por el furor mistérico que nos ha ido
penetrando a lo largo de la lectura de Las Utopías
Renacentistas ya no ponemos ningún impedimento para embarcarnos en
el nuevo tramo de esta aventura espiritual tal cual hizo
Cristóbal Colón en las postrimerías del siglo XV, travesía
que nos llevará, como a él, al descubrimiento de parajes de
la psiqué que aunque siempre presentidos exceden todo lo
que pudiéramos haber imaginado. En el acápite nueve, "La
utopía en estado puro: Cristóbal Colón", tenemos la
oportunidad de comprobar cómo la vivencia de esos mundos
simultáneos fue experimentada por aquel extraño hombre,
el Almirante, que aunque calumniado y difamado por la
inmensa mayoría de sus contemporáneos, no se dejó
amedrentar y se lanzó, contra viento y marea y sorteando miles
de obstáculos humanos y naturales, a la búsqueda de esa
tierra mítica, plasmación de la Utopía en la geografía e
historia lineal. "Esto debía realizarse en un individuo, encarnar
en una individualidad visionaria, de acuerdo a las pautas
de los hados culpables del destino histórico que conformó
lo que conocemos como Renacimiento e hizo que él
descubriera –en correlación con los hallazgos experimentales
científicos– América. Es decir un mundo otro visto en los
contenidos del Alma universal, alucinado por el propio fuego de
sí mismo; su 'furor', como un estado de ebriedad anímico,
fue el que movió a Colón a lanzarse a una aventura genial
que lo tuvo como protagonista. Para el marino genovés la
idea de mundos paralelos, o sea de otros espacios reales, que
coexisten con nuestro mundo en el plano imaginal, los
cuales deben por tanto tener una ubicación geográfica
tangible, constituye el secreto que le es revelado en las escrituras"
(p. 153-154). De todo ello da testimonio la correspondencia
de Colón así como el Libro de las Profecías del que es autor y que es citado con gran acierto por el ensayista, el cual,
además, nos presenta en este apartado de su investigación el
descubrimiento de América no como un hecho fortuito o
casual sino como la plasmación de un plan divino que fue
decodificado por el Almirante en los libros proféticos de la Biblia
e identificado con esas tierras vírgenes, fértiles y
exuberantes del nuevo continente, que visualizó como análogas al
Paraíso.
Por esta razón se empieza así la siguiente sección de
la obra, dedicada a "El realismo utópico americano": "La
Utopía supone un viaje, imagen de la aventura del
Conocimiento. Se trata de descubrir un nuevo mundo, otra realidad
distinta a la anterior. Este cambio implica una
transmutación, o sea la adaptación a otra forma de vida propia del
Hombre Nuevo. Cuando se descubre que la Utopía Hermética es
real, es que comienza a encarnarse en verdad. El viaje ha
llegado a su fin, se ha descubierto la isla. Sólo falta un segundo
tramo, la exploración de su territorio, el asombro de las
buenas nuevas, la necesidad de seguir conociendo" (p.
171). Algunos de los conquistadores, así como muchos de los
conquistados, vivieron el descubrimiento de América bajo
estas claves simbólicas; por ello se nos dice: "América, el
Nuevo Mundo, fue entonces a partir del siglo XV un
imaginario recurrente en el pensamiento y la literatura europeos, a
los que los propios americanos se incorporaron desde el
comienzo, como lo demuestran las crónicas del siglo XVI,
tanto de nativos, mestizos, o conquistadores y frailes;
europeos estos dos últimos. (
) Nos encontramos entonces ante
el realismo utópico, es decir la realidad de lo utópico
encarnada contemporáneamente al Renacimiento en el siglo XVI
en el Nuevo Mundo, a cargo de pueblos indígenas, con sus
sabios, sacerdotes, reyes y emperadores que fueron
capaces de practicar el rito fundacional y sumarse al mito
arquetípico de la ciudad celeste, y llevar así a cabo la obra
constructiva de la creación de ciudades, es decir estructuras
culturales, incluso civilizaciones, de acuerdo a las leyes de
la analogía, donde la ciudad terrestre es un reflejo de la
ciudad del cielo, estableciéndose así relaciones teúrgicas
que vinculan a los hombres con los dioses, y a las almas
individuales con el Alma Universal, tal cual lo hacen las
utopías renacentistas" (p. 172-173). Este capítulo promueve
justamente la posibilidad de establecer correspondencias
entre tradiciones aparentemente distintas (las precolombinas,
las vinculadas a la tradición greco-latina y las formas
culturales nacientes después de la conquista) pero religadas por
un único pensamiento universal que mana de ese tronco
común que es la Tradición Primordial o Unánime; además, el
hilado de estas páginas continúa ofreciéndonos las claves
para que nuestra mente vaya comprendiendo la configuración
–móvil en apariencia pero inmutable en lo central– que
ha tenido la Utopía a lo largo del devenir temporal, a la
par que nos desvela las posibilidades de efectivizar en
nuestra vida el viaje arquetípico de universalización y
realización espiritual, que bien puede ser equiparado al arribo a
América y al descubrimiento de su territorio.
