El libro  Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y Símbolo de Federico González (Kier, Buenos Aires 2004) nos 
conduce ante el portal de una mansión ideal. Muchos 
pasarán por delante de él sin ni siquiera advertirlo y seguirán su 
paseo desorientado. Otros, menos, quizás repararán en su 
frontispicio pero al leer la palabra "utopía" los cientos de 
prejuicios incrustados en sus mentes preprogramadas les 
harán alejarse con un gesto desairado. Tal vocablo les suena a 
fantasía, irrealidad, cuento, "entretenimiento vanal y snob" y claro, ellos, tan racionales y prácticos, no pueden perder 
un minuto en semejantes naderías. Unos pocos, atraídos por 
el vocablo "Renacimiento" lo tomarán, correrán en abanico 
sus páginas y se tomarán la "molestia" de leerlo y hasta 
incluso diseccionarlo, valorándolo desde su óptica académica 
historicista, literaria, artística o documental en la que, por 
supuesto, son especialistas. Toda esta galería de personajes nos 
es familiar, muy propia de la sociedad profana del mundo 
moderno, pero también muy afín a las miles de máscaras 
que todos portamos encima y que nos alejan de la 
posibilidad de aprehender la esencia de este libro. 
         Mas permítasenos apuntar primero aquello que esta 
          obra no es; no se trata de un estudio con fines eruditos, ni de 
          una elucubración mental, ni de una fantasía o alucinación 
          individual. No es uno de esos tantos escritos consumibles e 
          inertes que se compran, se tragan y se abandonan por 
          siempre jamás en una estantería. No es una evasión o escapatoria 
          de la realidad. No se lo puede clasificar, ni encajar en un 
          molde fijo, ni lleva etiquetado reglamentario de 
          especialidad. Pero si vamos con una sincera intención de penetrar su 
          sentido escondido, el portal de la mansión se abrirá. Si 
          pedimos sin prepotencia comprender la esencia de cada una 
          de sus páginas y nos entregamos a la labor de pasearnos 
          por todas sus estancias, galerías y jardines, la intelección nos 
          será dada. Y al traspasar el umbral, de entrada, su lenguaje 
          evocativo nos despertará del sopor, agudizará nuestra 
          percepción y, como mínimo, nos pondrá a pensar. Este libro 
          rompe esquemas; es lúdico, creativo y recreativo, de amplio 
          alcance y de posibilidades de aprehensión indefinidas. Escrito 
          con una prosa poética que se ensambla con numerosas citas 
          de autores antiguos, organiza un diálogo de seres que 
          participan de un mismo punto de vista, de una unidad de 
          pensamiento siempre liberador. En definitiva, una obra de 
          arte para ser contemplada y para reconocerse en ella. Un 
  ámbito de reunión de una entidad ligada por los lazos 
          indestructibles del Amor al Conocimiento. 
         El autor, raptado por el furor poético y mistérico, 
          ha experimentado la presencia de otros mundos, de otras 
          realidades invisibles, sutiles e informales pero que coexisten 
          con la material y sensorial, conformando todas ellas la Utopía, 
          o la jerarquía de los planos o estados de conciencia del 
          Ser universal integrados en la Unidad que es principio y fin 
          de todos ellos; y al volver a descender por la escala de la 
          manifestación, el escritor ha burilado 335 páginas polifónicas 
          y multicromáticas en un gesto ritual gracias al cual el 
          universo se regenera y completa. Además, en ese gesto de 
          devolver lo recibido, su mensaje también se dirige a los 
          verdaderos "ciudadanos del mundo" que aún se mantienen en 
          pie; queremos decir a aquellos escasos hombres y mujeres 
          que van con los ojos abiertos, que no se han rendido al 
          nihilismo y reduccionismo del materialismo, del racionalismo 
          y del cientifismo, sino que intuyendo que todo lo que los 
          envuelve es significativo se han puesto a buscar las claves 
          para desvelar el código del Cosmos, dejándose moldear por 
          las energías que vehiculan los símbolos numéricos, sonoros 
          o gestuales, por las pinceladas de las palabras o las 
          vibraciones del color. Desde este punto de vista, leer dicho libro 
          es dejarse empapar por la experiencia de aquellos seres 
          humanos que antaño y ahora han recorrido ese itinerario 
          individual y suprahumano y lo han expresado a través del 
          símbolo de la Utopía, de la Ciudad Celeste, del Paraíso mental, 
          de la República de las letras o del Olimpo invisible, que 
          como nos dice Federico González son algunas de las 
          denominaciones de "estos 'lugares' de la conciencia" (p. 57) que se 
          manifiestan como un mundo ideal ordenado, jerárquico, 
          asombroso, por momentos indómito, por otros gélido y 
          abismal, turbulento o esplendoroso. Con este bagaje, el lector 
          puede iniciar una aventura interior por el mundo intermediario 
          del alma en la que el aprendiz de artista deberá vivenciar en 
          su conciencia todos esos estados, no de forma mimética, 
          teórica o racional (¡vaya aburrimiento y limitación si sólo 
          fuera eso!) sino apelando a la intuición intelectual para que 
          abra en su naturaleza humana el canal por el que aflore lo que 
          de divino también conforma su ser y el del cosmos entero. 
