Tal vez resulte extraño que una revista del
tipo de SYMBOLOS (literaria, esotérica, revista-libro) declare finalmente
clausurada su función; simplemente desaparece. Nuestro caso es distinto,
porque si bien ya no se editará más la revista impresa sobre
papel, sí quedará incólume su publicación
telemática renovada dos veces al año. Esto se debe a que los
nuevos medios electrónicos, en este particular, le han ganado la batalla
al libro, puesto que para ser modestos unos días de audiencia de nuestro
anillo telemático corresponde a la venta de un año de las
publicaciones en papel. La proporción es casi de uno a cien para decir lo
menos. Por lo que SYMBOLOS seguirá vigente y recreando hasta donde sea
posible nuestra labor filosófica encarada –y así lo saben
nuestros lectores– como una poiesis (latín poesis)
procedente del furor. Por tales motivos está claro que SYMBOLOS no se
retira de ninguna contienda sino que se adapta a nuevas formas con el fin de
difundir su voz entre oyentes inéditos y tal vez interesar a otra
generación –cosa que ya ha sucedido– en este tipo de temas
siguiendo las pautas tan generosas y amplias de la Tradición
Hermética.
De hecho el dios Hermes,
mensajero dúctil y maleable, siempre ha estado relacionado con el
servicio de correos –como puede verse en la inclusión de su efigie
en numerosos edificios de servicios postales– y no cuesta entender su
transformación de patronazgo en nuevos medios de comunicación como
es internet, pese a la indefinida basura que puebla sus páginas en este
fin de ciclo en el que vivimos; lo mismo es válido para su
intervención en la televisión, fiel reflejo de la
"realidad" en la que estamos inmersos y tal vez su función en
estos casos sea paradójica: rechazar en conjunto el mundo (por
aburrimiento, cansancio, asco) y sus posibilidades invertidas.
Cuando se creó la revista y como antes
lo había sido con la fundación del Centro de Estudios
Simbólicos en Barcelona y la Introducción a la Ciencia
Sagrada (Programa Agartha), se fue construyendo un espacio intangible, un
ámbito, a veces inflamado de comunicación que no pudo generar sino
polémica, lo cual no debe sorprendernos dada la chatura del ambiente
general del siglo XX (y que se alarga en el XXI) dominado por prejuicios donde
lo metafísico debía asociarse a lo religioso, asunto que nos
tocó muy de cerca y que llevaba al hispano-hablante de ese entonces
también a confundir el pensamiento de Oriente, sus prácticas y el
concepto de "maestro" como correspondiente con ser un objeto de
devoción, un milagrero, lo que nada tiene que ver con la Tradición
Hermética-alquímica, sino con ideas devocionales que tomaban la
forma, sorprendentemente, de cuestiones tan ajenas como el vegetarianismo, o
dietas para la salud o el ascetismo y la castidad, las que eran consideradas de
modo piadoso y grotesco con calidad de cuestiones cuasi religiosas. Desde luego,
eso no ha cabido nunca como formando parte de nuestros intereses aunque
sí la metafísica de los sistemas orientales a los que por otra
parte conocemos bien y que nada tienen que ver con aberrantes literalidades. En
suma: pura ignorancia y fanatismo.
Por lo que
hemos debido desprendernos de algunos personajes que no han podido o querido
seguir el nivel marcado por SYMBOLOS o por los Centros de Estudios
Simbólicos y han tratado de "serrucharles el piso" a estos
medios, cosa que es habitual en los que no pueden llegar a la realización
espiritual-intelectual más elevada; por lo que utilizan estas
técnicas para disolver el mensaje, cuando no la simple
malversación e injuria de tipo
personal.
Ese espacio al que nos
referíamos anteriormente y que produjo la aparición de SYMBOLOS no
pasó indiferente para algunos pocos que encontraron allí un
ámbito favorable para su realización intelectual-espiritual y son
ellos los que han conformado el núcleo central de nuestros
propósitos y trabajos y a quienes, en definitiva, han sido dedicados los
volúmenes de la revista, a la par que éstos se constituían
en elementos básicos para su propia labor y al mismo tiempo
contribuían a ella mediante estudios y colaboraciones de distinto tipo
que se iban incorporando a SYMBOLOS, en la que comenzaron a destacarse como
aportes necesarios para nuestra publicación, tales como los que conforman
este último número de la
revista.