En el penúltimo y muy extenso acápite de esta obra
que consideramos una síntesis de síntesis utópicas, el cual
lleva por título "Otras utopías renacentistas", Federico
González reporta nuevas modalidades acuñadas durante el
Renacimiento y sus epígonos sobre la expresión de esta
realidad, que no ciñéndose ya a la simbólica de la polis se erigieron igualmente sobre los pilares del pensamiento divino del
que hablábamos hace un momento pero recurriendo al
auxilio de otras ciencias herméticas como son el arte de la
escritura, la matemática y la geometría, la música, la alquimia o la
imagen como vehiculadora de influencias espirituales. El
caleidoscopio al que comparamos nuestro libro sigue su juego,
y además nos pone permanentemente a jugar, pues no
concibe al lector como un simple espectador pasivo, sino
como un teúrgo que con su mano hace girar la rueda del
artilugio mágico y promueve la aparición de composiciones
geométricas multicolores que simbolizan los indefinidos
matices de esa magna obra que es el universo con sus vastos
mundos y planos coexistentes. Aquí se convoca a personajes
tan destacados en la historia de las ideas (desde el primer
Renacimiento al tardío y de distintos países) como
Gemisto Pletón, León Hebreo, Luca Pacioli, Michael Maier y
Robert Fludd, cada uno de los cuales aporta con singularidad,
pero ligazón interna, su concepción y expresión de la utopía,
tanto a través de sus vidas altamente simbólicas,
extraordinarias, repletas de viajes y experiencias intelectuales, como
por intermedio de sus respectivas producciones artísticas,
ya fuesen escritas, pintadas o musicadas, y en todo caso
siempre muy bellas y radiantes. Uno disfruta acompañando
los recorridos existenciales de esos sabios herméticos que el
investigador contemporáneo rescata inteligentemente del
olvido, y sobre todo se goza cuando nos hace descubrir
ese hilo sutil y conductor que religa entre sí todos esos
tratados, grabados o partituras de un único discurso escrito con
letras invisibles en el Libro de la Vida, otro de los símbolos
de la utopía. El tratado de Las
Leyes de Gemisto Pletón, Los Diálogos de Amor de León Hebreo, los estudios
matemático-geométricos de Luca Pacioli (la Divina Proporción, Summa de
Arithmetica y otras), el Atalanta Fugiens de Michael Maier así como Utriusque Cosmi
Historia de Robert Fludd son obras aquí presentadas (con nutridas y jugosas citas originales,
y con los dibujos que las iluminan en algunos casos) como
excelsas construcciones simbólicas de carácter
intelectual-espiritual que desvelan el código secreto del universo y
las muy diversas formas de acceder e identificarse con ese
ser único que es todo además de la posibilidad de habitarlo
en la medida que se lo va conociendo. Por eso no hemos
dudado ni un momento en leer y releer este capítulo, meditar
en sus simbólicas, practicar con regla y compás las
construcciones geométricas que se proponen, así como escuchar
la sutil armonía que dimana de un discurso que
entreteje constantemente los textos inéditos del autor con lo ya
cristalizado por los sabios que nos han precedido, en un
lenguaje que reconocemos arcano pero universal y liberador.