         Las Utopías Renacentistas, Esoterismo y 
          Símbolo es pues un libro espejo, y una fuente y cauce para el 
          autoconocimiento; así lo recibimos y con él buscamos identificar el núcleo 
  único de las muchas imágenes que proyecta a modo de 
          caleidoscopio. El primer capítulo, titulado "Artes ignotas del 
          Renacimiento", nos ubica en ese tiempo histórico que 
          supuso para Occidente y el ya muy avanzado descenso de este 
          ciclo cósmico una oportunidad de insuflar fuerza y renovación 
          a la petrificada sociedad medieval, permitiendo el 
          despliegue de "posibilidades latentes" en cuanto al conocimiento de 
          la cosmogonía se refiere, es decir, un periodo en el que 
          tomando como modelo las artes y ciencias de la antigüedad 
          greco-latina se realizó una adaptación a la coyuntura 
          espacio-temporal de los siglos XV-XVI para continuar ofreciendo a 
          los seres humanos atentos y amantes de la Sabiduría el 
          acceso al conocimiento de la esencia del Universo. Personajes 
          tan destacados desde el punto de vista de la Vía Simbólica 
          como Gemisto Pletón, Nicolás de Cusa, el cardenal Bessarion, 
          Egidio de Viterbo y por supuesto Marsilio Ficino así como 
          Pico de la Mirándola, Giordano Bruno, Jacques Lefèvre 
          d'Etaples, Guillaume Postel, Juan Reuchlin, León el Hebreo y una 
          cadena larguísima de filósofos, poetas, pintores, 
          escultores, arquitectos, cabalistas, y en definitiva, hombres de 
          conocimiento, son citados por el escritor como los promotores 
          y transmisores en aquellos siglos de ese legado perenne 
          y siempre actual que permite al ser humano de cualquier 
          tiempo y lugar conectar verticalmente con el Centro y la 
          Verdad. Todos ellos, con sus voces, gestos, proyectos y 
          creaciones, que se traen a colación y trenzan con el discurso de una 
          manera fresca y natural, fueron recuperando y dando una 
          nueva pincelada a artes olvidadas, muy ocultas o casi 
          perdidas que coadyuvaron a revitalizar la cultura y a hacer posible 
          la realización espiritual de los que se dejaron contagiar y 
          empapar por su influjo. Se nos presenta y se nos recuerda 
          de una forma magistral esos soportes que 
          convenientemente investigados y aprehendidos son hoy igualmente 
          vehículos de conocimiento, ya se trate del arte de la memoria, la 
          Cábala cristiana, la medicina espagírica, la revalorización del 
          mito y su proyección en las artes; también la utilización de la 
          matemática y sus leyes, la imprenta como invento para la 
          difusión de obras de conocimiento (actualmente Internet y 
          los medios audiovisuales), la música refrescada, el diseño de 
          jardines mágicos y la aparición (ahora recreación) de la 
          Utopía como género que con el antecedente clásico de La República de Platón será utilizada por varios de esos personajes 
          insignes, así como por el autor contemporáneo, para transmitir 
          la existencia de mundos invisibles más allá del literal, que 
          no son sino estados del alma equiparados al Estado o la 
          Ciudad Celeste y cuyo sentido esotérico, esto es interior y por 
          tanto siempre actual, será desvelado a lo largo del estudio. 
         "Necesidad de la Utopía" es el título del segundo 
          capítulo. Por extraño que nos parezca, para que el ser humano 
          penetre y descubra el sentido de su existencia y de la 
          Creación entera, así como su identidad con el Principio que todo 
          lo origina, es indispensable que se le enseñen los secretos de 
          la cosmogonía, las leyes inmutables de la revelación del 
          Ser Universal y sus mundos simultáneos que pueden 
          sintetizarse en la tríada Cuerpo-Alma-Espíritu. Desde que la 
          conciencia de la humanidad, con la caída, dejó de habitar 
          permanentemente en el Paraíso, esto es, en el estado de 
          Unidad, ha sido necesaria la evocación y recuerdo a través del 
          símbolo de esa posibilidad siempre anhelada, del que la 
          utopía es un tipo. Esta ha estado presente en muchas culturas 
          y tradiciones como vehículo didáctico para revelar altos 
          conocimientos espirituales y para guiar a la humanidad en 
          su viaje de retorno a la patria original. Durante el 
          Renacimiento, la utopía fue un modelo que se retomó con vigor; es 
          más, fue entonces cuando se implantó el uso de este nombre. 
