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III El Camino del Largo Estudio y el Arte de la Construcción. Cristina de Pizán (1364-1430) (4) |
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Vías iniciáticas
para las mujeres en el Medioevo Por el testimonio de Cristina y a través de otras fuentes consultadas162, descubrimos que en el jerárquico orden social medieval, la mujer posee diversas posibilidades de acceso al Conocimiento según el rango al que pertenezca. Así, en la cúspide de la pirámide, nos encontramos con grandes reinas y numerosas damas de la nobleza, sabias y cultas, amantes de la Sabiduría, inspiradas por los dioses, que gobiernan con inteligencia y juicio sobre sus propios dominios o los de sus esposos cuando éstos salen a la guerra o a las cruzadas163, e inclusive algunas que los acompañan en estas gestas, o bien que actúan por sí mismas como auténticas guerreras y defensoras de sus feudos. Dice Cristina:
También es sabido que muchas de estas mujeres tuvieron la posibilidad de dedicarse al estudio y la práctica de las Artes Liberales, a la administración de sus territorios, a la educación de sus hijos, ya sea transmitiéndoles oralmente las enseñanzas o a través de escritos165, etc. Veamos, sólo a título de ejemplo, en una descripción de la habitación de la condesa Adela, hija del rey Guillermo el Conquistador, del siglo XI-XII, las muestras de la íntima relación de la vida de esta dama con el Conocimiento. Nos dice el comentarista:
Esperamos tener ocasión en otro momento de rescatar la huella de muchas de estas ilustres damas a través de sus biografías, por sus escritos, documentos, pinturas, tapices, etc., que son el testimonio de su labor civilizadora. Por otra parte, y siguiendo las pistas de lo que verdaderamente nos interesa, a saber, investigar sobre las vías iniciáticas del Medioevo y la relación que las mujeres pudieron haber tenido con ellas, son pocas las informaciones de las que disponemos –por el momento, sólo pequeñas huellas que nos han dejado autores tradicionales–, pero cabe suponer que ciertas damas de la nobleza pudieron conocer de cerca algunas de las organizaciones iniciáticas de corte guerrero o caballeresco propias de este período, e incluso que hubiesen estado vinculadas a ellas de alguna manera. En cualquier caso, queremos destacar la importancia simbólica del arquetipo femenino en el seno de tales organizaciones167, como por ejemplo los Fieles de Amor y la Fede Santa, en donde era trascendental la imagen de la Madonna. Según apunta René Guénon:
Acerca de esta cuestión ahora sólo quisiéramos añadir la importancia simbólica de la Dama en las 'Cortes de Amor' de estas organizaciones iniciáticas, las cuales deben distinguirse de las otras 'Cortes de amor'. Nos dice de nuevo René Guénon:
Esto nos sumergiría de lleno en toda esa época trovadoresca, en la que sin duda hubo mucho de profano y mundano, pero donde también debieron existir ciertas damas y trovadores que, traspasando la forma y las apariencias, se identificaron con la esencia de lo que simbolizaban, esto es: un poeta errante, el vate, cantor de otros mundos y realidades de orden espiritual, que compone versos para su amada Dama, símbolo de la Sabiduría inalcanzable por medios simplemente humanos y sólo accesible por el conocedor del "lenguaje de los pájaros"170, o lo que es lo mismo, por aquél que "juega" con los códigos simbólicos a través de los cuales se expresa la divinidad y cuya aprehensión posibilita el acceso a estados superiores del Ser. Lo cierto es que aquí se abre otro campo inmenso de investigación que supera los límites de este trabajo, pero cuyo interés es indudable y que también esperamos poder retomar más adelante. Sigamos el rastro de las mujeres en la Edad Media y sus caminos para realizarse interiormente. Muchas de ellas se incorporaron a órdenes religiosas y monásticas, ya sea por designio familiar, por devoción religiosa o por una elección que, tomando como soporte este modo de vida, les permitió ir más lejos del ámbito estrictamente exotérico, todo lo cual hizo que, en diversos grados de profundidad y conciencia, las féminas participasen de la inmensa labor espiritual, culturizadora y político-social que ejercieron los monasterios en esta época. Queremos destacar que la mayoría de las mujeres que optaron por la vida monacal, al quedar liberadas de la función reproductora, pudieron dedicarse más plenamente a labores de índole intelectual, tales como la conservación del saber en los libros que copiaban, transcribían e iluminaban, el estudio de los textos sagrados de su tradición, la práctica del canto, la música y otras Artes Liberales, y la meditación, la incantación y el