La unidad es el mayor de los
símbolos porque implica en sí la totalidad de lo que es, ha sido y
será, y al mismo tiempo todo aquello que no es, y que no tiene cabida en
la manifestación. Y todo ello lo hace en distintos mundos e igualmente en
diferentes grados de conciencia del alma
humana.
Con respecto a los términos
jerarquizados de Providencia, Voluntad y Destino tratados por los antiguos y a
los que se refieren aquí los estudios de Francisco Ariza y Antoni Guri
–desarrollados también por Guénon–, hace ya tiempo que
pensamos que esa triunidad puede verse de manera inversa. O sea, que habiendo
puesto nuestra Voluntad (libre albedrío) al servicio de la Providencia
–interviniendo en ello la fe– accedemos a un Destino que ha sido
nuestra necesidad. Pero una vez que comprendemos ese Destino, es cuando se
traduce en términos de Voluntad –a ese Destino– y éste
es capaz de llevarnos nuevamente a su fuente inspiradora, es decir a la
Providencia Divina –que lo es todo–, y ser absorbidos por su
Inteligencia, en íntimo contacto con su Sabiduría. Esta
inversión nos daría una pauta, tal vez sorprendente para quienes
consideran la historia sólo desde un punto de vista lineal y de
desarrollo indefinido. Es decir, que pudiéramos estar condicionados por
nuestro futuro, tanto como por el pasado. Igualmente esta actitud capaz de
liberarnos de la pesada carga de una concepción falsa podría ser
liminar en cuanto a una nueva visión de lo
simultáneo.
En otro orden de relaciones
esto se expresa en la Cábala, o sea en una Tradición que tiene su
primer autor a este respecto en Joseph Chiquitilla, que no comienza su
descripción del cosmos por la creación del mismo, o sea desde su
creador como era habitual, sino de la criatura que ha tenido la gracia, a
contrapelo de la propia creación, de poder alcanzar el Conocimiento de la
Providencia Divina –por necesidad, o tal vez fatalidad– a
través de la escalada por distintos mundos, por medio de su Voluntad (con
la que coadyuva permanentemente la fe), encarnando las jerarquías
intermediarias hacia su propio origen increado.
Esto se refiere, en definitiva, al conocido
símbolo del Arbol invertido cuyas raíces, en lugar de estar en el
cielo –y sus frutos conformar el Mundo–, se encuentran en la tierra
y representan el ascenso de lo Manifestado hacia sus orígenes, la
Inmanifestación. Así una vez alcanzado el Conocimiento, o al menos
la doctrina que lo fundamenta, poder remontarnos a nuestra ascendencia
mítica. En otras palabras, un viaje de lo humano a lo suprahumano, de lo
individual a lo supraindividual.
Queremos
aclarar, en relación con la voluntad y libre albedrío, que no se
trata aquí de una voluntad férrea atada a cuestiones particulares,
sino al abandono intelectual-espiritual, aún de esa propia voluntad
estricta, enfocada sobre cuestiones de interés tan ínfimo como
material (las dietas alimenticias, de las que ya hemos hablado, las creencias en
diversos ayunos meritorios, determinados ejercicios físicos o vaya a
saber qué fijaciones de piadosos beatos/as y otras inmensas minucias), a
las que se aferran de modo obsesivo y las transforman en propiedades mentales
que son lo primero en sus conciencias, lo cual es por ellos/as considerado como
una verdadera conducta loable sustituta de lo religioso, que, como sabemos,
constituye un símil perverso de la Ontología; la Metafísica
ausente.
Esto aún se hace más
patente en la diferencia entre la entrega al Conocimiento y la
participación en el mismo, frente a la adquisición de
conocimientos, reglas y términos, inclusive susceptibles de ser
mecánicamente memorizados, propios de las aspiraciones culturales
pequeño burgueses de los oficinistas y las clases medias.
El estudio que encabeza este
número nos sumerge en una meta-historia mágica que recorre el
mundo a veces de modo oculto o se digna aparecer en lo manifiesto. El autor nos
lleva no sólo a una interpretación literal sino que se maneja con
toda habilidad y precisión en círculos más amplios,
tocantes al símbolo y a lo que éste transmite. Estamos pues ante
la presencia de una representación volumétrica o multidimensional
de lo que el espacio y el tiempo significan, contadas en distintos
ámbitos por hombres que han meditado mucho en ello. Artículo
extraordinario de Francisco Ariza que no termina aquí sino que se
continúa conformando un libro sobre Metafísica de la Historia y
la Geografía que será clave para quien se ocupe de estos
temas.