          Por ello el director de SYMBOLOS escribe al principio de 
          este apartado: "El término 'Utopía' fue acuñado por Tomás 
          Moro a comienzos del siglo XVI (1516) como título de una 
          célebre obra suya, Utopía, que como hemos recordado quiere 
          decir, o deriva, del término u-topos, o sea de aquello que no 
          tiene lugar, algo que por lo tanto está fuera del tiempo y del 
          espacio para significar con seguridad un asunto imposible 
          de realizar en este universo y relacionado con otro mundo, 
          o sea con una región más allá de estas dimensiones, un 
  ámbito celeste y perfecto donde las cosas fueran en verdad y 
          no signadas por las imperfecciones humanas, una forma de 
          la ciudad celeste, o de la ciudad de Dios" (p. 47). A partir 
          de aquí, se nos presentan ciertos hechos significativos de 
          la vida, estudios y funciones del que fuera Lord Canciller 
          de Inglaterra, que dibujó "un mundo feliz y una sociedad 
          totalmente protegida de la maldad, la malintención, la fealdad 
          y la mentira constante de los hombres, que bien en algún 
          caso podría ser asimilada a una orden monacal, o a un 
          convento de la época, en donde pueden florecer las auténticas 
          posibilidades de amor, paz, justicia, equidad, solidaridad y 
          belleza, objetivos divinos para los que ha sido creado 
          verdaderamente el hombre en abierta oposición a su 
          organización política, social y económica, a la que no deja de denostar, 
          o sea, al mundo profano, incluso por la incapacidad en 
          el aprovechamiento de los bienes y circunstancias 
          naturales" (p. 53-54). Como podremos apreciar al leer este capítulo, 
          de la obra de Moro también se desprende una crítica a la 
          totalidad del mundo hasta entonces conocido, al mismo 
          tiempo que transmitió un profundo sentido ético y fue 
  "inspiradora de ordenamientos jurídicos, sociales y culturales y 
          elementos permanentes de debate en sociología y derecho, así 
          como en especulaciones de tipo económico y sobre todo en 
          consideraciones de orden ético" (p. 57). Ahora bien, si sólo 
          nos quedáramos en la interpretación literal o en la crítica 
          socio-moral que deriva del tratado, nos perderíamos la partida 
          de lo más interesante de este género inaugurado en el 
          Renacimiento por Tomás Moro, a saber, la posibilidad de intuir 
          y empezar a vivir, todos y cada uno de los interesados, 
          un recorrido iniciático, interno y secreto en el que a través de 
          la simbólica de la utopía, visualizada muchas veces como 
          una ciudad o isla, se van abriendo los círculos concéntricos de 
          la conciencia. 
         Y con este propósito, en el tercer capítulo se nos 
          adentra en "La Ciudad del Sol", ese mundo de mundos también 
          conocido y descrito con singularidad por Tomasso 
          Campanella, un dominico calabrés que al igual que Moro "se 
          sentía impulsado por la idea de una misión de tipo hermético 
          aplicable a la sociedad" (p. 59). La ciudad del Sol está 
          construida en forma de siete círculos concéntricos (regidos por cada 
          uno de los planetas) que se elevan en espiral sobre una colina 
          de tal manera que "si alguien lograre ganar el primer 
          recinto, necesitaría redoblar su esfuerzo para conquistar el 
          segundo; mayor aún, para el tercero. Y así sucesivamente tendría 
          que ir multiplicando sus fuerzas y empeños" (p. 67). Es pues 
          evidente que el viaje hacia el interior de uno mismo al que 
          ante todo nos invita este libro –rescatando los modelos 
          diseñados por sus predecesores en la Vía Simbólica– es arduo, 
          y requiere promover sin receso las virtudes del guerrero 
  –"generosidad, coraje, sabiduría y paciencia" (p. 57)–, así 
          como comprender cabalmente lo que esta aventura 
          espiritual-intelectual significa, para no confundirla nunca con una de 
          tipo psíquico que ciertamente jamás trasciende los límites de 
          la individualidad humana. Y para llevar a cabo tal 
          cometido, la propuesta de Campanella es que todos los habitantes 
          de la polis –hombres, mujeres y niños–, se entreguen al 
          estudio de las artes liberales y al dominio de oficios y artesanías 
          y que reconozcan en la jerarquía que los gobierna –cuatro 
          príncipes y un jefe supremo, el Metafísico, Sol o Hoh– el 
          ordenamiento del macrocosmos análogo al del microcosmos. El 
          capítulo abunda en citas del propio Campanella en las que 
          se sintetiza lo esencial de su pensamiento y pone al lector 
          en disposición de atender al sonido de esa "campanita" que 
          figura en uno de los grabados que ilustran sus páginas, 
          instrumento que no es sino el símbolo de la llamada del numen 
          o entidad intermediaria que guiará a cada cual por la 
          senda mágica de autoconocimiento universal. 
         Y ya que hemos mencionado los grabados, queremos 
          destacar que, como nos tiene acostumbrados en todos sus 
          libros, el autor nutre este nuevo volumen con una gran 
          profusión de imágenes representativas que complementan 
          el escrito, imprimiendo vida y movimiento a la obra, y 
          sobre todo, promoviendo en el lector la posibilidad de empezar 
          a construir un nuevo "archivo de imágenes" simbólicas y 
          poderosas con capacidad de abrir la conciencia a esos 
          estados celestes o angélicos. Platón decía que lo semejante atrae 
          lo semejante y así, al contemplar la belleza de las formas y 
          los modelos podemos intuir la Belleza increada que los 
          origina. Creemos no errar al afirmar que el "imaginario" del ser 
          humano contemporáneo, incluso el de los más tiernos 
          niños, está copado de visiones groseras y espantosas 
          correspondientes a los estados más inferiores del ser. Por doquier 
          se nos taladra con fotogramas o películas repulsivas de 
          asesinatos, torturas, violaciones, extorsiones, sadismos, 
          genocidios, masacres, robos, violencias y actos de terror de 
          todo género, así como con continuos "flashes" sobre 
          destrucciones y extinciones de todos los reinos de la naturaleza. Si 
          se es lo que se conoce y lo único que se conoce es el 
          infierno, pues uno vive instalado en ese estado de degeneración 
          y disolución. Pero la utopía reivindica que dicho estado 
          inferior sólo tiene razón de ser para ser transmutado, y tras 
          la cocción alquímica, se amanece en mundos celestes, que 
          no por invisibles son menos reales que los materializados. 