silencio. Además, muchas de estas religiosas fueron grandes conocedoras de saberes bien arraigados en la misma esencia de la Naturaleza y sus ciclos, como por ejemplo la ciencia farmacológica, el conocimiento de las propiedades curativas y venenosas de las hierbas y su aplicación médica, la conservación y transformación de los alimentos, etc. Anotar también que en el seno de varias de estas órdenes tuvieron oportunidad de refugiarse ciertas mujeres tildadas de extrañas, receptoras de visiones sobrenaturales o de revelaciones de la divinidad, que agrupadas bajo el nombre de místicas171, más bien fueron receptoras de verdaderas experiencias espirituales de carácter esotérico o supraindividual172, y que, paradójicamente, merced a la cobertura exotérica del cristianismo y su rico caudal simbólico, encontraron la posibilidad de materializarse (sobre todo si dichas experiencias fueron acuñadas en escritos, libros o tratados) y de ser transmitidas y rescatadas por otros seres que supieron ver en tales vivencias una lectura más interior y superior de la realidad, aquélla que conecta con los arquetipos universales. De todas maneras algunas de estas mujeres no escaparon de la persecución eclesiástica inquisitorial, siendo tachadas de brujas y herejes y quemadas en la hoguera. Aquí también es mucho lo que debe ser estudiado con todo rigor. Por el momento queda apuntado. En el estamento de los artesanos tenemos noticia de innumerables mujeres que trabajaron solas (las llamadas femmes soles) o bien con sus padres o maridos en los talleres que estaban surgiendo en los burgos y alrededor de las catedrales, verdaderos centros espirituales de la Edad Media. Sabido es que toda la antigüedad reconoce en el oficio y en su práctica (obtención de la materia prima, herramientas, proceso de transmutación de la materia, aplicación de conocimientos cosmológicos para la confección de la obra de arte, etc.) un carácter totalmente simbólico y ritual173, y por ello ciertas organizaciones iniciáticas lo tomaron como soporte para la transmisión de la influencia espiritual y la ulterior realización interior de sus adeptos; tal el caso de la Masonería y el Compañerazgo, que como se sabe son las dos únicas organizaciones iniciáticas occidentales que han llegado, casi milagrosamente, hasta nuestros días.
Por documentos antiguos se sabe que había unas labores artesanales practicadas exclusivamente por las mujeres –que les sirvieron de soporte para toda esta labor iniciática–, como fueron las de las trabajadoras de la seda, y que incluían desde el cultivo hasta el hilado y el tejido con este material, con el cual se realizaban cofias, cojines, bolsas, y verdaderas obras de arte de gran sutilidad. También la fabricación de los "sombreros de orifrés" y de las "cofias sarracenas" requerían de una extrema delicadeza y de unas manos más que hábiles, "manos de hadas", por lo que todo ello constituía una actividad exclusivamente femenina. Además, la presencia de la mujer era evidente en toda la labor del tejido: desde el esquilado de la oveja para obtener la lana virgen, hasta el proceso de peinarla, cardarla, elaborar el hilo con el huso y la rueca, pasando por otras labores de lencería fina, así como la confección del vestuario (actividad compartida con el sastre) para todos y cada uno de los grupos sociales175, magna labor si se tiene en cuenta que todo el trabajo era hecho a mano y que cualquier prenda y accesorio tenía un valor no sólo utilitario sino fundamentalmente simbólico. Una de las artes que más nos interesa destacar es la de las labores con la aguja, y sobre todo el bordado, pues éste, tal como lo atestiguan numerosos estudios, revistió para la mujer un carácter verdaderamente iniciático;
En el momento en
que la civilización occidental rompió el vínculo con
el Principio Superior –hecho que coincide con el fin de la Edad Media– y
olvidó el Espíritu que alienta cualquiera de sus manifestaciones, muchas
de estas vías iniciáticas se extinguieron, en concreto las propias
de la mujeres relacionadas con el trabajo de aguja. Del artículo