Le sigue otro de Antoni Guri: El
Renacimiento Isabelino en el que al tratar un tema
localizado en esa bellísima época y sus filósofos que
constituyeron un auténtico renacimiento en la Inglaterra del siglo XVII
análogo al florentino, se vuelve a mencionar, independientemente del
estudio anterior, el mismo tema de Providencia, Voluntad y Destino que ya hemos
señalado, lo que nos parece significativo; hay quien ha sugerido que esta
coincidencia no es tanta como podría pensarse en una revista que se
constituyó en un espacio del alma y que está cerrando su
edición impresa; hecho que, bien o mal, no ha sido indiferente para sus
redactores y suscriptores, a quienes se lo estamos
comunicando.
En tercer lugar aparece un texto de
María Victoria Espín, Historia Viva II, que continúa
el de la revista anterior (29-30 Celebraciones) en el que explica el por
qué de su contribución a este número dedicado a Historia y
Geografía Sagradas.
El estudio de
Iñigo Correa, La Ciudad, se destaca por su construcción
perfectamente acorde con el tema del que trata y se advierte la arquitectura de
su trazado.
Le sigue La Isla debida a la
pluma de Mireia Valls, donde los valores simbólicos propios de la
insularidad, tratados unánimemente por todas las tradiciones, se viven en
la intimidad del ser empeñado en la obra alquímica que cada quien,
bien mirado, puede tener al alcance de su mano.
A continuación publicamos una
pieza lírica, La Memoria, Corazón del tiempo, cuya autora,
Patricia Serdá, da cuenta de un proceso del alma que continúa
despertando, en pleno vuelo poético, actualizando así muchos
años de labor en el Arte Sagrado.
Con
esta misma vena poética se expresa Lucrecia Herrera quien además
publica y comenta "Noche de Brujas", una obra mía olvidada,
pero que consideramos muy actual.
Marc
García nos presenta un trabajo, seguramente sorprendente para muchos, Sobre el Espacio y el Tiempo. Paradojas de la Luz, conciso e iluminador
sobre la luz y alguno de sus múltiples aspectos en donde se destacan las
formas sorprendentes en que se expresa lo
espacio-temporal.
También es conciso el
artículo de Carlos Alcolea titulado El Recuerdo del Tiempo
Mítico: Sabiduría Oculta en el Símbolo, de muchos y
variados méritos, lo cual es asimismo el caso de La Troya de
Homero de Daniel Torres que emparenta temas tradicionales con ciertas
investigaciones modernas con las que hay
analogías.
Seguidamente una curiosa labor
debida a María Angeles Díaz, El Viaje del Conocimiento, que
combina en forma de entrevista, aspectos de la realidad tomada de modo literario
con ciertas estructuras esenciales de mi obra y textos míos presentes
tanto en las preguntas como en las respuestas y que es parte de un
artículo de ficción más extenso donde se destacan muchos
temas de la doctrina tradicional en la que me toma como una voz actual de la
Tradición Hermética. Es muy difícil decir algo más
cuando el protagonista del artículo, el entrevistado, es uno
mismo.
En este sentido hubiera querido evitar
la reiterada mención de mi nombre a través de citas de mis libros
presente en todas las contribuciones, aunque el lector podrá observar que
esto ha sido imposible dadas las características de los estudios enviados
para este número final de
SYMBOLOS.
Finalmente una visión
tradicional sobre la grandiosa y exuberante ciudad de Angkor y la Cultura
Kmer (y de Angkor Wat, contemporánea de Nôtre Dame de Paris),
por Rosa Quílez; una muestra de lo que fue a través de su
arqueología ya que sus gigantescas construcciones fueron misteriosamente
abandonadas como las ciudades mayas del período clásico (circa siglos IV a X d.c.).
Posteriormente, algunos
nuevos colaboradores, dos contribuciones originadas en el Centro de Estudios
Simbólicos de Barcelona (CES), y otra, procedente del CES de Zaragoza,
firmadas por María Correa, Ana Contreras y Beatriz Ramada,
respectivamente.
Cerramos nuestros contenidos
con un trabajo serio de Francisco Ariza, La Influencia de Hermes en Barcelona
y el Mediterráneo, y la crónica de las actividades de nuestros
grupos desde el año 2005 hasta la
fecha.