  ¿Qué nos estará revelando, si no justamente esas 
          posibilidades superiores, el grabado del edificio móvil del Colegio 
          Invisible de los Rosacruz? 
         De este modo nos acercamos al capítulo cuarto, en el 
          que se nos pone en contacto con "La Utopía de los 
          Manifiestos Rosacruz". Leámoslo con concentración y 
          comprobaremos cómo las formas de la utopía se amplían y adquieren 
          revestimientos más etéreos que ya no toman únicamente 
          como soporte la polis o la isla, sino que esas arquitecturas del 
          pensamiento se vehiculan a través de una construcción 
          escrita o de la cristalización de la palabra. Esos dos Manifiestos, 
          la Fama y la Confessio, atribuídos a Juan Valentín Andrae 
          aunque él nunca lo confirmara, tuvieron desde la 
          invisibilidad de su formulación una gran proyección y repercusión 
          entre los sabios y hombres de conocimiento de los ya muy 
          oscuros y difíciles tiempos de la Contrarreforma. La 
          Hermandad Rosacruz, heredera de la esencia de la Tradición 
          Hermética, promulgó en sendos documentos las ideas 
          perennes de la filosofía secreta con una escritura y un lenguaje 
          mágicos, haciendo hincapié en la importancia del libro como 
          revelador de los misterios, a la par que se denunciaba el 
          error y la ignorancia que campaba por doquier y se apuntaba 
          la posibilidad de conocer ese vergel interno del alma 
          iluminado por el Espíritu. Si ahora, como aprendices de este 
          arte, nos dejamos envolver y moldear por la atmósfera 
          extraordinaria de dichos Manifiestos, nos reconoceremos 
          moradores de ese Colegio Invisible cuyo dibujo figura en la 
          página 74 del libro de Federico, nos identificaremos 
          simultáneamente con ese personaje que está cayendo por un 
          precipicio y con aquél que es rescatado del interior de un pozo, y 
          estaremos defendiendo con escudos y plumas el fuero 
          interno del corazón –análogo al Centro del Mundo– así como 
          conservando en el arca de la alianza el legado universal; 
          laborando sin prisa pero sin pausa en las investigaciones 
          simbólicas, emitiendo ecos de la doctrina y amparados 
          siempre por ese carro móvil que es un símbolo del universo, el 
          cual pende de una plomada sujeta de la mano que surge 
          del Tetragrammaton. "Por lo que puede advertirse –nos dice 
          el artífice de este volumen– que la comunidad de los 
          rosacruces no está, al igual que la ciudad celeste, en 
          ninguna parte sino que es el lugar de reunión de todos aquellos 
          que han alcanzado un nivel espiritual determinado que los 
          hace conocerla, y por lo tanto ser uno con ella, al punto de ser 
          los habitantes de esa Utopía, lo que indica sin duda una 
          genealogía espiritual; una vinculación con una cadena que 
          incluye también a los antepasados míticos" (p. 76). 
         Cada apartado o estancia de este palacio literario 
          proyecta a través de diversas simbólicas las distintas formas 
          con que el ser humano ha concebido y experimentado los 
          estados múltiples del ser. De ahí ese hecho mágico por el 
          que cada utopía resulta única, original, e inédita y al 
          mismo tiempo idéntica en lo nuclear a todas las demás. Así lo 
          corrobora el capítulo quinto titulado "Cristianópolis" en el 
          que asoma otra vez Juan Valentín Andrae perfilando un 
  ámbito ideal que en esta ocasión ubica en la isla de Cafarsalama, 
          y que a modo de castillo, convento o colegio acoge a una 
          comunidad de 400 personas, entre hembras, varones, 
          jóvenes y niños, gobernados de forma aristocrática y en cuyo 
          colegio, que es el centro de enseñanza de todos sus 
          habitantes, hay un sacerdote que "consume todo su tiempo en 
          meditaciones y prácticas sagradas" (p. 91), el cual está casado 
          con una mujer llamada "la conciencia". Y se nos relata que "en 
          la ciudad vivían seres que tenían el control de sí mismos, 
          que luchaban contra el mundo, que aceptaban la muerte y 
          que vivían en la contemplación del cielo y de la tierra, en el 
          escrutinio de la naturaleza, en la armonía de todas las 
          cosas, en la patria del Cielo y con la familia de Dios. Por el 
          contrario no acogían a meros curiosos, fanáticos, 'sopladores' 
          que deshonran a la alquimia e impostores que simulasen ser 
          hermanos de la Rosacruz" (p. 89-90). Valgan estos 
          someros apuntes para despertar en el lector el interés por penetrar 
          y habitar realmente en esta nueva versión utópica, que se 
          vincula con las otras obras esotéricas de Andrae, a la par que 
          se destaca la aparición, durante este mismo período, de las 
          utopías negativas, inversas o literarias, tema de estudio del 
          siguiente apartado. 
