SYMBOLOS
Revista internacional de 
Arte - Cultura - Gnosis
 
 
  [RENE GUENON]
PSICOLOGIA

Capítulo VIII
LAS SENSACIONES
(resumen mecanografiado)

Se cuenta habitualmente siete especies de sensaciones: la de la vista, del oído, del olfato, del gusto, del tacto, del calor y del frío.

A decir verdad, estas dos últimas no nos vienen dadas por sentidos distintos, sino por el tacto: no hay pues en realidad más que 5 sentidos externos.

Hay que suprimir enseguida del número de las sensaciones el placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable, ya que estos son sentimientos: no hay que confundir lo afectivo y lo representativo.

Sin duda es bastante probable que a toda sensación se le junte un hecho afectivo más o menos claramente consciente; la solidaridad que existe manifiestamente entre todas las formas de la actividad psíquica es lo que lleva a admitirlo.

Es verosímil que toda representación vaya acompañada de un estremecimiento susceptible de dar motivo a una emoción, y que tiene al mismo tiempo por efecto [...] hacer revivir otros estados representativos, ideas o imágenes, pero sería un error querer confundir o identificar sentimiento y sensación.

El Señor Lachelier sostiene que el carácter representativo y el carácter afectivo están en razón inversa uno del otro para cada sensación; contempla las sensaciones de la vista y del tacto como eminentemente representativas, las del gusto y el olfato como eminentemente afectivas y la del oído como intermediaria. Esta teoría tiene el grave error de suponer sensaciones que sean emotivas en sí mismas y no simplemente acompañadas de emoción.

Las emociones o sentimientos que aparecen ligados a las sensaciones de la vista y del tacto son sobre todo de naturaleza estética, pero no es menos cierto que estas sensaciones, como las otras, actúan sobre la emotividad; por otra parte, las disonancias de colores, los colores demasiado violentos, colores muy vivos, la sensación de aspereza, son desagradables, mientras que matices armoniosos etc. son agradables. Por otro lado, las sensaciones del sabor y del olor tienen también valor representativo, informan sobre los asuntos exteriores, dan a conocer conveniencia o desconveniencia, con respecto al organismo, de los objetos que las causan. Sería difícil sostener que el olfato entre los animales que lo tienen muy desarrollado tiene simplemente un carácter afectivo.

Podemos pues decir que todas las sensaciones tienen un valor representativo, pero hay que señalar que originariamente todas son bastante pobres en información y que es el hábito el que, con el recuerdo de las experiencias pasadas, las hace cada vez más representativas.

Podemos preguntarnos si no hay realmente más ni menos especies de sensaciones distintas que las que hemos enumerado al comienzo.

Aquellos que admiten 7 dicen que no se puede contemplar el frío y el calor como una única y misma sensación, aunque para los físicos no haya más que calor en diversos grados, siendo el frío puramente negativo.

Ciertamente las sensaciones que nos vienen de la temperatura, definida y determinada por los físicos, son, en tanto que sensaciones, independientes en gran medida de esta misma temperatura, pero esto no impide que se pudiera considerar el calor y el frío como sensaciones diferentes suministradas por un único y mismo sentido, el sentido de la temperatura, y por otra parte cada uno de los otros sentidos suministra igualmente datos diversos que pueden ser tan diferentes cualitativamente como lo son éstas.

Pero hay que ir más lejos: el sentido de la temperatura no es verdaderamente un sentido distinto y especial, y sus órganos son los del tacto.

Sin duda las sensaciones de calor y de frío son diferentes de las sensaciones de contacto propiamente dichas, pero si nos negáramos por esta razón a considerarlas como modos del tacto, podríamos igualmente pretender que hay que distinguir dos sentidos en el sentido de la vista, porque nos dan por una parte, la sensación de la luz y del color, y por otra parte, la de la forma de los objetos, lo cual constituye dos órdenes de cualidades muy diferentes.

Nos atendremos pues a la enumeración de los cinco sentidos exteriores, la única que toda la antigüedad haya admitido y en la cual ciertos modernos, so pretexto de completarla o de perfeccionarla, no han introducido en suma más que complicaciones inútiles.

Esto no quiere decir que los diferentes datos [...] sean reducibles unos a otros; con mayor razón todas las sensaciones no pueden ser transformaciones de dos o tres sensaciones fundamentales y menos aun de una única sensación.

Para que esto fuese así, sería necesario que simples diferencias de cantidad pudieran dar motivo a diferencias de calidad, lo cual no se comprende, ya que esto sería como decir que algunas sensaciones pueden devenir otras permaneciendo en el fondo las mismas.

Volvamos sobre la irreductibilidad de las sensaciones dadas por un mismo sentido; en el propio tacto, dejando de lado las sensaciones de calor y de frío, se puede distinguir primero el tacto externo y el tacto interno.

En los dos se puede distinguir sensaciones quinesiológicas y otras sensaciones más bien estáticas o de equilibrio; se podría incluso decir que hay sensaciones especiales para los movimientos de cada músculo y de cada articulación: puesto que distinguimos estas sensaciones, es necesario que sean cualitativamente diferentes. Hay también las sensaciones viscerales, que son vagas en general, y esas sensaciones de conjunto a las que llamamos cenestésicas.

Se puede llevar la distinción más lejos aun: entre las sensaciones de contacto propiamente dichas, sensaciones como la de lo pulido, lo áspero, lo rugoso son absolutamente diferentes unas de otras cualitativamente.

El ojo nos da a la vez sensaciones de luz y de forma, y entre las sensaciones luminosas aquellas que se refieren a la intensidad de la claridad deben ser distinguidas de las sensaciones de color; si consideramos los colores, aunque no sean más que modalidades diversas de la luz, cada uno tiene una calidad aparte para nuestra sensación.