El broche a este libro excepcional lo pone el capítulo
titulado "La mujer y las utopías del Renacimiento" en el que
se expresa con nitidez y rotundidad –como no se proclama
desde ningún otro lugar actualmente sin caer en análisis
psico-sociales-historicistas siempre parciales, restringidos y
simplones– la universalidad de la simbólica de la mujer en
tanto que arquetipo de lo femenino (leer la inspirada página en
la que desfilan las mujeres y diosas de la mitología) así
como su identificación con una de las dos corrientes cósmicas
(la otra es evidentemente la masculina) que se conjugan
permanentemente y que signan todo lo manifestado.
Además, por esas dos razones mencionadas, el director de
SYMBOLOS destaca el papel de la hembra en el seno de la
Tradición Hermética, donde siempre se la ha considerado
apta para la realización espiritual y la experiencia metafísica,
aunque las formas de llevar a cabo tales empresas hayan sido
a veces distintas para hombres y mujeres, y hayan
favorecido a unos u otras según las circunstancias
espacio-temporales. En este sentido véase el repaso que realiza el autor sobre
las funciones intelectuales y populares de señoras
renombradas o anónimas, y también la evocación de los pasajes de
las utopías renacentistas que se han estudiado en este libro
en los que se relata el papel y la misión de la mujer, para
percatarnos con todo ello de su presencia y valorización
siempre constante en cuanto a la enseñanza y aprendizaje de
la Ciencia Sagrada se refiere y a su transmisión. En estos
tiempos actuales de gran protagonismo femenino en el
ámbito socio-político-cultural-artístico, etc., el autor ubica todo
en su justo lugar y se refiere a la igualdad de ambos sexos
por lo más alto, "por ser ambos hijos del Dios y la Diosa
primigenios (Urano y Gea por ejemplo, entre los griegos), y
poseer ambos un reflejo, aunque fuera invertido, pero
suficiente, de la chispa divina, para pasar ellas a ser candidatas
al Conocimiento, es decir herederas de la Sabiduría para
lo cual toda valoración profana e historicista es sólo un
aspecto secundario del asunto" (p. 281). El capítulo termina
diciendo: "En todo caso y recordando los prejuicios que se
tienen acerca de ellas, pensamos que quién o qué va a
impedir a la hembra el Conocer, el encarnar el proceso iniciático
y hacerlo efectivo por lo más alto. Para acceder finalmente
a aquello que no tiene sexo, ni ninguna otra
determinación, de lo cual emanan todos los colores, fenómenos y cosas
del plano creacional, y aún sus posibilidades supracósmicas
y supraindividuales presentes en el Ser (macrocosmos y
microcosmos) que, no olvidemos, es el camino para el
Conocimiento del No Ser, la Posibilidad Universal" (p. 300).
Se completa el paseo por esta mansión con unos
toques finales constituidos por dos apéndices: un esquema de
la isla de Citera en la que se sella el matrimonio de Polífilo
y Polia cedido por J. Godwin de su traducción al inglés
de Hypnerotomachia Poliphili, y unas notas muy
interesantes "Acerca de brujas, hechiceras y herejes en el
Renacimiento español y la criminalidad de la Inquisición", además de
una extensa y fidedigna bibliografía y un índice de nombres,
temas e ilustraciones, así como el general del libro. Han
sido doce capítulos ensamblados cual las doce caras
pentagonales del dodecaedro, quinto sólido regular y símbolo del cielo
y de la quintaesencia alquímica, de la plenitud de toda la
manifestación; un diseño que también sintetiza al castillo
espiritual que este libro rescata y actualiza y al que nos
hace penetrar y habitar en toda su amplitud, altitud y
profundidad. En su interior se viven todas las muertes y
renacimientos, se conoce el frío y el calor, la humedad y la sequía,
los hallazgos y las pérdidas, la luna, el sol y los planetas,
las estrellas del empíreo y el sol de medianoche, símbolos
astrológicos de estados de la conciencia o del alma y centro
de encuentro de todos los seres que los han transitado.
Cuando uno se ha identificado totalmente con el Mago y su obra,
no aspira sino a ser el Loco –personaje de la carta del Tarot
que no está numerada, el alfa y el omega de este juego
sagrado– que busca por la vertical la salida de la mansión
utópica, trascenderla y acceder al Océano sin límites, a ese
estado otro innombrable e infinito pero real. |