         Como ya hemos podido percibir, el libro que estamos 
          siguiendo paso a paso cumple una misión pedagógica, en 
          el sentido que no sólo revela la simbólica, razón de ser y 
          actualidad de la utopía, sino que igualmente denuncia el 
          advenimiento de sus versiones inversas y/o negativas, 
          así como de los estudios simplemente literarios que la han 
          tomado como soporte, unas y otros ejemplificadores de 
          la mentalidad cada vez más restringida del ser humano 
          moderno, que creyéndose el más desarrollado de cuantos 
          han poblado la tierra, es sin embargo aquél cuya conciencia 
          está más limitada y circunscrita a un plano sensorial y 
          material, y por contra, permanece casi completamente cerrada a 
          la aprehensión de otros estados supraindividuales y 
          universales. Gargantua y Pantagruel corresponde a ese género 
          literario antes mencionado, aunque también es cierto que el 
          propio Rabelais enuncia al principio que su libro tiene 
          un sentido oculto; la investigación de Federico González 
          pone de relieve la influencia de ciertas ideas tradicionales en 
          la configuración, vida y principios de los habitantes de la 
          ciudad de Telema en la que se ambienta la novela, la cual, 
          por otra parte, es amena, rica en imágenes y respira un 
  "sabio naturalismo" (p. 101). Del otro tipo es el opúsculo de J. 
          Hall titulado Un mundo distinto pero igual, especie de sátira 
          literaria compuesta por un personaje egótico que firma con 
          el pseudónimo de Mercurio Británico pero que en nada 
          está penetrado por la doctrina de la Tradición Hermética; 
          más bien da muestras de una total ignorancia de la 
          sabiduría, fuerza y belleza vehiculadas por el dios Hermes, por lo 
          que su escrito constituye una muestra rasante, obtusa, ridícula 
          y macarrónica de un mundo pequeño, encerrado sobre sí 
          mismo, y sin posibilidad de abrir puertas y ventanas hacia 
          lo desconocido y liberador. Agradecemos al autor el 
          tiempo dedicado a estudiar este opúsculo que hasta hace muy 
          poco no había sido traducido al castellano, sobre todo porque 
          a través de la síntesis que realiza de esta anti-utopía (y 
          que consciente o inconscientemente será imitada en lo 
          sucesivo por muchas otras cada vez más literales y solidificadas) 
          nos advierte de la degradación intelectual que está 
          padeciendo la presente humanidad, al mismo tiempo que manifiesta 
          los muchos engaños, farsas y parodias que van apareciendo 
          a lo largo del camino de Conocimiento, a nivel 
          histórico-temporal y también en lo que atañe al viaje interno de cada 
          ser, trampas que pretenden desviarnos de la recta vía y 
          encerrarnos en visiones cada vez más disminuidas y 
          asfixiantes de la realidad. 
         En la "Nueva Atlántida", utopía de sir Francis Bacon 
          y título del capítulo siete, se halla el germen de lo que 
          desarrollado de forma literal constituirá en los siglos posteriores 
          la organización y la expresión de la sociedad moderna –en 
          concreto, la liderada por EEUU– con todos sus pros y 
          contras. En esta utopía se nos hace descubrir la prefiguración de 
          un mundo que, no reconociendo ya los antecedentes 
          clásicos greco-romanos ni el modelo del cosmos como inspirador 
          del orden socio-político, da primacía a la experimentación, 
          la investigación de nuevas posibilidades materiales, la 
          búsqueda científica con aplicaciones prácticas y la producción 
          de un sin fin de inventos, pero todo ello para "una mayor 
          gloria de Dios y provecho real del género humano" (p. 109), es 
          decir, dentro de una concepción en la que aún prevalecen 
          ciertas ideas tradicionales, como por ejemplo la ubicación de 
          tal sociedad en una isla, Bensalem, como recuerdo del 
          Centro espiritual primordial, así como la mención y 
          revivificación de la mítica Atlántida y la referencia constante a la Biblia y 
          a la tradición judeo-cristiana como fuente de sapiencia, 
          además de la pervivencia de un sentido mágico de la 
          existencia, que al derivar en una visión totalmente profana 
  "desemboca en nuestra época donde una novedad científico-técnica 
          es sucedida casi inmediatamente por otra haciéndola vieja 
          en apenas un lustro en una carrera desenfrenada donde lo 
          nuevo es prácticamente lo único que interesa, porque esa 
          novedad es una fuga hacia adelante, un ahora, siempre 
          inexistente, ya que se han destruido las raíces que lo vinculaban 
          con lo eterno, que lo sustenta todo y que constituye la 
          Tradición" (p. 119). Tal ruptura con el hilo áureo ha sumido al 
          mundo moderno en el caos y la confusión, siendo el egoísmo y 
          los intereses particulares que derivan en excesos de todo tipo 
          el motor de la presente humanidad. Este destino es 
          inexorable, pero ello no impide que quien gire la mirada hacia su 
          interioridad tenga en cualquier instante la posibilidad de 
          liberarse de toda atadura y contingencia al asirse al eje 
          vertical que atraviesa todos los mundos y adentra al ser humano 
          en los parajes magníficos del anima 
            mundi; comarcas que tras ser identificadas y experimentadas desembocan en ese 
          Océano o Noche sin principio ni fin, lo que también podría 
          ser denominado ámbito de la metafísica. 