Pero no solamente en la labor de la aguja la mujer encuentra soportes. Tenemos también a muchas artesanas que trabajan en otros oficios de carácter altamente simbólico que emplean, por ejemplo, el metal como materia prima (lo cual guarda estrechas correspondencias con la Alquimia): las hacedoras de agujas, las caldereras, las herreras, las cerrajeras, las tijereras, las forjadoras, las joyeras y las orfebres. También están las encuadernadoras, doradoras y pintoras. Otro hecho interesante: ciertos documentos atestiguan la presencia de las "paritarias", mujeres designadas en los oficios que les eran propios para controlar las formas de trabajo, la calidad de las mercancías y que, además, poseían poderes judiciales. Por último, dentro de este apartado, no podemos ignorar la gran sabiduría que atesoraban y vivificaban en su práctica diaria las mujeres que cocinaban para sus familiares o sus señores, es decir, de todas las que conocían los secretos de la transformación y conservación de los alimentos, verdadera alquimia vegetal y animal y fuente de más de una enseñanza bien profunda. Y también una mención especial a las que se dedicaron a mercadear e intercambiar, a pequeña o gran escala178, los productos que elaboraban (las buhoneras o quincalleras), actividad ésta la del comercio que, como se sabe, está patrocinada directamente por el dios Hermes. Para terminar con estas notas dedicadas a las artesanas ofrecemos un fragmento bien significativo de los Statutes of Realm de 1363:
Por aquí se abre otro filón que requerirá una mayor profundización. Y al final de este somero recorrido, que en nada pretende ser una sistematización ni una visión estática del devenir de la vida en ese momento histórico, no podemos dejar de mencionar a las miles de mujeres sin nombre que pertenecían al estamento de los agricultores, base de la pirámide feudal y sustento material de todo ese organismo vivo. Habitaron y trabajaron en el campo, en los bosques o en las montañas, acompasando su vida al ritmo de las estaciones y de todos los ciclos de la naturaleza, aprehendiendo de forma directa, simple, la sabiduría inscrita en el propio ser del cosmos, análogo al del organismo del ser humano, y en particular al de la mujer, tan afín a todo lo signado por el proceso de vida-muerte-regeneración. Ellas también participaron de la cultura, ya que desde una perspectiva tradicional, aquélla abarca la expresión entera de un mundo, con sus indefinidas facetas y matices, que atraviesan todos los órdenes de la existencia, desde el más material al más interior y espiritual. Lo popular también está escrito en las páginas del Libro de la Vida, tiene su razón de ser y su misión en el orden al que pertenece, y al mismo tiempo otorga la posibilidad de acceder a la comprensión de la sinfonía universal a los que se afilian al punto de vista sagrado. Todas las mujeres que se dedicaron a las labores agrarias, y a muchas otras que ahora mencionaremos, tuvieron la oportunidad de sumarse conscientemente al juego de la manifestación para, atravesándola o leyéndola en clave simbólica, poder realizar el viaje de retorno a la esencia única acorde con su naturaleza más interior. El conocimiento del tiempo y lugar idóneo para cada cultivo; la constatación de las influencias celestes (de los astros, los fenómenos meteorológicos.) sobre el crecimiento y maduración de las plantas; el cuidado de la huerta; el dominio de los tiempos propicios para la siembra, la recolección o cosecha; la forma de secado, almacenamiento, conservación y transformación de la gran variedad de víveres de origen vegetal; la atención a la granja y la manufactura de los productos extraídos de animales (ya sea para alimento o vestido); el imprescindible mantenimiento del fuego del hogar –verdadero símbolo del centro del mundo–; la obtención del agua purificadora para los menesteres domésticos; la confección, forma y uso de los útiles de la casa; la limpieza del hogar; el conocimiento de las propiedades de las plantas, su recolección y aplicación curativa –esto es, la ciencia de los remedios–; el arte de la mayéutica (tan afín a todos los ciclos acuosos y fluídicos) así como el amortajamiento y acompañamiento del duelo de los muertos, y otras muchas actividades y funciones, son las expresiones no escritas en las crónicas de unos códigos simbólicos inscritos en lo cotidiano y susceptibles de numerosas transposiciones analógicas con otros planos superiores de la existencia, hasta el punto de tener la facultad de remontar al ser que los vive y asume de corazón a la conciencia de otros planos de la realidad. Y no olvidemos el riquísimo depósito del lenguaje –acumulado en lo que ha venido a denominarse folklore– integrado por las innumerables leyendas, cuentos y refranes que muchas mujeres conocían por transmisión oral y que así legaban a sus descendientes en las largas veladas invernales al calor del hogar; o los miles de cantos y melodías (la música como soporte y expresión de la armonía universal) que marcaban el compás de la jornada, de las estaciones y los años (las canciones del despertar o las nanas; las que recuerdan los animales o los alimentos; las que imploran la lluvia o el sol; la buena siembra o la abundante cosecha; las que atraen influencias benéficas o las que ahuyentan las nocivas; las que cantan a la vida y también a la muerte, al amor y al desamor, al Misterio.) También la danza, el teatro, los juegos de niños y mayores que acompañaban a los festejos. Todo ello nos remite a la idea del calendario, verdadera sacralización del tiempo y el espacio, de la que el ser humano tradicional participaba de una forma directa, pues marca el propio devenir acompasado al devenir del cosmos. Aquí no encontraremos individualidades que destaquen, ni nombres propios, sino un coro de voces anónimas e imprescindibles para efectivizar plenamente la simultaneidad de todos los ámbitos en los que se expresa una civilización. Ahondar en el estudio del folklore también es rescatar fragmentos dispersos de la tradición. |