Lo que hace sobre todo que asimilemos ciertas sensaciones a ciertas otras y que las reunamos para oponerlas a otros grupos de sensaciones es ante todo que estas sensaciones que decimos de un mismo grupo las asociamos a la idea de un mismo sentido, y es también porque nos dan información de un mismo orden sobre el mundo externo y porque despiertan frecuentemente en nosotros ideas o sentimientos semejantes.

En suma, podríamos distinguir una multitud de grupos de sensaciones irreducibles unos a otros, pero razón de más para que, si queremos limitarnos a una clasificación general, nos detengamos como hemos hecho en la lista de los 5 sentidos externos, lo cual no puede tener ningún inconveniente desde el momento que admitimos que cada uno de estos sentidos no nos suministra exclusivamente una sola especie de sensación que forma una categoría rigurosamente definida y delimitada.

Se ha contado a veces entre las sensaciones hechos que no son verdaderamente sensaciones: no hay, por ejemplo, sensación del esfuerzo.

Si descomponemos esta pretendida sensación, encontramos aquí en primer lugar la idea de un cierto objetivo a alcanzar y la voluntad de alcanzarlo y en segundo lugar una sensación muscular, o sea una sensación de tacto interno que interpretamos luego como una sensación de resistencia, pero que no es primero más que un estado interior, lo mismo que cualquier otra sensación. Lo que da la ilusión de que tengamos una sensación de esfuerzo, es que sabemos que tenemos músculos y que somos capaces de interpretar las acciones y reacciones de estos músculos y de otras partes de nuestro organismo como impulsos, choques, resistencias; pero todo esto es adquirido y no puede existir en nosotros desde el comienzo.

No hay que confundir lo que la experiencia y la ciencia nos enseñan sobre la sensación con la sensación misma; por otra parte, a fuerza de haber hecho esfuerzo, acabamos por acordarnos siempre, desde el comienzo del esfuerzo que hacemos actualmente, de las sensaciones musculares que hemos ya experimentado en condiciones análogas y entonces creemos que estos dos hechos, a saber la voluntad de hacer el esfuerzo y la imagen de las sensaciones musculares antiguas, no hacen sino uno, cuando son únicamente contemporáneos. Creemos sentir aquello de lo que no hacemos en realidad más que acordarnos.

Añadamos que la voluntad está seguida de movimientos musculares de los cuales podemos muy bien no darnos cuenta, y que las sensaciones musculares que experimentamos son posteriores a la decisión voluntaria de realizar un movimiento.

Por otra parte, una prueba de que no hay sensación de esfuerzo, es que haría falta para ello que hubiera aquí sensaciones nerviosas, y no las hay; lo que creemos sensación nerviosa son en realidad sensaciones musculares.

Los nervios advierten al cerebro lo que pasa en los músculos, pero lo que pasa en el propio nervio, que manda el movimiento del músculo, no se siente en modo alguno.

Algunos hablan de un sentido vital, pero lo que denominan así es simplemente la resultante general de todas las sensaciones que tenemos en un momento dado y de todos los estados afectivos que les acompañan: lo cual no es pues otra cosa sino la cenestesia.

No hemos hablado especialmente aquí de las sensaciones de extensión que nos son suministradas por la vista y por el tacto, puesto que hay ahí, al mismo tiempo que una sensación, operaciones intelectuales más complicadas, y de momento no tenemos más que contemplar las sensaciones puras y simples: ya habrá motivo de volver sobre ello más adelante.

Importa señalar que la sensación, en la acepción en que la tomamos, es únicamente la operación de los sentidos externos; no tenemos pues que contemplar a propósito de esto lo que llamamos a menudo sensorium commune y que llamamos también sentido íntimo o sentido interno.

Este sentido interno es la conciencia misma en tanto que ella conoce directamente sus propias operaciones y también en tanto que ella centraliza y coordina los datos de los sentidos externos y de todas las otras facultades particulares.

Aunque hayamos sostenido la irreductibilidad fundamental de las sensaciones diversas que estamos de acuerdo en contemplar como de un mismo género, no negamos sin embargo que haya sensaciones que son más semejantes entre sí de lo que lo son con otras sensaciones.

Se puede pues plantear la cuestión de la clasificación de las sensaciones de un mismo grupo de colores o de sonidos, por ejemplo, pero clasificar en el interior de un mismo grupo es casi tan artificial como distinguir grupos absolutamente separados. Cuando se busca clasificar los sonidos según la intensidad, la altura y el timbre, o sea según el número de vibraciones, su amplitud y sus armónicos, no se puede decir que se clasifica así las sensaciones sonoras, ya que clasificar las sensaciones según sus antecedentes físicos no es clasificarlas en sí mismas.

Sucede lo mismo cuando se clasifica los colores según la intensidad, la saturación y la tonalidad, o sea la cantidad de luz blanca mezclada al color, la pureza del color y el número de vibraciones; cuando se distingue olores aromáticos, picantes, sabrosos, por comparación, se clasifica sensaciones no según su propia naturaleza, sino simplemente con respecto a imágenes que les están asociadas.

Cuando se clasifica el sabor en salado, dulce, amargo y ácido, se constata simplemente la diferencia entre ellas, más bien que hacer una verdadera clasificación.

No hay que creer por otra parte que se podría clasificar mejor las sensaciones basándose en sus efectos fisiológicos, ya que tal clasificación, como tampoco aquella de la que acabamos de hablar, no nos haría conocer nada sobre la naturaleza de las sensaciones en sí mismas.  

Traducción: Miguel Angel Aguirre
 
Capítulo IX
NOCIONES DE PSICOFISICA
 
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