         En el octavo, "Las Utopías del sueño: Hypnerotomachia Poliphili", el creador de este nuevo capítulo recorre a tenor 
          de sus palabras, a las que nos sumamos, "una de las 
          utopías más bellas, y de profundo contenido esotérico con que 
          nos ha regalado el Renacimiento" (p. 121), dándonos a 
          probar los manjares más exquisitos de este banquete intelectual 
          al que nos está invitando desde el inicio de su escrito. Aquí 
          es menester soltarse totalmente y dejarse fecundar por el 
          fluído espermático que mana de cada una de las páginas de 
          ese libro extraordinario sintetizado por el autor y que se 
          atribuye a Francesco Colonna, el cual actuó como compilador 
          de un círculo de sabios que tocaron todas las ramas del 
          Conocimiento: arquitectura, mitología, aritmosofía, astrología, 
          artes de la palabra, música, alquimia, danza y teatro, así 
          como ciencias naturales (botánica, mineralogía), geografía e 
          historia sagrada, y también gastronomía, jardinería, 
          orfebrería, costura, etc., saberes que configuran un corpus a través del cual se revela la cosmogonía y por tanto la esencia de la 
          utopía. Se nos ofrece aquí una selección de textos y 
          grabados de ese tratado excepcional en el que a través de la 
          búsqueda en sueños de Polífilo a su amada Polia se está 
          expresando de manera reiterada la hierogamia o matrimonio 
          sagrado del Cielo y la Tierra. Amor sellado, consumado y 
          realizado a diversos niveles de profundidad y que es el símbolo de 
          la fusión del Alma y el Espíritu así como de la conquista de 
          la verdadera Identidad. Enlace amoroso que se vive en 
          cada página y que hace concluir así el acápite: "Te invito 
          entonces a compartir la lectura completa de este vasto 
          monumento –con 171/172 grabados– que fue leído como una 
          enciclopedia renacentista, un tratado de arquitectura, una 
          suma pagana y sobre todo como lo que es, como una gran 
          construcción hermética, donde las energías de los dioses 
          nos guían por el esplendoroso camino del Conocimiento" 
          (p. 150). Conviene acceder a este convite visitando primero 
          el capítulo octavo del libro, dado que nos proporciona las 
          claves para comprender la verdadera razón de ser de ese 
          sueño renacentista que igualmente puede ser soñado aquí 
          y ahora, ya que recrea el siempre posible tránsito por el 
          mundo intermediario del Alma que culmina con el despertar 
          en el único mundo real, el del Espíritu. 
         Embriagados por el furor mistérico que nos ha ido 
          penetrando a lo largo de la lectura de Las Utopías 
            Renacentistas ya no ponemos ningún impedimento para embarcarnos en 
          el nuevo tramo de esta aventura espiritual tal cual hizo 
          Cristóbal Colón en las postrimerías del siglo XV, travesía 
          que nos llevará, como a él, al descubrimiento de parajes de 
          la psiqué que aunque siempre presentidos exceden todo lo 
          que pudiéramos haber imaginado. En el acápite nueve, "La 
          utopía en estado puro: Cristóbal Colón", tenemos la 
          oportunidad de comprobar cómo la vivencia de esos mundos 
          simultáneos fue experimentada por aquel extraño hombre, 
          el Almirante, que aunque calumniado y difamado por la 
          inmensa mayoría de sus contemporáneos, no se dejó 
          amedrentar y se lanzó, contra viento y marea y sorteando miles 
          de obstáculos humanos y naturales, a la búsqueda de esa 
          tierra mítica, plasmación de la Utopía en la geografía e 
          historia lineal. "Esto debía realizarse en un individuo, encarnar 
          en una individualidad visionaria, de acuerdo a las pautas 
          de los hados culpables del destino histórico que conformó 
          lo que conocemos como Renacimiento e hizo que él 
          descubriera –en correlación con los hallazgos experimentales 
          científicos– América. Es decir un mundo otro visto en los 
          contenidos del Alma universal, alucinado por el propio fuego de 
          sí mismo; su 'furor', como un estado de ebriedad anímico, 
          fue el que movió a Colón a lanzarse a una aventura genial 
          que lo tuvo como protagonista. Para el marino genovés la 
          idea de mundos paralelos, o sea de otros espacios reales, que 
          coexisten con nuestro mundo en el plano imaginal, los 
          cuales deben por tanto tener una ubicación geográfica 
          tangible, constituye el secreto que le es revelado en las escrituras" 
          (p. 153-154). De todo ello da testimonio la correspondencia 
          de Colón así como el Libro de las Profecías del que es autor y que es citado con gran acierto por el ensayista, el cual, 
          además, nos presenta en este apartado de su investigación el 
          descubrimiento de América no como un hecho fortuito o 
          casual sino como la plasmación de un plan divino que fue 
          decodificado por el Almirante en los libros proféticos de la Biblia 
          e identificado con esas tierras vírgenes, fértiles y 
          exuberantes del nuevo continente, que visualizó como análogas al 
          Paraíso. 
         Por esta razón se empieza así la siguiente sección de 
          la obra, dedicada a "El realismo utópico americano": "La 
          Utopía supone un viaje, imagen de la aventura del 
          Conocimiento. Se trata de descubrir un nuevo mundo, otra realidad 
          distinta a la anterior. Este cambio implica una 
          transmutación, o sea la adaptación a otra forma de vida propia del 
          Hombre Nuevo. Cuando se descubre que la Utopía Hermética es 
          real, es que comienza a encarnarse en verdad. El viaje ha 
          llegado a su fin, se ha descubierto la isla. Sólo falta un segundo 
          tramo, la exploración de su territorio, el asombro de las 
          buenas nuevas, la necesidad de seguir conociendo" (p. 