Volviendo al asunto de la mención
constante de mis obras –y consecuentemente, de mi nombre– no he
tenido más remedio que romper mi timidez por respeto a los colaboradores
que lo ven así y a los que agradezco su confianza, pese a mis reservas
que se han visto desbordadas por la seriedad de sus estudios. Por algún
motivo escribimos libros y hemos dado cursos y conferencias y estas son las
respuestas a mis inquietudes metafísicas, y a la vez caminos individuales
inspirados en ellas, de lo que me hago cargo, pues todos somos obreros de la
Construcción Universal.
Por lo que
queremos invitar a los suscriptores, amigos y lectores a seguir su aventura
intelectual-espiritual en nuestra página en internet, así como en el resto de nuestro
"anillo" (ver página última de esta
publicación), donde ya están insertos muchos de los
artículos aparecidos en las ediciones de nuestro medio impreso,
particularmente los cuatro números dedicados a Fin de Ciclo, que por su
extensión se han publicado en una página especial y los editados en Federico González.
Pero no nos
engañemos, todos estos trabajos intelectuales están enderezados en
nuestra vida a un solo fin: a la Guerra Santa, que es la de la Iniciación
de cada uno de los que escriben y leen estas páginas y ese ha sido, desde
el comienzo, el motivo de nuestras publicaciones que tratan de testimoniar
aspectos diferentes de este hecho majestuoso debido a la increíble gracia
de los dioses que ninguno de nosotros merecemos, ni esperábamos, y que se
ha convertido, sin embargo, en la meta de nuestra existencia, en el destino al
que el libre albedrío nos ha traído y al que al mismo tiempo
ofrecemos a otros, incorporándolos a este hecho majestuoso y
único: el triunfo en la Guerra Santa, para lo cual seguramente hay que
perder, voluntariamente, todas las pequeñas batallas profanas y ser
vencidos, como soldados que es lo que somos, en el fragor de la batalla,
inclusive provocando nuestra propia derrota, la muerte deseada como una
purificación y una catarsis que nos redima de los tibios, de los blandos,
y aun de los fraternos y sus edulcorantes creencias basadas en la misma
porquería de la que intentamos salir y que nos ofrecen un fácil
confort espiritual a cambio de la traición en estos tiempos terminales,
cuyos precios son indefinidos y siempre aparentemente convenientes, disfrazados
de falsa bondad y amor, de políticas correctas y promesas light.
Sabiendo que el que se deja tentar ya abdicó, pues como dice el pueblo
"quien parpadea pierde".
Entonces
nada de abandonar las armas, y no sofocar nuestro grito de guerra, ni cejar en
la destrucción de los falsos y engañosos egos, refugiarse en la
mentida caridad, ni permitirse la condescendencia, que esos son los disfraces
del viejo enemigo tenazmente perseverante en arruinar nuestra entrega al
sacrificio –ya que como bien se ha dicho el sacrificio y el sacrificador
son una misma persona– y nuestra pretensión en convertirnos en
dioses, es decir, todos los propios esfuerzos tendentes a lo suprahumano y
supracósmico y que podemos abandonar miserablemente por razones
"demasiado humanas" absortos en la armonía del cosmos y la
perfección de lo que debe ser destruido y abandonado.
Incluso provocando nuestra propia
humillación, entregados a las manos de los hados que a veces sólo
nos ofenden, y que además son capaces de destruir el honor y
transformarnos en viles criaturas no sólo para demostrar su poder sino,
fundamentalmente para hacernos ver en qué basuras poníamos nuestra
escala de valores y en qué crápulas todavía
creíamos, pensando en que éramos hombres correctos, casi ejemplos
en el orden social y respetando todos los esquemas con que estamos munidos en
este mundo, de los que son un ejemplo la falsa ensoñación de
nobleza que nos hace casi caballeros medioevales templarios así como el
fanatismo religioso de cualquier índole y creencia que fuera, todos
perversos y contratradicionales.
Y
bastaría para justificarnos una sola y verdadera transmutación que
sacudiría al cosmos y lo regeneraría, lo que nada tiene que ver
con anotarse a la lista de la Alquimia o de la Cábala, o del "grupo
fraterno" o el simbolismo constructivo, con estúpida ingenuidad,
buscando una vez más algo seguro y sin complicaciones en lugar de ingerir
veneno como es debido. El Director