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NOTAS | |
161 | Tal
como explica
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162 | Sobre todo nos hemos apoyado en la enseñanza recibida oralmente por maestros de la Tradición Hermética, la cual ha aportado el punto de vista con el que se presenta este estudio. También ha sido una ayuda el libro de R. Pernoud. La mujer en el tiempo de las catedrales. Ediciones Juan Granica. Barcelona, 1987, por la valiosa documentación y reseñas que aporta, aunque la perspectiva que aquí ofrecemos difiere en mucho de la de esta estudiosa contemporánea. Lo mismo diríamos de otro libro: Eileen Power. Mujeres Medievales. Encuentro Ediciones, Madrid, 1991. |
163 | Ver los relatos de sus historias ejemplares en la ya citada novela de Cristina, La Ciudad de las Damas. |
164 | Tomado de: Eileen Power. Mujeres Medievales. Encuentro Ediciones, Madrid, 1991, pág. 50. |
165 | Tal es el caso de la condesa Duoda del s. IX, que envía un epistolario a su hijo en el que le vierte todo un caudal de sabiduría así como consignas prácticas y morales-religiosas. |
166 | Del libro: Regine Pernoud. La mujer en el tiempo de las catedrales. Ediciones Juan Granica, Barcelona, 1987, pág. 228-229. |
167 | Al respecto ver René Guénon. Esoterismo Cristiano. Ed. Obelisco, Argentina, 1993, caps. IV, V, VI, VI. |
168 | Op. cit. pág. 55. |
169 | Ibid. pág. 82. |
170 | Ver los artículos de René Guénon "La ciencia de las letras" y "El lenguaje de los pájaros", en: Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Eudeba, Buenos Aires, 1987. |
171 | René Guénon aclara en un artículo de Aperçus sur l'Initiation la gran diferencia entre misticismo e iniciación; veamos algunos fragmentos: ". la vía mística difiere de la vía iniciática en todos sus caracteres esenciales."; ". en el misticismo, el individuo se limita a recibir simplemente lo que se le presenta, sin que él mismo tenga nada que ver con ello; (.) En el caso de la iniciación, por el contrario, es al individuo al que pertenece la iniciativa de una 'realización' que se perseguirá metódicamente." En el misticismo "no se trata en suma más que de fenómenos, visiones u otros, manifestaciones sensibles y sentimentales de todo género, con las cuales uno sigue permaneciendo exclusivamente en el dominio de las posibilidades individuales". |
172 | "El esoterismo no es contrario a la 'ortodoxia' aún entendida simplemente en el sentido religioso; está por encima y más allá del punto de vista religioso, lo que evidentemente no es del todo la misma cosa; y, de hecho, la acusación injustificada de 'herejía' no fue a menudo más que un medio cómodo para desembarazarse de gente que podía ser molesta por otros motivos distintos". René Guénon. Esoterismo Cristiano. Ed. Obelisco. Argentina, 1993, pág. 52. |
173 | "Los oficios, en virtud de la realización 'artesanal' de un modelo cósmico poseen en una civilización tradicional un valor espiritual y un carácter verdaderamente 'sagrado' y por eso pueden servir normalmente de 'soporte' a una iniciación." René Guénon. |
174 | Mª Angeles Díaz: "La Masonería y el Arte del Bordado". Revista SYMBOLOS Nº 4. 1992, pág. 59. |
175 | Aquí estaban las curtidoras de pieles, las que confeccionaban zapatos, sombreros, guantes, carteras, camisas, túnicas, telas, etc. Hay que tener en cuenta que en cada estamento el vestuario era acorde con el rango, y con una simbólica bien precisa; pero ya sea en los castillos, conventos, talleres o en la casa, la mujer ponía sus manos al servicio del huso, la rueca, la aguja y el telar. |
176 | Op. cit. pág. 60. |
177 | Op. cit. pág. 59 ss. |
178 | La mujeres vendían en los mercados todo tipo de alimentos: sal, pan, grano, semillas, cerveza o vino según el país, pescado, aves de corral, carne, leche, quesos, hortalizas y verduras, así como vestuario, carbón, leña. |
179 | Tomado de Eileen Power. Mujeres Medievales. Encuentro Ediciones, Madrid, 1991, pág. 80. |
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