          171). Algunos de los conquistadores, así como muchos de los 
          conquistados, vivieron el descubrimiento de América bajo 
          estas claves simbólicas; por ello se nos dice: "América, el 
          Nuevo Mundo, fue entonces a partir del siglo XV un 
          imaginario recurrente en el pensamiento y la literatura europeos, a 
          los que los propios americanos se incorporaron desde el 
          comienzo, como lo demuestran las crónicas del siglo XVI, 
          tanto de nativos, mestizos, o conquistadores y frailes; 
          europeos estos dos últimos. (
) Nos encontramos entonces ante 
          el realismo utópico, es decir la realidad de lo utópico 
          encarnada contemporáneamente al Renacimiento en el siglo XVI 
          en el Nuevo Mundo, a cargo de pueblos indígenas, con sus 
          sabios, sacerdotes, reyes y emperadores que fueron 
          capaces de practicar el rito fundacional y sumarse al mito 
          arquetípico de la ciudad celeste, y llevar así a cabo la obra 
          constructiva de la creación de ciudades, es decir estructuras 
          culturales, incluso civilizaciones, de acuerdo a las leyes de 
          la analogía, donde la ciudad terrestre es un reflejo de la 
          ciudad del cielo, estableciéndose así relaciones teúrgicas 
          que vinculan a los hombres con los dioses, y a las almas 
          individuales con el Alma Universal, tal cual lo hacen las 
          utopías renacentistas" (p. 172-173). Este capítulo promueve 
          justamente la posibilidad de establecer correspondencias 
          entre tradiciones aparentemente distintas (las precolombinas, 
          las vinculadas a la tradición greco-latina y las formas 
          culturales nacientes después de la conquista) pero religadas por 
          un único pensamiento universal que mana de ese tronco 
          común que es la Tradición Primordial o Unánime; además, el 
          hilado de estas páginas continúa ofreciéndonos las claves 
          para que nuestra mente vaya comprendiendo la configuración 
  –móvil en apariencia pero inmutable en lo central– que 
          ha tenido la Utopía a lo largo del devenir temporal, a la 
          par que nos desvela las posibilidades de efectivizar en 
          nuestra vida el viaje arquetípico de universalización y 
          realización espiritual, que bien puede ser equiparado al arribo a 
          América y al descubrimiento de su territorio. 
         En el penúltimo y muy extenso acápite de esta obra 
          que consideramos una síntesis de síntesis utópicas, el cual 
          lleva por título "Otras utopías renacentistas", Federico 
          González reporta nuevas modalidades acuñadas durante el 
          Renacimiento y sus epígonos sobre la expresión de esta 
          realidad, que no ciñéndose ya a la simbólica de la polis se erigieron igualmente sobre los pilares del pensamiento divino del 
          que hablábamos hace un momento pero recurriendo al 
          auxilio de otras ciencias herméticas como son el arte de la 
          escritura, la matemática y la geometría, la música, la alquimia o la 
          imagen como vehiculadora de influencias espirituales. El 
          caleidoscopio al que comparamos nuestro libro sigue su juego, 
          y además nos pone permanentemente a jugar, pues no 
          concibe al lector como un simple espectador pasivo, sino 
          como un teúrgo que con su mano hace girar la rueda del 
          artilugio mágico y promueve la aparición de composiciones 
          geométricas multicolores que simbolizan los indefinidos 
          matices de esa magna obra que es el universo con sus vastos 
          mundos y planos coexistentes. Aquí se convoca a personajes 
          tan destacados en la historia de las ideas (desde el primer 
          Renacimiento al tardío y de distintos países) como 
          Gemisto Pletón, León Hebreo, Luca Pacioli, Michael Maier y 
          Robert Fludd, cada uno de los cuales aporta con singularidad, 
          pero ligazón interna, su concepción y expresión de la utopía, 
          tanto a través de sus vidas altamente simbólicas, 
          extraordinarias, repletas de viajes y experiencias intelectuales, como 
          por intermedio de sus respectivas producciones artísticas, 
          ya fuesen escritas, pintadas o musicadas, y en todo caso 
          siempre muy bellas y radiantes. Uno disfruta acompañando 
          los recorridos existenciales de esos sabios herméticos que el 
          investigador contemporáneo rescata inteligentemente del 
          olvido, y sobre todo se goza cuando nos hace descubrir 
          ese hilo sutil y conductor que religa entre sí todos esos 
          tratados, grabados o partituras de un único discurso escrito con 
          letras invisibles en el Libro de la Vida, otro de los símbolos 
          de la utopía. El tratado de Las 
            Leyes de Gemisto Pletón, Los Diálogos de Amor de León Hebreo, los estudios 
          matemático-geométricos de Luca Pacioli (la Divina Proporción, Summa de 
            Arithmetica y otras), el Atalanta Fugiens de Michael Maier así como Utriusque Cosmi 
              Historia de Robert Fludd son obras aquí presentadas (con nutridas y jugosas citas originales, 
          y con los dibujos que las iluminan en algunos casos) como 
          excelsas construcciones simbólicas de carácter 
          intelectual-espiritual que desvelan el código secreto del universo y 
          las muy diversas formas de acceder e identificarse con ese 
          ser único que es todo además de la posibilidad de habitarlo 
          en la medida que se lo va conociendo. Por eso no hemos 
          dudado ni un momento en leer y releer este capítulo, meditar 
          en sus simbólicas, practicar con regla y compás las 
          construcciones geométricas que se proponen, así como escuchar 
          la sutil armonía que dimana de un discurso que 
          entreteje constantemente los textos inéditos del autor con lo ya 
          cristalizado por los sabios que nos han precedido, en un 
          lenguaje que reconocemos arcano pero universal y liberador. 
         El broche a este libro excepcional lo pone el capítulo 
          titulado "La mujer y las utopías del Renacimiento" en el que 
          se expresa con nitidez y rotundidad –como no se proclama 
          desde ningún otro lugar actualmente sin caer en análisis 
          psico-sociales-historicistas siempre parciales, restringidos y 
          simplones– la universalidad de la simbólica de la mujer en 
          tanto que arquetipo de lo femenino (leer la inspirada página en 
          la que desfilan las mujeres y diosas de la mitología) así 
          como su identificación con una de las dos corrientes cósmicas 
          (la otra es evidentemente la masculina) que se conjugan 
          permanentemente y que signan todo lo manifestado. 
          Además, por esas dos razones mencionadas, el director de 
          SYMBOLOS destaca el papel de la hembra en el seno de la 
          Tradición Hermética, donde siempre se la ha considerado 
          apta para la realización espiritual y la experiencia metafísica, 
          aunque las formas de llevar a cabo tales empresas hayan sido 
          a veces distintas para hombres y mujeres, y hayan 
          favorecido a unos u otras según las circunstancias 
          espacio-temporales. En este sentido véase el repaso que realiza el autor sobre 
          las funciones intelectuales y populares de señoras 
          renombradas o anónimas, y también la evocación de los pasajes de 
          las utopías renacentistas que se han estudiado en este libro 
          en los que se relata el papel y la misión de la mujer, para 
          percatarnos con todo ello de su presencia y valorización 
          siempre constante en cuanto a la enseñanza y aprendizaje de 
          la Ciencia Sagrada se refiere y a su transmisión. En estos 
          tiempos actuales de gran protagonismo femenino en el 
  ámbito socio-político-cultural-artístico, etc., el autor ubica todo 
          en su justo lugar y se refiere a la igualdad de ambos sexos 
          por lo más alto, "por ser ambos hijos del Dios y la Diosa 
          primigenios (Urano y Gea por ejemplo, entre los griegos), y 
          poseer ambos un reflejo, aunque fuera invertido, pero 
          suficiente, de la chispa divina, para pasar ellas a ser candidatas 
          al Conocimiento, es decir herederas de la Sabiduría para 
          lo cual toda valoración profana e historicista es sólo un 
          aspecto secundario del asunto" (p. 281). El capítulo termina 
          diciendo: "En todo caso y recordando los prejuicios que se 
          tienen acerca de ellas, pensamos que quién o qué va a 
          impedir a la hembra el Conocer, el encarnar el proceso iniciático 
          y hacerlo efectivo por lo más alto. Para acceder finalmente 
          a aquello que no tiene sexo, ni ninguna otra 
          determinación, de lo cual emanan todos los colores, fenómenos y cosas 
          del plano creacional, y aún sus posibilidades supracósmicas 
          y supraindividuales presentes en el Ser (macrocosmos y 
          microcosmos) que, no olvidemos, es el camino para el 
          Conocimiento del No Ser, la Posibilidad Universal" (p. 300). 
         Se completa el paseo por esta mansión con unos 
          toques finales constituidos por dos apéndices: un esquema de 
          la isla de Citera en la que se sella el matrimonio de Polífilo 
          y Polia cedido por J. Godwin de su traducción al inglés 
          de Hypnerotomachia Poliphili, y unas notas muy 
          interesantes "Acerca de brujas, hechiceras y herejes en el 
          Renacimiento español y la criminalidad de la Inquisición", además de 
          una extensa y fidedigna bibliografía y un índice de nombres, 
          temas e ilustraciones, así como el general del libro. Han 
          sido doce capítulos ensamblados cual las doce caras 
          pentagonales del dodecaedro, quinto sólido regular y símbolo del cielo 
          y de la quintaesencia alquímica, de la plenitud de toda la 
          manifestación; un diseño que también sintetiza al castillo 
          espiritual que este libro rescata y actualiza y al que nos 
          hace penetrar y habitar en toda su amplitud, altitud y 
          profundidad. En su interior se viven todas las muertes y 
          renacimientos, se conoce el frío y el calor, la humedad y la sequía, 
          los hallazgos y las pérdidas, la luna, el sol y los planetas, 
          las estrellas del empíreo y el sol de medianoche, símbolos 
          astrológicos de estados de la conciencia o del alma y centro 
          de encuentro de todos los seres que los han transitado. 
          Cuando uno se ha identificado totalmente con el Mago y su obra, 
          no aspira sino a ser el Loco –personaje de la carta del Tarot 
          que no está numerada, el alfa y el omega de este juego 
          sagrado– que busca por la vertical la salida de la mansión 
          utópica, trascenderla y acceder al Océano sin límites, a ese 
        estado otro innombrable e infinito pero real.         |